5- Libras, magia e ira
Liam
Eran las 4 de la mañana y, en la calle Hanbury, reinaba el silencio. Un silencio armonioso que no estaba destinado a vivir por siempre. De la casa número siete salió una pequeña figura. Era un niño de pelo oscuro y ojos azules, él cerró la puerta con la esperanza de hacer el ruido suficiente para despertar a su supuesto padre y tomar así un poco de venganza por todo lo que le había hecho. Aunque al final, inconscientemente o no, nunca lo lograba. Tenía miedo de lo que pasaría si lo despertaba a estas horas, se enojaría eso es seguro. Pero por una vez quiso ser valiente, así que volvió abrir la puerta y la cerró con todas sus fuerzas. Un portazo resonó, y esperó. No escuchó nada, ningún ruido. Con un sentimiento de rebeldía combinado con emoción, Liam cruzó la calle. Lo había hecho, había conseguido hacer lo que quería hace ya varios meses. Siempre con miedo ante él, siempre obedeciéndole, rogándole para que pague, aunque sea un poco, los cuidados de su madre. Ya se había cansado de ese sentimiento de impotencia, tenía que hacer algo por ella y pronto.
Liam se dirigió hacia el final de la calle y dobló la esquina y caminó algunas cuadras hasta llegar a una esquina en la que había un portón blanco. Era una panadería llamada Walthamstow, la cual estaba cerca a unos humedales del mismo nombre. Él trabajaba aquí desde comienzos del año, amasaba la mezcla, vigilaba el horno, atendía a los clientes, entre otras cosas. Aunque la dueña le había negado el trabajo en un primer momento había terminado aceptando al acordar un bajo salario (cinco libras la hora).
—Señor Miller. —Tocó Liam el portón—. Señor Mil...
—Ya te oí chico. —Un señor calvo con un delantal blanco salió a abrir el portón y lo empujó hacia el interior—. Llegas tarde chico.
Dentro había varios jóvenes ayudantes, algunos estaban limpiando las vitrinas, otros estaban ayudando a los panaderos. Una señora de gran volumen estaba guardando dinero en la caja mientras supervisaba a los trabajadores, era la señora Miller, la dueña del negocio.
—Buenos días señora Miller—saludó Liam, pero su jefa ni se inmutó—. Ehm, ¿señora Miller...?
—¿Qué pasa niño?, ¿qué quieres? —preguntó bruscamente su jefa, con una mirada imponente.
—Me pre-preguntaba... —titubeó Liam, pero decidido continuó—: Me preguntaba si podría adelantar mi pago de este mes.
La señora Miller dejó lo que estaba haciendo para mirarlo de una manera nada amable.
—Es que necesito el dinero por mi madre.
—Niño, pediste lo mismo el mes pasado —dijo la señora Miller casi gritando—. ¿Crees qué me importan tus problemas? ¿Es que acaso vas a pedir lo mismo todos los meses? Porque si es así, entonces te echar...
—De acuerdo niño —interrumpió el señor Miller. Y ante la furiosa mirada de su mujer agregó—, sin embargo, ahora te quedarás hasta las dos de la tarde.
Liam no pensó en el cansancio que le ocasionaría, solo pensó en su madre y aceptó. Habiendo llegado a un acuerdo, la Sra. Miller no tuvo más remedio que resoplar por lo bajo.
Ya había salido el sol, y los clientes entraban y salían con una bolsa de panes, tostadas o queques. Era una panadería con bastante clientela debido a que era algo famosa. Hace ya muchos años, la reina, en uno de sus recorridos por la ciudad, se detuvo a comer una tarta en el local. Había una foto pegada a la pared que rememoraba el hecho. Allí se veía a la reina Isabel junto a unos jóvenes Miller.
Era mediodía y el sol estaba pegando bastante fuerte, más el calor de los hornos, Liam sentía que estaba en el infierno. Los señores Miller habían salido y le habían ordenado vigilar unas tartas que ya estaban por salir, así que solo tenía que aguantar.
—¡Liam!
Alguien lo llamaba, se trataba de Mark, un joven pecoso quien también trabajaba ahí.
—Liam, ¿puedes hacerme un favor? —Mark no esperó que le respondiera y continuó—, necesito que entregues este sobre a la hermana de la señora Miller.
—Pe-pero —titubeó el niño recibiendo el sobre—tengo que sacar las tartas que están en el horno...
—No te preocupes yo las sacaré —insistió Mark, y viendo que Liam no cedía agarró su hombro para acercarse—. ¿Ves a esa linda rubia de allá?
—Ehh... Sí. —Había una chica rubia que miraba los precios de los pasteles.
—Pues la invitaré a salir —dijo el joven hinchado de orgullo.
—¿La conoces?
