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Capítulo 18

Creí que Matthew se ausentaría nuevamente para el ensayo, pero ahí estuvo, comportándose como si no tuviera heridas físicas ni emocionales.

Llamó la atención de todos los presentes cuando se quitó la gorra y permitió que los reflectores del escenario le pegaran directo en el rostro, resaltando así el moretón que le rodeaba el ojo izquierdo y los nudillos magullados. Nadie le hizo preguntas, ni siquiera la profesora pese a estar más sorprendida que cualquiera de nosotros.

Vimos todo, pero fingimos ser ciegos a ello por la paz. Yo no podía dejar de preguntarme qué tipo de conversación tuvo con sus padres y quién fue el verdadero responsable de sus heridas.

Aunque le doliera la cara y los dedos los tuviera posiblemente esguinzados, no dejó de moverse, reírse y bromear en el ensayo. El resto lo trató con bastante normalidad pese a no presentar la mejor imagen del mundo. Pero Isaac, Keira y, sobre todo yo, notamos desde nuestros lugares lo roto que estaba por dentro.

Antes de que pudiera acercarme a él para decirle que necesitábamos hablar muy seriamente, Boulluch aplaudió por encima de su cabeza con un par de potentes palmadas para invitarnos a hacer filas. Esto significaba que vendrían una serie de nuevas indicaciones y planes para la obra.

Primero, nos informó que ya no ensayaríamos todos los días en el auditorio, ya que el taller de danza lo ocuparía dos veces por semana para sus respectivas prácticas. A pesar de ello, nos pidió casi en súplica que continuáramos repasando en nuestras casas y horas libres.

—El día de hoy vamos a dar inicio con las improvisaciones —dijo después de darnos los avisos correspondientes. Unos cuantos manifestaron su emoción, incluso Matthew lo hizo curvando los labios—. Las siguientes personas que mencionaré serán las únicas que podrán aparecer en las escenas improvisadas. Esto significa que el resto continuará con ensayos normales.

No tuve que preocuparme por ser o no elegido porque ya sabía lo que ocurriría. Ser de los protagonistas traía aquella ventaja. Mis pensamientos se enfocaron en alguien más, en un chico que en ese preciso instante necesitaba compañía, aunque se negase a ello fingiendo estabilidad.

Cuando mencionaron su nombre y tuvo que dar un paso al frente, exclamó con alegría su emoción. Entre más hablaba, sonreía, reía y se comportaba "habitual", más mal creía que se encontraba. Era actor, después de todo. Podía ser cualquier persona que quisiera con solo proponérselo y realizar un excelente trabajo. En esa ocasión, todo le habría salido perfecto de no ser por esos detalles físicos que delataban que mentía.

Boulluch frustró los planes de Matthew por huir en cuanto el ensayo finalizó. La profesora olvidó las llaves del auditorio en la oficina de maestros y tenía un compromiso al que necesitaba con urgencia llegar. Amablemente le pidió a él que esperara a que todos saliéramos para cerrar.

Nos despedimos de nuestros compañeros, de Boulluch, tomamos nuestras cosas y nos dirigimos a la entrada principal para continuar con nuestras vidas fuera del instituto. Matt se quedó de pie a un lado de la puerta, alzando la mano o chocando puños con todo aquel que se despidió de él.

Se le notaba muy impaciente, quería que nos fuéramos cuanto antes. Me buscó con la vista y se inquietó al saber que seguía todavía ahí, en el último lugar para salir. Keira se despidió de él con un rápido beso, deseando verse mañana igual que todos los días.

Alenté mis pasos y fingí ver hacia los asientos vacíos con curiosidad, como si fuese mi primera vez en el interior del auditorio. Me hice el tonto para no tener que irme tan pronto.

Una vez que la última persona se alejó varios metros de la entrada, me aproximé a toda velocidad a la puerta para cerrarla solo con él y yo dentro. Tuve que empujarlo con el hombro ­—moviéndome tan aprisa como me lo permitieron mis habilidades— para que no pudiera irse.

Coloqué el seguro, aunque fuese tremendamente sencillo quitarlo.

—¿Qué estás haciendo? —Trató de abrir la puerta, pero utilicé mi cuerpo como una barrera para impedirlo.

—Necesitamos hablar seriamente, Matthew. —Junté las cejas y utilicé la voz más firme que me permití.

El chico negó con la cabeza. Intentó una vez más posar su mano en el picaporte e instintivamente utilicé la mía para quitarla. Se quejó por mi agresivo apretón, pues olvidé que sus nudillos no se encontraban bien y que le dolían bastante.

Retrocedió sin dejar de sobarse, maldecir y encorvarse a causa del ardor. Yo no me aparté de la puerta, pero sí me disculpé con él por no medir la fuerza con la que lo toqué.

