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Capítulo 18

    En las profundidades oscuras de un laberinto arenoso yacía el cuerpo de Ebolet, se encontraba dormida, reposando su cuerpo en un manto de arena blanca, blanda y aromática. Sus ojos se abrieron lentamente abriéndose paso tras una nube borrosa que cubría su mirada hasta que por fin se acostumbró a la limitada luz que la rodeaba. Se incorporó con la ayuda de sus brazos y miró con suspicacia su cuerpo, pero no había herida visible, solo interna; el costado y un poco la cabeza le dolía pero era un dolor soportable, entonces al ver que no había sufrido ninguna desgracia que le impidiera menearse se alzó totalmente del suelo para comenzar a inspeccionar el lugar donde había caído.

    Primero miró al techo, cerrado y sin ningún rastro de Catriel, después miró alrededor, dos salidas y las dos con los mismo diseños. Al fin, guiándose por el camino que habían tomado desde el principio solo que en el piso de arriba se dispuso a continuar por el mismo lugar, hacia dentro de la garganta de esa jaula de muros, pero en vez de jeroglíficos como en los anteriores pasillos en estos solo había piedra cuadrada grande, en un tono blanquecino y con una iluminación inferior a la que antes los había guiado y esta vez, otro contratiempo, estaba sola, en un lugar desconocido, peligroso y a la busca de su guerrero.

    Caminó sola, asustada y pegada a la pared, mirando en todo momento a su espalda, el silencio como la soledad la seguía y ese dato era aún peor que un extraño sonido, el miedo penetraba en su cuerpo y verse tan desprotegida, sin un arma con la que defenderse tan solo que con sus propias manos no la ayudó mucho a sentirse mejor.

    Respiró con contadas pulsaciones y marcó sus pasos. Ella era una guerrera, ella había matado a tres escorpiones y se había enfrentado con una bandada de Amantrapolas cabreadas, ella podía conseguirlo. Con el ánimo un poco más aventurado tomó una antorcha de la pared y se adentró más en el laberinto.

    Los caminos eran todos iguales, idénticos y por muchos tramos con los que se había cruzado había decidido guiarse por su instinto y continuar hacia delante, dobló varias veces y retrocedió al verse en un callejón sin salida, pero no decayó, continuó sin detenerse y sin hacer el más mínimo sonido, hasta que todo comenzó a cambiar de nuevo.

    Esta vez se mantuvo en el centro, evitó dos enormes paredes de piedra que se cruzaron por uno de sus lados y un suelo que se vino abajo, cerró los ojos por no ver el incitante precipicio y sintió el viento que hacían esas paredes al moverse con gran rapidez. Cuando todo terminó se atrevió abrirlos y se vio colgando en el aire encima de una larga y estrecha pasarela. Miró hacia abajo y al posar uno de sus pies en la orilla se desprendió varias piedras, se echó hacia atrás de inmediato.

  -¡Ebolet!

    El grito venia de los cielos y en lo alto, en una pasarela idéntica a la que estaba, se hallaba Catriel llamándola. El corazón le dio un vuelco, estaba tan cerca pero… ¿Cómo podía llegar hasta él?

  -No te muevas de ahí, ahora bajaré a por ti.

    Pero en el momento que Catriel danzaba sus alas al aire una enorme pared se abrió paso hacia Ebolet, se deslizó por el puente con un sonido espeluznante y a gran velocidad.

    La muchacha miró a su guerrero y como esa pared se movía fugaz en su dirección. No le daría tiempo, no la salvaría.

    Con espanto Catriel miró como ese muro se escurría por el puente, sus ojos estaban puestos en Ebolet y en la cercanía de la amenaza de ese enorme trozo de piedra, gritó que corriera y la joven muchacha por primera vez obedeció. Ebolet comenzó a correr por la pasarela hacia el otro extremo donde se zambulló por la boca de la gran arcada, y a tiempo, ya que la pared, tapó ese hueco como un baúl bien cerrado. Catriel escondió sus alas y salió corriendo tomando la misma dirección que la princesa, solo que, unos cuantos pisos más arriba.

    Una enorme sala iluminada de velas rojas le dio la bienvenida, Catriel se detuvo y observó a su alrededor, cuatro direcciones que tomar, cuatro salidas por donde decidir y ninguna de ellas le dio la pista por cual seguir, se pasó las manos por la cabeza y maldijo en voz alta, soltó un grito que hizo estragos en la piedra, todo tembló brevemente, solo unos segundos pero lo suficiente para que la arenilla y las piedras, de pequeños tamaños, se desprendieron de sus grietas para caer a un suelo arenoso, tal pequeño desprendimiento no agitó al rey, más bien, fue el siguiente temblor, la siguiente oleada de ruido, sonido cacofónico de patas grandes retumbando contra el suelo, fue lo que captó su plena atención.

    Algo grande se acercaba a él a una velocidad cada vez más tempestuosa. Catriel sacó sus dos espadas de la espalda y esperó, daba vueltas lentamente sobre sí mismo, mirando arcada tras arcada, salida o entrada, esperando ansioso a la bestia que se avecinaba en su dirección, pero de pronto, como si se detuviera abruptamente el sonido, todo se detuvo en seco.

   Un silencio ensordecedor lo envolvió hasta el infinito, tan solo el latido de su corazón. Solo unos segundos, y de nuevo, un insoportable y escalofriante rugido, una señal de peligro, las patas volvieron a chocar contra el suelo a la misma velocidad solo que esta vez, el continuo traqueteo se alejaba en otra dirección. Catriel fijó la vista en la salida que por fin descubrió, el mismo lugar de donde procedía ese retumbar. Todo su cuerpo se congeló.

  <<Catriel, va a por ella, la ha descubierto y el depredador, guardián del templo la va a atrapar, tienes que salvarla. >>

    Las voces de las mujeres cantarinas que ya anteriormente le habían hablado en otras ocasiones, cantaron en sus oídos pidiéndole ayuda. Su sintonía era extraña y cada palabra hurgó en el cuerpo de Catriel de una forma dolorosa, sintió miedo, horror y después toda la energía vibró por su cuerpo.

  -Ebolet.

  <<Corre. >>

    Y corrió tomando esa dirección, como si una luz blanca y brillante le mostrara el camino que debía tomar y por donde dirigirse para encontrar a la muchacha.

    Al fin distinguió al depredador cruzarse por su camino, apretó las espadas fuertemente contra sus manos y corrió tras él, el problema es que, la carrera se vio interrumpida por otra ola de movimientos.

    Las paredes decidieron tomarse su propia conquista y comenzaron a cambiar, a moverse veloces para intentar atrapar al rey en un hueco y retirarlo del camino que había tomado, pero Catriel las esquivó, torció y saltó unas cuantas veces, evitando un encierro, una bifurcación de su camino y sobre todo, que ese templo no lo alejara de Ebolet.

