Capítulo 1
La fundadora de nuestro instituto era una gran dramaturga. Múltiples obras de su autoría se consideraban muy valiosas para los profesores y alumnos que estudiábamos ahí.
Cada año, los de segundo cooperaban para la representación teatral de una de sus cinco obras como proyecto final para sus materias extracurriculares. La obra que definiría a cada generación se seleccionaba con un sorteo sencillo y los resultados se anunciaban por el megáfono de las aulas.
Aquel año la ganadora fue "Boda y amistad", que contaba la breve historia de dos jóvenes inseparables y adinerados del siglo pasado que debían lidiar con la presión familiar de conseguir una esposa para continuar su importante legado.
Esta fue la única obra cuyo final su autora decidió no escribir. Su objetivo era que los intérpretes improvisaran el último acto y le dieran a la audiencia algo distinto con cada presentación. El no saber realmente cómo podría terminar la obra la volvía muy interesante.
Y ahí estaba yo, a tres sitios de audicionar para el papel protagónico del que, obviamente, no era el único aspirante.
Nunca participé en una obra escolar, ya que mi timidez y a veces pánico escénico provocaron que desistiera en numerosas oportunidades. Aún con ese inconveniente, apreciaba las obras de teatro, me gustaba verlas en escena y soñaba con participar en alguna.
Cuando una gran presentación venía a la ciudad, acudía a escondidas y bajo la excusa de que alguna amiga o conocida me había invitado. Era más fácil obtener el permiso de mis padres porque creían que estaría con una chica, cotilleando, besándonos o yendo más allá, hacia el supuesto orgullo de los hombres.
Pero una noche recibí la visita de un chico.
Eran las diez y estaba solo en mi habitación cuando tocaron el timbre. Mi familia no estaba y yo me quedé por estar ocupado en asuntos nada importantes. Al vivir en un vecindario tranquilo y no esperar visita alguna, fui a abrir pensando que al otro lado de la puerta me toparía con algún vecino. Sin embargo, me equivoqué. Era un compañero de mi instituto.
De mi altura, moreno, de cabello y ojos negros. Atractivo y simpático. Sonrió cuando lo recibí.
—Oye, mi novia me dijo que vas en nuestro instituto. —Lo miré de arriba abajo, confundido por su inesperada confianza—. La casa que está allá en la esquina es suya y está haciendo una fiesta. Vine a invitarte.
Keira Reagan era mi vecina desde que teníamos aproximadamente trece años. No hablábamos ni nos veíamos mucho por el vecindario, pero coincidíamos gracias a la amistad de nuestras madres y porque éramos compañeros de clase. En ese momento no pensé que el chico frente a mí fuese su novio.
—Gracias, pero estaba un poco ocupado. —Me excusé a la brevedad—. Tal vez llegue más tarde.
Las fiestas no eran mi lugar. No solía estar cómodo ni me gustaba mucho convivir con extraños.. Tampoco tomaba alcohol, no consumía drogas ni fumaba cigarrillos. En sitios así no me necesitaban.
«¿Por qué estás recordando eso ahora, Carven?».
Agité la cabeza, volví al presente y despejé mi mente de los recuerdos banales. No me di cuenta de que era el siguiente en audicionar hasta que tuve la puerta justo en mis narices.
Minutos después dijeron mi nombre en voz alta mientras un chico salía del auditorio con una gran sonrisa. Parecía confiado y conforme con su presentación, aumentando así mi nerviosismo. Antes de entrar respiré profundo, cerré los ojos, medité por un segundo. Este era el momento para probarme a mí mismo y a los demás que estaba hecho para el teatro, para algo que nunca hice pero que amaba desde hacía tiempo.
«Todo va a estar bien...».
Una vez que me hallé preparado, ingresé con calma y subí los escalones laterales para llegar al escenario resplandeciente. Me paré en medio con cierta timidez, pasando los brazos hacia adelante; vi frente a mí un paisaje encantador y motivacional.
Cientos de butacas azules se extendían como una ola gigantesca, aclamando en silencio por mi participación. Ya no me percibí como el espectador que siempre fui, sino como el mismísimo protagonista que tanto admiré en todas presentaciones a las que acudí.
Me sentí perteneciente al teatro, conectado, feliz. Ese era mi lugar, uno del que pronto descubriría todas sus maravillas.
—Buen día, joven Devine —pronunció la mujer sentada en el centro de la mesa de jueces—. Me alegra mucho tenerte aquí.
—El gusto es mío. —Sonreí con un tanto de inquietud.
Las tres personas en la mesa sonrieron conmigo.
—Bueno, primero cuéntanos, ¿por qué estás aquí? —Ella habló de nuevo.
