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Capítulo 21

Aldea Tuarte-Lus

    Después de ofrecerles un delicioso manjar, una divertida lista de historias cómicas y un sinfín de bailes, Mamuat acompañó a sus invitados a uno de los nichos que colgaban de las paredes para que pudiesen descansar.

    Eran camastros, grandes, similares a capazos de cestas, hechos de ramas secas y hojas de la madre tierra, todas en una perfecta unión formando un cuenco que se enganchaba de un lateral a la pared, dejando al resto colgar en el aire como si fueran ramas nacidas del corazón de un árbol.

    Un niño, de unos seis años se acercó a la princesa con una espesa manta en la mano para ofrecérsela.

  -Tenga mi cobijo señora, será un honor que esta noche duerma usted arropada por él.

    Ebolet halagada rechazó la oferta, no podía quitar el abrigo a un niño de tan corta edad, y para que el pequeño no se molestara, tomó esa manta y lo envolvió con ella, después le deshizo el pelo y le dio un beso en la mejilla.

  -No necesito nada, pero muchas gracias por tu oferta.

    El pequeño, con las mejillas rojas y una sonrisa de oreja a oreja, se dio media vuelta, gritó a su madre algo en su lengua natal y salió corriendo al encuentro de más niños como él. Ebolet se giró y dándole las buenas noches al anciano, se metió dentro de ese cascaron con la ayuda de Catriel.

    El guerrero observó como Ebolet se quitaba las horquillas de su cabello ya desecho y las guardaba en el forro interno del vestido, una larga y brillante mata de cabello negro se deslizó por su espalda y el guerrero contuvo el aliento. Las manos, los dedos y las mismas puntas de ellos le picaron y le acribillaron a pinchazos por el deseo que le golpeó con una intensa fuerza por meter sus dedos en esa espumosa y delicada cabellera y tirar de ella, hacer que la dueña se encorvara hacia atrás y de ese modo tener un acceso a toda su garganta.

  -Para ser vuestra sierva os reprimís con gravedad, rey Catriel. –Las palabras del anciano eran totalmente diferentes a cómo llegaron a Catriel, con un doble tono totalmente socarrón.

    El rey le lanzó una mirada molesta por el comentario, para nada apropiado, pero el anciano parecía traerse algo entre manos, ya que, tras darle una palmada en la espalda, le dedicó una sonrisa.

  -Mi costumbre no es tratar a las sirvientas como si fueran concubinas.

  -Aquí, la muchacha no es una sierva, es libre de hacer y dar lo que le plazca. –La sonrisa del anciano se ensanchó picarona mente tentando a Catriel. -Y vos, parecéis cautivado por ella.

  -Digamos que le he cogido cariño. –Corrigió Catriel meditando en su cabeza si era eso lo que sentía realmente por Ebolet, por esa débil y frágil mujer que arreglaba su vestido para poder tomar descanso.

  -Es difícil no sentirse atraído por la belleza, la valentía y el misterio. Es difícil no sentirse atraído por la pureza que ella esconde.

    Todos sus sentidos, por fin se centraron en el anciano que estaba a su lado, contemplando con los ojos brillantes la belleza de la que hablaban. Por un instante pensó que sus palabras hablaban de otra cosa muy distinta, pero no, la razón de ese comentario era el significado que tenía.

  -Por mucho que ella llame mi atención, nunca la obligaría a nada que le causara algún mal. –Se defendió con tono hosco.

    El anciano dejó de mirar a la princesa y la sonrisa que se extendía en sus labios se suavizó, en un gesto amable, pero no tan alegre como el de antes.

  -No confundáis la obligación de un rey con las ansias de un hombre.

  -¿Qué? –Preguntó el rey confundido.

    No entendía a que se refería ese viejo chismoso, pero desde luego, el camino que habían tomado sus comentarios como su expresión no aclaraba nada bueno.

  -Tratar de dormir, Catriel de Galinety. Mañana mis hijos os acompañarán para que continuéis con vuestro viaje.

    Finalmente apretó los puños, y con los labios convertidos en una línea recta se despidió de Mamuat para introducirse en esa cama improvisada.

    La figura de la muchacha, a comparación con la suya era pequeña, y la cama los mantuvo más pegados de lo que él deseaba, pero ella le dio la espalda nada más su cuerpo se recostó a lo largo de esa cuna de bebes.

  -Si te molesto…

  -No. –Lo cortó Ebolet encogiéndose en su sitio.

    Catriel suspiró y se colocó boca arriba, con un brazo debajo de la cabeza y el otro apoyado en su estómago. Fijó su vista en la preciosa noche plagada de estrellas mientras trataba en lo imposible, olvidar el cuerpo que tenía al lado evitándolo.

    Sabía que no dormiría, que no descansaría durante toda la noche, porque tenerla tan cerca y no poder tocarla, era una autentica tortura, una pesadilla y una tentación difícil de evitar.

    Murmuró algo y cerró los ojos, y durante unos segundos pudo evitar el bulto suave que dormía a su vera, hasta que ella se removió y rozó su trasero con la misma cadera del rey, Catriel se tensó y abrió los ojos de golpe.

    Contrólate….Catriel céntrate en la noche, en el frío y en las luces de las antorchas que nos rodean…

    Pensó y se lo dijo con dureza, con rabia mientras sus puños, se convertían en bolas tan destructoras como para arrancarse la piel a tiras, pero… la avariciosa y descarada virilidad que tenía entre las piernas, le lanzó unas imágenes desconcertantes, sin piedad para que se adueñara de la mujer que estaba al alcance de sus manos.

  -¿Catriel?

  -Mmm. –Contestó el aludido tomando una bocanada de aire, que para mala suerte llegó con el aroma de ella impregnado.

  -¿Estarán bien?

    La pregunta de Ebolet motivó al rey a girarse y mirarla. Ebolet le daba la espalda, pero igualmente tenía una perfecta visión de la curvatura de su cuerpo, un cuerpo encogido que se abrigaba mutuamente por sus propios brazos. La miró, contoneando cada curva y cada silueta que se formaban gracias a las luces encendidas que todavía los rodeaban. Sus manos se tensaron por desear tocar y girarla, verla completamente cara él, pero se abstuvo y decidió mirar más allá, despejar su visión con el entorno y poder dejar a un lado la estampa tan bella que ella le daba.

    Otros indígenas se metían en sus camas y los fuegos encendidos que los iluminaban se iban apagando en paralelo mientras las zonas de las demás cestas eran ocupadas por sus habitantes. La noche y el descansar llegaba para otros, lo malo es que él, no degustaría le placer de dormir, no esa noche.

  -Todos ellos son guerreros preparados para la batalla. Ellos, estarán todos bien. –Ebolet se giró y se puso boca arriba, mirando las estrellas que él anteriormente había observado en el cielo para no mirarla a ella, el perfil de esa mujer le mostró la preocupación que sus palabras no había apagado, y aun sin leerle el pensamiento, sabía perfectamente a que se debía tal pena. –Dalila estará perfectamente, y Minos… -Ebolet lo miró, clavando sus ojos negros en él, Catriel no pudo reprimir una sonrisa por el ceño de ella. –Sabes, tan bien como yo que ese rey arrogante y fanfarrón, no permitirá que le suceda nada malo a tu prima.

    Ebolet se mordió los labios y fue una escena de lo más deliciosa, tras sentir como todo su cuerpo se tensaba, se relajó al ver como esos carnosos labios se ampliaban en una sonrisa.

  -Mi hermano lo matará como se atreva hacerle algo. –Bromeó Ebolet.

    Esa broma, le hacía parecer totalmente natural, tranquila y muy relajada, una mujer completamente diferente.

    ¿Cómo había sido posible que jamás se cruzara con ella? ¿Cómo había sido posible que renunciara a ese pajarito?

    Retiró a un lado las respuestas, porque, en ese momento no quería una conciencia detrás de él, esta noche estaba con ella, los dos solos y quería disfrutar de todo eso, de sus cambios en su rostro, de su dulzura y de su voz, esa melodía suave que llenaba cada uno de sus sentidos.

  -Tu hermano tendrá que aceptar lo que venga.

