Capítulo 5
El sol salía en todo su esplendor dando su bienvenida a un nuevo día y despertando a todos los habitantes del castillo del monte de Hilecon. Hoy remontaban de nuevo su camino, la aventura solo empezaba para los caminantes que no esperaban que su viaje fuera a sufrir tan gran giro inesperado en su misión.
Todos esperaban en el patio cargando sus caballos de provisiones para el viaje, solo faltaban Ebolet y Jeremiah, los hermanos llevaban como una hora discutiendo en la habitación donde él se hospedaba.
-¿Por qué me lo escondiste? –Le preguntaba Ebolet alterada. –Desvistes decírmelo, han estado burlándose de mí durante todo el camino, hablando de mí, riéndose de mí ¿Cómo lo has permitido?
-Ebolet entiéndelo, no quería hacerte daño, me preocupo por ti, no quería que sufrieras más.
-Pues menuda manera de preocuparte por mí. –Le echó en cara ella aguantando las lágrimas que amenazaban por salir. – ¿Arnil y Kirox también lo saben?
-Sí. –Contestó él sin mirarla a la cara.
El silencio los rodeó como si fuera un viento frío cayendo por las montañas, la rabia de Ebolet era tan intensa que atravesó a Jeremiah como una daga punzante partiéndole el corazón por la culpa.
-Ebolet lo siento. –Jeremiah intentó coger a su hermana para abrazarla, pero esta se retiró hacia atrás rechazando su gesto.
-Déjalo Jeremiah, ya has hecho bastante por mí, a la próxima vez, si hay algo más que me incumba, me gustaría que me lo hicieras saber, por favor. Es lo único que te pediré, mi rey. –Se colocó el velo y salió de la habitación escuchando un golpe seco y una maldición a su espalda.
Fuera en el patio todos esperaban a que salieran los hermanos en su encuentro, llevaban una hora de retraso y tal retraso comenzaba a perturbar algunos de sus jinetes.
-Parece que seguís de tan buen humor como os dejé anoche. ¿Solucionasteis vuestro pequeño problema? O ¿No encontrasteis a la muda para desahogaros? –Preguntó Laird a Catriel entre risas, pero tan solo recibió una mirada sombría de parte de este.
-¿Cuál problema? –Preguntaron al unísono Meir y Jorell.
No obtuvieron respuesta ninguno de los dos, justo en ese momento salía Ebolet con su hermano pegado a su espalda con una cara de perros que no podía esconder, montó a su caballo sin mirar a nadie y ordenó que montaran.
-Señor, hay un pequeño problema. –Le indicó Arnil acercándose a él.
-¿Cuál?
-Qué no hay caballos para las damas. –Le contestó el mismo Catriel en rin tintín.
-¿Cómo? –Parecía que Jeremiah no entendiera la pregunta, seguía alborotado por la discusión con su hermana.
-Ayer, cuando nuestros amigos las águilas se llevaron a las damas con ellos volando, los caballos continuaron su camino, a saber en qué dirección. Un grupo de guardias fueron a buscarlos por la noche pero han regresado sin ellos, no los han localizado y no se sabe dónde están. Pero lo más gracioso del tema es que, en el Reino de Cibolix no hay ni un solo caballo que puedan prestarnos para continuar el viaje. –Aclaró lo sucedido Catriel a Jeremiah.
-No usamos caballos, pero podemos llevarlas nosotros, estamos acostumbrados. –Se ofreció Minos mirando a Dalila.
-No, gracias. –Jeremiah miró a su hermana.
-Ni en sueños pienso montar contigo. –Le contestó ella adivinando la pregunta.
-Como queráis princesa, Dalila ven aquí, tú vendrás conmigo.
Dalila avanzó hasta él y con su ayuda montó delante a horcajadas, nada más sentir el brazo de él rodeándola se tensó apartándose del contacto de su cuerpo.
Ahora faltaba Ebolet por montar, Arnil avanzó en busca de la princesa y le ofreció la mano, pero ella la rechazó pasando de largo y tomando la dirección directa a Cain, el guerrero de Variant la miraba con las cejas levantadas sin entender lo que sucedía, pero de pronto Meir y Jorell se interpusieron en su camino cruzándose entre ellos y ofreciéndole la mano, Ebolet los miró sin entender.
-Podéis subir conmigo princesa, será un honor para mí llevaros. –Se ofreció Meir.
-No, mejor subir conmigo princesa Ebolet, soy mejor jinete que mi hermano y conmigo iréis a salvo. –Jorell se interpuso en su camino tapando a su hermano el cual remetió contra el caballo de Jorell adelantándose de nuevo a ella.
-Princesa, no le hagáis caso, mi hermano es tan torpe que no sabría encontrarse las bolas debajo del agua congelada.
-Me lo dice el que se emborracha con vino caliente en las tabernas del reino y al día siguiente no sabe en qué lugar despierta o al lado de cual mujer. –Criticó Jorell a su hermano.
Parecían a punto de acabar la discusión con las manos, tenían los caballos encarados entre ellos, mirándose fijamente como sus amos, ni siquiera le hacían caso a una Ebolet que miraba la escena alucinada como todos aquellos que la rodeaban e incluso Catriel, que parecía el más sorprendido.
-¿Pero qué demonios les pasa a esos dos? -Le preguntó Laird girándose hacia Catriel que perturbado casi no pudo contestar a su pregunta.
-No losé, pero están empezando acabar con mi paciencia.
Catriel se acercó a ellos y pasó por el medio de sus caballos dejando atrás la discusión que mantenían criticándose el uno al otro. Cogió a Ebolet del brazo haciendo que la muchacha soltara un gritito del susto al sentirse presa por la espalda y la montó delante de él.
Entonces, y en ese justo instante, fue a él a quien le tocó sentir el susto que lo hizo aguantar la respiración al notar el cuerpo de Ebolet contra el suyo, la tenue calor que desprendía ese pequeño cuerpo, lo atravesó como un demonio atraviesa un corazón, que aunque ella se retirara enseguida como si se acabara de quemar, la sensación no quiso apartarse de él tan pronto llevándosela junto a ella, no, tenía que quedarse con él como la sangre que ahora mismo retumbaba en sus oídos. Sacudió la cabeza intentando apartar esa sensación que tan familiar le resultaba, pero no sabía de qué. Catriel se giró cara sus hombres, por fin se habían callado de golpe. Les dedicó una mirada feroz que asustaría al propio Lucifer, enterrándolo más bajo tierra y que ellos conocían a la perfección, los amenazó, diciéndoles en un furtivo silencio que pronto les pediría una explicación de ese vergonzoso comportamiento.
-Luego hablaré con vosotros dos.
Sacudió las riendas de su caballo saliendo este dando una sacudida que hizo que el cuerpo de Ebolet se chocara contra el de él, y de nuevo notó su calor, una calidez que abrasó lentamente su propio cuerpo.
“Menudo viajecito me espera”, pensó notando el cuerpo de Ebolet meneándose para colocarse bien encima de su caballo, temía que con tanto movimiento se colocara encima de él.
De inmediato se arrepintió de no haberse desfogado antes de salir del reino, todo era culpa de la maldita muchacha muda de la anterior noche, debería haberla buscado mejor por cada rincón del reino, se criticó duramente.
