6- Rayo de medianoche
Delphi
Unos gritaban, otros corrían, otros saltaban; todos ellos se divertían. Todos excepto una niña de pelo plateado llamada Delphi. Y es que la diversión no estaba en su destino. Obligada a estar encerrada en una antiquísima casa con su insoportable dueña, pasaba los días de su infancia observando a los demás niños del vecindario jugar, deseando ser uno de ellos.
Hubo una vez en la que casi logró salir, lo hubiera conseguido de no ser por esa maldita ave, el augurey. Parecido a un buitre pequeño con un plumaje negro verdoso, este pajarraco siempre graznaba cada vez que la veía. Era la mascota de la señora Rowle, la "niñera" de Delphi.
Muerto Voldemort, los mortífagos restantes huyeron, otros se entregaron con la esperanza de reducir sus condenas. Solo unos pocos sabían de la existencia de la niña, y no querían tener nada que ver con ella. Salvo por Rodolphus Lestrange, quien solo pudo persuadir a tres mortífagos más, entre ellos a su hermano Rabastan, de que debían protegerla. Porque sería ella quien se convertiría en una nueva bruja tenebrosa incluso más fuerte que el mismo Voldemort, los convenció de que sería ella quien cumpliría sus deseos de venganza contra la orden del fénix y pondría a los magos por encima de todas las razas.
Acordaron entonces entregar la niña a Euphemia Rowle, sin darle ninguna información sobre ella salvo su nombre. Ella aceptó solo después de recibir un generoso pago, lo que le costó a Lestrange casi la mitad de su fortuna. La bruja cuidaría a la niña por unos 5 años, mientras los demás borrarían todo rastro de ella, al finalizar ese tiempo irían por Delphi para entrenarla y convertirla en una bruja oscura.
Una tarde de otoño Delphi jugaba en el patio, cuando Rowle le ordenó que pasara porque estaba anocheciendo. Era mejor obedecerla cuanto antes o si no se pondría a chillar peor que su pajarraco. Antes de pasar a la sala de estar, la niña echó una mirada por encima de las vallas de madera: las casas vecinas al final de la loma tenían calabazas en sus jardines, lo curioso es que tenían una cara sonriente. También había varios niños vestidos de manera inusual, algunos tenían un mantel blanco sobre sus cabezas, otro llevaba un traje peludo. Había uno en particular con traje y capa negra, y una máscara con orejas puntiagudas como un gato, era divertido de ver.
—Ehm... Señora. —Estaba segura que Rowle la ignoraría, pero ella tenía mucha curiosidad como para no intentarlo—. ¿Por qué afuera los niños están vestidos de manera graciosa?
—Es Halloween, —contestó Rowle para sorpresa de Delphi—se disfrazan para ir a pedir dulces.
—Pe-pero, ¿por qué?, ¿y de qué se disfrazan?
—No lo sé, ya no me molestes más. La cena está lista, luego tienes que limpiar...
—¿A dónde van a pedir dulces? ¿Por qué hay calabazas con caras en las puertas? ¿Puedo salir?
Esa última pregunta hizo que Rowle terminara de molestarse y, aunque Delphi sabía la respuesta siempre mantenía la esperanza de que se le concediera su deseo.
—Tú no puedes salir —sentenció la señora Rowle—, sube a tu habitación para que ya no tenga que verte más. Mañana harás todo lo que no hiciste hoy.
Entre un sentimiento de tristeza y enojo Delphi subió las escaleras hacia su cuarto, cuando de pronto el timbre sonó, de afuera venían unos murmullos y risitas. Rowle totalmente sorprendida fue a abrir la puerta encontrándose con tres niñas con trajes de colores verde, rosa y celeste.
—Dulce o truco —dijeron al unísono enseñando unas bolsas algo llenas de dulces. Estaba claro que estaban teniendo una noche de Halloween exitosa.
—Váyanse de aquí. —Rowle las miró fríamente y se dispuso a cerrar la puerta, pero una niña lo impidió con su pie.
—¿No nos darás dulces? —preguntó la niña de traje rosa.
