Capítulo 1
Capítulo 1
Tres largos meses habían transcurrido desde la salida de Jeremiah. Habían recibido noticias de él pero en todas sus cartas decía que pronto regresaría y aun así, todavía no había vuelto y Ebolet comenzaba a desesperarse. Con su tardanza su tía Clira había salido a buscarle un esposo, había ido a todos los reinos vecinos para firmar la alianza pero todos ellos la habían rechazado, hasta su Catriel y dos veces, una a su tía y la segunda, en una carta que la misma Ebolet le había escrito pidiéndole que se lo pensara, pero su contestación había sido tan fría como dolorosa e incluso le había devuelto su propia carta rota en pedacitos junto con la negación frívola de la de él. Nadie aceptaba a Ebolet como esposa y ella no entendía el por qué. Hasta que una mañana todo cambió.
Clira la mandó llamar a su cuarto y le comunicó que ya tenía prometido para ella, Variant de Grecios, el rey del Reino de las Olas, un reino gobernado por sirenas, rodeado de un mar azul y profundo, donde las sirenas cantaban a sus reyes marinos y nadaban junto con los tiburones u hombres marítimos protegiendo el reino, Ebolet lo aceptó y se marchó sin rechistar, pero ese día todo había cambiado para ella.
Esa aceptación le acababa de cambiar la vida.
Reino de las Olas.
-¿Estás segura Semiramis?- Le preguntó Variant de Grecios a su hermana mientras esta miraba de nuevo la bola de cristal donde salía reflejada Ebolet.
-Ven tú mismo y obsérvalo, tu preciosa Ebolet ha aceptado tu propuesta de matrimonio.-Le contestó ella arqueándole una ceja y devolviendo la vista a la esfera. -Te dije que esto funcionaría. El rumor fue todo un éxito, cada rey se creyó cada mentira que dije e incluso lo exageraron más. -Semiramis retiró la vista de la bola, se levantó y pasó por el lado de su hermano dedicándole una sonrisa. -Te dije que funcionaría. Esa niña es tuya. Envía a tus hombres al Reino de la Luz para que la recojan y que te la traigan aquí. Ah!-Semiramis se giró rotundamente cara su hermano antes de marcharse. –Recuerda que debes darles el velo a tus hombres, si le ven el rostro…
-Losé, todo saldrá a la luz, sabrán que el rumor era eso, un rumor. -Terminó la frase Variant cortando a su hermana.
-Correcto. –Le sonrió ella saliendo de la habitación.
Variant no entendía como esto le podía haber salido tan bien, pero había funcionado. Desde que él había visto a Ebolet a través de la bola de cristal de su hermana sabía que era para él y solo para él. Su hermana le había ayudado a extender un rumor que dejaba a Ebolet en un estatus bastante bajo, los comentarios eran desde lo fea que resultaba a la vista, como lo menuda y débil que era, tanto que no podría tener hijos, moriría engendrándolos. También, lo niña mimada en que se había convertido desde que su madre había muerto, volviendo loco a cualquier criado con sus caprichos, desobediente hacia su rey y hacia su familia. Pero la realidad era otra muy distinta.
Ebolet era muy diferente a todo lo que habían dicho de ella. Era hermosa, de piel dorada, cabello y ojos negros como la noche, alta y con unas curvas que podían hacerte perder la cabeza, era fuerte, valiente y atrevida, sabía luchar, no como un hombre pero al menos podía defenderse sola. Era lista e ingeniosa, parecía una Valquiria legendaria, y lo que más le fascinaba de ella era su orquídea, su preciosa marca del ojo, lo fascinaba. Y ahora esa preciosa diosa era toda para él, pronto la tendría a su lado y nadie se la arrebataría jamás.
Reino de la Luz.
-¡Está aquí Ebolet, de vuelta!- Gritó Dalila entrando en la habitación de su prima como una loca emocionada, con esos ojos azules bien abiertos y sus rizos rojos como el fuego oscuro rebotando en un rostro de piel blanca y cutis fino, con unas pequeñas pequitas en su nariz que no estropeaban para nada su hermosura. Era menuda y delgada, pero inquieta, puro nervio, aunque no tan atrevida como su prima, pero si tenían una cosa en común, Ebolet sabía manejar la daga sin perder el tiempo mientras que Dalila era una perfecta tiradora del arco sin que le temblara el pulso.
Ebolet miró a su prima con las cejas arqueadas y una sonrisilla de lado. Hacía unos minutos que sonaban las trompetas dando la bienvenida a su rey y las banderas con los colores del reino ondeaban desde las murallas, sabía que Jeremiah estaba de vuelta antes de que su prima interrumpiera en su cuarto como una avalancha.
-¿Bajas conmigo a recibirlo? -Le preguntó Dalila casi marchándose.
-Si claro, espera que coja… mi capa.
Cuando se giró Ebolet su prima ya se había marchado quedando sus palabras por el aire, sonrió para sus adentros y salió corriendo detrás de ella. Para cuando llegó a su lado estaban en el exterior del castillo justo en el patio a tiempo para ver la entrada de su hermano montando su caballo negro. La imagen le llegó al corazón, sintió una tranquilidad inminente al verlo bien, sano y sonriendo.
Jeremiah llegó hasta donde ellas estaban y desmontó de su caballo, vestía la túnica blanca de su reino, era alto, fuerte, de espalda ancha y cintura estrecha, su cabello era negro y corto, sus ojos eran negros, grandes y brillantes, con unas pestañas grandes y abundantes. Tenía una barba incipiente, aunque le gustaba llevarla de días, solo que esta vez, era un poco más espesa de lo normal en él pero, lo hacía igualmente atractivo. Era todo un guerrero, todo él demostraba seguridad y fortaleza, pero su sonrisa demostraba que era todo corazón y un gran bromista.