    Resbaló sin perder el equilibrio por una lisa cuesta muy empinada que utilizó como tobogán, solo que el final era un foso sin fondo, donde la oscuridad cubría una caída libre, consiguió detenerse antes de tiempo y aprovechó una pasarela que se movía a sus pies a gran velocidad, saltó sobre ella y continuó encima hasta que encontró una salida a otro pasillo.

    Dio un impresionante saltó, atravesando unos metros largos de altura y cayó magníficamente en la orilla de ese pasillo. Poco a poco todo fue manteniendo la calma deseada y las paredes dejaron de moverse. El guerrero respiró y soltó un sonoro silbido al ver a sus pies, el oscuro pozo sin retorno del que se había librado de milagro.

    Después de que su corazón dejara de latir a una velocidad vertiginosa miró con decisión hacia el interior del nuevo pasillo que había elegido y comenzó de nuevo su carrera en busca de la princesa.

    Recorrió tres pasillo tomando tres direcciones y la última, casi al final, era una línea recta donde las paredes de piedras fueron sustituidas por paredes de agua, agua que nacía del suelo y subía hacia arriba en línea recta, como si esas salas tuvieran gravedad, solo que al guerrero no le afectó en absoluto ese efecto de la naturaleza, solo causaba influencia a las pequeñas cascadas perfectas que lo rodeaban. 

     Y justo al final de tal hermoso pasaje, la doncella que él buscaba, justo en el centro de una cascada en forma de media luna a su espalda.

    Su corazón volvió a latir involuntariamente y el pecho se le hinchó como si hubiera visto a una diosa de ébano, la imagen era trastornadora, su cuerpo reaccionó de inmediato a ella, como cada vez que la veía. Estaba atrapado en un hechizo que le había lanzado esa mujer sin ni siquiera mover un dedo y todo eso sumado con el grabe comportamiento de su nefasto cuerpo y su interpuesta virilidad, todo se convertía en un maldito desastre y la descendiente caída en picado de todo él.

  -Maldita mujer. –Gruñó para sí solo, con los dientes apretados.

    Sacudió la cabeza y volvió a gruñir, pero ese último quejido se vio interrumpido por uno aún más intenso, grabe y bestial que salía del otro lado de la cascada donde él estaba. Ebolet también lo escuchó y se dio la vuelta, primero miró a Catriel y sus ojos brillaron de esperanza pero cuando sus ojos dieron con la bestia que había al otro lado, el terror llenó ese color negro, y el blanco, palideció su bello rostro.

    Catriel sacudió la espada y la lentitud actuó sobre ellos. La bestia comenzó a correr en la dirección de la princesa, Catriel por el otro lado, copió su actitud danzando al mismo paso que el depredador. Para mala suerte del rey, esa bestia iba más encabezada, dos pasos más.

    Ebolet miró la escena aterrada y dio unos pasos hacia atrás. El tiempo parecía detenerse y parecía que el guerrero no fuera alcanzar su destino.

    En un auto reflejo desesperado lanzó su espada y esta traspasó el fluir tranquilo del agua, voló rápidamente por el corto camino y terminó sesgando el cuerpo duro del ser. El filo de la espada se clavó en uno de los muslos del cuerpo humano del depredador y, dolorido se venció hacia delante gritando.

    El guerrero obnubilado por la furia aprovechó ese deleite de dolor y traspasó la capa cristalina y fría de agua para enfrentarse directamente con el depredador. El primer golpe lo recibió Catriel, la bestia se recuperó antes de lo inesperado y lanzó al rey por los aires

    Cuando sacudió la cabeza se dio cuenta de que la bestia, enorme de dos patas con un rostro llenos de cicatrices, se acercaba a él bramando y blasfemando en un idioma que ni el propio rey comprendía. El ser se agachó y sin dejar que Catriel pudiera defenderse lo alzó en el cielo y volvió a estampar su cuerpo contra una de las paredes con la simple fuerza de aquel que coge un conejo del pescuezo y lo tira en un agujero.

    Catriel se incorporó a cuatro patas esperando el siguiente golpe, pero al ver la tardanza en ese monstruo, decidió ver que entretenía tanto al ser que no le propinaba otro golpe al rey caído, y las imágenes que a sus ojos llegaron fueron tan burladas como espeluznantes.

    Ebolet, en un intento de ayudar al guerrero, le arrojó a la bestia una enorme piedra, consiguió aturdirla pero no lo suficiente como para que dejara su perfecta ejecución. En un último arrebato se echó sobre su espalda y enrollando un brazo en el cuello del ser, trató de ahogarlo. La bestia cabreada se movió nerviosa, tratando, en balde de quitarse ese peso extra que se pegaba a su espalda con ganas. Dos intentos después de lanzar su mano al aire y no obtener nada de ella, el ser caminó hacia atrás y golpeó a la princesa contra la pared.

    En el segundo golpe Ebolet se soltó y aturdida cayó al suelo, para su suerte Catriel ya se encontraba con fuerzas suficientes. Actuó con rapidez, en dos golpes hirió los muslos del ser, un tercero en su estomagó lo derribó y el tercero fue la estocada de la muerta ya que, tras dar una violenta vuelta para coger fuerza, rebanó al cabeza del depredador.

    La sangre negra de ese ser, manchó su espada y el suelo, la cabeza, más lentamente resbaló de su cuello y se fundió, tras dos vueltas, en la misma piedra manchada. Las respiraciones miraron con atención cada trozo de ese cuerpo asegurándose de la claridad de la muerte del Depredador.

    Catriel se giró y miró a Ebolet, ella lo miraba impresionada, con los ojos de la noche rodeados de estrellas en un cielo oscuro y eterno en el que deseaba perderse, pero su enfado por todo lo sucedido razonó con su conciencia y cada uno de sus pensamientos se sumergieron en su interior.

  -¿Por qué siempre tenéis que desobedecer?

    La confusión y la sorpresa impregnaron totalmente una cara que antes sonreía aunque sus labios no mostraran nada, y esos ojos, al igual que su boca se abrieron sin comprender.

  -¿Y que se supone que he desobedecido, Milord? –Se mofó Ebolet.

  -Te pedí, te rogué y te supliqué que no tocaras nada.

  -Bueno, más bien creo que me lo ordenasteis… Pero, ¡Yo no toque nada!

    Como si esos gritos crispados hubiesen sido un interruptor, el templo, dispuesto a deshacerse de sus intrusos comenzó no solo a moverse, sino a desprenderse como si fuera la arena de un reloj. Y así actuaron la pareja, a moverse a contra reloj.