—Entonces nosotras te daremos... —continuó la de vestido azul.
—Un truco —terminó la de verde.
Las tres niñas sacaron unas pistolas de plástico y le empezaron a rociar a la señora Rowle algo que parecía no ser solo agua. Al terminar las niñas no podían aguantar la risa. La bruja no dijo nada, se limpió la cara con un pañuelo, llevó dos dedos a su boca y silbó.
Con horror, las niñas observaron como del tejado descendía una horripilante y enorme ave chillando, abriendo y cerrando el pico amenazadoramente. Ellas no reaccionaron hasta que la tuvieron en frente y salieron disparadas colina abajo gritando y llorando. El augurey las persiguió hasta los límites de la mansión para luego volver con su ama.
—Bien hecho Adonis —dijo Rowle mientras acariciaba a su horrible pájaro.
Delphi también se había aguantado la risa lo mejor que podía, la cara empapada de la señora no la olvidaría nunca. La bruja volteó en su dirección y un frío recorrió su espalda. Rowle suspiró, y mirando hacia otro lado le ordenó recoger las bolsas de dulces que las niñas, al salir corriendo, olvidaron. Le dijo que podía hacer con ellas lo que quisiera.
La pequeña de pelo plateado tuvo la mejor noche de su vida, era la primera vez que comía cosas tan dulces. Chocolates, paletas, mentas, caramelos de limón, de manzana, de naranja, en fin. Delphi ignoraba que al día siguiente desearía no habérselo comido todo, pero, aunque lo hubiera sabido, su reciente amor por los dulces habría ganado.
Ya era casi medianoche cuando las golosinas se habían acabado, y Delphi experimentaba un terrible dolor de estómago. Decidió bajar a la cocina a por un vaso de agua caliente; notó que afuera llovía a cántaros. El cielo totalmente nublado y un viento que parecía aullar. Tan absorta estaba la niña contemplando el cielo que se sobresaltó al escuchar el timbre de la mansión. Alguien llamaba la puerta, y tenía prisa. Golpeó la puerta tan fuerte que la señora Rowle se despertó. Su serio rostro apareció bajando la escalera, su mirada la delataba, no esperaba visitas a esa hora y estaba tan sorprendida como la pequeña. La puerta fue golpeada otra vez con más fuerza.
— Detrás de mí, Delphi. —La pequeña hizo lo que le ordenó, Rowle sacó su varita y se acercó a la puerta—. ¿Quién eres?
No hubo respuesta, ni ruido ninguno. Parecía que el mismo tiempo se había detenido. El silencio se mantuvo por unos segundos hasta que un resplandor blanco iluminó el cielo seguido de un trueno que recorrió toda la mansión, y la puerta cayó.
En el umbral apareció una figura totalmente oscura, era un hombre encapuchado. Su presencia parecía detener el latir del corazón de la pequeña, movió su cabeza en dirección a la niña. Al verla rio y se quitó la capucha al mismo tiempo que otro relámpago caía para alumbrar un rostro que aterrorizaría a Delphi por años. Llena de cicatrices, sin labios y con unos ojos que no parecían tener alma, . Detrás de él entraron dos hombres más, otro encapuchado y uno que la señora Rowle reconoció.
—¿Rabastan, eres tú? —Rowle movió la varita y las luces de la mansión se encendieron.
Rabastan dio un paso al frente y se sacó su abrigo dejando ver su delgada figura. Él ignoró a Rowle y caminó hacia la cocina a servirse un vaso de agua y buscar algo de comida en la despensa.
—Ya puedes bajar la varita Euphemia— Ella le hizo caso, pero siguió observándolo—. Y suelta a la niña que quiero verla.
Rowle mantenía a Delphi pegada a su espalda, al notarlo la apartó y se acercó a Rabastan.
—Pudiste enviar una lechuza, ¿sabes?
