8. Mal augurio
Hansel
—Pensé que nos tomaría mucho más tiempo encontrarla —dijo Jaya—, estos magos no saben que el encantamiento Fidelio está ya obsoleto. Vengan acá y lean esto.
Todos hicieron un círculo alrededor de su líder mientras ella sacaba un papel arrugado y manchado en sangre; todos leyeron el contenido de la carta y como si de un sueño despertasen, ante ellos apareció una mansión cuyo dueño era su objetivo de esta noche.
La luna alumbraba la edificación como si de un reflector se tratase, y la selva que la rodeaba fuera el escenario. Quien pensaría que en medio de la exuberante selva de Kerala se ocultaba una majestuosa mansión que pareciera haber sido abrazada por la naturaleza misma. Sus techos de tejas de terracota, amplías verandas y detalles de madera intrincados la hacían mezclarse perfectamente con el entorno, como si hubiera brotado de la tierra misma.
Tenía el perímetro rodeado por un muro no mayor de 3 metros de losas y madera, y en sus esquinas un par de torres de madera y piedra tallada, puestos de vigilancia sin duda, sin embargo, estaban vacías. El único ruido era la sinfonía natural de la selva, el cantar del viento y el susurro de los insectos; eran los protagonistas de aquella noche.
—¿Tienen los anillos de comunicación, cierto? —. Los chicos asintieron—. Bien. Hansel, Cris, rodeen la mansión y vayan por detrás. Lin y yo iremos por el frente. Phillip cúbrenos— ordenó Jaya, y los chicos avanzaron.
Phillip se trepó a un árbol donde dejo su pesada mochila en una rama, y desde ahí saltó hacia la luna. De pronto su piel se desprendió para dar paso a largas plumas marrones, sus brazos se alargaron para convertirse en alas, sus pies en garras, su cabeza se alargó para dar paso a un pico curvado. De un instante a otro, donde había un chico se encontraba un halcón del tamaño de una persona. Las alas marrones y majestuosas se extendieron y, con un aleteo poderoso, se elevaron en el aire perdiéndose en el cielo nocturno.
—Siempre me sorprendo cada vez que lo veo—dijo Hansel asombrado.
—Andando —le apresuró Cris.
No les fue fácil llegar a ponerse a la espalda de la edificación, teniendo que sortear troncos, lodo, piedras y algunas serpientes; iluminados solo por la luna y en completo silencio. Cuando al fin llegaron, escalaron el muro de piedra que rodeaba la mansión encontrándose con un patio. El lugar estaba desierto, cubierto de maleza y escombros, como si nadie hubiera puesto un pie allí en años.
—Este lugar me da escalofríos —dijo Hansel, mirando de un lado a otro.
—Eres un miedica, tanto miedo te dar estar a poca luz —contestó Cris riéndose.
—Cállate y busca el tesoro —respondió Hansel molesto.
Cris agitó su capa y entre sus pliegues sacó una pequeña cadena de hierro la cual en su extremo tenía un cristal blanco en forma de romboide. La acercó a sus labios y le susurró: "Muéstrame". Agarró la cadena entre sus manos y el cristal empezó a oscilar hasta detenerse y apuntar a una dirección en concreto.
Ambos siguieron el camino que apuntaba el péndulo, hasta que el cristal volvió a obedecer las leyes de la gravedad.
—Aquí —dijo Cris.
Hansel desenvainó su cuchillo, su hoja brillaba tenuemente bajo la luz de la luna. Y con un movimiento decidido, lo clavó en la tierra justo donde indicaba el péndulo.
Al instante, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar. Un sonido profundo, como un susurro antiguo, surgió de las profundidades de la tierra. Hansel recogió su daga y junto a Cris retrocedieron un paso. Entonces, con un crujido seco, el suelo se partió. La tierra se separó como si una puerta invisible hubiera sido desbloqueada, revelando un camino oscuro que descendía en espiral hacia lo desconocido. El aire que salió de la abertura era frío y denso, cargado con el olor a piedra y humedad.
—Lo tenemos —dijo Cris—. Espero que haya algo buena esta vez.
