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Capítulo 3

El viaje se estaba convirtiendo en una pesadilla, llevaban dos días con sus nuevos compañeros y había sido horrible, lo había evitado en todo momento, alejándose de él lo máximo posible, pero esa mañana estaba siendo imposible evitarlo y Ebolet no podía más.

     Jeremiah encabezaba de nuevo al grupo en una cabalgata rápida, para cuando por fin pararon los caballos estaban agotados por el ritmo al que los habían sometido, ellos también lo estaban y necesitaban un pequeño descanso, no querían detenerse durante mucho tiempo parar continuar cuanto antes, simplemente refrescarse en el manantial de agua fría nacido de la misma montaña que había escondido en uno de los bosques, beber de él y dar de beber a los caballos, llenar las provisiones y continuar. Se acercaban al Reino de Hilecon y tenían que ir previstos de agua, era un reino de tierras muy secas, solo había agua en los pozos del interior del castillo que se encontraba entre picos de montañas rocosas y anaranjadas que los rodeaba, tenía vegetación, pero era muy diferente a los bosques de donde ellos venían, era una zona más seca y desértica, el verde desaparecía cada vez que se acercaban a las proximidades de ese reino.

    No tenían intención de entrar dentro del reino para saludar a su rey ya que los retrasaría y alargaría más su camino pasando por parajes por donde no deseaban ni cruzarse, solo lo bordearían sin tocar tierras de Cibolix y no llamar la atención sobre sus guerreros.

    Ebolet desde lo alto de una roca observaba el paisaje que la rodeaba, quedaba mucho camino por delante, estaban a un día y medio del Reino de Hilecon y semanas del Reino de las Olas. Estaba siendo un viaje difícil de soportar, sentir a Catriel detrás de ella, su risa, su voz, notaba su presencia aunque no se diera la vuelta, sabía que estaba ahí, con sus hombres. Los nervios la irritaban dejándola en un estado de tensión que hasta el mismo Arnil había dejado de hablarle durante el camino, Kirox sin embargo se reía del comportamiento de ella.

    Suspiró dejando entrar el aire cálido y limpio a sus pulmones, el cual se dedicaba a jugar con su fino vestido de seda haciendo que se alzara en ondas blancas dejándose llevar por el viento cálido que la rodeaba. Una sensación extraña la hizo girarse hacia atrás, se sentía observada y vio el porqué.

     Catriel fijaba la vista en ella intentando averiguar que había debajo de ese velo negro, solo podía  ver las curvas perfectas de su cuerpo que acariciaba el viento con cada soplido, era un enigma, comenzaba a dudar de que el bulo fuera verdad, la había visto montar a caballo tan perfectamente, como una amazona guerrera en plena batalla, hasta montaba mejor que muchos de sus hombres, no había podido quitar la vista de ese cuerpo meneándose al trote del caballo incitándolo y presionando su pecho en una reacción extraña que bajaba por todo su cuerpo y lo obligaba a no apartar la mirada de ella mientras por su mente viajaban imágenes ardorosas que no había podido evitar y que lo estaban irritando con facilidad al salir de un extraño sueño fugaz de su inquietante imaginación.

  -¿En qué pensáis?- Jeremiah acababa de sentarse a su lado, apartándole de sus pensamientos y haciendo que se girara hacia él.

  -En lo cruel que sois obligando a vuestra hermana en llevar un velo durante todo el viaje, no creí que fuerais capaz de tal artimaña. Cuando el rey Variant vea el rostro de Ebolet os la mandará de vuelta.

  -¿Crees que ha sido idea mía? -Le preguntó Jeremiah suspirando, pero tan solo recibió un arqueo de cejas de Catriel. –Variant ordenó que lo llevara puesto hasta que llegáramos, él mismo lo envió junto con sus hombres. Yo nunca le haría eso a mi hermana, es más, estaba en contra de que se lo colocara.

  -Vasta. –Lo cortó Catriel. –No es a mí a quien debéis de convencer para que se case con vuestra hermana a base de engaños.

  -Eso creéis ¿De verdad nunca habéis visto a mi hermana? ¿Nunca os habéis cruzado con ella cuando habéis venido al Reino de la Luz de visita?

  -Nunca. -Le contestó secamente Catriel con una sonrisa burlona. –Ni ganas.

  -Catriel, algún día os arrepentiréis de vuestras palabras y de haber sido tan necio, pero será demasiado tarde para pedir perdón.

  -Tal vez amigo mío pero por el momento el destino me está dando la razón y no creo que me arrepienta jamás. Le regalo la princesa Ebolet de Geneviev a Variant de Grecios encantado e incluso si hiciera falta se la entregaría yo mismo en el altar.

    Jeremiah se levantó molesto por el último comentario de Catriel mientras este se reía a carcajadas.

     “Te arrepentirás Catriel de tus palabras, te lo prometo” se dijo mentalmente con furia.

    Tenía que encontrar la forma de arrancarle el velo a su hermana de la cabeza. Se había pasado el viaje escuchando comentarios sobre ella o bromas obscenas, gracias a los dioses que su hermana no tenía ni idea de todo lo que decían de ella fuera del reino, ni oía ningún comentario de los guerreros que viajaban con ellos. No le había dirigido la palabra durante todo el camino, ni lo miraba. Si se llegara a enterar de los secretos que se escondían, de las historias que contaban de ella, las cosas serían mucho peor y le dolería que acabara odiándolo por ocultárselo.

    Jeremiah alzó la vista hacia su hermana para ver a Dalila intentando subir por la roca donde estaba Ebolet de pie, sin éxito, sonrió en su interior y fue ayudarla, pero nada más ponerle la mano encima, Dalila cayó hacia atrás y empezó a retroceder como si él fuera un monstruo, Jeremiah la miró sorprendido y se acercó de nuevo a ella dándole la mano para ayudarla a levantarse, Dalila miró esa mano alzada y la rechazó de un manotazo.

