Capítulo 4
Ebolet despertó y miró a su alrededor casi sin poder ver nada. Se echó el velo hacia atrás liberando a su rostro de esa tela infernal y miró bien lo que la rodeaba. Estaba como en una jaula muy pequeña y redonda de piedra, donde se filtraba muy poca luz del exterior, alzó su vista al cielo y se dio cuenta de que no era una jaula, más bien era una especie de pozo profundo y los muros se levantaban ante ella rodeándola a varios metros de altura, comenzó a hiperventilar y a tocar todas las piedras que la rodeaban, buscando la manera de salir de esa tumba, pero nada se movía, volvió alzar el rostro al cielo y respiró profundamente para relajarse, no sabía dónde estaba ni como había llegado hasta allí, seguramente los seres que las cogieron la habían encerrado entre esos muros y la única manera que tenia de salir de ese lugar era escalando hacia arriba y ella sola, nadie sabía dónde estaba, tardarían días y días en hallar con ella y para cuando la encontraran tal vez sería demasiado tarde.
“Dalila” ese nombre le vino a la mente como agua fría “¿estaría encerrada como ella, en un maldito pozo seco y sin agua?” se preguntó Ebolet angustiada, preocupada por el paradero de su prima. Tenía que salir de allí.
Ebolet metió su mano entre el cabello y el velo, y desenganchó a Prismancita dejándola apoyada en su mano, luego le dio un pequeño toque para despertarla, de inmediato el broche se convirtió en la preciosa libélula de alas blancas que era y comenzó a volar alrededor de Ebolet.
<< ¿Dónde estamos? >>
-Encerradas. –Respondió. –Prismancita, tienes que salir fuera y buscar a Dalila.
<< ¿Y tú, que vas hacer? >>
-No te preocupes por mí, tú haz lo que te pido, yo saldré detrás de ti. Venga vamos, rápido, no tenemos tiempo que perder.
<<Bien mi ama, ten cuidado. >>
La libélula salió volando hacia el sol, al exterior del agujero, mientras, Ebolet se agachó y cogió la daga de su tobillo, dando gracias de que no se le hubiera caído antes al intentar cogerla. Rajó su vestido, haciendo dos cortes por delante hasta su muslo y guardó la daga de nuevo, pero esta vez en su cintura, justo en la cinta que sujetaba su vestido, a su espalda.
Miró al cielo y apoyó las manos en las rocas, respiró profundamente y comenzó a escalar subiendo por aquella puntiaguda y fría materia que sobresalía de la pared y le permitían un mayor agarre, se resbaló varias veces pero no perdió el ritmo, apoyaba una mano detrás de otra hasta que al fin llegó hasta su destino. Sacó un brazo para cogerse al exterior del suelo y se impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas, pero entonces una mano fuerte cogió su muñeca y la levantó en vilo sacándola del pozo, pero a su vez manteniéndola en los aires, justo por encima del agujero negro de donde ella había salido y que ahora mismo la amenazaba a sus pies en una caída muy dolorosa.
Ebolet alzó la vista para ver que la persona que la había sacado y se dio de lleno con el águila que antes había mordido.
-Mira por donde, pero si la gata salvaje tiene rostro… y muy hermoso. Mi lady sois muy exquisita.
Ebolet no podía hablar, el hombre que tenía delante la observaba de una manera asquerosa que hizo que se le pusieran los pelos de punta y le dieran arcadas, el ser había escondido sus alas de nuevo a su dibujo en la espalda y estaba solo, nadie más los acompañaba, solo el paisaje arenoso y todos los picos de las montañas que caracterizaban ese reino. Él la acercó más a su cuerpo y la olió mientras cerraba sus ojos y saboreaba su aroma.
-Deliciosa. – Ronroneó muy cerca de su rostro clavando la mirada en Ebolet de nuevo y soltando su aliento fétido sobre ella. –Sois muy apetitosa mi señora.
Ebolet sintió un tremendo asco por el cuerpo al verlo relamer sus labios sin dejar de mirar todo su cuerpo y acabar en su mirada con una sonrisa que decía lo que quería hacer con ella sin disimular en absoluto su deseo. El guerrero subió su mano libre por el cuerpo de Ebolet y le acarició el rostro con el exterior de sus dedos, pero Ebolet se retiró de él girándole la cara provocando que el guerrero apretara más su muñeca y con la otra mano cogiera su barbilla, pero esta vez no en una acariciara con la yema de sus dedos, sino en una amenaza furiosa marcándole la piel mientras acercaba su rostro más al de él.
-Sois muy atrevida muchacha para la situación en la que os encontráis. Soy un Águila de Hilecon, de mí no se puede escapar. –Clavó una mirada intensa en ella sin parpadear.
Ebolet aprovechó ese acto desprevenido que lo tenía centrado tan solo en su rostro y deslizó su mano por la cinta de su vestido buscando la daga, toco con sumo cuidado hasta que sintió el frío acero del metal en sus dedos, la sacó muy lentamente y estiró su brazo preparado para atacar. Justo en el momento que él volvió a olerla levantando su rostro al cielo para inspirar mejor, Ebolet le atestó un corte en su mejilla haciendo que el ser la soltara. Ebolet cayó al pozo, solo que esta vez pudo cogerse de una de las piedras y no caer a lo profundo de esa jaula de piedra. Sacó su otra mano y clavó la daga en la tierra arenosa del suelo, se impulsó con todas sus fuerzas y salió fuera arrastrándose por el suelo. Alzó la vista para ver al hombre caer al suelo sentado mientras se tocaba el corte de su cara de una herida que no dejaba de sangrar.
Ebolet se levantó del suelo como pudo y salió corriendo lo más veloz que sus piernas le permitieron. Escuchó el grito atroz que dio el guerrero a su espalda y se giró hacia él sin dejar de correr para ver como desplegaba sus alas y se alzaba al cielo muy cabreado fijando la vista en ella, un grito angustioso salió de su garganta cuando vio al águila volar por encima de ella pasándole de largo, Ebolet se frenó junto con el águila, solo que esta, quedó suspendida en el aire a unos metros de distancia por delante, después se giró cara ella y vapuleó sus alas, dejándole ver la agrandaría magnifica de ese ser y la fuerza que se escondía en ellas, en cada pluma que las unía. Entonó dos golpes más de batida al aire y retornó el vuelo de nuevo hacia ella planeando hacia su diana en un ataque recto. Ebolet no se meneó esperando a que se acercara y justo en el momento que él estiró sus brazos para cogerla Ebolet se tiró al suelo haciendo que el ser ni la tocara.