Ebolet fue la primera en ir a saludarlo pero una mano que le sujetó fuertemente el brazo se lo impidió. La princesa se giró para ver a Clira con la barbilla bien alta mirando hacia delante, esta, con orgullo la hizo retroceder unos pasos hacia atrás, luego la soltó y fue ella la primera en ir a darle la bienvenida al rey. Jeremiah que lo había visto todo pasó de largo por el lado de su tía haciéndole una pequeña reverencia con la cabeza y fue directo a por su hermana, nada más llegó a su encuentro actuó con rapidez y la alzó en los aires mientras le decía lo mucho que la había echado de menos, luego la dejó en el suelo de nuevo con su risa alegre todavía retumbando en sus oídos y le dio dos besos en la frente como hacía su padre cuando regresaba de uno de sus largos viajes. Después, se giró hacia donde esperaba Dalila y también la estrechó entre sus brazos pero de una manera diferente, Jeremiah soltó a Dalila y acarició su mejilla diciéndole que a ella también la había echado de menos, pero su sonido fue diferente, como ronco, e incluso Dalila se sonrojó avergonzada. Jeremiah se acercó a Dalila para darle un beso en los labios sin darse cuenta de lo que hacía pero se frenó a tiempo de cometer el grandísimo error, se mordió los labios y terminó besándola en la frente como había hecho con su hermana. Ebolet miró la escena con los ojos como platos, nunca había visto a su hermano comportarse con Dalila de esa manera, es más, siempre la evitaba cuando se cruzaba con ella por los pasillos del castillo y casi ni la miraba, pero sin embargo, ahora su mirada estaba enfocada en ella más de lo normal.
Ebolet retiró la vista de ellos que se miraban intensamente, para buscar a Clira por si había visto la escena, pero gracias a los dioses no estaba por ningún lado, había desaparecido del patio, tal vez por el agrio saludo de Jeremiah, seguro que se había sentido ofendida “aunque se lo merecía”, se dijo Ebolet criticándose inmediatamente por ser tan cruel.
-Entremos mi rey, estaréis muy cansado del viaje. -Dijo Ebolet intentando captar sus atenciones pero no sirvió de nada. -Jeremiah, querrás darte un baño. Lo tienes todo preparado. -Esta vez Ebolet cogió a su prima del brazo y la retiró de su vista, Jeremiah por fin se giró y la miró con una sonrisa de oreja a oreja.
-Por supuesto entremos, necesito descansar. Y luego me contareis en que líos os habéis metido en mi ausencia.
Entraron todos en el castillo, Jeremiah se fue a su cuarto a descansar y Ebolet aprovechó para arrastrar a Dalila al suyo entre quejas y tropiezos. Nada más entrar al cuarto cerró con llave y dirigió a su prima a la ventana para que nadie pudiera escuchar su conversación.
-¿Qué demonios ha sido eso?
-¿El qué?- Preguntó en susurros Dalila aun colorada como un tomate.
-¿Pues lo que ha pasado en el patio con mi hermano? …. Da gracias a los dioses que tu madre no estaba presente, porque de lo contrario…. -Se calló, Ebolet sabía de lo que era capaz su tía y si hubiera visto la escena esa misma conversación la estaría teniendo con Clira y no con ella, y de otra manera muy distinta.
-No losé Ebolet, te lo digo de verdad. Yo no he hecho nada para provocar esa reacción en Jeremiah. -Decía mientras miraba con la cabeza gacha sus manos, nerviosa comenzó a enrollar la tela de su vestido entre los dedos-Pero….-Dalila cada vez apretaba más fuertemente ese nudo.
-¿Pero qué? –Insistió Ebolet al ver que su prima se callaba. -Dalila, habla de una vez, puedes confiar en mí, somos primas, amigas y hermanas.
-¡Que me gustó!- Le gritó alzando el rostro y mirándola con los ojos llorosos, para luego girarse y mirar por la ventana.
Ebolet se acercó a ella y le colocó las manos en sus hombros para tranquilizarla, Dalila continuaba llorando.
-¿Te gusta Jeremiah?
-No losé, siempre lo he visto como un hermano, nunca como algo más, pero es guapo y muy atractivo, no te voy a negar que si me siento atraída por él, pero es mi rey y mi primo, nunca habrá nada entre nosotros. Es imposible.- Y se echó a los brazos de Ebolet.
-Nada es imposible en este mundo Dalila, el destino es nuestro camino y puede cambiar, solo los dioses saben cuál es el sendero correcto.-Consoló Ebolet mientras acariciaba su espalda, como en muchas otras ocasiones para tranquilizarla.
Las primas miraron el horizonte del hermoso paisaje que reflejaba las vistas del enorme ventanal de la habitación de Ebolet mientras el sol las alumbraba, Ebolet besó la coronilla de su prima y no se retiró de ella en ningún momento dejando que su prima mojara el fino vestido que ese día se había puesto.
Nunca la había abandonado, era lo único que le quedaba a parte de Jeremiah y pronto la tendría que dejar para unirse a otro reino y a otra gente. El dolor la seguía desde que se enteró de la noticia e intentaba pasar el mayor tiempo posible con ella aunque nunca era suficiente y su despedida cada día estaba más cerca. Era un adiós inevitable.
Jeremiah se estaba desvistiendo para acostarse a dormir, estaba agotado del viaje y para colmo no entendía que le sucedía con Dalila, nada más verla había sentido la necesidad de besarla y tocarla para poder sentirla. Durante toda su ausencia había pensado en ella, le rondaba en sueños prohibidos y muy ardorosos. Haberla visto con ese vestido tan ceñido a ese cuerpo le había afectado tanto que ahora estaba de un humor de perros, se recriminaba su actuación, pero a la vez, la hubiese cogido en brazos, llevado y encerrado en su habitación y de esa manera poder hacer realidad todos los sueños que había tenido con ella.