  -No me toques. -Lo amenazó  levantándose torpemente y echando a correr, huyendo de él.

    Jeremiah sorprendido la observó correr, se había quedado blanco, sin palabras, no entendía el comportamiento de ella, había hecho todo lo posible por evitarla para no afrontarla y ahora solo quería ayudarla pero Dalila lo había despreciado como si fuera un desconocido. Pues se equivocaba si se pensaba que podía huir de él, estaba harto de controlarse, su paciencia estaba a punto de agotarse y no sabía en qué momento explotaría.

    Ebolet bajó de la roca y se acercó a su hermano, había visto la escena de la huida de Dalila y con la cara que ponía su hermano ahora mismo sabio de que se trataba. Pasó por su lado sin decirle nada para volver con el grupo, pero Jeremiah la cogió del brazo y la volvió hacia él.

  -¿Vas a continuar con ese comportamiento todo el camino? -Le preguntó Jeremiah rechinando los dientes.

  -Me has traicionado.

  -Yo no te he traicionado.

  -Entonces como explicas que él esté aquí y encima nos acompañe durante todo el viaje.

  -No lo obligué a venir, si eso es lo que piensas, tiene sus propios motivos para estar aquí. -Le contestó con el mismo amargor que ella le hablaba.

  -¿Cuáles?

  -No son de nuestra incumbencia. –Jeremiah se pasó la mano por el cabello en un gesto de impaciencia.  –Ebolet, este viaje será lo último que hagamos juntos, podrías al menos fingir que me perdonas para que el viaje no resulte tan duro de cómo se me está haciendo.

  -Me lo pensaré y ahora te agradecería que me soltaras.

  -Bien, como desees. -La soltó, pero antes de que ella se marchara la atrajo hacia él y le dio un beso en la frente por encima del velo. –Solo quiero que sepas que siempre te querré.

    Jeremiah se marchó gritando que montaran a sus caballos para retomar el viaje, Ebolet se quedó quieta mirando la espalda de su hermano, se sentía mal, él tenía  razón, era lo último que harían juntos, este viaje era la última oportunidad que tendría de estar con él y disfrutar de su compañía. No podía terminar así.

    Claro que lo perdonaría, pensó.

    Una vez llegó al grupo, Arnil le acercó el caballo para que montara, Cain lo seguía muy de cerca, como siempre. Desde que habían salido del Reino de los Drakos Cain no se había  apartado de su lado en ningún momento, parecía como si temiera de algo, pero no llegaba a descifrar de que.

     Ebolet montó a su caballo y se unió al grupo ya montado en su caballo, pero esta antes se acercó a su hermano.

  -Jeremiah.

    Fue en un susurro pero marcando cada palabra, él se giró y la miró a los ojos con un brillo de esperanza en ellos que a Ebolet le llegó al corazón y a cambio le dedicó una sonrisa nacida del gesto sincero de su hermano.

  -Lo siento, tienes razón y que sepas que no pienso fingir nada.

  -Me alegra oírte decir eso. –Le dijo él con una sonrisa radiante.

    Ebolet giró a su caballo para regresar al puesto que se le había asignado, pero de nuevo un caballo negro se interpuso en su camino. Apretó las riendas muy fuerte en sus manos mientras un cosquilleo la atravesaba dejándola sin palabras, miró a los ojos de Catriel y se fundió en ellos, la miraba con algo oculto en ellos y sus labios eran una línea recta , Ebolet trató de retirarse de su camino, pero él le bloqueó el paso de nuevo provocando las risas de sus hombres, Ebolet lo intentó de nuevo abriéndose paso por el otro lado que él no ocupaba, pero no le sirvió de nada, el bloqueaba cada uno de sus movimientos y las carcajadas de sus hombres aumentaban de sonido clavándose más en ella e irritándola. Ebolet harta con la situación clavó las espuelas a su caballo el cual se alzó en dos patas haciendo que todos a su alrededor se retiraran y se callaran, plantando un extraño silencio a todo su alrededor, cuando el caballo cayó de nuevo en sus cuatro patas Ebolet lo giro rápidamente y se puso al lado de Arnil el cual estaba riéndose orgulloso por la valentía de su princesa, aun así Ebolet no tuvo suficiente y antes de comenzar a cabalgar se giró y mirando por encima de su hombro le dedicó unas palabras poco agradables  a un estupefacto Catriel.

    Todos salieron de nuevo al galope dejando a Catriel y a sus hombres alucinados detrás. Catriel no aclaraba a ver lo que sus ojos acababan de contemplar, pero lo peor era como sus labios lo acababan de insultar, dos veces que se había cruzado con esa mujer, las dos veces esos labios lo habían desafiado, la primera dándole la espalda y la segunda con su lengua de víbora. Esa mujer era una arpía, pensó, ahora si creía en el bulo, tal vez fuera buena jinete, tal vez fuera valiente pero eso no cambiaba que fuera una niña mimada, llorica y que realmente fuera fea, por eso iba tapada, era imposible que Variant hubiera ordenado tal cosa, no creía ni una palabra de lo que le había contado  Jeremiah.

    Catriel se unió al grupo con ganas de enfrentarse de nuevo a la lengua viperina de Ebolet, pero esta vez él tendría la última palabra. Esos modales no venían de una dama y como una cualquiera tenía el pensamiento de tratarla, tal  como ella lo había tratado a él.

  -¿No se supone que ibas a evitarla? -Le preguntó Celso cabalgando a su lado, pero tan solo recibió un gruñido de parte de su primo, que ni tan solo se dignó a mirarlo a la cara. –Lo digo solo porque con ese comportamiento conseguirás que te odie, sino te odia ya. – Esto último lo dijo tan silencioso que parecía que se lo dijera él mismo.

  -Te aseguro que eso mismo no me preocupa.

