Capítulo 32: El Juego Terminó
No sé si reír o llorar porque hemos llegado al final, muchas gracias por haberla seguido hasta aquí. Este Fanfic es hasta el momento el que más me ha costado hacer y por ende entra en mis favoritos, pudiendo decir que hasta el momento es mi favorita de todas mis historias.
Aunque éste es el último capítulo, todavía falta el epílogo, para darle cierre a la historia, así que todavía no se vayan.
¡Muchas gracias por todo!
—Niño... —No podía decir otra palabra más que ésa, porque sentía que en cualquier momento se rompería. ¡Demonios, se estaba rompiendo!
—Amane, Amane, Amane, Amane, Amane —susurró cinco veces seguidas su nombre, ocultando con torpeza sus ojos llorosos al cerrarlos. Apretó todavía más el cuerpo del chico, queriendo que la calidez le llegara, que lo tocara, que viviera—. Qué bueno que estás bien, ¡me había asustado, idiota! Pensé que nunca te volvería a ver, eres un tonto. —Y lo que quería evitar simplemente llegó, sonriendo entre sus lágrimas y rompiendo en llanto. El menor simplemente dilató sus pupilas con cierta sorpresa contenida, al sentir como la camisa escolar que utilizaba era empapada por las sinceras lágrimas del menor de los Minamoto, mientras su inconsciente iba subiendo con ligereza sus manos, hasta rodear con cierta fragilidad poderosa el abdomen del chico al que quería. Vio a los ojos a Teru, y se sonrieron el uno al otro, casi soltando una carcajada cuando el de ojos azules de mayor edad quería tomar el impulso de abrazar a su hermano menor. Teru era débil contra él, pero se contuvo, porque sentía que haría un mal tercio.
Por eso simplemente difuminó una débil sonrisa a su antiguo amor, llena de una melancolía extrema que fue disfrazada por un: «¡felicidades por encontrar a alguien que te quiera!», y caminó hasta la salida del aula.
Teru sintió su mano temblar al intentar girar la perilla de la puerta principal, sabiendo de sobra que debía ser fuerte sólo por unos segundos más, saliendo del baño, ya podía hacer todas las rabietas y soltar sus desgracias.
—¡Niño, ¿qué ha-haces aquí?! ¡Te estás saltando las clases! —Alcanzó a oír el tono despreocupado de Amane que quería fingir con Kou, buscando aligerar la atmósfera. Teru los vio de reojo, con sus atrayentes ojos azules capturando como el rubio se alejaba de forma abrupta del cuerpo del fantasma para mirarlo a los ojos y terminaba por llorar con más fuerza.
—¡Es obvio que vine por ti! —gritó, tomándolo de los hombros y dándole una pequeña sacudida por el nerviosismo que tenía hasta las nubes. Amane empezó a gritar a los pocos segundos que lo estaba mareando.
—¡Me estás mareando, niño joven! —chilló, viendo dos Kou, tres y hasta cuatro. Eso sería un paraíso y un sueño hecho realidad, pero la ejecución de que ese sueño se cumpliera de esa forma no era su favorita—. ¡Me estás mareando! ¡Quiero vomitar!
—¿Los fantasmas pueden vomitar? —chilló Kou con más fuerza, ahora dejando de moverlo para volver a abalanzarse sobre él con un estrépito. Amane dio varios pasos para atrás al recibir el peso del mayor sobre su transparente cuerpo, y no pudo evitar el destino de caer al suelo con un tropezón. Kou quedó arriba de él.
Teru ya no quiso seguir viendo y salió con rapidez. Abrió la puerta, empujando sus impulsos de seguir siendo un egoísta: porque antes era él quien había estado al lado de Yugi Amane. Pero no permitiría ser cegado de nuevo, porque le dolería y todo se derrumbaría, porque si se aferraba a algo que ya terminó en buenos términos, podría dañar a la persona que más quería. Y él no quería eso. Al menos esa vez, no sería egoísta, en ese baño. Sin embargo, todo lo que logró se deshizo cuando salió de ese cuarto. Apenas la puerta se cerró tras él, sus lágrimas también se desbordaron. Se tragó un sollozo completo que se atoró en su garganta al morder su labio y se recargó contra la puerta en busca de fuerzas.
No podía dejar de ser egoísta tan rápido, pero al menos demostraría su egoísmo de una forma distinta, sin dañar a las personas, al menos esa vez.
—Presidente Teru... —Eso incluía a Akane.
Aoi estaba parado justo frente a él, había acabado de llegar, después de tratar de haberle seguido el paso al menor de los Minamoto, siendo imposible hacerlo porque Kou corrió como un demonio que no quería regresar al Infierno. Sí parecía un perro (según a pensamientos de Akane).
Teru talló rápidamente su brazo contra sus ojos, y dibujó una pequeña sonrisa al verlo. Al bajar su brazo, apretó con fuerza sus puños e hizo para atrás la idea de correr a sus brazos buscando aferrarse a él, ser un egoísta y volver a depender de él. Se mordió esas ansias y simplemente miró al suelo. Negó con rapidez y se inclinó.
