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capítulo 2

    Recorriendo caminos, montañas y senderos de zonas verdes, trotaban al paso que exigía Jeremiah, que encabezaba una jornada de ocho de jinetes detrás de él. Lo seguían dos hombres de Variant; Arcadio y Apio, y justo en el centro Dalila, detrás de ellos Arnil, Kirox y en el centro muy cerca de ellos dos Ebolet, y en la cola, al final protegiendo todas las espaldas, Cain el fiel general de Variant de Grecios.

    Hacia horas que habían dejado el reino muy atrás, ni siquiera alcanzabas a verlo cuando te girabas, se interponían todas las montañas de picos altos y bosques por los cuales habían pasado. Seguían una marcha adecuada para las mujeres, pero a Ebolet le dolían las piernas de ir tan despacio. Avanzó su marcha para acercarse a su prima, haciendo que Arnil y Kirox se cuadraran detrás de ellas y Arcadio le dejara espacio para colocarse al lado de su prima. Nada más Dalila la vio le dedicó una cara poco agradable.

  -No sé si mi cuerpo aguantará este ritmo, ¿Por qué vamos tan lentos? A este paso tardaremos meses en vez de semanas. Me duele todo el cuerpo.

  -Tranquila Dalila pronto pararemos a descansar.

  -Eso espero.

  -Te vi discutir con tu madre antes de que saliéramos ¿Ha sucedido algo?

    Dalila la miró intensamente, intentando traspasar la tela para poder ver su rostro, pero todo lo que veía era el negro que le caía a Ebolet por encima hasta su escote, luego miró a su alrededor, observando cómo los guardias tenían la vista al frente, no parecían atentos pero escuchaban cada palabra que se pronunciaba.

  -Luego, cuando nos detengamos te lo contaré. Pero solo te puedo decir que ahora comprendo el extraño comportamiento de Jeremiah conmigo durante estos días.

    Ebolet arqueó las cejas y miró a su prima sin entender, al ver que Dalila no decía nada más retrocedió de nuevo a su puesto junto con Arnil y Kirox, estos, al ver su regreso, se acercaron un poco más a ella, no le dijeron nada pero le demostraron que ellos estaban a su lado cuidando de ella, Ebolet sonrió para sí misma por tal actuación.

    Pasaron de nuevo cuatro horas y continuaban sin parar a descansar con el mismo ritmo lento de cabalgada que Jeremiah había impuesto. Ebolet dio una pequeña patada al caballo para acercarse a su hermano y pedirle que se detuviera, pero entonces Jeremiah dio el alto con la mano alzada y todos pararon. Desmontaron y lo prepararon todo para comer y descansar durante tres horas, luego saldrían de nuevo y no pararían hasta llegar a una aldea vecina donde pasarían la noche.

   Comieron, se asearon y algunos durmieron un rato mientras el resto vigilaba, entre ellos Cain y Jeremiah. Ebolet se acercó a su prima y retirándola fuera del campamento que habían apostado entre los árboles, con la excusa de que tenían que hacer sus necesidades aprovechó para que le acabara de contar la historia de esa misma mañana.

  -Bueno, dime, que sucede, porque me has tenido en ascuas todo el viaje y tranquila, nadie nos oye. Veo desde aquí a Kirox y Apio y te puedo asegurar que no pueden escucharnos.

    Dalila los miró asegurándose de que no las escucharías y se giró de nuevo cara su prima, descargó los hombros hundiéndolos y miró a Ebolet con una tristeza que alcanzó hasta su corazón.   Ebolet se apartó el velo dejando su rostro al descubierto y notando el aire cálido rozar su piel relajando cada musculo de la cara,  cogió de los hombros a Dalila para tranquilizarla y esta se arrojó a sus brazos con desesperación.

  -Mi madre invocó a una Sacerdotisa y le pidió un deseo. - Soltó de repente y Ebolet se tensó.

   Había oído muy poco de las Sacerdotisas, pero lo suficiente para saber que eran unas traicioneras, te concedían tu deseo, pero el precio que luego  tenías que pagar a cambio era muy grande. Nunca había visto a ninguna, pero sabía que eran tres y mellizas, con dos horas de diferencia de nacimiento en cada una pero físicamente no se parecían en nada. La mayor era Eteldi, la mediana Ambarina y la más pequeña Sicalis. Vivían en lo más alto de unas montañas heladas  de estatalita de cristal en forma redondeada, en medio del cielo con las nubes blancas tapando la visión del majestuoso palacio, rodeadas de mármol blanco y lujos de todo el mundo, los valles que lo rodeaban, era nada más que agua congelada con almas encerradas en su interior nadando en círculos, buscando la salida de esa tortura sin final, pero por sus castigos no las dejarían salir jamás, ya que habían cometido un error en vida y sus almas eran castigadas a vagar nadando ahogadas sin destino final.

    Todo aquel que había intentado llegar hasta ellas nunca había regresado de ese palacio de cristal helado, y ellas solo podían salir si eran invocadas. Eran jueces, verdugos y controladoras de sus propias normas en los Nueve Reinos, pero no ayudaban, al contrario, se decía de ellas que fueron las que crearon al propio Tarius para saber quién debía ser el rey de los Nueve Reinos, y las que iniciaron la guerra tan devastadora con el resto de los reinos, pero los reyes no lo sabían con seguridad y se quedó en una simple leyenda, la cual no se volvió a mencionar nunca en ningún reino.

    Se les llamaba Sacerdotisas por sus poderes ancestrales y por sus dones de conceder deseos, pero siempre obtenían lo que ellas deseaban realmente a través de esos deseos cuando se cobraban su deuda.