  -Entonces ¿Por qué insistes con la muchacha?, déjala en paz, no entiendo que estas intentando, tú mismo la estas irritando.

  -Ella me ha incitado a un duelo que no puedo rechazar.

    Catriel en un tono mordaz contestó a su primo, Celso decidió no continuar con la conversación, era extraño que una mujer lo perturbara tanto, ni siquiera Jezabel lo había llevado a ese nivel y ahora Ebolet lo estaba consiguiendo y tan solo estaban al principio del camino, solo pensaba en como acabarían el viaje esos dos.




    No habían pasado ni dos horas desde el accidente con Catriel pero Ebolet seguía igual de cabreada, ese hombre no paraba de burlarse de ella y ahora encima cada vez lo tenía más cerca, poniéndola nerviosa y revolucionando su corazón a pulsaciones aceleradas.  

    Quiso apartar esa sensación cerrando los ojos pero era peor porque su mente le daba imágenes de él, abrió los ojos y suspiró mientras fijaba la vista al frente, hacia su prima la que extrañamente comenzó a temblar mientras se incurvaba hacia delante, algo le sucedía, estaba nerviosa, hasta su caballo comenzó a alterarse y a bufar mientras pataleaba fuertemente contra el suelo, de pronto Dalila se paró en seco haciendo que todo el que iba detrás de ella se detuviera, Ebolet se acercó a ella y notó su estado, estaba como en otro mundo fuera de este universo, su don la había llamado desde el interior para que viera algo.

    Dalila no tenía sangre real, pero aun así los dioses le otorgaron un don por haber cuidado de Ebolet aquella noche donde recibió los doce latigazos. Dalila podía sentir cuando algo estaba a punto de pasar, una alarma en su celebro se activaba avisándola del peligro, no podía conocer el riesgo del problema, ni a que se enfrentaban, ni en qué momento pasaría. Pero en ese momento lo estaba sintiendo, una energía que la paralizaba, la hacía ciega y sorda, la atraía a un fondo borroso donde oía las voces decirle que corriera pero no veía de que.

    Ebolet se aproximó a ella y lentamente acarició su brazo para traerla de vuelta a ellos, Dalila sin asustarse la miró, todos a su alrededor la miraban sin comprender que pasaba, Jeremiah acercándose a ellas para averiguar por qué se detenían se paralizó nada más ver la cara asustada de Dalila.

  -¿Qué has visto? -Le preguntó Ebolet dulcemente.

  -Hay que salir de aquí,  nos han visto y vienen a por nosotros.

    No obtuvo más respuesta, Dalila agitó a su caballo y salió corriendo, Ebolet angustiada salió detrás de ella llamándola a gritos y animando al caballo para que corriera más. Sorteaba los árboles que se atravesaban por su camino, esquivando las ramas que bloqueaban su vista mientras las sentía arañar su cuerpo intentándola atrapar, lo dejó todo atrás sin dejar de llamar a su prima, oía de muy lejos los gritos de su hermano, Arnil, Kirox y algunos de Cain, llamándolas desesperados, les llevaba mucha ventaja a ellos, casi no les había dado tiempo a reaccionar cuando Dalila había salido a gran velocidad, sin embargo a Ebolet sí, casi la tenía a cada galope, estaba más cerca de ella y animó más al caballo para que corriera más.

    Salieron a una amplia explanada, donde no había ni un árbol, ni ramas que las molestara, el bosque se había terminado y cada vez lo dejaban más atrás, pero entonces un grito agudo de animal aminoró la cabalgada de Dalila pudiendo ser alcanzada por Ebolet, los gritos de ese animal se intensificaron señalándoles que venían del cielo. Ebolet y Dalila alzaron la vista a él para ver como un águila enorme sobrevolaba la zona en círculos justo en el punto donde ellas se encontraban.

   -Ya están aquí. -Pronunció Dalila con la voz temblorosa y en un susurro apenas audible.

    Ebolet vio a su hermano salir del bosque junto con el resto de los guerreros galopando hacia ellas a gran velocidad, pero seguían estando muy lejos. De la nada, como mantos oscuros, cuatro alas surcaron el cielo a gran velocidad por encima de ellas, silbando en un sonido amenazador, haciendo que las pupilas de Ebolet se le dilataran asombrada de los seres extraños que venían cruzándose entre ellas directas a por las dos mujeres que montaban a caballo en el centro de la amplia y despejada zona de caza. Entonces Ebolet se dio cuenta de a quienes se refería Dalila, no era a su hermano y el resto, eran los seres que las sobrevolaban, los cuales se habían convertido en tres y ahora mismo se avecinaban hacia ellas haciendo eses y rozando casi el suelo.

    Dalila gritó y salió corriendo de nuevo sin saber hacia dónde se dirigía, pero adentrándose más en el desierto, convirtiéndose en un blanco perfecto para las águilas humanas, Ebolet salió detrás de ella galopando y escuchando el silbido de las alas justo a su espalda cada vez más cerca y los gritos de su hermano cada vez más lejanos, pero no pensaba, ni se atemorizaba por los seres que las seguían, solo quería alcanzar a su prima, llegar hasta ella antes de que fuera demasiado tarde.