Había sido una incógnita, Minos le había dicho que no había una mujer con esa descripción en todo el reino, sin embargo él la había tenido entre sus brazos, no había sido un sueño, el mismo Laird la había visto con sus propios ojos, esa mujer existía y él lo sabía. Tenía grabado el sabor de esos labios carnosos en su boca y su mirada negra en la memoria, lo había perseguido en sueños durante toda la noche y ahora por culpa de ese deseo que había despertado esa muchacha en él, tenía este calentón con el cardo de princesa que tenía montado delante de él.
Los caballos siguieron a Catriel rodeándolo y colocándose en sus puestos, el rey Minos con dos de sus primos, Kendri y Goliet, se despidieron de la pequeña Leonela y Muriel, Minos besó la frente de su hermana y le pidió que se portara bien mientras le deshacía el pelo ya revuelto de la pequeña, luego besó la mano de su madre y le prometió que pronto vendría, la madre acarició su rostro y lo dejó unirse a sus primos, los cuales desenfundaron sus alas en toda su magnitud y se alzaron al vuelo siguiéndolos desde el cielo. Muriel se quedó observando a su hijo marchar mientras rezaba una oración para que los dioses los protegieran.
El día surcaba con todo el calor del desierto en el que estaban, les quedaba mucho camino para dejar las tierras secas del Reino de Cibolix, se cruzaban con montañas de picos tan altos que se escondían debajo de las pocas nubes blancas que tapaban un cielo azul claro iluminando todo el terreno que los rodeaba.
Horas y horas pasaron antes de que pudieran ver la vegetación que aumentaba a cada cabalgada, el cansancio aumentaba en el cuerpo de Ebolet, estaba tan recta que perfectamente podrían colocar una copa de vino en su cabeza y no se derramaría ni una sola gota. Catriel controlaba tan perfectamente su caballo que parecía que en todo momento le leyera el pensamiento sabiendo lo que quería su dueño. Notaba el roce de sus brazos acariciar su cintura, su aliento caer por su velo y traspasarlo hasta su nuca haciendo que se le erizara la piel y que su respiración se detuviera por segundos, se cogía fuerte de la silla apretando los puños y dejándolos casi sin circulación poniéndose más blancos por momentos. Evitaba cualquier contacto con el cuerpo de él y le estaba costando un grandísimo esfuerzo, agotando de esa manera su energía.
No había dormido nada en toda la noche, cada vez que cerraba los ojos veía el cuerpo desnudo de Catriel sobre el suyo, acariciándolo, besándolo, en sus sueños él la torturaba dándole un placer sin límites y constante, donde no había tregua ni final, donde ella rogaba, le suplicaba que la hiciera suya, pero él seguía torturándola sin darle ni un poco de piedad, jugando con su cuerpo a su antojo. Ebolet despertaba cada hora de ese sueño húmedo y con el corazón amenazando con explotarle dentro del pecho.
Y ahora el sueño la llamaba, arrastrándola a él, los ojos se le cerraban y comenzaba un balanceo para atrás chocando contra el pecho de Catriel y haciendo que él se tensara devolviéndola a su postura inicial.
-¿Es que no habéis dormido suficiente, princesa? –Le preguntó con los dientes apretados a su oído pero Ebolet no pudo contestar de lo nerviosa que estaba. -¿Se os ha comido la lengua el gato dejándoos muda?
El cuerpo de Ebolet se tensó radicalmente recordando lo sucedido en la noche, Catriel notó su quietud y rodeó con un brazo su cintura para acercarla a él y que descansara su espalda contra su pecho, pero enseguida se arrepintió, nada más sentir su pequeña cintura entre su brazo su cuerpo se convulsionó en una violenta reacción provocando un rugido suave que salió de sus labios. Ebolet intentó deshacerse de ese brazo que la amarraba con fuerza pero Catriel no estaba dispuesto apartar ni un solo centímetro de su cuerpo, su brazo se había quedado pegado al cuerpo de ella como un imán y la acercó más a él pegándola totalmente a su pecho.
-Dormir tranquilamente, falta mucho para que paremos a descansar. Pero hacerme un favor, no os mováis mucho, no quiero sentiros. –Le dijo fríamente a su oído denotando un sonido ronco que le recordó el cómo le había hablado la noche anterior mientras la besaba en la bañera y sus manos jugaban con cada fibra de su sentido.
Ebolet se dejó apoyar y nada más sentir el calor del cuerpo de Catriel suspiró, continuaba tensa, todavía tenía el brazo de él rodeándola, haciendo que notara su fuerza, la presión de sus dedos contra su cintura y filtrándose el calor por su piel pero al momento su corazón empezó a latir con normalidad y sus ojos se fueron cerrando dejándose llevar al profundo sueño, estaba tranquila, se sentía segura en los brazos de Catriel, su amor y sonrió intentando disfrutar de esos momentos, los últimos de su cercanía.
Ebolet casi no se menaba y no hacia ni pizca de ruido, pero el galope hacia que su cuerpo se acercara más al de él convirtiéndose en una tortura soportar su cercanía, no podía creer que su entrepierna estuviera tan erecta. Esa mujer tenía unas curvas perfectas, era delgada, pero podía sentir debajo de ese fino vestido blanco su fuerza, y su olor lo estaba volviendo loco, cada vez que sentía su aroma a flores venir a él una nube de deseo extraño le cegaba la vista perturbándolo e incomodándolo, haciendo más insoportable el viaje. Intentó turbarse mirando a sus alrededores y pensando en otras cosas pero le resultaba imposible, ella se amarraba a cada uno de sus sentimientos con ganas, e incluso Jeremiah y Dalila lo observaban con cierta sonrisa que lo hizo perturbarse más todavía.
Esto no le estaba haciendo ni pizca de gracia.
Cain iba a su lado muy cerca y lo estaba poniendo nervioso, dos veces se había ofrecido en llevar a Ebolet, pero Catriel se lo había negado y ahora se arrepentía, debería habérsela dado antes de que se durmiera tan profundamente.
Laird se posicionó a su otro lado vacío y lo miró con el entrecejo fruncido y una sonrisa ladeada mientras observaba el bulto que tenía Catriel rodeándolo con un brazo, pero lo más extraño es que la tenía cogida de tal manera que parecía que temiera de que se la fueran a robar, como si temiera que se la fueran arrancar de sus brazos.
-¿Es que deseáis llevarla vos también? –Le preguntó Catriel con sorna a Laird.
-Oh, no mi señor, gracias por la oferta, pero os veo demasiado a gusto con la dama como para robárosla. –Le contestó este entre carcajadas.
-Muy gracioso, pero te aseguro que estoy deseando deshacerme de este maldito bulto.
-Pues a la próxima controlar vuestros impulsos y no os veréis de nuevo en situaciones tan gratificantes como estas. –Continuaba Laird atacándolo sin perder las carcajadas.
-Callaos de una maldita vez si no queréis que os calle yo de un buen golpe. –Lo amenazó Catriel mirándolo a los ojos. – ¿Habéis hablado con vuestros hermanos?