Jeremiah sacudió la cabeza intentando relajarse pero no funcionaba. Estaba a punto de tumbarse en la cama cuando unos golpes en su puerta se lo impidieron. Farfulló una maldición y se acercó a la puerta para abrirla. No se sorprendió de ver a su anciana abuela, la madre de su difunto padre, mirándolo a través de unos ojos negros pequeños y con la pose tan altiva y guerrera de haber sido reina, pero le dio alegría, le dedicó una sonrisa y la estrechó entre sus brazos.
-Quitaos muchacho, sabía que volverías perfectamente, pero tenemos que hablar. –Indicó Hebe apartándole los fuertes brazos de ella y entrando a la habitación de Jeremiah sin permiso.
-¿Qué es tan importante que no puede esperar a mañana Tabita, o mejor dicho, que no me deje descansar?
Hebe le sonrió a su nieto por su comentario, solo le llamaba Tabita su nieta Ebolet y le encantaba, pero Jeremiah la llamaba así cuando quería tomarle el pelo o cuando simplemente quería llamar su atención. Aun así, no le molestó en absoluto, sabía que sus nietos la querían y ella los adoraba a los dos por igual, eran su mayor tesoro y lo más importante de su vida.
-Es sobre Ebolet. Siéntate, hazme el favor, esto no te va a gustar ni un pelo y me gustaría que estuvieras un poco más cerca del suelo.- Le dijo Hebe dando unas palmaditas en la cama para que se sentara a su lado. Jeremiah suspiró y se sentó donde ella le indicaba sin rechistar.
-¿Cómo que Ebolet ya está comprometida?-Rugió Jeremiah entrando sin llamar a la habitación de Clira.
-Jeremiah... -Dijo ésta sorprendida.
-Explícamelo, porque yo no ordené a nadie antes de marcharme que fuera en busca de marido para mi hermana, ¿Y qué encuentro a mi vuelta?, que ya está comprometida.
-Tenía que hacerlo, os retrasabais de vuestro viaje, y vuestra hermana ya supera la edad…
-Pero sin mi consentimiento, porque de mi boca no salió tal orden. -Cortó Jeremiah muy irritado. -¿Y no había nadie más cerca en este mundo con quien firmar la unión que habéis optado por Variant de Grecios, al otro lado de los reinos, en medio del mar? Casi la enviáis al reino de los muertos.
Clira pareció sentirse ofendida.
-Oh, como si hubiera sido tan fácil, era el único que quería casarse con ella. -Le contestó Clira con la misma ira.
-¿Me estáis desafiando?-Preguntó Jeremiah con la barbilla en alto y más cabreado por la osadía de su tía.
-No mi rey. -Contestó Clira en susurros agachando la cabeza, avergonzada porque su rey la estuviera tratando de esa manera.
-Hablad de una vez entonces, ¿Por qué Variant de Grecios?, hay reinos más cercanos, yo quería unirla a un reino vecino para tenerla cerca. Pero sin embargo, la habéis enviado a un reino tan lejano que para poder visitarla tardaré meses y que no sean años en poder volver a verla.
-Jeremiah, ya os he dicho que ha sido el único que ha aceptado casarse con ella. –Comentó Clira aún con la cabeza gacha. -Fui personalmente a cada reino vecino para hablar con sus reyes, excepto al de las Gorgonas, claro.
-¿Fuisteis al Reino de Bradamanti?-Preguntó Jeremiah incrédulo.
Hacía años que ese reino vivía enemistado con ellos, nunca se atacaban entre ellos, pero tampoco se pedían ayuda, no se robaban entre ellos, pero se evitaban constantemente. Sus reinos estaban cerca, pero no tanto como el Reino de los Drakos, más o menos estaba entre los dos, en medio camino de ellos pero más al norte. Solo habían luchado una vez juntos y fue contra la guerra de Tarius, donde todos los reinos se habían unido. Y desde entonces no habían tenido ningún contacto, seguían enemistados.
-Por supuesto que fui a hablar con Ranulf de Briatinio, el rey, no me quedaba de otra, todos la habían rechazado y de malas maneras. Fueron muy groseros.
Jeremiah sonrió para sus adentros, escuchando con la ira que hablaba Clira, se creía cada palabra que decía de como la habían tratado, es más, él si pudiera la echaría de su reino de una patada. Sacudió la cabeza para borrar la cómica imagen de su mente y retornó al rechazo de Catriel y los demás reyes.
-¿Así que Catriel rechazó a mi hermana? –Más bien esa pregunta se la hacía él mismo, igualmente Clira contestó.
-Y Minos, malditas águilas arrogantes, e incluso Celso se atrevió a rechazar la oferta.
-¡¿Qué?!-Dijo alucinado. -La ofrecisteis al primo de Catriel, a un vasallo. -Lo dijo afirmándoselo y estupefacto.
-Sí, estaba desesperada.
Jeremiah cerró los ojos y controló su respiración apaciguando la ira que bullía en su interior, tenía ganas de matar a la mujer que tenía delante.
-Está bien, de acuerdo- Le dijo él intentando relajarse.
No entendía cómo podían haber rechazado a su hermana, para él era la mujer más hermosa que había visto en su vida, e incluso los habitantes de su pueblo se quedaban embobados mirándola, hasta los dos guerreros creados por la magia blanca de Iseo que la custodiaban y la protegían desde que nació, estaban enamorados de ella.