—¿Estás llorando? ¿Quieres que-...? —Teru caminó hasta él y no lo dejó terminar su oración, porque su tersa mano se detuvo en las hebras naranjas del más bajo. Akane dilató sus pupilas ante ese inesperado tacto, y cuando intentó buscar respuesta en las facciones del rostro de su querido amor, sólo se topó con una suave sonrisa en sus gestos amables—. Teru...
—Sí quiero que lo hagas, pero no de esa forma —concluyó, dando una pequeña caricia a sus cabellos por un breve lapso de tiempo y luego alejaba su mano a regañadientes. También tomó una pequeña distancia prudente—. Cuando terminen las clases, ¿quieres venir a mi casa?
—¿Qué haremos? —preguntó incrédulo el chico con lentes, rodando sus ojos con cierta ironía divertida. Teru alzó sus hombros y terminó por pensarlo por unos breves segundos.
—Iremos a la tienda de la esquina a comprar mucho helado, luego, veremos un anime mientras lloro y me desahogo. Sólo eso —argumentó, invitándolo a caminar a su lado por primera vez. Aoi guardó silencio por unos breves segundos y terminó por suspirar.
—Mientras no sea Nanatsu No Taizai o SAO, todo estará bien —asimiló, acoplándose a su paso.
—No será ninguno de esos dos.
—¿Entonces?
—Jibaku Shonen Hanako-kun.
—¡No me gusta ése, porque el protagonista te tiene enamorado!
—Claro que no —aseguró Teru, dando un ligero gesto para fingir indiferencia al mirar a otro lado.
Los dos habían guardado silencio, al darse cuenta en la posición en la que estaban. Las lágrimas habían frenado, cualquier movimiento podía ser utilizado en su contra y por eso se quedaban tal y como habían caído. Ambos tenían los ojos abiertos de par en par, un cosquilleo recorría todo su cuerpo, mientras Kou poco a poco iba procesando las acciones que acababan de suceder, siendo llenadas por un fuerte color carmín que se iba colando en sus níveas mejillas. El corazón se le salía del pecho, le estaba costando bastante suspirar y todo se perdía cuando observaba esos profundos ojos ámbar que habían mostrado miles de emociones durante todo el tiempo que lo había conocido: tristeza, odio, melancolía, alegría, asfixia, mentiras, verdades, gritos silenciosos, carcajadas sonoras y en busca de saber quién era realmente. Ahora brillaban, quedándose quietos, sin parpadear, correspondiendo la mirada que ambos hacían.
—Amane... —Fue lo único que pudo decir, con la voz temblorosa. Trataba de parecer serio por fuera, algo muy difícil porque realmente estaba gritando en su interior por la emoción: ¡estaba con Amane! ¡Estaba arriba de él! ¿Qué debía de hacer? ¿Debía de decir algo? ¿Apartarse? ¿Quedarse? ¿¡Qué tiene que hacer!?—. Amane, Amane, Amane... Amane. —Fue lo único que pudo decir, mientras una boba sonrisa se adueñaba de sus labios y su cara se iba tornando todavía más roja. Kou, en definitiva, había dejado de funcionar—. Verás... ¡Amane! —Su última palabra fue el nombre del chico (por quinta vez), hasta decidir que lo que mejor podía hacer era guardar silencio.
—Niño... —susurró Amane, topándose poco a poco con la rara sensación de sentir por primera vez como la sangre subía hasta su cara. Los escalofríos lo llenaron, y el mayor de los hermanos Yugi tuvo que cubrir con sus manos su boca y parte de sus mejillas, queriendo ocultar lo obvio. Había sido un poco vergonzoso, pero le había alterado sus emociones de mil formas diferentes con tan sólo decir su nombre de una forma un poco tonta y sosa.
Se miraron nuevamente, no diciendo nada, ambos temblando con más fuerza y completamente rojos. ¿Así que así se sentía estar vivo? Le gustaba, quería seguir así por siempre. Sonrió con suavidad, bajando sus manos poco a poco de sus labios y entrando a su actual tono pícaro, cerrando ligeramente sus ojos y enfocando su vista en los celestes del chico: había encontrado miles de estrellas con él. Ahí supo que, si tan sólo tenía una oportunidad para salvarse, quería que él lo rescatara.
—Eres un pervertido, niño. Lloras, caemos al suelo, tú te quedas arriba de mí y me dejas esperando —aludió con burla, mirando a otro lado para fingir enojo; sin embargo, no perdió el tiempo para observar por el rabillo del ojo como Kou explotaba en rojo al doble y empezaba a sacar ligeros gritos de sus labios con molestia.
—¡No, no, no, tonto! ¡Eres un tonto! ¡No vine a hacer nada de eso! ¡Vine a salvarte! —exclamó, completamente apresurado por el pensamiento erróneo que había formado Amane por un pequeño error de cálculo —aunque ni siquiera calculó— al lanzarse sobre él—. No planeo hacerte nada de eso, no creo que sea el lugar ni el momento adecuado. ¡Vine a salvarte! —Yugi se revolvió internamente al escuchar esas palabras, girando rápidamente su cabeza hacia el frente, notando por primera vez la decisión del chico al afirmar algo que lo llevaba a la ansiedad. Y lo volvió a notar: ahora había pasado una estrella fugaz entre esas pupilas celestes.