    Una águila pasó por su lado, casi rozándola, para darse la vuelta hacia ella y mirarla mientras continuaba volando de espaldas, Ebolet miró esa magnífica bestia, era humana, totalmente, fuerte, de piel arenosa con el cabello largo y claro, con unas alas que nacían de su espalda grandes y preciosas, abiertas en todo su esplendor y se las mostraba a Ebolet como presumiendo de su magnífico don. El ser giró su rostro en busca de otra presa, dio una vuelta sobre sí mismo y pasó de nuevo cerca de Ebolet, pero esta vez por encima de ella, Ebolet se cubrió para que el águila no la tocara y se giró para verla bolar al contrario de ellas, entonces se dio cuenta de la dirección que tomaban las otras dos águilas, de las cuales no se acordaba de que las seguían, volaban directas a por Dalila. Un rugido atroz salió de los labios de Ebolet que cogió las riendas y azotó con fuerza las espuelas al caballo, haciendo que la pura sangre saliera a gran velocidad, tenía tan cerca a su prima, pero no le daría tiempo, las águilas estaban más cerca. Ebolet se fue alzando de pie sobre su caballo poco a poco sin soltar las riendas y con el corazón a punto de salírsele por la garganta, la adrenalina la recorría en un sinfín de cosquilleos por todo el cuerpo, miró hacia delante, intentando mantener el equilibrio mientras observaba en qué situación se encontraba Dalila. Una de las águilas estaba a su altura por encima de ella e iba a la misma velocidad que ella, tenía que hacerlo ahora o sería demasiado tarde. Se armó de todo el valor de su ser, respiró profundamente y saltó sin pensar en las consecuencias de sus actos al caballo de Dalila justo al mismo tiempo que el águila que la había seguido por los cielos cogía a su prima de los brazos y la arrancaba del caballo alzándola con él, Ebolet se cogió fuerte a la cintura de su prima mientras Dalila gritaba y se meneaba violentamente sin parar, provocando que su prima se resbalará poco a poco de su agarre.

  -Cálmate Dalila.  –Le suplicó Ebolet entre grito y grito de su prima mientras intentaba llegar a su tobillo en busca de su daga.

    El águila que tenía cogida a Dalila se dio cuenta de su peso extra y comenzó  a dar vueltas sobre sí misma a gran velocidad, haciendo que Ebolet perdiera el agarre y resbalase pasando las manos por el cuerpo de su prima hasta que por fin pudo agarrarse a un tobillo, pero no era el de su prima, si no el del águila, al darse cuenta el ser comenzó a mover el pie para deshacerse de su agarre, Ebolet harta forzó su cuerpo a alzarse con todas sus fuerzas hasta que tubo al alcance de su boca el gemelo de él y lo mordió fuerte, clavando sus dientes en esa carne y notando el sabor de la sangre derramarse por su boca.

    El águila nada más sentir el profundo dolor del mordisco soltó a Dalila, que cayó cogiéndose del vestido de su prima, haciendo que esta se resbalase de su enemigo y fuera arrastrada al vacío con ella, a una caída de varios metros de altura. Las dos caían a gran velocidad, Ebolet vio pasar parte de su vida por delante de sus ojos, no le salían los gritos, ni el aire de los pulmones, solo veía su muerte inmediata contra el suelo, pero justo en el momento que iba a tocar tierra unos fuertes brazos la cogieron de la cintura y la subieron de nuevo al cielo. Miró a su salvador y vio que era un águila, otra a su derecha llevaba en brazos a una Dalila desmayada por el susto de la caída. Suspiro de alivio pero a la vez, una alarma en su interior se activó, se giró solo un poco para ver a su hermano muy de lejos cabalgando hacia ellas, pero era demasiado tarde, estaban muy lejos y cada vez se alejaban más. Devolvió de nuevo la vista a su salvador, el cual la observaba con las cejas arqueadas e intentó hablarle pero un golpe en la cabeza la transportó a la oscuridad, al silencio y a un sueño profundo.


    Jeremiah observó con impotencia como se las llevaban volando, pero lo peor había sido verlas caer al vacío, en un momento parecía que el alma se le hubiera salido del cuerpo, su cuerpo casi no cogía aire para llenar sus pulmones  y aunque había visto que las habían salvado a tiempo antes de que sus cuerpos tocaran tierra, el temblor no lo había abandonado. Pensaba que las había perdido a las dos y todo por culpa suya, las debería de haber vigilado mejor, debería de haber estado más atento al don de Dalila, pero no lo había visto llegar y ni siquiera sabía que realmente lo tuviera, nunca lo había visto, nunca había notado su reacción, hasta ahora.

  -¡Jeremiah basta! –Gritó Arnil igual de nervioso que él. –No las alcanzaremos por mucho que corramos, los caballos están destrozados de la carrera.

  -No puedo abandonarlas, se las han llevado. –Le contesto él.

  -Y sabemos a dónde se las han llevado, puedes estar tranquilo no les harán nada, Minos no es nuestro enemigo. –Intervino Catriel en la conversación, intentando relajar la tensión de los cuerpos de los guerreros.

  -¿Y entonces porque las han secuestrado? -Le echó en cara Jeremiah.

  -No losé pero Minos nos lo explicará cuando lleguemos al reino.

  -Más le vale que tenga una buena razón.

    La mirada fija de Catriel observó a su amigo avanzar con su caballo pasando por delante de él, estaba preocupado, sus hombros decaídos demostraban su culpabilidad pero quien se podía imaginar lo que iba a suceder. A él también le iba el corazón a mil por hora de haber visto a la loca de Ebolet ponerse de pie en la silla mientras el caballo continuaba cabalgando y saltar en plena carrera al caballo de su prima, parecía una maldita guerrera pero una como una cabra, esa imprudencia nunca lo había visto hacer a ninguna mujer en su vida y sin embargo, la mujer del velo negro había actuado sin temor por salvar a su prima.

    No entendía que clase de mujer se escondía debajo de tal tela negra pero cada hora que pasaba junto a ella tenía más ganas de ver en su interior y las manos le dolían de tanta fuerza que hacía por no arrancarle el velo de la cara.








Reino de Cibolix.

    Muriel paseaba de un lado a otro del salón con los nervios a flor de piel. Esperaba el regreso de su hijo el rey Minos, que había salido de viaje precipitado hacía ya tres días hacia el Reino de Tocaido en busca de una respuesta. Sabía que hoy regresaban y uno de los dos hombres que lo habían acompañado ya se encontraba de vuelta, ese hombre se había adelantado en su regreso a él para informarla y decirle que Minos y el resto de los guerreros venían de vuelta.