Rabastan la ignoró y se metió un panecillo a la boca. Se dirigió al sujeto aterrador, le dijo algo al oído y este reparó la puerta de la mansión y salió a la penumbra de la noche. El otro encapuchado se descubrió el rostro dejando ver un hombre algo mayor de grandes cachetes. Él se acercó a Delphi, rebuscó entre su túnica y sacó una muñeca de trapo y se la obsequió a la niña.
—Gracias —atinó a decir Delphi, era la primera vez que tenía una muñeca de verdad, y no una hecha de ramitas.
—Rabastan, ¿quiénes son estos tipos? —preguntó exasperada Rowle.
—Mi nombre es Igor, y el que está afuera es Rast, mi compañero. Hemos viajado desde muy lejos para verla —respondió el hombretón señalando a Delphi.
—Bueno pues ya la vieron, y ahora...
—Euphemia, hemos venido por la niña —dijo Rabastan rompiendo su silencio—, no tenemos mucho tiempo. Varios aurores nos han estado siguiendo desde que llegamos al país, y no solo ellos.
—Pues hubieras empezado por ahí —contestó Rowle—, debes saber que pasaron dos años de la fecha acordada. Espero que sepas que exigiré una compensación para darte a la niña.
Rabastan la miró indiferente, agitó su varita y una bolsa llena de monedas cayó sobre la mesa de la cocina. Rowle dio un vistazo rápido a la bolsa, y caminó hacia Delphi. La niña la miró a los ojos, aún estaba atónita por todo lo que había escuchado. La bruja sacó su varita y sin mirarla pronunció en un lenguaje extraño, un conjuro que hizo brillar a la pequeña destellos plateados por unos segundos.
—Está hecho, ya te la puedes llevar —dijo Euphemia.
—Señora Rowle, yo... ¿a dónde iré? —comenzó a llorar Delphi. Pese a que odiaba vivir en la mansión, la verdad es que la sola idea de irse con unos extraños le aterraba muchísimo.
Igor se acercó a la niña y con un movimiento de su mano cayó dormida. La levantó en brazos con delicadeza y miró en dirección a Rabastan.
—Es hora.
Rabastan asintió, comió un último panecillo y se dirigió a la puerta. Rowle estaba miraba a Delphi dormir, y recordó como siempre la hacía dormir en sus brazos cuando era una bebé. Caminó hacia ella, pero sus pies tropezaron con algo, era la muñeca de trapo, la recogió y la puso entre los brazos de la niña.
—¿A dónde se la llevarán?
—Tranquila estará bien —dijo Igor.
—¡Rabastan! ¿a dónde se la llevarán? —insistió Rowle.
—No te importa Euphemia —contestó Rabastan.
—¿Y si quiero visitarla?
—¿Por qué querrías hacerlo? —preguntó Rabastan con furia.
Rowle no sabía que contestar, ella no sabía lo que estaba sintiendo, pero necesitaba saber a dónde iría Delphi.
—Te pregunté a dónde se la llevan —Rowle sacó su varita y apuntó a Rabastan.
—Euphemia, ¿qué crees que haces? —Rowle no le dio tiempo de sacar su varita. Los tablones de madera del suelo se desprendieron y se enroscaron a Igor y Rabastan sujetándolos de piernas y brazos. Mientras otro tablón sostenía a Delphi.
—Te lo preguntaré por última vez, ¿a dónde se la lleva...
—Al Amazonas.
El hombre de las cicatrices apareció detrás de ella, y atravesó su estómago con su puño. Lo retiró lentamente y lamió su puño ensangrentado con una macabra sonrisa. Del interior de Rowle comenzó a brotar un fuego de un verde oscuro que se empezó a propagar por toda la mansión. Euphemia miró por última vez a Delphi, antes de volverse cenizas.
—No tenías que hacerlo —dijo furioso Rabastan mientras se liberaba de los tablones.
Rast solo rio y salió de la mansión. Seguido por Rabastan e Igor quien puso en sus brazos a Delphi. El hombretón notó que la muñeca se había caído nuevamente, él la recogió y la puso en las manos de la pequeña.
—No la vuelvas a soltar ¿de acuerdo?