-¿Y qué contestación te dieron para rechazar a mi hermana?
-Que no querían a una mujer como ella a su lado y menos que fuera su reina.
Jeremiah abrió los ojos desmesuradamente, esto no era muy normal, ni siquiera conocían a Ebolet. Algo muy extraño estaba pasando.
-Hablaré con Catriel.
-Es demasiado tarde mi rey, envié la contestación de la aceptación de matrimonio con un mensajero hace un par de semanas. Variant ya la habrá recibido e incluso leído.
“Claro cómo no, Clira siempre adelantándose a todo” pensó Jeremiah, esforzándose al máximo por no estrangularla, pero empezaba a resultarle bastante difícil mantener la compostura.
-Hablaré entonces con Ebolet.
-Ella lo aceptó sin negarse.
-¿Le dijisteis que todos la habían rechazado?
Preguntó preocupado por Ebolet, a su hermana le habría dolido mucho sentirse tan rechazada y principalmente por Catriel, sabía perfectamente lo que su hermana sentía por el Adonaí y a él le parecía bien, sabía que Catriel la cuidaría bien, pero seguro que todavía pensaba en Jezabel, la mujer que desapareció y él continuaba buscando.
Jeremiah intentó respirar profundamente de nuevo contando las pulsaciones que iban a gran velocidad, aunque cada segundo que pasaba, su ira aumentaba con su nerviosismo. Clira retrocedió unos pasos y agachó la cabeza.
-Sí, se lo comenté, no quería que se hiciera ilusiones.
-Así que, la hundisteis de tal manera que no pudo hacer otra cosa más que aceptar la propuesta de Variant.
Clira no habló más, Jeremiah lo había afirmado, no preguntado y su voz había sonado tan atroz que hizo que se le erizara la piel.
-Está bien, pero escúchame bien Clira. –Jeremiah utilizó su voz de líder mientras la miraba. -Nunca en tu vida vuelvas a pasar por encima de mí, ni se te ocurra desobedecerme de nuevo, porque te juro por mi reino que como esto suceda de nuevo o algo similar, te desterraré.
Jeremiah la miró intensamente y se marchó dejando la amenaza frotando por toda la habitación, tan fría como real, pero no tocó a Clira, la mujer soltó la respiración y una maldición, “nunca me echarás de aquí cuando consiga que te unas a mi hija” se dijo así misma aguantando los gritos de ira que le nacían de su interior.
Jeremiah entró como una avalancha a la habitación de Ebolet, para encontrársela vacía y casi en penumbras. Abrió las cortinas de la ventana dejando entrar toda la luz del día y halló a su hermana paseando por los jardines de Melusiana y detrás de ella a sus dos guardias personales, Arnil y Kirox, silenciosos, protegiendo a su princesa. Jeremiah salió en su busca, pero para cuando llegó al jardín Ebolet no estaba, se infiltró más en sus interiores hasta que vio a Arnil y Kirox apoyados cómodamente contra un árbol, sin quitarle la vista de encima a Ebolet, que estaba de pie en el centro de una explanada mirando al cielo a una prudente distancia de ellos. Jeremiah carraspeó para hacerse notar, Arnil y Kirox votaron del susto mirando al bienvenido y cuando se percataron de quien era, su rey, le hicieron una reverencia.
-Mi señor, perdone. -Dijo Arnil.
Jeremiah sonrió a los guardias perdonándoles por la osadía de mirar a su hermana tan descaradamente, no obstante no le molestó, podía confiar plenamente en ellos. Eran enormes guerreros de casi dos metros, medio-humanos, medios seres-mágicos. Arnil era el mayor de los dos, llevaba el pelo largo, castaño claro con briznas doradas y sus ojos eran verdes. Kirox era igual, los mismos rasgos, el mismo color de pelo y de ojos, solo que, este llevaba el pelo en una especie de cresta en el centro y rapado a los lados, también tenía un brillante decorando su oreja de pendiente. Ellos dos pertenecían al ejército creado por la magia blanca de su padre para la lucha, seis guerreros fuertes, con dones como la inmortalidad y la rapidez para proteger su reino. Lo único que diferenciaba a Arnil y Kirox del resto eran los sentimientos, Iseo solo les dio a ellos dos sentimientos para poder proteger mejor a Ebolet y había funcionado tan bien que los dos se habían enamorado de su princesa, e incluso dormían a las puertas de su habitación por mucho frío que hiciera por las noches y la seguían a todos lados, como dos perritos falderos, también eran los únicos que sabían de las marcas de latigazos que dibujaban toda la espalda de Ebolet, pero no sabían quién se las había hecho y habían prometido a su princesa no decir nada a nadie, nunca.
-Dejarme a solas con ella. Luego yo, la acompañaré al castillo. –Ordenó Jeremiah.
Parecía que dudaran, pero al final se marcharon a regañadientes haciéndole otra reverencia a su señor.
Jeremiah, con la vista en alto, se fue acercando poco a poco a Ebolet, quien todavía no se había percatado de su hermano. Él se puso detrás de ella y olio su aroma como a jazmín, envolviéndolo en una total tranquilidad, ese olor le recordaba a su madre.
-¿Esperas que algo te caiga del cielo?
Ebolet se asustó dando un respingo y se giró con las mejillas rojas, mirando a su hermano entre la sorpresa y la ira. Jeremiah continuaba sonriendo.
-¿Siempre tienes que ser tan silencioso?, cualquier día me matarás de un susto y entonces te arrepentirás de hacer esas cosas que te piensas que son tan graciosas, pero para la persona a la que se lo haces no es tan gracioso. Ni un poco.
-Ohhh, por favor Orquídea, no te enfades, era solo una broma para relajar el ambiente.
