
▪️1▪️
Estoy contemplando el extenso trayecto de la carretera; la ventanilla está abierta y observo atentamente las casas y los árboles que quedan atrás, junto con algunas aves que vuelan en lo alto del cielo. Siento la brisa del viento en mi rostro, mientras el aire juega con mi cabello rojizo. Los rayos del sol acarician mi piel. Las nubes se dispersan en el cielo, y la brisa sopla en dirección opuesta, con la luz del día opacada por una niebla grisácea.
Miro hacia el espejo retrovisor y rememoro la última vez que estuve en ese lugar, un sitio al que nunca tuve acceso debido a que mis padres consideraban que no era adecuado ni seguro para una niña. No obstante, esa prohibición despertó en mí un interés poco común.
Aunque ha transcurrido el tiempo y muchas cosas han cambiado, sigo sintiendo el mismo interés hacia aquella mansión; sin embargo, en esta ocasión, no estoy acompañada de mis padres.
El conductor se detiene frente a una mansión de tonos grisáceos, rodeada de amplios terrenos. Las cercas metálicas están cubiertas de enredaderas secas y un sendero de rosas marchitas conduce a la entrada. No puedo quejarme, ya que había imaginado un escenario mucho más tétrico que este.
Bajé de la camioneta y observé la mansión con atención mientras me acercaba lentamente. Las hojas marchitas de los árboles caen en todas direcciones con el soplo del viento, y las ramas crujen suavemente con su movimiento.
Detecté el acercamiento de alguien más cuando se detuvo a mi lado.
—¿Está usted segura de que desea residir en este lugar? Comprendería si optara por alquilar alguna vivienda del vecindario —comenta la agente inmobiliaria a mi lado.
—Debo quedarme, le prometí a mi madre que cuidaría de la casa de mis bisabuelos durante este verano.
—Si es lo que desea, procederé a mostrarle el interior de la mansión.
Con sumo cuidado, aparto las ramas que ocultan un letrero desgastado y oxidado que dice en letras rojas PROHIBIDO ENTRAR. Frunzo el ceño, confusa, y al soltar las ramas secas, una de ellas provoca un corte que va desde mi muñeca hasta mi palma, comenzando a sangrar.
—Demonios —murmuro en voz baja mientras limpio la herida con un trozo de papel que tengo en mi bolso.
De repente, siento una mano posarse sobre mi hombro y me sobresalto, asustada.
—Señorita Parks, ¿se encuentra bien?
Me siento más tranquila al escuchar la voz de la Sra. Rosa, quien me observa con preocupación por razones que desconozco.
—Sí, todo en orden —respondo mientras cubro la herida con mi suéter. Para aliviar la tensión en el ambiente, cambio de tema—. Se puede notar que el jardinero ha realizado un excelente trabajo con las flores y los árboles; no están tan secos como imaginaba.
—En realidad, no hay jardinero; el lugar parece tener vida propia. Nadie se ha atrevido a pisar un escalón de esa mansión en más de 80 años.
—Es comprensible que, al casarse, mis padres recibieran los documentos de esta propiedad; sin embargo, nunca mostraron interés en venderla ni en remodelarla. Nunca pude olvidar este lugar, y por ello me siento bien al venir aquí después de tanto tiempo —afirmo, relajada, dando un paso hacia adelante.
De manera inesperada, la Sra. Rosa me detuvo del brazo.
—Si entras allí, no habrá marcha atrás. En el vecindario se dice que esta es la mansión prohibida. En el pueblo se hacen numerosas conjeturas sobre los misterios que podrían estar ocultos tras esos muros.
— Es una mansión como cualquier otra, no es ninguna casa embrujada —le comento con objetividad—. Me quedaré durante algunos meses y luego me marcharé. Además, mi amiga Sol está en camino; ambas compartiremos este lugar.
— Es evidente que está muy segura de sí misma. Me alegra que una joven tan educada sea la heredera de la mansión —comenta ella mientras abre el portón oxidado y me invita a seguir caminando.
En ese instante, suena su teléfono celular y se aleja para atender la llamada, manteniendo una distancia adecuada. Al desviar mi mirada en la dirección opuesta, descubro que una joven de baja estatura se acerca con pasos vacilantes.
—Hola, pasaba por aquí para saludar a la nueva residente de esta espeluznante residencia. Espero no incomodarte.
—No me incomodas en absoluto. La compañía de alguien siempre es bienvenida cuando acabas de mudarte a un sitio desconocido.
—Imagino que te sientes un poco desorientada y perdida; es una reacción común en quienes llegan desde la ciudad.
—Tienes razón, el ambiente urbano es completamente distinto al que se experimenta aquí —respondí amablemente, ofreciéndole una sonrisa sincera—. Un placer conocerte, soy Brooke Parks.
—Diana Zoe Benson, puedes llamarme Zoe.
—Ok, Zoe.
—¿Sabes? Mi madre me ha hablado maravillas de tu familia; siempre fueron bondadosos y amables con todos en el vecindario— comenta ella a mi lado. Tiene el cabello rizado, la piel clara y ojos verdosos.
