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Capítulo 15

La ciudad era muy diferente cuando no había casi nadie en ella. Las únicas horas en las que apenas transitaban vehículos, no caminaba la gente ni estaban abiertas las tiendas y los negocios, era en la madrugada.

En un principio no estuve muy tranquilo, creí que me exponía a los peligros de un asalto, un secuestro o un asesinato. Era muy normal que tuviera miedo ante algo que nunca hice, así que permití que Matthew me guiara durante todo el trayecto por la ciudad que dormía.

Luego de que estuviésemos charlando muy poco, recostados en mi cama y rodeándonos con los brazos, él me pidió que saliéramos a dar un paseo en bicicleta. Solo que por primera vez me invitó a hacerlo a su lado y no de pie y apoyado en sus hombros.

Yo no tenía bicicleta porque no sentía que la necesitara, pero Briana sí. Era un poco pequeña, pero no me resultó molesto conducirla.

Ella siempre la dejaba en el jardín, cerca de la entrada principal porque paseaba por los alrededores del vecindario tras volver del colegio. No fue problema para mí tomarla e irme con Matthew hacia algún sitio desconocido a las tres de la mañana.

Al principio no me agradó la idea, pero él —como siempre— pudo convencerme con que solo lo haríamos esa noche. Cuando comenzamos a andar por la calle con pedaleos lentos y sin el aire congelándonos, me comentó que solía hacer estos recorridos con frecuencia.

Siempre iba a dar vueltas por la ciudad cuando no tenía sueño y regresaba a su hogar un par de horas después. Sin embargo, estando conmigo, no vi en él ganas de volver. Si decidía hacerlo en ese instante, no tendría tiempo de llegar sin que sus padres se percatasen.

—Es como un descanso de mí —Me contó al preguntarle por qué escapaba—, un descanso de todo. Veo los edificios, aprecio la oscuridad, aprovecho el silencio.

Era su concepto de libertad. Nadie estaba ahí para detenerle, molestarle o interrumpirle. Matthew afirmaba que la ciudad de madrugada era incluso más segura de lo que podría serlo en el día, más tranquila e impresionante.

En estos recorridos no llevaba su celular; se desconectaba completamente del mundo y se dedicaba exclusivamente al disfrute de su soledad.

Al decidir invitarme con él a pasar el rato de este modo, supe entonces que mi importancia en su vida era cada vez mayor. Poco a poco me metí en su círculo y él en el mío, en nuestros hábitos, en nuestros gustos, en nuestro propio hogar y con nuestras familias. Estábamos conociéndonos mucho más a profundidad; nos adentrábamos en la mente del otro... o eso creía.

Después de todo, uno nunca termina por conocer a alguien.

A los pocos minutos ya habíamos rebasado por mucho la estación del metro y dejado bien atrás mi vecindario. Mis ojos ya alcanzaban a divisar con claridad los grandes edificios y las pocas luces que emergían de su interior.

Era verdad que todo lucía mucho más encantador sin toda la gente y los autos. El ambiente brindaba un sonido tranquilo proveniente del viento y de algunos vehículos muy alejados de nosotros que pasaban de vez en cuando.

No conversamos demasiado mientras conducimos; era parte de estar atentos al camino y apreciar el paisaje nocturno que no todo el tiempo estaba ahí.

Sonreí y respiré profundo. Comencé a entender un poco el significado de la libertad de Matthew. Realmente se sentía en el entorno y en mi interior. Por mi cabeza no pasó el instituto, la obra, nuestro noviazgo oculto, el engaño del que éramos cómplices o el miedo, sino yo y solo yo. Mi felicidad, mis pensamientos, la sensación de estar vivo y la energía recorrer mi ser.

Cuando lo miré creyendo que también tendría las mismas expresiones que yo, me topé con todo lo contrario. Lo noté decaído, apagado y ausente.

—Matt, ¿qué pasa? —dije, nivelándome a su lado derecho.

El chico se sobresaltó, saliendo de su trance personal. Me miró por un segundo antes de regresar la vista al frente y sonreír a medias.

—Comienzo a arrepentirme de haber venido hasta acá. —Se rascó la cabeza—. Cuando mis padres vean que no estoy se van a volver locos. Será el fin de mi vida.