    No sabía porque había dicho eso, no sabía si esas palabras las decía por él o por Minos, pero tras decirlas, algo, en el rostro de Ebolet cambió, y una extraña preocupación arrugó su frente y apagó su mirada. Antes de que Catriel se diera cuenta de lo que estaba haciendo, su mano planchaba, con dedos suaves, las arrugas de su frente.

    La princesa contuvo el aliento y por segunda vez, se deleitó con esa caricia, cuando se percató de lo entregada que se veía, se echó hacia atrás y dejó de mirar a Catriel para mirar al cielo. El rey, no contento con esa reacción, se incorporó con el codo y se colocó por encima de ella, solo que a una prudente distancia.

  -¿Qué te preocupa? –Pidió.

    Ella bajó la mirada para no cruzarse con la de él y se dio completamente la vuelta. De nuevo, le dio la espalda y Catriel, deseó girarla y obligarla a mirarlo, no obstante, no hizo nada y permitió al destino una segunda oportunidad de poder, volver a contemplar sus ojos, sus labios y todo su rostro.

    Ebolet fijó la vista en las cestas que había al otro lado. Una niña se asomaba por su camastro y los miraba con una sonrisa en los labios, Ebolet le sonrió y la niña la saludó agitando su manita, pero cuando esta fue a devolverle el saludo, la mano de Catriel se posó en su hombro y la giró un poco para que lo mirara.

  -¿Acaso te he ofendido? –Ebolet negó con la cabeza y sintió un picor molesto en los ojos. –Entonces, ¿Por qué te cierras?

    Porque ante todo, todo lo malo que ha sucedido en todo el viaje; el secreto de Dalila y la búsqueda de Jezabel… ahora mismo soy feliz.

    Pensó Ebolet, pero sin embargo, no se lo dijo, tan solo pudo pronunciar:

  -Echo de menos mi reino. –Catriel clavó sus ojos en los de ella y una parte de él la creyó, solo que la otra le gritó, alto y claro que había algo más, sin embargo no quiso presionar a la muchacha, su cara y su voz mostraban una pena que le oprimió el pecho. -¿Tú añoras tu reino? –Preguntó Ebolet al ver el ceño que se formaba en la frente de Catriel.

    Catriel se hizo esa pregunta mentalmente, y se dio cuenta de que, desde hacía unos días, ni siquiera había pensado en su gente o en su reino. Todos sus pensamientos estaban ocupados por ella.

  -Sinceramente, en este momento, no.

    La suavidad que había en la voz de Catriel y la pasión que había en su mirada confundió a Ebolet, pero no tanto como para pensar lo contrario a lo que su corazón le dictaba. Catriel no echaba de menos su reino porque en él, no estaba su adorada Jezabel.

  -¿Y qué hay de diferente en este momento?

    El fuerte guerrero la miró, desde los pies hasta la cabeza, fijando su mirada únicamente en ella, y no pudo reprimir el deseo que centelleó en su mirada y como su cuerpo, tras un golpe de electricidad, se inclinó un poco encima de ella, pero de inmediato se dio cuenta de lo a la vista que estaban ambos y se retiró rezando al cielo por un poco de intimidad.

    Y como si los dioses lo hubiesen escuchado o sencillamente su destino fuese caprichoso esa noche, una cesta tan igual a la que estaban acostados se posó con un golpe seco, encima de ellos, camuflándolos en una nuez cerrada e íntima. Varios sonidos los siguieron e imaginaron que todas las camas, de todas las paredes, recibían el mismo bendito camuflaje. Entonces, Catriel con una sonrisa, retornó a su anterior postura.

  -¿Quieres saber porque ahora no echo de menos nada ni a nadie?

    Con la respiración acelerada, Ebolet le contestó que sí con la cabeza.

    Deliciosa sumisión. Pensó con entusiasmo Catriel.

  -Porque, ahora, por primera vez, -Se acercó un poco, pronunciando cada palabra en meros susurros lentos y suaves, como si se trataran de delicados suspiros. -desde hace mucho tiempo, -Sus pechos ya se chocaban y los corazones comenzaron a latir al mismo ritmo, como unidos por el mismo bombo. -me siento totalmente libre. –Catriel rozó su nariz, con un dulce toque.

    No podía decir que pretendía, pero en ese justo instante, quería deleitarla con suavidad, conquistarla con suma tranquilidad, aunque su cuerpo, y el dragón que lo dominaba dentro se revolvía, arañándole cada órgano por la necesidad de tocar, besar y rugir encima de su cuerpo.

  -Te sientes libre.

    La mano de la princesa se acercó al rostro de él, y esta vez fue ella quien acarició su mejilla, quien rozó su labio, quien no podía detenerse por sentir ese cuerpo que siempre había anhelado, con el que siempre había soñado y que tanto deseaba.

  -Más que libre, Ebolet. Estoy libre a la vez que preso, pero mi nuevo apresamiento no me incita a escapar, comienzo a desear más esa prisión. –Su aliento, su voz y el latido de su corazón chocó con violencia contra el cuerpo de él. Una de sus manos apoyaban su cuerpo a una lado de la princesa y la otra trazaba una línea grabando cada curva y cada textura por la cara de ella, retirando cada fibra de su cabello para enredarla entre sus dedos y sentir la suavidad que sabía que tenía esa mata de pelo negro. –Comienzo a desear más esa vida que sueño con robar. –Sus labios, esos dos trozos de carne estaban aproximándose, con peligro, y la cabeza de Ebolet ya no sabía tomar la medida, no sabía cómo frenar un cuerpo que anhelaba tanto al hombre que prácticamente tenía encima susurrándole casi una historia interminable y llena de promesas. –Un destino truncado, un destino cruzado y un destino lleno de cambios.

  -Catriel…

    Susurró Ebolet sin respiración y no sabía si era por su peso, por su contacto o por su voz, pero definitivamente, la princesa caía, caía en picado.

  -Ebolet.

    Quiso besarla, llenarla por completo, ahogarla entre sus gemidos y desafiarlo todo. La miró a los ojos con intensidad, enjaulado en ellos y preso, sin salida y admitiendo que ya no quería salir, rozó sus labios con los dedos mientras ella se estremecía y cerraba sus ojos absorbiendo el aire o el propio aroma del guerrero, por una pequeña ranura abierta de esos rosados fresones que él mismo acariciaba. 

   << No es el lugar Catriel, aquí no>>

    Las voces celestiales de las mujeres que lo habían seguido durante su viaje emergieron por su cabeza pidiéndole, casi rogándole que no actuara. Por un momento deseó no hacerles caso, Ebolet estaba prácticamente entregada a él, y si se esforzaba en un control total, e incluso no emitirá sonido, nadie se enteraría. Se imaginó tapando la boca de Ebolet cuando la tomase, atrapando sus gemidos o sus mismos susurros, pero esa imagen se evaporó con ira cuando una mano pasó por delante llevándose a Ebolet de su cabeza.

    <<Catriel, todavía no. Pronto, muy pronto todo terminará… Deja a Ebolet descansar>>

    Las voces se lo pidieron de nuevo, con mucha dulzura, como si le pidiesen un favor o una demanda con una última promesa.

    Él obedecía y a cambio, ellas lo ayudarían.

    A regañadientes obedeció. Se llevó esa imagen, esa deliciosa imagen antes de retirarse de ella y colocarse de nuevo a su lado, acostado para quedarse mirando el techo de mimbre mientras dejaba que su cuerpo se tranquilizara poco a poco.

    Ebolet, confundida le dio la espalda otra vez pensando en lo que acababa de suceder. Ella se había ofrecido, nadie le hubiese impedido nada, y sin embargo, Catriel, tras tener su cuerpo tan al alcance, lo había negado.

    ¿Porque negarse algo que tan abiertamente se le había otorgado? ¿Por qué, después de esas palabras, esa prosa convertida en una locura, había cambiado todo?

    Se encogió en su lado del camastro, cerrando los ojos con fuerza, negándose a tener que reprimir nada y acunó su pecho, ese corazón que palpitaba a toda velocidad como si fuera un caballo alcanzando su libertad y respiró, bocanada tras bocanada hasta que todas las partes de su cuerpo se relajaron. Entonces, cuando el tiempo pasó y cada uno tomó la decisión de no volver hablar, sintió el frío caer en ella. Se abrazó a sí misma, pero el mismo roce de su cuerpo helado solo sirvió para congelar más a la muchacha.