    Había echado mucho de menos a su hijo, pero hoy más que en los tres días que habían transcurrido, por culpa del lio en que les había metido la pequeña Leonela, la cual se encontraba sentada enfrente de ella tamborileando con los pies en el suelo, estaba tan nerviosa como su madre. Kendri, primo mayor del rey, él había informado de la llegada de Minos y observaba la escena con gran preocupación, su rey no sabía la que le esperaba a su llegada, intentó retirarse pero Muriel no se lo había permitido. Siempre decía que la familia debía estar unida en lo bueno y en lo malo, y ahora mismo lo necesitaba a su lado más que nunca.

    Cinco o diez minutos pasaron cuando Minos por fin había entrado junto con su otro primo, Goliet, el pequeño de la familia, a la estancia con la sonrisa que siempre lo acompañaba, pero se le borró de inmediato al ver la cara de preocupación de su madre y a su hermana correr hacia él en un rio de lágrimas y suspiros entrecortados, Minos la cogió entre sus brazos y la levantó. Trató en lo mayor de lo posible el consolarla acariciando su cabello, escondiendo el nervio que se apoderaba de él, preocupado por lo que hubiera sucedido en el reino en su ausencia.

  -Lo siento Minos, de verdad que lo siento muchísimo, no sabía quiénes eran. –Le dijo Leonela sin dejar de llorar, empapándolo con sus lágrimas.

  -Basta Leonela, deja de lloriquear le a tu hermano. –Gritó Muriel harta de ver como su hija se escondía debajo del abrazo de Minos. –Todo esto es culpa tuya, tu hermano no te perdonará el castigo una vez sepa en el lío en el cual nos has metido a todos, esta vez no te saldrás de rositas como siempre, querida.

  -Madre, ¿qué sucede? –Le preguntó Minos sin soltar a su hermana del abrazo fuerte que ella le daba.

  -Lo siento, lo siento mucho, me dijiste que cuidara del reino en tu ausencia y yo solo he acatado tus órdenes. Tienes que creerme, no era mi intención desobedecerte hermano.

   -Cállate de una vez Leonela o…

  -¡Madre! -Minos silenció a su madre antes de que dijera algo de lo que luego se arrepentiría.     Leonela estaba muy nerviosa y no quería que la alteraran más. –Explícame de una vez cual es el problema.

    Mientras observaba el comportamiento de su madre pensó que no podía ser tan grave el problema, Leonela casi desde que nació se había metido en tantos líos que no tenía dedos en todo el cuerpo para contarlos, e incluso, en más de una ocasión había tenido que ir personalmente él a pedir perdón algún campesino o visitante por los problemas ocasionados por su hermana. Leonela era muy inquieta, traviesa y muy atrevida,  a sus ocho años sabía hacer tantas cosas que él mismo se sorprendía, tenía una imaginación desbordante que a veces le pasaba malas jugadas, pero adoraba a esa renacuaja de ojos color miel y cabello castaño claro, liso y sedoso, era idéntica a su madre y a él, solo que Leonela aún conservaba las pequeñas pequitas en sus sonrosadas mejillas.

  -Venga madre, hablad de una vez, ¿con quién debo disculparme esta vez? –Le pidió Minos impaciente sin dejar de acariciarle el cabello a su hermana.

   -Con dos reyes y sus hombres. –Soltó Muriel alzando el rostro y mirándolo fijamente.

    Minos se quedó pálido, parecía que la sangre no le circulara por las venas e incluso dejó de acariciarle el cabello a Leonela, Muriel se asustó de la tensión que había adoptado el cuerpo de su hijo, sabía que esto no le iba a gustar pero tampoco quería que le diera algún ataque, y al paso que iban parecía que Minos iba a terminar en la cama delirando.

  -¿Cuáles? – Preguntó con mucho cuidado.

  -El rey Jeremiah del Reino de la luz, el rey Catriel del Reino de los Drakos y sus mejores guerreros, hay más guerreros de otro reino, creo que son del Reino de las Olas pero su rey no los acompaña. –Dijo en susurros Muriel.

  -Genial. –La voz de Minos sonó histérica e incluso dejó de abrazar a su hermana que se amarraba a su cuerpo con temor. –Y ahora dime que sucedió.

    La joven madre que miraba a su rey no sabía cómo reaccionaría, así que ante el inquieto cuerpo de su hijo decidió comenzar con la historia antes de que fuera más tarde y los guerreros que se avecinaban a ellos los tomaran desprevenidos y los atacaran.

    Muriel se sentó en una de las sillas del salón y descansó las manos en su regazo mientras las miraba nerviosamente y cogía aire para intentar tranquilizarse y poder contarle lo ocurrido. Minos tomó asiento justo enfrente de ella y sentó a su hermana en su regazo, ya que parecía que la hubieran cosido a él.

  -Dos de tus hombres informaron que había un grupo de hombres con dos mujeres rondando por el reino y sabiendo lo del príncipe Ukio tu hermana pensó que venían atacarnos esta vez a nosotros por tener al joven rey aquí. Así que, se adelantó a mí y sin saber yo nada dio la orden de que los echaran de nuestras tierras y… a los muy zopencos que mandó no se les ocurrió otra cosa que secuestrar a las damas que los acompañaban y ahora mismo esos guerreros y sus reyes vienen hacia aquí para reclamarlas y supongo que pedirte explicaciones por tal acto.

  -Dios mío entonces las mujeres son… -Se cayó pensando en el error tan grande que habían cometido. -¿Dónde están las mujeres? –Preguntó de golpe alzándose de la silla.

