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Capítulo 15

    Las gotas del agua que caían de un techo descubierto despertaron a Ebolet, su vista poco a poco se fue acostumbrando a la poca luz de todo aquello que la rodeaba, estaba cautiva, atada de pies y manos en medio de una de las cuevas del Reino de las Gorgonas, solo que esta vez sí que habían salidas a su alrededor, aquellas que por su cautiverio no podía tomar.

    Unos grilletes apresaban sus manos al techo, manteniéndola sobre el aire y otros sus pies al suelo, se removió y escuchó el sonido del óxido chocar contra la piedra, el eco le devolvió otro sonido nuevo, el de una bestia que se alzó del suelo y la miró. Un tigre blanco con rayas negras se avecinó hacia ella lentamente, marcando elegantemente cada pata en el suelo, enseñándole a Ebolet la hermosa vestía que era.

    Se mantuvo quieta mientras el tigre la olía pero con el corazón y la respiración acelerada, temerosa de que se hubiera convertido en la comida de ese animal. No dijo nada ni asustó al animal, hasta que el tigre alzó el rostro hacia ella y soltó un rugido feroz, enseñándole los dientes, mostrando esas agujas finas afiladas. La princesa no lo soportó más y soltó el mismo grito que la bestia momentos antes había soltado, se remeneó haciendo que las cadenas bailaran violentamente, tiró del amarre de arriba y más agua combinado con arenilla cayó sobre ella.

    El tigre la rodó y se colocó detrás, acechadora presa, cobarde por no atacar de frente. Intentó girarse, mirar por encima del hombro pero solo alcanzaba a ver la cola del animal menearse de un lado a otro.

  -No deberías amonestar de esa manera a Jael, no te va a comer, solo… te protege.

    Esa voz salía de las sombras, de una esquina, Ebolet se mantuvo quieta y atenta al sonido de donde procedía, intentaba ver que escondía la oscuridad, solo podía saber que se trataba de un hombre con la voz grabe, una voz aterradora. El tigre acudió al ocultado pasando por el lado de ella y restregando su lomo por sus piernas.

  -Le gustas, no acostumbra a rondar tan cariñosamente a los desconocidos, no…

  -¿Quién sois? ¿Porque no os mostráis? –Lo cortó, los nervios por saber quién era el desconocido la traicionaron y el impulso fue demasiado directo.

  -Tal vez debería hacerte la misma pregunta ¿Quién eres extranjera?

    No contestó, desafió al hombre y por si no hubiese sido suficiente su osadía, lo miró intensamente, aunque realmente no sabía que estaba mirando. El tigre, o Jael, como él lo había llamado, se sentó encima de sus patas traseras cara ella y la miró con la cabeza ladeada, sino fuera por lo grande y peligroso que te hacían creer que era, podía hacerse pasar por un gatito grande con esa carita tan cómica que hacía.

  -¿No piensas contestarme, muchacha? -Silencio, más silencio hasta que fue roto por una carcajada del hombre camuflado. –Mis Gorgonas me dijeron que serías una mujer difícil cuando te trajeron, hablaron de ti como una especie de guerrera legendaria, aunque más que guerrera pareces una chiquilla demasiado mimada.

  -No me conocéis para tacharme de esa manera.

    Valentía, carácter. El desconocido cada vez estaba más fascinado.

  -Me sobra con lo que he visto.

  -¿Y qué veis?

    <<Una presa deliciosa que deseo probar de inmediato>> Pensó Galo mientras observaba a la preciosa mujer que tenía atada delante de él.

    Sus guerreras se la habían traído, la habían dejado delante de él como un regalo y con tan solo echar un vistazo a su cuerpo, el deseo por tocarla había ardido en todo su cuerpo. Y su rostro, ese rostro había cautivado el corazón que hacía tiempo permanecía durmiendo, el primer latido se debía a su cabello negro como la noche, el segundo a esos labios carnosos y rosados, apetecibles aun serios. Y el latido más fuerte lo había causado la marca que tenía la muchacha en el rabillo del ojo, una flor en un jardín prohibido.

    Divina diosa tenía ante sí, un ángel le había caído del cielo a las puertas de su hogar.

    Dejó por un momento de observar cada parte de su cuerpo para fijar la vista en la de ella y con una sonrisa malévola y seductora contestó a su pregunta.

  -Una hermosa mujer atada de pies y manos, encerrada en mi reino a mi merced, una muchacha que no puede huir de mí y que sin embargo, continua haciéndose la valiente. ¿Es que no te das cuenta en que situación te encuentras? ¿Es que no ves tú último destino?

  -No, porque vos continuáis en la oscuridad y yo a plena luz. ¿A que debo temer? ¿A ese ser que no se muestra? O ¿Aquel que se envalentona mientras se cubre por una barrera, temeroso a salir, temeroso a la muchacha mimada que tiene atada?

    La voz de Ebolet sonó decidida sin apenas un temblor que la contradijera, valiente y con una mirada brillante, no temía, no había miedo en su mirada y menos en su cuerpo, ese sentimiento desencadenó la admiración del hombre escondido que comenzó avanzar hacia delante a pasos lentos, mostrándose poco a poco a la princesa.

    La luz comenzó a proyectarse en su cuerpo, rozando esa piel como si se tratara de una cortina, primero sus piernas desnudas, donde se dibujaba una franja roja en una de ellas que continuaba hacia arriba, luego una tela en tiras de piel formando una especie de falda sujeta por un cinturón dorado con tribales dibujados en esa pieza, donde amparaba dos espadas en forma de sierras, luego un torso musculado, grande, en una piel color aceituna, con la misma franja roja atravesándolo y para terminar, la cara de un agresivo lobo en el centro de su estómago. Por último su rostro, de rasgos duros y marcados, ojos negros, labios carnosos, totalmente rapado, sin pelo y la franja roja que había nacido desde su pierna atravesaba la mitad de su rostro, pasando por uno de sus ojos hasta esconderse por detrás. Era un hombre que media más de dos metros, tan grande como un oso y tan peligroso como el lobo que tatuaba su piel.

  -¿Y ahora que ves? –Dijo mirándola seriamente.

  -A Galo, rey del Reino de las Gorgonas.

    No había temor en su mirada, más bien fascinación por el hombre que tenía delante, el rey al que todo hombre deseaba enfrentarse por su fuerza y valía, por su forma de pelear en la lucha, un simple guerrero con el rostro de un depredador, un temerario de la naturaleza y un hombre muy atractivo.

    Ebolet se perdió dibujando con su mirada el cuerpo del rey, mirando cada parte de ese enorme cuerpo tallado en piedra, sus dibujos atrajeron atentamente a sus ojos como imanes, se quedó embelesada con el poder que trasmitía esa cabeza de lobo con ojos iridiscentes.

  -Muchacha, si continuas devorándome con la mirada tendré que actuar con rapidez, cosa que me gustaría disfrutar lentamente. Y al menos, si voy a tomarte me encantaría saber tu nombre, saber quién eres y saber unas cuantas cosas más de ti.

    Esa información tan directa hizo que Ebolet lo mirara con los ojos muy abiertos, esta vez su comentario sí que la había asustado.

  -No podéis tomarme, pertenezco a otro hombre.

  -Ahora ya no, desde que has tocado mis tierras me perteneces a mí.

  -Ellos vendrán a por ti.

  -No temo a nada ni a nadie. Por si no te habías dado cuenta estamos en mi selva, yo pongo las reglas, yo dicto sentencia en este lugar y…

  -¡Mi futuro esposo es un rey!

    Galo la miró con las cejas alzadas, dudoso.

  -Entonces eres una princesa.

  -Sí. –Contestó Ebolet aun sabiendo que el rey lo afirmaba.

    Galo dio dos pasos más hacia delante. Un paso más y tocaba su cuerpo.

  -¿Qué princesa?

     Ebolet alzó la cabeza para poder mirarlo a los ojos, estaba demasiado cerca y su altura superaba la de ella con diferencia.

  -Soy la princesa Ebolet de Geneviev.

    Otra carcajada, está más fuerte aun que la anterior e incluso retrocedió unos pasos para atrás, Ebolet lo miró sin comprender, no entendía la reacción de ese hombre, era como si se burlara de ella. Al fin se relajó y la miró de nuevo con una sonrisa en sus labios, mostrándole unos dientes blancos y unos colmillos afilados.

  -Me tomas por tonto, te piensas que mintiéndome con otra identidad voy a soltarte.

  -No os miento, soy Ebolet, princesa del Reino de la Luz, hija de Iseo y Maila de Geneviev, habitante de los jardines de Melusiana.

  -No puede ser, no te pareces en nada a todo lo que he oído de la supuesta Ebolet de Geneviev.

    Los rumores habían llegado hasta él, era increíble cómo se extendía una mentira, el daño que causaba y el gran viaje que daba para engañar.

  -Os fiáis de una historia que un hombre que me deseaba para él inventó, hizo que deambulara ese relato por todos los reinos para que nadie se me acercara, para que todos los reyes a los que mandé una propuesta de matrimonio me rechazaran, os fiáis de algo que nunca habéis podido comprobar con vuestros propios ojos.

  -Me fío de mi instinto muchacha.

  -¿Y qué os dice?

  -Que te tome antes de que venga tu novio a por ti.

  -Ya os he dicho que pertenezco a otro hombre.

  -Y yo te he dicho que te olvides de eso, ese ya no es tu destino.

  -Y ¿Cuál es mi destino?

  -Conmigo, aceptaré tus favores.

  -¿Y si me niego?

  -Aceptaré pues tu ira.

    Y tan rápido y fugaz apareció delante de Ebolet con los brazos en alto para cogerla pero una vez sus manos fueron puestas encima de ella, Galo salió disparado contra una de las paredes de la cueva, donde se golpeó y cayó al suelo. Sacudió la cabeza para retirar el dolor del golpe contra la dura piedra, luego se incorporó sentado y la observó.

  -Por todos los dioses, ¿Pero qué demonios ha sido eso?

    Lo intentó de nuevo y volvió volando a su mismo lugar. Ebolet estaba sorprendida, ese rey había sufrido el mismo ataque que Laird, el mismo extraño percance que había salido de ella al intentar tocarla.

    Galo se alzó del suelo y bufó, se acercó de nuevo a Ebolet pero esta vez más lento, con precaución, comenzó a rodearla y olisquearla como si fuera un perro, buscando la magia que escondía ese trato a su persona y entonces lo vio, brillando y llamativo, aun desprendiendo el poder que había ejercido sobre él.

    El anillo que llevaba en su dedo era el culpable de esa barrera que le impedía acercarse a ella. Alzó la mano para tocarlo pero la improvista visita de su hermana evitó ese roce.

  -Galo tenemos compañía.

    Un grito de fondo llamándolo acompañó esa información, la voz llegó hasta Ebolet, una voz que reconoció enseguida, una voz que aumentó el latido de su corazón.

  -Catriel. –Susurró.

    Galo escuchó su sonido y la miró.

  -Por lo visto eres demasiado valiosa para tu rey. Aunque si te digo la verdad, comprendo porque Catriel de Galinety no renuncia a su futura esposa. –Ebolet lo miró sin entender, él sin embargo le regalaba una sonrisa socarrona. –A ver hasta donde es capaz de llegar por su novia.