Yo se lo advertí, pero me ignoró.

—Puedes irte a casa, Matthew. —Le aconsejé—. Tal vez llegues cuando estén despiertos, pero al menos podrán saber que estás bien.

Pero él se negó rotundamente. Avanzamos unos cuantos metros por enfrente sin añadir nada más relacionado a aquel tema. Decidió asumir con su silencio toda aquella responsabilidad que más tarde le pesaría, esos regaños y futuras prohibiciones.

—Si te castigan no podrás venir a mi casa. —Por todos los medios intenté que dejáramos de seguir adentrándonos en la ciudad.

Antes de que pudiésemos ingresar a las avenidas principales y contemplar por encima de nuestras cabezas todos aquellos edificios, pasamos por un ancho y largo puente que se extendía sobre otra carretera.

—Por eso quiero aprovechar que estamos aquí lo máximo posible. —Frenó poco a poco y yo lo imité—. Si no puedo verte en las tardes por culpa de esto, por favor ven a verme tú.

La seriedad de sus palabras hizo que me pusiera un compromiso conmigo mismo de hacerlo. No se iba a ir a casa por más que intentara convencerle. Matt no se arrepentía de todas las decisiones que tomaba, fueran malas o buenas.

Nos bajamos de la bicicleta y la recargamos sobre la acera. Los dos nos acercamos al borde del puente para ver cómo se extendía el horizonte frente a los dos. Matthew se me adelantó casi trotando solo para treparse por encima del pretil de 40cm de grosor, arriesgándose de un modo que me resultaba terrorífico.

—¡Te vas a caer de ahí! —Busqué sostenerlo de alguna parte.

Me esquivó entre risas, burlándose de mi preocupación por él. Extendió ambos brazos a los laterales y se equilibró con ellos por el siguiente par de metros. Yo le seguí de cerca en la parte de abajo, sin dejar de llamarle. Si yo también me movía en su dirección podía tirarlo y obviamente no quería que eso sucediera.

—Matt, baja de ahí. Si alguien te ve creerá que quieres matarte. —Se detuvo solo para girar la cabeza en mi dirección y sonreírme de oreja a oreja.

—Todos vamos a morir. —Extendió el pie derecho al aire y se balanceó con el izquierdo a más de veinte metros de altura—. Pero solo unos pocos deciden cuándo.

Me puso de nervios tener que verlo comportarse así. Cuando realizaba un movimiento aparentemente arriesgado sobre aquella superficie, yo entrecerraba los párpados y deseaba fuertemente que nada le sucediera. Con el costado derecho de mi cuerpo rozando el pretil caminé a su lado, extendiendo el brazo para tomarnos de las manos.

—Sube. —Me jaloneó un poco para que le acompañara—. Desde aquí todo luce muy interesante.

Pero no quise.

—Vamos, tú me exigías de niño que trepara árboles. —Me tendió la otra mano—. No puedes ser el miedoso ahora.

Me dio justo en el orgullo. Su psicología inversa tuvo efecto y me di cuenta de ello cuando ya estaba de pie junto a él en aquellos límites del puente. Antes de caminar miré abajo por un momento para determinar qué tan alto era ese puente. Los veinte metros que se elevaban por encima del suelo podían matarme, definitivamente.

Permanecí quieto y temeroso. No comprendí de dónde sacaba tanta valentía para arriesgarse en lugares tan inseguros. Daba vueltas lentas, miraba hacia abajo asomando casi medio cuerpo y, además, se divertía. Para no quedarme atrás avancé un poco más rápido, pero siempre con cuidado.

Cuando lo alcancé, Matthew elevó los brazos y vio hacia la carretera que se extendía por debajo. Levantó la cabeza hacia el cielo y soltó un grito enérgico mientras sonreía.

—No tienes idea de lo bueno que le hace esto al alma. —Me dijo después de suspirar con gusto—. Sacas todo lo acumulado de golpe y empiezas de cero. Inténtalo.

Al principio su sugerencia me pareció ridícula, pero luego de hacerlo con casi todas mis fuerzas me percaté de lo equivocado que estaba. Me paré en la misma dirección que él, respiré hondo, elevé ambos brazos y me desahogué con un buen grito. Decir que se sintió muy bien era quedarse corto.

