Prólogo
—¿Lo has escuchado? Hay un rumor que afirma que un fantasma se aparece en el baño de hombres.
—¿En serio? ¿Por qué?
—No se sabe, sólo que aparece a las once en punto, en los baños de segundo, sin falta.
—¡Qué miedo! ¡Me alegro no ser hombre! —exclamó entre risas contenidas la chica que había sido el blanco para esparcir más el rumor.
No era extraño que la aparición del fantasma fuera de lo más inoportuno, porque realmente no lo era, y tampoco era algo nueva. Ese rumor que poco a poco iba creciendo, se remontaba por la anécdota de un chico, que afirmó haber entrado al baño de los hombres a la hora acordada y tuvo la mala suerte de toparse con el adolescente fantasma. No sólo era un chico el que hizo la leyenda: las confesiones de varios jóvenes, afirmando haber visto y sentido la presencia de alguien y también que el espectro les tocara el hombro, no se hacían esperar. Era de esperarse, teniendo varias leyendas amueblando los rincones de la academia.
—¡Profesor, puedo ir al baño! —gritó un chico de cabellos rubios, alzando su mano al momento en que el profesor estaba explicando algo bastante complicado sobre geometría.
El azabache observó con cansancio al joven que usualmente se atrevía a interrumpir sus clases en más de una ocasión. El docente torció sus labios, ya bastante molesto por la inminente personalidad grosera y distraída del de ojos azules. Se iba a negar, negar rotundamente, regañarlo porque debía de esperar a que él dejara de hablar y explicar el tema; sin embargo, el gesto cansado de aguantarse las ganas, porque «el agua ya venía», fue suficiente para hacerlo ladear su vista y rodar sus ojos.
—Está bien, joven Minamoto, puede ir —soltó sin reparos, cayendo en la cuenta de que era bastante amable con ese joven problemático. Kou se puso de pie sin rechistar, empujando la silla y su pupitre de una forma silenciosa para no molestar a nadie—. Que sea la última vez, espera a que termine de explicar el tema.
—Sí, lo siento.
—No deberías ir a esta hora —susurró Mitsuba, al momento en que el de cabellos rubios pasó a su lado. Claro: la leyenda del fantasma masculino en los baños era algo de lo que se hablaba muy a menudo. Él ya la había escuchado, y también sentía miedo de ir al baño a esa hora; pero, realmente no se podía comparar una aparición con descargar lo que tenía adentro.
¡No importaba cómo lo miraras: lo más importante es mear! Además, el fantasma sólo se aparecía en los baños de segundo grado.
Al momento de salir del aula, el reloj marcaba las diez con cincuenta y siete minutos. Mientras caminaba hacia los baños de primero, llorando de la desesperación al ver que estaban en mantenimiento, ya había dado el reloj dos minutos más. Subió por las escaleras, corriendo con velocidad por las mismas: ¡era horrible!, ¿por qué su suerte era tan asquerosa como para que le pasara eso? El reloj siguió corriendo en los segundos desde el minuto cincuenta y nueve, mientras Kou simplemente estaba lo bastante agradecido de que todos estuvieran en clase y no lo regañara algún delegado de la clase por correr en los pasillos.
Su cara de alivio fue lo primero que se dibujó en sus facciones infantiles, al momento de divisar la hermosa puerta de color rojizo, con un pequeño letrero de un humano del género masculino de color azul. La felicidad no cabía en su cara, al momento de abrir la puerta y entrar a los maravillosos baños.
En ese momento, la manecilla del reloj dio las once en punto. A la vez que Minamoto simplemente caminaba hasta uno de los cubículos del baño. Cuando abrió la puerta del pequeño cubículo, y estaba a punto de cerrarlo para tener su merecida privacidad en el baño y poder orinar con tranquilidad, una risa escurridiza e infantil se coló por sus oídos. Kou detuvo su actividad, recordando que era un baño público y que posiblemente alguien había entrado. Más tarde, cayó en la leyenda que había escuchado de unas chicas y la advertencia de uno de sus amigos.
«No, no puede ser», encaró ese pensamiento con sus acciones, sonriendo de lado de una forma nerviosa. Sólo tenía que hacer del baño y salir de ahí, no era tan difícil.
Un fuerte golpe se escuchó, dando un sobresalto cuando Kou ya se estaba quitando el cinturón para bajar sus pantalones escolares. Tragó en seco y cortó su respiración, al momento en que sintió que algo había ahí, y no era justamente humano. Sus teorías se confirmaron, al momento en que las puertas se comenzaron a abrir y cerrar a la vez, al tiempo que las luces del baño se prendían y apagaban. A Minamoto se le volvió a cortar la respiración, sintiendo su pecho latir con agitación y a punto de morir: la risa infantil y los demás ruidos se metían en sus oídos como navajas.
—¿Ha-hay alguien ahí? —preguntó el chico, sintiéndose todo un estúpido por haber preguntado. ¿Qué no sabía que, en las películas de terror, cuando alguien pregunta eso, era como cavar su propia tumba?
—Sí. —Se escuchó el canto silencioso del extraño ser, sacando un escalofrío al momento en que Minamoto recibió la respuesta. El canto había sonado igual que el de un ser de ultratumba y similar a las películas que veía su hermano mayor con habitualidad.
Kou no supo cómo o cuándo, pero se sintió vagamente aliviado, al momento en que sus pantalones bajaron hasta el suelo y un líquido inundó sus calzoncillos.
—No puede ser —chilló en silencio el joven con dos largos colmillos, al saber que hoy no era su día de suerte: se había meado en sus calzoncillos y un fantasma lo acosaba. Estaba molesto y a la vez temeroso, pero más temeroso que nada—. ¿¡Quién eres!?
—Aquí estoy. —Una mano helada se posó sobre el hombro del más alto, al momento que la juguetona voz rozaba la oreja izquierda del chico.
Kou dio un salto, girando su cuerpo hasta el joven que tenía exactamente a su lado. Sus pupilas azules se abrieron con levedad, al observar a un chico de estatura baja, de cabellos negruzcos en corte de hongo, con unas fuertes pupilas color ámbar en forma de luna menguante, haciendo fuego perfecto a la sonrisa ladina en sus delgados labios.
—¿Quién eres? —interrogó el menor de los Minamoto, tratando de olvidar el líquido corriendo por sus partes nobles. El pequeño espectro pareció notar esas acciones, y no dudó en sonreír.
—Mi nombre es Hanako-san, joven.
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