    La clara expresión de sus palabras dejó boquiabierta a Ebolet, ese rey estaba confundido pero en el momento que se lo iba a explicar todo, Galo sacó una aguja alargada con una cabecita redonda de color rojo en un extremo y se la mostró.

  -¿Qué vais hacer con eso? –Preguntó asustada.

  -Los planes han cambiado, una vez acabe con tu novio vendré a por ti y como tú no estás muy colaboradora tendré que emplear mis trucos.

  -No, esperar, no pienso escaparme, ¿Dónde voy a ir? Estoy atada de pies y manos.

    Galo hizo oídos sordos de sus quejas y se acercó a ella sin tocarla, alargó la fina aguja y clavó tan solo la punta en uno de sus brazos. Tuvo que hacer la maniobra varias veces, Ebolet se movía tanto que comenzó a sacar las cadenas del suelo, sus gritos se hacían eco por toda la cueva pero al final consiguió pinchar a la muchacha.

    Poco a poco el cuerpo de Ebolet se fue tranquilizando, su respiración agitada volvió a la normalidad y su vista se volvió borrosa, las voces se convertían en susurros lentos que caían en ella como caricias dolorosas. Se sentía extrañamente a gusto, tranquila, como si estuviera en un lago de agua caliente, desnuda, con olas suaves masajeando su cuerpo entero, ver esa imagen y tener esa visión hizo que de pronto recibiera unos calambres en su cuerpo, unos que activó células dormidas, aquellas que anhelaban el roce de un hombre sobre ella y las caricias de unos labios calientes en su piel.

    El sonido de la excitación llamaba a su puerta, desesperada por ser atrapada y desahogada. De pronto, estaba ardiendo pero no de fiebre, de algo más intenso que no llegó a reconocer, algo que hacia acopio a la poca fuerza de voluntad que le quedaba en el cuerpo y sin darse cuenta, soltó un gemido cuando notó el aliento de Galo caer sobre ella, lo sintió como lava ardiendo.

  -No te muevas querida, pronto vendré y me encantará encargarme de ti. –Ebolet gruñó de nuevo y alzó la vista al cielo con los ojos cerrados mientras Galo, soplaba en su oreja intencionadamente sin tocarla para no verse estampado contra la pared de nuevo. –Primero terminaré con tu futuro marido.

    Notó el aire que dejó Galo antes de irse y dejarla sola, luego sintió como las gotas de agua caían del cielo, esas mismas gotas la hicieron gemir, su cuerpo ardía inexplicablemente, sus oídos estaban farfullando mil y una maneras de ser complacida y su vista borrosa no emergía de las cumbres ardorosas a las que Galo le había sometido con esa droga. Aun así, no era a ese rey al que necesitaba desesperadamente.

    El hombre que curaría su instantánea enfermedad se adentraba en las cuevas como una bestia, llamando a su rey a gritos, dos de sus hombres iban a su espalda, con las espadas en las manos preparados para entrar en combate, se habían introducido por unos de los agujeros del techo de la enorme cueva y ahora recorrían cada pasadizo iluminado por velas que colgaban de los laterales de las paredes, buscando al dueño de todo lo que pisaban.

    Llegaron a un amplio salón, cinco Gorgonas, cada una en un rincón, los esperaban subidas a las rocas o pequeñas grietas que había en las paredes. Galo no estaba.

  -¿Dónde está vuestro rey? –Rugió Catriel.

  -Ocupado. –Dijo una de ellas.

    Catriel gruñó en silencio.

    Las mujeres saltaron al suelo, cinco guerreras fuertes, hermosas, vestidas con muy poca ropa que tapara una piel tan morena, una piel donde se detallaba los dibujos de su reino, las franjas rojas que surcaban sus cuerpos y la cabeza del lobo en sus estómagos. En sus rostros se veía claramente dibujos circulares en lugares estratégicos, finos y atractivos que denotaban una belleza aún más aumentada. Eran cinco mujeres armadas de arriba abajo con toda clase de afilados cuchillos.

  -Decirle que se presente ante mí o esto parecerá una carnicería.

    Una de las mujeres se adelantó a ellas, caminó seductoramente con la vista permanente en él y una de sus manos acariciando la espada de su cintura, se frenó en el centro, muy cerca de ellos.

  -Mi hermano en este momento no puede atender tus deseos, está solucionando… unos problemas con una intrusa no… ¿deseada? ¿Se calificaría de esa manera? –La guerrera parecía burlarse de él. –No tengo ni idea de cómo se diría exactamente, pero digámoslo de esta manera, solo para que me entiendas. Mi hermano en este preciso momento está castigando a una preciosa muchacha que se coló en su reino sin invitación.

    El gruñido de Catriel fue más feroz, más aterrador, hasta las guerreras atrevidas que se habían enfrentado a ellos dieron dos pasos hacia atrás y miraron a Yara, su amazona jefa, esta tenía los ojos entrecerrados, contemplando a la bestia encendida y rabiosa de hombre que tenía delante. El hombre parecía verdaderamente enfadado y lo entendía, le habían robado a la prometida y por lo visto estaba dispuesto hacer cualquier cosa por recuperarla.

  -Entonces Galo será culpable de todo aquello que suceda hoy aquí.

    Sin más palabras que la diabólica amenaza, Catriel sacó con rapidez sus espadas de las fundas y saltó. Yara copió su acto y sacó su espada a tiempo para poder detener el impresionante golpe del guerrero, las Amazonas contemplaron la rápida actuación de ese hombre y atacaron abalanzándose contra los hermanos Meir y Jorell, los cuales rompieron el golpe de semejantes salvajes con rapidez y sincronización, tal fue su forma de pelea que las Amazonas impresionadas no sabían cómo atacar y recibieron varios golpes y heridas superficiales por no esperar tal técnica de combate.

    Catriel emprendió de nuevo contra Yara, la guerrera ya no pudo defender ese golpe y cayó al suelo. La espada salió rodando por la lisa piedra y chocó contra la pared, el guerrero dejó la espada en el aire apuntando directamente a su cabeza, el resto de Amazonas que habían visto caer a su jefa, se detuvieron ante tal amenaza pendientes, como de Yara y esa espada que pendía sobre ella.

  -¿Me diréis ahora donde está vuestro rey?

  -No hará falta. –La voz salía de lo alto de unas escaleras que había al fondo y en todo lo alto Galo, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada de superioridad. –Me buscabas y aquí estoy…

  -Escondido en la penumbra. –Siseó Catriel con los labios apretados. –Dejáis vuestra leyenda bastante más abajo de lo que os encontráis ahora mismo, mandáis a dar la cara a las mujeres de vuestro reino…

    Galo soltó una sonora carcajada, ese sonido irritó terriblemente a Catriel.

  -Tal vez te subestimé. Me imaginé que no serias capaz de atacar a unas mujeres, por el honor de un guerrero y todo eso, pero…

  -Entonces yo también os subestimé, pensé que no serias capaz de atreveros a secuestrar a una mujer que no os corresponde.

  -Bueno, estoy seguro de que tú también hubieras hecho lo mismo que yo, porque si no…

  -¿Donde esta Ebolet?

    Gritó Catriel rabioso, estaba harto de ese jueguecito. Galo alzó las cejas y luego sus ojos se abrieron sorprendidos al darse cuenta de que la muchacha que tenía enjaulada era quien decía ser. Sabía que no era una humilde aldeana, su piel, su rostro y sus manos estaban demasiado bien cuidados, su cabello olía a flores, ella olía realmente bien y parecía que hubiera sido cuidada entre algodones por la delicadeza que desprendía, pero pensó que tal vez mintiera sobre lo de ser una princesa…

    Pero, esa muchacha decía la verdad y antes de que pudiera replicar algo, Catriel se abalanzó contra él con una rapidez y fuerza sobre humana, haciendo que saliera volando contra una pared a su espalda y la atravesara entrando en otro salón de su lujosa caverna.

    No obtuvo el tiempo necesario, antes incluso de alzar la vista Catriel arremetía contra él de nuevo, dándole otro golpe, similar al anterior y haciendo que su cuerpo barriera toda la limpia sala hasta acabar en otra nueva sala, una muy bien amoblada con reliquias de su rey, ofrendas antiguas que no podía permitir ver destrozadas por un hombre que se estaba volviendo loco.

    Se alzó del suelo y sacó su espada justo a tiempo para parar el golpe de la espada de Catriel, paró de nuevo otro, otro y otro. Era ágil, rápido y sabia donde tenía que dar para terminar con el enemigo, Galo jamás se había enfrentado a un guerrero tan impasible como él. Intentó controlar y parar cada golpe pero Catriel, quien estaba rabioso y con, uno de sus arrebatos destrozó dos de sus adorables decoraciones de piedra maciza que adornaban ese gran salón.

    Miró las piezas destrozadas en el suelo y luego a Catriel, este notó el disgusto de su contrincante y sonrió con malicia.

  -Dime donde esta Ebolet y nada más saldrá perjudicado.

    Mientras Catriel lanzaba su amenaza su espada rozaba peligrosamente una figura de mármol que decoraba encima de una brillante mesa de cristal, Galo miró ese movimiento y se lanzó contra el guerrero haciendo que retrocediera para atestarle un golpe y salir corriendo de esa sala, tenía que sacarlo de ese lugar pero antes de que se encontrara en un pasillo diferente, el sonido del cristal hacerse añicos a su espalda lo paralizó, se giró y soltó un gruñido, no solo había roto la figura, la mesa había tenido el mismo destino, rugió de nuevo y se abalanzó contra Catriel.

    Las fuerzas ahora parecían equilibradas y por fin salieron de la sala, la cual había quedado destrozada salvo dos o tres cosas, pero fue una gran motivación para el rey de las Gorgonas, quien estaba más que cabreado con la desafortunada situación en la había quedado su cuarto de juguetes coleccionables.

    La pelea se movió pasillo tras pasillo, salón tras salón, las fuerzas no parecían agotar a dos guerreros que peleaban con brutalidad, sus espadas entrechocaban peligrosamente, dándose caza una a la otra, sus gritos de ira era reprimidos por los sonidos mezclados y sus piernas se movían por los lugares sin ver, en ese mismo momento subían unas escaleras de donde colgaban antorchas que fueron derribadas por un golpe del propio Galo.

    El líquido de la antorcha que la mantenía encendida se derramó por el suelo haciendo un sendero de fuego y justo, cuando terminaron la escalinata, ese aceite ardió en una alta llama que provocó una gran explosión. La misma explosión los separó por la onda ocasionada de la gran llamarada y los mandó por los aires.

    Catriel se estampó contra una de las paredes que había en lo alto y cayó por un agujero que había en el suelo, una caída de varios metros de altura pero por suerte la sala que había debajo y que él estaba traspasando era grande y pudo dar vida a sus alas, las cuales frenaron la bestial caída a la que se avecinaba, aun así, su aterrizaje fue perturbado por un obstáculo que tuvo que esquivar en mitad de la caída y sus alas desaparecieron al mismo tiempo que él caía al suelo.