  -¿Y qué le pidió?-Preguntó Ebolet retornando a la realidad.

  -Que Jeremiah se enamorara de mí, por eso se comporta así conmigo, porque esta hechizado, no porque lo sienta. -Un suspiro salió de sus labios mientras apretaba más fuerte su abrazo.

  -Tranquila Dalila, se solucionará, pronto acabará el hechizo.

  -¿Cómo? -Preguntó Dalila levantando el rostro hacia Ebolet y mirándola con un brillo de esperanza en los ojos.

  -Rechaza a mi hermano en todo momento, evítalo y el hechizo desaparecerá.

  -¿Tú crees? -Le dijo con una sonrisa de alivio.

  -Sí. -Pero realmente no estaba tan segura, sabía que con eso solo no acabaría todo, pero por el momento mantendría a Dalila tranquila.

  -¿Y si se lo contamos a Jeremiah?

  -No. -Contestó muy rápidamente Ebolet cortándola, Dalila arqueó las cejas e intentó hablar, pero  Ebolet la calló y más dulcemente continúo; -Si se lo decimos a Jeremiah castigará a Clira y luego tu madre te castigará a ti. Este es nuestro secreto, tú solo evítalo y todo saldrá bien.

  -Está bien, haré lo que me pides.

    Dalila se retiró de los brazos de su prima y se secó las lágrimas que había derramado, estaba más tranquila pero la preocupación la acecharía hasta que todo esto se solucionará sin ocasionar ninguna desgracia.

    De pronto unos gritos llamándolas las  hizo levantarse rápidamente y Ebolet se colocó el velo de nuevo, no sabía cómo aguantaría todo el viaje con eso puesto, solo hacia medio día que lo llevaba puesto y le agobiaba tanto que le había cogido manía.

    Kirox se acercó a ellas lentamente para avisarlas de su proximidad por si no estaban visibles, nada más llegó a sus lados las miró extrañado, pero no preguntó, solo les dijo que era hora de salir, que Jeremiah las esperaba. Ebolet cogió fuerte la mano de su prima y salió caminando detrás de Kirox, el campamento estaba recogido y guardado. Ellos estaban montando a sus caballos y preparándose para partir de nuevo. Ebolet acompañó a Dalila a su caballo y luego se acercó a su hermano, Jeremiah colocaba su alforja a la silla del caballo.

   Lo cogió del brazo para que se girara cara ella.

  -Sabes que controlamos a un caballo perfectamente y que antes de caminar ya sabíamos montar, sabes que podemos aguantar este viaje, pero si continuas con esta marcha tan lenta, ni nosotras, ni ellos, ni tú, aguantaréis el viaje, se hará pesado y doloroso. ¿Me entendéis mi rey?

    Jeremiah se quedó impresionado y soltó una carcajada por la orden tan directa de su hermana.

  -Si mi princesa. -Le dijo con una sonrisa. -Lo entiendo perfectamente. -Continuó con la broma de la misma forma que Ebolet le había hablado. –Y ahora montad en vuestro caballo, ya que sois la que nos estáis retrasando en este mismo momento.

    Jeremiah montó en su caballo y Ebolet roja y avergonzada se fue al suyo dando gracias por llevar el velo puesto tapándole el rostro para que nadie viera su rubor, pero rezando para que nadie hubiera escuchado el último comentario de su hermano.

    Se pusieron en marcha de nuevo, Jeremiah había comentado que estaban a unas seis horas del pueblo vecino donde iban a pasar la noche, pero Ebolet imaginó que serían más de seis horas, ya que antes había dicho que en dos horas pararían a descansar y esas dos horas se habían convertido en cuatro. Ese comportamiento le recordaba a su padre cuando les mentía para tranquilizarlos y aunque ellos sabían que era mentira el insistía convirtiéndose la jornada en una aventura continua y larga, pero estar con su padre les encantaba y ese tiempo jamás se hacía pesado.

    Esta vez el paso que marcó Jeremiah fue más rápido, más perfecto y atrevido, ahora Ebolet sí que sentía el galopar del caballo, el aire de la tarde haciendo que volara su fino vestido blanco al compás del caballo, ahora si se sentía libre, deseaba correr más rápido, bordear cada bosque de flora abundante, sortear cada rama que les bloqueaba el paso y que casi a Jeremiah no le daba tiempo a cortar, se veían a los animales correr tras ellos en círculos y uniéndose en su perfecta línea de grupo acompañándoles en un viaje lleno de aventuras y animando a los caballos a galopar más rápido, a unirse con la vida de los bosques verdes por los que pasaban y a sentir la dicha que les trasmitían.

    Arnil no veía el rostro de su princesa pero se lo imaginaba, su sonrisa de libertad la tenía grabada en su memoria, un cosquilleo corrió por su estómago al imaginársela, odiaba ese maldito velo, ahora se estaba perdiendo una de las mejores escenas,  Ebolet con la sonrisa y la fuerza de una Valquiria, una guerrera hermosa y salvaje montada en un pura sangre.

    Después de siete horas de viaje a galope tendido llegaron a una playa de arena blanca y pura, con un precioso acantilado en una esquina donde salpicaba en lo más alto un extraño y enorme castillo colgando de las rocas afiladas que amenazaban con derrumbarse, una magnifica imagen rodeada por bosque verde y abundante flora silvestre. La entrada a tal espectacular paisaje era cobijada por una altísima arcada de roca caliza, de la cual, ahora mismo se dirigían a pasar por debajo a un ritmo mucho más lento. Al pasar justo por debajo del pequeño puente Ebolet observó su estructura y vio unas iniciales que le llamaron la atención, se acercó a ellas y las leyó de nuevo.