  -Una está en tu cuarto, no reaccionaba cuando la trajeron. Tranquilo, -Trató inmediatamente  apaciguarlo al ver su rostro desencajado. -Estaba bien, solo que inconsciente, no te preocupes. Pero cuando despertó comenzó a llorar y a gritar así que, le di un brebaje para tranquilizarla y que durmiera hasta tu regreso, ahora descansa apaciblemente. Y la otra muchacha no la han traído todavía... –Muriel dudó y retiró la mirada de su hijo.

  -¿Dónde está la otra? –Le insistió clavando la mirada en ella duramente.

  -No losé, el guerrero que trajo al reino a la muchacha que duerme en tu cuarto dijo que los que llevaban a la otra no entraron al reino junto a ellos. También dicen que esa muchacha iba tapada con un velo y que estaba loca.

  -¿Loca? –Minos frunció las cejas sin entender.

  -Sí, dicen que saltó de un caballo a otro sin detener su paso y había mordido a uno de tus hombres por salvar a la inconsciente joven. –Muriel comenzó a jugar nerviosamente con la sortija de su dedo rodándola. -¿Qué vamos hacer hijo?

    No obtuvo respuesta de su hijo, Minos salió de la estancia sin mirar a su madre y subió las escaleras de dos en dos precedido por sus primos, Kendri y Goliet pisándole los talones. Nada más abrir la puerta de su cuarto fue directo a ver el bulto que se escondía debajo de las sabanas de su cama.

    Minos sé quedo sin aliento cuando vio a la mujer. Un manto de rizos rojos como el fuego se arremolinaban alrededor de ella, una piel pálida y sedosa rodeaba tal bello manto que daban ganas de ser acariciado. Y unos labios carnosos y sonrosados en un mohín perfecto para la tentación. Su pecho subía y bajaba hipnotizando a Minos a querer ver más allá de las sabanas, que solo reflejaban unas pocas curvas.

   Sus primos a su espalda la observaban como él, anonadados por la belleza de la muchacha que descansaba en la cama. Minos alargó una mano para tocarla, pero entonces ella abrió los ojos dejando ver un azul tan intenso como arrebatador, Kendri soltó una maldición a su espalda y la joven gritó asustada mientras saltaba de la cama huyendo de ellos asustada.

    Minos salió del hechizo que ella le había provocado e intentó cogerla, pero sin éxito, se le escapaba de las manos como un pez, entonces Kendri y Goliet la atraparon por los pies provocando que la muchacha se venciera hacia delante pero antes de caer, Minos la cogió y la inmovilizó entre sus brazos, notando el suave tacto de su piel y el olor de su cabello clavándose en cada poro de su cuerpo y recorriéndole en una sacudida de placer.

  -Basta Minos, suéltala, ¿no ves lo asustada que esta? -Acusó Muriel desde la entrada de la habitación mirando la escena anonadada. –Tranquila muchacha, no queremos hacerte nada.

    Minos, aunque no quería la soltó muy despacio para sentir cada uno de sus movimientos, el cuerpo le seguía temblando y su olor se había clavado en su celebro. Era menuda pero fuerte, lo había notado cuando la tenía entre sus brazos. Ella se alejó de él enseguida y se acercó con prudencia a Muriel.

  -¿Cómo te llamas muchacha?-Le preguntó Muriel dulcemente.

  -¿Dónde está mi prima?-Preguntó ella sin dejar de mirar a su alrededor. -¿Y dónde estoy?

  -Tranquila, estas a salvo, nadie te hará nada. –Contestó Muriel muy cariñosamente mientras se acercaba a ella muy lentamente. –Yo soy Muriel de Hilecon, él es Minos, mi hijo y rey del Reino de Cibolix. –Continuó presentando mientras señalaba a la espalda de esta, Dalila se giró siguiendo la dirección de esos dedos.

    Miró más detenidamente al hombre que tenía delante, el cual Muriel le había presentado como Minos, era alto, delgado y de espalda ancha y musculosa, podía ver perfectamente su torso definiendo cada línea de su pecho y su tono de piel bronceada, ya que no había ninguna prenda que lo tapara, solo llevaba unos pantalones de un cuero claro, como los dos hombres que estaban colocados uno a cada lado de sus francos. Su cabello era castaño claro, largo por la barbilla y sus ojos color miel, donde resaltaba una diminuta pupila negra más pequeña de lo normal.

    Minos se dio cuenta de la revisión que le estaba haciendo la muchacha de cabellos como el fuego y sonrió enseñándole sus hoyuelos y provocando que Dalila se sonrojara sorprendida y acalorada de ver ese gesto tan hermoso y juvenil en un hombre tan fuerte, rápidamente apartó la vista de él para girarse hacia Muriel.

  -Yo soy Dalila de Munfort ¿Dónde está mi prima? –Preguntó de nuevo acercándose más a Muriel,  la mujer miraba a la joven con los ojos muy abiertos.

    Muriel miró a su hijo desesperada y con la mano en el pecho, cayendo en la cuenta de a quien se refería Dalila, su prima era la princesa Ebolet de Geneviev, Minos como leyéndole el pensamiento y en un tono que detectaba su preocupación se volvió hacia sus primos.

  -Traer a Lady Ebolet de Geneviev de inmediato al reino.

    Kendri y Goliet abrieron las ventanas del cuarto para acatar sus órdenes cuanto antes, Goliet desplegó sus alas y saltó por la ventana pero en el momento que Kendri iba a seguir a su primo, Minos lo cogió del brazo y lo frenó.

  -No cometáis ninguna estupidez, traer a la dama sana y a salvo lo más rápido que podáis si no, tendremos problemas con su hermano.

  -Descuidar mi rey, no os preocupéis, antes de que os deis cuenta estaremos aquí con la princesa.

  Su rey se lo agradeció con la cabeza y Kendri sin discutir su orden se lanzó por la ventana al vacío para desplegar sus alas y salir volando a gran velocidad.