—Déjame salir, Carven. —Siguió sosteniendo sus manos temblorosas y apretando los párpados.

No iba a permitírselo hasta que habláramos. Él no estaba bien y necesitaba sacar todo lo que no podía decirle a nadie más que a mí. El problema fue perseguirle e insistirle para que lo hiciera.

—Carven, hablo en serio. —Trató de caminar hacia mí, pero le pesó.

—Sigues siendo el mismo niño cobarde de hace ocho años. —Bajé los brazos y relajé mi postura. No obstante, la entonación no la cambié.

Tenía que ser duro a pesar de no estar acostumbrado, mucho menos con él. Se podía hacer entrar en razón a otros por medio de frases directas o desafiantes, pero casi nunca eran la solución. Matthew no reaccionó por completo a lo que dije, o más bien, no lo noté porque prefirió ocultar el rostro bajo su flequillo cada vez más largo.

—Carven...

Quería evadir esta conversación, eso era más que obvio. ¿Por qué Matt no entendía que esto lo hacía porque me importaba y preocupaba? ¿En qué clase de mundo vivía como para tener que callarse las cosas incluso conmigo? Me quedaba por él, quería escucharlo, consolarlo, brindarle mi ayuda e intentar que juntos solucionáramos sus problemas.

¿Ganaba algo quedándose en silencio? Solo sufrimiento. Y yo no deseaba verlo como lo vi durante los ensayos, fingiendo estabilidad, sonriendo, bromeando y divirtiéndose a pesar de que por dentro estuviera cada vez más herido. Yo no era como la bola de hipócritas que lo trataron como si nada le sucediera.

—Cobarde, Matthew, eso es lo que eres. —Estaba molesto con él, con el mundo, conmigo mismo. No me supe medir por culpa de eso y terminé soltando palabras sin pensar—. Crees que huyendo vas a solucionarlo todo. Eres imbécil, débil, un llorón.

Matthew se quedó quieto y me miró fijamente para preguntarme con sus gestos si lo que dije iba en serio. Yo nunca le hablé así ni a él, ni a nadie.

Me retracté antes de seguir con el resto de los insultos que mi ira ansiaba sacar. Esto me pareció brutalmente familiar y me produjo muy amargas sensaciones.

«Acabo de sonar exactamente igual que mi padre...».

De todas las personas que existían en el planeta, justo tuve que decir lo que ese hombre mencionaría en un momento de enojo. Todos estos años me quejé en mi interior de cómo se comportaba, de cómo no analizaba las cosas antes de abrir la boca, de cómo me trataba cuando yo no tenía la culpa... Y yo estaba haciendo lo mismo que él.

Me pasé una mano por el rostro. Insultándole no iba a conseguir nada más que agravar el problema. Buscaba apoyarlo y lo único que hacía era hundirlo más. ¿Qué clase de persona era? El silencio que vino después fue muy incómodo, más porque supe que el error fue mío. Suspiré en busca de calma.

—Sabes que no quería decir eso... —Me acerqué a él con lentitud—. Perdóname, Matthew.

—No tienes por qué disculparte —añadió en voz baja—. Tienes razón con todo lo que has dicho.

Se talló el ojo moreteado con el dorso de la mano para secarse una lágrima que estuvo a punto de deslizarse por su rostro.

«Por favor, perdóname».

Volvió a pasarse los brazos por la cara entre maldiciones. Le disgustó llorar conmigo delante. Su rostro se enrojeció y la barbilla le tembló con ligereza; hizo todo lo que pudo para detenerse o hacer menos notorio su sollozo, pero no lo consiguió.

Se me hizo un nudo garrafal en la garganta y mi cabeza comenzó a doler. Acababa de meter la pata muy profundo, hiriendo a quien se suponía que intentaba ayudar. Necesitaba retractarme de mis palabras, de mis insultos, de mi forma tan insensible de tratarlo. Él tenía problemas y yo estaba complicándole la existencia añadiendo más donde antes no existían.

—Matty, perdón. —Acerqué mis brazos a los suyos para apartarlos de su cara. Cedió mucho más fácil de lo que creí.

No quiso conectar sus oscuros y humedecidos ojos con los míos. Posé ambas manos sobre sus mejillas y lo acerqué un poco a mí esperando que me viera y supiera lo serias que serían las siguientes palabras que soltaría.

—Acabo de sonar como mi padre. —De pronto ya no lo pude ver con demasiada claridad, pues las lágrimas se apoderaron de mi vista—. ¿Tienes idea de lo grave que es eso?

Sonreí con ironía en un intento de consuelo para que mis oraciones no sonasen tan malas como lo eran en realidad.

—Haz lo que yo hago cuando se enoja e insulta —Continuó sin mirar en mi dirección a pesar de lo cerca que le hablaba—: No tomar ni una palabra en serio.