-Sí, pero ninguno desea contarme que sucede, están tan irritados que ninguno desea hablar. Tal vez la dama haya echado algún hechizo a esos dos, ¿Sabéis que anoche durmieron a los pies de su puerta? ¿Y se han ofrecido a Jeremiah en protegerla personalmente?
-Luego hablaré con ellos, yo soy su rey. Y yo decido lo que deben o no hacer.
Catriel zarandeó las riendas y se alejó del lado de Laird, Ebolet resbaló de su pecho cayendo en su brazo, él la cogió más fuerte de la cintura, rodeando su brazo hasta la cadera de ella para que la muchacha no se cayera del caballo, luego se quedó observando el velo negro que se movía un poco por la respiración de ella, sintió curiosidad de levantarlo y ver que se escondía debajo, pero lo rechazó colocando de nuevo a Ebolet en su pecho.
-¿Qué les has hecho a mis hombres, princesa? –Se dijo entre susurros para sí mismo sin dejar de observarla.
Reino de Bradamanti
Magia buena, campos sembrados de polvo mágico que soltaban las hadas que habitaban estas tierras al pasar revoloteando por ellos, flores silvestres y árboles tan extravagantes como esotéricos, de variadas formas y diferentes tamaños, llenos de frutas dulces de colores estrambóticos colgando de ellas, maduros a punto de caer al suelo y ser devorados por los diminutos seres que habitaban en los suelos con lucecitas en sus largas colas para iluminar a sus señores en la noche.
Un reino que se escondía detrás de una cascada rodeada de verdes enredaderas con rosas de toda clase de colores y toda clase de espinas venenosas, protegiendo su entrada y a sus habitantes, los elfos, ninfas, las hadas y más seres mágicos.
Todos los niños y niñas del reino corrían detrás de Meniques, dándole la bienvenida de su pequeño viaje, el joven los intentaba saludar a todos con rapidez para poder llegar cuanto antes a su hermano, su rey espera su regreso en una de las casas blancas que yacían en este lugar, en lo más alto de la copa de un árbol.
Todas las casas estaban construidas en lo alto de los árboles, en sus copas y se accedía a ellas a través de un sinfín de escaleras, depende a la altura a la que estaban, solo que esta era la de su rey, la más alta, la más grande de todas y en el centro de todo el reino. La casa de la familia Briatinio, su familia, su hogar.
Ranulf, rey de Bradamanti miraba a su alrededor desde el balcón de su torre, orgulloso de todo aquello que le rodeaba, su tierra, su reino, su vida. Todo lo que sus antepasados levantaron en una zona escondida, descubriendo la riqueza que se escondía debajo de cada centímetro de tierra y dándole forma a lo que es hoy.
-Ya está aquí, Ranulf. –Gritó su hermana Iris emocionada entrando como una avalancha a su cuarto. Se puso a buscarlo a través de sus ojos blancos.
-Estoy aquí fuera, Iris. –Le dijo él acercándose a ella. Iris comenzó acercarse con una mano alzada hacia delante, para no chocarse con nada.
-Losé, aunque sea ciega, no soy sorda, oigo los latidos de tu corazón a un metro de ti.
-Claro, perdona, olvidé lo afinado que tienes el oído, hermanita. –Le dijo Ranulf estrechándola en un abrazo cariñoso y besando su cabeza.
Iris era la pequeña de los tres hermanos, tenía diecinueve años y por un accidente mientras intentaba montar a caballo a escondidas había perdido la vista. Con tan solo cinco años de edad, el caballo se asustó y salió cabalgando empujando a Iris contra el suelo violentamente, esto provocó que cayera al suelo golpeándose en la cabeza y esa terrible caída, la postró en la cama durante semanas. Se hizo eterna cada hora que pasaba y aumentó el terror por perderla, ella les quitaba la vida con el día a día, convirtiéndose en una tortura insoportable para sus seres amados, pero una mañana los gritos de Iris despertaron a todo el reino atrayéndolos a su cuarto, pero la alegría se esfumó cuando vieron el nuevo color de sus ojos llenos de lágrimas derramadas, sintieron de nuevo la pena y la desesperación de no poder hacer nada por ayudarla, Iris se había quedado ciega, solo podía ver sombras o a veces incluso, los colores fuertes, por eso Ranulf , Meniques y su propia madre vestían siempre colores fuertes y llamativos, era lo máximo que podían hacer por ella. Los años fueron pasando y aunque sus ojos continuaban sin ver, sus otros sentidos habían aumentado muy favorablemente junto con su valor y su fuerza, era la ninfa más valiente del reino, la más hermosa, la Briatinio más dura y cabezona de la familia y la más amada por todo su reino.
Ranulf acarició la caballera azul de Iris con mucho cariño. Siempre se sorprendía de su color, todos los habitantes del reino tenían el cabello blanco, orejas puntiagudas, ojos lilas y piel bronceada, pero Iris tenía el cabello azul, orejas puntiagudas, los ojos totalmente blancos por su ceguera, pero antes habían sido lilas como el de ellos y la piel muy blanca, casi transparente, no parecía su propia hermana, pero era igual que su madre Odina, con el mismo tono de cabello y mismo tono de piel.
-Bueno, bajemos a dar la bienvenida a Meniques. –Le dijo Ranulf cogiéndola de la mano para guiarla.
Nada más entraron al salón, Odina abrazaba y besaba sin parar las mejillas de su hijo Meniques, el cual intentaba sin lograrlo deshacerse del abrazo maternal al que se había visto acosado nada más entrar, tenía veintiún años pero su madre lo seguía tratando como si fuera un niño.
-Madre basta, dejarme en paz. –Se quejó él.
-Madre dejarlo, lo vais ablandar como sigáis mimándolo de esa manera. –Dijo Ranulf muy cariñosamente a su madre.
-No tengáis celos, también tengo besos para mi rey. –Le dijo está soltando a Meniques y guiñándole un ojo a Ranulf, este a su vez, le dedicó una tierna sonrisa.
-Bien hermano ¿Qué tal vuestro viaje?
-Largo y para nada productivo. –Contestó Meniques a Ranulf arreglándose la ropa.
-Lo sé, habéis tardado más de lo que me imaginé. Estuve a punto de enviar a mis hombres en vuestra busca ¿Qué noticias me traéis? –Preguntó de nuevo Ranulf frunciendo el ceño.
Todos se sentaron esperando la respuesta de Meniques con impaciencia, pero al ver su rostro sabían que la contestación no sería nada buena.
-Fui al Reino de la Luz, como me mandasteis, pero hacia días que Jeremiah había salido de viaje, y lady Clira me informó que no regresaría en un tiempo…
-¿Por qué? –Cortó Ranulf a Meniques impaciente.
-Ha ido a llevar a su hermana al Reino de las Olas para tomar nupcias con el rey Variant de Grecios.
-Vaya, vaya, vaya, así que, al fin han encontrado a un desgraciado con quien casar a esa muchacha. –Decía Ranulf entre risas.
-Ranulf. –Lo cortó su madre duramente. –No seas tan cruel con la muchacha, ni si quiera la conoces, no sabes si es verdad todo lo que hemos oído de ella y ¿si te equivocas? Deberías mostrar más respeto.
-Madre si dicen que es un ogro y…
-¡Meniques!