    El movimiento brusco que hacía la muchacha llamó la atención de Catriel, que se giró para ver como ella, cada vez más encogida en una bola, temblaba ligeramente a causa del clima que los rodeaba. Pudo apreciar en su piel el granulado que se formaba en sus brazos y como sus manos, esos dedos largos y finos, rozaban una y otra vez su brazo desnudo para tratar de poner una capa de calor sobre su cuerpo.

  -Ebolet. –Susurró Catriel levemente y después, como movido al intento de protección, levantó su mano para dejar quieta la de ella, y solo en ese instante se dio cuenta de lo que le pasaba. -Estas helada.

  -No, estoy bien…

  -Pero si estas temblando.

  -No…

  -Ven aquí, te daré calor.

    Antes de que terminara de hablar o que la muchacha se quejara, alargó un brazo y de un solo movimiento la arrastró hasta su cuerpo. El contraste del cuerpo frío de ella con el de él tan caliento fue como un golpe delicioso de placer, como un latigazo que se repartió por todo su cuerpo, por cada fibra de su instinto animal y depravado, en desear más cercanía, más contacto y más piel.

    Pero se obligó, pegándose un terrible golpe mental en la cabeza, forzando una tensión extrema de las que podían dejarte mareado, y sobre todo, le gritó a su dragón la orden de que se estuviera quieto.

    Esa bestia se estaba volviendo loca, Ebolet lo volvía loco y parecía descontrolado y el esfuerzo que ejercía para mantener cuerdo al animal perdía poder y dominación, su don a la vez que se hacía más fuerte también perdía la sumisión completa de la bestia, menguaba cada día más, cada día que pasaba más tiempo con ella.

    Su Dragón quería poseerla mucho más que él.

  -No tienes por qué hacerlo. –Susurró ella sin voz al sentir la calidez que la embargó como si de una manta se tratara. –Estoy bien…

  -No lo estas. –La cortó bruscamente por culpa de la maldita tensión. Se aclaró la garganta y dejó que la mano que había colocado debajo del cuerpo de ella volara, se mantuviera alejada de Ebolet para conseguir una ayuda extra. -Tienes frío, y yo puedo calmar tu temperatura… -Ebolet se removió un poco, solo un poco y con la ayuda de su brazo, se retiró del contacto que tan enferma la estaba poniendo.

  -Tu preocupación, no es necesaria.

    Se sentía de maravilla, pero esa sensación, por muy hermosa que fuese, era todo un recordatorio de lo bello que era estar con él para luego saber lo difícil que sería olvidarlo. Y cada día sería aún peor.

  -Tú eres primordial para mí. Tu seguridad es primordial para mí. –Le indicó él mirándola con intensidad.

    Los dos se quedaron en silencio, mirándose intensamente a los ojos. El verde-Gris lleno de una iniciativa que no se podía discutir, enfrentado a un negro más que brillante.

  -No quiero obligarte a nada, no me debes nada. –Dijo ella rompiendo el silencio con una voz cortada y con la vista baja.

  -No es una obligación, y ya me debes una cosa. –Ebolet alzó la mirada de nuevo y chocó con sus ojos, Catriel sonrió y acomodando mejor a la muchacha en su cuerpo, continuó: -Recuerda que te salvé la vida de nuevo.

  -Lo sé, te debo mi vida. –Contestó Ebolet.

  -Sí. –Reconoció él… y que sepas que pienso cobrármela.

    Cuando ella le sonrió, su corazón adquirió un ritmo frenético. ¿Qué tenía esa mujer que lo conmovía como nadie lo había hecho jamás?

  -Buenas noches rey de los Drakos.

    Al fin Ebolet se dejó y retiró la mano, una mano que había dejado tiempo de insistir en retirarse de él.

  -Buenas noches princesa Geneviev.

    Ebolet se removió un poco y, con mucha más tranquilidad que antes se dio la vuelta, suspiró y dejó que los brazos de Catriel la rodearan para poder estrujarla y acercarla más a su cuerpo, y ya no pudo evitarlo, Catriel la olió con intensidad.

    Su mismo cuerpo ardió en llamas a causa del deseo que ella despertaba en él, antes se había controlado pero porque prácticamente lo habían obligado, y había notado la nota de decepción en la voz de ella.

    Que equivocada que estaba, él la hubiese hecho suya sin necesidad de cortejo, pero no era el momento ni el lugar, aun sabiendo lo mucho que la deseaba, su cabeza, su cerebro había ganado en ese instante obedeciendo las voces y sabía que era lo mejor, pero… ahora le resultaba casi imposible controlarse, por suerte, el débil cuerpo que tenía entre sus brazos, recuperó la respiración que adquirió un ritmo igual y completamente relajado.

    Con esa inofensiva perdida de conciencia de ella ya que se había quedado dormida, inspiró de nuevo. El olor de la piel femenina invadió su mente y de pronto anheló estar en otro lugar para poder besarla correctamente, girarla, ponerla debajo de él y saborearla sin interrupciones, lamer, succionar y morder cada parte de ese cuerpo donde a ella le diera placer.

    Ebolet, me estas volviendo loco.

    Era incapaz de recordar la última que había sentido por una mujer un deseo tan intenso como el que Ebolet despertaba en él. Ni con Jezabel sentía una profundidad tan inmensa.

    Con Ebolet se moría de ganas de perderse en su interior, de sentir su cálido cuerpo menearse debajo de él, de sentir sus uñas arañando la piel de su espalda, escucharla gemir y gritar su nombre cuando llegara al clímax.

    Su nombre en esos labios carnosos y solo su nombre.

    Sí, lo tenía claro.

    Ebolet no iba a ser para Variant, ese rey no la tocaría jamás, ella iba a ser para él y únicamente dormiría en su lecho con ambos cuerpos desnudos tan pegados, o más de lo que ahora mismos estaban.

    Que los dioses se apiadasen de él porque esa mujer se le había metido en la piel.

    Sí, Ebolet iba a ser mi reina, mi mujer y mi compañera.

 

    Los camastros donde dormían se desprendieron de la parte de arriba como si fueran un resorte. De la misma forma que había aparecido desaparecieron escondiéndose en las paredes, entre lechos de hojas y flores en forma de campanillas que se abrían con sus pétalos cara el sol para recibir su energía, su pureza y toda su vida, como todo los que lo rodeaban.

    Catriel fue el primero en despertarse, y aunque, observó a la gente alzar el vuelo de sus camastros y comenzar su día, un cuerpo, casi montado encima del suyo, lo dejó, unos segundos más en la cama.

    Levantó la cabeza y se dio cuenta de que, por lo visto, no solo había conseguido dormir, sino que su descanso había resultado ser una maravilla, ya que, la postura tan descarada y erótica que tenía Ebolet encima de él, no era para nada la de una pareja que solo había dormido, es más, a simple vista, parecían más una pareja que se había pasado la noche revolviéndose entre los dos.

    La mano de Ebolet descansaba en su pecho, donde la otra mitad del cuerpo sentía la presión del de ella, pero lo peor fue sentir lo que más abajo había. La pierna de ella estaba enrollada con una de las de él, y la falda se le había subido de una manera que mostraba hasta casi la mitad de la cadera, aunque por suerte, la mano del rey, tomado esa cadera con los dedos abiertos e incluso escondido la puntas en el interior de la tela, tapaban, para la vista ajena, esa parte del cuerpo de la mujer.

  -Me pregunto cómo habrá llegado mi mano ahí. –Se dijo él mismo con ironía.

  -Catriel…

     Su nombre en un suspiro. Por si acaso Catriel la miró y no le hizo falta hacer mucho esfuerzo, al ladear su cabeza, tenía la de ella tan cerca que si quería podía darle un beso. Un beso de buenos días, un beso para despertarla… Pero sus manos comenzaron acariciar su cuerpo y se dio cuenta que si la despertaba, se negaría el placer de volver a tocar su piel, su cabello, sus brazos, su espalda o esa larga y sedosa pierna.

