9: La Visita del Extraño
Desde que descubrimos la magnitud de lo que había detrás del filtro, la paranoia se convirtió en mi compañera constante. Revisaba cada rincón de mi apartamento, apagaba todos los dispositivos electrónicos antes de dormir, y aún así, no podía deshacerme de la sensación de ser observada. Algo había cambiado en el aire, una energía oscura y espesa que no me dejaba en paz.
Clara, por su parte, se estaba desvaneciendo ante mis ojos. Parecía más pálida y delgada cada vez que la veía. Sus ojos, antes vibrantes y llenos de vida, ahora estaban apagados, como si alguien hubiera apagado la luz detrás de ellos. Traté de hablar con ella, pero sus respuestas eran mecánicas, como si estuviera en piloto automático.
—"No necesitas preocuparte tanto, Kihara," me dijo un día, con una sonrisa que me heló la sangre. —"Todo está bien. El filtro solo muestra la mejor versión de mí misma."
No supe cómo responder a eso. Estaba claro que Clara ya no era ella misma, y cada vez que trataba de confrontarla, me alejaba más. Pero lo que más me inquietaba eran las fotos que seguía subiendo a sus redes sociales. Había algo perturbador en ellas. Un día, mientras las revisaba, noté que en cada una de ellas, si mirabas lo suficientemente de cerca, aparecía una figura borrosa en el fondo, observándola.
Aquella noche, mientras trataba de conciliar el sueño, el silencio de mi apartamento se rompió por el repentino sonido de una notificación. Me incorporé de golpe, el corazón latiendo con fuerza. Mi teléfono, que había dejado apagado, estaba encendido y mostrando un nuevo mensaje:
"Queda poco tiempo. Tienes que venir."
El remitente era desconocido, pero la ubicación que adjuntaba el mensaje me era familiar: la casa de Clara. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. Algo en mi interior me decía que no era una buena idea ir, pero no podía ignorar la posibilidad de que Clara estuviera en peligro.
Me vestí rápidamente y tomé un taxi hacia su dirección. Era pasada la medianoche y las calles estaban desiertas, lo que hacía que el viaje fuera aún más inquietante. Cuando llegué, noté que las luces de su apartamento estaban encendidas, pero no respondía a mis llamadas ni mensajes.
—Clara, soy yo, Kihara, —dije mientras llamaba insistentemente a su puerta. —¡Ábreme, por favor!
No hubo respuesta. Intenté girar el pomo y, para mi sorpresa, la puerta se abrió con un chirrido escalofriante. El apartamento estaba sumido en una penumbra que solo se veía interrumpida por el resplandor azul de su teléfono en la mesa de la sala. La habitación estaba helada, como si alguien hubiera dejado una ventana abierta en plena noche de invierno.
—Clara... —susurré, caminando con cautela por el estrecho pasillo.
De repente, un movimiento en mi periferia me hizo voltear bruscamente. Una sombra pasó fugazmente por el reflejo del espejo en la pared. Sentí un nudo en el estómago y una presión en el pecho que apenas me dejaba respirar. Continué avanzando, y entonces la vi.
Clara estaba sentada en su sofá, con la mirada fija en su teléfono. Sus dedos se movían con una rapidez antinatural, como si estuviera escribiendo algo a una velocidad que ningún humano podría alcanzar.
—Clara, ¿qué estás haciendo? —me atreví a preguntar, aunque mi voz salió más temblorosa de lo que hubiera querido.
Ella levantó la vista hacia mí, pero sus ojos no eran los suyos. Eran oscuros, vacíos, como si estuviera mirando a través de mí. Sonrió, pero fue una sonrisa torcida, casi grotesca.
—Ya está aquí, —susurró con una voz que no le pertenecía.
Antes de que pudiera reaccionar, las luces se apagaron de golpe, sumiéndonos en la oscuridad total. Mi instinto fue retroceder, pero algo me detuvo. Sentí un frío indescriptible que me paralizó, y en medio de la penumbra, escuché un susurro que venía de todas partes y de ninguna a la vez.
—Kihara...
Era una voz gutural, como si miles de susurros se fusionaran en uno solo. Busqué a tientas la linterna de mi teléfono y, cuando logré encenderla, lo vi. Una figura enmascarada estaba de pie en el umbral de la habitación, observándome con ojos que brillaban en la oscuridad.
Mi corazón se detuvo. Aquella figura no era un truco de la luz, ni una ilusión. Era real, y estaba cada vez más cerca. Intenté gritar, pero mi voz se quedó atrapada en mi garganta. Clara no se movía, seguía inmersa en su teléfono, como si nada de lo que ocurría a su alrededor la afectara.
Reuniendo todo mi coraje, me abalancé hacia Clara, sacudiéndola con fuerza.
—¡Despierta, Clara! ¡Tienes que reaccionar!
Pero no hubo respuesta. En cambio, su teléfono emitió un brillo intenso, cegador, y sentí como si la habitación entera se llenara de una energía que me empujaba hacia atrás. Caí al suelo, y cuando volví a levantar la vista, la figura enmascarada había desaparecido.
Todo se quedó en un inquietante silencio. Clara finalmente reaccionó, soltando su teléfono y mirándome como si acabara de despertar de una pesadilla.
—¿Kihara? ¿Qué haces aquí? —preguntó, confundida.
Intenté explicarle lo que había sucedido, pero todo sonaba tan surrealista que ni yo misma podía creerlo. Clara solo recordaba haber estado mirando el filtro, intentando "mejorar" su imagen. Parecía haber olvidado completamente lo que había dicho minutos antes, o el hecho de que había estado actuando como si estuviera poseída.
Esa noche, después de llevar a Clara a su habitación y asegurarme de que estuviera a salvo, tomé su teléfono. Algo me decía que las respuestas estaban allí, escondidas en el código de ese maldito filtro. Pero antes de que pudiera hacer algo, el dispositivo se apagó por completo, como si alguien, o algo, supiera que estaba tratando de desvelar sus secretos.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. No estábamos luchando solo contra un software, sino contra una fuerza que comprendía nuestros movimientos, nuestros pensamientos, y que no se detendría hasta conseguir lo que quería.
No podía imaginar lo que nos esperaba, pero una cosa era segura: el juego había cambiado. Y ahora, el enemigo estaba más cerca que nunca.
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