Odina gritó a su hijo y luego los miró severamente parando sus carcajadas de golpe y centrándose en lo que les interesaba.
-Bien, continua Meniques. -Le pidió Ranulf a su hermano.
-Después de salir del Reino de la Luz me dirigí al Reino de los Drakos, pero tampoco estaba su rey Catriel, él, su primo y tres de sus hombres decidieron acompañar a Jeremiah.
-¿También? -Preguntó incrédulo Ranulf.
-Sí, pero lo más gracioso es que el siguiente reino al cual me dirigí fue al Reino de Cibolix y ¿a que no adivinas hacia donde se dirigen?
-Al Reino de las Olas. -Contestó Ranulf.
-Sí, cuando llegué, acababan de salir de allí, así que decidí volver de vuelta a casa. -Meniques se giró cara su madre y con una sonrisa burlona continuó. -Y para que sepáis madre, dicen que la princesa Ebolet de Geneviev llevaba un velo negro tapándole el rostro, ¿No creéis que es muy extraño?
Su hijo lo dijo con un tono deliberante y Odina lo miró sin saber que contestar a esa pregunta, era muy extraño, se dijo, pero no significaba nada. Todavía recordaba el día que lady Clira había llegado al reino para ofrecérsela a su hijo Ranulf como esposa, este la había rechazado y tratado a la mujer como un vulgar mercader, echándola vergonzosamente del reino, Odina había sentido lastima por esa mujer y por la muchacha, se alegraba de que por fin tuviera un pretendiente, las barbaridades que decían de ella eran horribles y deseaba no tener que pasar ese mal trago cuando tuviera que buscar esposo para su hija.
-¿Cuándo regresan? –Preguntó Ranulf captando la atención de su hermano.
-No losé, no pudieron decirme nada, se habían alejado mucho de su camino, pueden tardar semanas.
-Está bien, pues esperaremos su regreso para confirmar nuestras sospechas. –Dijo Ranulf alzándose para hablar con sus hombres.
-¿Y si tienes razón y Tarius ha despertado? –Lo paró su hermano antes de que se marchara.
-Si Tarius ha despertado no podemos hacer nada, no podemos contra su magia negra y será más poderoso que nunca. Por el momento esperaremos a que los reyes vuelvan a sus reinos y cuando regresen les informaremos de nuestras sospechas, si se está levantando una guerra tendremos que unirnos como hicieron nuestros padres en el pasado para acabar con él. Por el momento aumentaremos la vigilancia de cada rincón del reino manteniéndolo bien protegido y esperaremos. Solo espero que esta espera no se alargue mucho. -Esto último se lo dijo para sí mismo mientras abandonaba el salón.
Era la palabra del rey y todos la obedecerían como en cada uno de los reinos.
Pero en un rincón muy oscuro, en la misma sala pero invisible para los que se encontraban allí en ese momento, una sombra se escondía en silencio para que ninguno de ellos pudiera verlo ni oírlo, maquinando diferentes planes en la mente a los de la orden que había dado su rey Ranulf, donde no entraban ninguno de los presentes, una traición a su rey y una unión con la oscuridad, pero tenía que ir con cuidado, todavía no era el momento de dar el paso, pronto tendría lo que deseaba y se merecía, el Reino de Bradamanti y vería caer a toda la familia Briatinio en desgracia. Como en el pasado había caído la suya por culpa de ellos.
-Pararemos aquí. –Gritó Jeremiah desmontando de su caballo.
Al fin, pensaron todos al unisonó desmontando de sus caballos. Llevaban como unas nueve horas cabalgando sin parar, los caballos estaban tan agotados como sus jinetes. Hacía rato que habían dejado atrás las tierras secas que rodeaban el reino de Minos y se habían envuelto de nuevo en los prados verdes y floreados de árboles por doquier, dando al olfato el poder de la naturaleza.
Pararon en un claro donde se escondía un precioso lago entre los arboles de ramas largas con hojas finas y largas que caían en forma de cascadas hasta el suelo. Estaban muy cerca de los bosques de Akebia, donde vivían las Amantrapolas y se empezaba a notar la magia de ese bosque desde su lugar de acampada.
Catriel zarandeó a Ebolet, la que aún seguía dormida tranquilamente en sus brazos, pero esta no se despertó, la zarandeó más fuerte sin miramiento alguna haciendo que se asustara y abriera los ojos de golpe.
-Despierta bella durmiente, no voy a estar todo el día llevándoos en brazos. –Le dijo meneándola como si fuera un trapo.
Ebolet se quitó de su agarre y saltó del caballo sin su ayuda irritada por la forma en que la había tratado, se espoleó el polvo del vestido y echó a caminar directa hacia donde se encontraba Dalila, pero el comentario de Catriel la paró en seco.
-De nada. –Le dijo entre susurros pensando que nadie le escuchaba, pero Ebolet lo había oído perfectamente.
-¿Por qué debería daros las gracias? -Le preguntó ella girándose cara él con los brazos sobre sus caderas en jarras.
Catriel se giró cara ella y vio su pose, el cual le hizo mucha gracia. Con las cejas alzadas y la burla en su rostro colocó los brazos sobre el caballo, apoyándose sin dejar de observarla, Celso y Laird se pusieron detrás de él, mientras que Jorell y Meir se colocaron a cada lado de ella.
-Por llevaros en mi caballo hasta aquí, por dejaros dormir tranquila sin molestaros y por protegeros durante todo el camino, cosa que no me corresponde a mí porque no me pertenecéis. –Le contestó burlándose de ella.
-En primer lugar yo no os pedí que me llevarais, vos lo decidisteis por mí ¿O, se os ha olvidado de repente? , En segundo, me obligasteis a dormir, porque en cierto modo no queríais que os molestara, ¿Queréis que os recuerde cuales fueron vuestras palabras exactas? –Ebolet esperó a que él dijera algo, pero seguía callado y su cara se iba poniendo roja por momentos, así que, prefirió acabar antes de que fuera a peor. – No ¿Verdad? , bien, entonces continuaré. Y en tercer y último lugar, mi protección os lo tendrá que agradecer mi prometido cuando lleguemos a su reino, el cual estará encantado de dárosla, si llego de una pieza claro está. Estamos de acuerdo en todo esto ¿verdad?, porque yo sí, y ahora sí que no tengo nada más que hablar con vos. –Ebolet se dio la vuelta para marcharse, pero se frenó y girando solo un poco la cabeza por encima del hombro sin mirarlo a la cara, dijo su última palabra y daga más afilada. –Y tranquilo, no hará falta que volváis a montar al cayo de princesa que tanto os molesta, montaré con otro, y agradezco a los dioses que rechazarías la oferta de matrimonio porque no soportaría perteneceros en nada, sois insoportable. –Y se marchó con la cabeza bien alta, Jorell y Meir la siguieron como perros falderos.
Catriel deseó seguirla y darle un escarmiento por haberlo tratado de esa manera delante de sus hombres, pero se silenció y solo la siguió con la mirada, mientras dentro de él ardía una ira a punto de hervir.
-Increíble mujer. –Dijo Celso a su espalda para animar más su ira. –Si no fuera por lo fea que dicen que es, me arrepentiría de haberla rechazado como esposa.