     Disfrutó del tacto, del movimiento de sus dedos, y cuando estos se atrevieron a ir más allá, sintió el trasero que Ebolet tenía. Y se la imaginó, de espaldas a él, con ese trasero en pompa, mientras él arremetía una y otra vez contra ella, la llenaba por completo mientras ella gritaba…

    Ebolet se removió y soltó otra suspiro de placer, sintió, como su corazón latía a gran velocidad y como la mano que había apoyada a su pecho se apretaba.

    Dioses del Olimpo, ella gruñía, no se retiraba, ella se entregaba, se restregaba.

    Frenó y retiró esa mano antes de que la cosa o el impulso por lo provocativo de la escena lo consumieran hasta tal punto que ya no pudiese detenerse.

  -Ebolet… serás mía, pero ahora no.

    Con cuidad Catriel se quitó ese cuerpo de encima y la dejó a un lado, durmiendo. La observó durante unos segundos, llenándose el pecho de orgullo.

  -Rey Catriel, mi padre quiere hablaros de una cosa.

    Almarena apareció como por arte de magia y se colocó delante de él, justo al otro lado donde descansaba Ebolet. Catriel miró a la indígena que miraba con intensidad a la princesa y después se aseguró que la voz de esa muchacha no hubiese despertado a la princesa.

  -No os preocupéis, nadie la molestará. –Le aseguró Almarena al ver como el rey miraba a la mujer dormida.

    La indígena sabía que algo había pasado, ese rey había cambiado, sus ojos brillaban más que el día anterior y su rabia parecía apaciguarse cuando ese verde se clavaba en la muchacha que dormía. Almarena sintió algo extraño, un repentino latigazo en su pecho, ¿Envidia? ¿Celos? Se preguntó mientras, Catriel, sin volver a mirarla se dio la vuelta para reunirse con el jefe del clan.

    Almarena echó un último vistazo a la mujer, más especialmente a la flor de su cara y sintió la necesidad de tocarla. Su padre, el jefe y el más sabio con miles de batallas a su espalda, le había contado historias increíbles sobre su templo sagrado:


    Una estrella en forma de niña cayó del cielo cuando, en antaño la guerra de la oscuridad finalizó. Decían mil historias de esa niña, pero una de ellas era que el poder que tenía esa niña, era aún más poderoso que la oscuridad que se había avecinado hacia los reinos. La niña, según su padre, era una diosa caída del cielo para aniquilar sus tierras y todas las que seguían, pero todo dependía del camino que iba a tomar…

    El bien o el mal, la gloria o la tristeza, la luz o la oscuridad.

    Esas eran sus selecciones, sus dos vidas.

    En el pasado esa niña eligió el mal, y el terror cayó sobre todos los reinos.

 

    La leyenda, junto con mil historias más, pasó por los recuerdos de Almarena como una canción entonando la guerra, como un eclipse de día atrayendo un estado alterado de nervios y sensaciones frías para su cuerpo. Miró el horizonte cuando se levantó, el mar de la más profunda lejanía y sus tierras, su hogar. Inspiró y se alejó de la cercanía de Ebolet. Cuando sus pies tocaron la tierra lejana, todas esas sensaciones desaparecieron.

    Mientras tanto, esas mismas sensaciones despertaron a Ebolet que de sobresalto, se incorporó de golpe encima de una cama solitaria. Aturdida miró de un lado a otro, analizando el lugar donde estaba y los recuerdos llegaron a ella sin más, entonces, como necesitada de no haberlo soñado, buscó a Catriel pero no lo halló por ningún lugar. Se levantó y comenzó a caminar.

    Todos los habitantes comenzaron a saludarla y darle platos para que comiera algo. Se sintió dichosa y cuando dejó de buscar, Catriel apareció en lo alto de uno de los puentes. Se miraron, como señalándose que estaban ahí, pendientes el uno del otro y a continuación, Ebolet, más tranquila de saber dónde estaba, se dejó llevar por los niños que comenzaron a jugar a su alrededor.

    Catriel lo vio todo sin perder ningún detalle, hasta incluso tomó asiento en una de las rocas para poder disfrutar de aquel cuerpo que se mecía con el viento, que ondeaba como un soplo de aire y que reía con tanta luz, y como siempre, su cuerpo sintió el mismo deseo enloquecedor, un deseo que fue cortado al mismo tiempo que Mamuat se colocaba a su lado con la ofrenda de la bebida típica de sus tierras en las manos.

  -Esto es nuestro mejor Hidromiel.

    Catriel aceptó y torció esa bota hecha con pieles, el líquido cayó en su boca y le quemó la garganta. Era fuerte, pero tuvo que reconocer que era un buen trago y que en ese momento lo necesitó.

  -El primero siempre deja sin palabras, pero el segundo se asentará tan pronto en vuestro estomago que sin daros cuenta, terminareis la bota. –Le mencionó Mamuat. Catriel estuvo de acuerdo, le dio otro trago y se lo devolvió al anciano para fijar de nuevo la mirada en Ebolet.

  -Es asqueroso, pero efectivo.

    Pronunció Catriel con una sonrisa en los labios sin retirar sus ojos de la figura que ahora se movía hacia uno de los puentes que había en el centro de todos, persiguiendo a una de los niños que le había robado un beso.

    El anciano sonrió y miró al rey. Catriel estaba sentado en una roca, con los pies encogidos y los brazos estirados apoyando los antebrazos en las rodillas. Su perfil sereno daba la impresión de que el rey no solo parecía fascinado por aquello que no dejaba de mirar, sino cautivado, hechizado y feliz.

  -Tenéis unos baños en nuestras cavernas, por si queréis daros un agua antes de salir de viaje.

  -Sí, eso estaría bien. –Dijo con desinterés, solo por demostrar al anciano que lo escuchaba, aunque en ese momento le dio todo prácticamente igual.

    Mamuat fijó la vista en lo que Catriel miraba y se encontró con la muchacha, rodeada de niños de su aldea, ellos hacían un corrillo mientras tres niñas de menor edad colocaban flores por el pelo de la princesa.

  -Ve con cuidado rey de los Drakos, no sea que vuestros ojos traicionen vuestro secreto.

    Catriel se tensó y le dirigió al anciano una mirada severa. Que él reconociera que se encontraba besando sin darse cuenta el suelo que ella pisaba, no significaba que ese anciano, un remoto desconocido, se creyera con el derecho de decírselo en su cara. Él ante todo, era un rey, y aunque deseara a Ebolet, no tenía pensamientos en someterse a ella, al contrario, esa mujer tenía que aprender de él antes de que Catriel pensara en seguirla como lo hacían sus soldados.

  -Mis ojos tan solo, están atentos señor. –Le rectificó al anciano.

  -¿Porque os cuesta tanto reconocer que suspiráis por la ella? ¿Tal vez, porque… Aunque os morís de ganas, no podéis tener a vuestra princesa?

  -¿Cómo? –Catriel abrió los ojos y la sorpresa junto con el sentimiento de un peligro cercano se desarrolló en su rostro.

  -Se quién es joven rey, al igual que sé que no os pertenece, es más, la princesa no pertenece a nadie. –Certificó el anciano con voz profunda mientras deslizaba los ojos de Ebolet y los clavaba en Catriel.

  -Si realmente sabéis quien es, sabéis hacia dónde nos dirigimos y quien guarda su espera.

  -Dragón. –Lo llamó Mamuat marcando ese apelativo y con diversión en los ojos. –Aquí tenemos una tradición real. Al igual que vos, en vuestro reino secuestran a las mujeres para hacerlas suyas, aquí, hasta que no haces algo tuyo, jamás gobernaras sobre ello. –Mamuat desvió la mirada hacia la muchacha. –Ella no tiene rey que la gobierne, ni marca de un hombre que la haya hecho suya.

  -¿Qué intentáis decirme? –Preguntó con agresividad el rey de los Drakos, al tiempo que, alzaba una mano y colocaba en el hombro del anciano para obligarlo a que lo mirara.