    La escena dejó sin palabras a Dalila, esos seres eran increíbles, fascinantes, eran incluso mejor que todas las historias que había escuchado de ellos y más hermosos de como los habían descrito en cada una de esas leyendas. Luego se giró y observó con placer el cuerpo de Minos deleitándose con su fortaleza, su autoridad y su forma de dirigir a sus hombres, tenía las alas dibujadas en todo lo ancho de su espalda, como todos los hombres del Reino de Cibolix, esperando a que su amo les diera vida y renacer como una grande y exuberante águila pero con un cuerpo perfecto de humano. 

  -Dalila querida, acompáñame, deberías comer algo mientras esperamos a que traigan a vuestra prima de vuelta. –Muriel alargó la mano hacia la muchacha.

    Dalila se giró de nuevo hacia Minos el cual la observaba con un brillo seductor en la mirada mientras hacia un camino ardoroso por el cuerpo de ella sin dejarse ningún lado por devorar, provocándole un extraño cosquilleo y cortándole el aire de los pulmones pero Muriel la cogió de la mano a la joven al ver como su hijo la miraba sin cortarse ni un pelo, no le parecía bien que mirara a la muchacha tan descaradamente, ya tenían bastantes problemas como para seguir ofendiendo más al rey que se avecinaba seguramente muy cabreado hacia ellos. Arrastró a Dalila fuera de la habitación robándole una espectacular visión a su hijo.

    Cuando entraron al salón Leonela continuaba sentada en la silla que había ocupado su hermano, con los pies recogidos, hecha un ovillo y la cabeza escondida entre sus piernas. Alzó la vista para ver a los recién llegados y la volvió a esconder para volverla alzar de nuevo sorprendida mirando a Dalila.

  -Dalila, esta es mi hija Leonela, la responsable de que estéis aquí.

    Dalila la observó y la vio tan menuda, tan poca cosa que no entendía como una pequeña criatura adorable y hermosa fuera la culpable de todo lo que les había sucedido.

  -Encantada Leonela. –Le dijo con mucha ternura acercándose un poco a la asustadiza niña. La pequeña la miró con los ojos llorosos y se levantó de la silla.

  -Lo siento, lo siento mucho, no era mi intención haceros daño, de verdad. –Dijo Leonela lloriqueando con más fuerza y con la cabeza gacha.

  -Tranquila pequeña, estamos bien, no ha pasado nada, no llores más. –Dalila la consoló mientras le acariciaba la cabecita.

    No sabía si fue por su tono de voz o por la pena que corría por su interior de culpabilidad pero Leonela levantó su cabecita, la miró y se lanzó a sus brazos en un llanto desconsolado.

  -¡Leonela!

    Muriel intentó quitar a su hija de los brazos de Dalila, pero era imposible, la niña se había apegado a ella como una lapa, entonces Dalila le hizo un gesto con la cabeza junto con una tierna sonrisa para que la dejara junto a ella, que no le importaba ni le molestaba la pequeña y la abrazó más fuerte contra ella para  animarla, pero la pequeña continuaba llorando.

    De pronto el silencio fue roto por dos guerreros del reino que entraron al salón con cara de preocupación y fijaron la vista en su rey que se puso tenso de inmediato y su cara se transformó en algo indescifrable, Dalila soltó a Leonela y esta salió corriendo a esconderse detrás de una mesa mientras el resto esperó ansiosos las noticias de esos hombres.

  -Mi rey, ya están aquí. Esperamos sus órdenes.

  -De acuerdo, ocuparos de sus caballos y traerlos aquí. Avisa a los hombres que no intenten hacer nada estúpido, no compliquemos más la situación en la que nos encontramos.

    Minos se giró cara su madre con los rasgos de su rostro endurecidos y la mirada fija en ella tan voraz como letal, pero con algo de preocupación en ella.

  -Estaros preparadas.




    Jeremiah desmontó de su caballo y fijó la vista hacia el interior del castillo, todo su cuerpo temblaba de ira contenida,  dentro de él sentía que algo pasaba, los habían dejado entrar al reino sin ningún problema ni objeción. Kirox lo seguía muy de cerca igual de tenso que él. Los guerreros se habían separado en dos grupos antes de entrar al reino por si no los dejaban pasar y ahora mismo se arrepentía. Kirox, Catriel, Celso Laird y Cain, lo acompañaban a él al interior por la entrada principal, para hablar directamente con el rey, y Arnil, Jorell, Meir, Arcadio y Apio, habían bordeado el reino para entrar por detrás por si las cosas se ponían feas y tener la ayuda de pillarlos desprevenidos. Pero todo había salido perfectamente, el rey los iba a recibir y Jeremiah lo estaba deseando.

    Los precedieron al interior del castillo hasta llegar al salón, donde se encontraron a Minos de pie en medio de la estancia, una mujer mayor de unos treinta y cinco años a un lado y a Dalila en el otro extremo del salón sonriendo tranquilamente, Jeremiah arqueó las cejas de ver la reacción de su prima y continuó buscando con la mirada pero no encontró lo que él quería.

  -¿Dónde tenéis a Ebolet? -Rugió Jeremiah resonando por toda la estancia.

  -Han ido en su busca. –Contestó Minos tan rabioso como él.

  -¿Cómo que han ido a buscarla?

  -Qué tal si os sentáis y hablamos tranquilamente mientras traen a vuestra hermana. Creo que hay algo que os interesaría saber.

