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Capítulo 19

    El primero en alzar la mirada fue Catriel, su cuerpo se tensó cuando se dio de lleno con la mirada inquisitiva de los indígenas que antes le habían ayudado a escapar y salvar a Ebolet.

    Al sentir la tensión de Catriel Ebolet alzó la mirada y vio que los habían rodeado un grupo de indígenas de pieles doradas, cabellos negros cortados de diferentes formas, con trenzas largas de colores, colgando de sus espaldas, hasta llegar a una especie de rabo brillante con una púa al final. Sus cuerpos estaban marcados con dibujos en formas circulares, similares a pequeños soles, con líneas rectas y algún que otro extraño jeroglífico muy antiguo dentro de tales circunferencias.

     Lentamente y sin provocar la ira o el descontrol de esa especie, Catriel colocó a Ebolet a su espalda y la cubrió con todo su cuerpo protegiéndola de cada uno de ellos.

    Se midió el silencio entre ellos, varios cuerpos relajados contra dos cuerpos tensos, preparados para el ataque, Catriel estaba más que listo y motivado, ya era la segunda vez que lo interrumpían con Ebolet y más que nada, al no tratarse de ninguno de sus hombres esta vez sí que podía desahogar esa inoportuna intromisión.

  -¿Quiénes sois? –La pregunta salió de los labios de Catriel de una forma autoritaria. No aplacaba su soberanía del estado de rey y en los momentos más inoportunos.

    Y como tal desfachatez o simplemente porque la pareja estaba en desventaja ninguno de los recién llegados habló. Catriel abrió la boca para volver a preguntar de nuevo, pero una joven muchacha de ojos color miel avanzó hacia delante saliéndose del grupo y acalló cualquier comentario de Catriel.

    La joven indígena conservó su arco alzado y apuntando al guerrero mientras que con la mirada se dedicaba a observarlo detenidamente. A Catriel le extrañó tal actitud y sin dejar de proteger a la princesa a su espalda avanzó dando un paso, pero su caminó fue detenido por otra flecha que salió disparada de un arco diferente y terminó al lado de la otra. Entonces, y como una señal de advertencia todos los cuerpos se tensaron.

  -¡Basta! –Gritó una ronca voz desde las espaldas de todos los indígenas.

    Un cuerpo encorvado se fue haciendo hueco entre todos hasta aparecer justo al lado de la muchacha indígena, esta ni lo miró, estaba pendiente de Catriel. El anciano de cabello canoso se incorporó cual recto le permitía su edad y observó a su alrededor con mirada dominante.

  -Bajad las armas inmediatamente, estáis apuntando a la cabeza de un rey.

    En todos los rostros brilló la sorpresa y con más tranquilidad fueron bajando sus armas, excepto la joven indígena que continuaba precavida de una presa peligrosa. Catriel había dejado hace rato de observar a la atrevida muchacha para fijar su vista en el anciano. El hombre, sin hacer mucho caso de esa escruta mirada alzó la mano y la colocó sobre el hombro de la muchacha, después susurró unas palabras en su idioma y la indígena bajó el arco pero no le quitó la mirada a Catriel de encima.

  -¿Me conocéis? –Preguntó Catriel, el anciano lo miró y le dedicó una sonrisa abierta.

  -Por supuesto, -Declaró el anciano haciendo que Catriel le prestará plena a tención. –Las hazañas de Catriel de Galinety son un interesante pasatiempo para rememorar antiguas leyendas. –El anciano dio unos pasos más acercándose a la pareja. -Todo el mundo sabe que si quieren saber quién es el señor de los Acantilados de Galinety, deben buscar la marca del poderoso dragón dorado en su espalda. Y vos, mi querido joven arrogante, la tenéis.

  -Muy bien, pues ya que la deducción es acertada y sabéis quien soy yo, decirme quienes sois y si mi vida y la de la mujer que me acompaña está en peligro.

  -Somos los Tuarte-Lus, hijos de Luss, el sol, y la segunda hija de la luna, un paramó sin rey, ni reina. Nuestra vida es libre y somos dueños de nuestro destino.

  -Sois proscritos de otros reinos. –Afirmó Catriel con soberbia.

    El rey Catriel había escuchado hablar de esa raza, eran antepasados que habían huido de otros reinos cuando la época negra y tenebrosa de la guerra del primer rey oscuro había dado comienzo. Habían corrido en las sombras, con pocas pertenencias, recorriendo caminos, mares y reinos para encontrar un lugar tranquilo y de esa manera poder crear un hogar suyo propio, escondido en algún rincón donde nadie podía jamás encontrarlos.

    No acusaba de nada al anciano, estos nuevos descendientes no tenían la culpa de sus antepasados, ni de los motivos que habían impulsado a esa cobarde gente a dejar atrás un hogar por otro.

    No podía echarles la culpa de desear vivir otra vida nueva y de tener otra nueva oportunidad para vivirla. Pero aun así, el anciano ya estaba contestando antes de que Catriel rectificara.

  -No rey Catriel, nuestros ante pasados sufrieron la ira, las torturas y las burlas de sus propios vecinos por tener diferentes pensamientos a los que acometían a los aldeanos que nos rodeaban, simplemente tomaron la alternativa y decidieron continuar con sus creencias en otro lugar donde nadie pudiera juzgarlos. –El anciano no parecía molesto, es más, hablaba orgulloso de sus antiguos creadores. -Somos seres que viven en libertad, que siguen sus propias normas y respetan todo aquello que les rodea, ya sea los reinos de nuestro alrededor, sus habitantes y sus reyes o la naturaleza que nos arropa. –El anciano habló claro y sin romper el respeto por estar ante un rey.

    Catriel lo aceptó y esperó a que continuara, pero el anciano simplemente sonrió.

  -Nuestra vida. –Incitó Catriel subiendo un poco más la voz mientras echaba un vistazo a todos los indígenas que los rodeaba. -¿Nos atacará tu gente?

  -Vuestra vida depende de la mujer que hay detrás de vos.

    Todo el cuerpo del gran guerrero se puso tenso repentinamente, la princesa que se amagaba a su espalada se acercó más al caliente y enorme cuerpo del rey, posó su mano en la muñeca y Catriel la tomó de la mano con fuerza, intentándole trasmitir protección.

  -No es más que una sirvienta, no corréis riesgo alguno por una joven e indefensa mujer, sin embargo, como os acerquéis a ella, correréis un gran peligro conmigo.

    Hubo silencio, tensión y rostros sombríos, principalmente el de la indígena que ocupaba la primera fila y el de Catriel, el anciano asomó la cabeza por un lado intentando ver más allá del cuerpo del Rey de los Drakos y después soltó una carcajada.

  -Tenéis muy poco sentido del humor, rey de los Drakos.

  -¿Y eso que significa? –Preguntó Catriel tensándose más y apretando fuertemente la suave mano que temblaba contra la suya.

  -No os preocupéis, ambos somos del mismo lado y podéis decirle a la muchacha que escondéis tan ambiciosamente, que salga y se muestre. Me gustaría conocerla.

    A duras penas y muy a regañadientes Catriel tiró de la muñeca que se agarraba a él como una serpiente. La princesa dudosa avanzó hasta colocarse al lado del rey y muy poco a poco alzó el rostro para mirar de frente al anciano. El anciano jefe la observó muy detenidamente, fijándose en su vestimenta, su cuerpo, ese rostro hermoso y finalmente en la marca del rabillo de su ojo. El anciano quedó boquiabierto, impresionado por la hermosura de esa muchacha e impresionado por el insólito dibujo que había en esa piel tersa, suave, bronceada y un poco magullada.

  -¿Vuestra sirvienta? –Preguntó el anciano aun sorprendido.

  -Sí, eso he dicho. –Contestó lentamente Catriel al estar pendiente de los demás.

     No solo el anciano tenía la atención de Catriel, los indígenas, tras aparecer Ebolet ante sus vistas, se habían quedado mirando tan fijamente como lo hicieron sus hombres la primera vez que la vieron, pero había una mirada en especial, una mirada que parecía escudriñar a la princesa con la pupila totalmente dilatada y solo un hombre podía mirar así a una mujer con una intención totalmente diferente, intención y mirada que no le gustó nada a Catriel. Esa misma mirada pertenecía al indígena que estaba al lado de la mujer que lo miraba a él con determinación.