-¿Qué ambiente?, además, yo estoy relajada, al menos lo estaba antes de que me molestarás con tu intromisión. Y no me llames así.
-Lo siento pequeña ¿Por lo visto hoy no os habéis levantado con buen pie?
Ebolet suspiró y Jeremiah acarició la mejilla de su hermana mientras le sonreía con la mayor ternura que existía. Jeremiah continuaba sin entender cómo era posible que todos los reyes la hubieran rechazado, su hermana se había transformado en toda una mujer de hermosura difícil de superar, e incluso ahora, que se la notaba afligida y triste, seguía siendo hermosa.
-¿Por qué aceptaste la propuesta de matrimonio con Variant de Grecios?, debiste esperar a que yo regresara de mi viaje.
-¿Y qué hubieras conseguido?
-Otro esposo más cercano a nuestro reino. Por ejemplo, a Catriel.
Ebolet le dio la espalda aguantando las lágrimas para no derramar ninguna delante de su hermano. Tenía un nudo en el estómago que no le dejaba comer y una pena en su corazón que no la dejaba dormir. Pasaba el día sola, intentando que nadie viera su dolor y las noches encharcaba su almohada de lágrimas que no podía controlar, intentaba no pensar en lo pronto que cambiaría su vida y en lo lejos que iba a estar de su familia, pero no podía, todo a su alrededor se lo recordaba.
-No hubieras conseguido nada de Catriel. Me rechazó dos veces.
-¿Cómo puede ser si Clira fue solo una vez a su reino?
Ebolet se giró cara su hermano y lo miró a los ojos, había preocupación y algo de ira en ellos, era imposible que Jeremiah le escondiera un secreto, todo sentimiento lo reflejaba en su rostro.
-Al saber de su rechazo le escribí una carta, que él mismo me devolvió en pedazos junto con su negación y unas cuantas palabras más de las cuales no quiero acordarme ahora.
-Bastardo. -Dijo entre susurros para él, pero Ebolet lo escuchó perfectamente.
-Ya da igual Jeremiah, pronto vendrán los guardias de mi prometido y me marcharé lejos, donde no volveré a verlo y lo olvidaré.
‘’Mientes’’ dijo una vocecilla en su interior “Jamás lo olvidarás” repitió esa vocecilla mientras Ebolet suspiraba aceptando la verdad.
Jeremiah se pasó su mano por el cabello y miró a su hermana, colocó sus manos en los pequeños hombros de ella, abrazándolos en una caricia tierna y consoladora.
-Yo te llevaré, me aseguraré de entregarte a Variant y que él te trate como una reina, como la reina que mereces ser, y si me pone alguna objeción o vea que en algún momento te falte el respeto te traeré de vuelta conmigo.
Ebolet sonrió a su hermano y lo abrazó pasándole los brazos por la cintura, Jeremiah le devolvió el abrazo y besó su coronilla.
<< Yo te llevaré y me encargaré de pasar por cada reino que te rechazó para que te vean y se arrepientan de que no seas su reina. Te lo prometo>> Pensó Jeremiah acariciándole el cabello a su hermana y planeando el cómo lo haría sin que ella se diera cuenta.
Esa misma noche llegaron tres hombres del ejército del rey Variant de Grecios, se les acogió con el mismo cariño que si fueran visitantes de un reino vecino, dándoles de cenar y una cama donde dormir, saldrían a la mañana siguiente y el viaje iba a ser muy largo, semanas casi, más aun cuando Jeremiah les conbenció para rodear cada reino con la mentira de que en esta época había muchas lluvias que provocarían inundaciones graves, convirtiendo de esa manera que su viaje llegara a retrasarse más días de lo que deseaban, más a causa de tener que estar parando por el agua o esquivando esas corrientes peligrosas.
Hebe, la abuela de este, lo había mirado durante toda la noche con el ceño fruncido sin comprender por qué decía tal mentira, pero Jeremiah le había guiñado un ojo para intentar tranquilizarla y no lo había conseguido, después de la cena tuvo que explicarle todo, entonces Hebe, lo entendió y le gustó el plan, pero no sabía si saldría bien. Jeremiah si confiaba en que le saliera bien, quería saber la razón de por qué habían rechazado todos a Ebolet. Y lo descubriría.
Durante la cena, Clira había insistido en que Dalila fuera con ellos, a todos les parecía bien menos a Jeremiah, que había dicho una y otra vez que no. No podía estar solo con Dalila o al final caería en su red, casi no había descansado desde que había llegado al reino y en todo momento que se cruzaba con ella había sentido la necesidad de tocarla y besarla. No entendía que le pasaba, era extraño ese ataque de desesperación que sentía por ella, era una locura y más aún en llevarla al viaje junto a ellos. No lo resistiría, acabaría por hacer algo de lo que luego se arrepentirá, pero por otra parte sería bueno llevarla con él, por si acaso a Clira se le ocurría buscarle esposo también y no quería correr ese riesgo hasta que no supiera que sentía por ella.
Esa mañana Ebolet se había bañado tan rápido que le había sobrado tiempo, se había dejado llevar por el paisaje de su reino una vez más, observar cada precioso árbol, planta o ser vivo que habitaba en los Jardines de Melusiana, sus preciosos jardines de donde se llevaría tales maravillosos recuerdos y los cuales se encargaría de grabar en su memoria, que para cuando quisiera regresar a ellos simplemente tuviera que cerrar los ojos y dejarse trasportar a su belleza y encanto mágico, a cada recuerdo de su hermano y ella jugando a esconderse entre ellos o a su padre enseñándole a luchar, o su hermosa madre sentada en un banco blanco mientras les sonreía o les decía lo mucho que les quería y sobre todo a su querida Tabita, cuando los juntaba a todos en un círculo en el suelo y les contaba historias de guerreros o princesas Valquirias, donde siempre el bueno salía vencedor y la princesa tenía un amor verdadero y eterno, todas con un precioso final feliz.