Se levantó del suelo casi a tropezones y comenzó a correr de nuevo, pero esta vez en otra dirección, había visto un barranco con una mínima vegetación a un lado no muy lejos y tenía que llegar a él, era su salvación, esa cosa no podría entrar con las alas desplegadas, tendría que guardarlas ante tales obstáculos e ir caminado y de esa manera sí que podría luchar contra él o al menos, intentarlo en un cuerpo a cuerpo.
Escuchaba el agitar sigiloso de las alas a su espalda, sabía que estaba cerca pero esperó el momento perfecto a que el ser pasara por encima de ella y volver a tirarse al suelo, solo que esta vez rodó sobre sí misma haciendo que él volviera a fallar y ni siquiera la tocase. Alzó la cabeza y vio el barranco a unos metros, volvió el rostro hacia el águila que venía directo hacia ella de nuevo junto con unos cuantos jinetes a la espalda del ser montando a caballo más alejados, directos también hacia ella, pero Ebolet no cesó su paso para detenerse y pensar en quienes eran esos nuevos atacantes, no tenía tiempo que perder, su amenaza estaba cerca y más furiosa que antes al haber perdido a su presa en dos ocasiones. Se levantó y comenzó a correr hacia el barranquillo, hacia la única defensa que tendría.
-Tengo que llegar, Dioses darme fuerzas para llegar hasta mi salvación.
Decía en voz alta mientras a su espalda escuchaba el sonido de las alas moverse cada vez más cerca y de fondo, unos gritos que se apagaban en sus oídos distorsionando el sonido de las voces, por culpa del latido de su corazón desesperado que era lo único que oía claramente.
No podía detenerse, el águila estaba muy cerca, casi podía oler su aliento y sentir la ira que la atacaba directamente a ella. Y de pronto, ante su vista apareció el barranco y sin pensarlo se abalanzó a ese nuevo espacio notando como los dedos del águila le rozaban las puntas de su cabello suelto sin poder cogerla.
Cayó de lado entre los hierbajos y comenzó a rodar cayendo hacia abajo a gran velocidad por la cuesta sin poder agarrarse a nada, notó cada piedra, cada rama arañar su cuerpo y la sombra de los árboles que la rodeaban, entonces por fin pudo frenar gracias a un árbol que paró su caída pero a causa de esa salvadora frenada, recibió un golpe horrible en uno de sus costados que le cortó el aire, por culpa de la tardanza en la recuperación, perdió un tiempo precioso.
Levantó la vista para ver donde había caído, estaba en un sendero arenoso y estrecho donde no había ni un árbol que diera sombra, se levantó rápidamente quejándose de dolor por las heridas sufridas durante la caída y se cubrió colocándose debajo del árbol que había frenado su caída. Su corazón iba al ritmo de su respiración, era la primera vez que estaba tan asustada, el miedo la corroía como en la peor de las pesadillas y el no saber dónde estaba, ni saber qué hacer, dejaba un pensamiento tras otro bloqueado, impidiéndole más reconocimiento que el atroz castigo que sufriría si ese ser la atrapara.
-Ebolet.
Se giró hacia el sonido de esa voz llamándola y su corazón se le encogió, unos jinetes cabalgaban hacia ella a gran velocidad, pero lo que más alegría le dio fue ver a Arnil encabezándolos.
-¡Ebolet! –Volvió a gritar.
Ebolet se retiró del árbol entrando en el camino, esperando su cercanía y sonrió, entonces escuchó a su espalda el rugido del águila y se giró para verla esquivando los árboles y acercándose a ella, le devolvió la vista Arnil de nuevo impaciente y angustiada, quien justo a tiempo se agachaba y estiraba su brazo, Ebolet estiró el suyo al cielo y justo cuando Arnil pasó por su lado él la cogió del brazo con impulso y la montó al caballo detrás de él sin detenerse. Ebolet se abrazó fuerte a su guerrero y escondió su cara en su espalda, sintiendo enseguida la tranquilidad que ese cuerpo le aportaba.
Arnil notó la presión de los brazos temblorosos de su princesa alrededor de su cintura y su ira creció al ver al guerrero de Hilecon que se acercaba a ellos, desenfundó su espada y apretó las riendas de su caballo para que corriera más, el caballo obedeció instantáneamente junto con los jinetes que lo acompañaban.
El águila al verlos, dio media vuelta y voló de nuevo tomando la dirección anterior de la explanada de su reino, Arnil no se acobardó y lo siguió subiendo por la cuesta del barranco por donde había caído Ebolet, esquivando cada árbol y rama que se interponían en su camino. Nada más salir de la sombra de los árboles y pisar la arenosa tierra dejando atrás el barranco, cada uno de ellos pudo ver su blanco, el hombre águila a varios metros de distancia, muy lejos y volando hacia su reino, no tenían ninguna posibilidad de cogerlo.
Un rugido gutural le hizo alzar el rostro a Ebolet de su escondite y girarse, Arcadio y Apio estaban detrás con el semblante sorprendido junto con dos caballos vacíos a los lados, entonces un viento cálido la envolvió y fijó la vista al frente para ver como dos enormes dragones verdes arremetían contra el águila atrapándola y tirándola a tierra, uno de ellos la siguió y la estampó de nuevo contra el suelo aguantándola en esa postura hasta que el resto de la caballería llegó a su encuentro, el otro dragón aterrizó en el suelo y sus alas, su cola y su cara desapareció devolviéndolo a su forma humana, dejando ver que uno de los dragones era Jorell, Ebolet lo miró alucinada y se giró hacia el otro que todavía continuaba transformado en dragón, aguantando a su presa con la presión de una simple pata sobre el cuerpo que había tirado en el suelo. Arnil desmontó para ayudarlo con el águila y solo entonces cuando hubo más guerreros a su alrededor, Meir se permitió volver a su estado humano.