Con un último vistazo hacia el cielo estrellado, se adentraron en el pasadizo, sus pasos resonando en la estrecha escalera de piedra que descendía en espiral. La oscuridad los envolvió poco a poco y la sensación de estar siendo observados crecía con cada paso que daban. Cuando finalmente llegaron al final, el pasadizo se abrió a una vasta cámara subterránea, pero el lugar era tan oscuro que apenas podían distinguir sus propios pies.
Hansel metió la mano en el interior de su chaqueta y sacó un pequeño frasco de vidrio lleno de un polvo plateado. "Esto debería ayudarnos" pensó.
Cris lo observó con curiosidad mientras Hansel desenroscaba la tapa y tomaba una pequeña cantidad del polvo entre sus dedos. Con fuerza lanzó el polvo al aire. Al instante, el polvo comenzó a brillar, llenando la cámara con una luz suave y cálida que iluminó todo a su alrededor.
Pero lo que reveló les hizo contener el aliento.
A lo largo de la enorme cámara, alineadas en filas, había grandes jaulas de hierro. Dentro de cada una de ellas figuras se movían y gemían, atrapadas en la penumbra. Al acercarse, la luz reveló que se trataban de niños de ojos grandes y asustados, flacos y vestidos con ropas desgastadas y raídas. Eran de diferentes edades y de ambos sexos, diferentes razas, pero todos con la misma expresión de miedo.
En las otras jaulas había duendes con rostros arrugados, centauros con heridas por todo su cuerpo, incluso había un gigante, pero por su tamaño Hansel supo que se trataba de uno muy joven. También había animales de todo tipo, desde lobos, hipogrifos, unicornios y hasta criaturas que nunca habían visto.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Cris, su voz temblaba por la mezcla de horror y compasión que sentía al ver a los prisioneros.
Hansel no respondió de inmediato, aun estaba asimilando lo que veía. En cada jaula, las criaturas estaban encadenadas, algunas dormidas o inconscientes, otras gimiendo en voz baja, y otras observando a los recién llegados con una mezcla de esperanza y temor.
—Es una prisión —dijo Hansel—. El maldito ha estado ocupado.
Cris se acercó a una de las jaulas donde un niño pequeño estaba acurrucado en un rincón, sus ojos grandes y asustados la miraban con desconfianza. Uno de ellos se acercó a los barrotes y extendió su mano hacia Cris, ella la tomó.
—Tenemos que sacarlos de aquí —dijo con voz decidida.
—Primero debemos avisarle a los demás, tendremos que cambiar los planes, quizás hasta pedir refuerzos —asintió Hansel. Al final Jaya tenía la última palabra, pero sabía que no se quedaría de brazos cruzados.
"Cris, Hansel, ¿me copian?"
Una voz resonó en su cabeza. Era la de Jaya, hablándoles a través de su anillo. Una proeza de La Forja; les permitía comunicarse mentalmente a largas distancias y sin ser detectados.
"Te copio", escuchó la voz de Cris. "Jaya, este lugar es horrible. Tienen de prisioneros a muchas criaturas y entre ellos a niños. ¡Niños!"
"Cris tiene razón, no podemos dejarlos" agregó Hansel.
"Lo sé, escuchamos como hablaban de ellos hace rato", la voz de Jaya volvió a resonar en su cabeza, esta vez más fuerte. "Pero antes debemos reagruparnos. Deshmukh está esperando a alguien, según lo que escuchamos, es a él a quien entregará todos los prisioneros. Por eso la seguridad era tan baja, preparan su llegada, parece alguien importante. Como sea, tienen que salir de ahí".
"Pero..." la voz de Cris se cortó, al parecer Jaya había cerrado la vía de enlace. Hansel observó a la chica, estaba agachada mirando a los niños.
—No los dejaremos —le dijo. Cris asintió y se puso de pie.
De pronto un ruido sordo resonó por toda la cámara. Al principio, pensaron que era un temblor, pero pronto se dieron cuenta de que el sonido venía de arriba. El techo de la mazmorra, cubierto de piedras y raíces, comenzó a abrirse lentamente, como si enormes puertas invisibles se deslizasen hacia los lados.
—¡Se los llevan! —exclamó Cris señalando a las jaulas.
Hansel notó cómo las jaulas comenzaban a temblar y, una por una, a elevarse lentamente hacia la abertura en el techo. Probablemente uno de los magos había hecho un hechizo de convocación para las jaulas, llevándose a los prisioneros hacia la superficie.