     “Las tierras del Adonaí del Reino de los Drakos, los acantilados de Galinety.

                                                   Os dan la bienvenida”

 

    El cuerpo de Ebolet se paralizó y un frío nervio le recorrió entera dejándola tan helada que casi no podía hablar. Leyó de nuevo la inscripción pensándose que tal vez se había equivocado pero no. Cerró los ojos y respiró fuerte intentando mandar calor a su cuerpo, pero parecía que la sangre se le hubiera congelado también.

  -¿Sucede algo Lady Ebolet?- Le preguntó Arnil a su espalda.

    Ebolet se giró hacia su hermano y una furia le nació de las entrañas haciendo que sus ojos brillaran de ira. Jeremiah no podía verle el rostro a su hermana por el velo que la tapaba y no supo la rabia que ardía en ella. Todos a su alrededor la miraban extrañados, sin comprender su posición.

  -¿Este es el reino donde nos darán cobijo?- Le escupió duramente Ebolet a su hermano.

    Jeremiah abrió los ojos sorprendido porque lo hubiera descubierto tan pronto. Su plan era entrar en el castillo, que ella lo viera y fuera demasiado tarde para salir huyendo, pero se había dado cuenta antes incluso de entrar, ¿pero cómo?,

    Jeremiah se acercó a ella lentamente y Ebolet retrocedió, entonces se dio cuenta de la inscripción de la roca del puente, leyó sus letras incurvadas y se giró prudentemente hacia su hermana para mirarla.

  -No pienso entrar en ese reino.

  -Sí que lo vas hacer, ¿o es que piensas dar media vuelta y rodearlo? -Le preguntó él acercándose más a ella, pero Ebolet seguía retrocediendo y apartándose más del grupo que ahora los miraba sorprendidos.

  -Me da igual, pero no pienso entrar, no me puedes obligar, sabes el daño que me causará verlo. Lo siento mi rey, pero es algo en lo que no voy a obedecer. -A Ebolet le salió en palabras angustiosas y llenas de dolor mezcladas con ira.

    Jeremiah notaba la pena en esa voz y eso le desgarró el corazón, no podía obligarla, lo sabía, pero él si iba a entrar al Reino de los Drakos, solo o acompañado, y si la Orquídea no iba a Catriel, Catriel iría a la Orquídea. Se giró para enfrentar al grupo que aún seguían observando la escena de los hermanos.

  -Arnil, prepara el campamento en la entrada del bosque, Kirox tu vendrás conmigo, el resto os quedareis aquí vigilando. -Se giró de nuevo hacia Ebolet y su voz sonó muy dura cuando le habló. -Mañana al alba regresaremos a por vosotros para continuar con el viaje, estar listos porque no pienso esperar a nadie.

    Dicho eso, salió galopando junto con Kirox a su lado sin mirar atrás hacia el Reino de los Drakos, Ebolet miró a su hermano marchar apenada, se había comportado como una niña mimada y su padre no la había criado de esa manera, ella era su guerrera y ahora mismo no había nada de guerrera en ella. Cogió aire y siguió al grupo a la entrada de los bosques donde pasarían la noche protegidos por los árboles altos y salvajes como el mismo rey del reino donde se encontraban.












Reino de los Drakos

    Desde lo alto de una de las torres del castillo de la dinastía Galinety, sentado en los extraordinarios acantilados que daban a un mar revuelto donde rebotaban violentamente las olas contra las rocas que aguantaban el gran castillo, estaba  Catriel de Galinety, observando como un visitante vestido totalmente de blanco se acercaba a su reino junto con un solo hombre, sonrió así mismo por la valentía del intruso en venir solo, con un solo hombre protegiéndolo, pero Catriel sabía bien quién era y sabía que ese hombre no corría peligro alguno en su reino. Mandó abrir las puertas de las murallas y bajar el largo y dorado puente para que entraran, llegó a ver como se introducían en su reino galopando sin problemas y bajó a recibirlos.

    Nada más entrar a su gran salón vio a Jeremiah plantado delante de la chimenea de espaldas a él y uno de sus guerreros a su lado. Kirox nada más lo vio le hizo una reverencia no sin antes dedicarle una mirada dura que extrañó mucho a Catriel.

  -¿Qué os trae por aquí viejo amigo? -Preguntó alegremente.

    Jeremiah se giró entonces hacia él e intentó disimular su furia sacando una de sus mejores sonrisas.

  -Asilo, tengo un largo viaje por delante y pensé que podía descansar en tu reino.

  -Claro, descansar, comer y disfrutar de todo lo que deseéis. -Esto último lo dijo en un tono picaron que Jeremiah no pasó por alto. -Siéntate Jeremiah, estarás cansado. Por cierto ¿A dónde os dirigís y solo con un hombre?

  -Al Reino de las Olas y no voy solo, el resto del grupo ha decidido esperar en tus bosques, allí pasaran la noche, me gustaría que avisarás a tus hombres para que no piensen que son intrusos y los ataquen.

    Catriel abrió los ojos como platos y luego se echó a reír sentándose enfrente de Jeremiah. Mandó llamar con un gesto de la mano a uno de sus guerreros que había a su lado y este se acercó.

  -Decirle a Laird que hay guardias del Reino de la Luz acampados en nuestros bosques, que se encargué de comunicárselo a los hombres para que no hagan una estupidez. Son amigos -Luego se giró hacia Jeremiah.- ¿Cuántos son?

  -Cuatro hombres y dos mujeres.

    Catriel arqueó las cejas difuso y borró su sonrisa de golpe, no comprendía nada, pero estaba dispuesto averiguarlo. Se giró de nuevo hacia el guerrero.

  -Decidle a Laird que los traigan para el reino de inmediato, al menos a las damas.

  -No quieren venir, solo te pido que no se acerque nadie a ellos.

    Catriel miró intensamente a Jeremiah y luego con un gesto de cabeza mandó a su guerrero que obedeciera la primera orden. Reposó su espalda cómodamente en el respaldo de la silla y miró de nuevo a Jeremiah.

  -¿Qué te traes entre manos amigo? Para ir al Reino de las Olas te has desviado mucho de tu camino y además de eso, viajas con dos mujeres custodiadas tan solo por seis hombres. ¿Dónde vas exactamente Jeremiah?

  -Voy al Reino de las Olas exactamente, Catriel.

  -¿A qué? –Preguntó insistente Catriel apoyando los codos en sus piernas.

  -No creo que sea de tu interés saber el motivo de mi destino. –Contestó mordaz Jeremiah con las cejas arqueadas.

  -¿Qué te pasa Jeremiah? Solo te he hecho una simple pregunta. Estas demasiado tenso e irritado. –Lo sermoneó pero al ver que no contestaba continúo. -Si tu viaje al Reino de las Olas es para enfrentarte a su rey por algún motivo, estaría encantado de acompañarte, sabes que a ese tipejo no me lo trago y tengo ganas de ponerle las manos encima desde que se atrevió a cortejar a mí…

  -Voy a entregar a mi hermana como futura esposa al rey Variant de Grecios.

    La voz de Jeremiah sonó rabiosa y no pasó desapercibida para Catriel, pero su reacción no fue la que esperaba Jeremiah, su rostro reflejaba sorpresa, intriga e incluso le daba igual, era una combinación extraña.

  -Así que, al fin conseguisteis endorsársela algún rey, increíble.

  -¿Cómo que endorsársela? ¿A qué demonios te refieres?  -Preguntó incrédulo Jeremiah a un Catriel que estaba a punto de reírse de nuevo.

  -No te hagas el tonto, he oído los rumores que circulan por todos los reinos respecto a Ebolet de Geneviev y compadezco a Variant, se ha quedado con una joya divina.

    Lo decía entre risas y eso enfureció a Jeremiah tanto que se levantó abruptamente de la silla para pegarle un puñetazo a ese bastardo por estar hablando así de su hermana, pero Kirox se interpuso en su camino intentando tranquilizarlo, aunque él estaba igual de irritado por los comentarios hacia su princesa pero, en ese momento era el más sensato. Catriel también se levantó al ver la reacción de ambos.

  -Tranquilo amigo mío, no era mi intención ofenderte. –Dijo con un tono de paz el rey de los Drakos.

  -Pues lo habéis hecho y me diréis que son esos rumores que corren de boca en boca sobre mi hermana.

  -De verdad ¿no los sabéis?

  -No. –La respuesta de Jeremiah fue tajante.

  -Pues me parece amigo mío que esto no te va a gustar mucho, será mejor que os sentéis.

    Jeremiah alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, era más alto que él, desde luego que si tuviera que enfrentarse a Catriel seguro que saldría perdiendo, ese rey era enorme. Al ver en su mirada  vio ira en ella, pero también algo de culpabilidad, se sentó de nuevo junto con Kirox y esperó a que Catriel lo procediera para contarle todos esos rumores. Catriel se sentó de nuevo y le contó todo sin dejarse nada, ni añadir nada nuevo, mientras la furia de Jeremiah subía como la espuma al paso que Catriel continuaba hablando y despotricando sobre Ebolet un rumor que era totalmente falso. Ahora entendía porque todos los reyes la habían rechazado.

  -Y por eso la rechazasteis. –Jeremiah lo afirmó en una ira silenciosa.

    Catriel lo interpretó como una pregunta y se sorprendió, no esperaba que Jeremiah se la hiciera y más sabiendo que su corazón ya tenía dueña y aunque se hubiera casado con su hermana nunca la hubiera amado porque él ya amaba a otra.

  -Todo eso es mentira. –Dijo Kirox en un tono de voz demasiado alto para su rango enfrentándose a Catriel.

  -Si tú lo dices. –Le contestó Catriel sin importarle lo más mínimo el estado alterado del Guerrero.

  -Pues sí, es mentira, mi princesa es…

  -Cállate Kirox. –Le aconsejó Jeremiah junto con un gesto de la mano. -Y si te digo que todo lo que me acabas de contar es mentira, ¿Alguna vez vistes a mi hermana cuando estuviste en mi reino? -Insistió de nuevo Jeremiah. -No sé quién ha podido inventar tremendo bulo. Pero todo lo que acabas de decirme es una gran mentira.

  -Pues exactamente lo que yo digo, todo son blasfemias para perjudicar a Lady Ebolet.

  -Que te calles de una vez Kirox. –Amenazó Jeremiah con una mirada fulminante a su guerrero.

  -Sabes que no solo rechacé a tu hermana por eso. –Catriel reanudaba de nuevo la conversación, contestando a la supuesta pregunta de Jeremiah.

  -Oh si, perdona, Jezabel. ¿Acaso sabes algo de ella? -Le preguntó Jeremiah en un tono de burla, esa mujer siempre le había caído mal, a parte, su carácter era muy extraño, nunca entendió como podía convivir en el Reino de los Drakos.

  -Todavía la busco, sé que sigue viva, pero no sé ni donde está, ni quien la tiene.

    Como por arte de magia a Jeremiah le acudió una gran e increíble idea a la cabeza que no podía desaprovechar, quería demostrarle que todo lo que había oído de Ebolet era mentira y la única manera era que viajara junto a ellos, ya encontraría una forma inesperada para que Ebolet se quitara el velo y así que Catriel viera con sus propios ojos cómo era ella.