—Ahora que lo mencionas, recuerdo que mi madre me comentó que mi bisabuela mantenía una valiosa amistad con la familia Benson —revelé con una sonrisa.
—Sí, nuestras bisabuelas eran inseparables —afirma, con la mirada fija en la mansión.
—Chicas, me encargaré de algunos detalles con los señores de la mudanza; ustedes pueden ir avanzando —nos indica la señora Rosa.
Dirigí mi mirada a los alrededores, observando con atención las flores negras que adornaban el patio principal; el césped estaba cubierto de ellas.
—No tenía conocimiento de que existieran flores de ese color; resulta curioso —observo las rosas con el ceño fruncido.
—Considerando que provienes de la familia Parks, no me parece tan extraño. Tu bisabuelo fue un destacado científico, el mejor de su generación, y realizaba experimentos con cada pétalo de rosas en su propiedad. ¿No lo sabías?
—Mis padres nunca comentaron nada sobre ellos; es un tema que no abordaban en casa. Quizás eso lo explique todo.
Ambas sonreímos al mismo tiempo; estoy segura de que la relación entre nosotras será muy buena.
Zoe saca una llave de su bolsillo y me dice:
—Mi madre quería venir a recibirte en persona, pero tuvo una visita por la mañana y no pudo hacerlo.
—No te preocupes, está bien —respondí.
Las dos comenzamos a subir los escalones de madera que conducen al porche de la mansión.
Ella insertó la llave en la cerradura y la giró con firmeza, ya que estaba un poco oxidada.
—Parece que tendré que realizar numerosas reparaciones.
—Le vendrían bien esas reparaciones, es un verdadero milagro que la madera se encuentre en tan buen estado; han pasado décadas y, como se puede observar, el tiempo ha dejado su huella —expresa ella mientras intenta forzar la cerradura—. ¿Podrías ayudarme a empujar la puerta?
—Por supuesto.
Ambas ejercemos fuerza sobre la puerta de madera, la cual permanece bloqueda. Tras varios intentos, finalmente se abre de par en par con un rechinido ensordecedor.
Ambas tosimos debido al polvo que se ha dispersado en el ambiente; el suelo presenta un notable desgaste, con astillas y profundos agujeros. Al dar un paso al interior de la casa, experimento un escalofrío inquietante que recorre todo mi cuerpo.
—Aquí dentro hace frío; sería recomendable que utilices ambientadores en las habitaciones, de lo contrario podrías resfriarte.
—Sí, definitivamente serán necesarios.
—Brooke, no estás obligada a quedarte aquí si no lo prefieres; en mi casa tenemos habitaciones disponibles y...
Niego con la cabeza y le ofrezco una expresión de gratitud.
—No te preocupes, estaré bien. Mañana llegará mi amiga y la casa no se sentirá tan vacía.
Ella me responde con una sonrisa inquietante y se acerca para quedarse a mi lado.
—Por cierto, mi madre mencionó que los muebles pueden derrumbarse en cualquier momento, deben cambiarlos pronto —señala un par de muebles desgastados que están cubiertos con un plástico transparente, repleto de polvo y telarañas.
—He traído los muebles de mi departamento; creo que serán suficientes.
—Excelente. Por cierto, espero que no te incomode, pero me permití llamar a algunos amigos que vengan mañana para ayudarte a bajar y organizar los muebles. Desde aquí mi madre mantiene a tus padres al tanto de todo lo relacionado con la mudanza.
—Lo entiendo. Y no es ninguna molestia; de hecho, sería muy amable por su parte y se lo agradecería enormemente. No creo que pueda hacer mucho por mi cuenta.
El suelo de madera cruje con cada paso que damos. Afortunadamente, nunca he tenido miedo de adentrarme en casas abandonadas o deshabitadas, aunque he visto decenas de películas de terror relacionadas con el tema.
Tras algunos minutos de conversación, Zoe recibe un mensaje de texto al que responde de inmediato.
—No quiero dejarte sola, pero mamá requiere ayuda en casa.
—Ve con ella, ya es tarde y no quisiera que te ocurriera nada malo por mi culpa.
—De ningún modo, el pueblo de Stonehenge es seguro; aquí no sucede nada negativo a menos que uno mismo lo provoque, jaja, es una broma —ambas reímos, y nuestra risa resuena en las paredes—. Cuídate mucho, Brooke —me dice mientras se dirige hacia la salida.
—Está bien, lo tendré en cuenta. Gracias, Zoe.
—Entonces, nos veremos mañana.
Ella cruza la puerta, sumiendo la casa en un completo silencio. Suspiro, agotada; el día ha resultado ser demasiado agotador para mí.
Inspecciono las distintas áreas de la casa mientras espero el regreso de la señora Rosa. Sintiendo curiosidad, me acerco a la ventana, miro a través del cristal y descubro un mensaje peculiar inscrito en el vidrio.
'Debes marcharte.'