—No lo permitiremos —dijo Hansel con premura.
Sin pensarlo dos veces, ambos corrieron hacia la jaula más cercana, donde un duende de aspecto envejecido observaba la escena con ojos cansados. Hansel agarró las rejas de la jaula justo cuando comenzó a elevarse, y Cris lo siguió. Con agilidad, ambos se impulsaron hacia arriba, subiéndose al techo de la jaula. Desde allí, podían ver cómo todas comenzaban a elevarse, formando una especie de procesión hacia la superficie.
La oscuridad de la mazmorra fue reemplazada por la fría luz de la luna a medida que las jaulas emergían en el exterior. Desde su posición oculta, Hansel y Cris pudieron observar que habían vuelto al patio trasero de la mansión. Las jaulas comenzaron a alinearse en dos filas paralelas, dejando un gran espacio en el centro.
—Un camino —le susurró Hansel a Cris.
—¿Quién o para qué querría a todos estos niños y criaturas? —preguntó Cris
La respuesta no tardó en llegar. Un silencio absoluto cayó sobre la escena, tan pesado que incluso los sonidos de la selva parecieron desvanecerse. El cual fue interrumpido por un suave aleteo en el aire. Hansel alzó la vista al cielo oscuro justo a tiempo para ver una sombra descendiendo desde las alturas. Su corazón se aceleró cuando la figura se volvió más clara: un carruaje plateado, majestuoso y etéreo, se acercaba volando, tirado por criaturas que solo podían ser thestrals.
Los thestrals, con sus alas esqueléticas y piel tensa, cortaban el aire con una precisión inquietante, descendiendo lentamente hacia el suelo. Hansel observó con una mezcla de asombro y temor cómo el carruaje, brillante bajo como las estrellas del cielo, se posaba suavemente al final del camino formado por las jaulas.
La carroza tenía una belleza oscura, con detalles intrincados grabados en la superficie metálica. Sin embargo, desde su posición, Hansel no pudo ver el símbolo que adornaba las puertas; solo percibió una sensación de poder y misterio que emanaba del vehículo.
—Tengo un mal presentimiento —susurró Cris nerviosa.
Hansel asintió en silencio, sin apartar la vista del carruaje. Algo en su interior le decía que estaban a punto de enfrentar una fuerza que superaba cualquier cosa que hubieran enfrentado antes. Las jaulas, el carruaje, los Thestrals... todo indicaba una muestra de poder con un oscuro propósito.
De pronto las puertas de la mansión, enormes y antiguas, se abrieron lentamente con un chirrido ominoso. Desde el umbral emergieron tres figuras encapuchadas con rostros completamente ocultos bajo pesadas capas de tela negra. Se movían en silencio, como sombras, y su mera presencia emanaba una sensación de amenaza palpable.
Detrás de ellos, caminando con una autoridad despreocupada, apareció el dueño de la mansión. Era un mago de aspecto regordete, con una barriga prominente que asomaba bajo las finas túnicas de seda que vestía. Su piel era oscura y tersa, y una barba bien recortada enmarcaba su rostro redondeado. Sus ojos, pequeños y penetrantes, brillaban con una mezcla de astucia y satisfacción, y un anillo con una piedra roja adornaba su dedo anular. Era sin duda Kamal Deshmukh, el dueño de la mansión.
Los encapuchados se alinearon detrás de su señor, en posición de guardia. El mago, por su parte, avanzó unos pasos, esperando con una sonrisa tranquila a que su invitado emergiera del carruaje.
Las puertas del vehículo se abrieron con un suave clic, y una figura joven y esbelta emergió del interior. Era un muchacho pareciera apenas mayor de edad, con el cabello rubio perfectamente peinado, contrastaba con la oscuridad de la noche. Sus ojos verdes, brillantes cual esmeraldas, recorrieron el entorno con una calma que denotaba una confianza nacida del poder y el privilegio. Estaba vestido con un traje negro, impecable en su confección, que acentuaba su porte elegante y refinado. A pesar de su juventud, había algo en su mirada que sugería que estaba acostumbrado a que el mundo se moviera a su alrededor, a que todos y todas se rindieran a sus pies y le mostraran pleitesía.
N/A: El líder del equipo de baloncesto
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro