2- Grageas de todas las emociones
Astrid
En el pequeño pueblo costero de Tinworth la vida era agradable, podías respirar la fresca brisa marina que llegaba hasta la plaza central del pueblo. En verano podía observarse en las costas, lobos marinos y gaviotas, pero lo que sí se podía apreciar casi todo el año eran lechuzas. A los biólogos y zoólogos les parecía sorprendente como estas aves se habían adaptado al clima marino, aunque al principio se mostraron muy disgustados al darse cuenta que varias familias criaban estos animales. Ellos argumentaron que estos animales debían estar en su hábitat natural, y cuando parecía que la cosa se iba ir a mayores, los naturalistas tuvieron una reunión con las familias implicadas en una casa alejada del pueblo. Una cabaña llamada "El refugio" perteneciente a una tal familia Wazly o Guesli. Después de la reunión, los zoólogos declararon que las condiciones en que estas familias criaban a las lechuzas eran óptimas, y se marcharon tan tranquilamente como habían llegado.
La familia Edevane era una de las familias que criaban estas aves, tenían tres. Dos hembras y una macho, el cual había sido obsequiado recientemente por el señor Edevane a su mayor hijo, por haber sido aceptado en el colegio Hogwarts de magia y hechicería. El señor Edevane estaba muy orgulloso de su hijo y no tenía la menor duda de que su hija también sería aceptada en Hogwarts, aunque aún no mostraba signos de habilidad mágica. Él estaba seguro de que pronto lo haría.
—¿Papi, las trajiste? —preguntó la pequeña Astrid, después de todo, ella la era la engreída de papá.
—Por supuesto que sí —contestó el señor Edevane sacando de entre su túnica una caja muy colorida. Eran las infames...
—Grageas Bertie Bott de todos los sabores —dijo Jack, el hijo mayor, muy emocionado haciendo que su lechuza, la cual estaba parada en su brazo, saliera espantada.
Y es que cada vez que el señor Edevane traía una caja de estos caramelos, él y sus hijos competían por ver quien encontraba el sabor más raro. Julia, la señora Edevane, dejó de participar cuando encontró una con sabor a calcetines usados. Después de todo, esa era la magia de las Grageas Bertie Bott, no solo podía encontrar sabores típicos como fresa, manzana, menta, chocolate o cereza sino también sabores muy raros como coles, hongos, jabón e incluso duende.
—Puaj. —Carl, el señor Edevane, se había llevado una gragea color dorado a la boca —. Sabe a un galeón de oro.
—Chicos pongan la mesa para cenar, dejen los dulces para mañana —dijo Julia. La señora Edevane tenía el pelo de un tono rojizo, casi como fuego. Su hija había heredado el mismo color de cabello, y ojos verdes brillantes que reflejaban lo mucho que amaba a su familia. En cambio, su hermano había heredado el cabello castaño de su papá, y tenía los mismos ojos verdes que su hermana.
Después de que los niños pusieran los cubiertos y manteles en la mesa del comedor, Julia agitó su varita y de la cocina salió un plato con un sabroso pastel de carne y una jarra con zumo de manzana flotando hasta aterrizar suavemente en la mesa.
Hablaron un poco sobre el trabajo de Carl, él era un auror, una especie de policía mágica. El señor Edevane era un hombre bastante audaz y habilidoso en diversas artes mágicas. Por eso, pudo aprobar fácilmente el examen de aurores y hasta entró en el equipo especial bajo el mando directo del jefe de la Oficina de Aurores, el gran Harry Potter. A Carl le gustaba hablar de eso, aunque la mayoría de asuntos eran confidenciales.
A Jack y Astrid les encantaba oír las historias que su padre contaba de su trabajo. Pero su historia favorita era la de la batalla de Hogwarts, donde Harry Potter venció a Voldemort, y como extra fue donde sus padres se conocieron. Julia era una gryffindor de sexto año y Carl junto a unos amigos fueron para ayudar a la Orden del Fénix. En medio de la batalla un gigante tenía acorralada a la madre de los niños, fue entonces cuando Carl divisó su melena rojiza y fue en su rescate. Al finalizar la batalla, entre los gritos de alegría y de victoria, ellos se dieron su primer beso y supieron que eran el uno para el otro. De eso ya hace como 20 años.
Cuando ya casi terminaban de cenar entraron dos lechuzas, una parda y otra gris. La parda era de los padres de Julia, mandaban felicitaciones para Jack por su aceptación en Hogwarts. La pequeña Astrid se preguntó si sus abuelos paternos mandarían alguna carta. Ella no los conocía, solo una vez hubo una carta en el cumpleaños de su padre y de ahí nunca más nada. Carl les había dicho que él y su familia se habían peleado hace mucho y no se hablaban desde entonces. Aunque la verdad no estaba muy alejada de la mentira.
La lechuza gris era del Ministerio, específicamente de la secretaria del señor Potter, citaba a su padre a reunirse con él mañana a primera hora.
—Espera, nos prometiste que mañana iríamos al bosque a volar en escobas —dijo algo desilusionado Jack.
—Tranquilo Jack, ya sabes cómo es el trabajo de tu padre —dijo Julia, quien se había parado para dar comida y agua a las lechuzas.
—Trataré de volver lo más pronto posible, ahora vayan a descansar —contestó Carl a sus hijos. Después de que su hermano subiera las escaleras hacia su cuarto, Astrid permaneció en el primer piso.
—¿Qué pasa cielo, no tienes sueño? —preguntó Julia.
La pequeña siempre había sido despreocupada, tanto como una niña de 9 años puede serlo. Pero después de esa carta, ella se puso muy nerviosa.