Imitó mi gesto curvando los labios entre lágrimas que ya parecían cesar. Apoyó sus manos sobre las mías y se pegó un poco más a mi cuerpo. Sonreímos juntos aún con los ojos llorosos e irritados. Me sentí más tranquilo respecto a lo que acababa de suceder, ya que no se mostró molesto o verdaderamente herido por lo que exclamé en un golpe de enojo.

—Ahora dime qué sucedió. —Me aparté un poco.

Tomé su mano con cuidado y lo conduje a la primera fila, centrada al escenario, para que charláramos ahí. Al principio conversamos viendo hacia adelante, esperando que la comodidad del ambiente no se fuese tan rápido por lidiar frente a frente con el sufrimiento del otro.

—Papá estaba furioso. —Inició—. Pero solo por la cuestión académica.

Se rascó la cabeza y se inclinó un poco.

—Se preocupó cuando supo que salí durante la madrugada. —Pareció sorprendido mientras me lo decía—. Desde hoy va a empezar a recogerme en su auto todos los días. Él y mamá creen que me puedo escapar otra vez.

Este era el primer gran cambio. Dejaríamos de regresar juntos a casa, a mi casa. Sentí el vacío de su próxima ausencia. Ya no estaría gran parte del día conmigo, solo durante los ensayos. Me entristecí ante la decisión de su familia, ¿por qué su excesiva preocupación?

—Le temen demasiado a que vuelvas a escaparte. —Junté las cejas, sacando conclusiones precipitadas—. ¿Por qué? ¿Qué tan lejos te fuiste en aquella ocasión?

Matthew subió una pierna al asiento y recargó el antebrazo sobre su rodilla. Silbó antes de contestar, dándome a entender que la distancia había sido larga. Expresé mi ligero asombro, volteándolo a ver.

—Conseguí tomar un autobús con destino a una ciudad a doscientos kilómetros de distancia. —Sonrió como si estuviese feliz de recordarlo—. Pero la policía me encontró gracias a que los empleados de la estación les dijeron a dónde iba.

Si deseó huir de su hogar con tan solo doce años y casi lo consiguió, eso solo podía significar dos cosas: Que su situación familiar era delicada, o que su entrada a la pubertad le hizo ser muy rebelde. Cualquiera que fuese el motivo no le iba a preguntar. Aparte de sonar como un curioso entrometido, me desviaría de la razón principal por la que estábamos conversando. Nuestro presente me parecía más importante que un suceso de su pasado.

Nos quedamos en silencio unos cuantos segundos que me resultaron muy incómodos. Seguimos observando en dirección al escenario sin saber cómo continuar con la charla. Escuchamos los suspiros del otro y percibimos por el rabillo del ojo todos los pequeños y pocos movimientos.

—Se ve doloroso. —Me llevé el índice al ojo izquierdo e hice movimientos en círculos—. Sí que estaba enojado.

Matthew parecía no contar con el padre más paciente, tolerante y amoroso de todos, claro estaba. Imaginé qué tan difícil sería lidiar con una persona así en casa, pero no conseguí entender ni la mitad de aquellas malas sensaciones por las que seguro Matt pasó.

Mi padre ya me había golpeado una vez por el enojo de que me retirara del deporte. Tratando de hacer que reflexionara y cambiara de opinión, llegó a un punto de sumo coraje cuando no abandoné mi decisión de desertar. El seguir negándome le irritó tanto, que recordar los detalles de lo que sucedió después todavía me agobiaba.

—Entonces... ya no podremos volver juntos. —Agaché los hombros—. ¿Quieres que guarde tu bicicleta en mi garaje hasta que puedas pasar por ella?

Se metió las manos en los bolsillos y se deslizó por el asiento. Alzó la cabeza, decidido a conectar miradas para que me tomara en serio lo siguiente que diría:

—Es tuya, te la obsequio.

Me giré de inmediato, sorprendido e indignado. Coloqué ambas manos sobre uno de los descansabrazos y me incliné hacia él, frunciendo el entrecejo.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —No entendí qué conseguía regalándome la bicicleta que utilizaba todos los días.

—Eso. —Sonrió a medias y me pasó el pulgar por la mejilla—. Te regalo mi bicicleta. La necesitas más que yo ahora.

¿Qué significaba aquel regalo tan repentino? ¿Por qué estaba tan serio y seguro al respecto? Eso solo indicaba que ya no tenía motivos para pasarse por mi casa, pero me negué a aceptarlo.

—Déjame comprártela, al menos. —Ofrecí sin pensarlo. Era estúpido que una bici como la suya saliera gratis y sin pedirla.

—No.

—Matthew... —Llevó su índice a mis labios con una media sonrisa.

No cedió por más que le insistí y rechacé el repentino obsequio. Tendría que conservarla hasta que cambiara de opinión o yo me decidiera a meterla en su auto a la fuerza.

