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Capítulo dieciséis.


Normalmente no notaba el parecido entre las personas, para ser honesta ni siquiera podía reconocer las similitudes —no evidentes— que la gente decía que tenía con mi hermano, pero mientras observo a Lindsay desayunar junto a Abraham no puedo evitar hacer un recuento de lo idénticos que pueden llegar a ser.

No son demasiadas porque solo se trata de los genes de su padre, pero definitivamente la manera en que ambos fruncen el ceño, a veces los labios o la nariz a pesar de que la de ella es un poco más redonda que la de Abraham los hace lucir muy parecidos; las cejas un poco arqueadas, los ojos entrecerrados, el cabello desordenado a pesar de la diferencia en el largo.

Bien, Abraham podría decir que es su hija sin problemas, teniendo en cuenta la diferencia de edad y el color de cabello y ojos de ambos.

—¿Ya? —Lindsay muerde el último trozo de manzana en su plato ignorando las uvas, fresas y plátanos que él le sirvió.

—Se acabó, pero hay otras frutas ahí, Lind.

—No hay manzana —revira ella decepcionada.

—Ya sé que no hay manzana, pero ya te comiste una, come el resto de tu plato —Abraham le extiende una servilleta y ella solo lo mira, así que él deja escapar un suspiro antes de limpiar la barbilla de su hermana—. E intenta no hacer desastres con la comida.

—No hago desastres —Se queja en respuesta y él arquea una de sus cejas.

—¿Y eso qué es? —Señala una mancha de jugo en la camiseta blanca de Lindsay y yo aprieto los labios para evitar una sonrisa divertida—. Vas a tener que cambiarte.

—¿Por qué?

—Tenemos que salir y ya te ensuciaste.

—No está sucio —Ella frunce el ceño confundida mientras que él se pone de pie, recoge los platos vacíos.

—Mejor termina de comer o se nos hará tarde.

—¿Para qué? ¿Vamos a la ofini...oficina?

—No, hoy es sábado, iremos a otro lado —explica lavando los platos—. Buenos días, Isabella —habla sin mirarme y siento que mi estómago se aprieta de vergüenza sin saber desde hace cuánto sabe que estoy aquí.

—Buenos días, ¿Cómo están?

—¿Quieres? Uva, Bram dijo que no hay manzana —ofrece Lindsay mientras me acerco, le sonrío negando con la cabeza.

—¿Y por qué será que se acabó la manzana? —ironiza él desde su lugar, avanzo por la cocina y coloco agua a hervir para prepararme un té.

—No sé —responde Lindsay sin entender la ironía, sonrío—. ¿A dónde vamos?

—Primero iremos a un lugar importante y luego a almorzar —responde él.

—¿Dónde es importante?

—Lo verás cuando lleguemos allá —respondo por él mientras abro los cajones en busca de un té de manzanilla, mientras lo hago Lindsay tararea algo y luego se va a la sala para comenzar a saltar alrededor de Kiwi haciendo que esta la siga con pequeños ruidos de gruñidos y ladridos. Abro otros cajones sin encontrar los sobres y mi ceño se frunce antes de rechistar.

—¿Qué buscas? —indaga Abraham a mis espaldas.

—Té de manzanilla, pensé que había más, pero al parecer se terminaron.

—Busca arriba, cambié algunas cosas de lugar para organizar ayer —Me muevo hacia los estantes, abriendo las puertillas superiores, no es hasta la tercera que vislumbro la caja color rojo con los sobres de té en la parte superior. Me estiro para intentar alcanzarlo, pero solo alcanzo la parte inferior del estante.

Me muevo para buscar una espátula e intento tirar la caja hacia adelante, pero solo se va más lejos, resoplo hastiada.

—Maldición, ¿por qué diablos tiene que estar...? —Las palabras mueren en mis labios cuando el calor me envuelve casi por completo, su pecho se presiona en mi espalda y uno de sus brazos encuentra la barra frente a mí mientras estira el otro sin enfuerzo hasta alcanzar la caja.

La piel de mi nuca se eriza ante su cercanía y mi garganta se seca mientras su calidez se filtra a través de mi ropa hasta tocar mi piel, tengo que tragar para aliviar mis cuerdas vocales y entreabrir los labios para respirar.