    Minos señaló las sillas preparadas con anterioridad alrededor del salón para la situación, y ellos procedieron a sentarse en ellas. Catriel fue el único que decidió quedarse de pie, se cruzó de brazos sobre el pecho y apoyó su espalda en el marco de la puerta. Observaba la escena con aburrimiento, aunque tenía cierta intriga por lo que había sucedido. Podía entender el por qué se habían llevado a Dalila, la muchacha era muy hermosa, pero no el motivo. Todavía estaba perplejo de haber visto a Ebolet intentando rescatar a su prima, por culpa de su atrevimiento casi se matan las dos y se la habían llevado a ella también, y ahora estaban ahí intentando rescatar a la mocosa perdida, que ha saber dónde estaba y a su prima, pero lo más extraño de todo es que él también tenía ganas de matar a alguien como las tenía Jeremiah y todo, porque esos malditos zopencos los habían retrasado y alargado más su viaje, el cual se estaba haciendo interminable.








Reino de la Oscuridad

    En el fondo del castillo que bañaba todo el reino de una siniestra oscuridad, donde los seres deambulaban arrastrando sus pies, se encontraban los pocos supervivientes del Reino de Tocaido y el Reino de la Aracna, siendo torturados sin piedad y sin dejar que sus heridas pudieran cicatrizar, por los seres de la oscuridad. Solo se salvaban aquellos que aceptaban unirse a Tarius en su conquista  y aceptaban ser trasformados por la magia negra de él, para formar parte de en un ejército perfecto, con su mismo cuerpo y sus mismos dones pero con el corazón negro, el alma muerta y sin sentimientos como el mismo reino que los estaba absorbiendo. Pero aquellos que no aceptaban unirse a Tarius eran más vorazmente torturados hasta su muerte.

    En lo alto de una de las torres que daban a un campo sembrado de muerte, Tristan observaba el más allá, con las manos apoyadas al muro de la terraza de su habitación y el aire frío recorriéndole el cuerpo entero cubierto con una simple bata pero sin que lo afectase lo más mínimo el frío de la noche. Su cabello negro, liso y largo resaltaba tras su piel pálida en una noche oscura como la que contemplaba y se cernía sobre él, su altura y su espalda ancha y musculada bajo la fina bata media abierta que lo tapaba lo hacía más poderoso, y un rostro duro y con cada rasgo marcado lo convertía en un hombre tan atractivo como agresivo, solo se podía contemplar los tribales de cuervos tatuados que nacían desde su garganta y se extendían por todo su cuerpo, miles de cuervos de aspecto agresivo rodeando esa piel tan blanca y fuerte.

    Toda la maldad que su padre reflejaba en su juventud la había heredado él, dando paso a un guerrero oscuro y peligroso sin temor alguno, su descendiente más privilegiado. Un ejército se transformaba a sus pies en lo más profundo del castillo y con hambre de matar y asesinar, tantas como él, y dormía tranquilo ansiando ese momento de contemplar a sus enemigos a sus pies obedeciendo cada orden y sirviéndole hasta la muerte.

  -Pronto todo lo que ves y más allá de este reino será tuyo. Serás el rey de los Nueve Reinos y nadie podrá quitarte esa corona. –Le dijo Jezabel a su espalda mientras le pasaba los brazos alrededor de la cintura.

  -¿Pero cuándo? Mi padre continúa sentado en su trono sin hacer nada. La sombra oscura lo rodea desde que lo resucitamos e incluso nadie quiere acercarse a él. Es como si estuviera su cuerpo pero el resto de él parece como si continuará muerto. Desde que volvió a la vida solo ha hecho una cosa bien, matar a los viejos reyes.

  -Tarius quiere lo mismo que tú, solo espera el momento adecuado. –Jezabel lo cogió de los hombros y lo giró cara ella. -Tienes que tener paciencia, todo lo bueno se hace esperar. Por ahora ha mandado a tres de sus Centuriones a inspeccionar los reinos y controlar a sus nuevos reyes, pronto traerán noticias.

   -¿No te dolerá ver caer a tu queridísimo rey Catriel? -Le preguntó Tristan  mientras deshacía el nudo de la bata de ella.

  -No lo subestimes Tristan, no es fácil acabar con un hombre como él. –Jezabel ayudó a Tristan quitándose la bata ella misma y exponiendo toda su piel blanca desnuda a la vista. –En cuanto a mío, ahora mismo tú eres mi rey y el resto no me preocupa. Así que mi queridísimo rey ¿me lleváis a la cama? O… ¿tendré que ir sola y buscar a otro hombre que me haga disfrutar esta noche?

    Tristan no contestó, le dedicó una sonrisa hambrienta y la cogió en brazos para llevarla a la cama y darle el placer que como su amante le exigía. No había amor entre ellos, pero el deseo los oprimía desde el primer día en que se conocieron, convirtiéndose en amantes desde ese momento y disfrutando de toda clase de placeres sexuales que se exigían  el uno al otro.

    Mientras tanto en un salón casi desierto, bajo los pies donde yacía la fogosa pareja,  se encontraba Tarius sentado en su trono, mirando al techo con los ojos cerrados, sabía que pronto llegaría su momento y su venganza estaría finalizada. Merabela lo contemplaba orgullosa desde la entrada, Tarius fijó sus ojos rojos en ella y la invitó a entrar con un gesto de la mano, ella fue a él sin temor alguno y se arrodilló justo a sus pies en una reverencia de obediencia, Tarius río muy fuerte en una carcajada espectral, dejando  a Merabela muy quieta en el suelo.

  -Mi rey, los Centuriones acaban de salir. –Dijo Merabela en un susurro y con la cabeza gacha.

  -Bien, esperaremos sus noticias.


    Alejándose del Reino de la Oscuridad, tres sigilosos seres vestidos de negro, montaban en cuatro vestías horripilantes, tres murciélagos bestiales de color negro como sus jinetes pero brillantes y más depredadoras que los Centuriones que los montaban. Se dirigían directos a los otros reinos para vigilar, observar e informar de aquello contra lo que tendrían que luchar y así poder preparar el camino para su rey.

Queridas lectoras:

Perdonar la tardanza y las faltas.... La cabeza me va a explotar.... Le daré un repaso mañana!!!!

Un saludo y espero que os guste!!!!!!!!!!!!

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