Los minutos pasaban y cada vez estaba más nerviosa y desolada recordándolo todo, no había dormido nada en toda la noche y se había prometido llorar en esa última oscuridad en su reino para que durante todo el viaje nadie viera ninguna lágrima caer de sus ojos. Quería vivir la aventura de salir del reino y ver otras tierras que no fueran las suyas. Nunca había salido de esas murallas y por fin lo iba hacer pero para encerrarse en otras murallas, pero estas de agua, con gente nueva a la que se tenía que acostumbrar y de la que iba a ser reina. Y sobre todo, un rey al que tendría que obedecer y llegar amar, pero el cual nunca había visto. Y lo más duro de todo, lo que más difícil se le haría, tenía que olvidarse de Catriel.
-Ebolet querida ¿todavía estas así? -Le dijo Hebe cruzando los brazos y mirándola con ternura.
Hebe había observado a su nieta durante largo rato, los hombros caídos, las ojeras oscuras y negras debajo de esos preciosos ojos negros como el carbón y la sonrisa forzada que ahora mismo le dedicaba, dejaba muy claro que su nieta no estaba bien.
-Buenos días Tabita. Estoy casi lista, era solo que necesitaba despedirme, necesitaba guardar mi último recuerdo de este paisaje. -Le dijo Ebolet casi entre lágrimas.
Hebe se acercó a ella y le ofreció los brazos los cuales Ebolet se lanzó a ellos sin pensárselo dos veces. Hebe acarició el cabello de su nieta dulcemente para poder apaciguar esas lágrimas que brotaban de sus ojos.
-Te echaré tanto de manos abuela y a Jeremiah y a Dalila. Pensaré siempre en vosotros, nunca os olvidaré, sé que no será lo mismo nada más salga de este reino, y los jardines, nunca volveré a verlos. Echaré de menos todo esto. –Ebolet cogió aire y con más suavidad dijo las palabras que se estaba negando a aceptar. - Mi vida a partir de hoy cambiará.
-Tal vez para bien mi niña, no lo pienses. –Dijo Hebe retirándole las mechas que se pegaban en el rostro de Ebolet por las lágrimas derramadas. –Y que quede bien claro que aquí también se te va a echar de menos y te prometo que iremos a visitarte cuando las cosas estén bien. No llores más mi niña, si no, yo también lloraré. Además ¿Dónde está la guerrera que Iseo crió y que yo vi crecer?
Ebolet alzó la mirada a su abuela y le regaló una sonrisa, tenía que ser fuerte, su padre le había enseñado que nunca debía mostrar sus sentimientos a nadie, que los guardara o se los tragara, pero nunca los mostrara, si no, su enemigo la manejaría a su antojo y descubriría su punto débil, tenía que ser fuerte y demostrar que era una guerrera valiente y segura, como su padre le enseñó y como la criaron todos en su reino.
Besó la mejilla de su abuela y se separó de sus brazos irguiéndose de valor.
-Tienes razón Tabita, ya no soy una niña, tengo que ser fuerte. Este es el destino que han elegido los dioses para mí y lo tengo que aceptar. -Decía mientras pasaba por el lado de Hebe con toda la templanza de una futura reina. –Estoy lista para marcharme.
-Así me gusta querida, pero antes quería darte una cosa.
Ebolet se giró hacia Hebe, esta sacó una cajita dorada y envejecida del bolsillo de su falda y se lo entregó, Ebolet cogió la pequeña caja en sus manos, había una insignia con el dibujo de su reino y unas iniciales:
“I Y M GENEVIEV”
Las iniciales eran los nombres de sus padres junto con el apellido de la familia, la cajita era muy antigua y pesada. Ebolet la abrió y ante ella apareció un broche para el pelo plateado en forma de libélula, lo cogió entre sus manos y lo observó a través de la luz que entraba por la ventana de su cuarto.
-Tu padre se lo regaló a tu madre cuando se casaron, fue su primer regalo y el más especial para Maila, se lo ponía todos los días, hasta el día en que tú naciste lo llevaba puesto. -Sonrió recordando ese día y el susto que les dio Ebolet al nacer. -Tu padre quería entregártelo cuando descubrieras tu don, como con Jeremiah, solo que a él tu padre le dio el sello dorado de la familia cuando lo descubrió.- Hebe acarició la mejilla de Ebolet en una tierna caricia.
Jeremiah hacía casi dos años que había descubierto su don, ese día su padre le había otorgado el sello dorado con la insignia del reino de la familia, el cual había pasado por todas las generaciones de varones y futuros reyes. Mientras que ella todavía no había sentido nada, pero eso no era algo que le preocupara, sabía que era importante, todos los nacidos de sangre azul en los reinos recibían un don de los dioses, algunos al nacer y otros como ella y Jeremiah a lo largo de sus años. Ella sabía que su don pronto lo tendría, estaba segura de ello.
Hebe continúo hablando.
-Y como hoy te marchas y no tardarás en recibir tu don, creo que lo adecuado era entregártelo ahora, es tuya, te pertenece y sé que Iseo y Maila estarán de acuerdo conmigo en entregártelo hoy.
-Es preciosa Tabita, gracias. Pónmela por favor. -Le pidió ofreciéndosela de nuevo pero Hebe no la cogió.
-Prismancita, despierta gandula y hazle el pelo a tu nueva ama.