Ebolet desmontó del caballo de Arnil apoyando el pie malo y cayendo al suelo tras un gruñido doloroso, Arcadio y Apio acudieron a su lado de inmediato levantándola, Ebolet les dio las gracias y se apoyó en el caballo para ver la escena que se desenvolvía delante de ella. Arnil estaba atando los pies y las manos al guerrero de Hilecon que estaba inmovilizado e inofensivo contra la tierra.
-Mi madre.-Dijo Meir dándole un golpe a Jorell en las costillas.
Desinteresada, Ebolet se giró a su comentario y vio a los dos guerreros del Reino de los Drakos mirándola atentamente y boquiabiertos, estaban perplejos, Arcadio, que percibió el estado de sus fijas miradas, se interpuso delante, bloqueándoles la vista para poder tapar a Ebolet, pero ellos ya la habían visto.
-Vienen dos más, Arnil. –Dijo Apio.
Todos alzaron la vista al cielo para ver como dos águilas se acercaban a ellos, todos desenfundaron sus espadas en posición de ataque, las águilas llegaron hasta ellos y aterrizaron a unos metros de sus posiciones, escondieron sus alas e hicieron una reverencia.
-No queremos pelear, no hemos venido a eso. Minos, rey de Cibolix quiere que llevemos a la princesa al reino protegiéndola con nuestra vida, vuestros reyes deben de estar esperándola allí y si seguimos retrasándonos se enfadarán más.
Arcadio y Apio se pusieron delante de la princesa protegiéndola, sin dejar de señalarlos con la punta de sus espadas.
-Nos manda nuestro rey y buscamos a Ebolet de Geneviev. –Insistió el mismo guerrero de Hilecon educadamente fijando la mirada en dirección a donde tenían a Ebolet escondida.
-¿Explicarme cómo podemos confiar en vosotros, si casi uno de los vuestros mata a mi princesa? -Preguntó Arnil con voz muy dura mientras le daba una patada al hombre que estaba en el suelo atado.
-No os preocupéis, nosotros nos encargaremos de él. No os volverá a molestar. –Le contestó el guerrero y luego se giró hacia el que lo acompañaba, el cual se encontraba en silencio observando cada movimiento atentamente y preparado por si atacaban. –Goliet, encárgate de él, nos vemos en el reino.
-¿Seguro, primo?, creo que sería mejor que nos fuéramos juntos. –Protestó Goliet.
Kendri no contestó, le hizo un movimiento de cabeza y Goliet se acercó a por el guerrero abatido. Arnil no le quitó la vista de encima en ningún momento y los guerreros; Arcadio y Apio se acercaron más a Ebolet, que miraba anonadada como Goliet cogía al hombre y hacia crecer las alas de su espalda para salir volando de vuelta por donde habían venido.
-¿Confiáis en mí ahora?-Preguntó Kendri a Arnil acercándose un poco más a ellos.
Los guerreros no se menearon de su sitio ni bajaron sus espadas, esperando la respuesta del guerrero, Arnil giró su rostro hacia Ebolet esperando una respuesta, ella pasó por en medio de Apio y Arcadio para ver más de cerca al guerrero de Hilecon, el cual observó detenidamente cada parte de su cuerpo asombrado por la belleza de la muchacha, Ebolet no pudo ver bien su mirada clavarse en ella pero se sorprendió de que se pusiera tan tenso. Retiró la vista de él para volverla a Arnil.
-Regresemos al Reino de Cibolix con él. –Ordenó.
Todos se dispusieron a montar a sus caballos, pero en el momento que Ebolet montaba junto con Arnil, Arcadio la cogió del brazo y ella se giró hacia él. Había preocupación en su rostro.
-Mi señora, tenéis que poneros el velo, sino, mi comandante se molestará con nosotros.
Ebolet lo observó e inmediatamente se lo puso tapando de nuevo su rostro. Arnil la ayudó a montar encima del caballo para luego montar él delante de ella y cabalgaron siguiendo a Kendri, quien regresó a los cielos y voló lento para que aquellos que iban por tierra pudieran seguir su ritmo.
<<Esperadme, esperadme. >>
Escuchó en su mente Ebolet mientras notaba el flik-flik de las alas de Prismancita a su alrededor, levantándole un poco el velo para colarse dentro.
-¿Prismancita? –Preguntó ella notando el cosquilleo que le provocaba en la nuca.
<<La misma. Dalila está ese reino con tu hermano y está perfectamente bien. ¿Dónde estabas tú?, pensaba que vendrías detrás de mí. >>
-Bueno, esa era mi intención. –Le contestó casi en susurros. –Pero las cosas se complicaron un poco.
<<Ah, vale, al menos estáis bien. >>
-Si, por los pelos.
<<La verdad es que ha sido genial, esta clase de aventuras nunca las había vivido con vuestra madre, ella era un poco más tranquila que vos. >>
-Bueno, gracias por el halago, pero normalmente no soy tan suicida.
<<Seguro. >>
-Oye, no te pases, soy mucho más tranquila de lo que te crees.
<<Bueno ya veremos, todavía nos queda mucho viaje por delante, mi ama. >>
-Llámame Ebolet, deja ese adjetivo de ama para otra persona que le guste que la llamen de esa manera, y no estoy loca.
-¿Sucede algo Ebolet? –Le preguntó Arnil extrañado.
-No, nada. –Le contestó intentando callar la risa de Prismancita dándole unos golpecitos a su mascota.
La libélula se colocó en su cabello cómodamente y se dejó llevar por el poder convirtiéndose en broche. Ebolet colocó mejor su velo e intentó retirarse el cabello que le caía en la cara sin éxito, al final lo dejó estar resoplando y posó los brazos alrededor de la cintura de Arnil.
Los guerreros se dispusieron a continuar y Ebolet se sorprendió de ver a Jorell y Meir a sus francos sonriéndole, a duras penas apartaban la vista de ella, haciendo que se inquietara y abrazara a Arnil más fuerte, escondiendo de nuevo su rostro a su espalda.
Todos los jinetes cabalgaron siguiendo el rumbo que les indicaba Kendri desde el cielo, directos al Reino de Cibolix, en lo alto del monte de Hilecon.