Me estremezco al leerlo y coloco mi mano sobre el cristal, sintiéndome confundida.
—Señorita Parks, ¿todo está en orden?
Dirijo mi mirada hacia la Sra. Rosa, preguntándome si tiene la costumbre de aparecer repentinamente o si simplemente desea causarme un susto.
—Creí ver... —vuelvo a mirar el cristal, pero ya no hay nada escrito en él.
—¿Qué vio exactamente?
La miro seriamente y respondo, algo nerviosa:
—No, no fue nada.
—Está bien, cambiando de tema, ya se ha resuelto todo. Mañana llegará el equipo de mudanza por el asunto de los muebles; estarán a su disposición. Si tiene alguna pregunta, no dude en llamarme. Estaremos en contacto.
—Le agradezco mucho su amabilidad.
—No es nada, sus abuelos vivieron toda su vida en este pueblo y le debemos mucho a la familia Parks; esto es lo mínimo que puedo hacer.
Le sonrío agradecida mientras la acompaño hasta la puerta, sintiéndome angustiada por lo que acabo de presenciar hace un momento.
—Gracias, señora Rosa.
—No ha sido nada, hasta luego, muchacha
Posteriormente, se da media vuelta y se aleja, con la carpeta de anotaciones en la mano.
El aire se libera de manera repentina, dispersando el polvo en el ambiente. Cierro la puerta, y su chirrido resuena, aturdiendo mis oídos.
—Espero poder encontrar un sillón en el que descansar esta noche.
Inicia mi recorrido por la casa: la cocina, la sala de estar, el comedor y las demás habitaciones del primer piso. Siendo sincera, empiezo a sentir aversión por los sonidos que produce la madera con cada paso que doy.
Coloco una canción de fondo en mi celular y continúo observando las paredes blancas, desgastadas por el paso del tiempo, así como los muebles, los marcos y los portarretratos cubiertos de polvo.
Me apoyo en la pared y respiro profundamente; soy consciente de que tendré que realizar numerosas reparaciones, comenzando por la cocina.
Tras dedicar un buen tiempo a limpiar los retratos y barrer el suelo, me quedé dormida en un sillón. Sin embargo, entre sueños, escuché dos golpes provenientes del otro lado de la pared, lo que me hizo sobresaltarme de inmediato.
—Brooke... —oí en susurros—. Brooke, debes venir... conmigo.
Miro en todas direcciones, ¿acaso estoy imaginando cosas? Me froto los ojos y apago la música. Los golpes se escuchan cada vez más distantes, pero aún logro oírlos; estoy segura de que no son producto de un sueño.
Me levanto del sofá y me dirijo hacia las escaleras.
—Brooke, no debes inventar cosas donde no las hay —me repito mientras subo los escalones.
Al pisar el tercer escalón, el nerviosismo me invade; apenas han pasado tres horas desde que llegué y ya me siento al borde de la locura.
Al llegar al segundo piso, me encuentro con la penumbra del pasillo al fondo. Decido encender la lámpara de mi celular y, de repente, siento un movimiento bajo mis pies; al iluminar la dirección del sonido, distingo a una rata que se escabulle en la oscuridad. El aire sopla en el exterior, resonando en las diferentes habitaciones. Comienzo a abrir las puertas, una por una, en busca de la fuente de ese extraño ruido. Solo me queda una puerta, la cual me genera cierta inquietud, ya que se encuentra en perfecto estado, sin signos de desgaste ni daño, a diferencia de las demás.
Intento abrir la cerradura, pero está asegurada desde dentro.
—¡Vaya sorpresa!
Empujo con fuerza la puerta, la cual termina por abrirse abruptamente, revelando una habitación de tonalidad grisácea. Una enorme sábana cubre un mueble, mientras que un plástico desgastado protege un elegante y fino piano gris.
En una de las esquinas, observo una ventana que permite el paso de los rayos del atardecer, iluminando la sábana blanca con su cálida luz.
—Estás cerca, muy cerca —escuché nuevamente ese susurro.
No estoy segura de si proviene de mi mente o de esta habitación; evidentemente, estoy alucinando.
Avancé tres pasos hasta quedar frente a la sábana que se movía con la brisa. Con mi mano libre, la tomé y la quité, dejándola caer al suelo y levantando una nube de polvo a mi alrededor. Poco a poco, la visión se hizo más nítida y pude descubrir que la sábana cubría un amplio espejo dorado. El marco parecía estar hecho de oro, y su brillo revelaba las iniciales A.D.R.
—¡Qué hermoso! —exclamé, al rozar con los dedos el marco del espejo. De repente, la ventana se abrió de improviso y las ramas del árbol golpearon el cristal. Me acerqué a cerrarla y, en el reflejo del vidrio, observé que curiosamente el espejo estaba orientado hacia el piano.
Con calma, me aproxime al piano, retiré el plástico que lo cubría y tomé asiento en el sillón de terciopelo.
Al tocar la primera nota, me dejé llevar por la hipnotizante melodía, algo que no experimentaba desde hace años.
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