La profesora Boulluch me impartía Literatura. Igual que a mí, le encantaba el teatro y siempre mostraba emoción cuando el proyecto de las obras teatrales se acercaba. Era muy apasionada y buena dirigiendo cada una de las obras, pero también se sabía lo exigente y meticulosa que era.
Tuve que hacer un resumen mental muy rápido de todas las razones que me trajeron hasta ahí. La respuesta no era corta, pero de solo pensarla se me agitó el corazón.
Porque me gustaba el teatro, porque era mi primera vez audicionando, porque quería desenvolverme en un escenario, sentirme como otra persona, recibir aplausos, tener confianza en mí mismo... Quería serlo porque, así, mis padres verían futuro en lo que más me apasionaba y me apoyarían.
—Nunca estuve sobre un escenario —dije, un poco tímido—. Y esta es una buena oportunidad de mostrarle a la gente que me gustaría hacer teatro durante mucho tiempo.
El calor se me subió un poco a la cara y ellos lo notaron. Maldije un poco a mi nerviosismo. Asintieron en silencio. La inexpresividad de sus rostros no me permitió saber si mi contestación era acertada o no.
—Bien, muéstranos una interpretación de Christopher y una de Thomas —dijo uno de los jueces, alzando su libreto—. Te permitiremos interpretar cualquier escena.
Junté las cejas, incliné un poco la cabeza. Me resultó inesperado que me pidieran actuar para dos personajes en la misma audición. No estaba muy preparado para ello y de vuelta me sentí nervioso. Me dije a mí mismo que me relajara y que, solo así, sería capaz de lograrlo.
Había repasado una escena en específico durante la última semana: la discusión entre los dos protagonistas por el inesperado romance y futuro casamiento de Christopher.
Practiqué y me metí en ambos papeles para mejorar mi interpretación de Christopher, el protagonista. Hacer también al personaje de Thomas sirvió para que no me desorientara en mis ensayos solitarios. Era hora de mostrar lo que hice durante esas prácticas.
Respiré profundo una vez más ante la mirada de los jueces, preparándome. Tenía que dar lo mejor de mí en este momento porque era el decisivo, el que determinaría si la actuación podía ser o no un talento mío, el futuro que quería para mi vida.
«Llegó la hora».
—Entonces, ¿deberemos dejar que nuestras familias controlen nuestros propios deseos? —dije en el papel de Thomas.
La personalidad de este joven siempre se vio opacada por la enérgica actitud de su mejor amigo. Era su sombra, la segunda opción, el que se presentaba después de él en cualquier lado. Thomas era como mi verdadero yo, un chico tímido para hablar e interactuar, pero entregado a todo con la mayor de las firmezas.
—Solo así podremos asegurar nuestra felicidad y la de nuestras familias. —Cambié de personaje tras una breve pausa. Sonreí como marcaba el guion, exageré los gestos y la forma de hablar al puro estilo de Christopher.
Chris era todo lo que yo necesitaba ser: una persona más activa, positiva, llamativa. Este hombre tenía todas las atenciones y era bastante querido gracias a su singular actitud. Tenía el corazón menos frío, le encantaba interactuar y a todos les parecía encantador.
«Era obvio que quisiera ser como él...».
Dije todos los diálogos correctamente, sin mirar demasiado al libreto. Hice mi mejor esfuerzo en todos y cada uno de mis movimientos, gestos y exclamaciones. Actuar de Chris me metía en el papel de alguien cuya personalidad distaba de la mía. Podía ser otra persona, imaginar que vivía en otra época, olvidarme por un momento de mí.
Además, tenía la oportunidad y la responsabilidad de darle vida a alguien, de traerlo más allá de las palabras, de darle un cuerpo y voz.
Y así, sintiendo la pasión y el sudor —por los intensos reflectores— correr por mi piel, pude finalizar con mi actuación alzando el rostro y soltando un alarido lleno de pesar hacía mí mismo, hacia Thomas y su evidente rendición ante la inminente separación de su mejor amigo. Porque él no era el mejor de los dos y quizás nunca lo sería.
Los nervios no se manifestaron hasta que terminé. Hice una reverencia final en dirección a los jueces, agradeciendo su atención y tiempo para evaluarme. Sus gestos no cambiaron mucho, pero no percibí tensión. Sonreí un poco por la repentina confianza que adquirí.
—Muchas gracias, Devine —dijo la profesora Boulluch con una media sonrisa—. Los resultados se darán el viernes; colgaremos una lista en la puerta del auditorio.
Durante tres días no pude dormir muy bien. Tenía tantas ganas de saber los resultados, que todas las noches me quedé pensando por horas en si realmente tendría una oportunidad. Ni siquiera me detuve en mis contrincantes por centrarme tanto en mí mismo.