—Con esa bici vendrás a mi casa para sacarme por las noches. —Entrecerró los párpados—. Porque no soporto la idea de estar recluido por tanto tiempo.

Pedalear por horas iba a matarme, los metros no salían en la madrugada, tomar taxis me empobrecería gracias a la distancia entre nosotros. Que yo pudiera hacer lo mismo que él era mucho más complicado de lo que él creía. Pero solo por Matthew trataría de hacer el sacrificio.

—¿A qué acuerdo llegaste con tus padres? —Era hora de ir al grano. Entre más detalles añadiera, más sabría sobre lo mucho que aquellos castigos se interpondrían en nuestra relación.

Pensó por unos cuantos segundos antes de soltar las palabras adecuadas. Le di su tiempo, pero no demasiado, ya que no quería que se confundiera en mitad de su explicación o que cambiara las cosas con alguna más de sus mentiras.

Le golpeé el hombro para que se apresurara.

—Ellos ya sabían en qué consistía la obra escolar y los beneficios que me traería.

Pero después de enterarse de que estaba por reprobar el año, su padre explotó.

—Falté ayer porque estas heridas se veían muy mal. —Se tocó el moretón de la cara con la punta de los dedos—. Sé que se ven terribles todavía, pero en estas situaciones es difícil mantener el control.

Se examinó los dedos a contraluz y sonrió a medias, decidiéndose entre la felicidad y la tristeza. Al percatarse de mis disimuladas miradas hacia sus cicatrices y moretones, me tendió la mano izquierda para que le echara un vistazo más de cerca.

Dudé al principio, pero la curiosidad fue más fuerte que yo. Con mis manos sostuve la suya, tratándola igual que si fuera algún objeto costoso y frágil. Temí volver a lastimarlo. Agaché un poco la cabeza y observé con mayor detenimiento.

Las costras de los nudillos apenas estaban formándose, otro apretón y volverían a sangrar. Tenían un tono oscuro, igual que el de la sangre seca, pero algunas pequeñas partes aún brillaban por falta de curación. Lo toqué con las yemas de los dedos siendo cuidadoso y al final, antes de dejarlo tranquilo, me la llevé a los labios.

Se sobresaltó, ya que no miraba hacia mí cuando decidí besarle la mano. La quitó enseguida, apenado y asustado.

—No hagas eso. —Se debatía entre la risa y la vergüenza—. Todavía duele.

Su comportamiento me había parecido gracioso, tierno en cierta forma. Aquel gran problema que me llevó a realizar ese pequeño gesto no merecía risas o cursilerías, sino consuelo y apoyo. Me di cuenta de que me desviaba una vez más de lo que de verdad importaba.

—¿Qué golpeaste para terminar con las manos desechas? —Traté de ser serio.

—Obviamente la pared de mi habitación. —Después de todo, muchos adolescentes se descargaban así—. Aún no saben que la dejé llena de agujeros.

Se rio como si fuese gracioso. Yo en cambio, me preocupé. ¿Qué tan enojado tuvo que estar para aguantar tantos golpes y no percatarse de que se había excedido? A veces, Matthew asustaba.

—Al día siguiente volvimos a hablar. —Poco a poco su dolor emocional disminuyó, lo percibía en su voz, en sus ojos—. Y pudimos llegar a un acuerdo.

Pregunté de inmediato cuál fue, interrumpiéndolo.

—Tengo que pasar el año, no importa con qué calificación. —No parecía emocionado ni aliviado.

Si reprobaba, perdería las oportunidades académicas que la presentación de la obra ofrecía gracias a sus múltiples y prestigiosos invitados.

—Necesito que me soliciten las mejores universidades con una beca completa. —Suspiró y blanqueó los ojos—. Mis padres quieren que me luzca, que resalte, que dé el mil por ciento en el escenario.

Matt tenía que presentar a los 800 espectadores que era un prodigio de la actuación si deseaba conseguir una beca. Para un chico como él no iba a ser difícil, pero sí que se convertía en un reto para los que no queríamos ser la sombra de su talento.

Algunos nacen con ciertas habilidades que se pueden perfeccionar con la constancia y el gusto, otros más tenemos que esforzarnos incluso al triple para obtener resultados decentes. Matthew era mi mejor amigo y también el chico que me gustaba, pero no por esas razones iba a dejarme opacar por él.

Comencé a sentir la presión. La obra ya estaba ensayada casi en su totalidad, solo faltaban las escenas improvisadas que surgirían en escena sin previa y organizada planeación. ¿Cómo iba yo a mejorar si ya no tenía a mi lado al chico que siempre me ayudaba y aconsejaba?

La imagen y el nombre de una persona vinieron de golpe a la cabeza, respondiendo de inmediato a mis preocupaciones.

«Isaac Thompson».

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