Tras las palabras de Hebe el broche plateado que Ebolet tenía en la mano se convirtió en una preciosa libélula voladora y plateada, tenía unas alas blancas como seda trasparente con dibujos en forma de flores grabadas en ellas. Era preciosa, Ebolet se quedó maravillada de ver como la libélula que antes era un broche se había convertido en un magnifico ser volador que ahora la rodeaba observándola y salía de ella como un sonido en forma de risilla.
<<Me gusta>>
Escuchó Ebolet en su mente como en una vocecilla melodiosa, la libélula la bordeó hacia su espalda desapareciendo de su campo de visión.
-¿Habla? -Le preguntó a su abuela. -¡Oh!
Ebolet se silenció al sentir su cabello suelto volando junto con un débil masaje, la libélula le estaba haciendo una preciosa trenza con una rapidez sobrenatural, la trenza cayó sobre su espalda delicadamente y se escuchó el clic del cierre de un broche.
<<Me encanta tu cabello Ebolet, huele tan bien y es tan suave y cómodo>>
-Lo ha vuelto hacer. -Dijo sorprendida.
-¿El que mi niña? -Preguntó Hebe con las cejas alzadas.
-Hablar, bueno la oigo en mi mente, ¿Tú la oyes Tabita?
-No Ebolet, solo puede escucharla su dueña y esa eres tú. No te asustes de Prismancita, ni pongas esas caras delante de ella, hazme el favor, es muy sentimental y tus gestos o esas palabras inadecuadas que le pueden doler.
-De acuerdo Tabita. Lo siento Prismancita. - Ebolet intentó tocar el broche que había colocado perfectamente en su cabello y recibió un cosquilleo en sus dedos nada más rozarlo que hizo que se echara a reír.
-A mí también me gustas Prismancita.
-Me alegro mucho Ebolet y ahora salgamos, nos esperan abajo y sabes que a tu hermano no le gusta retrasarse.
Ebolet cogió la daga que su padre le había regalado y se la colocó en su tobillo donde siempre la llevaba. Bajaron al salón donde todos ya preparados para salir la esperaban, miró a su alrededor y vio a Dalila discutir acaloradamente con su madre en una esquina apartadas de los demás pero no alcanzaba a oír nada. Uno de los soldados de su prometido se acercó a ella llamando su atención con una tela negra en las manos.
-Lady Ebolet, mi rey quiere que os pongáis esto y no os lo quitéis durante todo el viaje hasta llegar al Reino de las Olas. -Le dijo con la cabeza agachada y la voz temblorosa ofreciéndole la tela.
-¿Qué es? -Preguntó Ebolet cogiéndola y observándola con detenimiento.
Era un trozo de fina tela negra grande y cuadrada, de un precioso y delicado encaje trasparente. También Jeremiah, como los presentes la observaban con una duda en la mirada.
-Es un velo, lady Ebolet.
-¡¿Qué?! -Esta vez preguntó Jeremiah, pero más bien parecía un rugido, todos dieron un respingo y se quedaron boquiabiertos. -¿Estaréis de broma?, no pienso permitir que mi hermana vaya con un velo negro tapándole el rostro todo el viaje.
Jeremiah se acercó como alma lleva el diablo hacia Ebolet para arrancarle el trozo de tela que aún conservaba en las manos, no iba a permitir que su hermana saliera con eso en la cabeza como si sufriera una desgracia y encima el color que habían elegido le parecía insultante.
-Lord Jeremiah son órdenes de mi rey Variant de Grecios. –Dijo, cortándole el paso a Jeremiah uno de los guardias, el más alto, Cain decía llamarse y era la mano derecha del rey Variant de Grecios. Era igual de alto y fuerte que Jeremiah. Los dos se miraron intensamente, parecía que se fueran a lanzar el uno contra el otro. -Mi rey quiere que a su prometida no la pueda ver nadie por su seguridad, yo también lo veía exagerado cuando me lo entregó, hasta que he visto la belleza de vuestra hermana, va a ser un viaje largo y peligroso, así que, si mi rey quiere que su futura reina lleve ese velo todo el viaje, lo llevará. -Parecía que ardiera todo lo que rodeaba a Jeremiah, su autocontrol estaba a punto de desaparecer, Ebolet se asustó y avanzó hacia ellos.
-Está bien, me lo pondré.- Dijo muy segura pero con la voz no tan clara como a ella le hubiera gustado. Alzó una mano temblorosa hacia el brazo de su hermano para tranquilizarlo y luego se giró de nuevo hacia Cain. -Si Variant desea esto lo haré, pero cuando salgamos de mi reino. No quiero que lo último que recuerde mi pueblo de mí sea a su princesa marcharse con un velo negro.
-Como deseéis mi señora, no hay ningún problema. -Le dijo Cain muy dulcemente apartando la mirada de Jeremiah y posándola en ella.
Cain y sus soldados salieron al patio junto con Arnil y Kirox, los cuales todavía no habían apartado las manos de sus espadas desenvainadas y esperaron, a continuación salió Dalila con Clira y Hebe, dejando solos a los hermanos. Jeremiah cogió del brazo a su hermana y la giró cara él.
-No tienes por qué hacerlo, no deberías hacerlo, todavía perteneces a este reino.
-Debo hacerlo, Variant es mi prometido, va a ser mi rey y debo obedecerlo. Por favor Jeremiah, no insistas más, tengamos un viaje agradable. -Ebolet le retiró el brazo con suavidad y se volvió para salir fuera con el resto del grupo dejando a su hermano dentro maldiciendo.
Jeremiah salió fuera y vio a los soldados montados en sus caballos esperando a su rey, su hermana y Dalila también lo esperaban montadas y preparadas cada una en un caballo montando a horcajadas, sabía que eran buenas jinetes y lo iban a necesitar, las tierras por las cuales cruzarían eran terriblemente peligrosas e iba a ser un viaje muy largo en el cual pronto tendrían compañía. Se montó a su caballo y dio la orden de salir al grupo.