    Catriel tomó a Ebolet del brazo y tiró de ella. Corrieron por los pasillos sin saber muy bien a donde dirigirse o qué camino tomar. Pasillos, copias entre sí o habitaciones que tomar, tan similares como las que dejaban atrás. Mientras, las paredes se vencían para aplastarlos, los techos caían en arenas movedizas para poder engullirlos y los finales se terminaban en profundos fondos sin fondo.

   Uno de los pasillos que tomaron se convirtió en una bajada y ambos se resbalón por ese estrecho hueco hasta hacer en una pequeña pasarela. Una puerta delante de ellos les dio una certera salida y antes de que todo perdiera su glorioso efecto de templo, Catriel cogió a Ebolet en brazos y se encaminaron, con varios saltos a esa salida. Pero entonces, otra caída libre les dio la bienvenida.

  -Cuando te diga… ¡Salta! –Gritó Catriel sosteniéndola por la cintura.

  -¿Qué?

  -Ahora, ¡salta!

    Saltaron. En el momento que sus cuerpos tocaron tierra, estos rodaron, dando varias vueltas sobre sí mismos y cayeron en un agujero resbaladizo que se convirtió en una especie de cueva que poco a poco iba desapareciendo hasta dejarla totalmente atrás. Aparecieron en el exterior donde el bosque los acunó en sus abrazos mientras ellos continuaban rodando.

    La cuesta por donde se precipitaron se acortó dando paso a una tierra más plana, a un espeso y solido suelo formado de hierba. Los dos cayeron boca arriba, uno al lado del otro y soltaron la respiración mientras fijaban la vista en un cielo azul, despejado y con la sombra de los arboles posándose sobre sus cuerpos.

    En el momento que el cuerpo de Ebolet se incorporaba sentado, el enorme cuerpo del guerrero la abordaba encarcelándola con su propio cuerpo y devolviéndola al suelo de nuevo.

  -Os dije que no tocarais nada.

    Rabia, tensión y aguante, todo eso se reflejaba en su cuerpo y en su voz, que ardía por desear expulsar una rabia viva contra la princesa. Ebolet consternada lo observó y luego fijó su vista en el espécimen que la tenía acorralada encima de su cuerpo. Ella no había tocado nada, no era la culpable de lo que había sucedido.

  -Otra vez…

  -Os lo repetiré las veces que me dé la gana. –Le replicó Catriel.

  -Y yo os digo que no toqué nada, estúpido. –El comportamiento de Catriel no hacía más que enfurecer a la princesa.

  -Mentís más que habláis, muchacha. ¿Qué demonios tenéis dentro de la cabeza? ¿Es que acaso esta hueca?

    Los ojos de Ebolet se abrieron estupefactos por el insulto, ese hombre era incorregible y petulante. Deseaba con todas sus ganas darle un guantazo, pero se abstuvo, no obstante, le colocó las manos en el pecho y le dio un pequeño empujoncito.

  -Quitaos de encima…

  -No me deis ordenes, princesa. –La voz de Catriel se había tornado fuego ardiendo y su inmenso cuerpo estaba totalmente tenso. –No cometáis ese error, yo no soy uno de vuestros vasallos.

  -Ni yo una de vuestras rameras… -Un pequeño apretón en sus brazos hizo callar la boca de Ebolet.

  -Sois…

    La miró intensamente a los ojos y luego bufó mientras en su garganta se ahogaba un grito de impotencia. Esa mujer comenzaba a sacarlo de quicio. Estaba en ese maldito lugar por culpa de ella, sus delicadas e intactas manos no se habían podido coger a nada antes de caer al agua, había tenido que ser él y su maldita conciencia quien fuera en el auxilio de la muchacha, y ¿Para qué? Esa mujer no le pertenecía.

    Maldita sea, se criticó duramente Catriel. Ebolet era como una valquiria, guerrera, hermosa y valiente, pero su temperamento era insoportable, lo sacaba de quicio y su límite estaba más cerca de lo que se imaginaba.

    Se levantó del suelo y cerró los puños junto con los ojos con fuerza mientras le daba la espalda, y todo por controlar la salvaje bestia que arremetía contra él con violencia.

  -Levantaros. –Ordenó tal cual como si se tratara de la criada que limpia los cobertizos.

    Los mismos acontecimientos actuaban de la misma manera contra Ebolet, que detrás de esa orden su rostro se coloreó en un rojo fuerte.

  -No me deis ordenes vos a mí tampoco, no soy… -Catriel se giró y la acribilló con la mirada, la furia ardía en ambos rostros. Ebolet no se acobardó, alzó el mentón y le dedicó la misma mirada. –Todo es culpa vuestra, si no hubieras tenido que demostrar vuestra poderosa fuerza, vuestra alta liberación de liderazgo y vuestro alto ego, con vuestro primo, nunca hubiésemos caído, -Todo lo decía con sarcasmo y haciendo movimientos exagerados con las manos. – pero claro, sois el rey de los Drakos, el fuerte dragón dorado corre por vuestra sangre, tenías que demostrar que sois más fuerte que nadie.

    El guerrero la miró brevemente en silenció mientras tomaba una bocanada de aire. Las palabras de la mujer le habían recordado el acto de Celso. Su primo, ese desgraciado, aun después de su amenaza se había atrevido no solo a tocarla, sino a besarla. Cuando Laird se lo había contado, simplemente como una información para que controlara a su primo, no dejó terminar a su más fiel aliado, la ira y la adrenalina, se centraron en él al imaginarse a su primo besándola, y el resto vino solo.

    Y ahora esa mujer le recordaba su actuación penosa, una actuación que dejaba bien claro algo que se había negado una y otra vez. Aquello a lo que no deseaba dar nombre, se hacía cada día más llamativo y preocupante mente más visto para él mismo. Pero no, nunca seria real hasta que él mismo lo aceptara, y no pensaba aceptarlo.

  -Sois, princesa, una cotorra molesta.

  -Y vos un descerebrado. –Catriel la observó, tenía la cara roja, el cuello tenso y sus brazos se contoneaban de lado a lado hasta terminar encima de su cintura en una posición de jarra.

  -¿Habéis terminado?

  -No. Quiero que reconozcáis que ha sido culpa vuestra.

  -No. Vos tocasteis algo que no debíais ahí dentro. –Catriel señaló la cuesta por donde habían caído. –Casi nos matáis.

  -Vos me empujasteis por el precipicio, casi me matáis a mí.

    Catriel meneó la cabeza de lado a lado y volvió a bufar.

  -Es imposible tener una conversación contigo, agotas hasta el más borracho de la aldea. –Le dio la espalda y comenzó a caminar introduciéndose por el bosque.

  -No me deis la espalda, no hemos terminado.