—¿Qué pasa con ese humor esta mañana? —murmura cerca de mi oreja dejando la caja frente a mí, evito llevar una mano a mi pecho mientras sacudo la cabeza.

—Gracias.

—Si necesitas ayuda solo pídela —avisa retrocediendo.

—Eso es irónico viniendo de ti —musito llenando mi taza con el agua caliente para colocar la bolsa de té.

—Tal vez no sepa recibirla, pero sé darla. Además, según Erick, se supone que las cosas que no puedes hacer tienes que optar por que tu esposo las haga.

—No confíes en lo que dice Erick todo el tiempo —Giro sobre mis talones recargando la espalda contra la barra para mirarlo.

—Solo las veces necesarias.

—Quedamos en que dejarías de hablar con él sobre mí —Arqueo una de mis cejas y él levanta un hombro con los irises miel brillando de diversión.

—Es difícil hacerlo si cada vez que hablo con él menciona algo curioso sobre ti.

—¿Algo curioso? ¿Cómo qué? —Sacude la cabeza y señala un plato cubierto sobre la barra central.

—Tu desayuno, en cuánto termines nos vamos.

La curiosidad me gana, así que le envío un mensaje a mi hermano preguntando qué se supone que ha hablado con Abraham sobre mí. Hasta donde sé Erick es un hablador, pero cuando se trata de asuntos familiares no es el más comunicativo que digamos.

Ingiero la mitad de las tostadas francesas y trozos de frutas que preparó antes de que salgamos al consultorio. Pocos minutos después de encontrarnos allí, una castaña alta de piel ligeramente bronceada sale para recibirnos.

—Buenos días, soy Valerie Thatcher, psicóloga infantil —nos sonríe cordial estrechando nuestras manos al presentarnos antes de bajar la vista a Lindsay que prácticamente se esconde detrás de mí—. ¿Y tú?

—Lindsay.

—Ah, la pequeña Lindsay Roulsset, mucho gusto, soy Valerie —Lindsay asiente, pero luego frunce los labios con disgusto.

—No soy pequeña.

—No, tienes razón, te ves grande ¿Cuántos años tienes? —Lindsay le muestra sus manos bajando cuatro dedos en una—. ¿Seis años? Eso es mucho tiempo —Ella asiente como si esto fuera una verdad universal—. ¿Y cómo estás?

—Bien.

—¿Cómo te va en la escuela?

—No voy a la escuela —Valerie alza las cejas.

—La trasladamos esta semana, volverá el lunes —aclara Abraham, deslizando las manos en los bolsillos de sus pantalones azules.

—¿Y este de aquí? —Baja una de sus manos para señalar a Kiwi.

—Ella, Kiwi, mi perrito —Veo las intenciones de Abraham por replicar que no es de ella, pero lo deja pasar mientras Valerie pasa sus dedos por el pelo café enroscado de la perra.

—¿Kiwi siempre te hace compañía?

—No, es nuevo.

—¿Nuevo?

—Mi amiga está de viaje y lo dejó en nuestra casa hace dos días —respondo por ella y Valerie aclara su garganta enderezándose para mirarnos.

—Me gustaría conversar a solas con Lindsay para presentarnos y luego podemos tener unos minutos todos juntos en la oficina ¿Les parece? —No respondo porque no creo que tenga mucho derecho a pesar de que fui quién sugirió traerla, así que Abraham le da una simple respuesta:

—Bien.

—Lindsay, ¿Puedes venir un momento conmigo? —invita Valerie, extendiéndole una de sus manos, Lindsay frunce el ceño y luego nos mira a ambos antes de dar un paso adelante.

—¿Me van a dejar?

—No, aquí estaremos, no te preocupes —aseguro y ella lleva la vista a su hermano que simplemente asiente, pero eso parece ser suficiente para que ella siga a Valerie hacia la oficina de la cual deja la puerta entreabierta, ubica a Lindsay en un sillón reclinable estratégicamente para que pueda vernos desde su lugar; si le molesta que Lindsay haya llevado a Kiwi con ella no lo expresa ni hace ademán de sacar a la perra de su oficina.