  -Viaja con nosotros, -Soltó abruptamente Jeremiah. - bordearemos cada reino y como bien has dicho antes, necesitamos más hombres fuertes y guerreros como tú, preparados para la batalla. Mientras tanto, durante el viaje tú podrás buscar a Jezabel.

    Catriel miró a Jeremiah como sopesando la idea, podría buscarla detenidamente por cada rincón de cada reino, pero entonces recordó que tendría que ir protegiendo a una niña mimada, débil y llorica, que para seguir el paso de la dama a caballo acabaría con sus partes escaldadas. Sopesó la idea durante varios segundos, fijando su vista en el vacío, era buena pero viajar con la damisela era agobiante, no lo soportaría.

  -No, lo siento, debo quedarme en mi reino. –Se alzó de la silla y sonrió. -Y ahora descansar y tomad todo lo que queráis. Sentiros como en casa.- Catriel se dispuso a salir del salón cuando Jeremiah lo llamó de nuevo.

  -Consúltalo con la almohada amigo mío, me vendría bien tu ayuda para el viaje, es largo y peligroso.

  -Buenas noches Jeremiah. -Le dijo Catriel con pesar y se marchó dejándolos en el salón sin mirar atrás.

    Catriel salió al patio esperando la llegada de Laird, su guerrero había salido tomando la dirección del mismo campamento donde estaba Ebolet, se dispuso a avanzar hacia el portón para esperarlo en la entrada cuando escuchó un crujido a su espalda que lo frenó, soltó una maldición imaginando que era Jeremiah insistiendo con lo del viaje pero un silbido a su espalda lo hizo girarse, no era Jeremiah, era Celso, su primo hermano, el que se acercaba a él.

    Catriel lo miró, se había convertido en todo un hombre, casi tan alto como él, con el pelo negro, largo y muy liso, de ojos verdes oscuros, fuerte y de piel bronceada como todos los Galinety del reino. El sol les daba durante todo el día y solo llevaban una especie de falda pantalón que les llegaba hasta la rodilla, sin nada que les cubriera el pecho, su Dragón interior no les permitía vestir de otra manera, llevaban al descubierto el dragón tatuado a lo ancho y largo de la espalda, era su insignia y su don otorgado desde su nacimiento por los  dioses. Cuando una guerra los seguía o eran atacados por otros reinos, cada hombre que habitaba el reino era llamado como en un atrayente cantico de tambores desde su interior y de ser guerreros altos y fuertes se convertían en increíbles dragones, enormes y feroces y de colores según su nivel de alcurnia.

    EL jefe, el Adonaí, el rey, se convertía en un dragón dorado, el más grande de todos, con los ojos totalmente verdes, Celso su primo, se transformaba en un dragón rojo con los ojos negros. Los tres hombres mano derecha del Adonaí: Laird, Jorell y Meir se convertían en dragones verdes con los ojos en dorado, el resto de los hombres del reino se transformaban en dragones de colores desde el naranja al amarillo, dependiendo de sus edades. Sin embargo, las mujeres que habitaban el reino no se transformaban como ellos, no tenían ese don, pero no obstante, aquellas que eran elegidas por ellos, por los dragones como sus compañeras, sus almas gemelas, sus amores de toda la vida, podían montarlos y controlarlos a su antojo, porque eran sus dueñas, así ellos lo habían decidido. Pero si una mujer que no pertenecía al dragón lo montaba este la rechazaba instantáneamente derribándola de encima de él. Los Galinety solo amaban una vez y esa era la única de su vida, entregaban su corazón y su alma en una unión irrompible, fiel y para toda la eternidad.

    Celso se colocó al lado de su primo y se apoyó en la puerta de roble y oro que daba a los bosques delanteros del reino, cruzó los brazos sobre su pecho y fijó la vista en el cielo azul oscuro e iluminado por las estrellas que los acompañaba. Catriel observó cada movimiento de su primo esperando a que hablara, sabía que se tramaba algo, pero continuaba callado.

  -¿Qué tramas? -Preguntó Catriel rompiendo el silencio, le estaba poniendo de los nervios.

  -Nada, me gusta contemplar la mezcla de estos bosques, con el sonido que sale de ellos, junto con la noche magnifica que hoy nos han brindado los dioses.

  -Venga Celso, sabes que no soy un hombre que tenga mucha paciencia. Dime que pasa por esa cabeza o tendré que sacártelo a golpes.

    Celso sonrió dejando ver unos dientes blancos y se giró cara su primo con la ceja levantada como incitándolo a que lo hiciera, Catriel se acercó un poco más a él amenazándolo.

  -No he podido evitar escuchar tu conversación con Jeremiah y creo que deberías pensarlo. –Dijo al fin Celso.

  -No hay nada que pensar. No pienso viajar cuidando de una muchacha que se va a pasar todo el viaje quejándose por estar tantas horas a caballo, o lloriqueando por si se hace un simple e invisible corte con una rama de árbol. Sabes que no soporto a las niñas malcriadas y mimadas.

  -Tú no tienes que cuidar de ella, para eso están sus hombres y su hermano. A mí me gustaría salir del reino, e incluso te ayudaría a buscar a Jezabel.

  -Basta Celso, no vamos a ir a ningún lado. -Lo cortó Catriel muy mordaz.

  -Como quieras, tú eres el rey y tu mandas.- Le dijo Celso muy suavemente pero conteniendo la rabia que le ardía dentro, se descruzó de brazos y se marchó sin decir nada más a su primo.

    Decidido y sin cambiar de postura al escuchar ese tono de voz, Catriel no miró atrás para ver cómo se marchaba su primo, pero sabía que estaba cabreado, había notado ese tono de voz que utilizaba cuando algo le molestaba. Lo conocía muy bien, al nacer se había quedado sin madre y cuando cumplió seis años a su padre lo desterraron por intentar matar el Adonaí, su propio hermano.

    Desde ese momento fue criado junto a Catriel, como si fueran hermanos, dándoles a los dos todo por igual, pero Celso sabía que el rey era su primo y él un simple vasallo, sin un futuro, adoraba a su primo, pero ansiaba su corona. También sabía muchos secretos prohibidos de Jezabel y qué clase de mujer era, pero no hablaba de ello con nadie, para poder utilizar esa información en su propio beneficio en un futuro.

     El sonido de las herraduras de caballo chocando contra el suelo arenoso de la entrada al reino, devolvió a Catriel a la realidad. Fijó la vista en su jinete y esperó a que pasara por el puente y avanzara  hasta él. Laird desmontó de su caballo y lo miró con una amplia sonrisa.

  -Borra esa sonrisa e informa a tu rey de lo que habéis visto. -Le ordenó Catriel ansioso.

  -¿De tan mal humor te ha puesto la visita de Jeremiah? -Le preguntó Laird.

    Era su mano derecha y un gran amigo, Catriel lo consideraba como su hermano. Laird era tres años mayor que Catriel y se habían criado juntos desde muy pequeños, luchaban y viajaban siempre juntos. Al cabo de cinco años de nacer Catriel, llegaron al mundo Jorell y Meir, los hermanos gemelos de Laird, convirtiéndose en la guardia personal de Catriel los tres. Eran diferentes a Laird, él era serio, seco, con la voz muy ronca y casi nunca se reía, los gemelos sin embargo, pasaban el día haciendo bromas entre ellos, riéndose y divirtiéndose, la alegría les corría por las venas como la sangre, era extraño verlos serios en algún momento. Sin embargo, físicamente eran iguales los tres, de piel morena, altos, robustos y con el dragón tatuado en sus espaldas. Los ojos marrones, excepto Laird, que los tenía de un azul claro intenso. Laird llevaba el pelo corto y rizado con los caracoles desechos, los gemelos sin embargo, el cabello lo tenían más largo y con muchas trenzas finas por todos lados que idénticas caían por sus espaldas. Eran iguales hasta en la hora de pelear, lo hacían en sintonía, como si se leyeran el pensamiento sabiendo como derrotar al enemigo, era hermoso y excitante observarles en batalla, los gemelos estaban muy sincronizados entre los dos, eran como el mismo cuerpo pero separado en dos personas, una fusión aterradora

   Laird carraspeó a su rey para que contestara, pero Catriel arqueó las cejas demostrando que la paciencia se la había llevado Celso con él y ahora mismo no tenía ganas de bromear. Laird se percató de la molestia de su rey y decidió volver al tema.

  -Hay cuatro hombres, tres del Reino de las Olas y el otro es Arnil. Las dos mujeres son del Reino de la Luz, Dalila y creo que la otra es Ebolet.

  -¿Cómo que crees? -Preguntó Catriel.

  -Porque la otra mujer lleva una especie de velo negro tapándole el rostro, no creo recordar haber visto a esa muchacha alguna vez, solo se cómo vos los rumores de la princesa, pero sabéis una cosa Adonaí, me intriga saber que hay debajo de esa tela oscura, he tenido una sensación extraña al verla.

  -Un velo. –Susurró para sí mismo Catriel sorprendido. –Eso es demasiado cruel, pero si tan fea es, tal vez no deseen que el rey Variant de Grecios la vea hasta llegar al altar por si se echa atrás y rompe su compromiso.

    Laird sopesó la idea, pero se deshizo de ella enseguida, le daba igual como fuera esa mujer, con el velo o sin él.

  -¿Qué hacemos Adonaí?

  -Manda a tus hermanos para que pasen la noche con ellos por si pasa algo y que se preparen para viajar.

  -¿Vamos a ir con ellos?

  -Todavía no losé, solo es por si acaso cambio de idea.

  -De acuerdo.

    Laird se marchó para obedecer las órdenes de su rey mientras Catriel pensaba en esa mujer. Era toda una incógnita, pero demostraba que el rumor era real, ¿porque si no la llevaban tapada?

     Miró al cielo negro de la noche bañado por las estrellas, solo se podía alcanzar a ver una cuarta parte de la luna, que alumbraba muy poco los bosques y los acantilados que los rodeaban. Pensó en su amada Jezabel, en cuanto la echaba de menos y en lo mucho que todavía la amaba y pensó en la propuesta de viajar con Jeremiah al Reino de las Olas, era tentador, pero un viaje largo y soportando la presencia de Ebolet de Geneviev tapada con un velo, había que meditarlo seriamente.


    Mientras tanto en el campamento estaban todos durmiendo, Arnil había mantenido una pequeña conversación con dos de los hombres que Catriel había mandado para que los protegieran y ahora estaban junto a él a los pies de la tienda de acampada que habían improvisado para que Ebolet y Dalila durmieran tranquilas, pero poco pudieron descansar.

  -Dile a tu bicho que se esté quieto de una vez. –Gritaba Dalila intentando espantar a Prismancita de encima de ella.

  -Se llama Prismancita, y tranquila, no come histéricas, solo las pincha depositando en ellas un veneno que las deja dormidas durante toda la noche.