  -¿Y tiene nombre? –Inconscientemente Catriel apegó más a Ebolet a su cuerpo. Al fin el joven indígena lo miró a él, mutuamente se dedicaron una amenaza silenciosa. –Galinety, -Llamó el anciano al rey provocando que este al fin lo mirara. - ¿Cómo se llama vuestra sirvienta…? Por qué es vuestra ¿No?

    Catriel sacudió la cabeza, Ebolet tensa miró al guerrero por el silencio que había en él y vio un rostro perturbado el dibujo de en un semblante oscuro.

  -Arnet. -Dijo sin más. –Y… sí, es mi sirvienta.

   El hombre se acercó unos pasos y sonrió, después, tras una pequeña y educada reverencia posó sus ojos en la princesa.

  -Encantado de conoceros Arnet, mi nombre es Mamuat, soy el jefe de los Tuarte-Lus. Ella, -El anciano se dio la vuelta y señaló a la joven muchacha que apretaba su arco mientras la miraba con intensidad. –…es mi hija Almarena y él, -Esta vez señaló al joven guerrero que estaba al lado de Almarena, y al igual que ella, él también le dedicó otra mirada intensa, solo que de una forma que acentuó la tensión de Catriel, quien a ese punto estaba ya de los nervios. –…es mi hijo y futuro jefe de mi pueblo, Ikal. –Tras las presentaciones, Mamuat le devolvió la vista Catriel. –Os ayudaremos.

    Todos los indígenas se abrieron paso pasando por delante de ellos tras recibir la orden de su jefe. La joven Almarena se acercó a su padre y le murmuró algo en la oreja mientras Ikal desenredaba una cuerda que había en su cinturón, Catriel aprovechó tal despiste para girar a la princesa y acercarla a él.

  -Escúchame con atención. –Ebolet lo miró a los ojos. –Haz todo lo que te diga y por nada del mundo te expongas a ninguno de ellos.

    Ebolet quiso quejarse, decirle unas cuantas cosas pero unas manos la empujaron retirándola del rey de los Drakos y enfrentándola a Ikal, inmediatamente el joven guerrero indígena cogió sus muñecas con fuerza y comenzó atarla, Catriel tras verse arrebatado de su princesa con tanta determinación separó esas manos de las de Ebolet y lo enfrentó con una mirada de lo más aterradora.

  -¿Qué demonios estáis haciendo? –La voz violenta de Catriel provocó un silencio perpetuo en los presentes.

  -Atarla para que no se escape. –Ikal habló con soberbia, no temía a ese rey y no bajó su voz haciendo que la tensión se palpara en cada célula de cada uno de ellos.

  -No se escapará. –Aseguró Catriel con los dientes apretados.

  -¿Cómo estáis tan seguro? –Contratacó Ikal de la misma forma. -¿La conocéis tan bien como para darnos vuestra palabra?

  -No te atrevas a tocarla o…

  -No hace falta llegar a términos inadecuados. –Participó Mamuat posando una mano en cada hombro de cada guerrero que se enfrentaban mutuamente con la mirada, controlándose interiormente por no atacarse. –Puede que en vuestros reinos confiéis en todos, pero estáis en nuestras tierras, con lo cual, debéis seguir nuestras normas. –El anciano sonrió con paciencia, tratando de intermediar sin crear más conflictos. – Nuestras normas son claras y lo mejor es que la muchacha sea atada.

  -Aceptaré vuestras reglas, pero yo mismo ataré a mi sirvienta. –Ese “mi” lo intensificó mientras continuaba con su mirada fija en el joven guerrero. – Darme la cuerda. –Pidió Catriel ordenando de la misma forma que ordenaba al enemigo a bajar su arma cuando él mismo le apuntaba con la punta de su espada sabiendo que lo tenía ante la muerte.

    Ikal parecía reacio a dársela, pero al recibir una mirada furibunda de advertencia de su padre al fin este le entregó la cuerda y pasó por su lado con la mirada cargada de rabia contenida.

  -No os creáis más enemigos Catriel, no estáis en disposición de una guerra. –Advirtió el anciano con voz pesada. -Ya os he dicho que pertenecemos al mismo bando.

    Catriel lo miró duramente durante unos segundos y a continuación atrajo a Ebolet de nuevo a su lado para comenzar a atar las muñecas de la muchacha por delante.