-Cállate Celso. –Le ordenó su rey con la mirada cargada de rabia contenida, luego se giró hacia Laird, su segundo al mando estaba impresionado. –Dile a tus hermanos que se reúnan conmigo de inmediato y como me hagan esperar más de un solo segundo se enteraran, no me queda mucha paciencia hoy.
Laird obedeció su orden saliendo en busca de sus hermanos mientras Catriel ataba a su caballo, el resto ya se disponía a comer algo y descansar, buscó con la mirada a la víbora del velo negro pero no la vio por ningún lado. Esa mujer no solo lo había dejado irritado y con ganas de estrangular a alguien, sino también, lo había dejado dolorido en su entre pierna y no era por haber cabalgado durante tantas horas casualmente, necesitaba a una mujer urgentemente, pensó.
Su segundo al mando acudió a él acompañado de sus hermanos, quienes ni se atrevieron a mirar a su rey a la cara. Catriel se puso frente a ellos, con los brazos en la espalda y manteniendo a raya la ira para no darles el escarmiento que merecían, antes les daría el beneficio de explicarse y si no le gustaban sus razones, ya pensaría en algo.
-Podéis explicarme el repentino cambio que habéis tomado respecto a Lady Ebolet, como por ejemplo: dejaros en ridículo delante de todos, o dormir a las puertas de su habitación durante toda la noche, o también, el deseo que sentís de montarla en vuestros caballos. Porque yo soy vuestro rey y no he ordenado nada de eso.
-Nada mi señor, es solo que sentimos lastima por la muchacha, debo deciros que nos arrepentimos de todos los insultos que hemos hecho a su persona, porque hemos estado equivocados sobre los rumores, ayer vimos el…
-Mi señor esto no volverá a suceder, no volveremos a desafiar ninguna de sus órdenes, le doy mi palabra. –Cortó Jorell a su hermano Meir, este se le quedó mirando fijamente.
Catriel los observó sintiendo que algo le escondían.
-¿Qué es lo que no me estáis contando? ¿Qué visteis ayer?
-Pues a la muchacha…
-En peligro. –Cortó de nuevo Jorell a Meir dándole un codazo. –Esas águilas casi matan a la princesa Ebolet y nos sentimos culpables por haberla criticado durante todo el camino, esa muchacha no se lo merece, es valiente y por eso queremos ayudarla, para que pueda perdonar los insultos que le hemos hecho a su persona.
-Pero que historia me estáis contando, es que ¿me estáis tomando el pelo? –Preguntó incrédulo Catriel.
-No Adonay, le decimos la verdad. –Contestó Jorell mirándolo a los ojos. Catriel lo miró y luego fijó la vista en Meir.
-Y tu Meir, ¿coincides con tu hermano o tienes algo más que decir? –Aunque era una pregunta, sonó como una afirmación. Meir lo miró y aunque le temblaba un poco el pulso, apoyó a su hermano.
-No Adonaí, no tengo nada más que decir. Mi hermano os dice la verdad.
Los observó duramente durante varios segundos y al ver que no decían nada más recapacitó y supo que por el momento no podría sacarles nada más.
-Está bien, marcharos. –Les ordenó Catriel, estos se fueron casi corriendo, Catriel se giró hacia Laird que observaba como sus hermanos huían.
-¿Te crees alguna palabra de lo que dicen? –Preguntó Laird.
-Nada en absoluto, estate cerca de ellos, a ver si averiguas algo. Estos dos se traman algo o esconden algo, me lo huelo.
Meir cogió del brazo a Jorell parándolo y girándolo cara él, este se giró apartándole el brazo y miró a su alrededor, vigilando que nadie los viera y que nadie pudiera escucharlos, después arrimó más a su hermano, escondiéndose los dos, camuflándose detrás de un árbol y lo calló con la mano antes de que se pusiera a replicar, cuando se aseguró de que nadie podía escucharlos, clavó la vista en él.
-Podrías haber disimulado mejor antes, casi metes la pata. –Le echó en cara Jorell sin dejar de mirar a sus espaldas vigilando constantemente.
-Pero, disimular ¿El qué? Qué hay de malo en decirle lo hermosa que es la princesa.
-¿Qué pensarías tú si te la ofrecieran como esposa y la rechazaras por creerte una mentira que alguien ha vertido sobre ella y luego vieras lo que has rechazado dos veces? ¿La hermosura que no quisiste para ti y que ahora se la vas a entregar a otro hombre? ¿No te molestaría? ¿No te sentirías engañado?
-Pues sí, me dolería. Visto de esa manera. –Coincidió Meir con su hermano.
-¿Entonces entiendes porque no podemos decírselo a nuestro rey?
-Sí, entiendo. Pero ¿y si la ve y se entera de que nosotros lo sabíamos? ¿No crees que será peor?
-Ebolet debe llevar el velo puesto hasta el reino de su prometido, para cuando se lo quite nosotros estaremos muy lejos.
-¿Pero si pasa algún accidente y su verdadero rostro se descubre? ¿Qué nos pasará?
-No losé, pero recemos para que no nos pase nada y para que eso no suceda.
Un silencio los envolvió, Meir continuaba dándole vueltas al asunto y Jorell vigilando, no veía a las mujeres, la última vez que las vio se dirigían al lago, Arnil y Kirox se habían postrado en la entrada para que nadie pasara y el resto estaba descansando en el claro.
-¿No te gustaría tener a Ebolet como nuestra reina? –Preguntó Meir a su hermano de repente, este lo miró con duda en su mirada.
-¿Qué intentas decir? Está comprometida, no puede ser nuestra reina.
-Sí losé, pero a veces algunos hombres han secuestrado a la mujer que deseaban como esposa, nuestro padre lo hizo con madre, podría funcionar.
-Meir, esto es diferente, para empezar esa mujer es una princesa y está comprometida con un rey, nos declararían la guerra. Segundo, Catriel tiene que verla y que le guste tanto como para secuestrarla y con el odio que ella está provocando en él será muy difícil que eso pase, y tercero y último, pero no menos importante, Ebolet tendría que quitarse el velo y creo que eso es lo más complicado, acaso que sufra un accidente y no pienso provocar yo ninguno, ni tú tampoco harás nada parecido. –Lo dijo señalándolo con el dedo. –Olvídalo, no pondremos en peligro la vida de esa muchacha. ¿De acuerdo?
-Está bien, pero ¿podías pensarlo?
-No, y no hablaremos más del tema, que sea lo que los dioses quieran.
Meir le dijo que si con la cabeza y miró hacia el cielo, esperando que hicieran algo bueno y diciéndoles que Ebolet de Geneviev sería una buena Galinety y muy buena reina de una familia de dragones.
El mensaje llegó al cielo pero no fueron los dioses quienes lo escucharon, ese mensaje llegó hasta los picos helados, donde las almas vagaban sin descanso nadando en sus aguas heladas buscando la salida para ir al cielo, pero nunca la hallarían, era su castigo por haber sido quienes eran en vida. El mensaje subió la montaña blanca hasta llegar a Ambarina, la mediana de las tres Sacerdotisas, la cual se encontraba observando el infinito desde su ventana y agradeció haber salido en ese instante. Dejó las vistas atrás, se puso su capa roja sobre los hombros y salió de su reino en busca de la persona que deseaba ese deseo y sabía dónde encontrarla.
