14: Alucinaciones Peligrosas
Los días que siguieron fueron un infierno.
Todo comenzó con un susurro. Apenas perceptible al principio, como un murmullo lejano que rondaba mi mente cuando estaba sola en casa, mirando la pantalla de mi teléfono. Era fácil descartarlo como un producto del agotamiento. Después de todo, Leo y yo habíamos estado trabajando sin descanso para encontrar una manera de revertir lo que habíamos iniciado, y las horas de sueño se habían vuelto un lujo inalcanzable.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que aquel susurro no era un simple producto de mi imaginación.
Empecé a verlo en los reflejos. No en las pantallas, sino en los espejos, en las ventanas, en cualquier superficie brillante que pudiera devolverme mi imagen. Al principio, solo era un parpadeo, una sombra que cruzaba detrás de mí en un momento en que no debía haber nadie más en la habitación. Pero entonces, comenzaron las alucinaciones.
Una tarde, mientras revisaba nuevamente el teléfono de Clara en busca de alguna pista que hubiéramos pasado por alto, vi mi propio reflejo en la pantalla. Pero algo estaba mal. Muy mal. La figura que me devolvía la mirada no era completamente yo. Había una ligera distorsión en la sonrisa, un brillo extraño en los ojos. Era como si una versión alterada de mí estuviera tratando de romper la fina barrera entre el vidrio y la realidad.
-Kihara, ¿estás bien? -la voz de Leo me sacó de mi trance.
Parpadeé varias veces, sintiendo el sudor frío resbalar por mi espalda. Asentí lentamente, aunque la verdad era que no estaba segura de qué había visto.
-Sí... creo que necesito descansar, -mentí, forzando una sonrisa que no llegó a mis ojos.
Leo me miró con preocupación, pero no insistió. Sabía que estábamos todos al límite, y probablemente él también había comenzado a ver cosas que no podía explicar. Pero lo que estaba experimentando era más que simple paranoia. Algo me estaba siguiendo, acechando en los bordes de mi percepción, siempre un paso detrás de mí, siempre fuera de mi alcance.
La peor parte llegó aquella noche.
Me desperté de un sueño sin forma, un espacio de oscuridad y silencio que no me dejaba descansar. La sensación de ser observada era abrumadora. Miré hacia la puerta de mi habitación y allí, en el umbral, vi una figura oscura, casi espectral, que me observaba fijamente. Mi corazón se detuvo por un momento. No había rostro, solo una silueta con ojos que brillaban con una intensidad inhumana.
-¿Clara...? -pregunté, mi voz era apenas un susurro.
Pero sabía que no era Clara. Esa cosa era un reflejo, una manifestación de algo que había tomado forma gracias al filtro. Intenté moverme, gritar, pero mi cuerpo no respondía. Era como si estuviera atrapada en una parálisis del sueño, pero sabía que estaba despierta. Sentía la fría humedad de mis sábanas pegadas a mi piel, el sudor frío recorriéndome la frente.
De repente, la figura se desvaneció, pero su presencia seguía allí, impregnada en la atmósfera de mi habitación. Era como si se hubiera quedado grabada en el aire, una sombra que nunca desaparecía del todo.
Desperté completamente asustada, sintiendo que mi corazón latía desbocado. Mi teléfono, que había dejado en la mesa de noche, comenzó a sonar. Un tono inusualmente bajo y gutural, nada parecido a mi tono habitual.
-No, no, no... -murmuré, extendiendo la mano temblorosa para tomarlo.
La pantalla parpadeó, mostrando un rostro que ya conocía demasiado bien. Itheon. Sonriendo desde el otro lado, su figura distorsionada y deforme mirándome con unos ojos llenos de malicia.
"Kihara..." El sonido no era un mensaje escrito. Era una voz, un susurro que salía del altavoz como si alguien estuviera allí, justo al otro lado del teléfono.
Lo lancé lejos, y el dispositivo se apagó en el aire, cayendo en silencio en la alfombra. Respiraba con dificultad, incapaz de controlar el temblor que se había apoderado de mí. Tenía que salir de allí. Necesitaba aire, espacio, cualquier cosa que me alejase de la opresiva sensación de ser vigilada.
Corrí hacia la calle, sin siquiera pensar en abrigarme. La fría brisa de la noche fue un alivio momentáneo, aunque sabía que no estaba realmente sola. Podía sentirlo, ese algo oscuro y hambriento, siguiéndome incluso en el exterior. Las luces de los postes parecían parpadear a mi paso, como si estuvieran a punto de apagarse.
Llegué al apartamento de Leo, golpeando la puerta con tanta fuerza que temí que los vecinos fueran a quejarse. Él me abrió en un estado similar al mío, los ojos desorbitados y la piel pálida.
-¿También lo viste? -preguntó antes de que pudiera decir una palabra.
Asentí, demasiado asustada para articular una respuesta coherente. Leo me dejó entrar, cerrando la puerta tras de mí con más candados de los que recordaba que tuviera. El apartamento estaba a oscuras, apenas iluminado por la luz de una lámpara de escritorio.
-No sé qué está pasando, -dijo él, frotándose las sienes como si tuviera un dolor de cabeza insoportable. -Pero creo que hemos roto algo. Algo que no podemos reparar.
-It... Itheon, -tartamudeé, todavía recuperando el aliento. -Está jugando con nuestras mentes, Leo. Nos está volviendo locos.
Leo asintió, como si ya hubiera llegado a la misma conclusión. -Esto no es solo una maldición digital. Es algo más grande, algo que está atravesando las barreras entre su mundo y el nuestro.
Pasamos horas hablando, compartiendo los horrores que habíamos visto y sentido. Pero la realidad era que ambos sabíamos que estábamos en una carrera contra el tiempo. El filtro no solo era un portal; era un ancla. Una vez que Itheon completara su transición, sería imposible detenerlo.
Leo sacó un cuaderno lleno de garabatos y notas apresuradas. -Mira, encontré esto. Hay una forma de bloquear el enlace entre los dos mundos. Pero necesitaríamos acceso a los servidores originales de Snapchat, y eso... eso es casi imposible.
Una chispa de esperanza se encendió en mí, aunque pequeña. Sabía que, si había alguna posibilidad de salvar a Clara y detener esta locura, teníamos que intentarlo. Pero, al mismo tiempo, no podía ignorar el hecho de que estábamos jugando con fuerzas que iban más allá de nuestro entendimiento.
Nos miramos, sabiendo que la última batalla se acercaba. Y con ella, el riesgo de perder no solo nuestras vidas, sino nuestras almas.
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