  -¿Qué es lo que te sucede? –Le preguntó susurrándolo y con precaución. -¿Qué…?

  -Cállate. –Ordenó Catriel cortando cualquier queja de la muchacha y haciendo que ofendida, retrocediera unos pasos y lo mirara con ira.

    Sin más que una misma mirada, el rey de los Drakos tiró de la cuerda que maniataba a Ebolet y esta comenzó a caminar detrás de él. Se les unieron saliendo de todos los lados el resto de indígenas y comenzaron a caminar en banda atravesando el bosque que les quedaba.

    Caminaron durante largo rato, atravesando un bosque lleno de riachuelos, ramas gordas nacidas de la propia madre tierra y el sol, una caliente arma de los cielos rozando sus espaldas.

    Los indígenas los rodeaban y observaban atentos a esa extraña pareja. Almarena, a unos pasos por delante de ellos miraba de reojo al rey, mientras que su hermano Ikal, a sus espaldas no quitaba la vista de encima de la princesa, más de una vez Catriel se había girado para observarlo y se había cruzado con esa intensa mirada dedicada a la mujer que él arrastraba sin miramientos, esos gestos y esa intensificación no hizo más que enfurecerlo.

    Ebolet que trataba de seguir el ritmo impuesto por el guerrero, no se percató de ningún detalle que se originaba a su alrededor, solo que Catriel estaba molesto y, ni lo sabía ni lo entendía, es más, era ella la que debería sentirse molesta, él la había presentado como su sirvienta. Le enfureció el simple recuerdo. Agitó la cuerda y se detuvo, Catriel notó la parada y miró a la princesa, ardía el fuego en su mirada y aunque le fascinó, se sorprendió por la dureza con que ella le miraba.

    No la había tratado adecuadamente, la había arrastrado e introducido en ríos que les llegaba hasta la cintura sin la menor caballerosidad, tenía empapado el vestido, la falda se enredada en una de sus piernas dejando totalmente la otra al aire por culpa del trozo de tela que él había arrancado anteriormente. Aunque sabía que tenía que esconder su verdadera identidad no era el comportamiento más acertado el que le estaba dando y estaba seguro de que luego ella, se las haría pagar.

    Tiró con suavidad de la cuerda haciendo que ella avanzara unos pasos y se acercara a él.

  -No disgustemos a estos generosos hombres haciendo paradas tontas…

  -¿Tu sirvienta? –Lo cortó ella mordazmente entre susurros. Al ver el comportamiento, el rostro y la voz detonante de tal enfado, Catriel comprendió la molestia de la princesa.

    Un acto que le resultó gracioso.

  -Qué hubieses preferido, ¿Que te tachara de esclava? –Preguntó cómicamente y tiró, nuevamente de esa cuerda para comenzar a caminar, la princesa lo siguió y se colocó a su lado, Catriel acortó su paso para permitirse el lujo de continuar hablando con ella, para él era refrescante y le hacía olvidar la presencia del guerrero que los seguía.

  -¿Qué no es lo mismo?

  -Baja la voz. –Le ordenó mientras miraba esos rostros acechadores a sus lados. Los indígenas los miraban pero ninguno llegaba a escuchar lo que se decían. – Y no, no es lo mismo. Te aseguro que una sirvienta vive como una reina al lado de una pobre esclava.

  -No opino igual que tú.

  -Pues deberías, he visto el trato que reciben muchos esclavos y no le deseó eso a nadie.

  -Que bien los conoces. –Dijo con tal ironía Ebolet que Catriel se giró repentinamente en su dirección. -¿Acaso tienes esclavos a tus ordenes?

    Esa acusación le molestó, jamás tendría un esclavo, él vivía en libertad y cada aldeano de su reino tenia todos los derechos que se merecían, eran libres de ir y venir, de hacer con sus vidas lo que más quisieran y vivirlas como les viniera en gana, siempre y cuando respetasen a los que les rodeaban.

  -No, pero… No me importaría tener una esclava a mi servicio, es más, -Catriel tomó el brazo de Ebolet y tiró levemente de ella para traerla hacia él y tenerla cerca, después, posó sus labios en el oído de la muchacha. Repentinamente la princesa se tensó y comenzó a respirar con cierta dificultad. –podría comunicarle a Variant lo de nuestro encuentro en una bañera, explicarle tú comportamiento detalladamente y así, conseguir que te repudiara y te rechazara, de esa forma, con total libertad te llevaría a mi reino como mi esclava.

    Ebolet se retiró y le dio la cara con la barbilla alta, enfrentándolo.

  -Eso te gustaría ¿Verdad?

  -Ahora mismo. –Lo meditó y finalmente la miró con determinación. -Saboreo la idea.

  -Quieres verme con unas cadenas atadas a mis tobillos mientras limpio la mierda de tus zapatos y duermo en un celda presa para toda mi vida ¿Cierto?

  -No exactamente. –Catriel se imaginó muchas cosas de las que ella había dicho, pero totalmente diferentes. –Serias mi sierva personal, pero te tendría atada a otro lado y no dormirías en una celda. –Le dedicó una mirada diabólica y luego se acercó a su rostro donde repentinamente sintió el cálido aliento de ella sobre sus labios. –En mi habitación hay espacio de sobra para los dos y mi cama, es muy grande.

    Ebolet se ruborizó y su cuerpo le dio una pequeña sacudida que notó Catriel bajo su mano y que le agradó peligrosamente. Esa mujer era puro fuego en sus manos y su cuerpo estaba totalmente de acuerdo con él. La retiró tras unos segundos de intensas miradas y le dio la espalda, ojala pudiera hacer lo mismo con la bestia que se agitaba bajo sus pantalones. Ebolet recuperada se amarró a la cuerda y dio varias largas zancadas para poder colocarse de nuevo a su lado.

    Él no sería el último que tendría la palabra.

  -Jamás me sometería a tal vida contigo. –Le escupió con la voz un poco ronca. –Tendrás que buscarte a otra ramera.

    Dando la conversación por terminada alzó el mentón orgullosa por su descaro y adelantó al rey de los Drakos, pero tan orgulloso como ella y un poco cabreado por su último comentario, Catriel empujó la cuerda haciendo que la princesa perdiera el equilibrio y se cayera al suelo, entonces él se acercó, la levantó del suelo sin el más mínimo miramiento y la enfrentó.

  -Deberías tratarme con más respeto sierva, -Ese apelativo lo intensificó con definida intención para molestarla. –nuestros acompañantes nos miran y comienzan a murmurar.

  -Todo esto te divierte, eres un…

  -Cuidado muchacha, ahora mismo te puedo azotar sin que nadie me lo impida.

  -Terminaran enterándose de quien soy.

  -Reza para que eso no ocurra, no te puedes imaginar cómo tratan los indígenas a las princesas solteras.

    Ebolet se calló abruptamente y tragó pesadamente. Esta vez sí que había conseguido dar en el clavo. Ese comentario mantuvo callada y más mansita a Ebolet, ella siguió la marcha detrás de él sin rechistar y temerosa mientras miraba con otra cara los rostros de los hombres que la rodeaban. Hasta incluso él se había relajado, y actuando sobre la marcha del camino que seguían, decidió ayudar a Ebolet a traspasar algunos encauzados caminos, aunque la molestia de su cuerpo no se fue tan fácilmente y cada vez que tocaba a la princesa le atacaba con ferocidad, pero prefería ser él el que se encargara de eso, que el joven guerrero Ikal, quien, en más de una vez había levantado la mano para sacar a la princesa, de alguna corriente de agua embravecida.

    No era de los hombres que cuestionaban las actitudes, sacaba conclusiones y siempre acertaba, pero ahora… Todo le daba de patadas y lo peor de todo es que, esos sentimientos eran principalmente a causa de Ebolet y el no poder actuar como él deseaba.

    Ya que tristemente, tenía que recordarse que la mujer que le ansiaba poseer, pronto sería entregada a otro hombre.

    Ebolet, no era para él.

Se que el capítulo de hoy ha sido muy corto. Bueno, quedan cuatro capítulos largos para terminar la primera parte, pero los dos últimos están para escribir, por eso retraso un poco la historia. Me pondré con ellos nada más suba uno de No te encadenes, después dejaré todas las historias para terminar esta, de ese modo no me lío y las mezclo, y cuando termine esta, terminaré las otras.

Un enorme beso para todas!!!!!

    Bueno, hasta el jueves.

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