—Gracias —Abraham disuelve el silencio luego de unos largos segundos. Volteo a verlo, frunciendo el ceño.

—¿Por qué me agradeces?

—Por hacer esto por Lindsay —Sacudo la cabeza mientras nos sentamos para esperar.

—No tienes que agradecer, realmente espero ayudarla tanto como pueda mientras estemos casados e incluso después, estoy casi segura de que seguiremos siendo amigas después de nuestro divorcio —Él asiente sin mucho aspaviento.

—Esto no es algo que habría pensado hacer cuando decidí hacerme cargo de ella —admite llevando una mano a su nuca, tirando ligeramente de su cabello castaño entre sus dedos como si estuviera avergonzado.

—Y está bien, si hubieras pensado en todas las cosas juntas se te habría sobrecalentado el sistema operativo —Entrecierra sus ojos hacia mí y yo tenso los labios para evitar una sonrisa divertida—. Tal vez por eso tu padre quería que te casaras para obtener su custodia.

—¿Por qué?

—Porque dos pares de ojos ven más que un solo, sabía que necesitarías ayuda y no podrías pensar en todo lo referente a ella, lo cual no te hace un mal hermano.

—Eso no significa que estuviera bien lo que hizo. ¿Y si no hubiera encontrado con quien casarme? ¿Y si la persona con quien me casaba no era ni la mitad de buena de lo que eres tú? —Sus palabras generan un aguijonazo en mi pecho.

—No me pintes como si fuera una blanca paloma.

—¿Por qué?

—Porque no estoy haciendo esto por bondad, lo hago como un favor que algún día vas a pagar y porque quiero sentir que hago algo por los recuerdos de la niña que fui, no lo digas como si lo estuviera haciendo sin beneficio alguno —Sonrío sin gracia levantando un hombro.

—Eso no significa que no lo seas. A Heather le dijiste que le daría algo a cambio de ayudarme y, sin embargo, se negó.

—Eso es diferente, Heather le tiene miedo al compromiso, casarse era demasiado para ella, incluso si era falso —Asiente distraídamente y yo llevo la vista a la puerta entreabierta, Kiwi merodea por la oficina tanto como puede alcanzar porque Lindsay no ha soltado su correa, la cual mira sus pequeños Vans balanceando sus pies de un lado al otro antes de decirle algo a la psicóloga—. Creo que para las próximas citas no necesita que vengas, lamento interrumpir tu trabajo —disuelvo el silencio unos segundos después volviendo a mirarlo.

—No trabajo los sábados y, aunque lo hiciera, no dejaría de acompañar a Lindsay por ir a trabajar —responde mirando al frente. Hay algunos cuadros con lo que lucen como dibujos que estoy segura tienen algún trasfondo psicológico, otros son reconocimientos que deben ser de los múltiples doctores que trabajan aquí—. ¿Alguna vez viniste?

—¿Qué? —indago confundida, volviendo a mirarlo.

—Si eras como ella... ¿alguna vez te llevaron a terapia? —Muerdo mi labio inferior y mi corazón golpea tan fuerte que se siente como si oprimiera mis pulmones.

—No —zanjo el tema esperando que eso sea suficiente, se queda en silencio el resto del tiempo, pero siento su mirada persistente, sin embargo, lo ignoro deliberadamente porque no es un tema que necesite mencionar ahora.


—¿Crees que le afectó?

—¿A qué te refieres? —Me siento al lado de Abraham en la banca frente al Carrusel del centro comercial.

Al salir del consultorio de Valerie, hace poco más de dos horas, Lindsay estuvo completamente silenciosa, estoy segura de que la psicóloga mencionó que no hizo preguntas muy profundas porque apenas estaba empezando y esperaba que con el paso de la sesiones Lindsay fuera más comunicativa que hoy; pero esas preguntas parecen haber sido suficientes para que la niña se quedara a jugar en su propio mundo interior.

—La sesión con Valerie, parece que le sentó mal.

—Tal vez no le fue mal, pero parece que fue un shock —comenta él sin dejar de mirar los caballitos dar vuelta con varios niños, entre ellos Lindsay.