  -Despertar de una vez. Si yo se esto… -Mamuat levantó un brazo y señaló a Ebolet con un dedo, Catriel se fijó en la dirección y todo su cuerpo se tensó con violencia al ver aquello que se acercaba a ella. -…ellos también lo saben, y para un guerrero de los nuestros, no hay mayor oro puro jamás tocado, que la belleza de la princesa Ebolet de Geneviev jamás conquistada…

    El rey no esperó a que el anciano terminara la frase. Una vez vio a Ikal caminando directo a por Ebolet por la otra punta del puente donde ella se encontraba, saltó al vacío. Sus alas nacieron con una rapidez sorprendente, su dragón dorado le gritó desde dentro, clamando, ordenando con voz asesina que se diera prisa. Voló con una impresionante velocidad mientras escuchaba lo posesivo que se había vuelto su bestia en cuanto a Ebolet se trataba.

    <<Mátalo… ella es nuestra… mátalo si la toca… >>

    Justo a tiempo sus pies tocaron tierra entre la princesa y el guerreo indígena. Su tiempo era corto y la bestia se revolvía loca y desatada, así que, no dejó que Ebolet se recuperara del sobresalto que había sufrido cuando sus ojos, abiertos como dos grandes platos se sorprendieron cuando lo vio fugaz ante ella, ni siquiera perdió tiempo en girarse y ver cuánto se había aproximado Ikal a ellos, sus ansias por marcar su propiedad y los gritos que lo envenenaban por dentro lo llevaron a un acto radical y antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, tomó a la princesa del brazo la levantó de un solo tirón para pegarla a su cuerpo y de inmediato tomó posesión de sus labios, esos labios que tanto había ansiado besar, por suerte o desgracia, la muchacha se dejó besar abriendo la boca y ofreciéndose a él.

    El beso se intensificó de una manera que la pareja se olvidó completamente de la gente que los observaba en silencio. Los brazos de Catriel abarcaron la cintura de ella mientras su lengua penetraba en su interior. Su boca le supo tan dulce que no sabía seguro si se debía a una fruta o al sabor original de ella, pero igualmente le fue delicioso sentir esa sensación que invadía e incitaba a arremeter más contra ella.

    Al paso, tal vez segundos, el cuerpo de Ebolet se perdió en su paraíso y se sintió perfecta. Catriel había actuado con una indagada precisión. Tomarla a la fuerza, sin motivo y adueñarse de sus labios. Se sintió marcada por la agresividad que radiaba ese cuerpo caliente, sintió hasta dos corazones latiendo bajo el cuerpo del rey, uno que tronaba y el otro que rugía, y con cada rugido que emita la bestia, más confusa y perdida se sintió, tanto que, se dejó caer con un largo y sonoro gruñido, en los brazos del rey.

     Esa debilidad que se apoyó contra él, fue lo que lo motivó a terminar con el beso. Se apartó de ella y la tomó de cada lado de su rostro para obligarle a abrir los ojos, cuando los abrió, los ojos de él centelleaban, eran dos luces doradas brillando sin límites, los ojos de Ebolet se abrieron maravillados de la belleza de ese color que solo recordaba haber visto en una ocasión más.

    Antes de soltarla se aseguró que podía mantenerse en pie, y en el momento que Ebolet tocó suelo, su cuerpo funcionó a las mil maravillas, Catriel la soltó y se adueñó de su mano como si fuera su amo, después se giró cara la fila de indígenas que había a su espalda para clavar una mirada asesina en el hombre que encabezaba esa marcha.

  -Como te vuelvas acercar a ella… Romperé cada hueso de tu cuerpo y después se lo tiraré a las aves carroñeras para que se alimenten de ti. –Amenazó de una forma diabólica, como poseído por un demonio.

    A continuación, se dio la vuelta y comenzó a caminar arrastrando a Ebolet detrás de él por toda la zona y por en medio del resto de indígenas que los miraba tan anonadados como sorprendidos. Su intención era llevársela fuera, como si deseara esconderla, retirarla lejos de todos ellos y enjaularla en su mundo, en un rincón tan escondido y tan a la sombra que solo él tuviese acceso y nadie que no fuera él, se acercara jamás a ella, pero tan solo llegó hasta el lugar que Mamuat le había mencionado.

    La caverna.

    No contentó se introdujo más hondamente por un sumidero, se dejó llevar por ese túnel de piedra hasta llegar a lo que se podía llamarse la galería principal, una enorme sala dentro de una cueva o simplemente, una habitación amplía con pequeños charcos formando lagunas y distintas cascadas rebelándose por la piedra, por suerte un millón de bolas brillantes y redondas que flotaban en el aire alumbraba todo el lugar dando un perfecto color verde y amarillo, aun convirtiendo ese rincón en una zona espectacular.

    Soltó a Ebolet de la mano y la muchacha comenzó a mirarlo todo. Sus fosas nasales se invadieron de un aroma a flores, y entonces comprendió el motivo. A un lado de esa habitación había como un resorte largo y ancho donde un millón de flores de todos los colores flotaban sobre un líquido rosa formando un arcoíris concentrado y seguido continuo de su color, esas mismas flores también estaban por todas partes, solo que ya no formaban nada, solo se dispersaban como si alguien las hubiesen cogido pata tirarlas de nuevo en esas pequeñas lagunas de donde comenzó, de repente, a manar un extraño vaho hacia arriba.

  -¿Dónde estamos?

  -En los baños. –Contestó Catriel.

    La princesa lo miró solo por el detalle ronco que había en su voz y él, de perfil solo se giró un poco para mirarla bajo las pestañas. Sus ojos más brillantes que antes permanecieron dorados observándola con un secreto en ellos, una mezcla entre el misterio, la decisión y el salvajismo.

  -Un lugar tranquilo donde nadie nos molestará. –Susurró Catriel ronco, como desafiante tras un velo de intriga.

    Quiso preguntarle a que se refería o que era lo que tramaba con esa voz ronca, pero la respuesta la tuvo en el mismo instante que Catriel, de un solo movimiento, se deshizo de sus propias prendas y caminó directo a una de esas lagunas.

    El pulso de Ebolet se aceleró cuando lo vio caminando completamente desnudo. Su cuerpo era pura arte perfecta y sus movimientos los de un guerrero caminando en un terreno lleno de caídos en el suelo por su espada. Él era rey y lo demostraba, Ebolet jamás vería a un hombre que le acusara tanto placer, tan bello por fuera que hasta el mismo Zeus lo envidiaría.

     El moreno de su piel destacaba sobre todo lo demás como si fuera un animal libre y brillante. Se fijó en la pieza clave de su cuerpo, la bestia real que había en su espalda y por un momento vio a ese dragón dorado observándola sin piedad, fijamente, como si la vigilara, era constante y provocó que toda la piel se le pusiera de gallina, y no fue por miedo, sino por un deseo irracional que despertaba en ella tanto el animal que avanzaba por el agua como la bestia de su piel.

    Catriel era único en su especie.

    El agua rozó sus rodillas y Catriel se sumergió de cabeza. Entre el vaho y la oscuridad que daba el agua al estar rodeada de roca negra, Ebolet perdió de vista a su guerrero. Miró atenta unos segundos pero no apareció. Asustada comenzó a quitarse la primera capa del vestido, y agradeció a las Amantrapolas el detalle de ponerle una camisa debajo, pero dicha camisa provocaba más de lo que podía tapar, era de un tirante fino, por la mitad del muslo y la tela tan fina como la seda de un gusano, tomó una bocanada de aire y con los brazos tapando su cuerpo, o tratando en balde en bajar un poco la orilla para alargar más la tela, se metió dentro.

    Catriel la observó desde detrás de una de las cascadas buscando una paz interna para poder tranquilizarse y mandar sobre su cuerpo, pero la imagen de ella, con solo esa prenda que declaraba la guerra al hombre, dejaba que todo su trabajo empleado de control se derrumbara.

    <<Hazla nuestra>>

    No sabía lo que hacía, pero algo dentro de su piel le indicaba que desde que la había besado con tanta posesión, había dejado que la voluntad de su dragón lo inundara y ahora luchar contra él, era demasiado tarde. Al principio se asustó de como un animal podía ser tan primitivo. Siempre habían sido uno, la bestia y el hombre, pero en ese mismo instante no creía en esa fabula, su bestia era fuerte, sus garras estaban más afiladas que nunca y no dejaba de presionar para salir.