Un deseo y diez años de juventud para ella, solo tenía que hacer realidad un sueño, darle a alguien un amor perdido, una ilusión y una alegría. Y ese alguien estaba delante de ella ahora mismo, tapada con un velo negro. Solo tenía que alejarla de la orilla y meterla más en el bosque, donde nadie las pudiera oír o ver, donde nadie las descubriera y el resto de lo otorgado lo haría esa muchacha.
Ebolet miraba como su prima se remojaba la cara en el agua. Estaba irritada, la conversación con Catriel la había dejado sosegada y de muy mal humor, pero a la vez triste, sentía un nudo en el corazón. Se había dado cuenta de que después de que él la besara anoche creyendo que era otra mujer, la había marcado más todavía, metiéndose más en su corazón, en su cuerpo y sobre todo en su mente, todo el rato que había estado con él, solo le había servido para enamorarse más de él y no desear llegar nunca al Reino de las Olas, pero eso nunca se haría realidad. Ella ya tenía un rey al que tendría que amar y respetar, de Catriel se tenía que olvidar para siempre.
-El agua está estupenda, si tuviéramos más tiempo me daría un baño, pero Jeremiah ha ordenado que descansemos, dice que traspasaremos el bosque de Akebia al caer la noche, está loco, no veremos nada en la oscuridad. –Le dijo Dalila colocándose a su lado, pero Ebolet ni la miró, seguía con sus pensamientos, Dalila se dio cuenta y se acercó a ella. -¿Te sucede algo? –Le preguntó mirándola a los ojos.
-Dalila, no te molestes, pero me gustaría estar un rato a solas, por favor.
Dalila la observó cómo dudando, sentía que estaba triste, Ebolet le sonrió y le cogió de las manos con ternura, su prima era tan sensible que hasta los problemas de los demás la afectaban a ella también, ella sin embargo era más fuerte, más dura y sabia esconder sus sentimientos a través de máscaras, dejando el dolor en su interior.
-Estoy bien, no te preocupes, solo necesito un poco de intimidad y no he tenido nada de ella durante todo el viaje y la necesito.
-Lo sé, te dejaré sola, pero no tardes o vendré en tu busca.
-Descuida, y muchas gracias.
Dalila se fue más tranquila, pero antes de introducirse en el escondite de las ramas, echó un último vistazo a su prima, estaba de espaldas caminando hacia la orilla del agua, después se giró y desapareció a través de los árboles, dejando sola a Ebolet.
<<El agua es la vida de todos los mares, donde vais a vivir una vez os caséis, rodeada de agua azul y cristalina, del sonido de las olas chocar contra las piedras y entre ellas, el silencio de la noche de un mar tranquilo y sereno. Escuchar las voces en el canto de sus sirenas como nanas melodiosas, para que su reina duerma cada noche en los brazos de su bien amado esposo y pasar ante ellos las nubes blancas con formas de guerreros marinos que combatieron por su reino. Ese será tu hogar, mi niña, donde vivirás feliz el resto de tu vida y donde criarás a todos los hijos que tu marido te dé y sepas que serán muchos, porque una vez ese hombre vea lo hermosa que eres no te dejará marchar nunca de su cama>>
Ebolet recordaba cada palabra que le había dicho su Tabita cada noche antes de marcharse, pronunciaba cada palabra como si fuera una profecía, pero cuando escuchaba la risa de su último comentario, la historia se convertía en un relato de trovadores, solo le faltaba entonarla para que fuera más real.
Se sonrió a sí misma recordando esos momentos mientras se agachaba para meter la mano en el agua fresca, haciendo que todo su cuerpo se relajara con ese simple contacto. Mojó su nuca y la frotó varias veces, después alzó su velo echándolo hacia atrás y refrescó su rostro.
-Ebolet.
Levantó su cabeza de inmediato al oír su nombre, se giró a su espalada pensando que sería su prima llamándola, pero no había nadie.
-Ebolet.
Volvió a oírla y venía de delante, al otro lado de la orilla del lago, se giró rápidamente levantándose del suelo y comenzó a buscar en cada rincón del frondoso bosque que tenía delante a la otra parte del lago, pero no veía nada entre los árboles, solo podía oír la voz de una mujer llamándola.
-Ebolet.
Escuchó el sonido de su voz de nuevo, un sonido suave que la envolvió en una nube mágica. Fijó la vista con insistencia y, entonces pudo ver un reflejo rojo moviéndose entre los árboles, como en ondas al ritmo del viento y dejándose ver delante de ella, mostrándose a Ebolet por primera vez. Era una mujer de cabellos negros, largos hasta el suelo y muy hermosa, le sonreía y el cuerpo de Ebolet sintió una inminente atracción hacia ella.
-Ven conmigo Ebolet, vamos, acércate.
Sin pensar en si era peligrosa o no, Ebolet dio un paso hacia delante y otro, tocando el frescor del agua con la suela, pero sin mojarse ni hundirse, estaba caminando por encima del agua sin caer en su interior, flotando, sintiendo el cosquilleo de las pequeñas olas que formaba a cada paso que daba. Continuó caminando sin creerse lo que había pasado hasta llegar a la otra orilla donde la mujer la esperaba, pero al alzar la vista de nuevo a ella, la mujer se marchaba filtrándose en el interior del bosque, haciendo que Ebolet la siguiera alejándose cada vez más del lago. Ebolet comenzó asustarse, la mujer continuaba introduciéndola más adentro, más lejos de su hermano y sus hombres, hasta que desapareció totalmente, dejándola sola e indefensa contra una desconocida. Ebolet se frenó y con la mano en el pecho comenzó a mirar a su alrededor buscándola, pero no la encontraba. Su angustia empezó a crecer a cada segundo que pasaba, tenía que volver, se dijo, pero al darse la vuelta la mujer estaba detrás de ella observándola con una preciosa sonrisa. Ebolet se quedó muy quieta.
-No me temas. –Le dijo acercándose a ella. –No voy hacerte daño, Ebolet. –La mujer se llevó la mano a la barbilla y la observó de arriba abajo, dedicándole un tiempo extra a la orquídea de su rostro. –Eres más hermosa de lo que me había imaginado, mucho más hermosa, tus diosas estarán orgullosas de ti.
-¿Quién eres? –Preguntó Ebolet dando un paso hacia atrás.
-Mi nombre es Ambarina, soy una de las Sacerdotisas del Reino del Hielo. ¿Has oído hablar de mí y mis hermanas?
-Sí. –Le contestó Ebolet asustada, dándose cuenta del lio en el que se había metido.
-No voy hacerte daño, no me temas. Solo voy hacerte feliz.
-¿Por qué? , Yo no te invocado.
-Lo sé, pero lo deseas, yo te voy a dar algo que amas y yo ambiciono.
-¿El qué?
-Yo te voy a dar a Catriel, solo tienes que pedírmelo y será tuyo.
En la cabeza de Ebolet saltó una alarma de peligro, pero la oferta era muy tentadora, difícil de rechazar, ¿pero a qué precio sería el que le tocaría pagar? se preguntó mientras la Sacerdotisa la rodeaba en un andar de bailarina en una exhibición de un lago rodeado de cisnes blancos y esponjosos.