—Me preocupa que reaccione peor a las siguientes sesiones.

—La terapia no es el carrusel, Isabella, la pasará mal —murmura, la línea de su barbilla tensándose ante sus propias palabras—. Pero es solo un pequeño precio a pagar para que al final esté bien.

—Eso espero —musito, muerdo el interior de mi mejilla volviendo la vista al carrusel cuando se detiene. Me pongo de pie dejándole la correa de Kiwi a él y me acerco al juego para ir ayudar a Lindsay a salir—. ¿Te divertiste?

—Sí.

—¿Otra vuelta? —Frunce la nariz y sacude la cabeza negando, tiro de su camiseta para que no esté arrugada al ponerla de pie. Tiene una mancha de salsa de la pasta que almorzamos hace una hora, por supuesto que Abraham le recriminó por hacer desastre y, por supuesto que ella lo ignoró—. ¿Quieres un helado?

—De manzana.

—No hay, de chocolate, ¿qué opinas?

—Bueno —Se encoge de hombros restándole importancia y yo me rio entre dientes. Deteniendo mis pasos cuando vislumbro a una mujer detenerse frente a Abraham, él se pone de pie—. ¿Quién es ella?

—No lo sé, pero espera a que termine de saludar ¿sí? —Lindsay se balancea sobre sus pies mirando alrededor y yo evalúo la manera en que la castaña se acerca tanto a Abraham hasta que presiona su mano en el hombro masculino y luego se alza sobre las puntas de sus pies para besarle la mejilla.

Él no se aleja, en su lugar, levanta una mano hasta acariciar el rostro de la mujer que, al menos de espaldas, luce bastante joven.

¿Quién es? ¿Y por qué es un poco irritante verla interactuar con él sin saber quién es ella?

Sobre todo ¿por qué permite que Lindsay lo vea interactuar con ella? ¿Tal vez sea una de las mujeres que trabajan en LIW con él? Pero no lo he visto ser tan afectivo con nadie más que Lindsay desde que nos casamos y, antes de hacerlo, tampoco lo vi ser muy amigable con sus compañeras de trabajo. Cualquiera que sea la razón no debe molestarme y en realidad tenemos un trato así que esto no podría ser infidelidad en público ¿cierto?

La sensación me golpea con algo de fuerza al darme cuenta de lo que es y no tiene ningún sentido porque este matrimonio es falso, pero la única vez que estuve tan cerca de él fue cuando me abrazó hace dos días por el viaje de mi hermano o el superficial beso de nuestra boda.

Siempre he considerado que me gusta el contacto físico con las personas correctas y fue bastante acogedor que me abrazara, así que probablemente es esa la razón por la que me genera malestar verlo tan cerca de ella. Por supuesto.

Sacudo la cabeza y humedezco mis labios empujando la sensación de malestar, recriminándome lo ridículo que es sentirme de esa forma por algo como esto. Giro sobre mis talones, centrando mi atención en Lindsay y flexiono mis rodillas para estar a su altura, tomo los tirantes de sus pantalones haciendo el nudo nuevamente.

—¿Estás bien? ¿Cómo te sientes después de hablar con Valerie? —curioseo, ella parpadea varias veces antes de asentir y responder de forma escueta:

—Bien.

—¿Te desagrada? —Se encoge de hombros en lugar de darme una respuesta—. ¿Odiarías volver?

—¿Odiar?

—Sí, como molestarte mucho... —Pienso por unos segundos cómo hacer que entienda lo que quiero saber—. ¿Crees que ella es una cebolla? —Ella frunce los labios disgustada y niega con la cabeza enérgicamente.

—Ella es...linda, la cebolla no y huele feo.

—Bueno, la verás el próximo sábado.

—¿Y va a preguntar por mami otra vez? —Un nudo pesado se instala en mi garganta, entreabro los labios mientras busco una respuesta, pero afortunadamente no tengo que dársela cuando Abraham la llama. Su mano envuelve mi dedo índice y avanza hacia él llevándome con ella, estoy un poco aturdida por su toque voluntario que apenas levanto la vista hacia la mujer que acompaña a Abraham.