O tenía el talento suficiente, o no.
Cuando llegó el viernes salí corriendo de casa y tomé el primer autobús que vi. Ni siquiera me di la oportunidad de despedirme de mi madre en la puerta. Me encontraba bastante emocionado, pues el gran día llegó y yo tenía que ser de los primeros en saber si había sido elegido protagonista o no.
Maldije un poco por la lenta velocidad del transporte. Subí el volumen de la música para poder concentrarme en las letras más que en mis pensamientos. El estómago y la cabeza me dolían con intensidad por los nervios, el estrés y el mal sueño. Todo por pensar y pensar sin cansancio en lo que creí que más definiría mi futuro.
Brinqué los escalones del autobús en cuanto se detuvo y corrí hacia el auditorio de mi instituto. Como era más temprano de lo normal, no hubo personas que se interpusieran en mi camino.
Atravesé corredores enteros sin detenerme ni un segundo a recobrar el aliento. Los latidos potentes de mi corazón se escucharon claramente palpitar en mis oídos, diciendo que parara por la agitación repentina. Nunca fui un prodigio del ejercicio por mis problemas de salud, pero por esto no iba a detenerme.
Seguí corriendo hasta llegar al último pasillo, ese que conectaba directamente con mi destino final. Ahí, en la puerta, aprecié perfectamente que la hoja de resultados que tanto estuve esperando ya estaba pegada. Continué avanzando sin parar, respirando ya con la boca abierta. Mi cuerpo pedía más aire del que podía brindarle en ese momento, pero ni siquiera me importó.
Ya frente a frente de la hoja, cerré los ojos. Deseé ver mi nombre en la parte más alta de la lista. Conté en retroceso del tres al cero para abrir los párpados y toparme directamente con lo que yo quería ver.
«Tres, dos, uno...».
Junto al nombre de Christopher no estaba el mío. Un tal Matthew Belmont se había quedado con el papel que yo tanto anhelaba.
Sentí que el mundo se me venía encima. Enmudecí. Vi todos mis esfuerzos tirados sobre el suelo como si no importasen nada.
Estuve al borde de llorar como parte de una derrota que no podía remediarse con mis lágrimas. Era doloroso no verme ahí, justo donde quería y donde me visualicé decenas de veces. Suspiré lento para contenerme. Era ridículo quebrarse por eso, por un sueño roto. ¿Acaso no existían más en mi vida y mejores a este?
Permanecí de pie un par de minutos más, asimilándolo. Y cuando estuve por darme la vuelta para marcharme con la autoestima sobre los suelos, una mano se asomó por mi hombro y apuntó directamente con el índice al papel que yo no conseguí.
—¡Sí! —exclamaron muy cerca de mí.
Quise ver quién estaba detrás, celebrando mi terrible e hiriente derrota. Giré a prisa, encontrándome con un rostro bastante familiar.
—Oye, yo te conozco —dijo cuando nos miramos fijamente, a una corta distancia—. ¡Eres el chico que vive a unas casas de la de mi novia!
«No puede ser...».
—Felicidades por el papel. —Su sonrisa fue tan amplia, que sus ojos se entrecerraron—. Estoy ansioso por trabajar contigo.
Arqueé una ceja, sin entender sus palabras en lo absoluto. Si estaba burlándose de mí, vaya persona más cruel. Quise hacerme a un lado para marcharme, pero su cuerpo estorbaba para que saliera rumbo a ningún lugar.
—Yo no quedé —solté con un poco de frialdad.
El chico de nuevo me tomó por ambos hombros y me giró para que viera nuevamente hacia la hoja. Odié que estuviera restregándome en la cara que mi nombre no estaba ahí.
—Claro que sí. —Volvió a alzar la mano y apuntar en la parte de los nombres de los alumnos—. Tú eres Carven Devine, ¿no?
Y acto seguido señaló mi nombre, que estaba justo por debajo del de ese tal Matthew. Me quedé sin palabras. Tal vez no iba a interpretar a Christopher, pero sí a Thomas. Al final iba a formar parte de la obra más importante de la preparatoria. Abrí por completo los ojos, no pude evitar sonreír.
—No es posible —dije en voz baja, sin creerlo todavía lo suficiente. Los ánimos regresaron.
De forma inesperada, el chico se lanzó sobre mí y me rodeó con ambos brazos. Me movió de un lado a otro con total alegría mientras yo estaba todavía sumido en mis pensamientos. Apenas le respondí el gesto.
—Y justo abajo está mi novia, Keira. —Finalmente me soltó, permitiéndome de nuevo respirar—. Es gracioso que tenga que enamorarme de mi propia novia y ser el mejor amigo de un extraño, ¿no te parece?
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