    <<Haz que sea nuestra>>

  -No. –Le rugió a la bestia.

    <<Sí>>

    Y tras esa feroz orden le mandó su propia vista, la panorámica de lo que su dragón veía en ella y eso fue como el golpe mortal de cordura que le quedaba.

    Ese lugar no era mágico, pero ella conseguía que así fuese, deslumbraba, el cabello le caía en cascada por la espalda y su piel dorada se veía perlada por el vapor que salía del agua. Pura seda, ella era aún más hermosa que las flores flotantes, cuyas hojas la rodeaban, se pegaban a su piel como si también desearan tenerla, pero solo había una flor, un detallado dibujo que ignoraba y del cual más fascinado estaba, la orquídea de su ojo. Esa marca destacaba sobre todo lo demás.

    <<Ahora>>

    Rugió la bestia como si le faltara el aire, cosa idónea, porque Catriel sufría el mismo estado.

    Se deslizó hasta el interior del agua y buceó como un reptil hasta donde ella estaba. Salió silencioso, como si fuera un cazador preparado para atrapar a una presa inocente y se chocó con la espalda de ella. Tomó una mecha de pelo y antes de que se lo pudiese llevar a la nariz, Ebolet se giró asustada y retrocedió unos pasos al ver su aspecto salvaje.

  -Has tardado demasiado, princesa. –Ronroneó.

    Ebolet lo miró, y no solo su aspecto había cambiado, era más agresivo y el color de sus ojos continuaba siendo dorado, pero su pupila… Se había convertido en un rombo adoptando un verde con sombras perfilando la forma.

  -Catriel tus… ojos.

    Dos pasos y ya la tenía en su poder. Atrapó sus muñecas con fuerza, Ebolet soltó un grito, pero al guerrero no le importó, la pegó a su pecho de un solo tirón y se restregó por su cuerpo hasta que encontró la mejor postura para tenerla cerca y a su altura.

    Ebolet se alarmó, pero a la vez sintió calor, el placer acariciaba su cuerpo como si fueran manos y en el momento que se vio totalmente atrapada a ese hechizo, alzó la vista de ese torso raso a su mirada llena de oscuro deseo incontrolado.

  -¿Qué vas hacer? –Preguntó Ebolet sin voz.

    Catriel aflojó el lazo de sus muñecas y juntó su frente con la de ella para poder absorber su aroma, y con el olfato más sentido como lo tenía gracias al dragón, pudo notar como ella estaba excitada.

    Delicioso, Orquídea.

  -Lo que debería de haber hecho antes… Lo que nadie me va a negar hacer.

    Ebolet ya sabía a qué se refería, y aunque una nota en su cabeza, muy débil le gritaba que se defendiera y saliera de ese lugar, que ella estaba prohibida, otra aun más fuerte gritaba un sí, con placer.

  -Y si entra alguien y… nos ve…

    Él no la había tocado por ninguna parte, tan solo su frente se había chocado con la de ella y Ebolet ya se encontraba temblando.

  -Nadie me va a detener. Estas cuevas podían ser sitiadas por un millón de ejércitos, explotar, derrumbarse o caer relámpagos encima y, aun así, nadie podría impedir lo que estoy a punto de hacerte.

    El sentido del deber y la cordura, aunque dentro de ella se negara, la obligaba a que debía decírselo, o al menos recordárselo porque pasara lo que pasara, ella no quería ser la culpable, no obstante, esperaba una respuesta positiva por parte de Catriel, porque, ella lo deseaba más incluso que él.

  -Igualmente… Creo que las cosas no se están haciendo bien.

  -¿De veras? –Catriel sonrió de una manera que le detuvo el corazón. Cuando quería, pensó Ebolet, Catriel era el hombre más guapo sobre la faz de la tierra. –Cuando decido hacer algo, lo hago correctamente, y cuando llegué el momento, mi siguiente paso lo haré correctamente, como manda mi sangre Galinety.

    Deseó preguntar a que se refería con esa declaración, pero Catriel atacó su boca con maestría, distrayéndola con besos profundos y ardientes, al mismo tiempo tomó las puntas de su cabello y tiró de él, Ebolet se encorvó hacia arriba y Catriel poseyó hasta el último jadeo de sonido que salía de su boca.

    Dejó sus manos sueltas para ponerlas de nuevo una en su cintura, presionando para mantenerla encerrada y la otra ahuchándole la cabeza. Él se inclinó para besarla con suavidad esta vez, con ardor, con leves golpecitos de su lengua y cuando ella por fin respondió, Catriel se volvió más duro, más exigente, tanto que hasta escuchó el rugido de satisfacción de su dragón.

    <<Cómetela>>

    El beso continuó, dejándola jadeante y excitada, su aroma fue prueba de ello, se intensificó y Catriel abrió sus fosas nasales para embriagarse del máximo olor que ella desprendía.

    Atrevida, se soltó y pasó su lengua por los dientes de él para comenzar una cruzada entre ambas lenguas, un juego desde lento hasta rápido y violento, una guerra deliciosa de lenguas combatiendo en tener más terreno en adueñarse de la otra.

    Ebolet estaba tan excitada por la sensación de saborearle, de aprender de él, tan sumida por la oleada de placer que aturdía a su cuerpo, que le llevó un rato darse cuanta de que, no solo habían salido del agua, sino que se encontraba tumbada en un pedestal de roca que había próximo a esa laguna donde habían estado, y que sus manos, antes en los brazos de él, ahora estaban sobre su cabeza, estiradas y apresadas por una mano de él, la otra, cuando recapacitó todo, la sintió subiendo por su muslo.

    La lenta caricia subió por su cuerpo y ella se arqueó cuando esa mano se apoderó de su pecho. Tenía los nervios a flor de piel, se retorcía bajo la mano de Catriel. Se moría por tocarle de la misma forma como él la tocaba a ella.

  -Catriel… Suéltame. –Le pidió con la voz estrangulada.

  -No. –Rugió él, mordiendo su labio inferior. –Déjame prepararte… Si me tocas… Me volveré loco.

  -Solo un poco. –Le rogó ella estremeciéndose bajo esos dedos que comenzaban a torturar su pezón.

  -No…

    De repente Catriel se quedó parado, completamente quieto.

    <<Aléjate de ella>>

    A la vez que el sonido hiriente de una voz femenina y muy cabreada le gritaba en su cabeza, sintió una extraña corriente de aire pesado que se posó encima de la pareja y su cuerpo sufrió el efecto intenso de quemazón. Se retiró de Ebolet dando tumbos hacia atrás hasta caer en el agua de culo.

    <<No la toques>>

    Esa voz era nueva, no la reconocía y jamás la había escuchado en su vida, pero tenía tanta vida como las otras voces que le habían susurrado en la oreja, solo que esta, estaba gravemente enfadada y muy desquiciada. Sacudió la cabeza y se centró en el cuerpo de Ebolet. Aturdida y sin comprender lo miraba sentada desde el pedestal donde la había llevado.

  -¿Catriel?

    <<Ni os atreváis a acercaros a ella rey Galinety, o juro que sufriréis un dolor insoportable>>

  -¿Qué demonios?

    Su pregunta se quedó a medias cuando entre esa niebla densa y negra, apareció una mujer justo a la espalda de Ebolet, una mujer regordeta, de estatura media con el pelo de colores en blanco y negro. El cuerpo de Catriel reaccionó a la protección y de un salto se acercó a Ebolet, pero antes de que su mano tocara el brazo de ella, la misma descarga que antes lo había aturdido, se desató con más fuerza dejándolo parado y sin respiración cuando sintió ese terrible dolor. La ráfaga era como una intensa caricia que arremetía contra su piel, como si quisiera arrancársela de cada músculo.

  <<Decirle que se marche o también se lo haré a ella>>

    Catriel cayó al suelo cuando el poder abandonó su cuerpo, respiró buscando la forma de recuperar la fuerza de su cuerpo pero sintió la débil mano fría de Ebolet, la corriente se intensificó y rodeó el cuerpo de Ebolet.