—Lindsay, ¿Recuerdas a Denisse? También es tu hermana —Ahogo el jadeo silencioso que me sube por la garganta y espero que la vergüenza, por haber pensado que era alguna mujer al azar, no se note en mi rostro mientras muerdo mi labio inferior.

Por alguna razón, en mi mente, la hermana de Abraham nunca pasó de los dieciséis años que tenía la única vez que la vi junto a él. Sin embargo, esta chica debe tener al menos veinte ahora.

Denisse Roulsset no es tan alta, su cabello es castaño, más oscuro que el de Abraham, y sus ojos son de un color oscuro extraño que oscila entre verde y el color miel de sus hermanos. Su rostro ya no luce aniñado y posee un cuerpo delgado solo un poco más desarrollado en zonas como las caderas y el pecho. Muy diferente de la adolescente desgarbada que vi en aquel momento.

No podía haberla reconocido, aunque quisiera.

—Hola, Lindsay. ¿Cómo estás? —Le sonríe ampliamente a la pequeña.

—Bien.

—¿No me recuerdas? —indaga la castaña alzando las cejas.

—Sí.

—Yo creo que no —intenta bromear volteando a verme, una pequeña sonrisa se instala en sus labios—. Isabella ¿cómo estás?

—Hola, todo bien, ¿qué tal tú?

—Perfecto dentro de lo que cabe, supe que te casaste con Abraham... —No dice más, pero creo que está implícito el 'para ayudar a mi hermano con Lindsay'.

—Sí... —Inconscientemente levanto la mano con los anillos—. Así parece.

—Te lo agradezco, todo lo que estás haciendo... —Empujo mi cabello detrás de mis orejas sacudiendo la cabeza.

—No tienes que hacerlo —Asiente humedeciendo sus labios ante de girar hacia Lindsay otra vez, flexionando sus rodillas para estar a la altura de su hermana.

—¿Cómo te va? ¿Qué tal es vivir con Abraham?

—Bien, tengo un perrito —señala Lindsay inclinándose para abrazar a Kiwi y levantarla en sus brazos—. Kiwi se llama.

—Ah, qué bonito.

—Bonita —corrige Lindsay disgustada y Denisse alza las cejas mientras asiente.

—Me disculpo, bonita —rectifica—. Deberías venir a visitarme un día.

—Prefiero que no lo haga —responde Abraham, antes de que la pequeña pueda hacerlo, sin ninguna vergüenza por su negativa—. No voy a exponerla a mamá voluntariamente. No te cerraré la puerta si quieres venir a verla, eres libre de hacerlo, pero no voy a llevarla a casa de mamá.

—Ella no va a hacerle nada.

—No, seguramente nada físico. Pero las palabras son otra cosa, mamá sabe bastante de eso y Lindsay ya ha tenido suficiente mierda con la qué lidiar —espeta.

—¿Tú tampoco? ¿No la vas visitar?

—Lo haré en cuánto ella me acepte sin querer armar una guerra —Se limita a responder él.

—¿Cuál guerra? Solo te pidió que la entendieras por un momento —Paso mi peso de un pie al otro un tanto incomoda por presenciar una conversación que parece privada, pero ninguno se molesta por acallar sus palabras.

—Lo hice, entiendo que papá fue un bastardo que la engañó y la hizo sufrir, me disculpé con ella sin ser yo el culpable, pero eso no cambia el hecho de que Lindsay no tiene culpa de nada.

—¿La estás eligiendo por encima de mamá?

—No estoy eligiendo a nadie, no están en competencia, Denisse, pero si tuviera que hacerlo creo que un adulto puede entender mucho mejor que una niña de seis años la situación en la que estamos ahora —Denisse muerde su labio inferior, sopensándolo por un segundo, luego le ofrece una sonrisa que pretende ser dulce a Lindsay.

—Puedo visitarte yo, si quieres. De todas formas, me voy a mudar pronto, así que ahí tal vez Abraham te lleve a visitarme.

—Está bien —Se limita a responder la pequeña antes de que su hermana se ponga de pie.

—Tengo que irme, nos vemos después —Se va, la tensión endureciendo sus pasos en tacones puntiagudos.