  -Oh, sí, sí que lo hemos hecho. –Catriel continuó sin hacerle caso a Ebolet, la muchacha desquiciada corrió tras él.

  -¿Hacia dónde os dirigís? Ni si quiera sabéis donde estamos. –Ebolet tropezó varias veces y tuvo que cogerse el vestido con las manos para que no se enganchará con nada.

  -Me fío de mi instinto.

  -¿Instinto? ¿Es que acaso sabéis que es eso? O…

    Las palabras insultantes de la princesa se quedaron atascadas en su garganta ya que una rama se había enganchado en la orilla de su cola y esta le había hecho perder el equilibrio haciendo que se cayera, por suerte la mano de Catriel fue rápida y se adueñó de su brazo antes de que la muchacha cayera de boca.

    La alzó manteniéndola de pie y sacó de su espalda la daga dorada de Ebolet, la misma con la que había rajado su piel y la misma que había estado conservando hasta ahora. La princesa vio la daga en sus manos pero no se fijó que era la suya, tan solo vio una amenaza imprenta en ella, se echó hacia atrás asustada, pero Catriel la mantuvo donde quería, luego le enseñó la daga con una sonrisa malévola.

  -¿Qué?... ¿Qué estáis haciendo?

  -Alimentar mi ego… ¿Tu qué crees que estoy haciendo?

    Ebolet no lo sabía, solo veía su daga en las manos de él y su cuerpo demasiado caliente cerca del de ella. Por su cabeza pasaron una centenar de cosas descabelladas y todas ellas muy peligrosas, reacciones que se hicieron evidentes en su rostro y que animó a Catriel a guardarle la sorpresa y someterla un poco más, pero estaban perdidos, en a donde sabe quién y con poco tiempo que perder, con lo cual, por mucho que lo fastidiara, tenía que actuar

    Las rápidas manos de Catriel soltaron del brazo a Ebolet y acto seguido esas mismas manos volaron al vestido de la muchacha, tres cortes después, el vestido de la princesa había sido recientemente diseñado. Catriel tiró la tela sobrante a un lado en el suelo y luego la miró a ella, Ebolet estaba sorprendida.

  -No te hagas ilusiones, si no ha sucedido ya, no sucederá jamás.

    El guerrero se dio la vuelta, se guardó la daga donde estaba y comenzó a caminar de nuevo. Ebolet una vez recompuesta lo siguió en silencio hasta que las palabras pudieron salir de su boca.

    Por un momento, al ver a Catriel tan cerca cortando la tela se imaginó algo muy diferente de lo que había hecho, por un momento ante su mente y su imaginativa cabeza le había hecho creer que ese rey volviera de nuevo a intentar besarla, pero no, es más, se sentía rechazada y dolida y cabreada y toda esa furia quería descargarla con el hombre que tenía delante de ella tratándola como una vulgar sirvienta.

  -No os dado la confianza para que me tuteéis. –Ebolet se adelantó a él y lo frenó colocándose delante de su camino.

  -Pues acostúmbrate, yo tampoco te he dado la confianza para que me des órdenes, y aquí estas, comportándote como un maldito genératele.

  -¿Genératele? Seréis un arrogante y patán.

    Ebolet sacudió sus faldas y se enfrentó a él, pero Catriel pasó por su lado esquivándola y le dio la espalda de nuevo para continuar hacia delante, entonces, Ebolet se dio cuenta de un detalle fundamental. El rey de los Drakos se había adueñado de su daga, su precioso obsequio y el único recuerdo material que le quedaba de su padre.

  -¿Por qué me robasteis la daga? –Catriel se giró y la miró con las cejas alzadas. No era en si la pregunta, era como la había formulado y en el tono sarcástico en que lo había dicho.

  -No soy un ladrón…

  -Por supuesto que no, por eso tenéis mi daga en vuestra espalda colgando. –Ebolet continuó con su sarcasmo. –Decirme rey ¿Es que ahora tendré que dormir con un ojo abierto?

  -Cállate ya, Ebolet, no te robé nada, te cogí la daga para curarte… Un error por cierto.

    ¿Era sincero? ¿De verdad se arrepentía de haberla curado? Escucharle decir tal cosa fue como una patada en el estómago para Ebolet. Tragó saliva y alzó el mentón desafiante, ese hombre no la hundiría más de lo que ya estaba.

  -Sí, tomasteis una mala decisión, debisteis haberme dejado morir.

    Con el estupor de Catriel en la dolorida voz de la muchacha, Ebolet aprovechó esa falta de atención dándose la vuelta y continuando su camino ella sola. Catriel más atrás pensó en esa decisión y se dio cuenta de que no se arrepentía de haberla salvado, para nada, ni siquiera sabía el motivo de por qué lo había dicho, tal vez esa mujer lo desconcentraba más de lo que se imaginaba.

  -¡Ebolet! Espera. –Catriel salió detrás de ella, estaba decidido a pedirle perdón o al menos intentarlo, su último comentario era demasiado ofensivo y sobre todo mentira, no debería haber dicho nada. –Ebolet, -Consiguió atraparla del brazo, frenarla y darle la vuelta. -no era mi…

  -No me toquéis. –Ebolet sacudió su brazo y se quitó de encima esa gran mano de un brusco tirón. Ese auto reflejo agresivo de la muchacha calló cualquier perdón en los labios de Catriel que en ese momento se convirtieron en una línea recta y tensa.

  -¿Es otra orden?

    La princesa bufó y continuó su camino mientras farfullaba mil maldiciones contra el hombre que la seguía, quien farfullaba lo mismo, solo que, en un tono más alto que la muchacha.

    Entre los dos se dedicaron tales delicias como: Asno, zopenco, egocéntrico… Mal criada, descerebrada, egoísta y muchos más. Los dos se insultaban mutuamente siempre con una réplica más dura y más ofensiva que la anterior, hasta que una de las palabras criticas de Ebolet no fueron contestadas, es más, ni siquiera se escuchó a Catriel. El silenció llenó el ambiente y una extraña preocupación atacó a Ebolet.

    Su cuerpo se giró a su espalda y su mirada se fijó en la espesa vegetación, los árboles y las finas luces de los rayos solares entrando en ese bosque desde los cielos era lo único que sus ojos observaron, su guerrero no apareció. Volvió atrás en sus pasos justo por el mismo lugar de donde había venido hasta que halló a Catriel colgando de un árbol boca abajo, donde sus tobillos se unían con presión a través de una cuerda a su alrededor fijamente puesta ahí. Se acercó a él, el rey intentaba balancearse para llegar al nudo.

  -¿Qué estás haciendo? –Catriel al fin dejó de menearse y la miró.

  -¿Has dejado por fin el formalismo? –Ebolet frunció las cejas sin comprender. –Me estas tuteando. –Aclaró Catriel mirándola desde una perspectiva diferente que le agradó. El rostro de Ebolet estaba justo a la altura de su rostro, y si la muchacha se acercaba un poco más, sus labios se encontrarían con gran facilidad.

    Ebolet sacudió la cabeza ya que por un momento esos intensos ojos habían adquirido el tono verde claro intenso y ese cambio de color denotaba cambio de humor en su dueño.

  -¿Por qué estás ahí arriba?

  -¿Qué te parece a ti? ¿Crees que me gusta estar en esta postura?

  -Pues baja.

  -Eso intento mi señora pero…

    Una flecha surcó el aire, atravesó los árboles y terminó rasgando uno de los brazos de Catriel, tras el sonido de dolor que hizo el rey un pequeña parte de hombres salieron de la nada y los rodearon.

    Los fuertes brazos de Catriel se alargaron con rapidez hacia la princesa, amarrándola como si fuera una muñeca de la cintura para con una muy mala postura tirar de ella y apresarla en su total cercanía. Ebolet, dejándose llevar por el rey colgado boca abajo, se estampó contra su pecho y luego comenzó a mirar a esos hombres.

    Estaba asustada, eran unos diez y todos ellos parecían desechos humanos, sus harapos eran trozos de telas mal cortados y mugrosos, como sus rostros, donde se podía ver claramente mohín o simplemente la suciedad de años no lavada, y sus olores era la descomposición de animales muertos.

    Esos hombres se acercaron más a ellos, mirándolos con incógnita ladeaban sus cabezas de lado, sus fosas nasales se abrían exageradamente para oler mejor a sus presas y sus bocas se hacían agua al ver a la muchacha que respiraba agitadamente delante de ellos.

    Uno de los sabuesos se acercó a la pareja, adelantándose a los otros, Catriel intentó empujar de Ebolet para que la muchacha retrocediera, casi estuvo tentado en subirla con él, pero su brazo herido no dejaba de sangrar y la herida le palpitaba con gravedad.

    El sarnoso sabueso que se había adelantado a su mínima legión comenzó a menear el dedo en círculos y luego en una lengua extraña lanzó un grito a su espalda, el resto lo siguió con el mismo grito irritante.

    La imagen era aterradora, esos hombres la miraban con una gran lascivia, cada uno de ellos la deseaba y el cuerpo de Ebolet temblaba, casi no respiraba y se amarraba a las manos que la mantenían cogida con fuerza, tanto que sus uñas se habían clavado con presión a la carne de Catriel, que en ese momento miraba la escena cargado de furia.

    El cuerpo de Ebolet era un templo, su templo y nadie que no fuera él lo tocaría jamás. No sabía cómo salir de esa sin ponerla a ella en peligro, la daga, la tenía en la espalda pero estaba muy controlado, cualquier movimiento que hiciera podía ser su perdición o el de la muchacha, tenía que pensar algo rápido.

  -¿Quiénes sois? –Susurró la asustada chica.

  -¿Quiénes somos? –El sabueso que había justo delante, quien debía ser el líder soltó una intensa carcajada. -¿Quién eres tu muchachita?

  -No les digas nada. –La voz de Catriel sonaba rabiosa y aunque tan solo fuera un mero susurro el sabueso líder lo escuchó.

  -No os preocupéis muchacha, ya tendréis tiempo de gritar, rugir y gruñir.

  -Como la toquéis…

  -¿Qué nos harás?

  -Os torturaré, os arrancaré la piel a tiras y luego os mataré lentamente.

    Primero el líder, después sus ratas fueron riéndose, enseñando una dentadura asquerosamente repugnante, unos dientes negros, carcomidos y deformados. A Ebolet le dio un escalofrió de ver tal imagen espantosa.

  -Que dramática situación guerrero, vos, colgado de una rama y nosotros… a punto de dominar a vuestra dama.

    El líder sacudió la mano y dos de sus hombres se acercaron lentamente a Ebolet, Catriel se movió cambiando de ángulo a la muchacha y golpeando a esos bastardos, pero dos más se avecinaban tras la orden de su líder al ver lo inútiles que habían sido los dos primeros.

    Al ver tal falta de armas, Catriel cogió la daga de su espalda y con un movimiento maestro la colocó disimuladamente y escondida entre las telas del vestido de Ebolet, a continuación soltó a la muchacha para propinarle un golpe a uno del segundo equipo, pero esta vez los sabuesos se lo esperaban y actuaron con rapidez dándole un golpe detrás de otro.

    Ebolet al ver la escena se ensañó y con gran valor golpeó a uno de los hombres que había herido a su guerrero, consiguió derribarlo de ese simple golpe y se giró para pelear con los otros dos que quedaban en pie pero en el momento que sus manos se alzaban, el líder la tomó del brazo y la estrujó contra su cuerpo. La princesa bloqué su agarre, pero ese hombre la tenía bien cogida y no solo eso, su otra mano había subido hasta su rostro y acunó su barbilla con fuerza.

  -Mmm. –Olió su aroma con ambición y la miró con una amplia sonrisa. –Además de hermosa y oler de maravilla sois una mujer muy valiente, audaz y rápida. Seréis una buena conquista.

  -No sois más que basura, insectos carroñeros y…

  -Moderar esa boquita muchacha. –El líder presionó con fuerza el agarre lastimando a Ebolet que luchó por liberarse. –Y estaros quieta si no queréis que marque ese rostro tan hermoso.

    Ebolet al escuchar eso se removió inquieta, pero no había forma de liberarse, la mano del asqueroso líder subió hasta sus labios, restregando unos dedos sucios y mal-olientes por su carne.

  -Esta noche os convertiréis en mi banquete personal.

    Las arcadas llegaron hasta la garganta de la muchacha que ante esa predicación actuó de una forma locuaz mordiendo con saña esos dedos que atrevidos la habían tocado. El líder la soltó gritando de dolor y mal diciendo, Ebolet retrocedió unos pasos hacia atrás aunque inmediatamente fue rodeada por el resto de sabuesos.  La princesa no se acobardó y levantó el rostro desafiante hacia su captor, cuando este, recuperado del improvisto ataque la miró, toda la ira y el fuego cayó sobre ella de una forma escalofriante.

    No tuvo tiempo de verlo venir, solo sintió el terrible golpe en su cara, el líder la había abofeteado de una manera rabiosa, era tal la fuerza que había empleado que la princesa cayó al suelo. Catriel, colgando y mal herido lo vio todo con sus propios ojos, primero como esa rata sarnosa la había tocado, después como se había atrevido a golpearla y por último a la princesa en el suelo.

  -Te partiré la crisma, maldito cerdo. –Amenazó Catriel antes de que todo adquiriera una marcha frenética, mientras el filo de la punta de una espada lo señalaba.

    Uno de los sabuesos cogió a Ebolet del pelo y la alzó tirando de ella con fuerza, su líder, con una sonrisa depredadora en la boca se acercó a ella, lentamente, dando pasos modélicos de alguien que no sabía diferenciar donde estaba la derecha o la izquierda pero a la vez saltándose los pasos de la elegancia a la hora de la caza, dos más rieron mientras observaban la escena, Ebolet con las atentas miradas lascivas de los sabuesos en su cuerpo escondió su brazo disimuladamente y amparó la daga en su mano.

    No tenía mucho que hacer, el peligro estaba presente, eran unos cinco o seis hombres contra una mujer y su guerrero atrapado en una trampa de la cual no podría escapar él solo. Ebolet racionalizó el instante que vivía y la poca oportunidad que tenía de escapar sin ayuda, solo tenía una oportunidad, una pequeña salida y que los dioses la ayudaran.

    En el momento que el líder estuvo justo delante de ella sacó la daga de su escondite.

  -Veréis que le pasa a las mujeres que se portan mal conmigo. Esta noche será inolvidable para vos, Orquídea blanca. –Amenazó el líder muy cerca de ella enseñando esos dientes podridos en una sonrisa enferma.

    Garras, dientes, espadas y lanzas, todo eso paso por su vista antes de alzar la daga, sesgar el viento en un rápido y fluido movimiento, y finalmente, cortar limpiamente la mejilla del líder, luego se giró a su espalda y golpeó a su captor en sus partes. Después, con la misma dirigida atención lanzó la daga volando y esta surco el aire. Con todos despistados o alucinados por tal actuación, se dio media vuelta y salió corriendo.

  -¡Coger a esa zorra! –Rugió el líder con una mano taponando el corte de su rostro, una fea marca que añadir a su colección, solo que esta herida se la había infringido una mujer y eso, a su masculinidad, no le sentaba muy bien. Cortó un trozo de su ropaje ennegrecido para usar de venda y salir detrás de Ebolet, pero el sonido de un golpe seco lo frenó. -¿Pero, cómo demonios?

    Tras el despiste por fijarse en la valentía de la mujer no se habían percatado de hacia donde se había dirigido la daga que Ebolet había lanzado, pero ahora, al ver al guerrero levantándose del suelo con el cuerpo temblando y la mirada poseída por un demonio, lo imaginaron todo a la perfección.

    Ebolet, en una última decisión y sabiendo que nunca saldría sola de esta, lanzó la daga a la cuerda que mantenía preso a su guerrero y la cortó, Catriel había caído al suelo en un golpe seco y de lado, acentuando el dolor de su brazo ya herido. Pero nada le impidió alzarse, estaba cabreado, enfurecido y deseando partirle la cabeza a esos hombres, y más especialmente a su líder.

    La bestia descomunal de un bárbaro enfurecido se alzó a por ellos, un hombre, un solo hombre desarmado los observó cabizbajo, fundiendo su mirada asesina desde detrás de su cabello a todos ellos, que temerosos observaron la escena con sus espadas en las manos.

  -Matarlo. –Ordenó el líder y salió corriendo a por la dama antes de que ese ser se la llevara.

    La princesa corrió tan deprisa como sus piernas le permitieron, pero al no saber dónde se hallaba cayó en una segunda trampa que la tumbó en el suelo, maldijo y se alzó del suelo de inmediato, aun así, no lo suficiente, los dos hombres que la habían perseguido en una carrera descontrolada la pillaron y la tiraron contra el suelo, manteniéndola apresada de pies y manos, Ebolet se defendió con uñas y dientes, derribando a sus captores que de nuevo la atrapaban mientras maldecían por las heridas infringidas.

Una de las veces, Ebolet consiguió escaparse de esas manos que intentaban en todo momento apoderarse de ella, pisó hincando el talón con todas sus fuerzas y se hizo con una vara de madera que había mal tirada en el suelo, la utilizó con saña para golpear esas huecas cabezas, de un lado a otro, como si se tratara de un juego y esas cabezas su instrumento. El último golpe dejó a uno de los sabuesos desvanecido.

    Con ese apoyo moral Ebolet salió corriendo de nuevo, pero al darse la vuelta un fuerte golpe la tumbó. Cayó al suelo como si le hubieran dado con una maza, el rostro se le desencajó ante el abrasador dolor que le había provocado ese terrible dolor en la cabeza, le nubló la mente, hasta incluso, por un momento ni siquiera sabía qué hacía en ese lugar, ni donde estaba, pero el peligro continuaba presente y en ese momento lo sintió más de cerca, tanto como que se lanzó contra ella.

  -Os vais a enterar de lo que es bueno, maldita perra. –Su voz. Ese sonido repugnante le puso los pelos de punta. Era el líder, la había atrapado y la castigaría, sentía su enfado como el latido frenético de su corazón. -Pienso devolverte la marca de la misma forma que vos me habéis marcado a mí.

    La princesa soltó un grito desgarrador, un sonido tormentoso que llegó a los oídos de Catriel, tras escuchar el grito de ayuda, su clemencia fue muerta y su corazón palpitó de una forma vertiginosa.

    Ya no había quien lo detuviera.

    Sin armas, sin escudo y sin un objeto que le sirviera de defensa atacó al primer sabueso que se puso en su camino, el golpe fue mortal, un puño en su cara. Al segundo, tras una vuelta sobre sí mismo lo atrapó por la espalada y le rompió el cuello. Al tercero, casi igual de grande que él, le dio una patada, pero la bestia solo retrocedió unos pocos pasos, se miró la zona afectada y después le dedicó una sonrisa cínica a Catriel mientras desenfundaba una enorme espada con el filo lleno de dientes puntiagudos.

  -Vamos a jugar, barbarito.

    La voz desdeñosa, apagada y mal vocalizada del sabueso salió de unos labios contorneados de una espesa barba. Catriel lo miró y luego dirigió su vista al suelo, exactamente donde estaban sus espadas tiradas, el problema es que, de todas partes y tan escandalosos como sus compañeros aparecieron más sabuesos y todos ellos rodearon a Catriel.

    La cosa pintaba mal, no solo estaba el rinoceronte, sino también de pronto se vio acorralado por unos diez hombres y todos con armas similares a las de una sierra gigante o mazas acompañadas de pinchos decorando las puntas rectangulares.

    El primer ataque fue frontal, tres arremetieron contra el rey que apurado cayó al suelo para poder hacerse con sus espadas, solo que antes de que pudiera coger la segunda, el quemazón intenso de un corte infringido por la punta de una de esas mal formadas armas desestabilizó ese brazo alargado y la recuperación fue nula. Pero aun así, después de recibir el primer corte, Catriel se espabiló y giró sobre el suelo para hacer frente al tercer golpe. Lo detuvo a tiempo con gracia y golpeó a uno de ellos, se alzó del suelo de un bote y tras espantar a otro sabueso, dio cara a la siguiente bandada de sabuesos que iban en su encuentro, esta vez eran todos, por lo visto, al principio habían subestimado a ese guerrero.

    Catriel los vio venir y maquinó en su cabeza un rápido, suspicaz y fuerte ataque. Eran demasiados y él, un solo hombre. Cambió de posición y se mentalizó.

    Y justo en el momento que esos cuerpos sarnosos se abalanzaban contra él, una lluvia de flechas cayó del cielo, tomando la dirección de pasar todas a su alrededor, sin dañarle ni una sola punta de piedra madre tierra. Todas y cada una de ellas se clavaron en los cuerpos de sus contrincantes, convirtiendo sus cuerpos en cactus muertos que iban cayendo al suelo como fichas de dominó.

    Catriel se quedó boquiabierto e incluso se miró el cuerpo, no se creía que ninguna de todas esas flechas lo hubiera dañado, y así era, no tenía ni una herida infringida. Observó a su alrededor, esperando un nuevo ataque desconocido cuando un grito de guerra en otra lengua dio inicio a una espantada de indígenas saltarines saliendo de todos lados, estos seres terminaron con los sabuesos que quedaban en pie, solo que el único que parecía no atraer a esos nuevos combatientes era el enorme rinoceronte que corría ansioso a por Catriel.

    El fuerte guerrero lo esperó con la espada en la mano y la mirada clavada en sus movimientos. Los indígenas a su alrededor peleaban muy bien, casi habían terminado con los rastreros, pero Catriel solo tenía ojos para su amenazante ser.

    Las espadas chocaron en el primer toque, el segundo, un movimiento rabioso del rinoceronte que fue parado por Catriel, cosa que molestó a su contrincante, ya que, los movimientos se tornaron descontrolados, el rinoceronte peleaba con la fuerza, Catriel con la inteligencia y la agilidad de un guerrero cultivado en la batalla con una práctica feroz y determinada, consciente de su presa en todo momento, el rinoceronte no controlaba, solo ahogaba el ansia por matar, Catriel arremetía con perspicacia y sabia donde herir, le ganaba terreno en esa lucha.

    Mientras el rey de los Drakos no había recibido ningún despistado ataque de esa dentellada espada, el rinoceronte ya sangraba por tres lugares y este, el último golpe lo había recibido en el estómago.

    El rinoceronte se echó hacia atrás sin aliento y con la mano en su barriga, la sangre manchaba continuamente su ropa mugrienta y su rostro estaba bañado en sudor, mugre y sangre. Se notaba el cansancio en una mirada que ardía de rabia por dar muerte al rey que lo estaba llevando lentamente a la muerte.

    Catriel con una media sonrisa en los labios alzó la espada al cielo, preparándose para dar la última estocada, pero, otro grito desgarrador pidiendo ayuda lo desarmó, haciendo que todo su cuerpo le temblara más violentamente. Esta vez el sonido de Ebolet había llegado a él más intenso, más angustiado y más amortiguado por el peligro constante. Algo dentro de él se desgarró como la herida que tenía en su brazo.

    Ebolet. Temía hasta pronunciar su nombre en voz alta.

  -Mi jefe se lo estará pasando bien con vuestra dama. -Soltó el rinoceronte con voz lasciva y socarrona. –No es un hombre que acepte un no como respuesta.

    El cuerpo de Catriel actuó con rapidez, se dio la vuelta y fue en busca de Ebolet, nada se lo impidió, corrió como si su alma estuviera poseída por el diablo. Se guio por el sonido de los gritos de Ebolet que poco a poco se fueron debilitando hasta que ya no fueron más que enjaulados por los gritos que daban los hombres que la tenían.

    Cuando al fin la encontró la ira, la furia y la sangre le obnubiló la mente. Su única imagen, una que jamás olvidaría se quedó grabada en su mente como tinta roja fija.

    Ebolet luchaba por salir de debajo del líder que la mantenía presa posando todo su peso encima de ella, intentó bloquear con golpes a ese ser del demonio, pero sus manos fueron atrapadas por otro de los sabuesos que había salido tras ella, el sabueso la cogió de las muñecas y tiró de ella provocando que todo su cuerpo se estirara dolorosamente.

    Otro grito angustioso salió de su garganta en el momento que el líder de dos patadas la abría de piernas y se colocaba en el centro, lo vio horrorizada hurgar en las cuerdas que sostenía su pantalón y después como esa prenda se resbaló por unas piernas velludas, el líder se apegó más a ella.

  -Lo sientes, chiquilla. –El líder se restregó asquerosamente por ella denotando lo excitado que estaba. En ese momento el cuerpo de Ebolet se incurvó hacia arriba, sintiendo la necesidad de huir, pero ese maldito bastardo se tiró de nuevo encima de ella, todo su peso doblado y atrapándola en un cuerpo que aplastaba sus pulmones. –Cuanto más os resistáis más doloroso y largo se os hará. – El líder hablaba con voz pastosa mientras pasaba sus manos por todo el largo de uno de los muslos de Ebolet hasta encontrar la tela de su ropa interior. –Cuanto tiempo sin tocar una piel tan delicada como la vuestra. –Después de dedicarle tal grosero cumplido sacó su lengua y lamió la mejilla de la princesa. –Esperad y veréis lo bien que os lo pasareis. –Se alzó solo un poco para verle el rostro a Ebolet. Ella pudiendo respirar y razonando la situación en la que se encontraba, miró a esa bestia a los ojos.

    Histérica y asustada por ver la iniciativa lascivia que había en la mirada del líder comenzó a moverse, a gritar, a soltar patadas de las cuales muchas dieron en el cuerpo que la tenía enjaulada. El hombre que la mantenía en su dominio gruñó y le soltó una fuerte bofetada, después de girarle la cara, tiró de su cabello hacia atrás haciendo que Ebolet se encorvara.

  -Lamentareis vuestros actos. –Después de su amenaza el líder le arrancó la tela preciada que guardaba la flor virginal de Ebolet.

    Estaba sucediendo, iba a pasar.

    Todo comenzó a darle vueltas, la vista a nublarse por las lágrimas que ya caían de sus ojos sin control, su cuerpo se convirtió en un peso muerto, desfallecido por la necesidad del control y su mente vagó a otro mundo, buscando la inconsciencia de volar libremente, desaparecer de su cabeza para  que de esa forma no sentir tan de cerca lo que iba a suceder con ella, rezó a los dioses para que la ayudaran a dejar su cuerpo abandonado y que su alma se sentara al lado del trono de Zeus, que ampararan su desolación y se adueñara de su pena cuidando de ella.