    Su golpe fue duro pero no doloroso, pudo alzarse del suelo con agilidad, ninguna parte de su cuerpo había sufrido daño alguno y el fuego no entraba en la sala donde se hallaba. Alzó la vista hacia ese agujero al escuchar el rugido de una nueva llamarada que pasó ondeando en un naranja fuerte por el agujero que él había traspasado, las llamas retrocedieron de nuevo y dejaron otra vez paso a la luz del sol que se filtró desde los cielos.

    La tenue iluminación daba a su alrededor una impresión acogedora, miró ese agujero esperando otra llamarada que no venía, otra señal para salir y continuar con la pelea de Galo, no le gustaba dejar a medias a sus contrincantes, pero entonces escuchó el sonido de un intenso gruñido y bajó la vista por las cadenas que colgaban del techo hasta toparse con un cuerpo colgando de ellas, amarrado de los brazos por las cadenas y con el cabello negro que se vencía para delante junto con la cabeza gacha.

    Observó detenidamente ese cuerpo que temblaba débilmente, el vestido blanco se le ceñía por las gotas de agua que caían del cielo y cada curva se marcaba peligrosamente a una figura perfecta, e incluso la tela parecía transparente. Seductora imagen lo dejó sin aliento y para no ser suficiente llegó hasta él su intenso aroma, aquel que no podía olvidar y que hizo que cada poro de su cuerpo se abrirá para embriagarse de esa dolorosa sensación.

    La muchacha soltó otro gruñido cuando dos gotas cayeron en sus brazos y como un imán, Catriel observó con vista de lince la dirección de esas gotas, lentas caer por sus brazos y mezclarse en sus hombros, deseó convertirse en gota para rozar la piel que ellas rozaban.

    Dio dos pasos acercándose a Ebolet, parecía encantado con la visión de tenerla tan perfectamente sujeta, se convertía en una fantasía horrible para sus pesadillas, sus eróticos sueños con esa mujer ya tenían una nueva idea para hacerle sufrir durante el resto de sus oscuros sueños.

    Deslizó de nuevo la vista sobre ella mientras se acercaba más a su venerado cuerpo, estaba casi a un paso de distancia, su corazón latía ferozmente bajo su pecho, su respiración salía en huracán hacia ella y su deseo había despertado a la vestía que se escondía entre sus telas, pero el golpe más fuerte fue cuando ella alzó, con un ronco gruñido de desesperación la cabeza hacia él y lo miró.

    Sus ojos abiertos brillaban y sus pupilas dilatadas escondían el ya oscuro tono de sus ojos. Ardía a fuego lento, su descarga de deseo era visible, lo miraba con demasiada hambre. La muchacha gruñó de nuevo cuando Catriel soltó su respiración, esa misma que ya no podía controlar en sus labios. Ebolet alzó la cabeza al cielo y gritó, el dolor la cubría como una manzana madura, desesperada se estiró para intentar acercarse a él, cerró los ojos y se mordió el labio.

  -Catriel. –Susurró roncamente casi sin respiración.

    Era una llamada para su despertada evasión del deseo, una invitación que no podía ni deseaba por nada del mundo rechazar, la tenía delante, preparada extrañamente para el roce de sus manos, las cuales temblaban por inspeccionar cada parte del descarado cuerpo que tenía rogándole que la ayudara. Era imposible decirle que no, la deseaba, deseaba tocarla, besarla, su impulso no daba crédito a la reacción de ella y su incontrolable cuerpo se adelantó a sus pensamientos, estaba más desesperado aun que él y alzó la mano, pero al instante, cuando su piel rozó la ardiente piel de Ebolet salió volando y disparado contra la pared. Ebolet gritó y se comenzó a mover azorada deseando al guerrero que la miraba incrédulo desde el suelo.

    Una carcajada desvió la atención de Catriel hacia uno de los pasillos.

  -Extraña secuela la que acabo de observar.

    Galo acababa de unirse a ellos y sonreía abiertamente como si le hubieran contado un chiste. Catriel se lanzó como un rayo y fue a por él pero varios brazos lo atraparon y lo desarmaron inmediatamente, manteniéndolo en el suelo, arrodillado y muy quieto. Galo se paseó con chulería hasta llegar al lado de Ebolet, y la miró igual que él la había mirado antes.

  -Deliciosa. –Pronunció con benevolencia.

  -No la toques. –Rugió Catriel.

  -No puedo, ni tú por lo que veo, aunque realmente ahora mismo estoy bastante confundido, tal vez tú me puedas ayudar.

  -¿Qué le has hecho?

    Galo no contestó a su pregunta, tenía intriga por lo que acababa de ver y decidió centrarse en su asunto personal, luego le daría detalles a Catriel del estado al que había inducido a Ebolet.

  -¿Para qué le das a tu prometida una sortija hechizada de compromiso si ni siquiera tú te puedes acercar a ella? No tiene sentido ¿Tan débil eres cuando estas cerca de ella que ni siquiera te ves con la fuerza de voluntad para poder controlarte?

  -¡¿Qué?! –Graznó incrédulo Catriel.

  -Aunque me encantaría volver a decirte lo que pienso, no me gusta repetirme, Dragón, pero si insistes. –Galo meneó la cabeza de un lado a otro y clavó de nuevo la vista en Ebolet, quien temblaba de nuevo al sentir ese cálido aliento caer sobre ella. –Tienes una forma extraña de complacer a una mujer con regalos tan exuberantes. Un anillo de compromiso que ni siquiera te permite a ti mismo acercarte…

  -Ella no es mi prometida.

    Esa frase resonó por toda la cueva, Galo calló y lo miró, sus ojos exploraron al rey de los Drakos con intensidad, luego fijó la vista el Ebolet.

  -¿No te pertenece?

  -No entiendo que os hace creer tal cosa ¿Os lo dijo ella?

  -No, la muchacha no dijo nada, pero pensé que tu ira era por…

  -Ella es la prometida de… -Se calló, agachó la cabeza y miró el suelo, ¿porque demonios le afectaba tanto decir a quien le pertenecía Ebolet? Sacudió la cabeza y alzó una mirada perturbada hacia el maldito rey de las Gorgonas. –Esa muchacha es una princesa, no podéis tocarla, si os atrevéis a tocarla os enfrentareis a todos los reinos en contra.

    Las palabras habían salido en gruñidos y Galo miró al guerrero con cierta curiosidad mientras ladeaba la cabeza

  -¿Eso es una amenaza o una prudente advertencia? –Catriel soltó un gruñido en forma de respuesta. –Bien, entonces si no te pertenece y su rey todavía no ha venido a reclamarla, tal vez pueda aprovechar su adorable compañía.

  -Si la tocas…

    Galo alzó las cejas, esperando que continuara su amenaza, estaba claro que no le pertenecía a ese rey pero Catriel, no negaba por su comportamiento que la deseaba y Galo estaba dispuesto a demostrárselo y tal vez hacerle sufrir un poco.

    Una vez ese rey le había dejado bien claro que esa muchacha era una princesa y estaba comprometida con un rey, su decisión de tomarla desgraciadamente había resultado ser nula. Ya no podía tocarla, su ley era la misma que otro rey, no pondría en riesgo su reino por una mujer.

    Galo alzó la mano y una mujer se posó a su lado, le murmuró algo a la oreja y la mujer se colocó detrás de Ebolet, cogió su mano y sacó delicadamente el anillo, después se lo entregó a Galo y desapareció de la misma forma que había aparecido.

    La muchacha encadenada gruñó cuando las cadenas se contonearon débiles y comenzaron a bajar, el sonido que produjo al ir cayendo al suelo era similar a miles de campanillas sonar en un día alegre.

    Sus pies tocaron tierra y poco a poco también su cuerpo, sin fuerzas fue cayendo y acostándose en la fría piedra que había a sus pies, su cabello quedó repartido por todo ese suelo, como un precioso manto negro, sus brazos cayeron detrás de su cabeza y todo su cuerpo se encogió e incurvó al sentir el charco que se había formado en su espalda. Parte del vestido blanco se enrolló en sus muslos, pero se mantuvo pegado por el agua que cubría toda su piel. Delicada y sensible, parecía que todo aquello que sentía, tocaba o simplemente la rozaba como la pequeña brisa que se arremolinaba a su alrededor, le doliera, le escociera y le brindara la mayor sesión de sensualidad que jamás había sentido.

     Continuaba gimiendo, susurrando palabras al aire, pidiendo ayuda en letras acortadas por un nuevo y doloroso gemido. El gran cuerpo del rey de las Gorgonas, que tenía al lado mirándola con un hambre voraz, se arrodilló a su lado, ella abrió los ojos nublados por mil sensaciones y abrió los labios pidiéndole ayuda.

  -¿Qué le has hecho? –Rugió Catriel aguantando la respiración, se le había inflamado la sangre de observar a Ebolet tan desinhibida, tan desesperada.

    Galo lo miró y vio la llamarada en su mirada. Sí, estaba realmente perturbado.

  -Esta mujer es como la mejor fruta, madura y deliciosa, me encantaría que pudieras notar su aroma, es adictivo, en mi vida he tenido un olor en mis cercanías tan alucinógeno. Te hace sentirte vivo.

  -Déjala en paz, no la toques.

    Galo hizo caso omiso de esa sugerencia, donde cada palabra había marcado una daga afilada, donde el mayor de los odios se mezclaba entre un cuerpo que parecía a punto explotar y arrasar con todo.

    La espectacular mujer que tenía ante sí, volvía a encorvarse hacia arriba, intentando rozar algo y él estaba totalmente atrapado en esos movimientos, tanto que, adoptó una postura mejor, una que le permitiera tocar, oler y sentir mejor a la princesa que rogaba en el suelo.

    Apoyó un codo al lado del cuerpo intranquilo de Ebolet y alzó una mano, dibujando la silueta femenina, perturbado por el calor que desprendía acercó su rostro al de ella y aspiró profundamente llenándose del aroma de ella.

  -¿Conoces la flor de la Mandrágora?-Preguntó a Catriel sin dejar de mirar a Ebolet. -No solo sirve para curar, es también conocida como un amparo de la naturaleza, como un brebaje bien combinado con un poco de aceite donde el resultado es asombroso para la mujer, es el mejor afrodisiaco para dar placer y recibir mayor intensidad en el roce de una mujer…

    La mano de Galo por fin se posó en uno de los muslos de Ebolet, ella gritó de placer al sentir por fin una caricia, un anhelo a su súplica. Primero sus dedos y luego su palma, Galo gruñó al sentir su suavidad, la delicada fibra de esa mujer, era algodón de rica cosecha, imposible que existiera mejor textura en el mundo.

    Trazó un círculo, envolviéndose con la piel, ansiando en su más remota conciencia probar el sabor de aquello que ya le habían prohibido, sus ojos se oscurecieron cuando subió su mano hacia arriba, apretando más las yemas de sus dedos, viendo como el cuerpo de la mujer se retorcía y gemía. Deseaba tapar esos gritos musicales con sus propios labios.

  -Su suavidad es demasiado, renacería del propio infierno al mismísimo demonio si tan solo me pudiera permitir el poder tocarla. Te acecha, te sigue y se filtra por cada poro de tu cuerpo como una serpiente ardiendo, quemándote por dentro. Te hace sentir poderoso e infinitamente descontrolado.