—¿Listas para irnos a casa? —cuestiona él luego de unos segundos, Lindsay no dice nada, pero yo asiento dando por terminado el paseo.

Llegamos a la casa algunos minutos después, le sugiero a Lindsay darse un baño y luego tomar una siesta así que lo hace, ayer la enviamos a dormir a su habitación, pero se levantó al menos tres veces para ir a la mía, la acompañé las tres veces a la suya hasta que se quedó dormida otra vez. Regreso a la cocina luego de que ella se instala en su cama, aunque sus ojos permanecen muy abiertos, pero es un comienzo que siga intentando quedarse dormida en su habitación.

Encuentro a Abraham recargando sus antebrazos en la barra, el aroma del café llenando mi nariz mientras me acerco hasta detenerme a su lado, algo parecido a una energía melancólica se puede respirar ahora.

—¿Estás bien?

—Sí —musita sin pensarlo demasiado, enderezándose en toda su altura, se gira un poco para enfrentarme, recargo mi cadera en la barra.

—Lamento mucho la situación con tu madre.

—Yo también —Suelta un suspiro, bebiendo de su taza mientras me observa.

—¿Crees que algún día ella acepte a Lindsay?

—Honestamente, no espero que lo haga, sé que la lastimó lo que hizo papá y entiendo si ella no quiere tener ninguna relación con Lind, no la obligaría a aceptarla de ninguna manera si le causa dolor —Muerdo mi labio inferior tragando para disipar el nudo en mi garganta—. Soy su hijo y me molesta lo que papá le hizo, pero no fue la única a la que papá hizo sufrir, ¿Lo que le sucedió a Lindsay es menos que lo que ella sufrió por su infidelidad?

—No es una balanza.

—Ella piensa que sí, cree que deberíamos tener compasión con ella y dejar a Lindsay de lado cuando ambas fueron víctimas de lo mierda que era mi padre —Estiro una de mis manos hasta aflojar sus dedos tensos alrededor de la taza frágil antes de que pueda romperla y lastimarse.

—Tú también lo fuiste —musito—. Tú también fuiste victima de las acciones de tu padre y decidiste hacerlo a un lado para salvar a Lind.

—Y, de todas formas, prácticamente terminé exiliado por mi madre. Parece que es difícil que todo salga bien.

Se me tensa el estómago ante su vulnerabilidad, no sé nada sobre su relación con su madre antes de que descubrieran la existencia de Lindsay o de la traición de su padre, pero es evidente que le duele la actitud que ella adoptado con él ante esta situación.

Tener que cargar con sus emociones, con una niña de seis años, con su propio trabajo y la situación con su familia, debe ser un peso descomunal y, sin embargo, todos los días se levanta para cuidar de su hermana sin que esto fuera su obligación en realidad.

Suelto un suspiro con el corazón pesando en mi pecho antes de acercarme, levanto una de mis manos hasta su brazo y la deslizo hacia arriba hasta su hombro, continúo hasta hundir mis dedos en los cortos mechones castaños de su nuca. Abraham cierra los párpados con un suspiro de satisfacción cuando rastreo su cuero cabelludo con mis uñas y levanto mi otro brazo para rodear sus hombros, atrayéndolo hacia mí hasta abrazarlo por completo.

Su rostro se hunde en mi cuello, inhalo su perfume envolviéndome y sus brazos rodean mi cintura tentativamente antes de aferrarse a mí más fuerte.

—Lo siento —murmuro contra su oído, acariciando su nuca mientras él continúa aferrándose a mí en el abrazo.

—No lo hagas, no has hecho más que sostenernos —Me alejo para mirarlo, levanta el rostro de mi cuello—. Gracias.

—Estoy aquí siempre que quieras hablar, soy buena escuchando.

—Lo imaginé, eres buena en muchas cosas.

—No tantas —reviro solo para no dejar que el silencio nos invada, sus brazos todavía rodean mi cintura y soy consciente de eso, de su cercanía, de su calidez y de la forma en que su aliento espolvorea mis labios—. ¿Tienes algún postre favorito? —El cambio de tema parece tomarlo por sorpresa.

—¿Postre?

—Sí. Creo que nunca te vi probar alguno más de una vez en mi casa, entonces no estoy segura —reflexiono.