     Dalila la miró con los ojos muy abiertos y luego le echó un vistazo a Prismancita. Ebolet comenzó a reírse mientras se deshacía la trenza y soltaba su cabello en una cascada de rizos negros y brillantes sobre su espalda cuando oyó un golpe seco a su espalda, se giró sobresaltada hacia su prima, Dalila estaba tirada en el suelo completamente vestida y con los ojos cerrados, se quedó paralizada por el susto.

  -¿Dalila? -Preguntó entre susurros.

  <<Tranquila, solo duerme, le he inyectado un sedante para que estuviera quieta, me estaba poniendo enferma con tanto gritito>>

    Prismancita revoloteó por una Ebolet paralizada por la escena y se posó en su nariz para que la mirara.

  -¿Pero está bien? -Preguntó casi atragantándose con las palabras.

  <<Claro mi ama, solo dormirá unas cuantas horas como un bebe, mañana antes de que salgamos de viaje de nuevo, la histérica estará despierta y descansada y no recordará nada de lo sucedido>>

  -Me gustaría que no lo volvieras hacer, puede ser peligroso y si hubiera caído mal o…

  <<Descuida mi ama, todo estaba controlado, Dalila no corría ningún riesgo en su caída, pero os prometo que no volveré hacérselo, acaso que, vos me lo ordenéis>>

  -Bien. –Le respondió con una sonrisa.

    Ebolet cogió a Prismancita y la depositó en su cajita para que durmiera allí, pero la libélula la rondó dándole varias vueltas para luego salir fuera de la tienda al exterior, Ebolet observó cómo se marchaba la libélula y la siguió abriendo un poco la cortina que las protegía de las miradas del exterior para ver a Prismancita volar libre por los árboles y rondar a los guerreros que dormían tranquilamente, sin alejarse mucho de ella.

    Apartó la vista para subirla al cielo, una capa negra que hoy casi no los iluminaba se posaba en ellos como un manto negro y con muy pocas estrellas centrándose en él, la luna era muy pequeña para dar luz y casi no se podía ver nada a su alrededor, le recordaba al velo que había soportado durante todo el día.

    Un quejido a su espalda la hizo entrar de nuevo, su prima seguía durmiendo tranquilamente, ajena a todo. Ebolet la tapó bien y se acomodó junto a ella en el suelo, a su lado para dormir y descansar, mañana muy temprano salían de viaje y quería estar preparada, quería salir de ese reino cuanto antes para poder alejarse del rey dragón que habitaba en él.

  -Buenas noches Dalila.

    La noche transcurrió muy tranquila, los sonidos del bosque se fueron apagando mientras las horas transcurrían, pero regresaban nuevos, señalando que el día comenzaba y que el sol salía de su escondite. Ebolet madrugó antes incluso de que saliera el sol y cabalgó aún de noche hasta la playa para ver el amanecer desde el mar, una preciosa imagen para recordar. Se sentó en las arenas blancas a la orilla del tranquilo mar, con el velo en su regazo y Arnil detrás de ella bostezando, continuaba todavía medio dormido.

    El sol fue saliendo a través del mar, en el horizonte, convirtiéndolo en un mar anaranjado y brillante, haciendo que el cielo sacara coronas de fuego a su alrededor, como si se tratara de llamaradas silenciosas. La imagen provocó una tranquilidad en Ebolet que hizo que aguantara la respiración e incluso Arnil suspiró detrás de ella y se incorporó para verlo mejor colocándose a su lado. Vieron salir completamente el sol y se quedaron unos momentos disfrutando del momento en silencio hasta que el sonido de los caballos los sacó de su estupor retornándolos a la realidad, Ebolet se puso rápidamente el velo sobre la cabeza, con la ayuda de Arnil que enganchó las horquillas correctamente en su cabeza, después, volvieron al campamento, el cual estaba ya recogido y sus guerreros preparados para marcharse montados en sus caballos y continuar el viaje.

    Ebolet corrió a su caballo y lo montó, Prismancita voló hacia ella y se metió dentro de su velo para engancharse en su cabello, todos esperaban a Jeremiah, Ebolet se extrañó al ver que los hombres de Catriel que habían pasado la noche con ellos, también estaban montados en sus caballos, pero pensó que tal vez esperaban a que los intrusos se fueran de su reino.

  -¡Ya vienen! Lady Ebolet vuestro hermano dice que los esperemos en la playa. –Gritó Apio que venía galopando hacia ellos.

    Todos salieron galopando directos la playa y esperaron nerviosos a su llegada, fijando la vista en el frondoso bosque de donde se podían ver a los jinetes acercándose a ellos. Habían más de dos, Ebolet reconocía a Jeremiah y a Kirox, los dos de blanco, como los colores de su reino, pero los otros no pudo diferenciarlos hasta que salieron al amplio terreno de arena blanca, nada más fijarse en el más grande, montando un caballo negro tan feroz como él, supo de quien se trataba.

    No podía ser.

    Se quedó sin aliento y un nervio la recorrió entera erizándole la piel. Observó ese torso dorado, que resplandecía con el sol y la silueta musculada que acariciaban los rayos cada curva de su piel desnuda, como tentando a ser tocado, Ebolet se estremeció al pensar en cómo sería su tacto y en como olería su piel, cada fibra de su cuerpo deseaba acercarse a él y comprobarlo.