—¿Cómo puedes decirle esas cosas a tu novio? —Refunfuñó el azabache con corte en forma de hongo, volviendo a apartar su vista a otro lado, dando un puchero molesto. Kou se quedó perdido, a punto de preguntar algo tipo: «¿ya somos novios?», pero pareció guardar silencio, porque eso no era lo que le importaba en esos momentos. En su lugar, arqueó sus cejas, y buscó encontrar su mano con la del de ojos redondos, que había sido colocada en su propio pecho, y la aferró a la suya.
Amane lo miró de nuevo, viendo la decisión en sus ojos, parecía estar seguro de lo que hacía.
—Te llevaré a ver las estrellas, te lo prometí hace un tiempo, aquella vez. Lo cumpliré. —Encaró el menor de los Minamoto con decisión. Yugi movió con ligereza sus labios y sintió como un enorme peso bajaba por todo su cuerpo.
—No puedo salir del baño —afirmó.
—Entonces te traeré las estrellas.
—¿Cómo lo harás? Eso es imposible. —Rio por lo bajo, enderezando un poco su cuerpo y forzando a que Kou tomara sus distancias con cierta cautela. La situación actual ahora constaba del menor sentado en el suelo, al tiempo que Kou se acomodaba frente a él.
Kou guardó silencio de golpe ante esa pregunta de Amane, bajó la vista al suelo y empezó a sacudir sus manos sobre sus cabellos, alborotando sus hebras rubias por el remolino que estaba hecho.
—Niño tonto, no puedes traerme las estrellas. —Se burló, con la ternura al límite. Lo que en ningún momento contó, fue que Kou levantara su vista de golpe, y también se acercara hasta él. Amane sintió como todo se perdía entre su corazón muerto y dos latidos chocaron.
Kou se tornó dominante por primera vez en la situación, volviendo a acercar su rostro al de Amane, y una de sus manos llegaba a parar hasta el delgado hombro del espectro. El menor sonrió con picardía, al leer lo que planeaba hacer.
—Lo de ver las estrellas era una metáfora —declaró, un poco avergonzado, pero no dudando al momento de unir su frente con la de él. Amane pasó su mano por el pecho del chico, y se aferró como si su vida dependiera de eso a su camisa escolar.
—Lo sé.
—Entonces, ¿puedo besarte? —interrogó, ahora acercando más su rostro hasta la cara ajena. Sus respiraciones se mezclaron y sus narices rozaron.
—Kou, ¿has dado tu primer beso? —Jugueteó con las palabras, queriendo burlarse de él de una forma un tanto coqueta.
—Sí, pero no me gustó —comentó con honestidad. Todo el teatro se le cayó a Amane y los celos lo inundaron, pero los supo disimular bien, dando una improvisación.
—Sólo te puede pasar eso a ti. —Se atragantó en risas el de hebras negras, cerrando sus ojos lentamente al oír el gruñido de Kou.
Se besaron. El ligero roce de sus labios se hizo mucho más potente de lo que ya era, siendo al principio un poco de acercamiento entre las comisuras, pero fue tomando forma, cuando el de hebras azabaches empezó a mover sus labios con un poco más de necesidad por algo tan simple. Más tarde se separaron, por falta de aire. Kou seguía agitado, el menor sólo pudo sonreír y presumió su forma de besar ante él.
—¿Qué te parece? Fue mucho mejor que tu primer beso, ¿verdad? —alardeó, con el ego por lo cielos. Kou arqueó sus cejas ante su actitud y negó rápidamente.
—No, no fue mejor...
—¿Qué?
—Creo que te-tendrás que hacerlo de nuevo para comprobar si fue mejor o no. —Sonrió complacido Kou, con esa curva hacia arriba de oreja a oreja. Amane lo miró raro, un poco avergonzado por la actitud, y deseó tener su gorro para poder cubrir su rostro pintado de rojo.
—No sabes coquetear, Kou... —murmuró, pero no pudo evitar delinear una débil sonrisa en sus labios. Kou estaba a punto de responder, ofendido, pero fue callado cuando los brazos de Amane rodearon su cuerpo y éste escondía su rostro entre su cuello.
—¿Qué pasa? —preguntó, un poco agitado al oírlo sollozar, aferrándose todavía más a su cuerpo. Lo único que pudo hacer fue pasar su mano sobre sus cabellos.
—No pasa nada... sólo acabo de ver una galaxia —aseguró, aferrándose todavía más a él. Kou, como era de esperarse, no entendió esas palabras, con su genuina personalidad.
Sin embargo, ninguno de los dos pudo pasar por alto el latido del pecho en el cuerpo de Amane, que se fue intensificando. Demonios, Lucifer, Amane lo había logrado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro