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Capítulo 20

Antes de volver con Isaac a mi habitación, subí las escaleras y me encerré en el baño.

Ya en mi soledad, caí lentamente de espaldas a la puerta. La llamada de Matthew acabó siendo más de lo que creí soportar.

Me llevé las manos al rostro, pegué mis rodillas al pecho, intentando controlar mi respiración que se agitó más que cuando estuve por atender el teléfono. Me sentí asustado, nervioso, quería gritar. El cuerpo me tembló, comencé a sudar, mi cabeza dio vueltas, el aire me hizo falta segundo a segundo.

La ansiedad que me carcomía por dentro causó que no razonara lo suficiente, que creyera que el mundo se me venía encima, que el final se acercaba. Era la primera vez en meses que me ocurría.

Si no era capaz de detener mi malestar perdería el control. Eso era lo que más me aterraba de todo en ese momento, ya que Isaac se hallaba a solo cinco metros, esperando por mí. No quise que me viera tan inestable ni hacer que se preocupara. Entraba en pánico, pero al menos no hiperventilaba.

Para estas situaciones de presión, de inmensa preocupación y terror, tenía un remedio que iba más allá de las bolsas de papel. Casi no recurría a él, pero se me indicó emplearlo de inmediato en caso de algún ataque de ansiedad.

Con dificultad, me puse de pie y me aproximé a toda prisa al espejo sobre el lavabo. Abrí la puerta del gabinete y busqué con desesperación mi frasco de calmantes.

Una vez que lo abrí, me llevé una pastilla a la boca y la ingerí sin tomar ni una gota de agua. Cerré los ojos, regresé el frasco a su sitio y recargué la frente contra el espejo. Inhalé y exhalé lento para que este mal pasara.

«Ya. Estarás bien. Respira, no pasa nada».

El alivio no venía de golpe, por más que lo deseara con todas mis fuerzas. Necesitaba esperar varios minutos para que el medicamento surtiera efecto. Durante aquella demora, conté mis respiraciones y cuidé que no fuesen ruidosas. Si me mentalizaba, tal vez conseguiría mejorar más rápido y regresar con Isaac fingiendo que nada había sucedido.

Volví en mí poco tiempo después. Dejé de temblar y mi respiración se controló, el miedo se sustituyó por calma. Fue mucho más fácil con la pastilla aun cuando no me gustaba tomarla, pues me habían advertido que podía hacerme dependiente a los calmantes y no quería que eso ocurriera.

Miré mi reflejo una última vez antes de regresar con Isaac. Con una toalla me sequé el sudor del rostro, me peiné un poco el cabello, verifiqué que bajo mis ojos las ojeras no se notasen tanto. Y ya listo, luciendo física y mentalmente estable, me dirigí a mi habitación.

Encontré a Isaac sentado en el mismo lugar, con el libreto en las manos y la vista bien fija en él. Al percatarse de que volví, se alzó y me recibió con una cálida sonrisa.

—¿Estás bien? —Fue lo primero que me preguntó.

Sus palabras, tan directas y asertivas a mi evidente malestar, consiguieron que también me lo preguntara y dudara de la respuesta.

«¿De verdad lo estoy?».

—¿Por qué no lo estaría? —Intenté creérmelo en voz alta.

Caminé hasta mi cama y me recosté en ella, extendiendo los brazos a ambos lados y soltando un suspiro que indicó que estaba harto de todo, harto de Matthew y de lo mal que a ratos me hacía sentir. Desde que nos reencontramos en preparatoria mis emociones enfrentaron demasiados altibajos y estos mayormente lo involucraban a él.

Los dos meses más complicados en mucho tiempo.

—Porque no lo pareces —confesó, dubitativo—. Si algo te inquieta, no dudes en contármelo.

Lo decía en serio. Con los ojos apuntando hacia la lámpara que colgaba del techo, sonreí. Sus palabras fueron un consuelo bastante útil a pesar de que prefiriera seguir callándome lo que sucedía entre Matthew y yo, nuestra historia, nuestro presente. Saber que podía confiar en alguien más fue reconfortante.

Isaac me brindó tranquilidad desde el primer día.

—Me inquieta que no hayamos comenzado a ensayar. —Sin cambiar mis expresiones, me senté en la cama.

Matthew y yo siempre solucionábamos nuestros problemas casi tan rápido como se generaban. En esa ocasión no hubo excepción. Lo que más me sorprendió, fue que yo no lo busqué para hablar, sino que él lo hizo primero.

Sentado en una de las últimas butacas de la fila media, veía cómo la profesora impartía clases y apuntaba distintos conceptos sobre la pizarra para que el resto la imitáramos. No le presté ni una pizca de atención por culpa de mi cansancio y los pensamientos abrumadores acerca de mi presente.

Unos meses antes me dieron permiso para poder ingerir una pastilla completa en caso de que tuviera algún ataque de ansiedad. Antes solo tenía la autorización de tomar la mitad de una porque sus efectos eran fuertes y yo bastante joven. Me hacían dormir más tiempo del que debía.

Tuve que luchar por no caer dormido. Las cosas frente a mí se distorsionaron, los pocos sonidos de mi entorno —como las explicaciones de la profesora—, eran más arrulladores que interesantes.

Buscando la forma de no dejarme vencer por el sueño, paseé la vista por todos los rostros vecinos, así como también me clavé por quién sabe cuántos minutos en el paisaje que me brindaba la inmensa ventana a mi izquierda. No se visualizaban lluvias, rayos o fuertes vientos.

Ver que el cielo resplandecía por encima de nosotros me tranquilizó y despejó. Provocó que regresaran los pensamientos positivos a mí y que las preocupaciones se marcharan, aunque fuese solo durante aquel momento de placentera distracción.

Salí de aquel trance cuando el chico que se sentaba junto a mí me brindó un pequeño empujón por el hombro. Al volverme hacia él, aquel chico —del que apenas recordaba su nombre— señaló con el pulgar hacia la ventana junto a la puerta del aula. Y ahí, vi a Matthew alzando el brazo en señal de que saliera.

Fue tarde para fingir que no lo había visto, pero no para ignorarlo. Me cubrí la cara con la mano para no tener que verlo, casi de la misma forma que alguien lo haría para cubrirse del sol. Tenía que irse, aunque aquel fuese el momento adecuado para aclarar los problemas —más porque no iba salir de mi tranquilidad por las siguientes horas—; lo quería lejos de mí.

Aguardé un minuto, ignorándolo para dejarle en claro que no saldría. Sin embargo, esto pareció más una motivación para él.

Llamó a la puerta del aula en mitad de la clase, interrumpiendo a la concentrada profesora y acaparando toda la atención de los alumnos hacia la entrada. Los tacones de la mujer frente a nosotros hicieron eco por solo seis pasos. Abrió de inmediato.

—Buen día. —Se presentó Matthew ante ella—. Estoy buscando a Carven Devine, nuestra profesora de teatro lo necesitará por un momento.

«Vete, vete, vete».

Casi todos voltearon a verme. Apreté los párpados solo por un corto momento antes de levantarme, simulando ingenuidad. Los presentes observaron con curiosidad y silencio, excepto el chico que se sentaba a mi lado y que sabía que de alguna u otra forma, las palabras de Matthew no eran ciertas.

Caminamos por el pasillo rumbo al auditorio en cuanto estuvimos solos, pero fue incómodo porque ninguno de nosotros habló en el trayecto. De no ser porque aún me encontraba bajo los efectos de los calmantes, me habría invadido de pensamientos negativos y preocupaciones. Los tenía en ese momento, claro, pero no me causaban el mismo impacto y malestar psicológicos.

¿Íbamos a empeorar las cosas o a arreglarlas? A estas alturas, las probabilidades de que sucedieran una u otra parecían las mismas. Se me formó un nudo en la garganta y el estómago me dio un vuelco al no saber lo que sucedería, qué nos diríamos o en qué terminaría todo.

Al cerrar la puerta tras de sí y colocar el seguro, se aproximó a mí con una expresión ligeramente desafiante, juntando las cejas y entrecerrando los párpados. Mis ojos también estaban cerrándose por sueño, no por desinterés. Esperé que Matthew no lo malinterpretara.

—¿Qué quieres, Matt? —Me adelanté a abrir la boca.

El chico suspiró, buscando paciencia y relajación. Tenía el hábito de aclarar su mente de una forma parecida a la mía.

—Quiero una explicación, es todo. —Sonó menos irritado de lo que esperaba—. ¿Por qué Isaac?

—¿Y por qué no? —Volví a preguntar con rapidez.

No estaba lo suficientemente concentrado en ese momento como para pensar en lo que decía ni cómo lo decía. Tomé más de un calmante en la mañana para estar tranquilo en el instituto, no para parecer un adicto sin sentido común. Maldije en silencio.

Sacudí la cabeza para aclarar mis ideas y despertar un poco.

—Es un gran actor, Matthew —Fui hablando poco a poco para no arruinarlo—, y tú también. No quiero ser opacado por ti. Necesito su ayuda porque tú no puedes gracias a ese castigo tuyo.

Al parecer, lo entendió. Sus facciones se relajaron en cuanto expliqué muy brevemente los motivos por los que decidí comenzar a traerlo a casa.

—Tú y yo vamos a seguir ensayando aquí, es obvio, yo quiero eso. —Concentrarme en las palabras me estaba resultando bastante difícil—. Creo que exageraste al hacerte de ideas equivocadas. A mí me importa la obra, no él.

El sueño se apoderó de mi equilibrio, haciéndome retroceder un pequeño y casi invisible paso.

—¿Y no pensabas contármelo? —Más que molesto, lucía desconcertado—. ¿No te importo?

Esta vez me tocó a mí suspirar por paciencia. Ahí estaba su defecto, ese que me hacía parecer más un objeto de su posesión que su alma gemela. ¿Cómo decirle con sutileza que dejara de ser así porque solo me traía problemas?

Pese a que ya no eran necesarias más explicaciones, él me las siguió pidiendo porque continuaba sintiéndose inseguro consigo mismo. No quise discutir porque no llegaríamos a ningún lado. En su lugar, preferí ser honesto y expresarme con una relajada seriedad. Alterarnos era lo último que quería.

—Me importas demasiado. —Y no mentía—. Por eso iba a decírtelo. Solo que... no tuve la oportunidad porque últimamente no te veo.

Matthew no podía negar que yo tenía razón. Por tratar de mejorar nuestras calificaciones ya no nos saltábamos clases para vernos en el auditorio, tampoco chateábamos por celular porque no teníamos, ensayar en mi casa no era posible. Prácticamente, el tiempo para vernos era durante recesos y en ensayos con Boulluch, a la vista de todos, sin poder comportarnos como éramos en realidad.

Matthew continuó viéndome fijo, sin cambiar de expresión. Por lo visto, él quería que le dijera cien veces que Isaac no me interesaba para creerme. Aquello me causó cierta impotencia, pues yo lo quería a él y solo por esos sentimientos no tenía razones para mentirle.

—No puedes acusarme de mentiroso cuando tú eres peor que yo —argumenté de la nada, sin pensar, antes de que Matthew dijera cualquier cosa.

Tener sueño y no poder descansar me irritaba en todos los sentidos, pero necesitaba que las pastillas hicieran su respectiva función de no alterarme. El chico frente a mí notó que actuaba un poco fuera de lo habitual, más torpe, somnoliento y a la defensiva. De inmediato me tomó por ambos hombros y se acercó para examinarme.

—¿Estás bien? —Paseó sus ojos por mi rostro, en busca de alguna respuesta.

Era la segunda persona que me lo preguntaba en menos de 24 horas. Me cuestioné de nuevo si responder o no con una afirmación. Mis problemas eran más físicos que emocionales en ese momento. Estaba agotado, quería irme lejos, cerrar los ojos y no despertar hasta que supiera que me encontraba seguro.

Me pasé una mano por el ojo derecho y lo tallé en un intento de mantenerme despierto.

—Después de tu llamada, me dio un ataque de ansiedad. —Quería que le dijera la verdad, entonces se la dije—. Tuve que tomar un calmante al que no estoy acostumbrado.

Matt se sorprendió por mi confesión. Si él quería hacerme sentir culpable por mis acciones del día anterior, acababa de voltear sus intenciones. Sus gestos cambiaron a unos llenos de preocupación en cuestión de un parpadeo.

—Carven, yo... —Bajó los brazos y la vista—. Lo siento. Estaba enojado, quizás celoso. No pensé en que podría hacerte daño.

Debió estarlo demasiado como para olvidar que mi condición no era la mejor, menos cuando me presionaban. No esperé que dijera "todo es mi culpa", pero fue bueno que admitiera parte de sus sentimientos y errores.

—Me has hecho más del que crees. —Sonreí a medias, intentando ocultar que mis emociones eran opuestas a mis expresiones—. Y duele como...

Se abalanzó a mí para abrazarme, interrumpiéndome. Me estrechó a su cuerpo, recargó su barbilla contra mi hombro, sus brazos me rodearon por la espalda y una de sus manos se extendió por mi cabeza. A esta sorpresa, vinieron unas cuantas más llenas de disculpas susurradas a mi oído.