—No tengo ninguno, prefiero las cosas saladas.

—Pero debe haber uno, por ejemplo: el de Erick es el pastel de red velvet, pero podría morir comiendo chocolate amargo así que no uso chocolate con frecuencia cuando horneo algo. El de Heather son las magdalenas, si tiene chispas de chocolate entonces mejor, normalmente no se las pongo porque ya consume demasiada azúcar y grasas; Elodie no es fanática de los dulces, pero si hago donas bajas en azúcar entonces la tendré yendo a la cocina hasta que se acaben. Carlene no iba mucho, pero cualquier postre que hiciera con frutos cítricos ella los probaría y se llevaría algunos, sus favoritos son los de limón —Detengo el divague cuando sus ojos miel me observan con atención y la comisura de sus labios se fruncen como si quisiera sonreír—. ¿Estoy hablando estupideces?

—Eres una cuidadora —revira.

—¿Qué? —Mis cejas se juntan en una expresión de confusión.

—Eres una cuidadora, eres buena cuidando a la gente.

—Eso no es cuidar, de hecho, contribuyo a que su salud se deteriore con tantos dulces para poder sostener mi perfeccionismo en la academia —murmuro con una risita y él me observa por largos segundos, arrastro mis manos por sus hombros—. ¿Me vas a decir cuál es tu postre favorito? —susurro como si fuera un secreto, solo nuestro.

—¿Estás buscando una excusa para ponerte a hornear?

—La verdad sí —respondo con una pequeña risa y algo cambia. O tal vez ya cambió, pero estaba evitando pensar en ello y no puedo hacerlo por más tiempo cuando él levanta una de sus manos y toma un mechón de mi cabello entre sus dedos con reverencia antes de pasar su pulgar por mi mejilla, su toque deja una estela de cosquilleo en piel—. ¿Qué tal un brownie? —cuestiono luego de aclarar mi garganta para evitar que mi voz salga como un chillido, casi no me escucho por el latido desbocado de mi corazón detrás de mis orejas—. Pero no le pondré mucha azúcar por Lindsay. ¿Te interesa? —añado rápidamente.

—Lo que quieras hacer está bien.

—No, dime uno, no tiene que ser tu favorito, al menos uno que vayas a comer para que no se desperdicie —insisto.

—El brownie estará bien.

—Te obligaré a comerlo, Roulsset —Lo señalo con mi dedo índice.

—No tendrás que obligarme, lo haré.

—¿Seguro?

—Sí —responde por lo bajo, sus ojos claros llenándose casi por completo de sus pupilas más oscuras mientras baja la vista de los míos a mis labios, mi garganta se seca y busco en mi cerebro una razón para alejarme.

—Bien, espero que cumplas...

—Lo haré —susurra disolviendo la distancia, inclinándose cada vez más. Entreabro los labios en anticipación, un cálido cosquilleo me eriza la piel de la nuca y los brazos, sus labios rozan los míos y cierro los párpados con un estremecimiento.

—¡Isabella, Kiwi no quiere dormir! —Abraham me suelta retrocediendo sobre sus pasos rápidamente y mi corazón se salta un latido mientras los pequeños pasos se acercan corriendo.

Volteo hacia ella con el corazón desbocado y las mejillas ardiendo cuando se detiene frente a mí, Kiwi corriendo a su lado.

—¿No? Pero la que tiene que dormir eres tú —murmuro aclarando mi garganta.

—Pero tiene que hacerme compañía para que no me dé miedo —Hago un sonido de afirmación con la respiración agitada y me acerco, inclinándome para recoger a la peluda diva que ahora duerme en la cama con ella.

—Vamos para ver si la convencemos —murmuro encaminándome por el pasillo sin mirar a Abraham mientras mi estómago se retuerce en la vergüenza.

—Bram, no olvides mis manzanas.

—No lo olvido, Lind, iré a buscarlas ahora —responde rápidamente y sus pasos se alejan hasta que suena la puerta principal, dejándonos solas y a mí con un montón de pensamientos contradictorios.

¿Qué estaba a punto de pasar?

¿Y por qué estoy decepcionada de que no sucediera?

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