Nadie nos oía, nadie nos impedía alzar la voz a los cuatro vientos. Nos desquitábamos de la vida a máximo volumen, pero no llegaba a oídos de nadie que no fuera la persona junto a nosotros.

Lo hicimos un par de veces más y siempre nos reímos cuando el otro terminaba. Fue bastante divertido, relajante y también muy reconfortante. Había tantas cosas qué decir en voz alta, que me preparé poco a poco para desquitarme con la gran carretera vacía.

—¡Amo a Carven Devine! —exclamaron a mi izquierda un instante antes de que yo volviera a gritar.

Abrí los ojos por completo, absorto de lo que escuché. Mi cerebro sufrió una explosión que me impidió pensar y reaccionar por el siguiente par de segundos. Eso sí, fue bastante notorio el calor de mi cuerpo, el revoloteo de las mariposas internas, el cosquilleo y la presión del pecho, mis latidos a toda velocidad y el dolor ligero de cabeza.

Una serie de confusas sensaciones emergió de mis adentros. Unas pocas dolían, pero la otra gran mayoría me produjo una felicidad enorme que traté de disimular. Me pareció demasiado, mucho más de lo que yo esperé de su parte. Nadie —salvo mi familia— me había dicho que me amaba.

Entre aquellas proyecciones de cómo me imaginaba al amor de mi vida y al autor de esas palabras, jamás estuvo un hombre. El destino me sorprendió brindándome lo que yo llevaba tiempo ansiando: felicidad. Porque este no era un momento en el que sonreír fuera temporal o donde la alegría se esfumase pronto, sino que marcaba en toda mi existencia una pequeña felicidad permanente.

—¡Lo amo! ¡Lo amo! —Siguió diciendo, con los brazos extendidos.

Que lo repitiera dos veces más sirvió para que reaccionara. Completamente avergonzado, me giré en su dirección para asestarle un golpe en el hombro. Le exigí que se callara ante el repentino temor de que algún conocido acabara de escucharlo. Matthew entre risas y disculpas se bajó del pretil tras ver que no me detendría con los reclamos.

—Yo esperaba que también gritaras que me amas, Carven —mencionó, con una decepción disfrazada en broma.

¿Amar? La palabra en sí era muy fuerte. No a cualquiera se le podía decir ni tampoco soltarlo con facilidad. No me sentí completamente preparado para exclamarlo como él lo acababa de hacer; quizás tenía miedo de admitirlo.

Apreté los puños a los costados y suspiré para armarme de valor. No estaba obligado a hacerlo, obviamente, pero en mi interior surgió esa presión que me pedía que saldara la deuda con él expresando que también lo quería y que estaba muy feliz de tenerlo conmigo.

El aire frío agitó mis ropas y me alborotó el cabello. Eso sí, no consiguió que mis ojos se apartaran de él cuando le di la espalda a la carretera y volví hacia la seguridad del puente, donde se hallaba Matthew de pie.

«Vamos, Carven. Dilo...».

Las tres simples palabras "amo a Matthew" se me quedaron atascadas en la garganta. Mi mente dudó una y otra vez de si expresarle o no mis sentimientos. Al final, luego de notar que yo no podría imitarle, se volteó en silencio y regresó por su bicicleta.

«Se te va a ir la oportunidad...».

Matthew se preparó para comenzar a pedalear, no sin antes regresar la vista en mi dirección y sonreírme con aquella curva que tanto me cautivaba.

—Vamos, se hace tarde y no hemos recorrido el resto de la ciudad. —El silencio que se quedó al terminar la oración fue un tanto sepulcral.

Las corrientes del viento fueron lo único perceptible, no pasaron autos cerca ni hubo movimiento en los edificios. Todo pareció morir en cuanto él me dijo que continuáramos.

Matthew apoyó un pie en el pedal y avanzó antes de que la frustración y mis temores se redujeran.

—Yo... —No lo dije con suficiente fuerza, ya que no se detuvo de su lento pedaleo— ¡Estoy enamorado de ti, Matthew!

Frenó de golpe y se volteó para confirmar que no alucinaba. Como yo, se quedó perplejo y avergonzado.

—¡Me gustas! —No supe cuánto tenía que decirle para que creyera en mí, para que el dolor que le produjo mi silencio desapareciera—. ¡Quiero estar contigo siempre!