-¿A qué precio? -Preguntó al fin, no entendía el porqué, pero su miedo había salido de su cuerpo, sustituyéndolo por un valor nacido de su interior.
-Sabes que eso no puedo decírtelo, esto no funciona de esa manera. Yo te concedo el deseo que tú me pidas y cuando necesite que me lo devuelvas acudiré a ti y tu entonces tendrás que concederme el mío, pero será sencillo.
-¿Y si me niego? –Ebolet la miró a los ojos desafiándola.
-Sería lo peor que harías. Ebolet, míralo como un préstamo solo que sin intereses, un cambio por otro y pasarán muchos años antes de que me lo cobre y solo si lo necesito, a lo mejor nunca te necesite. –La Sacerdotisa cesó por fin su baile, justo delante de ella y se cruzó de brazos, sin dejar de sonreír en ningún momento. –Qué me dices Ebolet ¿Quieres tu deseo?
-¿Y si sale mal?
-Eso depende de ti, nunca le digas como lo has conseguido y él nunca te odiará por ello si alguna vez te llega amar, no se lo menciones y nunca sabrá de tu secreto.
-¿A qué te refieres?
La sacerdotisa la miró con el ceño fruncido y borró su sonrisa, parecía que empezara a impacientarse.
-Si Catriel se entera de este deseo y te llega amar de verdad alguna vez en vuestra unión, te odiará por ello, lo verá como una traición contra él, y si se entera y no te ha amado nunca simplemente te dejaría de lado, no querrá volver a verte por supuesto, pero no te odiará, le serás indiferente e incluso puede que te deje estar a su lado, realmente no se decirte que pasaría. Pero si tu amado nunca se entera de este deseo, que no tiene por qué enterarse ya que como ves aquí solo estamos tú y yo solas, nunca pasaría nada, tú serias feliz a su lado y él nunca sabrá nada de nuestro pequeño encuentro. –La Sacerdotisa puso los brazos en jarras. –Y ahora princesa ¿Queréis el deseo?
Ebolet le dio la espalda con la respiración agitada, no sabía qué hacer. Todo lo que más deseaba en su vida lo tenía delante, el hombre que amaba seria suyo.
-Princesa, no tenéis mucho tiempo para decidir qué hacer, vuestra prima se aproxima al lago y pronto verá que no estáis, o ahora o nunca, pedir vuestro deseo. –Le insistió la Sacerdotisa desde su espalda provocando que por su cuerpo corrieran millones de hormigas.
-Deseo.
-Más fuete. Ebolet, tengo que oírlo alto y todo muy claro.
Ebolet cerró los ojos, apretó los puños a cada lado de su cuerpo y levantó el rostro absorbiendo todo el aire de su alrededor.
-Deseo a Catriel de Galinety.
-Deseo concedido. –Dijo Ambarina contra su cabello.
De la nada nació un aire fugaz y espeso cargado con toda clase de aromas florales que rodeó a Ebolet recorriendo cada parte de su cuerpo, envolviéndola y haciendo que flotara en el aire como si fuera una mota de polvo delicado, sumergiéndola en miles de sensaciones y en una tranquila calidez.
-Ebolet, Ebolet.
Los gritos le abrieron los ojos de golpe, se encontraba de nuevo en la orilla del lago, arrodillada con la mano metida en el agua, como si no hubiera pasado nada, pero el aire frío que traspasó su cuerpo y levantó su cabello, le demostró que si había sucedido, había pedido un deseo a una de las Sacerdotisas.
-¿Has terminado ya? ¿O te queda mucho? Tu hermano me ha mandado a buscarte, perdona, no quería molestarte.
Ebolet se giró cara ella y se levantó del suelo, avanzó hacia su prima mientras se colocaba el velo de nuevo tapando su rostro y la cogió de la mano, esta le sonrió.
-Volvamos con los demás. –Le dijo Ebolet, pero antes volvió su cabeza a su espalda para ver si aún estaba la Sacerdotisa, ahí no había nadie, Ambarina se había esfumado.
Por fin el mareo había desaparecido, pero la maldita sensación lo seguía envolviéndolo como la noche de antes de un combate, el temblor de sus manos desaparecía muy lentamente para su gusto, no entendía que demonios le había sucedido, pero un aire extraño se había metido en su cabeza, aprisionando su celebro en varios pinchazos dolorosos, hasta nublar su vista durante dos segundos impidiéndole ver nada, teniéndose que apoyar al árbol más cercano para no caer al suelo, e intentar respirar bien se había convertido en una tortura por culpa de un olor fuerte a azufre que venía del mismo infierno y que abrumó su sentido del olfato, secándole la boca y deseando, más que su vida, beber agua para apagar el fuego interno que sentía. Intentó tragar de su propia saliva, pero ese mismo esfuerzo le hacía toser cortándole el poco aire que entraba a sus pulmones, provocando el mareo que como por arte de magia comenzó a desaparecer.
Respiró profundamente, notando como el olor de la naturaleza que lo rodeaba se filtraba por sus pulmones y desvanecía el olor azufre que momentos antes lo había atormentado. Colocó su mano en su pecho notando como su corazón también se calmaba poco a poco, entonces como si alguien lo llamara alzó el rostro al frente y fijó su vista en la mujer que acababa de entrar al claro, todo se silenció a su alrededor mientras la veía caminar, era como si solo existiera ella, como si su vista no le dejara ver nada más, solo el aire rozándole esa piel tersa y resplandeciente, azotando el vestido en un vaivén de remolinos de seda, dejando al descubierto una pierna larga, firme y bronceada por la raja de la falda, que amenazaba por abrirse más, su cuerpo reaccionó al ver tanta piel de la muchacha al descubierto, volviéndolo loco y alterando cada sentido hacia ella… No.
Como sintiéndose observada Ebolet levantó la vista en su dirección y se paralizó al ver a ese guerrero con la mirada tan turbada en ella. Estaba apoyado con un brazo extendido en el árbol que tenía a su lado, su cuerpo tenso y atlético parecía a punto de atacar contra su presa, aunque estaba lejos de ella notaba su fortaleza por cada vena de su cuerpo. De pronto Catriel retiró bruscamente la mirada de ella y golpeó el árbol al cual estaba apoyado con el puño cerrado para después darle la espalada y marcharse irritado desapareciendo de su vista.
Ebolet pensó que continuaría cabreado por lo sucedido y se dio cuenta que el deseo que había pedido era una grandísima tontería, ese hombre solo sentiría asco por ella, la odiaba y nunca la amaría, era imposible. Ahora pensaba que había cometido un error pero era demasiado tarde para arrepentirse, su destino estaba en manos de ese deseo.