Matthew no podía detenerse. Me pidió perdón innumerables veces y prometió otras más que no volvería a comportarse así conmigo. Hablaba tanto, que me asusté. Mis brazos se quedaron rígidos a los costados y mis ojos volvieron a abrirse gracias a que sus palabras me mantuvieron despierto. Se llenaron de lágrimas, pero no derramé ninguna.

—No sabía lo que hacía. —Seguía y seguía—. Perdóname. Fui muy impulsivo. No lo volveré a hacer.

Lo decía muy en serio. Era capaz de notar su arrepentimiento, preocupación y tristeza en cada una de sus palabras.

—Solo no te vayas... —Su voz se entrecortó.

Mi corazón latió apresurado. La calidez nuevamente volvió a mi cuerpo, despertando a las mariposas después de haberse dormido por un buen rato. Lo nuestro aún no había muerto, de ninguna manera. Cerré los ojos y levanté mi brazo izquierdo para acariciar su espalda, respondiéndole el abrazo.

—¿Por qué me iría? —La conmoción casi me impidió hablar.

Apretó con un poco más de fuerza.

—Te extraño, Carven —susurró.

Solo transcurrió una semana desde nuestra separación, pero para ambos se sintió igual que un año eterno. Esto me trajo bonitos recuerdos y sensaciones de cuando recién comenzábamos a salir, cuando veníamos al auditorio a ser como cualquier otra pareja a compartir momentos, escuchar música juntos, reírnos con los videos de YouTube.

—No hay nadie más con quien quiera estar. —Poco a poco se separó de mí—. Lo digo en serio.

Y yo sabía que así era. Nuestros sentimientos eran mutuos y seguían vivos en nuestro interior, ¿por qué abandonarlos por un malentendido?

Lo tomé de las mejillas y lo acerqué a mí para besarlo. Llevaba queriendo hacerlo desde hacía un buen rato, desde que me di cuenta de lo mucho que lo extrañaba también. Él cedió con facilidad y correspondió a mi beso, se movió a mi ritmo y convirtió este momento en el reencuentro perfecto.

—Las piernas me están matando, Matt. —Me vi obligado a interrumpirnos—. Necesito sentarme.

Traté de bajar con calma hasta el alfombrado, pero el cansancio me hizo tropezar. Matthew alcanzó a tomarme de un brazo para impedir que me cayera.

—Carven, ¿seguro que estás bien? —Imitó mi reciente acción y se acercó lo más que pudo—. Parece que vas a desmayarte.

Me llevé una mano a la frente y fijé mi vista hacia el suelo. Quería cerrar los ojos y dormir porque me sentía bastante débil y atontado; aunque era innegable que junto a él me hallara feliz. Saber que Matty me acompañaba y que ya no se encontraba enloquecido por mis acciones me reconfortó.

—Quiero dormir —respondí—, pero también quiero estar contigo. Y lo segundo es más importante para mí ahora.

—¿Cuántos calmantes te tomaste? —Su angustia por mí fue evidente.

—Tres —confesé—. Uno ayer en la tarde y dos esta mañana.

Lo hice porque sabía que lo vería en el instituto. No soporté la idea de que podría quebrarme otra vez gracias a eso. Odiaba los calmantes, eran casi un secreto que yo mismo trataba de evadir, pero odiaba más volverme loco y que la gente se enterase de ello. La escuela era el peor lugar para tener un ataque de ansiedad o hiperventilar.

—¿Estás loco? —Me agitó—. ¿Tienes idea de lo peligroso que es hacer eso?

Dependencia, adicción, efectos secundarios posiblemente peligrosos. No lo hice antes, solo ese día. Y viendo cómo terminaron las cosas de bien, quizás nunca más tendría que repetirlo. No me iba a volver adicto ni mi cabeza explotaría por equivocarme una vez.

Esta vez fui yo quien tuvo que repetir varias veces que no volvería a ocurrir, pero eso no lo convenció por completo. La incertidumbre lo hizo tomarme de la mano, sujetarla con fuerza y mirarme para que yo se lo volviera a asegurar.

Luego de disculparme por enésima vez, vino un breve silencio. Volvíamos a estar juntos después de tantos días y aquello nos devolvió al pasado reciente que tanto queríamos. Nos vimos a los ojos, nos sonreímos y balanceamos nuestras manos entrelazadas. Tanto Matt como yo finalmente nos deshicimos de la distancia y aprovechamos la clase perdida para pasar el rato juntos.