—Papá ¿qué pasa si nunca logro hacer magia? —preguntó Astrid, quien nunca le había preocupado tal cosa, pero luego de lo alegres que estaban sus padres y sus abuelos por Jack, se angustió un poco. Por supuesto ella también quería ir a Hogwarts o quizás solo quería una lechuza.
—Aunque nunca te salga poder mágico, te seguiremos amando igual porque eres nuestra hija. —Ambos padres se acercaron a su hija para consolarla.
—Pero no te preocupes, estoy segura de que pronto podrás hacer magia —dijo Julia mientras acariciaba a su pequeña—. Tu padre también tardo en poder hacer magia, hasta creyeron que era un squib.
—¿En serio? —preguntó Astrid casi riendo.
—Un poco sí —dijo Carl algo avergonzado—. Bueno ya ve a dormir princesa.
Carl y Julia despidieron a su hija con un beso en la frente. Astrid subió saltando las escaleras, se le había ocurrido un plan. Mañana trataría de hacer magia en el patio, estaría toda la tarde de ser necesario y estaba segura de que lo conseguiría, y cuando su padre vuelva lo sorprendería volando hacia él.
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Al día siguiente, cerca al mediodía Astrid estaba en el patio tratando de volar. El patio estaba detrás de la casa al aire libre, cercado por unas vallas de madera, había un par de árboles con unas casitas muy bien adornadas donde descansaban las lechuzas. La pequeña estaba saltando desde una rama del árbol hacia el suelo, pero no conseguía quedarse flotando.
—¿Qué haces? —preguntó su hermano Jack, quien salió con su lechuza parda posada en su brazo, la cual llamó Mercury, como su cantante favorito.
—Estoy tratando de volar para impresionar a papá cuando vuelva —respondió Astrid alegremente.
—Ah, entiendo... ¡Volar! —exclamó Jack haciendo que Mercury volara espantada hacia una rama más elevada. Mientras que Astrid caía nuevamente al suelo y por poco cae de cara.
—Jack, Astrid, voy a ir al mercadillo a comprar cosas para el almuerzo, vuelvo rápido así que pórtense bien —dijo Julia haciendo énfasis en "pórtense", ya que a menudo el par de hermanos hacían destrozos en la casa.
—Sí mamá —dijo Jack, su madre dio una mirada de advertencia, luego giró y desapareció haciendo el sonido de un chasquido—. En qué estaba, así en ¡volar! Estás loca, solo algunos magos extremadamente poderosos pueden hacerlo. Es más, creo que ni el gran Harry Potter puede.
—Solo tengo que seguir intentando. —Si hay algo que caracterizaba a Astrid, es que no se rendía fácilmente. Aunque parezca imposible, ella seguiría saltando.
—Bueno, buena suerte, estaré viendo televisión.
Aunque los Edevane eran una familia de magos, Julia era hija de muggles (personas sin magia) y le había sido difícil separarse del todo de la tecnología. Entonces ella mantenía algunos artefactos muggles y les había enseñado a su esposo e hijos a usarlos. Eso sí, jamás les compraría smartphones.
Después de un par de horas, Astrid seguía cayendo al suelo, así que decidió tomar un descanso y dar de comer a las lechuzas.
—A lo mejor necesitas arriesgarte, prueba a saltar desde una rama más alta. Sé valiente como un gryffindor—dijo Jack sarcásticamente viendo a su hermana quien no se rendía.
Astrid no lo pensó mucho y trepó hacia la rama más alta del árbol. Estaba decidida a hacerlo, ella también quería ir a Hogwarts, era ahora o nunca. Le tendría que salir magia o se rompería varios huesos.
—Oye, espera era broma—dio Jack alarmado—. Los menores de edad no podemos controlar la magia.
Tarde, su hermana había saltado. El suelo se acercaba cada vez más, ella cerró los ojos, pensó que quizás era una squib, que no tenía magia. «Por favor» rogó, como en respuesta a su súplica Astrid sintió un calor creciendo en su interior. Como una llama que envolvía cada célula de su cuerpo y centímetros cerca al suelo, flotó.
Astrid bocabajo y con las manos extendidas, ante la vista sorprendida de su hermano se mantuvo flotando por unos segundos, para luego caer.
—¿Viste eso? —le dijo a su hermano bastante emocionada.
—Sí, ¿cómo lo hiciste? —preguntó Jack igual de sorprendido.
—No lo sé, sentí como si algo creciera en mi interior y...
—Es genial, hiciste magia, papá estará muy feliz. Irás a Hogwarts, tal vez te manden a Slytherin por apestosa.
—¡Qué dices! Antes muerta, a ti te van a mandar a Slytherin por pesado.
Ambos hermanos se divertían y decidieron jugar con pistolas de agua, que su madre les había comprado semanas atrás. Después de que ambos quedaran empapados fueron a cambiarse. Ya eran cerca de las 4 de la tarde y Julia aún no volvía.
—Mamá se está tardando —dijo Jack algo preocupado. A Astrid también se le hacía raro que tardara tanto, lo más probable es que se haya quedado conversando con alguien como la otra vez.
De pronto hubo un sonido como el de un látigo y el sonido de algo cayendo en el piso. Los niños fueron a ver el origen del sonido y encontraron a su madre de rodillas en el pasillo de entrada. Su cabello rojizo le tapaba la cara, pero, aun así, se podían ver sus lágrimas. Sus hijos se le acercaron a preguntarle que pasaba, ella los abrazó y les dijo aquello que ningún niño debería oír.
Les dijo que su padre no volvería a casa, jamás.
N/A: :c
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