    Entonces subió la vista a su mirada, ese color verde-grisáceo que la perseguía en sueños la miraba fijamente como escudriñando que se escondía debajo del velo, se puso colorada, sintiendo que él había visto como ella había estudiado cada parte de su cuerpo sin avergonzarse, se animó diciéndose a sí misma que era imposible, el velo no dejaba ver nada de ella, lo había comprobado por la noche con Dalila y no pudo distinguir ningún rasgo de su prima, ella misma se lo había puesto y no se veía nada, aun así, retiró la mirada de inmediato para posarla en Jeremiah, quien ni siquiera se había fijado en ella. Como continuaba sin mirarla Ebolet cogió las riendas fuertemente con las manos y se acercó a él, pero entonces un caballo negro le cortó el camino y a Ebolet se le atascó el aire en la garganta mientras su cuerpo se tensaba recto como una tabla.

  -Princesa, es un placer verla al fin, bueno a su presencia. -Unas risas no disimuladas a su espalda lo callaron, Ebolet levantó el rostro y vio que los que se reían eran los hombres de ese rey, Catriel tosió disimuladamente y las risas cesaron.- Sera un placer acompañarla en este viaje.

    Ebolet sintió tanta ira que ni contestó, le dio la espalda, irguiéndose totalmente en su silla y se acercó a Jeremiah, su hermano parecía que se hubiera tragado un limón acido por la cara que se le estaba poniendo.

  -Ya hablaremos. -Lo amenazó entre susurros.

    No se detuvo a mirar su rostro, salió galopando junto con Arnil y Kirox los cuales se pusieron a sus lados encabezando la marcha, dejando al resto detrás en la playa esperando la orden, hasta que por fin Jeremiah salió de su estupor por ver como Ebolet había tratado a Catriel en su primer encuentro y pudo decirle al grupo que continuaran, saliendo todos detrás, acoplándose a la fila.

    Catriel sorprendido observaba como Ebolet galopaba. Nada más entrar en la playa lo primero que vio fue a ella con el velo, no podía verle el rostro pero se sentía observado por esa mujer, luego la forma en que se había marchado, sin saludar, ni dar las gracias y erguida, con el porte de una reina, no la conocía pero sabía cuándo una mujer estaba cabreada y esta lo estaba.

    Se giró hacia sus hombres que estaban todavía a su alrededor, parados y se irritó, los miró duramente por sus reacciones y dio rienda a su caballo para empezar a galopar detrás del grupo que ahora les sacaba mucha ventaja por la sorprendente rapidez que llevaba la cabeza de la fila.

    Laird miró a su rey, todavía no entendía cómo era posible que Catriel hubiera cambiado de opinión tan rápido. A la caída del sol y la entrada de la noche, antes de acostarse le había dicho que seguramente no viajarían, que lo había pensado detenidamente y era lo correcto, no tenía tanta paciencia para aguantar viajar con esa muchacha, además de decir unas cuantas palabras más dedicadas a la princesa  para nada halagadoras, pero sin embargo, antes de que la luna se despidiera de los cielos su rey los había despertado a gritos para partir, lo habían preparado todo en tiempo récord y ahora se dirigían directos a un tortuoso viaje del cual no podrían escapar, y para colmo estaba la extraña sensación que le provocaba esa mujer, no entendía por qué pero su dragón interior lo llamaba a gritos y no estaba muy contento con ello.

    La duda se lo comía por dentro, necesitaba una respuesta y su rey se la daría. Retiró la sensación intentando acallar a su dragón y zarandeó las riendas de su caballo para colocarse al lado de Catriel, su rey no había dejado de mirar a la muchacha del velo negro.

  -Adonay, sé que no es de mi incumbencia pero ¿Qué os ha hecho cambiar de idea respecto acompañar a Jeremiah en este viaje? –Su voz sonó dura, como agresiva y no pasó desapercibida para Catriel que fijo la vista en él intensamente.

  -¿Qué sucede Laird? Estas demasiado alterado.

  -Nada, no os preocupéis. –Catriel alzó las cejas dudoso. –No me sucede nada, de verdad, Adonaí.

  -Bien. – Catriel lo dejó estar por el momento y fijó la vista al frente. –Y respecto a tu anterior pregunta, no es de tu incumbencia pero aun así te la responderé. –Le devolvió la vista con una sonrisa ladeada. –Anoche tuve un sueño extraño, era como una predicción.

  -Extraño, sí. –Confirmó Laird un poco más relajado. -¿Y cuál fue vuestra predicción?

  -Fue más bien lo que me dijeron.

  -¿Os hablaron?

  -Fueron voces celestiales, varias voces atrayentes, suaves y melodiosas de mujeres que me decían que tenía que acompañar a los guerreros que dormían a los pies de mi reino, porque en ese viaje iba a encontrar a mi jinete, mi compañera eterna, la mujer que mi dragón amará y mi futura alma gemela.

  -¿Y vos creéis que esa mujer es Jezabel y que en este viaje la encontrareis por fin?

  -Si Laird, en este viaje encontraré a mi mujer y la llevaré de vuelta  a mi reino de donde nunca se la debieron llevar. –Pronunció orgulloso Catriel con una sonrisa de oreja a oreja.

  -Y ¿Si os equivocáis? ¿Y si esa mujer no es Jezabel? ¿Y si esa mujer que os dicen vuestras voces celestiales se trata de otra?

  -Imposible, sabéis que nunca habrá otra mujer que penetre en mi corazón, jamás.

    Y con esa última advertencia espoleó a su caballo mezclándose entre los jinetes y dejando la conversación por terminada. No obstante Laird tenía un mal presentimiento sobre esa predicción, sabía que algo se avecinaba y su corazón estuvo de acuerdo con él porque de pronto se puso a palpitar con violencia amenazándolo con explotar.

   “La historia del Reino de los Drakos se escribe a partir de hoy” Se dijo con la mano en el pecho apretándolo fuertemente para poder controlarlo.

El primer encuentro....

El primer desastre....

Comienza la gran aventura de un viaje lleno de obstáculos.

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