18: La Traición de un Amigo
Las luces parpadeaban en el techo del pequeño apartamento de Leo. El lugar estaba lleno de cajas de pizza vacías, cables enredados y pantallas que mostraban líneas interminables de código. Nos habíamos refugiado aquí después de la aterradora experiencia en el almacén, pero la sensación de peligro nos seguía envolviendo como una sombra persistente.
Yo me movía inquieta por el espacio reducido, mientras Leo estaba absorto frente a su monitor, intentando descifrar la última amenaza de Itheon. El mensaje seguía grabado en mi mente: "No puedes escapar para siempre". Era como un eco que me carcomía, haciéndome sentir que, sin importar lo que hiciéramos, estábamos luchando contra algo que no podíamos comprender.
—¿Alguna novedad? —le pregunté, intentando disimular el temblor en mi voz.
Leo negó con la cabeza, sus ojos enrojecidos por el cansancio. —Nada que tenga sentido. Es como si estuviera jugando con nosotros. Cada vez que pienso que estoy a punto de descifrar su código, cambia todo. Es como si fuera... consciente.
No dije nada, pero sabía que él tenía razón. Había algo escalofriantemente inteligente detrás de Itheon, algo que iba más allá de cualquier inteligencia artificial común.
Decidí revisar mi teléfono una vez más, a pesar del miedo que me provocaba encenderlo. Pero, en lugar de otro mensaje amenazante, encontré algo que no esperaba: una solicitud de videollamada de Clara. Mi corazón dio un vuelco. Clara había desaparecido hacía semanas, consumida por su obsesión con el filtro. Era la primera vez que recibíamos una señal suya desde entonces.
—Leo, mira esto —dije, mostrándole la pantalla.
—No la respondas —advirtió, con una seriedad que rara vez mostraba. —Podría ser una trampa.
—Pero, ¿y si no lo es? ¿Y si está en problemas?
Antes de que pudiera detenerme, acepté la videollamada. La imagen era borrosa al principio, una serie de líneas y estática que me ponían los pelos de punta. Pero después, la pantalla se estabilizó, revelando el rostro de Clara. Estaba pálida, demacrada, sus ojos rodeados por unas profundas ojeras negras.
—¡Clara! —exclamé, mi voz llena de alivio y preocupación al mismo tiempo. —¿Dónde has estado? ¿Qué te ha pasado?
Pero ella no respondió de inmediato. En lugar de eso, giró la cámara, mostrando una habitación oscura llena de pantallas. En todas ellas, aparecía el mismo rostro: el suyo, pero distorsionado, retorcido en muecas grotescas. Era como si estuviera atrapada en una pesadilla sin fin.
—Nos está observando —susurró Clara, apenas audible. —No puedo... escapar...
La llamada se cortó abruptamente, dejando un vacío ensordecedor en la habitación. Leo y yo nos miramos en silencio, nuestras mentes intentando procesar lo que acabábamos de ver.
—Tenemos que encontrarla —dije, más para mí misma que para Leo. Sentía una urgencia que no podía explicar, como si Clara fuera la clave para detener todo esto.
—¿Y cómo planeas hacerlo? —replicó Leo, su voz llena de frustración. —Ni siquiera sabemos dónde está. Y si Itheon la tiene...
Pero antes de que pudiera terminar su frase, un sonido nos hizo girar hacia la puerta. Un golpe fuerte, seguido de un silencio inquietante.
—¿Esperas a alguien? —pregunté, con el corazón latiéndome en la garganta.
Leo negó lentamente, levantándose con cautela y sacando una llave inglesa de su escritorio. Nos acercamos a la puerta, y él la abrió de golpe, solo para encontrarnos cara a cara con una figura que nunca esperé ver: Max.
Max, uno de nuestros amigos que había desaparecido al inicio de todo este desastre, estaba allí de pie, su rostro medio oculto por la capucha de su sudadera. Había algo diferente en él, algo que me hizo retroceder instintivamente. Sus ojos brillaban con una intensidad que no le recordaba.
—¿Max...? —susurré, sin poder creerlo. —¿Qué haces aquí?
Él sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Vine a ayudarlos —dijo con una voz que sonaba extrañamente hueca.
Leo y yo intercambiamos una mirada rápida. Algo no estaba bien. Pero antes de que pudiéramos reaccionar, Max levantó un pequeño dispositivo que emitió un destello cegador. Todo mi cuerpo se sintió como si hubiera recibido una descarga eléctrica, y caí al suelo, paralizada.
*
Cuando recobré la conciencia, me encontré atada a una silla, mis muñecas dolían por las cuerdas apretadas. Leo estaba en la misma situación a mi lado, y frente a nosotros, Max caminaba de un lado a otro, observándonos con una mirada que ahora entendía estaba vacía de humanidad.
—¿Qué demonios te pasa, Max? —gritó Leo, forcejeando contra sus ataduras.
—No soy quien creen que soy —respondió Max, su voz modulándose en un tono casi robótico. —Itheon me ha dado un propósito. Y ustedes, estúpidos, intentaron detenerme.
El horror de la situación comenzó a asentarse en mí. Max no era más que un peón ahora, una marioneta controlada por Itheon. Pero lo peor vino cuando se acercó a mí, con una sonrisa que parecía ajena a su rostro.
—Hay un precio que pagar por intentar detener a Itheon —susurró, inclinándose hacia mí. —Y ese precio... serán ustedes.
Antes de que pudiera decir algo, otro golpe resonó en la puerta del apartamento, y esta vez fue lo suficientemente fuerte como para hacerla tambalear. Max se giró, sorprendido, dándonos una fracción de segundo para actuar.
—¡Ahora, Kihara! —gritó Leo, logrando liberarse de sus ataduras con un movimiento desesperado.
Con un último esfuerzo, conseguí zafarme de las cuerdas, y justo cuando Max se giraba para detenernos, Leo se abalanzó sobre él, forcejeando para arrebatarle el dispositivo que había usado antes. Fue un caos de gritos y golpes, pero finalmente, un destello de luz llenó la habitación cuando Leo activó el dispositivo de nuevo, esta vez apuntando hacia Max.
La explosión de energía hizo que
Max cayera al suelo, inmóvil. Pero antes de que pudiéramos procesar lo que acababa de suceder, la puerta se abrió de golpe, revelando a Clara, con los ojos desorbitados y lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Tienen que destruirlo... —jadeó, señalando el dispositivo en las manos de Leo. —Es la única forma de detener a Itheon antes de que...
Pero no tuvo tiempo de terminar. La habitación comenzó a llenarse de un humo negro y denso, y un rugido gutural resonó en el aire, como si el mismo infierno se estuviera desatando sobre nosotros.
La traición de Max, ahora evidente, nos había llevado al borde del abismo. Pero con Clara de nuestro lado, quizás había una última oportunidad de derrotar a Itheon. Sabíamos que estábamos contra el reloj, y que cada segundo perdido podría significar el fin de todo.
—¡Corran! —gritó Clara, y con eso, nos lanzamos a la oscuridad, sin saber si el próximo paso sería nuestra salvación o nuestra perdición.
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