Nos sentamos frente a frente y muy cerca, sobre el suelo alfombrado. Pasé las piernas a los costados de su torso para cruzar mis tobillos a su espalda; él estiró las piernas por debajo de las mías. Lo rodeé por el cuello y él me sujetó por detrás. El beso surgió por sí solo, sin interferencias o problemas.

Fue apasionante, eléctrico y necesario. Me entregué a él en ese instante, con desesperación. Matthew paseó los brazos por mi cuerpo en estremecedoras y fuertes caricias. Extrañaba todo de él y finalmente ahí estábamos, retomando lo nuestro sin cambiar nada de ello.

Mi cuerpo se calentó rápido, desperté gracias a la apasionada energía que recorría mis adentros. Las mariposas de Hanabi estaban alborotadas, mi cerebro hecho un revoltijo de pensamientos y placer.

Al separarnos, nos vimos a los ojos solo por un corto instante. Nuestros labios estaban muy enrojecidos e hinchados. A pesar de que palpitaran al ritmo de nuestros corazones para recuperar el flujo cotidiano de sangre, no nos detuvimos por otro rato más.

Matt comenzó a besar otras partes de mi cuerpo. Yo se lo permití a causa de mi locura y los deseos por dejarme llevar. Me abracé a él cuando pegó su boca a mi cuello y lo besó lentamente, incluso pasando la lengua para saborear mi piel. Me sujeté de su camiseta para soportar lo que su contacto me provocaba.

Agarró algunos mechones de mi cabello y tiró de ellos para que mi cabeza retrocediera y se mantuviera en la posición que él deseaba. Esta vez no me pude callar. Y obviamente, no fue para quejarme.

Al darse por satisfecho y soltarme con suavidad, apoyé la frente sobre su hombro. Respiraba con agitación, mi corazón latía desbocado. Él se escuchaba igual, ansioso y enérgico.

Por debajo, Matthew comenzó a desabrochar los cuatro botones de mi camiseta. De ahí, se hizo un espacio para besarme las clavículas con esa misma dulzura transformada en hambre.

No obstante, nuestro placer duró mucho menos de lo que hubiese querido.

Desde la posición en la que estaba sentado era capaz de ver hacia la puerta del auditorio. Por eso, y gracias a la luz que se filtraba debajo, noté de que había no una, sino varias personas al otro lado.

—Matthew... —dije en voz baja, intentando separarme.

—Dilo más fuerte —añadió, todavía con las emociones a flote.

—Matthew, hay gente afuera. —Alcancé a detenerlo antes de que volviera a pegarse igual que las sanguijuelas.

Terminando dicha oración, escuchamos cómo introducían la llave al cerrojo.

—¡Maldición! —exclamó Matthew mientras nos poníamos de pie lo más rápido posible.

Me tomó de la mano y me jaló para que corriéramos tras bastidores. No encontramos ningún espacio entre los armarios y disfraces donde pudiésemos escondernos. Mientras buscábamos con desesperación, varias personas comenzaron a entrar.

—¡Por aquí! —Volvió a tirar de mi brazo.

Nos aproximamos a una escalera que se ubicaba por detrás del escenario. No sabíamos a dónde nos llevaría, pero no dudamos ni un instante en subir por ella. Primero pasé yo, siendo silencioso, ágil y cuidadoso. Mis dotes de escalador salieron a relucir después de tantos años. Por debajo iba Matthew, viendo una y otra vez hacia abajo para asegurarse de que nadie nos viera.

Las escaleras llevaban a una pequeña plataforma rectangular donde solo se podía estar sentado o acostado. Chocaba casi con el techo y estaba detrás del telón, que por suerte nos ocultó. Matthew tenía medio cuerpo sobre la escalera cuando encendieron todas las luces. Me aproximé a él y lo ayudé a que terminara de subir.

A partir de ahí, nos limitamos a guardar silencio para escuchar quiénes acababan de llegar. ¿Serían autoridades que sabían que nos encontrábamos ahí? Estaría mucho más preocupado si no fuera por los calmantes.

—Son del taller de danza —susurró Matt una vez que asomó la cabeza.

El alivio y la tranquilidad se apoderaron de nosotros. Cerramos los ojos y liberamos el aire que la tensión nos hizo contener. Me acosté, rendido. Dejé un espacio para que él me acompañara.

—¿Tendremos que esperar demasiado? —pregunté antes de que se me pegaran los párpados por completo.

—Mejor duérmete. —Me sonrió antes de acostarse a mi lado.

Permitió que usara su hombro como almohada y su brazo como cobija. Dormiríamos juntos en lo que se iban.

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