  -¿Qué pasa? –Preguntó la muchacha sin comprender, ya que solo Catriel podía ver a la mujer que le estaba haciendo eso.

  -Vete. –Le ordenó Catriel con una voz profunda y falta de aire. Ebolet abrió los ojos pero no se movió. – ¡Que te vayas! –Gritó con agresividad haciendo eco por toda la sala a la vez que la empujaba para alejarla de él.

    No podía permitir que esa mujer le causara el mismo dolor que le había causado a él. Se dijo Catriel para animarse por el comportamiento brusco y tan repentino con el que había manipulado a Ebolet.

    Ebolet, asustada por la reacción, se levantó del suelo, lo miró con los ojos cristalinos y salió corriendo de esa sala.

    Ambarina, una de las sacerdotisas, desapareció al mismo tiempo que Ebolet se introducía en uno de los túneles por donde habían venido, pero solo para volver aparecer delante de ella.

    Ebolet era su presa, su misión y no iría de ese lugar hasta que consiguiera su meta.

    La princesa se asustó y tras soltar un grito, retrocedió, pero la Sacerdotisa, se arrodilló ante ella, en sumo silencio demostrándole una sumisión total, después, con arte, levantó el vestido que Ebolet se había dejado y se lo ofreció en alto por encima de su cabeza, como si se tratara de una ofrenda de paz.

  -No me temáis, princesa, solo estoy aquí para ayudaros a desbrozar vuestro lío mental.       

    La voz de la mujer era pura poesía cantada. Se sintió a salvo, pero una voz interna le gritaba que corriera. De todas las formas necesarias se deshizo de ese incordio de vocecilla y prestó atención a la mujer que se había presentado por arte de magia ante ella.

  -¿Qué lío? –Preguntó en un hilo de voz.

  -Catriel. –Respondió simplemente Ambarina alzando la vista para mirar a la princesa a los ojos. -Ese rey es más oscuro y mentiroso de lo que os pensáis. No es bueno.

  -¿Quién eres?

  -Soy Ambarina, y no debéis temerme, como ya os dicho, estoy aquí para mostraros la verdadera cara de ese rey arrogante.

    El corazón de Ebolet le dio un vuelco y la respiración, que agitada se había mantenido a causa del susto de ver aparecer a esa mujer, se truncó y se frenó de golpe.

  -¿Eres una de ellas? –Mencionó la princesa alarmada al saber que otra de las mellizas la buscaba.

  -Princesa, no soy una amenaza, vengo ayudaros, a comunicaros algo importante, algo que no puede pasar por que Catriel, no se os merece.

  -Catriel…

  -Es un estratega, un guerrero nacido para la batalla, y con vos solo utiliza sus artes, unas artes en las que habéis caído.

  -¿Por qué debería creeros? –Preguntó e inmediatamente se aclaró la voz antes de que la Sacerdotisa pensara que la temía. -Sois una Sacerdotisa, amáis las guerras y la destrucción casi tanto como amáis la muerte –Ebolet alargó un brazo y con los dedos temblando, se apoderó de su vestido con rapidez.

     Ambarina se levantó del suelo, con una total tranquilidad la vez que lentamente miraba como la princesa intentaba ponerse un vestido donde todo era restos de telas cortadas y cosidas con fino hilo sacado de la propia naturaleza.

  -Supongo que nos merecemos esa fama. -Ambarina caminó para pasar por su lado mientras miraba su cabello para saber si la libélula estaba con ella, por suerte, no vio a ese bicho. -Pero ante todo, respetamos las leyes y nos encargamos de que se hagan presentes, y si eso significa que tenemos que utilizar nuestra magia para castigar aquellos que no las siguen… -Ambarina le dedicó una reverencia cuando Ebolet la siguió no solo con su mirada, su cuerpo se movió al compás de la Sacerdotisa para no darle la espalda. -Sois princesa y pronto seréis reina, creo que vos, mejor que nadie, sabéis esa respuesta.

    La convicción en las palabras de la Sacerdotisa conmocionó a Ebolet, pero no consiguieron convencerla, sabía la fama de cada una de ellas, igualmente y a causa de un deseo que había pedido a una de ellas, no dijo nada por no enfadar a una de esas tramposas mujeres.

  -De todas formas, no entiendo que necesito saber de Catriel de Galinety.

    Añadió Ebolet sabiendo de sobra que esa mujer solo quería herirla con palabras o historias que ella ya sabía, no obstante, dejó que la mujer continuara y se preparó para escuchar de nuevo la historia de Jezabel.

  -Si de verdad queréis saberlo, seguirme y veréis qué clase de hombre es, con vuestros propios ojos.

    Acto seguido, la Sacerdotisa comenzó a caminar de vuelta, por los túneles, hacia la sala donde habían dejado a Catriel. Ebolet la siguió y solo se frenó cuando Ambarina se lo ordenó, se escondió agazapada detrás de una enorme roca y la mujer se puso el dedo en la boca pidiéndole silenció, después, señaló a Catriel con la cabeza.




    Catriel miraba de un lado a otro, buscando cualquier reflejo, niebla o prueba de la mujer que lo había torturado y amenazado. Había desaparecido en el mismo instante que Ebolet había desaparecido de su vista, y se había asegurado de que Ebolet se iba, no le había quitado la mirada de encima hasta que la última punta de su cabello o su vestido habían doblado la esquina para desaparecer, solo entonces, con esa seguridad se había vuelto hacia esa perra y ella también había desaparecido.

    Bruja. Ese fue lo que pensó cuando aterrizó sus ojos en los de ella, solo que no sabía quién era, tan solo que no era cercana a sus tierras, y por la magnitud de poder que desprendía tenía que ser terriblemente fuerte.

    Lo había pillado desprevenido, metido únicamente en la necesidad de poseer a Ebolet y ese despiste no solo le había salido caro, ahora le debía una maldita explicación a Ebolet, pero comenzaba conocer sus puntos débiles y uno de ellos era su propio cuerpo, así que, eso tampoco le preocupaba tanto. Lo que si le preocupaba era lo cobarde que había resultado ser su dragón… Ese desgraciado también se había evaporado nada más sentir el primer pinchazo de dolor…

  <<No>>

    Rugió la bestia contestando a su queja.

    Catriel sacudió la cabeza y dejó a su dragón en un segundo plano, olvidándolo y cerrando su voz en su interior mientras salía del agua, pero cuando fue a recoger su ropa, un pie, pisando las telas se lo impidió.

  -¿Pensabais que nunca nos enteraríamos de que escondíais a una muchacha de cuna? –Lo acusó una voz femenina que conocía.

    Bufó y dejó sus prendas atascadas bajo ese pie, luego deslizó sus ojos lentamente por esa pierna desnuda, morena y fuerte, miró sus caderas, el ombligo donde colgaba una especie de arete y continuaron demorándose en unos pechos que se esforzaban delicadamente por escaparse de su envoltorio.

  -En ese momento no pensaba mucho. –Respondió sin importancia.

    Almarena dio un paso hacia delante, sin vergüenza al estar delante de un hombre que estaba completamente desnudo. Colocó sus dedos debajo de la barbilla de Catriel y levantó su cabeza.

  -Me gusta que me miren a los ojos. –Ronroneó con descaro mientras le guiñaba un ojo en un movimiento seductor. –Pero a vos os lo permito por esta vez, podéis mirar donde queráis si así os satisface más.

    Catriel se cruzó de brazos sin pudor y con una sonrisa de incredulidad.

  -Sois muy atrevida, descarada y persistente.

    Almarena le dedicó una sonrisa y pasó por su lado, cuando Catriel se giró, se dio cuenta de que ella comenzaba desvestirse. La primera pieza de ropa, la que tapaba sus pechos cayó al suelo en un sonido seco. Catriel contuvo en aliento, y eso que tan solo pudo ver su espalda desnuda llena de los dibujos típicos de su gente.

  -¿Y eso es malo? –Preguntó ella coqueta mirándolo por encima del hombro.

  -Depende de hasta donde seáis capaz de llegar.