    Pero el desastre estaba cerca y nadie escuchaba sus plegarias.

    El líder de los sabuesos tomó sus muslos y con un fuerte empujón subió sus rodillas a la altura de sus caderas, Ebolet se mordió los labios para no volver a gritar y cerró las manos en dos puños fuertemente apretados. También, llena de desolación cerró los ojos mientras escuchaba las grotescas palabras de ese ser y se preparaba para el primer golpe, pero, de pronto, tan rápido como si fuera un sueño, todo desapareció, dejó de sentir la asfixiante presión de su cuerpo contra el del pordiosero líder.

    No sentía ningún cuerpo encima del suyo, lo único que sentía y con vehemencia era la presión de sus muñecas sujetas, que inmediatamente se apretaban con más intensidad a cada segundo que transcurría.

    Sus oídos volvieron de nuevo a escuchar los sonidos que había a su alrededor. Lucha, gritos y gruñidos, ese sonido la envolvió de una extraña felicidad, pero al abrir los ojos se encontró con la agitada mirada asustada del sabueso que la conserva retenida. Su mirada siguió el camino de aquella que tan sometida estaba al terror repentino y ante sus ojos apareció Catriel dándole una paliza de muerte al líder.

    Ebolet se quedó muy quieta, su guerrero luchaba como un hombre poseído por el demonio, estaba enardecido, luchaba sin cesar dando golpes a un cuerpo que ya estaba en el suelo sin moverse, deseaba gritarle, pedirle que parara, pero el sabueso que la tenía secuestrada desapareció de su lado misteriosamente. Cuando se giró aturdida vio como ese mismo hombre era llevado por unos seres que habían aparecido de la nada y habían desaparecido de la misma forma. Miró a su alrededor buscando, pero no había nadie más que ella, su Catriel y el cuerpo sin vida del líder.

  -Catriel. –Susurró sin aliento sintiendo todavía sobre ella las ascuas del miedo sufrido anteriormente.

    El agitado rey alzó la vista en su dirección, clavando en ella una mirada terrorífica, angustiada y pasmando la violencia que corría aun por su cuerpo.

    Un solo vistazo a la princesa y todo la furia se transformó en miedo. Por su cabeza comenzó a recorrer la idea de que la hubieran violado, de que había llegado tarde. El rostro de Ebolet estaba bañado en lágrimas, varios moratones cubrían unos preciosos ojos oscuros como la noche y unas pálidas mejillas acentuaban el poco rigor de sangre en su cuerpo. La princesa parecía caer en una muerte interna donde todo se convertía en gris. Por un momento temió no volver a verla sonreír, no ver el hermoso color de su rostro y de no verla jamás.

    Por un momento temó perderla.

    Cada parte de su cuerpo reaccionó violentamente a tenerla pegada a su cuerpo, la necesitaba, necesitaba sentir su aliento, sus latidos y su voz susurrándole en la oreja.

    “Ebolet” Su corazón comenzó a latir fuertemente contra su pecho y sus pies caminaron dando zancadas grandes para aproximarse a ella cuanto antes. En el momento que llegó a la princesa, la cogió del brazo y la alzó del suelo pegándola a su cuerpo, después se adueñó de ese cuerpo abrazándolo con sus grandes brazos y presionando con fuerza para darle el calor que necesitaba, pero el suyo propio comenzó arder como una hoguera. Ella era cálida, suave delicada y…

    No. La soltó de golpe casi como si le quemara y le quemaba, pero todavía se negaba aceptarlo, su estado le estaba perjudicando, esa mujer no era suya, pero… ¿Por qué solo pensaba en hacerla suya?

    “Si no la han desgraciado ya”

    Esa idea cruzó por su cabeza de una manera descontrolada, la mera idea le hinchó la vena del cuello. Como ese bastardo se hubiese atrevido hacerle algo, Catriel estaba dispuesto a ir en su busca metiéndose en el Tártaro, solo para darle caza y matarlo una y otra vez.

    Catriel respiró tranquilamente y con un gran esfuerzo, retiró a Ebolet, a regañadientes para poder verle el rostro. Ella mantenía la cabeza gacha y los brazos alrededor de él como si Catriel se tratara del escudo preciado de la princesa.

  -Ebolet. –La llamó para que alzara la mirada y se fijara en él. –Ebolet mírame, por favor. –Al fin la muchacha alzó la vista y se dio de lleno con unos ojos verdes brillantes, donde la duda, el miedo y la ira se mezclaban entre sí dando una imagen amenazadora. – ¿Ese hombre te ha…? –Era tan difícil pronunciar la pregunta como difícil saber la respuesta. -¿Ese bastardo se ha atrevido a tocarte de una forma…?

  -No. –Cortó apresuradamente Ebolet y pudo ver cómo tras su respuesta el rostro de Catriel se fue relajando poco a poco y todas sus facciones, excepto el verde intenso de su mirada, se iban suavizando. –Has llegado a tiempo. –Y terminó dedicándole una tierna sonrisa.

    A Catriel se le esfumó de encima un peso enorme pero otro aun peor se le subió a los hombros y acarició su pene, una reacción que en esos momentos parecía tomar el control sobre él y sobre todo su cuerpo, que ansiaba a la princesa más que el primer día que la vio a través de las llamas de las velas y buscando una pastilla de jabón en el agua.

    Sus ojos fueron directos a los labios de la muchacha, una deliciosa carne que tomaba más color cada vez que él persistía su mirada en esa zona. Las manos, ya incontrolables subieron en caricias por los brazos de ella hasta dar forma a sus hombros y terminar cogiendo entre sus palmas las mejillas.

    No tenía escapatoria, tenía y debía besarla, borrar cualquier rastro del bastardo que se había atrevido a tocarla, solo quería dejar su marca en ella, dejar su nombre y que ningún otro se atreviera a tocarla jamás.

    Ebolet pareció desear lo mismo porque se dejó llevar por los movimientos de él, hasta incluso cuando sus rostros comenzaron acercarse ella abrió seductoramente un poco los labios de donde salió un débil pero intenso gruñido, el mismo que Catriel se tragó por no asustarla, pero del que pronto se tendría que desprender porque ya no aguantaba la tensión de todo su cuerpo.

    Despacio, lentamente, sin correr riesgo pero deseándolo celosamente sus labios fueron al encuentro uno del otro como ríos predestinados a encontrarse, aguas que surcan bosques añorando volver a verse. Estaban tan cerca el uno del otro que no se dieron cuenta de quienes los estaban rodeando hasta que el sonido de una flecha surcar el aire y clavarse en un árbol a sus espaldas lo rompió todo y destrozó el tierno encuentro.

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