    Ebolet volvió a gemir, solo que esta vez por notar la mano de él en su otro muslo, reviviendo la misma tortura y la otra rondar por su cabello, estirándolo hacia atrás, respondiendo a sus quejas, a sus necesidades, necesitaba calmarse, necesitaba el calor humano sobre su piel.

    Comenzaron a caer le lágrimas, lágrimas de placer, de ansia y de un control que ya no podía controlar como el mismo hombre que la estaba llevando a ese nivel. Galo no podía más, acercó más su rostro al de ella, sus labios casi se rozaban y ella los abría, desesperada y esperándolo como una esclava.

  -No te puedes conformar con su tacto, ni su olor, jamás con una mujer como ella puedes desear tan poco, seria insaciable, mi pensamiento seria el mismo cada día, cada noche y cada respiración que anidara en mi interior, tomarla, hacerla mía, marcarla a fuego lento con mi cuerpo, con mis labios y con todo aquello que ella me pidiera. –En cada palabra que pronunciaba el hipnotismo hacia que su rostro y sus labios se acercaran peligrosamente a Ebolet. -Un beso, solo un beso.

    Carne con carne, un roce explosivo de tan solo una simple caricia, algo que desconcertó a Galo que se retiró y la contempló, solo quería jugar con el rey que rugía como un león atrapado entre sus guerreras, pero el estado de embriaguez que le estaba provocando la muchacha era demasiado para su poca cordura que en ese momento se había convertido en cero, nada, hasta que ella abrió los labios y gritó en un jadeo de urgencia otro nombre.

  -¡Catriel!

    Una furia descontrolada, fuera de sí dominaba a Catriel. Primero verla incurvándose para otro, aquel que no cesaba en sus movimientos, en sus manos sobre la piel de ella. La imagen hervía como la peor de las pesadillas, como un letrero llamativo cantando a su dragón interior. Esa bestia se removía inquieta y muy cabreada dentro de él, gritándole que lo matara, que le arrancara la cabeza, y por los dioses que ese mismo pensamiento lo tenía bien clavado, grabado con tinta permanente.

    <<Es tuya- le decía la bestia-, no le permitas que la toque>>

    Cada palabra quemaba, y cada rugido salía de ella como golpes bajos mientras tenía la vista fija en la maldita mano de Galo, tocando, rozando, acariciando, una y otra vez, e incluso sus palabras eran tentadoras para el mal que rezaba por salir. Su atropellada mente cantaba llamando a la sangre y sus brazos nadaban en el fuego que desprendía su cuerpo.

    Catriel cerró los ojos intentando controlarse pero ese simple hecho le ofreció en la mente una imagen que ya no pudo borrar; Galo besando a Ebolet.

    Rugió al mismo tiempo que los abría y lo vio, el hecho imagen de su cordura hecho realidad pero entonces escuchó su nombre en un grito. Los labios de ella lo habían llamado y ese fue el maldito indicio de todo. La descarga de energía del Dragón interior salió, brilló y se desprendió del amarre de las mujeres que tenía a su lado, cada una de ellas salió disparada contra las paredes, su cuerpo salió disparado y antes de que se diera cuenta, su mano había cogido el cuello de Galo, apretándolo contra la pared de piedra, donde a su espalda se había formado un agujero casi tan grande como el rey que Catriel amenazaba.

  -Os dije que no la tocarais. –Rugió ferozmente.

    El oro verdoso de sus ojos deslumbró a Galo, que por un momento se sintió verdaderamente amenazado. Ese rey había disparado su fuerza y más, sin llegar a convertirse en dragón, sin llamar a su mascota interior. Admiró la fuerza y el brillo de su capacidad de lucha. Catriel era fuerte, se había hecho más poderoso pero, su ira le cegaba demasiado, su conducta por muy atrevida que fuera había sido un gran error ya que no vigiló su espalda y no pudo ver quien se le acercaba hasta que un gran y terrible golpe lo derribó.

    Catriel cayó al suelo, rodó mientras miraba aturdido por lo sucedido a Galo, quien le sonreía y después sacudió la cabeza intentando apartar la nube blanca que molestaba a su vista para mirar a Ebolet, un cuerpo indefenso y temblando todavía. Galo apareció en su campo de visión, acuclillado a su lado.

  -No te atrevas a tocarla maldito bastardo. –Lo amenazó con voz débil.

    Galo soltó una carcajada.

  -Está claro, el resto depende de ti, tú eliges, si cambias de opinión pónselo.

    Un pequeño metal rodó por su mano, lo apretó y luego débilmente lo miró, era la sortija de compromiso de Ebolet, la vio detenidamente y antes de que un sueño profundo se lo llevara entendió las palabras de Galo.

    Le daba a entender de que ya no la iba a tocar más, se refería a que le estaba dando la oportunidad de recapacitar en que si realmente él quiera tocarla, el anillo le prohibiría acercarse a Ebolet, pero sin la joya, sin ese simple obstáculo Catriel tenía a su alcance el poder tocarla, acercarse a ella, sentirla… todo dependía de él. Miró a Ebolet como se la llevaban y apretó la fría plata en su mano.

    Tenía una pequeña oportunidad en su mano, un camino diferente que no estaba seguro seguir, porque no estaba seguro de lo que quería realmente y antes de que el sueño se lo llevara, su último vistazo le enseñó a una Jezabel desnuda encima de su cama sonriéndole.






    Acurrucados en el suelo parecía que no hubieran sufrido ningún ataque que había arrasado con su habitación de colección, no recuperable por el momento e imposible de intercambiar o incluso, que tres hombres hubieran amenazo a un rey con la muerte pero sin embrago, cuando Galo entró en su salón, donde su llamativo y amplio trono lleno de cojines en colores oscuros desde el rojo hasta el negro acaparaba la mitad de ese lugar, no dejó que la mirada del resto de hombres que se habían unido al rescate de Ebolet lo intimidara.

    Se sentó medio recostado en su concentración de mullidos cojines y los observó con un intenso bufido, sus Amazonas lo rodearon inmediatamente sentándose cómodamente y sensualmente en sus lados respectivos, a los segundos entró Yara con su precioso tigre véngala Jara, detrás de ella, este soltó un gruñido a los bienvenidos y se acomodó al lado de su ama.

    Galo reconoció a cada uno de ellos exceptuando a la mujer de cabellos rojos que se escondía detrás de Jeremiah. Por suerte los dos guerreros que habían entrado con su rey armando tanto jaleo, en ese mismo momento estaban al lado del resto sin hacer más escándalo del que ya habían hecho anteriormente, solo que al igual que el resto, estaban demasiado tensos.

    Jeremiah se acercó con prudencia hacia el altar donde rebosaban los cojines y alzó la vista hacia el rey que miraba por detrás de su espalda.

  -¿Dónde está mi hermana? –Pronunció cada palabra con autoridad y valentía.

  -Está descansando Jeremiah, no te preocupes.

    Galo respondió tranquilamente mientras continuaba observando a la desconocida.

  -Quiero verla.

  -Y la verás pero antes deseo que contestes a unas preguntas que me tienen en vilo…

  -¿Dónde está nuestro rey?

    Esta vez se acercó Laird, este no tenía la destreza de un rey y menos la cobardía de un hombre que desafía a otro rey, su barbilla alzada y su mirada rebosante de ira era muy amenazante e incluso atrajo todo la atención de Galo hacia él. Le resultaba familiar y no sabía porque.

  -Tú eres Laird, segundo de Catriel, ¿Verdad?

  -Os he hecho una simple pregunta, ¿Necesitáis que os la repita?

    Galo alzó una ceja y sonrió. Estaba claro que ese hombre pertenecía a la legión de Catriel, su temperamento solo podía haberlo adoptado de seguir a un rey tan obstinado como el de los Drakos.

  -No muchacho, no hace falta, por hoy he tenido bastantes ataques, te aseguro que no necesito más. – Miró a una de las mujeres y esta se alzó. –Mi hermana te llevará ante él y así comprobarás con tus propios ojos que Catriel y Ebolet están perfectamente bien.

  -Yo iré con él. –Dijo uno de los hombres que vestía de blanco, con una cresta extraña en su cabello castaño adelantándose unos pasos a la legión de los guerreros pero, el brazo alzado de Galo lo impidió.

  -El resto os quedareis aquí, me tenéis que dar respuestas y las necesito de aquellos que lo vieron con sus propios ojos. –Galo esperó a que alguno se quejara pero al ver que todos se callaron curiosos hizo un gesto con la mano hacia ellos. –Tomar asiento, sois mis invitados.

    La primera petición del rey de las Gorgonas fue que cada uno se presentara y con toda la educación y sorprendente curiosidad fueron dando sus nombres. Aunque algunos de ellos ya los conocía a otros no y agradeció el comportamiento.

  -¿Qué queréis saber? –Preguntó Jeremiah harto con tantas formalidades.

  -¿Quién es el afortunado que se va a unir en matrimonio con Ebolet?

    La pregunta sorprendió a cada uno de ellos que se quedaron mirando sin entender, les parecía ilógico tal pregunta e incluso no entendían por qué era tan importante para ese rey saberlo, aun así contesto Jeremiah, Galo no hizo ningún gesto, ni cambio de postura ni pareció importarle, cosa que extrañó todavía más a los presentes.

  -Ahora bien, ¿alguien me podía explicar cómo puede ser que una simple mujer, sin dones, sin magia y sin experiencia en la batalla ha conseguido matar a un Kraken?

  -No losé, ni yo mismo me lo puedo explicar, ¿Cómo queréis que os explique cómo mi hermana ha conseguido acabar con la vida de esa bestia?

    Esa contestación sí que consiguió perturbar a Galo, que tras recibirla se movió incomodo en sus cómodos cojines y se incorporó mejor.

  -¿Nadie me puede explicar nada?

  -No. –Contestó de nuevo Jeremiah.

    Galo se alzó de su trono y avanzó varios pasos pero no hacia ellos, se dirigió a la preciosa ventana que tenía a uno de los lados, un agujero de piedra redondo que abarcaba casi toda la pared, se dejó llevar por las vistas de lagos con cascadas y selva que le ofrecían y buscó un recuerdo en su memoria hasta dar con aquello que deseaba contar, la historia preferida, la leyenda que contaba su padre al reino cuando él era más que un joven muchacho que comenzaba entrenarse para convertirse en rey.

    Apoyó su mano en uno de los muros de encima de su cabeza y se dejó llevar por el pasado mientras los guerreros a su espalda lo observaban.