—Nop. —Antes de que Liam se diera vuelta se apresuró a decir—: Si vas, te daré cinco libras cuando vuelvas.
—Ok, pero me darás las cinco libras ahora.
Mark le dio el billete, y Liam salió de la panadería dejando al chico pecoso charlando con la rubia. Algo le decía que eso no terminaría bien.
La verdad es que Liam habría aceptado mucho antes porque quería salir y tomar aire un rato, pero pensó que podría sacarle un poco de dinero a Mark a cambio del favor. Satisfecho, caminó por el lado de la acera por donde había sombra rumbo al mercado. La hermana de la señora Miller tenía un puesto de frutas y verduras, y a diferencia de su hermana, ella era muy amable.
Después de dejarle la carta, la hermana de su jefa le regaló a Liam una manzana, la cual aceptó gustoso. Cerca de la panadería, se recostó en un poste esperando que el semáforo cambiara para poder pasar, la tienda estaba al cruzar la calle. «No ha sido un mal día», pensó. Había logrado que su jefa aceptara su pedido, ganó cinco libras extras y una manzana, y a pesar de que estaba cansado todo había valido la pena. Pero este día, sería más largo de lo que pensaba.
Al llegar, se topó con unos cuantos clientes, los cuales tenían una cara de desconcierto. De la cocina llegaban unos gritos, y una sensación, podría decirse eléctrica, recorrió todo su cuerpo. Algo le decía que no debía entrar ahí, pero Liam ignoró esa sensación y se apresuró a entrar. En la cocina estaban la señora Miller, Mark, y otros panaderos.
—¡Liam! —Al notar su presencia, la señora Miller lo encaró—. ¿Dónde mierda estabas?
—Yo-yo salí... —Liam no sabía que estaba pasando, pero entonces lo notó. Al costado había una mesa y sobre ella estaban todas las tartas quemadas.
—¿Acaso no te pedí que sacaras las tartas del horno? ¿Por qué te fuiste? —cuestionó la señora Miller.
—E-es que Mark me pidió que saliera... —se apresuró a decir.
—No es cierto señora Miller —dijo Mark ante la mirada incrédula del niño—. Liam me dijo que saldría a tomar aire y luego volvería.
—No, no es cierto él...
—Ya basta —vociferó la señora Miller jaloneando a Liam—. Nunca debí dejar que mi esposo te contratara, desde que llegaste solo has sido un estorbo. Ahora lárgate de aquí.
—Por favor señora Miller, mi mamá... —suplicó, pero su jefa lo empujó haciéndolo caer al suelo.
—He dicho que te largues, tu madre y tú me importan una mierda, ojalá se muera esa perra.
Los sentimientos de ira y tristeza se hacían un nudo en la garganta de Liam, la señora Miller no dejaba de gritarle y toda la cocina parecía girar alrededor de él. Todo giraba sin cesar, las emociones se le atoraban en la garganta y no lo dejaban respirar, pero no eran solo sus sentimientos. Humo, un humo blanco y asfixiante había empezado a llenar toda la habitación.
—¿Qué está pasando? —se exasperó la señora Miller.
—Señora Miller, los hornos —respondió un panadero—. Todos están en llamas.
El pequeño sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y recobró la conciencia; la cocina era un caos. El humo antes blanco, se estaba tornando negro. Se puso de pie y tapándose la nariz y boca salió del local. Afuera ya había un tumulto de gente amontonada, al salir corriendo chocó con una mujer vestida con una chaqueta larga. Liam se disculpó, pero la mujer lo ignoró. Volteó a verla de reojo; ella sacó de su bolsillo un "palito" y junto a otras tres personas entraron en la panadería. Ya apenas se podía respirar, el humo se había vuelto totalmente negro. Desconcertado, se fue al único lugar donde encontraría un poco de paz.
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Los pantanos Walthamstow eran una especie de reserva natural, la gente podía montar en unos botes y dar una vuelta por el lago. Patos, ranas, garzas, son parte de la fauna que se podía observar. Sin embargo, los cisnes se llevaban toda la atención. Blancos y hermosos flotaban por todo el lago. Había un niño en especial, que los observaba y apreciaba aun más que un naturalista.
Liam estaba cerca a la orilla del lago sentado con las piernas cruzadas. Solo miraba a los cisnes sin prestar atención a su alrededor. Cuando era más pequeño solía venir con su madre todos los fines de semana, este lugar siempre fue tan pacífico. Daría lo que fuera por venir, aunque sea una última vez con su madre y pasear por el lago como antes.
De pronto un cisne se le acercó, se deslizó por el agua hasta llegar a la orilla. Liam se asustó un poco, el ave estaba frente a él. Quizás pensó que le darían algo de comer.