Reino de Cibolix.
Jeremiah miraba asombrado al legitimo rey del Reino de Tocaido postrado en la cama muy mal herido y delirando.
-¿Cuándo decís que lo encontrasteis? -Preguntó aún sin creerse la historia.
-Hace tres semanas. –Contestó Minos.
Minos les acababa de relatar la historia de Ukio. Lo habían encontrado unos campesinos a las afueras del reino, habían avisado a su rey de inmediato. Estaba al borde de las puertas de la muerte cuando lo habían traído al reino, tenía la fiebre muy alta y estaba deshidratado y muy delgado, se pasaba el día delirando, diciendo una y otra vez: “La oscuridad se acerca, viene a por nosotros, el sol se está apagando, todos han muerto”. Al principio no sabían de donde había llegado el muchacho, pero entonces vieron las insignias de su atuendo y se dieron cuenta de que era el futuro rey del Reino de Tocaido.
Minos con sus dos primos y unos cuantos hombres fueron a inspeccionar la zona, pero estaba desierta, no había ni un ser por la zona, era un reino fantasma, todos habían desaparecido y no sabían el porqué. El único que tenía las respuestas continuaba inconsciente en la cama, estaba fuera de peligro pero todavía no despertaba de un sueño profundo llevado por la fiebre tan alta que lo había tenido entre los dos mundos.
-Día y noche a estado una persona junto a él, por si despertaba y podía decirnos que le había sucedido a su gente, pero no ha habido suerte, Ukio continua igual.
Desde una esquina, Catriel, que se había mantenido ajeno a todo se acercó un poco a la cama y miró su rostro, lo reconocía, era Ukio pero con bastante peor aspecto. Lo había visto en tan solo dos o tres ocasiones cuando su padre, el Adonaí los había llevado de visita al Reino de Tocaido pero lo suficiente como para recordar ese rostro el cual ahora estaba débil, delgado y demacrado, podía ver como en su interior su rostro reflejaba la lucha interna que estaba batallando para sobrevivir y salir de la oscuridad que lo mantenía encerrado.
-Ahora entendéis porque mi hermana actuó de esa manera cuando le informaron de vuestra cercanía en mis reinos.
Tal sugerencia hizo que Catriel lo mirara arqueando las cejas, Minos les había pedido tantas veces perdón que ya había perdido la cuenta. No tenía nada en contra del joven rey, pero pensaba que debería haber hecho las cosas de otra manera o educar a su hermana de otra forma, aunque le resultaba divertido. Celso se acercó a él y le tocó el hombro para que se girara.
-¿Crees que estará sucediendo algo a las afueras de los reinos?
-Yo no me preocuparía de eso ahora, cuando estemos más cerca de los otros reinos averiguáremos que ha sucedido.
Celso no preguntó más, lo aceptó con un gesto de cabeza. De pronto, unos gritos los hizo salir del cuarto donde tenían a Ukio y bajar al salón de donde salían las voces.
La escena que se desenvolvía ante ellos era muy extraña. Jorell y Arnil tenían las espadas desenfundadas cara dos guerreros del Reino de Cibolix, mientras Arcadio, Apio y Meir rodeaban a Ebolet como protegiéndola. El brazo de Meir rodeaba la cintura de Ebolet, pegándola peligrosamente a su cuerpo, dos guerreros más de Cibolix rodeaban el círculo contra ellos y un tercero miraba intensamente a Ebolet desde una esquina, era el mismo que ella había marcado en la cara con un corte en su mejilla, herida que continuaba sangrando. La miraba con tal ira que el cuerpo de Ebolet tembló repetidas veces.
-Bajar las armas inmediatamente. –Ordenó Minos desde la entrada, pero ninguno hizo caso, Minos se adelantó poniéndose entre sus guardias, Arnil y Jorell. –He dicho que bajéis vuestras espadas ahora mismo.
Tras su segunda orden todos decidieron bajar sus armas, pero ninguno se movió del sitio, ni apartaron sus miradas entre ellos e incluso Meir no apartó el brazo de la cintura de Ebolet. La princesa estaba alterada y asustada de que el guerrero con la cara marcada la mirara de esa manera sin quitarle la vista de encima, todos los cuerpos que la rodeaban estaban tensos, ninguno había bajado la guardia.
-¿Qué demonios significa esto? ¿Dónde está Kendri? -Preguntó Minos al guerrero que tenía delante.
-Esa mujer ha atacado a mi hermano Pinto, debería llevar la misma marca que ella le ha dejado a él en la cara. –Respondió este señalando a Ebolet.
Ebolet retrocedió pero el brazo de Meir se lo impedía, Minos se giró hacia ella y la observó, no podía verle el rostro por culpa del velo y casi todo su cuerpo lo tapaba el gran cuerpo del guerrero que la sujetaba.
-¿Quién sois muchacha? –Preguntó.
Jeremiah que había visto suficiente, fue directo hacia su hermana y se la arrebató a Meir, cubriéndola con su brazo, luego alzó la vista hacia Minos que los miraba con expresión de sorpresa. Parecía que Jeremiah quisiera contestar a su pregunta pero justo en ese momento apareció Kendri junto con Goliet, entrando en el salón con impaciencia y muy acalorados, vieron al guerrero de la cara marcada, Pinto y fueron directos a por él, Pinto intentó escapar pero Catriel lo derribó de un solo puñetazo cayendo este al suelo y dejando que lo atraparan. Kendri y Goliet se lo llevaron diciéndole a su rey que luego ellos le darían el informe de lo sucedido. Minos se giró de nuevo hacia Jeremiah y antes de que hablara este lo cayó con un gesto de la mano.
-Vale, acepto vuestras disculpas pero con una condición.
-La que deseéis. –Afirmó Minos más tranquilamente.
-Que nos deis cobijo, está anocheciendo y por hoy hemos tenido bastantes aventuras.
-Sera un honor.
Minos sonrió agradeciendo que no se mencionara lo sucedido y dio órdenes a todo el mundo para que se ocuparan de los huéspedes, luego se acercó a Ebolet y Jeremiah, clavando únicamente la mirada en ella.
-Mis más sentidas disculpas mi lady. –Dijo haciéndole una reverencia, luego se giró hacia Muriel. –Madre, encargaos de las muchachas.
Muriel se acercó a Ebolet y le ofreció su mano, la muchacha aceptó y junto con Dalila y su pequeña Leonela, las acompañó al cuarto que les habían asignado.
Nada más entrar, Dalila abrazó a su prima y comenzó a llorar desconsoladamente mientras Muriel y Leonela las observaban con las cejas alzadas sopesando la idea de que tal vez estuvieran locas. Ebolet acarició a su prima intentando tranquilizarla.
-Pensaba que algo malo te había sucedido, creí que habías muerto en la caída. Ebolet estaba muy preocupada por ti, si te hubiera sucedido algo no sé qué sería de mí.
-Venga tranquila, estoy bien, deja de llorar y ayúdame a quitarme esto. –Ebolet se apartó un poco de ella y le señaló el velo, Dalila se secó las lágrimas con el dorso de la mano y comenzó a ayudarla desenganchando las horquillas que sujetaban esa tela a su cabello.
-Haré que os traigan una bañera con agua caliente y os traeré ropa limpia para… -Muriel se silenció por el impacto que le había causado ver el rostro de Ebolet. -¿Pero…? -Se cortó de nuevo. -¿Pero si sois hermosa? –Terminó al fin para sí misma pero la escucharon las tres, haciendo que Leonela se girara para mirar, mientras, Ebolet y Dalila la miraron sin entender.
-Ooh, buala. Sí, madre, es muy hermosa. –La niña dudó. -Entonces, ¿Por qué dicen que es un callo? –Dijo la pequeña, con inocencia, acercándose más a Ebolet.
-¿Quién dice eso de mi prima? –Preguntó Dalila con la cabeza alta y la voz irritada.
-Todo el mundo de todos los reinos. –Contestó la pequeña, a Ebolet no le salían las palabras, estaba pasmada. –Y muchas más cosas que dicen sobre la princesa Ebolet de Geneviev. Y todas muy feas.
-Basta Leonela. –Replicó Muriel al ver la cara de Ebolet.
-No, -dijo Ebolet llevándole la contraria a Muriel y mirando a Leonela dulcemente, pero aguantando las lágrimas que amenazaban con derramarse. –Continua cielo, ¿Qué más dicen de mí?
La niña miró a su madre la que con un gesto de cabeza la animó a contarlo. La pequeña le contó todo lo que había oído con la voz muy suave e incluso con gestos, como si se tratara de un secreto muy importante. Ebolet lo escuchó atentamente, cada palabra se le clavaba más y más en el corazón. Ahora entendía por qué todos los reyes la habían rechazado, todos se habían dejado llevar por un bulo, su Catriel se había fiado de una mentira, demostrando que nunca se había fijado en ella en lo más mínimo, que toda las veces que sus caminos se habían cruzado en su reino, él ni siquiera la había mirado, ni una sola vez.
Unas pocas lágrimas cayeron de sus ojos y Muriel pidió a su hija que se callara, que era suficiente, la pequeña sonrió a su madre y luego le cogió de la mano a Ebolet.
-Pero es mentira, mírate, eres muy hermosa y valiente, pero ¿Por qué lleváis ese horrible velo puesto?
-Leonela basta, no seas tan pertinente. –La criticó su madre.
-Pero mamá. –Se quejó la pequeña.
-Basta. -La miró su madre amenazándola con un dedo. –Vamos cariño, ven conmigo, dejémoslas descansar. –Cogió a Leonela de la mano y luego se giró hacia Ebolet. –Enseguida subirán las bañeras para que os deis un baño y disculpar a mi hija, no era su intención ofenderos.
-Tranquila. –Le dijo forzando una de sus mejores sonrisas, pero dentro de ella se la comía el diablo de la ira que se batía en sus entrañas. Miró a Leonela y sin quitar la sonrisa para que la pequeña no viera el sentimiento que amenazaba por escaparse de su interior, le habló. –No te preocupes Leonela, has hecho bien en contármelo. Y el velo lo llevo puesto por petición de mi prometido, hasta que no llegue a su lado no se me permite quitármelo.
-Ohhh. –Respondió Leonela con los ojos muy abiertos.
Muriel pidió perdón de nuevo y sacó a su hija del cuarto casi a rastrones, ya que la pequeña insistía en quedarse con ellas.
Nada más cerrarse las puertas tras ellas, Dalila cogió los hombros de su prima y apoyó la cabeza en su espalda, pero notó la tensión en el cuerpo de Ebolet y se retiró.
-Prima sé que es cruel todo lo que acabamos de oír, pero debes tranquilizarte, queda mucho camino por delante y… ¿Qué haces?
-Ahora vengo. –La cortó Ebolet cogiendo su capa y saliendo de la habitación.
-¿Dónde vas?
-Ahora regreso, espera aquí, no tardaré.
No dejó que le preguntara de nuevo, simplemente se alejó desapareciendo de la vista de su prima, necesitaba aire, despejarse y sobre todo hablar con Jeremiah, él tenía que saber lo que Leonela le acababa de contar, el tomaría las medidas adecuadas para acabar con tales mentiras.
Como no sabía en qué cuarto descansaría su hermano se dedicó en ir abriendo todas las puertas con las que se cruzaba, pero estaban completamente desiertas, no había nadie en el tercer piso con ellas, estaban solas. Bajó por unas estrechas escaleras de caracol que había al fondo del pasillo, de piedra húmeda y fría. Mientras bajaba las frías escaleras recordó su reino cálido e iluminado, para nada este castillo le recordaba a su hogar, era más oscuro y frío y desde luego que sus vistas no se podían comparar con los jardines de Melusiana.
Avanzó varios pasos y entonces escuchó unas voces acercándose a ella, asustada miró a su alrededor, estaba muy lejos de las escaleras por donde había bajado, no llegaría a tiempo. Las voces se acercaban más y su respiración se alteraba, sin pensarlo abrió una puerta del pasillo y se coló en su interior cerrando la puerta de nuevo con sigilo, apoyó la cabeza en ella mientras intentaba respirar con tranquila, por un segundo casi no la habían pillado de puro milagro.
-Por fin, acercaos muchacha y ayudarme.
El cuerpo de Ebolet se tensó paralizándose al escuchar esa voz, apretó el puño contra la puerta y dejó de respirar. No podía ser, se dijo ella misma, no era posible que con todas las habitaciones que había en ese reino se hubiera metido en la que le habían otorgado a Catriel.
Maldita su suerte, estaba en un gran lío.
-Venga muchacha, no tengo todo el día. –Lo escuchó de nuevo junto con el sonido de la ropa y el metal cayendo al suelo.
El cuerpo le temblaba violentamente, dándole sacudidas hasta el celebro que no la dejaban reaccionar, pero lo peor estaba por llegar cuando escuchó el burbujeante sonido del agua entrechocar contra su enorme cuerpo entrando en ese líquido.
-Muchacha venid y bañarme de una vez, si no queréis que vaya a por vos, que sin duda será mucho peor, y encima haréis que se lo diga a vuestro señor, cosa que no le gustará por cierto, y os dé el castigo que merecéis por mantenerme helado durante tanto tiempo. –Estaba un poco irritado, su voz delataba cierta falta de paciencia.
Ebolet por fin lo entendió, la había confundido con una sirvienta del castillo. Se giró lentamente hacia el guerrero y lo vio dentro de la bañera con los brazos apoyados a cada lado de los bordes de la madera ovalada y de espaldas a ella. Respiró profundamente y se dio la vuelta completamente mientras iba acercándose a él escuchando como los latidos de su corazón la aporreaban con violencia dentro del pecho. Se quitó la capa y la dejó encima de una silla, luego cogió un trozo de tela que había encima de un baúl y se lo anudó alrededor de la frente, camuflándose con el pelo y la tela la orquídea de su rostro.
Se colocó detrás de él y se arrodilló intentando mantener una distancia prudente pero la visión de ese cuerpo bañado en oro era demasiado tentadora. Cogió la pastilla de jabón que había bien colocada en un taburete al lado de la bañera con los dedos temblorosos mientras pensaba que no debería estar haciendo esto, que era un error, pero a la vez era lo más cerca que iba a estar jamás de él, de su piel, era la única oportunidad que tendría de tocarlo de una manera diferente y excitante, se mordió los labios de solo pensar en el placer de tocar su piel durante horas con las palmas de sus manos sin una pastilla de jabón impidiéndoselo por el medio y se dejó llevar por la necesidad de su contacto.
Comenzó a frotarle la espalda con el jabón, con suavidad y deleitándose con el olor que salía de él, era como un extraño afrodisiaco para su olfato, su dragón dorado brillaba por el agua que caía por toda esa piel bronceada y fuerte, retiró el pelo rizado del guerrero a un lado para frotar el cuello, notando lo sedoso y suave que estaba y deseando enrollar sus dedos en esa mata negra. La sensación de ese simple roce provocó en Ebolet un estremecimiento y picor por el cuerpo que no entendía a que se debía, pero le gustaba ese cosquilleo que recorría su cuerpo y se juntaba entre sus piernas.
-Dejar de frotar solo en mi espalda, muchacha o me acabareis arrancando la piel, pasar a la parte de delante. La espalda está suficientemente limpia.
Catriel acomodó su espalda reposándola en la bañera y tiró la cabeza hacia atrás mirando al techo y cerrando los ojos mientras soltaba algún que otro suspiro, estaba totalmente relajado, Ebolet se levantó del suelo y se colocó a un lado de la bañera de rodillas de nuevo y cara a él. Su mirada devoró cada parte de su cuerpo apreciándolo con una intensa admiración, era un guerrero cultivado en la batalla, fuerte, poderoso y hermoso, sabía que esta noche soñaría con él y estaba deseando dormir para recordar cada parte que había memorizado en su mente.
Aspiró profundamente y cogió el jabón fuertemente contra su mano pero estaba tan nerviosa que cuando la pastilla tocó el pecho de Catriel, esta resbaló de sus manos y cayó dentro del agua resbalando por el cuerpo de él. Ebolet siguió el tentador camino de esa pastilla con la mirada, observando cómo se hundía en el fondo y desaparecía en el agua mezclada con el burbujeante jabón derramado.
Al notar la pastilla resbalarse por entre sus piernas, Catriel por fin abrió los ojos y la vio por primera vez. Sus pupilas se dilataron y sus ojos se abrieron sorprendidos por la belleza de esa mujer. Ella no lo miraba a él, pero aun así pudo apreciar su terso y resplandeciente cutis, su pelo negro caerse hacia delante y las curvas de su pecho que se vencían para delante amenazando por escaparse del escote pronunciado del vestido blanco y delicado que llevaba puesto. Toda la sangre de Catriel se fue a su erección que subió como el pico más alto de todos los reinos e incluso le pareció que hasta el agua estaba hirviendo de repente. Continuó observándola y se dio cuenta que deseaba verle los ojos, pero ella continuaba con la vista fija en el agua buscando la pastilla de jabón dentro de ella, en su profundidad.
Tenía que llamar su atención de alguna manera.
-¿Cómo os llamáis muchacha? –Le preguntó con la voz ronca.
Entonces Ebolet alzó el rostro para mirarlo, clavando sus ojos negros en los de él que ahora se veían verdes, había desaparecido el gris de la mañana, y junto ese color había un brillo extraño en ellos. Ebolet no podía contestar, las palabras no le salían y dio las gracias de eso, porque si le decía algo reconocería su voz al instante sabiendo quien era y metiéndose en un lio para con su prometido.
-¿Estáis sorda muchacha? -Le preguntó él de nuevo con la misma voz ronca y entrecortada. Ebolet le dijo que no con la cabeza mientras pensaba en que se le ocurriera algo para salir de esta. –Entonces ¿Sois muda?
Claro, pensó Ebolet, él le había dado la excusa perfecta sin que ella tuviera que inventarse nada, sonrió como pudo haciendo que él se contrajera y le palpitara algo en el pecho, luego le dijo que sí con la cabeza.
Catriel estaba mareado, parecía que su erección crecía con cada movimiento que hacia ella, le dolía tanto que había comenzado a masajeársela, entonces su subconsciente le gritó que la tenía a ella, se la habían enviado para que se encargará de él, de su bienestar, de que tuviera todo lo que deseara y la deseaba a ella. La cogió del brazo fuertemente y la acercó a él y fue un error tocarla, porque nada más notó su tacto, su cuerpo ardió como un volcán a punto de explotar.
-Se terminó el baño. Desnudaos y meteros en la bañera conmigo.
Ebolet se asustó de ver esa mirada oscura cargada de deseo y su brazo atrapado en la mano de él, haciendo que se acercara más y más a su cuerpo, provocando que todo el cuerpo le temblara.
-Entra conmigo en el agua muchacha, debéis obedecerme.
Ebolet intentó deshacerse de su agarre mientras le decía que no con la cabeza, entonces él la cogió por la cintura rodándola por su cuerpo y tirándola dentro del agua para terminar colocándose encima de ella y apresarla con su propio e infernal cuerpo. Ebolet comenzó a menearse debajo de él y a darle golpes por todas partes, estaba enjaulada entre la bañera y el enorme cuerpo del guerrero, sin poder gritar porque si no descubriría toda la farsa, su única defensa eran sus propias manos que poco a poco al sentir el calor del cuerpo de Catriel comenzaban a flojear.
Entonces, y ya perdida, sintió las manos de Catriel coger su rostro, lo atrapó y lo mantuvo donde él quería, a continuación, comenzó a besarla con rapidez, con hambre, con ansia. Ebolet se quedó paralizada, primero sus labios y ahora su lengua intentaba perforar en el interior de su boca, ella instintivamente la abrió ofreciéndosela, dejándose llevar por las sensaciones del beso devastador que la estaban convirtiendo en frágil gelatina, a su frágil desvanecimiento él introdujo su lengua con un gruñido devastador que perforó en los oídos de Ebolet llenándola de placer en una odisea mágica. El beso se tornó abrasador, su cuerpo ardía con cada movimiento que él le hacía, notaba su erección en uno de sus muslos, ella misma estaba excitada, ya no era dueña del control de su cuerpo.
Catriel dejó de besar su boca para pasar a su cuello escuchando con placer las quejas de Ebolet por haber abandonado el sabor de sus labios, el calor y el haberla llenado tan plenamente.
-Dime mudita ¿Sois virgen? –Preguntó él contra su cuello mirándola a los ojos.
Ese recuerdo vino a Ebolet como un enorme jarrón de agua fría, recordando su virtud que no era para él, sino para Variant de Grecios. Inmediatamente lo apartó de ella con los brazos y la mirada asustada, intentó levantarse pero Catriel la volvió a hundir en el agua.
-Tranquila, no os haré daño, os gustará, os lo prometo. –Le dijo colocándose de nuevo encima de ella.
Ebolet comenzó a mover la cabeza diciéndole que no desconsoladamente, pero él no la soltaba de su agarre, comenzó a moverse intentando quitárselo de encima sin resultado alguno.
-No temas mi mudita, lo estabais haciendo muy bien, me estabais volviendo loco.
Entonces como un milagro caído del cielo unos golpecitos en la puerta desvió la atención de Catriel y Ebolet aprovechó ese despiste para propinarle una patada en su estómago que lo hizo quejarse y aparatarse de ella soltándola de su agarre. La princesa consiguió con rapidez salir de esa bañera, pero al estar mojada resbaló con su propio vestido y cayó de bruces al suelo. El sonido del golpe y el grito dolorido de Catriel hizo que el intruso entrara como una avalancha a la habitación, Laird se frenó de golpe al verla tirada en el suelo. Ebolet lo miró, el intruso abrió los ojos sorprendido y luego percibió un extraño brillo en ellos pero agachó la vista rápidamente y se levantó como pudo, cogió su capa y salió corriendo de esa habitación sin mirar atrás. No paró de correr hasta llegar a su cuarto vacío y encerrarse por dentro. Se sentó en el suelo intentando tranquilizar su respiración, su corazón y el temblor de su cuerpo que no le dejaba casi dar un paso.
No creía que hubiera sucedido todo eso, pero si había pasado y ahora mismo lo estaba notando, sus besos, su calor, su gran cuerpo sobre el de ella, no, no, se dijo, debía borrar todo lo sucedido de su mente.
Se arrancó la ropa mojada tirándola al suelo y se metió dentro de la bañera que había en la habitación aún caliente, sumergiéndose hasta el fondo y cerrando los ojos negándose a recordar nada, agradeció a los dioses el estar sola, porque en ese momento no podía ver a su prima y tener que darle una explicación de su estado, no quería ver a nadie, solo quería estar sola.
Laird miraba a su rey entre risas, estaba más cabreado que nunca, pero no por el golpe que le habían dado, más bien, por el rechazo de la muchacha, no le había sentado nada bien.
-Al menos mirar el lado bueno de la situación.
-Ah ¿Qué hay lado bueno de todo esto? –Preguntó Catriel con ironía.
-Claro que lo hay, a vos os ha bañado una mujer y muy hermosa, os recuerdo, mientras que a mí, sin embargo, ni siquiera una fea ha venido a bañarme.
-Callaos, hubiera preferido que esa mujer no hubiera aparecido, has visto en qué estado me ha dejado.
-Es evidente mi rey. –Le contestó Laird entre carcajadas. –Le puedo decir algún sirviente que os suba la cena si así lo preferís.
-No te molestes Laird. Quiero estar presente en la cena por si dicen algo importante, sabes porque estamos aquí.
-Si claro, no se me ha olvidado, estamos buscando a Jezabel.
-Lo dices como si fuera un error.
-Y lo es. Deberías olvidar a esa mujer, nos trajo tantos problemas desde que tu padre la trajo al reino y fue tan extraño su secuestro ¿Nunca lo habéis meditado? –Le preguntó Laird mirando por la ventana recordando aquel fatídico día, donde tantos de sus hermanos dragones perdieron la vida por una mujer que no se defendió de sus atacantes.
-No vivas más en el pasado, la amo y la quiero a mi lado y te lo ordena tu rey, no hables más del tema. –Catriel se levantó y Laird se giró cara él. –Ahora bajemos de una vez, nos estarán esperando.
-¿Y vuestro asunto personal? Como no os relajéis eso no bajará solo. –Le dijo Laird mirando la erección que aún mantenía Catriel.
-Tranquilo, se me pasará, pero como vea a la mudita esa, te aseguro que esta vez esa muchacha no se me va a escapar.
Bajaron al comedor, donde estaban todos esperándolos menos Ebolet y Arnil, el guerrero personal de la princesa había subido a por ella, pero había vuelto a bajar sin ella dando la excusa de que se encontraba indispuesta.
Se sentaron a la mesa y los criados empezaron a poner deliciosos platos delante de ellos, Catriel miraba por todos lados para ver si encontraba a la misteriosa muchacha que tan enfermo lo había puesto, pero no aparecía por ningún lado.
-Y ¿hacia dónde os dirigís? –Preguntó Minos a Jeremiah.
-Al Reino de las Olas.
-Pues os habéis alejado mucho de vuestro camino.
-Debería agradecéroslo a vos, si vuestros guardias no se hubieran interpuesto en nuestro camino tal vez estaríamos más cerca. –Le replicó Jeremiah irritado.
-Os he pedido perdón por ello, sería bueno que no me lo echarais más en cara. -Dijo este ofendido, retiró la mirada de Jeremiah para fijarla en Dalila, la cual se sonrojó de inmediato y agachó su rostro, Minos sonrió y volvió la vista al plato que tenía delante.
Aunque parecía que nadie se hubiera dado cuenta de ello, esas miradas cruzadas, la sonrisa de Minos cada vez que observaba a Dalila, cosa que se había vuelto muy rutinaria durante toda la velada, no había pasado inadvertida para Jeremiah, que comenzaba a molestarle el cómo miraba Minos a Dalila y como ella se sonrojaba cada vez que se cruzaban los ojos de esos dos.
-Sabéis. -Dijo Minos llamando la atención de los presentes. -Creo que sería correcto que os acompañara, después de todo os lo debo, vuestro retraso es culpa mía y pagaría de esa manera mi deuda con todos vosotros.
-¿Por qué? –Preguntó Jeremiah haciendo que todos lo miraran.
-Ya os lo he dicho, pagaría mi deuda con vosotros. –Respondió este sorprendido por la pregunta.
-No es necesario que nos acompañéis a ningún lado.
-Jeremiah, creo que sería bueno que Minos nos acompañara. Por culpa del atajo que hemos tomado, el viaje se va a complicar más, recuerda por donde vamos a tener que pasar para llegar al Reino de las Olas. –Se interpuso Catriel cortando la conversación.
Jeremiah lo pensó, tenía razón, el viaje se tornaba más peligroso y para él lo más importante era la protección de su hermana y si para ello tenía que soportar el deseo que ardía en los ojos de Minos cuando observaba a Dalila, lo aguantaría, pero como se acercará a ella lo estrangularía con sus propias manos.
-Está bien, saldremos al amanecer. –Dijo al fin sin mirarlo a la cara.
-Estaremos listos. –Afirmó Minos en un tono feliz que no se le escapó a Jeremiah.
-¿Y Ukio? ¿Qué hacemos con él, hijo? –Preguntó Muriel, recordándole el problema que tenían guardando reposo en una de las habitaciones.
-A mi regreso volveré a viajar al Reino de Tocaido para hacer más averiguaciones.
-Nosotros te acompañaremos. –Intervino Catriel. –Y Jeremiah con sus hombres. –Lo involucró girándose cara él. -¿Verdad amigo?
-Si, a mí también me interesa saber que ha sucedido en ese reino. –Su voz no fue dura, no le molestó que lo involucrara en esa misión, le intrigaba saber que había sucedido allí, era un reino fuerte y poderoso, era extraño que todos hubieran desaparecido.
-Pues todo aclarado, hasta mañana entonces. –Dijo Minos alzándose y dando las buenas noches.
Todos comenzaron alzarse y despejar la sala. Catriel aprovechó ese momento y cogió a Minos por el brazo para pararlo, este se giró con el ceño fruncido.
-¿Dónde está la muchacha muda que me habéis enviado para acompañarme en mi baño? –Le preguntó Catriel en susurros.
-¿Muchacha muda? No se dé quien me habláis, no hay ninguna muchacha muda en todo el reino y yo no he enviado a ninguna mujer a ninguno de los aposentos para acompañar a nadie hoy, no es mi estilo entretener a mis invitados de esa manera. –Minos estaba muy sorprendido por la pregunta, miró a Celso que se encontraba detrás de su primo y de nuevo a Catriel, el cual todavía mantenía su brazo cogido.
-Pero una mujer de cabello negro y ojos oscuros ha venido esta tarde a mi cuarto a ocuparse de mí. –Catriel apretó más el brazo de Minos, provocando que este comenzara a perturbarle tal estado del guerrero.
-Si una mujer ha ido a vuestro cuarto hoy, os aseguro que no ha sido por una orden mía y no creo que una mujer de este reino haga algo de eso. –Se desquitó el brazo de Catriel de un tirón y se alejó de él.
-¿Qué sucede? –Preguntó Celso a su espalda intrigado.
-Nada. –Contestó este secamente y se marchó.
Celso se quedó solo en la estancia casi a oscuras y se acercó a uno de los enormes ventanales que daban al exterior del reino.
Por su mente ya empezaban a rondar las mil y una manera de acabar con la vida de su primo y cada vez el destino se lo ponía más fácil todo. El camino al Reino de las Olas se complicaba muchísimo y las oportunidades que le empezaba a brindar esas complicaciones lo iban a beneficiar, solo tenía que esperar el momento perfecto y el lugar adecuado y acabar con la vida de su rey, tenía el arma perfecta, la daga de uno de sus soldados. Había conseguido hacerse con la daga afilada y dorada de Laird y él todavía no se había dado cuenta que le faltara, el arma perfecta para clavar en el cuerpo de Catriel, para atravesar su corazón en una muerte rápida, sin que nadie escuchara su agónica queja en su último segundo de vida y creyendo de esa manera que uno de sus mejores hombres había matado a su rey, era perfecto, acabaría con dos espinas que entorpecían su misión y de esa manera obtendría su reino para él.
Comienza lo bueno!!!!!
Las aventuras, la fantasía y un mundo mágico!!!!
Espero que os guste!!!!
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