  -Hace años, cuando yo era tan solo un niño recibimos una inesperada visita. –Parecía que la historia lo trasladara a esa época y que sus ojos por un momento se concentraran en sus palabras. –Una pequeña legión de oscuridad se avecinó a nuestro reino, deseando la muerte, ya que nosotros los superábamos, pero trajeron la desgracia a nuestro reino. Mi padre los intentó echar sin derramar más sangre pero algunos se negaron mientras que otros huyeron, y aquellos que no quisieron marcharse se les dieron caza por la inmensa naturaleza que nos rodea. Los buscamos como si se trataran de un juego y los matamos. Pensábamos que estaban todos muertos pero nos dejamos al más poderoso de todos, el más retorcido y acaparador del infierno. Cuando por fin lo atrapamos fue demasiado tarde, algo dentro de él se escapó, algo que cayó al agua mientras ese ser gritaba de dolor, antes de que pudiéramos darnos cuenta de que demonios se trataba, un ser enorme que nacía del agua se abalanzó contra nosotros. Una enorme y feroz bestia con enormes tentáculos y dientes sacados de un arsenal de metales afilados nos despojó de todas aquellas vidas que amábamos, entre ellas… -Tragó saliva y dejó que el punzante dolor de la tristeza brillara en su mirada. -mi madre y mi hermano pequeño, el que hoy en día debería estar ocupando un lugar a mi lado.

    Cerró los ojos recordándolo todo, el dolor todavía se apoderaba de él y el maldito recuerdo todavía lo atormentaba cada anochecer, parecía que viviera una y otra vez la misma experiencia, las mismas muertes en sus propias manos y el mismo desdichado final.

  -No conseguimos vencer al Kraken, nuestras armas no servían contra su dura piel, y nuestras fuerzas disminuían con cada arrebato que le dábamos. Cada vez éramos menos en la lucha y la pena comenzaba a gobernar la venganza, así que, como última opción rogamos por nuestro reino al cielo y nuestras plegarias fueron escuchadas, una ayuda de los dioses, antes de que nuestro reino terminara por extinguirse. –Respiró soltando una exagerada bocanada de aire y en su rostro se reflejó la desorientación. -Nos enviaron del cielo una pequeña ayuda pero no la que queríamos. El sueño eterno para una bestia que debería haber sufrido la muerte más dolorosa que existía. –Calló y por un momento parecía que el sol brillara detrás de él, antes de esconderse por una rampa de montañas muy lejanas. -Hasta ahora. –Se giró hacia los guerreros y los miró, sus ojos brillaban de admiración. –Ella nos ha vengado. Ebolet ha matado a la bestia, un ser que ha matado a una barbaridad de guerreras preparadas, a un guerrero cultivado en la batalla y que casi destroza todo un reino, una simple humana a terminado con una bestia que nadie antes ha podio matar.  Y lo más cómico es que nadie sabe cómo demonios lo ha hecho.

  -Tal vez porque ella fue la única que realmente no temió al Kraken. Ella lo mató desde dentro, nosotros también atacamos ese caparazón, casi nos mata si no llega a ser por Ebolet, ella atravesó directamente su corazón desde dentro…

  -La espada. –Susurró Arnil. –La vi brillar antes de que mi princesa fuera devorada por esa bestia.

    Todos lo miraron como si estuviera loco. Pero Arnil sabía lo que había visto y sabía que ese poder traslucido salía de su princesa, también la había visto luchar contra los Centuriones, era la espada, esa espada bañada en oro la había cambiado, la había hecho más fuerte, más rápida que antes, era extraño que nadie se hubiera dado cuenta, desde que la tenía en su poder había sido impresionante verla luchar, hasta Dalila cuando entró en aquella jaula de las Amantrapolas lo había dicho, pero estaban tan concentrados en salir de ese lugar que ninguno se percató del cambio en Ebolet.

  -La espada es la razón de todos los cambios a mejor de Lady Ebolet…

  -Cállate Arnil. –Lo amenazó Jeremiah, él también sabía que algo extraño tenía esa espada pero no quería confirmarlo delante de Galo, podía ser peligroso. –Ebolet siempre ha sido demasiado decidida, con cualquier acero podría haber matado a esa bestia desde dentro y lo sabes.

  -Tiene razón. –Convino con él Minos. –Ninguno nos detuvimos a pensar en cómo deshacernos de ese ser, solo deseábamos matarlo como fuera, ella fue la única inteligente.

  -Una mujer. Increíble. Al menos reconocéis tal acto de valor. Como podéis comprobar yo admito que una mujer a veces lucha mejor que un hombre. –Abrió los brazos y acaparó todo el lugar con ellos, señalando a las guerreras Amazonas que había detrás de él, las cuales dieron un grito de guerra. Estaban de acuerdo con su rey.

    Por un momento el estruendo que se formó hizo temblar el cimiento de la cueva, e incluso algunas motas del techo cayeron encima de los guerreros que con disimulo se movieron hacia los lados evitando que el techo se les cayera encima. Los gritos cesaron a los minutos y con ellos las miradas al techo.

  -Una última pregunta. ¿Quién es la muchacha que se esconde detrás de ti?

    Dos cuerpos enormes se movieron rápido para camuflar a Dalila, los hombros de Minos y Jeremiah se chocaron y los dos se miraron, al principio, sorprendidos y luego con ira, pero ninguno de los dos se retiró de su puesto.

  -No os preocupéis, no tengo intención de arrebatárosla, pero es la única que no se ha presentado y parece bastante perdida ¿Tiene algún problema?

  -Ha perdido su noción auditiva. –Declaró Minos con los labios apretados.

  -¿Cómo que ha perdido?

  -Nos atacaron Centuriones, por ese motivo estamos aquí.

  -Cen…tu…rio…nes. –Galo repitió la palabra alucinado. -¿Estás de broma? Esos seres están extinguidos.

  -Os puedo dar mi palabra de que no es así. –Dijo Jeremiah con la misma ira que hablaba Minos.

    El rey de las Gorgonas todavía impresionado con la noticia levantó un brazo y una de las damas Amazonas se acercó a Dalila, los guerreros que la protegían se pusieron delante de ella, respirando con dificultad. La guerrera miró a su rey pidiendo ayuda, este sonrió.

  -Tranquilizaros de una vez. Solo queremos ayudaros, si no le devolvemos el oído a la dama, que me parta un rayo por la mitad. – Después de esa promesa, Galo miró a Dalila con prudencia y no asustar más a la muchacha de lo que ya estaba. –Dalila, acompaña a Eyen, ella te curará y luego podrás ver a tu querida prima.

    Los guerreros se retiraron y Jeremiah le deletreó con los labios que no temiera, que la iban ayudar. Al principio esta sintió temor pero cuando sus dedos tocaron los de la Amazona vio una sonrisa tierna en ella y tuvo la suficiente confianza para dejarse llevar por la guerrera.

  -Y ahora mis queridos invitados acompañarme, os daré de comer y después podréis descansar en una blanda y suave cama.






    El leve sonido de una gota de agua chocar contra la piedra despertó a Catriel. Miró a su alrededor, una débil pero llamativa luz azul que entraba del exterior iluminaba la estancia donde se hallaba. Sedas blancas en forma de cortinas caían hasta el suelo rodeando los laterales de un colchón que se encontraba encima de un pedestal grande en el suelo y donde él dormía.  Más adelante, mas cortinas camuflaban una especie de laguna tranquila que había al otro lado de donde parecía salir de su interior unas llamativas, casi mágicas luces azules que creaban una vista espectacular al juntarse con la poca luz de la luna que entraba de un extenso agujero en el techo.

    No podía ver más allá, pero al otro lado del precioso lago había más cortinas del mismo tono, cuyas telas se mecían con un débil viento, supuso que al otro lado se encontraría una habitación igual a la que él estaba en ese momento.

    Se incorporó un poco sentado mientras miraba a su alrededor, buscando a tientas una vela para poder iluminar mejor ese lugar pero algo redondo cayó de su mano encima del colchón de plumas. Miró el objeto, brillaba y lo tomó en la mano.

    Era el anillo de Ebolet y en ese mismo instante desprendía un brillo plata atrayendo el azul del exterior. Lo rodó por sus dedos pensando en tal bella joya encantada, así se había asegurado Variant de que ningún hombre se acercara a ella, que ningún hombre se atreviera a tocarla, ni a olerla, por lo visto estaba demasiado obsesionado en que la princesa fuera suya.

    Los había engañado.

    Primero la gran mentira vertida sobre Ebolet, luego el velo y ahora esa joya. Ese rey se había encargado persistentemente en tener a Ebolet para él pero cada jugada le había salido bastante mal. La princesa había sido descubierta al mismo tiempo que la mentira vertida sobre ella. Y la preciosa sortija que debería llevar ahora en su dedo, estaba en su poder, lo que no tenía claro era que hacer con ella.

    Se tumbó de nuevo en la cama, con un brazo debajo de su cabeza y el otro en alto, observando el engarzado de ese anillo, rodándolo detenidamente en sus dedos y admirando la belleza en tal detalle. Odiaba a esa joya como al dueño y a quien lo debería llevar puesto pero admitía que era lo que Ebolet se merecía, una gran y preciosa joya para una diosa caída del cielo.

    Escuchó de nuevo otro sonido, solo que este nuevo sonido venia del agua, un delicado chapoteo. Se incorporó con un codo mientras clavaba la vista hacia delante, hacia el lago que dividía esas dos estancias.

    Desde esa distancia pudo ver como el agua ondeaba en pequeños círculos que daban vida en línea recta, se sentó con las cejas alzadas, sin dejar de mirar ese pequeño detalle del agua que cada vez hacia mayores ondas y todas terminaban hacia él. Justo en el momento que decidió levantarse, cada musculo de su cuerpo se tensó y se quedó paralizado en esa cama, observando lo que poco a poco salía del agua.

    Como si se tratara de un sueño, tanto por la luz que lo rodeaba como por el pequeño sonido que se arremolino en sus oídos, su vista no perdió detalle de la criatura que salía del agua.

    Lentamente, sin perder detalle, vio la cabeza, el rostro bañado en agua haciendo que la orquídea brillara con más intensidad y captando toda su atención que bajó detenidamente al mismo tiempo que ese cuerpo salía del agua seductoramente, mojada, con un simple vestido blanco de hombros al desnudo, empapado y marcando la carne que pretendía esconder.

    Las cortinas se corrieron con un leve movimiento de ella. Si había poca luz a la mujer no le importó, sabía bien que era lo que miraba, porque lo había visto ya antes de salir del agua y Catriel, después de devorarla con la mirada se había mantenido encantado con su mirada, fija, el negro más oscuro contra un verde desbordante de pasión.

    Dio dos pasos sin temor, mientras la cola de su vestido empapaba todo el suelo de esa entrada perlada de luz oceánica. Catriel se levantó por fin de la cama y avanzó dos pasos, solo que no sabía si era para echarla de allí o simplemente invitarla a entrar más adentro. Pero antes de que tomara una decisión, ella estaba demasiado cerca y él había acortado el poco camino que los había separado.

    Entre los dos se habían acercado tanto al otro, sin darse cuenta, atraídos por una invisible cuerda de atracción que ahora, con las vistas clavadas mutuamente en sus pupilas dilatadas, no había forma de echarse atrás y las palabras parecían atascadas en las gargantas de unos cuerpo tensos que ardían el uno por el otro. Todavía no se habían tocado pero sus cuerpo estaban muy cerca, demasiado y el murmullo de acariciarse era muy intenso, parecían perderse entre gritos.

  -Ebolet.

    Por suerte Catriel recuperó la voz pero no el talento del aguante y compostura de su cuerpo, su mirada continuaba hambrienta y sus manos le dolían por tocarla.

