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Capítulo 3

Ayudo en los cultivos como si nada hubiera pasado. Mencionamos unas pocas veces lo ocurrido, pero no llega a interrumpir nuestras tareas. Las personas que tienen familiares en la Tierra hacen notar su tristeza, aunque es inevitable no sentirse así si países enteros fueron destruidos (a pesar de que no está confirmado). He tratado de apoyar a quiénes están sufriendo, pero, al no estar en la misma posición, es difícil conseguirlo.
Me mantengo concentrada en mis tareas cuando la alarma vuelve a sonar, estridente. Entra uno de los encargados de las transmisiones, con un grito que me cala hasta los huesos.
—¡Todos corran! ¡Es una emergencia! ¡Alerta roja! —nunca había escuchado un grito así, ni menos habían dicho "alerta roja". Corro junto a los demás, quiénes se ven evidentemente desesperados. La respiración irregular y la taquicardia se hacen presentes, por más que trato de mantenerme tranquila. Esto no parece ser como las demás veces.
Entro junto a los demás. Dentro encuentro a mi familia, la que está igual de asustada que yo.
—¿Saben qué ocurrió? —pregunto con la voz temblorosa a pesar de mis esfuerzos por no demostrarlo.
Mi abuelo niega con la cabeza y luego vuelve a agacharla. Nos acercamos todos mientras damos espacio a la gran cantidad de personas que llega.
Creo que en este poco tiempo ya están todos en los refugios. Debe ser algo realmente grave para que se hayan llenado tan rápido.
Las puertas se cierran, con un ruido estridente que ensordece las conversaciones de los que estamos adentro, las que no parecen querer detenerse por nada.
De pronto, se escucha un ruido muy fuerte que por poco no nos ensordece, y un temblor muy fuerte. Muchos gritan con el impacto, otros comienzan a llorar. La verdad, con el susto, no dejo de escuchar mis latidos y de tratar de estar preparada por cualquier cosa.
Se siente otro impacto, muy fuerte, llegar cerca de nosotros. Tiembla muy fuerte mientras nos agachamos para no caer con el movimiento. Mi madre llora en mi hombro, tratando de buscar protección. Me recuerda a cuando yo buscaba protección en ella, es hora de devolver la que siempre me dio. La abrazo mientras trato de tranquilizarla, destacando el hecho de que estamos bien, lo más importante ahora. Ella no parece relajarse con eso. Y quién no, si no sabemos por cuánto tiempo estaremos bien.
Seguimos por varias horas ahí, con la incertidumbre de que vuelva a ocurrir lo mismo. Un silencio sepulcral llena el refugio a pesar de la gran cantidad de personas aquí, quienes mantienen la cabeza abajo. Incluso los niños están en silencio, mirando hacia el frente en todo momento.
De pronto, uno de los encargados de las transmisiones se levanta, destacando entre todos, y abre las puertas. Se escuchan varias puertas más abrirse, la de los otros refugios. Por suerte, ya no hay nada que temer. A diferencia del evento anterior, ahora salimos en silencio y lentamente, si ninguna prisa por nada. Obviamente queremos saber lo que ocurre, pero el miedo parece estar ganando.
El encargado corre a una de las salas junto a los demás encargados. Camino hacia allá, junto a mi madre, quien no ha intercambiado palabra y no parece estar mejor.
Los encargados, para nuestra sorpresa, no tratan de obtener transmisiones de la Tierra sino de las salas lejanas en el planeta. Después de muchos intentos, logran obtener una.
—Hola, transmisión del área norte. ¿Me escuchan? —la voz del encargado ya refleja desesperación.
—Ho... hola, área sur, hemos detectado la caída de objetos no identificados en el planeta. Sospechamos que son meteoritos, lo estamos investigando. Solicitamos intento de comunicación con la Tierra, parece que tuvieron peor suerte —en cuanto dice eso, el encargado termina la transmisión y trata de obtener una con la Tierra.
En el intertanto, llegan varias personas, por no decir muchas, hasta la oficina. Ahora no dejan de gritar desesperados, seguramente por lo que se alcanzó a escuchar. Tuvieron que correr la voz entre los demás.
"¿Estamos seguros aquí?"
"¿Cómo está mi familia?"
"¿Qué ha pasado?"
"¿En qué estado se encuentra la Tierra?". Y varias preguntas más se escuchan entre las personas. Trato de responder algunas para dejar tranquilos a los encargados y hacer más expedito su trabajo. Después de varios minutos, se rinden al no conseguir una transmisión.
—¡Si quieren saber el estado en que se encuentra la Tierra —comienza hablando muy fuerte el encargado, logrando que la atención esté puesta en él y que los demás mantengan un poco de silencio—, tendrán que esperar a que demos la orden de utilizar el observatorio! Recuerden que no pueden salir por ningún motivo de esta área para alejarse hasta un buen lugar para observar, o se quedarán sin oxígeno y morirán
Las personas presentes asienten, conscientes de que lo que dice el encargado es cierto. Los encargados salen, dejando a la gran cantidad de personas inmóviles dentro de la oficina. Nadie parece querer salir, yo incluida, porque en cualquier momento podría haber un intento de comunicación, y es mejor estar presentes para cuando eso ocurra.
Después de unos minutos, decidimos salir junto a algunos que ya perdieron la esperanza, y nos encontramos con una gran cantidad de personas, todas muy juntas, recibiendo instrucciones de uno de los encargados.
—Debido al riesgo que tenemos de que caiga otro meteorito, o de que alguna estructura no esté firme debido al remezón, por hoy tienen la orden estricta de permanecer en los refugios. Los acomodaremos para que puedan pasar la noche de la forma más cómoda posible —los demás parecen aceptarlo de inmediato. Comienzan a entrar, en gran cantidad, hacia el refugio más cercano, en los que ya hay sacos de dormir instalados. Entramos a pesar de la curiosidad aún presente de estar en la oficina de transmisiones por si llega a haber comunicación, y nos asentamos en unos sacos de dormir. Reservamos algunos para nuestra familia, quiénes deben estar cerca.
—Más que lo que pase aquí, me preocupa lo que ocurra en la Tierra. Tú no naciste allá, yo tampoco, pero me siento parte de allá. Piensa que, si no fuera porque somos descendientes de un importante investigador, y porque también lo somos, estaríamos corriendo la misma suerte que allá. Tenemos suerte, mucha —dice mi mamá, las primeras palabras que intercambia con alguien después de lo ocurrido.
Estoy de acuerdo con ella, sobre todo en que tenemos suerte. Todos deberían estar aquí, no en un planeta que está muriendo. Sin embargo, que todos estén acá puede volver a ser la destrucción.

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