Y los tres sujetos junto a la pequeña desaparecieron dejando la mansión envuelta en llamas verdosas.
<<────≪•◦⚜◦•≫────>>
—Potter está aquí.
Potter, Harry Potter, el hombre causante de que viviera encerrada había venido hacia ella. Delphi quería conocerlo, tenía tantas preguntas. Pero si aprovechaba el momento podía escapar de la fortaleza.
—Igor, quiero escapar, pero antes necesito verlo.
—Mi señora, hace mucho le prometí que si llegaba el momento le ayudaría a escapar —dijo Igor—, pero si usted se encuentra con él la obligaran a pelear. Por favor, déjeme cumplir mi promesa.
Igor miró a los ojos de Delphi, ella no tuvo más remedio que asentir, confiaba en él. Se levantó de su cama, se puso una capa, cogió su varita y dio un último vistazo a su cuarto. Una habitación sin ventanas, con unos cuantos muebles y un espejo roto, sobre la cómoda principal había una muñeca de trapo bastante sucia y desgastada. La joven la cogió entres sus manos.
—Me recuerda a aquella noche, en la que no sabía si sentirme feliz de que dejaría la mansión Rowle, o triste porque a pesar de todo era mi hogar —suspiró Delphi, mientras se guardaba la muñeca en los bolsillos de su capa—. Solo sentía miedo.
—Será diferente esta vez —le prometió Igor—, porque ahora será libre.
—Supongo —sonrió Delphi—, por favor cuida bien a Voltrix.
Igor asintió, y alzando la mano abrió un agujero en la pared y le indicó a Delphi que la siguiera. Le explicó que los aurores aun no pasaban la primera muralla, pero sería cuestión de tiempo para que lo consigan. Le aseguró que Lestrange estaba al frente con los sirvientes, así que irían por el túnel hasta salir al patio trasero; y de ahí llegar al cuarto de las runas para poder deshabilitar el encantamiento escudo. De esa manera Delphi podría alejarse volando para luego desaparecer.
El final del túnel dio hacia un patio bordeado por una muralla de ladrillos de piedra que se unían en un torreón. Allí era a dónde debían ir. Había comenzado a llover fuertemente, y el cielo se iluminaba de chispazos blancos. A pesar de los truenos, se podía oír los gritos de los magos y brujas peleando en frente, además del sonido de hechizos rebotando en las paredes. Todo era caos.
—Espérame aquí —dijo Igor—, será más rápido si voy solo. Destruiré las runas y podrás irte. ¿Aún te quedan fuerzas para volar, cierto?
—Por supuesto —sonrió la joven de pelo plateado—. Confía en mí.
Con el sonido de un chasquido, Rodolphus apareció detrás de Delphi. Tenía sangre por toda la cara, y le estaban saliendo hongos en su mano izquierda. Sin previo aviso sacó su varita, al mismo tiempo que la joven sacaba la suya.
—Se acabó, no dejaré que me niegues mi libertad —gritó la joven, mientras lo apuntaba con su varita.
—Idiota —dijo Rodolphus y caminó al frente sin dejar de mirar el cielo—, has silencio.
—¡Qué!
—¡Qué te calles por un minuto!
Igor tranquilizó a Delphi, y ambos guardaron silencio. Gritos, truenos, hechizos, aullidos, grandes gotas de agua golpeando contra el suelo; pero había otro sonido, uno que nunca había escuchado antes. Era como zumbido de una abeja gigante aleteando de un lado a otro. De pronto todo cesó y no hubo ruido alguno. Fue cuando la muralla que tenían en frente explotó regando rocas y ladrillos por todo el patio dejando pasar un rayo dorado que recorrió todo el lugar hasta detenerse frente a Lestrange.
El rayo dorado tomo la forma de un hombre adulto, tenía el pelo desordenado con una barba finamente recortada. Unos ojos verdes intensos que imponían respeto, pero lo más excéntrico de ese sujeto era una cicatriz en su frente que tenía forma de rayo.
—Hola Delphi.
Harry Potter había entrado en escena.
N/A: Viejo sabroso:v
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro