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8: El Forense Tecnológico



Después de aquella noche en el apartamento de Clara, el miedo había pasado de ser una sensación vaga y latente a una realidad tangible y aterradora. Clara no era la misma; su mirada estaba vacía, como si algo hubiese robado parte de su esencia. Y aunque logramos sacarla de su apartamento, su mente parecía atrapada en un lugar al que yo no podía acceder.

Esa mañana, después de no haber pegado ojo en toda la noche, llamé a Leo. Necesitábamos respuestas, y él era el único que podía ayudarme a obtenerlas.

—"Kihara, tenemos que hablar con alguien que entienda de tecnología a un nivel más profundo," me dijo, su voz cargada de preocupación. —"Conozco a alguien, un forense tecnológico que solía trabajar desmantelando software malicioso para el gobierno. Si hay algo que se pueda descubrir sobre este filtro, él es el indicado."

No pasó mucho tiempo antes de que Leo y yo estuviéramos en camino hacia un viejo taller en las afueras de la ciudad, donde vivía el hombre al que solo conocían como El Forense. Mientras conducíamos, Leo no dejaba de mirarme con el ceño fruncido.

—"¿Cómo está Clara?" preguntó, rompiendo el tenso silencio.

—"No bien," respondí con un suspiro. —"No puedo sacarla de esa casa, no puedo ni siquiera convencerla de apagar el maldito teléfono. Está obsesionada, como si algo o alguien la tuviera atrapada."

Leo apretó el volante con fuerza, su mandíbula apretada reflejaba su frustración.

—"Eso suena a algo más que una simple adicción a las redes sociales. Vamos a obtener respuestas, te lo prometo."

Llegamos al taller, una construcción abandonada y oscura que parecía haber visto mejores días. El letrero de neón que colgaba en la entrada parpadeaba intermitentemente, dándole un aire aún más lúgubre al lugar. Nos recibió un hombre de aspecto desaliñado, con gafas gruesas y barba de días, que respondía al nombre de Mateo.

—"¿Qué traen aquí, un virus más de esos que rondan por internet?" preguntó, con una risa seca mientras nos conducía hacia su oficina llena de pantallas y cables enredados.

—"Ojalá fuera solo eso," murmuró Leo, sacando su laptop y conectándola a una de las estaciones de trabajo de Mateo.

Pasaron horas mientras Mateo analizaba el código del filtro con una precisión que solo alguien con su experiencia podía tener. La pantalla mostraba líneas y líneas de código, fluyendo como un río infinito de caracteres que solo él parecía entender.

—"Aquí hay algo extraño," murmuró, frunciendo el ceño mientras se ajustaba las gafas. —"Este filtro está recopilando mucha más información de la que debería."

Leo y yo intercambiamos una mirada preocupada.

—"¿A qué te refieres?" pregunté.

—"Los filtros de las redes sociales suelen recolectar datos básicos: coordenadas faciales, proporciones, nada demasiado intrusivo," explicó Mateo. —"Pero esto... esto va mucho más allá. Está capturando patrones biométricos en tiempo real, incluyendo respuestas emocionales, dilatación de pupilas, y hasta lo que parece ser... patrones de ondas cerebrales."

Un silencio helado se apoderó de la sala. No podía creer lo que escuchaba.

—"Eso es imposible," balbuceé. —"¿Qué haría Snapchat con algo así?"

Mateo me miró con una expresión grave.

—"No es Snapchat quien está detrás de esto, o al menos no oficialmente. Este código tiene rastros que no coinciden con su firma de desarrollo. Es como si alguien hubiera insertado un troyano dentro del filtro. Algo que busca algo más que simples selfies."

En otras circunstancias, me hubiera muerto de la risa. Pero no es el momento.

Leo se inclinó hacia adelante, su rostro se veía tenso.

—"¿Puedes rastrear de dónde viene ese código añadido?"

Mateo se quedó en silencio unos segundos, sus dedos bailando sobre el teclado con rapidez. La pantalla se llenó de datos, rutas de servidores y direcciones IP que iban saltando de un país a otro.

—"Están usando una red de servidores proxy para ocultar su origen," dijo, su voz grave. —"Pero si tuviera que adivinar... esto tiene toda la pinta de una operación a gran escala, tal vez incluso un experimento."

Me sentí mareada, como si el suelo se deslizara bajo mis pies. Un experimento... ¿con qué fin? ¿Qué clase de entidad podría estar interesada en recopilar datos biométricos de miles, si no millones, de usuarios?

De repente, un sonido agudo llenó la habitación, un pitido que parecía venir de una de las pantallas de Mateo. Parpadeando en rojo, un mensaje apareció:

"Sabemos que estás husmeando. Deja de intentar detenernos."

Los ojos de Mateo se abrieron como platos.

—"Mierda... Nos están rastreando," exclamó, desconectando su sistema de la red en un intento desesperado por proteger sus datos.

Leo y yo retrocedimos, sintiendo que algo oscuro y malintencionado había cruzado el umbral de aquella habitación. La amenaza no era solo digital; se sentía real, presente, como si algo nos estuviera observando desde las sombras.

—"¿Qué hacemos ahora?" pregunté, mi voz temblando.

Mateo, aún pálido, se volvió hacia nosotros.

—"Esto no es un simple virus o software malicioso. Algo o alguien está usando este filtro como un medio para entrar en contacto directo con los usuarios. No sé si es una inteligencia artificial o algo mucho peor, pero lo que sea, no tiene buenas intenciones."

Salimos del taller de Mateo sintiendo el peso de lo que habíamos descubierto. Mientras caminábamos hacia el coche, Leo me detuvo.

—"Kihara, estamos en terreno peligroso. Si esta cosa puede rastrear incluso a un experto como Mateo, entonces tenemos que ser muy cuidadosos."

Asentí, aunque el miedo me quemaba el estómago. Sabía que no podía detenerme ahora. Clara estaba en riesgo, y si había una forma de salvarla, teníamos que descubrirla antes de que fuera demasiado tarde.

Esa noche, mientras me preparaba para volver a casa, recibí un mensaje desde un número desconocido:

"Estamos más cerca de lo que crees. No juegues con fuego, Kihara."

Sentí que mi garganta se cerraba. Había pasado de ser una simple investigadora curiosa a una amenaza para alguien, o algo, que no iba a detenerse hasta silenciarme.

Sabía que ya no había vuelta atrás. La vida de Clara y la nuestra dependían de que descifráramos el oscuro secreto que se escondía detrás de ese filtro maldito. Pero la pregunta que me atormentaba era: ¿llegaríamos a tiempo?








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