Más que gritarlo al aire, a la calle, a la dormida civilización, se lo grité a él. Nunca le expresé como tal mis sentimientos, simplemente permití que las acciones hablaran por mí antes de que las palabras lo hicieran. Cuando lo intenté en el pasado, lo dejé en un "tal vez" y nada le agradó esa dubitativa actitud.

—Solo espero que algún día... —Pero se me quebró la voz al intentar continuar.

Era frustrante, muy frustrante que no pudiera tener el valor suficiente para decirle al mundo que alguien me amaba y que deseaba ser feliz con él. Se me humedecieron los ojos y la barbilla me tembló. Bajé la cara para que no lo notara, pero evidentemente aquel acto lo hizo más obvio.

—Algún día... —Hice un intento por concluir—, no seas tú la única persona que escuche lo feliz que soy contigo.

Ese tan ansiado día parecía lejano, pero no imposible. Tenía que aguantar hasta entonces, hasta que ambos nos sintiéramos lo suficientemente seguros para expresar nuestros sentimientos abiertamente.

Dado que Matt no añadió nada a mis comentarios por culpa de la impresión, me monté en la bicicleta para alcanzarlo y hacerle volver en sí. Ya nivelados en la velocidad, charlamos de cosas tan triviales como el frío que hacía en primavera o lo enormes que eran los edificios de la ciudad. No vivíamos en una gran urbe, pero tenía lo suyo. Sobre nuestras cabezas se alzaban faroles altos de luces amarillas y los autos pasaban muy acelerados por en medio de la calle cada dos o tres minutos.

—Estuve pensando en lo de hace rato... —Finalmente retomó lo recién ocurrido—. Perdona si no hablé en ese momento, me tomó por sorpresa y no te dije que yo también me sentía muy feliz.

Sonreí a medias, conteniendo mi emoción y obligándola a quedarse muy en lo profundo de mí. Al final le comenté que todo estaba bien y que esperaba que así continuara por mucho tiempo. Ambos nos propusimos cumplir con nuestra parte para que la relación se prolongase mucho más, si no es que para siempre.

Ya dando las cuatro y media de la mañana y recorriendo muy bien las avenidas principales de nuestra ciudad con bastante gusto y admiración, decidimos volver a mi casa. Llegaríamos a vestirnos para ir al instituto sin minutos adicionales para dormir, pues el tiempo se perdió también durante el camino de regreso.

Al principio mis padres no supieron que Matt pasó la noche conmigo, tampoco que le tuve que prestar mi otro uniforme porque él no trajo el suyo. Nos alistamos en cuanto la alarma de mi celular sonó y traté de esconder a Matthew todo lo posible una vez que mis padres y Briana abrieron los ojos y se pasearon por la casa.

Le dije que por nada saliera de mi habitación hasta que la casa se desocupara, algo que funcionó muy bien porque nadie se enteró de su presencia.

Caminé hacia la escuela con pasos lentos una vez que nos quedamos solos. Él me alcanzaría minutos más tarde para que no nos vieran salir del mismo lugar. Ingresaríamos cotidianamente a nuestras clases y tendríamos un día común y corriente.

—Carven, sube aquí. —Matthew llegó con su bicicleta pasados esos minutos—. Yo te llevaré a la velocidad de la luz.

El cansancio de ir tan rápido por la calle fue casi tan notorio como su respiración. Recuperaba el aliento y se le notaba agitado, aunque no muriendo como hubiera sido en mi caso.

Accedí como siempre, me subí en la parte trasera y él pedaleó hasta el portón del instituto. Durante ese corto tramo de calle le pasé la mano por el cabello y se lo revolví con una sonrisa en los labios. Matthew solo me respondió una vez al apoyar por un corto instante su mano sobre la mía. Su gesto me aceleró el corazón y avivó mis pensamientos.

Sin embargo, no previmos que alguien nos estuviese esperando justamente en la entrada del instituto y en compañía de dos oficiales.

—No puede ser... —A Matt se le notó la completa irritación y molestia en la voz.

Él se frenó de golpe con cierta brusquedad y maldijo en voz baja. A nuestro encuentro llegó su madre con el gesto más preocupado que yo hubiera visto en una mujer. 

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