Todos los aldeanos salieron de sus hogares para despedirlos con gritos mientras mandaban besos, halagos y predicciones de buena suerte en su matrimonio a su princesa. Ebolet sonrió a cada uno de ellos y dio las gracias por cada palabra bonita que le decían, se giró por última vez para ver su hogar, su vida, sus recuerdos y su querida Tabita despidiéndose de ella con la mano, las lágrimas le amenazaron con escapar de sus ojos pero las controló respirando con fuerza.
-No deberías mirar atrás nunca cuando dejas tu hogar prima, sabes que desea mala suerte. Tú misma me lo dijiste un día.
Ebolet se giró en la dirección de Dalila y le sonrió, acababan de llegar a las puertas de las murallas que se abrieron para dejarlos pasar, pasaron muy lentamente y se cerraron tras de sí en un sonido que a Ebolet le llegó al alma.
Adiós hogar. Dijo por última vez.
Pararon los caballos y Cain desmontó del suyo y se acercó a Ebolet para ayudarla a desmontar, Jeremiah hizo lo mismo pero al ver que su hermana aceptaba los brazos del guerrero del Reino de las Olas para bajar se retiró dejándoles espacio. Cain cogió el velo de las manos de Ebolet y se lo colocó encima de la cabeza tapándole el rostro, lo deslizó muy suavemente encima de sus hombros y le puso las dos horquillas que tenía guardadas en sus bolsillos.
-Lo siento mi señora. -Susurró.
-No os preocupéis Cain, gracias. -Intentó tranquilizarlo ella pero aun así, su voz no sonó como ella quería por la pena que guardaba en su interior de abandonar su hogar.
Cain ayudó de nuevo a Ebolet a montar al caballo y después de asegurar la montura de la princesa montó en el suyo propio. Ebolet miró el rostro de su hermano que ardía de furia contenida mientras observaba a Cain, a ella tampoco le gustaba lo del velo pero tenía que respetar al hombre con el cual se iba a casar, era el único que no la había rechazado y era la persona con la cual tenía que compartir cada día de su vida.
No estaba bien comenzar una futura unión con una rebeldía de desobediencia.
-En marcha. -Gritó Jeremiah desde su caballo alzándose en cabeza al trote por los valles de las afueras y dejando el reino atrás.
Dentro de las murallas del Reino de la Luz, Hebe continuaba en la entrada del castillo rezando a los dioses para que protegieran a los ocho jinetes que acababan de despedir y en especial a sus nietos para que regresen sanos y a salvo, que el viaje los guiara por el buen camino, lejos de los reinos por donde no tenían que cruzarse y batallas en las cuales todavía no tenían que enfrentarse.
Clira, la cual estaba dentro en su habitación encerrada como siempre, sonreía, todo le había salido bien, pronto su hija se casaría con Jeremiah, el deseo que había pedido a las Sacerdotisas nada más salió de viaje Jeremiah había funcionado, a su regreso lo había notado. Jeremiah no había podido quitarle la vista de encima a su hija, la devoraba con la mirada y ahora estaría en todo momento del viaje junto a ella.
La misma noche que Jeremiah salió en su primer viaje como rey, Clira salió a escondidas fuera del Reino de la Luz, con tan solo la compañía de dos de sus guardias personales y se instaló en un rincón apartado donde nadie la pudiera ver. Ordenó a sus hombres que se retiraran lo más lejos posible de ella y lo preparó todo para invocar a las Sacerdotisas, reinas del Reino del Hielo y amas viajeras e intermediaras de los Nueve Reinos. Cantó un lírico en otra lengua y lo repitió de nuevo ocho veces más. Ante ella se le apareció una de las tres hermanas, Eteldi, la mayor de las tres Sacerdotisas mellizas. Clira le pidió el deseo en un escrito de papel quemado:
“Deseo que Jeremiah de Geneviev, rey del Reino de la Luz, se enamore de Dalila de Munfort, en una unión de matrimonio”
Eteldi quemó la carta en sus propias manos diciéndole que le concedía el deseo pero que pronto la llamaría para cobrarse la deuda de lo que acababa de pedir y no podría negarse, Dalila lo aceptó con una reverencia y la Sacerdotisa desapareció de la misma forma que había aparecido delante de ella.
Ahora que sabía que había funcionado el deseo cogió a Dalila antes de que se marchara y se lo había contado todo para que no metiera la pata, pero Dalila se había enfadado con ella, aunque le tuvo que prometer que no le diría nada a Jeremiah, pero que ella no le iba a prestar su ayuda en ese plan, porque era como una traición a su rey y ella no quería traicionar a una persona que había cuidado todos estos años de su pequeña familia. Clira se lo tomó a risa, sabía de sobra que si la ayudaría, en el corazón bueno y bondadoso de su hija había un trozo de amor por ella y nunca traicionaría a su propia madre, estaba segura de ello. Y también estaba segura de que cuando Jeremiah reclamara a Dalila ella no le negaría nada y lo aceptaría provocando que él se tuviera que unir a su hija por no haber controlado su deseo por ella y haberla mancillado deshonrosamente.
Sí, todo le había salido según sus planes.
Y el fantástico viaje lleno de aventuras y encuentros inesperados da su comienzo.
Espero que os guste.
Esto es todo un reto para mí, es totalmente muy diferente a lo que estoy acostumbrada a escribir.
Disfrutar de la lectura como yo en redactarla.
Perdonar las faltas de ortografía, estoy en ello!!!!!!
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