  -¿Qué haces aquí?

  -Me duele. –La voz de Ebolet era un simple susurro desesperado y ronco. –Ayúdame Catriel, haz que deje de doler.

    Su añoranza debilitó visiblemente cada músculo de Catriel. Continuaba drogada con el maldito afrodisiaco que le había dado Galo, no podía ayudarla, aunque lo deseara.

  -No puedo, no me perteneces…

  -Sí. –Ebolet le colocó un dedo en los labios para acallar lo, ese simple roce volvió loco a Catriel que suspiró contra esa carne fina y suave. –Siempre te he pertenecido, mi corazón es tuyo y mi cuerpo, solo tuyo, de nadie más.

    Catriel cerró los ojos al escuchar tal declaración, una simple palabra y lo había emborrachado de locura, lo había debilitado como una presa débil ante ella, acorralado en un callejón sin salida, sin retorno y sin la esperanza de permitirse huir de ella.

  -Tómame, te lo ruego, arranca el dolor de mi cuerpo.

    Parecía que la voz le estrangulara la garganta y cuando Catriel abrió los ojos su cordura se fue lejos de él.

     Los ojos de Ebolet brillaban, su cuerpo ardía, aun sin tocarla notaba el calor acariciarlo como los picos de las llamas. Fijó la vista en sus labios, los cuales ella se mordía intensamente, jugando con él.

    Su cuerpo estaba tenso y su corazón dejó de latir por un momento al ver que Ebolet alzaba las manos a los tirantes de su vestido y los deslizaba muy lentamente por sus hombros. El vestido cayó en cascada hacia abajo por todo su cuerpo hasta enrollarse en sus pies, sus propios pies notaron el frescor de esa tela mojada en las puntas de sus dedos, pero no se retiró, la belleza que tenía ante sí era demasiado embriagadora como para dejar de observarla y antes de que la alucinación, si era eso lo que estaba teniendo en ese momento, se la llevara de la misma forma que había venido, la miró.

    Comenzó por debajo, por esos pies y piernas que ya antes había acariciado, fuertes, largas y rectas, perfectas de un color casi dorado, una mujer que amaba el sol, una mujer que no translucía como la piel blanca, era admirable, pero su feminidad apareció ante él como un divino regalo. Su boca se hizo agua por desear saborear, oler e introducirse en su interior pero aplacó a la bestia que hervía como él en su interior y continuó mirando todo aquello que le quedaba por observar.

     Un vientre plano, delgado, casi podía abarcar su cintura con una simple mano, daban forma a una curva perfecta aun para lo delgada que estaba y quedaba a la perfección con las dos redondeces que acapararon toda la atención del guerrero, dos pechos erguidos, redondos y demasiado bien formados. Por un momento sus manos le picaron por ahuecarlos, tomar el peso entre sus manos.

    Se lamió los labios y ese gesto obtuvo la recompensa de sus pezones, que se endurecieron apuntándolo a él, pidiendo a gritos el calor de sus labios y él generoso tenía la intención de aceptar esa gran oferta pero todavía no. Alzó la vista a los ojos de Ebolet y continuaban igual de brillantes, hambrientos, su labio continuaba secuestrado por sus dientes y esa visión ya no era aceptada por su aguante ni por su honor de caballero, la bestia al igual que él estaban demasiado perdidos como para poder aguantar.

    La tomó por los brazos, escuchando el grito de ella y se la colocó en la cintura, como si fuera más que una niña pequeña. Ebolet enrolló sus piernas alrededor de su cintura y gimió al sentir el calor del estómago de Catriel, ardiendo por ella.

    Fue a la cama con ella encima, donde la tumbó y antes de que sus manos se pusieran en marcha a tocarlo, las cogió al vuelo y las colocó por encima de su cabeza, aferradas. Ebolet se estiró y sus pechos se alzaron más con ese movimiento. Catriel gruñó con desesperación, la misma que ella le pedía y sin el mayor esfuerzo los presionó con sus labios.

    Ebolet rugió, llamándolo y él la obedeció, al fin tomó uno de sus pezones entre el calor liquido de sus labios, los lamió haciendo círculos y observando como ese pequeño botón se estiraba cada vez más, se alzaba hacia él, exigiendo, como el cuerpo de su ama que había adoptado la curvatura perfecta para un mayor acceso a su plenitud, se sintió impaciente y lo mordió con delicadeza. Su sabor exploto en sus papilas gustativas, era extremo, delicado, suave y prohibido.

    Dejó de torturar uno y con un camino de dulces besos fue atacar el otro. Los labios de Ebolet se quejaron rabiosamente y sus manos hicieron el intento de retirar la firme y fuerte mano de Catriel, este, al ver el estado de la princesa sonrió, soltando el aliento sobre el tembloroso cuerpo de ella.

  -No te impacientes, Orquídea, disfruta de mis labios como yo estoy disfrutando de tu sabor.

     La voz salía ronca de él, que cada vez sentía más su temperatura arder. O, por los dioses sí que estaba disfrutando, sí que estaba en lo alto de los cielos y no pensaba bajar por el momento.

    Continuó lamiendo, devorando el otro pezón hasta que lo hizo enrojecer como su hermano. Sus manos continuaban ocupadas, una presionando las de Ebolet, manteniéndolas pegadas contra la cama, no podía permitirse el lujo de que esa mujer lo tocara, deseaba disfrutar de ella y sabía que si sus manos comenzaban a rozar su piel no lo soportaría, no aguantaría la presión por reclamarla y no quería causarle daño al robarle su virtud, no se caracterizaba por ser muy blando con las damas y esta que temblaba debajo de él necesitaba un proceso más lento, más suave.

    Su otra mano se dedicó en acariciar el borde de su cuerpo, desde su cintura, su cadera hasta su muslo, tenía la necesidad de abarcar cada zona, memorizar cada rincón, necesitaba recordar aquel lugar que le causaba mayor placer.

  -Catriel, te necesito.

    Su oído parecía ser acariciado por terciopelo cada vez que escuchaba su nombre en ese tono ronco de necesidad. Se alzó y la miró, preciosa, con los ojos cerrados y los labios abiertos, soltando finos gemidos, su cabello húmedo se arrastraba por la cama y por encima de su cuerpo húmedo pero no solo el agua los había mojado a ambos, filas de sudor hacia que tanto el cuerpo de Catriel como el de Ebolet brillaran bajo la tenue luz azul.

    Su necesidad lo llamó a gritos y antes de que recapacitara todo sobre lo que estaba haciendo, las manos que acariciaban el prohibido cuerpo de la frágil muchacha volaron con rapidez a su propia cintura para desenrollar el lazo de sus pantalones, los cuales salieron volando, dejándolo totalmente desnudo.

    Al escuchar ese sonido Ebolet abrió los ojos y lo observó, preparado, enorme y apuntando directamente hacia ella, ese simple vistazo la dejó más que preparada para lo que se avecinaba y antes de que pudiera suplicar, Catriel frenó en su garganta cualquier palabra al besar esos labios hinchados. Mientras su lengua se infiltraba como una serpiente depredadora en su boca, jugando con la de ella, se fue moviendo y con sus propias piernas se introdujo en las de Ebolet, abriéndola con dos suaves movimientos de rodillas.

    Una de sus manos comenzaron acariciarla de nuevo hasta enrollarse por su cintura y alzarla un poco, justo para pegarla a su cuerpo. La mayor de las sensaciones arrasó su cuerpo al sentirla desnuda, carne cálida y suave contra carne dura y musculada. Ebolet necesita más de él y enrolló una de sus piernas en sus caderas, abriéndose más y dejándose llevar por el guerrero.

    Catriel se retiró un poco de ella y miró esos ojos mientras se preparaba para penetrarla, acarició su sexo, empapando sus dedos con el jugo de miel de ella, besó su barbilla mientras colocaba la punta de su pene en una estrecha entrada y tensó su cuerpo esperando la respuesta de ella.

    Ebolet lo miró a los ojos, una nube de pasión y felicidad cubrían esa mirada negra.

  -Te quiero mi Catriel.

    Fue bastante, esas simples palabras le llenaron el pecho de orgullo. Soltó el amarre de las manos de ella que enseguida volaron a su espalda, la cual arañaron exageradamente y por fin la penetró de una embestida.




    Unos gritos extraños lo despertaron, abrió los ojos y miró a su alrededor, reconociendo la habitación donde se hallaba, estaba todo exactamente igual, nada diferente, miró la cama donde estaba, solo, desnudo y empapado en sudor. Paso su mano por el cabello ya desecho y un pequeño y delicado bulto cayo en su regazo, lo miró. Era la sortija de Ebolet, brillante, formando un color intenso y tan atrayente como en su sueño, un terrible sueño de lo más erótico.

    Todavía podía sentir el calor del cuerpo de la mujer, escuchaba en ecos los gruñidos de Ebolet como música en sus tímpanos y tanto su pulso como cada nervio de su cuerpo temblaban compulsivamente, su piel estaba ardiendo y la sensación del dolor continuaba en él tan intensa como antes de que ella se desprendiera del vestido.

    La había creado en su imaginación tan real que por un momento comenzaba a dudar si se había tratado de un sueño o… No sabía que palabra exacta podía darle a esa sensación tan invasora y fantástica.

    Estaba claro que se había vuelto loco y que ya no podía quitarse de la cabeza ese cuerpo desnudo tan perfecto.

    Un sonido, como si fuera un golpe le hizo alzar la vista. El agua se movía, hacia ondas, solo que estas no avanzaban hacia él, se mantenían en el mismo lugar. Otro golpe y un chapoteo, algo muy pequeño, similar a una piedra que había caído al agua.

    Alzo más la vista buscando y se encontró con un cuerpo trepando por la pared hasta perderse por una grieta a un lado. Se alzó de la cama y caminó directo a las cortinas que tapaban el precioso lago mientras se ponía una sábana alrededor de la cintura. Corrió la cortina y vio atentamente como el agua comenzaba a tranquilizarse, levantó la vista hacia donde había visto a la sombra y pudo identificar una pequeña entrada a otra cueva.

     Retrocedió para tomar su pantalón de piel corto y se avecinó por la grieta, detrás de la sombra que reconocía tan bien como la mujer con la cual había soñado.

 

      

    El corazón de Ebolet continuaba latiendo con fuerza, el remolino de esa pesadilla todavía continuaba enseñando esas imágenes que no habían sido tan claras. No sabía cuántas veces había soñado con la muerte de su padre pero cada vez eran más intensas, más dolorosas y cada vez la muerte la arrastraba más en ese irritante final, una punzada con un puñal en su corazón,

    ¿Porque algo que no había sucedido en ese día la atormentaba de esa manera? ¿Por qué un recuerdo que jamás sucedió la perseguía de esa manera? ¿Porque ese sueño terminaba con ella siendo la principal atacante de ese asesino, de ese hombre que nunca había visto y que nunca había reconocido?

    Sentía muy dentro que era alguna señal o algún tipo de enigma hacia su futuro. Bufó y enrolló mejor la sabana que tan solo se había puesto en su cuerpo para camuflarlo del frío aire de la noche mientras intentaba quitar los últimos signos de terror de su cuerpo.

     No conocía ese lugar pero había continuado caminando por esa cueva hasta llegar donde estaba ahora, sentada en el final del pasillo, fuera, en la fría noche y en lo más alto de una piedra que daba a un precipicio de un impresionante acantilado.

    Observó los paisajes oscuros, intentando ver algo entre tanto árbol exótico pero la débil luz de la luna daba secreto a cada rincón. Soñó despierta un momento por sentir la libertad de un ave nocturna que desaparece, viaja y no da explicaciones a nadie, por tener esa vida pero, esa vida no era la suya y nunca la sería. Tenía que dejar de imaginar cosas que nunca tendría, por muy fuerte que las deseara.

   Una tos nada disimulada la atrajo a la tierra de golpe, como si hubiera caído del cielo y se hubiera estampado contra la dura roca, ya que antes de girarse ya sabía de quien se trataba, había sentido una extraña electricidad que la había arrollado como un espasmo de tormenta violenta.

    Ebolet lo miró y se derritió, estaba apoyado en un muro de piedra desigual de la entrada a la cueva, con los brazos cruzados y observándola con curiosidad. Las mejillas de Ebolet se cubrieron de un perfecto carmesí, en ese momento se dio cuenta de que tan solo llevaba puesta la sábana blanca tapando su cuerpo desnudo.

  -¿No podíais dormir?–Preguntó Catriel con un tono ronco en la voz.

  -No, supongo que al igual que vos. –Su voz tampoco era tan clara como se esperaba, ese hombre llegaba a intimidarla. Agachó su rostro y lo giró de nuevo hacia el oscuro paisaje de la noche.

  -Un ruido me despertó de un precioso sueño, ¿Y a vos?

  -Una pesadilla, gracias que Dalila me despertó con uno de sus típicos movimientos exagerados. A veces pienso que duermo con una especie de animal inquieto.

    Catriel sonrió al escuchar un comentario gracioso que viniera de ella, pero deseo verle el rostro. Ebolet miraba hacia delante, había podido ver como se ruborizaba y no entendía por qué, hasta ahora, había comenzado acercarse a ella y se había dado cuenta de que tan solo llevaba una sábana enrollada a su cuerpo. Catriel respiró varias veces pero el suyo propio comenzó arder, apretó los puños con fuerza y dio los dos pasos que le faltaban, luego la miró.

  -¿Os importa que me siente con vos?

  -No, sentaros, de todas maneras yo ya me iba.

    Hizo ademan de alzarse pero el brazo de Catriel se lo impidió manteniéndola sentada al mismo tiempo que él se sentaba a su lado, muy cerca.

  -Quedaos conmigo, hacerme compañía. –Le pidió.

    Los dos sé quedaron mirando, en silencio, las pupilas de Catriel se dilataron y el cuerpo de Ebolet tembló delicadamente bajo la mano de él. Inconscientemente esos labios carnosos fueron atrapados por unos dientes blancos, gesto que hizo que Catriel soltara un gruñido. Retiró la vista y el brazo tan pronto que, Ebolet casi perdió el equilibrio, gracias a que continuaba sentada, aun así, se mantuvo firme y con decepción retiró la vista, algo más nerviosa que su acompañante, para posarla en la nada, ya que el hombre que tenía delante acaparaba toda su atención.

    Hasta a ella llegaba su fuerza, su calor y su olor, era tremendamente excitante, nunca en su vida había visto a un hombre tan atractivo y tremendamente sexy como él, unos ojos tan llenos de vida, un color que cambiaba según sus sentimientos y unas facciones tan duras, tan marcadas… Pero lo peor era su cuerpo, grande y delgado a la vez, dorado como los rayos del sol y casi como el enorme dragón que estaba en su espalda. Él era todo lo que una mujer deseaba en un hombre, el guerrero bárbaro, el dios de la guerra, un hombre autoritario e implacable en una lucha, no había sensibilidad en nada que dictara su carácter y sin embargo, esas enormes manos le habían acariciado con tanta ternura en la bañera y sus labios habían sido tan…

    Ebolet sacudió la cabeza y respiró varias veces, su corazón estaba al borde de un precipicio como ella ahora mismo.

  -Me encantaría saber en qué pensáis en este mismo instante.

  -¿Qué? –Preguntó Ebolet perturbada.

  -¿Qué indagáis por la cabeza?

    Sus ojos volvieron a encontrarse, el verde intenso contra el negro de la noche, brillantes, atrayentes como si se tratara de luciérnagas, dos corazones chocando casi al mismo tiempo contra el pecho y ajenos aquellos ojos que se escondían en la noche observándolos.

  -Pensaba en vos.

    Catriel abrió los ojos sorprendido por la respuesta nada esperada de la muchacha, intentó hablar pero para nada se esperaba tales palabras, esas mismas se llevaron las suyas, pero Ebolet no había terminado y tampoco dejó de sorprenderlo.

  -En vuestros cambios de humor hacia mí. Me desconcertáis.

    Ahora estaba aturdido, eso tampoco se lo esperaba.

  -¿A que os réferis?

  -A que un día me odiáis y otro… pues me tratáis de una manera diferente, me pilláis desprevenida y no sé cómo actuar ante vuestro nuevo comportamiento.

    Él tampoco lo sabía, no entendía que era lo que le sucedía pero ella tenía razón y no iba a admitírselo, necesitaba cambiar de conversación, esta estaba convirtiéndose en una muy peligrosa. No sabía que implicaba esos repentinos cambios y no deseaba expresar tales sentimientos.

  -¿Por qué me salvasteis la vida?

    Ese cambio de tema pilló desprevenida a Ebolet pero su estupor no duró mucho.

  -Porque vos me la salvasteis a mí, os lo debía.

  -Era mi deber. –Su voz sonó sarcástica, ese timbre y esa forma de decirlo molestó a Ebolet que contraatacó de la misma forma.

  -Y el mío.

    Catriel sonrió al verla tan molesta y por primera vez Ebolet lo vio sonreír, mostrándole unos dientes perfectos, una sonrisa que le abrió la boca alucinada por el efecto que causaba ese gesto en él, si ya lo veía guapísimo cuando la dureza se repartía por sus gestos, esa naturaleza lo hacía aún más bello y más natural. Su corazón comenzó a latir de nuevo a gran velocidad y su respiración fue de nuevo nula.

    Catriel la observó, radiante bajo la noche. Dos de sus mechones se habían caído y los tomó para colocarlos detrás de su oreja, aunque por un momento deseó mantener esa seda bajo sus dedos y enrollarse en ella, olerla. Retiró a duras penas ese roce sin dejar de mirarla, ella tembló y por fin cerró la boca.

  -Entonces continuáis debiéndome una. –Susurró Catriel con voz más ronca.

  -¿Una?

  -Sí, una vida.

  -¿Por qué? –Ebolet parecía atragantarse con sus palabras.

  -Os he salvado de las garras de Galo.

  -No creo que eso fuera para tanto, ese rey no podía…

  -No os lo podéis imaginar, ni de cerca, por mucho que lo penséis, no tenéis ni idea de lo que ese mismo rey tenía pensado haceros.

    La princesa abrió los ojos imaginándoselo y se ruborizó, ese color atrajo la mirada de Catriel y por un momento lo desconcentró. Hasta que ella bajó la vista hasta su regazo mientras enrollaba sus dedos entrelazados, nerviosa.

  -Entonces tenéis razón, os debo una.

  -Si Orquídea, me debes una. –Catriel ronroneó seductoramente cada palabra, pero ella continuaba sin mirarlo y deseaba ver esos ojos, ahogarse en ellos. Harto, alargó la mano y tomó la barbilla de Ebolet en sus dedos para alzarla y que lo mirara. –Solo que esta vez yo os diré como tenéis que devolverme ese favor, no quiero que pongáis vuestra vida en peligro, no quiero que corráis peligro alguno por…

    Se silenció porque la mirada de Ebolet estaba oscura devorándole los labios e incluso sin darse cuenta, los dos se habían aproximado demasiado al otro. Estaban tan cerca que casi sentía el sabor de sus labios sobre los de él. Era una invitación deliciosa y demasiado tentadora como para rechazarla.

    Apretó más el contacto de sus dedos sobre la barbilla de Ebolet y la acercó perdiéndose en la sensación de volver a besarla, ella cerró los ojos, sabiendo que era lo que sucedería mientras soltaba un suspiro de anticipación, él sonrió orgulloso por la respuesta de ella y ese sonido lo atrajo más a continuar, como un canto de sirena.

    Que los dioses se apiadaran de él, pero estaba ansioso por besarla.

    Acortó la poca distancia, con lentitud y sintió por fin ese leve roce, esa carne blanda, esa deliciosa sensación y…

  -¡Adonaí!

    Tras el grito los dos se aparataron rápidamente. Ebolet abrió los ojos y avergonzada miró al intruso. Catriel bufó de rabia y maldijo en voz muy baja por la interrupción antes de fijar la vista cargada de ira hacia Laird, el cual los miraba espantado, como si estuviera contemplando un acto sanguinario.

     Ebolet intimidada ante esa mirada que prácticamente se le dedicaba a ella intentó alzarse pero se lió con la sabana y no pudo, Catriel al verla tan apurada, pasó su brazo por la cintura de ella y la alzó, la miró dedicándole una sonrisa y luego sin retirar ese brazo miró duramente a su amigo.

  -¿Qué sucede Laird?

    No censuró su voz que sonó un tanto rabiosa para que Laird se diera cuanta de su intromisión pero este no se molestó por el enfado de su rey, miró ese brazo, extrañamente posesivo que rodeaba la cintura de Ebolet y habló, tragándose la ira que hervía en su interior.

  -Pronto amanecerá, debería descansar y la princesa creo que debería regresar a su cuarto, su prima se ha despertado y la está buscando.

  -Oh, Dalila, me había olvidado de ella.

    Ebolet se deshizo del brazo de Catriel y avanzó preocupada por su prima, pero antes de dar dos pasos el rey de los Drakos la tomó del brazo para detenerla.

  -Os acompañaré, no deberíais ir sola por estas cuevas…

  -No os preocupéis, Adonaí, yo la acompañaré.

    La voz de Laird tomó de nuevo un tono más alto de lo normal y miró a Ebolet, esta le dijo que sí con la cabeza y avanzó soltándose delicadamente de la mano de Catriel, quien alucinado veía como se marchaban los dos por el interior de las cuevas, dejándolo aturdido en la fría noche.

    Tomaron otro camino, menos peligroso que el que había cogido Ebolet para llegar hasta ese lugar aunque estaba igual de oscuro, por suerte Laird llevaba en su mano una pequeña antorcha que iluminaba bastante sus pasos pero no los suficientes ya que Ebolet tropezó con la propia sabana que cubría su cuerpo y casi cayó al suelo, pero los reflejos del guerreros la ampararon de una caída de boca contra la piedra.

    Sus cuerpos chocaron cuando él la agarró para alzarla, ese pecho se chocó con el de la princesa al mismo tiempo que un extraño fogonazo partía el contacto, una fuerte sacudida arrasó los dos cuerpos que se miraron sin entender lo sucedido, e incluso esa fuerte sensación hizo que la antorcha que llevaba Laird en su mano se cayera al suelo.

    Aturdido miró a la princesa con los ojos abiertos, sorprendidos y extrañamente tintados de un dolor insistente, un dolor que lo atravesó al verla pero que no entendía de que venía y luego el terror, el miedo de aquello que ella le provocaba, un miedo irracional, como una extraña penumbra de un mal final.

    Como si el demonio cuidara de ella, velando su paso.

    Ebolet al ver tal reflejo en su mirada temió e intentó retirarlo de su cuerpo, pero Laird no estaba por la labor, su mano parecía haberse quedado fundida en el brazo de ella, lo intentó de nuevo mientras le suplicaba con la mirada, llena de terror por lo que le sucedía a Laird.

  -Laird, soltarme, me estáis haciendo daño.

    Esas palabras no sirvieron para que él cambiara de posición, al contrario, la arrimó deliberadamente más a él y la miró con un fuego vivo de ira dedicada a ella.

  -Dejar en paz a mi rey. No sé quién sois, ni que escondéis pero como sigáis por ese camino traeréis la guerra a nuestro reino, vos seréis la culpable de toda la sangre que se derrame como no comprendáis a tiempo, que no podéis ser para el Adonaí…

  -Yo no… Os confundís, Laird basta.

  -Se lo que intentáis y no pienso permitirlo. –La soltó casi con un empujón. Los ojos de Ebolet brillaban por las lágrimas que estaba aguantando para que no salieran. –Os aviso princesa, casaros con vuestro prometido y dejar a mi rey que busque a su mujer, no os inmiscuyáis en su misión, no sois dueña de él, Jezabel tiene su amor y su dragón ganado, no quitéis aquello que le corresponde a otra mujer.

    Se dio media vuelta y desapareció por el oscuro pasillo, Ebolet se apoyó de espaldas a una pared y comenzó arrastrarse por ella hasta quedarse sentada en el suelo. Las lágrimas por fin traspasaron la barrera que ella había dejado caer y los sollozos la rodearon en la oscura cueva como un manto de tristeza.

    Justo a una prudente distancia, donde nadie lo podía ver, Laird la observaba, callado y arrepintiéndose por un momento de haber sido tan cruel con la muchacha, pero era la única manera para que ella se alejara de su rey. También le dolía haber mentido sobre Jezabel, no la deseaba de reina ni muerto pero esa era la excusa perfecta que se le había ocurrido.

    Ebolet ya sabía porque se habían unido al viaje, si sentía algo por Catriel, esa verdad la haría recapacitar y alejarse del Adonaí, porque era lo que tenía que hacer, alejarse de Catriel, por el bien de todos.

    Ese rostro hermoso escondía un terrible secreto, lo había notado, cuando sus cuerpos habían chocado, cuando la había sentido tan cerca de él, su cuerpo había reaccionado de una manera extraña, lo había arrollado primero la necesidad de algo que no podía reconocer, después el odio y por último un dolor de perdida desgarrador, tanto que se le había helado la sangre, se había ahogado con su propio aire y por un breve instante había deseado la muerte para poder borrar ese dolor, el cual todavía palpitaba en su corazón, un órgano que parecía que comenzara a resquebrajarse.

    Unos pasos que se avecinaban hacia Ebolet lo alentaron de inmediato a estar alerta, estuvo a punto de ir a por la princesa y llevarla a su cuarto como le había prometido a su rey pero al ver que se trataba de Celso se quedó quieto y los observó.

    Celso se acuclilló a su lado y comenzó a hablarle, no podía escuchar bien lo que decían, solo los murmullos llegaban hasta su lado, al igual que las sombras que se dibujaban de ellos, pudo ofrecerle varios gestos demasiados confiados, donde por lo visto el primo del rey consolaba a la princesa, quien, gracias a esa ternura, dejaba de sollozar cada vez menos.

    Al fin Celso se alzó y le ofreció su mano, ella la aceptó, se alzó pero ninguno de los dos separó sus manos cuando comenzaron a caminar. Laird los siguió sigiloso, manteniendo la distancia prudente de no ser visto.

    Llegaron a la habitación de Ebolet y se detuvieron, una leve luz azul que salía de la puerta abierta le mostró mejor visibilidad de los dos, Ebolet mantenía la cabeza agachada y Celso la miraba.

  -Ebolet. –Ella al fin la alzó y lo miró con los ojos rojos e hinchados, Laird sintió un pinchazo en el pecho por la culpabilidad. – ¿No me vais a decir que os ha sucedido?

    Ella negó con la cabeza y por un momento Laird se sintió tranquilo de que no lo mencionara pero tan solo un poco, tenía un peso extraño en sus hombros que no daba nombre.

  -Sabéis que podéis contar conmigo. –Le continúo diciendo Celso.

  -Gracias. –Sollozó Ebolet mientras le dedicaba una sonrisa.

  -Así, con esa sonrisa, estáis más hermosa.

    La mano de Celso limpió las lágrimas de Ebolet y esta antes de entrar se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla pero Celso aprovechó ese acto cariñoso y justo en el momento que ella le daba el beso giró su rostro y sus labios se encontraron.

    Ebolet intentó echarse hacia atrás pero las manos de Celso agarraron su rostro y la mantuvieron atrapada en ese beso, saboreando el calor de sus labios, irracional contra su celebro.

    Laird abrió los ojos sorprendido y justo en el momento que iba a participar para detener eso, Celso se retiró de Ebolet, le dio un tierno beso en la frente junto con las buenas noches y se marchó sonriendo. Ebolet se metió rápidamente en su cuarto y cerró. Laird se quedó durante unos segundos, quieto donde estaba, pensando.

    ¿Pero qué demonios le sucedía?

    Se sentía hervir por dentro, su dragón interior parecía que le diera de patadas en el estómago, sentía rabia y algo más, algo que no tenía sentido. Maldijo en voz baja y golpeó la pared que tenía a su lado, después, como el viento desapareció.

    Ebolet se apoyó en la puerta con el cuerpo temblando, el beso de Celso no le había producido ningún sentimiento similar a los que le producían los de Catriel pero estaba estupefacta de esa reacción del guerrero, no lo entendía. Se separó de la puerta diciéndose a sí misma que evitaría más contactos con Celso,

    ¿Tal vez le había hecho creer algo para darle tal confianza y que se permitiera el lujo de atreverse a besarla? Se preguntó con preocupación.

  -¿Ebolet?

    Su prima la llamó en susurros desde la cama con la voz dormida y preocupada, Ebolet se acercó a ella.

  -Sí, duerme.

  -¿Dónde estabas? ¿Estaba preocupada?

    Ebolet le sonrió. Estaba contenta al ver que Dalila le contestaba sus preguntas sin la ayuda de Prismancita. Las Amazonas le habían devuelto el sonido a sus oídos. Se sentía tremendamente agradecida con esas guerreras y se sentía en deuda con ellas, le habían devuelto la sonrisa a Dalila, a ella y a Jeremiah, el cual estaba tremendamente feliz de ver tan radiante a Dalila.

  -Salí fuera, necesitaba que me diera un poco el aire.

  -Mmmm, vale, pero hazme el favor y a la próxima vez me avisas… -Bostezó y volvió a tumbarse en la cama. -… Estaba muy preocupada.

  -Duerme Dalila. Puedes estar tranquila, ahora no pienso ir a ningún lado.

    Ebolet le habló con ternura y la tapó mejor, subiéndole la fina sabana hasta los hombros, luego le acarició el cabello.

  -Buenas noches. –Le agradeció Dalila en apenas un sonido audible.

  -Buenas noches, Dalila.

    El destello de un brillo atrajo su mirada hacia un rincón de la amplia habitación, su espada, Dianuvis, descansaba apoyada en un pequeño soporte de piedra. Se acercó a ella como un imán, como siempre y la rozó con los dedos, ese simple roce atravesó su cuerpo hasta permanecer en su corazón, sintió el calor en él, el calor de Dianuvis en su roto corazón, sintió que las pequeñas brechas se cerraban, simplemente en un consuelo, el dolor no lo podía borrar la magia de esa espada legendaria pero agradeció esa tranquilidad por un leve momento, ya que al darse la vuelta su pena interna salió a relucir tan llamativa como había resultado su espada al brillar bajo la triste noche.

    Sus ojos atravesaron la fina capa de cortinas que daban al lago, para atravesar de paso las siguientes cortinas que daban a la estancia de enfrente. Una gran sombra estaba de pie, en medio de esa gran entrada, muy cerca de las hermosas sedas que colgaban del techo. Se frenó justo delante, mirando fijamente al hombre que había al otro lado del lago, tentada de retirar la seda para verlo mejor pero aunque sus manos se alzaron, la cortina no se movió ni un solo centímetro, algo dentro de ella se encargaba de repetirle las duras palabras que había vertido Laird con tanta dureza sobre ella que le resultó imposible cualquier movimiento.

    Ese guerrero tenía razón, Catriel no era para ella y que error tan grande había cometido con el deseo a la sacerdotisa, ¿En que estaría pensando al pedir el amor de un hombre que no podía dárselo?

    Que tonta había sido.

    Miró por última vez a su amado guerrero, diciéndole en susurros aquello que nunca le diría en voz alta “Te quiero” y se giró para reunirse en la cama con su prima.

    Un suspiro salió de los labios de Catriel al verla desaparecer, por un momento se había imaginado que remontarían su conversación o simplemente le daría las buenas noches, como una dama educada y sin embargo, ella había decidió darle la espalda e introducirse en la oscuridad de su cuarto.

     Había estado tan cerca de volver a besarla que ahora se había quedado con las ganas de sentirla, de tocarla, de besarla.

    Maldita sea. Esa mujer se había metido dentro de su cabeza como una maldita mosca molesta y el problema era que Ebolet le pertenecía a otro, exactamente a Variant de Grecios, el maldito rey que en el pasado había intentado robarle a su preciosa Jezabel…

    Jezabel ¿Dónde estás?, se preguntó mientras se tumbaba en su cama, pensando en ella, en su cabello rubio cayendo en cascada encima de él, si al menos ella estuviera junto a él, Catriel no se sentiría así por esa princesa, no se debatiría en complicarse en una emoción que todavía no le había dado nombre y jamás se hubiera fijado en una mujer de cabellos negros que comenzaba a torturarlo salvajemente.

    Ya no veía tan clara su misión, aquella que había decidido para comenzar el viaje al lado de Jeremiah. Ya no tenía claro que era lo que buscaba, ya no tenía claro nada.

    Su mente lo controlaba de manera suspicaz, cada vez que intentaba pensar en Jezabel, su principal motivo de estar en ese mismo reino y en ese mismo instante, lo manipulaba de tal manera que la imagen era borrosa hasta que aparecía Ebolet en ella, nítida y claramente hermosa.

    Ya no tenía claro que era lo que quería realmente.

Queridas lectoras:

Como siempre gracias por leer esta historia y gracias por los bellos comentarios y los votos.

La semana que viene no podré subir capítulo  de esta novela, pero a la siguiente si, seguro.

Losientoooooo!!!!

Mil besos y mil abrazos, hasta de aquí dos semanas!!

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