—Lo siento amigo, no tengo nada para ti. Ni siquiera para mí —le dijo al cisne.
El animal lo miró como si lo entendiera, y agachó la cabeza invitándolo a acariciarlo. Liam lo hizo, su plumaje era muy suave.
—Parece que le agradas.
Liam se sobresaltó. Detrás de él estaba el mismo hombre de ayer, en la clínica. Y no estaba solo. Junto a él había una señora en silla de ruedas, ella tenía una mirada perdida, como si viera algo que los demás no podían.
—¿Usted? —preguntó—, usted estaba ayer en la clínica.
—Ehm... Ya te recuerdo, sí, en el piso de los milagros —dijo el hombre acariciándose la barba—. Mi nombre es Josh, ella es mi esposa Mary.
—Soy Liam. —El cisne al ver que ya no le prestaban atención dio media vuelta y regresó al lago—. Pensé que los pacientes no tenían permitido salir.
Josh acarició la cabeza de su esposa y con una voz bastante tranquila respondió:
—Sí, podría decirse que nos escapamos. A decir verdad, no creo que pueda mantener a mi esposa en ese lugar por un minuto más. Al final solo empeoró más.
El viento había despeinado a Mary, pero ella seguía mirando hacia ningún lugar. Josh le acomodó el pelo hacia atrás y le puso un gancho que sacó de su bolsillo.
—Lamento escuchar eso —respondió Liam—. Estoy seguro que tanto su esposa como mi mamá se curarán.
—Gracias niño. —Josh no supo que más decir ante la mirada inocente del pequeño niño—. Bueno será mejor que regresemos, y tú enano, deberías regresar a casa antes de que oscurezca.
—Creo que tienes razón, buenos nos vemos. Adiós señora Mary —dijo Liam poniéndose de pie.
Mary volteó a mirar a Liam y lo observó con una ligera sonrisa en los labios. Y lentamente regresó su mirada hacia el vacío.
—Ella... Hacía mucho que no reaccionaba ante nada —dijo Josh totalmente sorprendido.
Liam también se emocionó, Josh lo instó a llamarla de nuevo. Pero sin éxito, Mary no cambiaba su expresión, aunque estuviera frente suyo. Después de intentarlo un par de veces más, la pareja regresó a la clínica y el niño decidió volver a casa.
Cuando llegó, se detuvo frente a la puerta un momento. Una sensación extraña recorrió su cuerpo, era la segunda vez que le pasaba. Aun así, pasó, al entrar oyó unos ronquidos. Robert estaba durmiendo frente al televisor otra vez. Sin hacer ruido subió las escaleras hasta su cuarto.
Sentado en su cama, se lamentó por lo que había pasado. No debió haberle hecho caso a Mark, todo por unas malditas 5 libras. Si no conseguía otro trabajo, qué pasaría con su madre. Tenía que entregar el pago mañana y no sabía si tenía lo suficiente para que la enfermera lo ayudara. Sacó de debajo de su cama una lata de metal, allí guardaba el dinero de su trabajo. Tenía que saber cuánto había, pero al abrirla no había nada. Liam se desesperó, dónde estaba el dinero, quién habría podido cogerlo... Y el responsable apareció.
—¡Niño! —gritó Robert—. Maldito desgraciado en la madrugada azotaste la puert...
—Fuiste tú, tú agarraste mi dinero, ¡dónde está! —le reprochó Liam.
Robert sin inmutarse entró en la habitación hasta ponerse frente suyo, el olor a cerveza inundó el cuarto, era claro que estaba ebrio.
—Lo gasté —respondió Robert.
—¿Por qué? ¿Por qué? ¡Por qué! —Liam no sabía si reír o llorar, él sabía que esto algún día pasaría.
—¿Por qué? Porque me da la gana. —Robert lo abofeteó con tanta fuerza que cayó al suelo—. Ya me cansé de mantenerte a ti y a tu madre. Todo este tiempo gastando mi dinero en esa puta que mató a mi hijo y en su pequeño engendro.
—No... fue su culpa —susurró Liam encorvado en el suelo.
—¿Qué?
—No fue su culpa —gritó Liam.
—¡Cállate! .—Robert lo pateó dejándolo sin aire—. Esa puta mató a mi hijo y ahora yo mataré al suyo.
Robert había perdido todo uso de razón, en su lugar solo había odio. Agarró a Liam del cuello y lo estampó contra la pared más cercana mientras aumentaba la fuerza de su agarre más y más.
Liam poco a poco se quedaba sin aire mientras pataleaba y agitaba los brazos para tratar de soltarse, pero era inútil.
Parecía que lo último que vería en su vida sería la cara de aquella persona que lo atormentó y el causante de que su madre esté tan enferma. Aquel pensamiento, lo llenaba de ira.
N/A: ;-;
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