    Al tiempo que él terminaba la frase, ella se quitó la otra prenda y el rabo que nacía desde el final de su espina dorsal, bailó hacia un lado para terminar enrollándose en su cintura.

  -Ahora que sé que ella no os pertenece, no tengo motivo alguno para desistir o poner fin, y… guerrero, vos sois un hombre que deja tentada a cualquier mujer en ser lo más descarada posible.

    La mujer se tiró al agua, del mismo modo que él se había tirado antes y comenzó a nadar, después se frenó y se giró cara Catriel.

  -¿Necesitáis una invitación o no he sido muy clara del todo?

    El rey lo meditó durante unos segundos. No era la mujer que deseaba en ese momento, pero todo dependía de él, él podía controlar la situación lo único es que… Cuando se metió dentro del agua y Almarena lo abordó echándose prácticamente a su cuerpo, se dio cuenta de que, el encuentro con Ebolet lo había dejado desarmado y lleno de necesidades que solo el cuerpo de una mujer podía calmar.

    <<Ella no es Ebolet>>

    El grito fue suficiente para retirarla, apartarla de su cercanía. Sabía que no era la mujer por la que se moría, lo sabía con claridad, su cuerpo no ardía del mismo modo, ni siquiera sentía la necesidad imperiosa de poseerla. Y por no contar que su dragón parecía tomarse una siesta en su interior, él tampoco la deseaba.

  -No. –Le ordenó mientras sus dedos se cernían en los antebrazos de ella.

  -Lo necesitáis, lo siento contra mí, no me lo neguéis.

  -Eso puedo soluciónalo yo solo, no necesito vuestra ayuda. –Le dijo mordaz y con la seriedad completamente llenando su rostro.

    Sin embargo ella no se dio por vencida, y tras un despiste de él, enredó sus piernas con el muslo de Catriel y lo tiró, por suerte, Catriel cayó en una pendiente, pero lo malo es que ella cayó encima y de nuevo, se tiró a besarlo con una necesidad loca. Y esta vez no solo su lengua ejecutó una maniobra atrevida y arriesgada, sus manos, sabían que tenían que hacer y dejar nula posibilidad de reacción por parte de él, Almarena atrapó aquello que él mismo había mencionado y la resistencia de Catriel se esfumó por completo.

    Un rugido despertó la pasión y otro, casi un grito convertido en espanto, despertó un intenso dolor.

    La imagen no podía ser más clara, y sin embargo, Ebolet se frotó los ojos porque no podía dejar que su vista le engañara, ya que dentro de sí, deseaba que todo eso fuera una mentira, un engaño de la bruja que tenía al lado.

  -Es real Ebolet. –Susurró Ambarina leyendo sus pensamientos.

    Primero la Amantrapola, y ahora la indígena, solo que la diferencia entre la primera mujer y la segunda es que, a la falsa Jezabel lo había conducido su encantado hechizo, y esta segunda mujer, era el deseo ya que las manos de Catriel habían resbalado de los brazos a la cintura de ella.

    Apretó los puños mientras sentía como el dolor inundaba su cuerpo, como el respirar le dolía del mismo modo que si aspirara veneno, como los ojos de pronto, le picaron e intermitentemente parpadeó hasta sentir la primera lágrima salir. Entonces, el frío, una pequeña ola de odio subió por sus pies, lentamente hasta llenar de oscuridad su mente escapándose la lógica y la razón de sus pensamientos.

  -Observa princesa como retozan, mira cómo se acopla al cuerpo de otra mujer. –Las palabras de la Sacerdotisa causaron lo que deseaba, que la princesa sufriera a la vez que odiara a ese hombre. –A vos solo os desea por el deseo que pedisteis, no hay nada en él por vos. –Ambarina rozó con sus dedos la espalda de Ebolet, acarició repartiendo el odio de la muchacha por sus venas como la sangre. –Catriel de Galinety no os ve como os gustaría, jamás os dará amor, jamás sentirá nada por vos y jamás se os entregará de la misma forma que se entrega a otra mujer.

  -Todo lo ocasionado, todo lo que ha sucedido entre nosotros… ha sido por el deseo. –No era una pregunta, Ebolet lo afirmaba con la voz rota por el dolor.

    ¿Cómo había sido tan tonta? ¿Cómo se había dejado llevar tanto por un hombre que había sido hechizado por mí? ¿Por una mentira?

    Se preguntó castigándose ella misma, arrepintiéndose de pedir tal cosa. Ella no podía obligar a nadie amar, pero había sido tan intenso, tan especial…

    Y mentira, toda había sido una mentira.

    Se arropó el pecho, justo donde su corazón, roto en mil pedazos latía vertiginosamente y retiró la mirada de la pareja. Ya no podía ver más, sus ojos, llenos de lágrimas se cerraron.

  -Sí mi princesa, todo ha sido gracias al deseo que mi hermana os concedió. –Respondió Ambarina escondiendo su triunfo, un logro que la llenó de dicha y se arrodilló en el suelo junto a Ebolet.

    La princesa, herida en lo más profundo miró a Ambarina a los ojos, con una súplica en ellos, un ruego silencioso.

  -Haz que todo desaparezca, haz que él desaparezca. –Le pidió, casi le suplico con la voz convertida en duelo. –No lo puedo soportar… Quítamelo de dentro del corazón, arráncamelo…

    Esa frase fue terminada por sus propios sollozos.

  -No puedo, pero no te preocupes, mi niña, pronto tu corazón se recompondrá. –Ambarina le acarició la mejilla y le dedicó una sonrisa. –Él viene a por ti, el hombre que lo cambiará todo se acerca como bestia en la noche, como calor en el frío, como grito en el silencio y nada ni nadie lo frenará. Te encontrará al mismo tiempo que tú vayas a por él.

  -¿Variant?

    Ambarina negó con la cabeza y tomándola de los brazos la ayudó a levantarse.

  -Pronto, muy pronto os cruzareis. Vuestros caminos están escritos y ya se han cerrado para uniros. –Las palabras se hicieron eco en la cabeza de Ebolet y la voz se convirtió en un rito de música, como una profecía o una declaración de futuro. –Él es para ti, como tú eres para él.

    De pronto, la niebla las envolvió a ambas, se subió por sus cuerpos en un constante remolino de cosquillas para enterrarlas y salir disparado. Cuando todo desapareció, en el momento que esa densa y magnífica sensación se esfumó, Ebolet se encontraba en la entrada de la Caverna, con la luz del sol dándole en la cara y envuelta en los sonidos típicos de una comunidad de seres continuando con su vida.

    La princesa volvió con los indígenas y ya no pudo ver cómo, Almarena salía corriendo y totalmente cabreada tras recibir el definitivo rechazo violento de Catriel.

    En el interior de la caverna, a Catriel la soledad lo golpeó con fuerza al sentir un extraño golpe, el mismo golpe que había lanzado a Almarena lejos de él, lejos de su cuerpo antes de cometer la estupidez de entregarse a ella. Su pecho se encogió y un profundo dolor lo consumió, sabía que era el sabor de la sangre, pero no entendía porque, en su boca, su lengua lo deleitaba con ese sabor.

    Miró por donde había salido la indígena y con un repentino ataque de violencia cogió su ropa y se vistió. Cuando terminó se quedó sentado en una piedra mirando el agua y recordando a Ebolet, se pasó las manos por la cabeza retirándose el pelo y gruñó. Miró su pene, cuyo órgano continuaba erecto, y decidió que estar un poco en remojo no le iría tan mal, así pues, de nuevo se quitó sus prendas y se tiró al agua.

    Pero su problema no se solucionó, es más, ese problema solo bajaría cuando la culpable de ello, lo calmase.

    Catriel sonrió, soltó una carcajada y se dijo que pronto, muy pronto todo terminaría y entonces podría disfrutar cuanto quisiera de su Orquídea.

Queridas lectoras;

Tres capítulos más  cerramos la primera parte.... :((((

Como no quiero dejar las otras colgadas, subiré cada semana un capítulo, así que, hasta de aquí dos semanas casi.

MILES DE BESOS  MILES DE ABRAZOS!!!

Y GRACIAS POR LOS COMENTARIOS TAN BELLOS DE ANIMO!!!

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