Reino de las Olas
Rodeado de su harén, de sus cinco sirenas personales bien dispuestas a darle todo el placer que su señor les pedía. Se encontraba Variant absorbiendo el aroma de cada mujer que lo rodeaba y disfrutando de la compañía de sus preciosas musas medio desnudas para él. Se recostó mejor en la cama mientras soltaba la respiración y se dejaba llevar por los sabores de las frutas exóticas que le depositaba en la boca una de las sirenas que tenía al lado, mientras el resto se dedicaba a lamer cada parte de su cuerpo desnudo, provocando en él un placer que le obligaba a cerrar los ojos y dejarse llevar por las sensaciones, pensando que pronto tendría a Ebolet desnuda en esa misma cama solo para él y acariciaría su cuerpo memorizando cada rincón que a ella le causara mayor placer para llevarla hasta el mismo cielo y no dejarla caer. Una vez tuviera a Ebolet en su poder no dejaría que saliera de la cama durante un largo tiempo, marcándola una y otra vez como suya.
Estaba tan obnubilado pensando que la legua que ahora mismo lamia con entusiasmo su ingle sin dejarse ni un solo lado por mojar era la de su preciosa Ebolet, que no oyó a su hermana entrar, hasta que esta carraspeó justo delante de él y la lengua dejó de lamer.
Variant abrió los ojos y vio a Semiramis con los brazos rectos y tensos, apretados a cada lado de su cuerpo y la vista clavada en el suelo.
-¿Qué sucede hermanita? ¿No veis que estoy muy ocupado? –Preguntó Variant incorporándose.
-Tenemos un problema. –Le contestó ella sin apartar la vista del suelo.
-Muy bien, pues soluciónalo tú sola, yo estoy un poco ocupado en este momento. –Variant acarició la mejilla de la sirena que había saboreado su cuerpo con la lengua para que continuara.
-Variant es muy importante. –Insistió de nuevo su hermana mirándolo esta vez a los ojos.
-Luego hablaremos Semiramis. Y ahora márchate, no me gusta que me interrumpas cuando estoy con mis…
-Se trata de Ebolet.
Por lo visto eso sí que funcionó, Variant la miró clavando sus ojos azules en ella y con un movimiento de mano, mandó que se marcharan las sirenas, todas ellas gimotearon de pena por no poder dar más placer a su rey y abandonaron el cuarto dejando solos a los hermanos.
Variant se puso una bata encima, se arregló el cabello echándolo hacia atrás y se giró cara su hermana.
-¿Qué ha sucedido?
-Ven conmigo. –Le dijo Semiramis saliendo del cuarto de su rey y entrando en el de ella, se giró para comprobar si Variant la seguía y lo hacía muy de cerca, casi pisándole los talones.
Cerró la puerta y cogió la bola de cristal desde donde había estado controlando a Ebolet durante todo el camino y se la mostró a Variant, la imagen que salía reflejada era de Ebolet quieta y un poco borrosa. Variant se acercó más a la bola y tocó su esfera con la yema de los dedos, Ebolet estaba como paralizada en el tiempo, casi no se podía identificar que era ella con lo distorsionada que estaba la imagen, pero sabía que era ella, porque llevaba el velo puesto, como en todo el camino. Había podido observar con placer como ella montaba a caballo o el movimiento de sus labios al dormir. Sus ansias aumentaban cada día más por tenerla entre sus brazos y besar sus carnosos labios, pero tenía que conformarse con verla a través de esa bola cada día y que ahora mismo le daba una imagen bastante mala de ella. De pronto, la imagen desapareció, convirtiendo el contenido de la esfera en humo negro, ahora no se podía ver nada en absoluto.
-¿Qué demonios ha sucedido? –Preguntó Variant.
-No losé. –Contestó Semiramis mirando la bola. –Ha desaparecido.
-Pues arréglalo. –Le contestó Variant de muy mal humor.
-Lo he intentado antes cuando la imagen se había quedado bloqueada y borrosa, pero no me ha dejado, la bola no me responde, es como si su poder hubiera muerto.
-¿Y qué significa eso?
-Que ya no podremos seguir los pasos de ella. –Le dijo Semiramis mirándolo a los ojos.
La ira de Variant vino a él como una ráfaga de viento a punto de arrancar todo lo que se encontraba por el camino, sus ojos se nublaron convirtiéndose en dos nubes negras.
-¿Dónde se encontraban? –Preguntó con la mandíbula apretada.
-Cerca del Bosque de Akebia.
-¡¿Qué?!
El grito que soltó hizo retroceder unos pasos a Semiramis, que cogió la bola y la colocó en su pecho abrazándola. Variant comenzó a caminar de lado a lado de la instancia, pasándose las manos por el pelo nerviosamente.
-¿Por qué demonios están tan lejos? –Decía para sí mismo entre algunas maldiciones. -¿Cómo pude ser que se hallan desviado tanto de su camino?
-Las águilas de Minos los atacaron, te lo dije. –Respondió Semiramis, Variant se giró cara ella y la miró, entonces avanzó rápidamente en su dirección, Semiramis no lo vio venir hasta que él la cogió del cuello y se lo apretó.
-Busca una solución a esto, utiliza tus poderes, haz lo que tengas que hacer, pero devuélveme la imagen de Ebolet, quiero controlar cada paso que den. ¿Está claro?
Semiramis, asustada le contestó que sí con la cabeza y su hermano la soltó, se dio la vuelta para salir, pero se paró justo al llegar a la puerta.
-¿Cain le ha dado el anillo? –Preguntó sin mirarla y con la voz llena de ira.
-No, todavía no se lo ha entregado. –Le contestó ella. Variant solo volvió un poco la cabeza pero no llegó a mirarla. Alzó la mano para coger el picaporte y marcharse.
-¡Variant! –Lo llamó ella parándolo de nuevo. - Todavía conserva puesto el velo que le entregasteis a vuestros hombres y por decisión de ella, no se lo ha quitado delante de nadie, solo sus hombres y su hermano la han visto sin velo.
-Bien.
Variant se marchó a su cuarto de nuevo, cerrando la puerta de un grandísimo portazo que hizo temblar la isla entera. Ahora su futura reina tardaría más tiempo en llegar hasta él, debería haber ido él mismo a por ella, ya sería suya y no tendría que esperar impaciente su llegada. Algo estaba claro, Cain por mucho que fuera su hermanastro sería castigado duramente por este retraso.
Mientras Variant se maldecía y arrepentía en su cuarto de no haber hecho las cosas de otra manera, Semiramis rodeada de velas de colores intentaba invocar los poderes de la bola de cristal, recitando hechizos que leía de un libro colocado justo delante de ella, pero en la bola seguía la oscuridad, no se reflejaba ninguna imagen en ella, ni siquiera volvía a su color natural, dejándola así, como si alguien bloqueara sus poderes.
Algo extraño había sucedido y necesitaba arreglarlo, era como si la rodeara un poder fuerte y poderoso que atrapaba la proyección de la imagen de la bola en una barrera para esconder un acto que había sucedido o iba a suceder. Tenía un mal presentimiento y sabía que en ese viaje sucedería algo muy malo, algo irremediable y no podía permitirlo, Variant quería a Ebolet con locura desde el primer día en que la vio, había rechazado a todas las mujeres hermosas que querían casarse con él por ella, tenía que ayudarlo, su felicidad dependía de ello.
Espero que os guste.
Mil besos y hasta el próximo jueves!!!!!
FELICES PASCUAS!!!!!!!
Recordar que la semana que viene subo el primer capítulo de NO TE ENCADENES!!!!!!
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