Capítulo 27: El Chico Sin Personalidad Propia
Capítulo dedicado a: hanakoeraimpostor, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Advertencia: ligera insinuación sexual, no llegando a lo explícito.
—Oye, Aoi-kun, ¿nos vamos al karaoke? —Natsuhiko caminó hasta el pupitre de su amigo, después de entrar a su salón de clases sin pedir permiso para pasar, deteniendo su andar al quedar frente a él. El mencionado levantó sus ojos, siendo perdido por la falta de brillo en sus irises. El castaño se sintió ligeramente incómodo por el silencio sepulcral que el menor le había propiciado, sin dar claras muestras de que quería ir: no podía quejarse del todo, su amigo así era desde que lo conoció, quizás no le llamaba la atención el karaoke—. Entonces... ¿qué dices?
Akane lo escuchó, esperó a que terminara, y por fin negó. Sin muchos preámbulos, se puso de pie, tomando su mochila y le dedicó una sonrisa carente de sentimiento.
—Lo siento, Senpai, tengo que ir al Consejo Estudiantil. Quiero ver al idiota del vicepresidente —informó el de hebras naranjas, antes de salir del aula sin decir otra palabra más de sus labios.
Natsuhiko se quedó quieto en su lugar, al oír la sinceridad que profesó el menor en ese caso.
Akane sonrió con torpeza, jugando con el reloj de arena que estaba en el escritorio del Consejo Estudiantil, se declinó con fuerza en la silla y giró un poco, fingiendo que eso simplemente no le importaba. Realmente no le importaba, pero aun así se sentía ansioso, recargando su barbilla contra la palma de su mano y tocando una y otra vez el reloj de arena que había caído hasta el fondo, justo como Amane.
—Lo regresaron al principio de todo —susurró, con un ligero gesto meditabundo; y sin quererlo realmente, volvió a recordar.
—¿Qué estás haciendo? —Akane dejó de lado el papeleo que tenía que llenar, alzando la vista al ver a Teru completamente alegre con la presencia de Sakura. Ésta sonreía con levedad, portando en una de sus manos una tetera con té caliente, y en el escritorio había tres tazas exactas.
—Sirvo té —contestó neutral la mujer. El líquido caliente con un dulce sabor a canela y se derramó sobre la taza de cerámica. Akane la observó en silencio, viendo con sus grandes ojos y a través de sus lentes como Sakura le ofrecía la taza a su querido vicepresidente y proseguía a servir otra.
—Gracias. —Se limitó a decir el rubio cenizo, con una sonrisa sincera de par en par al ingresar a su boca el líquido que la tesorera le ofreció—. Es delicioso, estoy conmovido. —Lloró con dramatismo el chico, respirando después de tanto tiempo con tranquilidad. Aoi guardó silencio—. ¿Por qué de repente lo hiciste?
—Porque te veías agitado, tienes que lidiar con Yugi Amane, y por fin te ves algo distraído —respondió la de cortos cabellos verdes, sin inmutarse para nada porque la acción que tomó Teru fue una de completa vergüenza, con su rostro teñido de color rojo—. ¿Ves? Hasta ya te pusiste rojo del enojo. No sé qué hace el actual presidente, casi nunca se presenta.
—Creo que es de la vergüenza. —Irrumpió el chico que salía sobrando en la conversación, mostrándose «sorprendido» por la inexplicable inocencia de la chica.
—No es por eso, no es por eso. —Se excusó con timidez el mayor de los Minamoto, completamente rojo por la afirmación tan valiente de ambos. Luego, cuando sintió que no podía ocultar la vergüenza, bajó su vista hasta su taza de té, y todo dentro de él empezó a mostrarse vergonzoso, que sonriera como un torpe enamorado tras todo lo que acababa de hacer, simplemente destruyó a Akane.
La forma en la que se movía el cuerpo de Teru, corriendo detrás de Amane, y él, corriendo detrás de su querido vicepresidente fue horrible. Porque Akane nunca pudo alcanzarlo, pero Amane incluso se había detenido en el camino, para que Teru pudiera acercarse. Sus destinos no estaban unidos.
—Tic tac, hermano de Teru Minamoto, ¿qué harás? La promesa que Lucifer le hizo a Hanako va a estar rota cuando llegue la medianoche, y Amane simplemente desaparecerá. Dime, ¿qué harás? ¿Al menos sabes qué es lo que le dará una última oportunidad? —preguntó a la nada en específico, pasando su mano por el vidrio y agudizando su vista. Casi como un reflejo, su boca empezó a imitar el famoso «tic tac», y pronto, susurró una palabra de cuatro letras—. Así que no tendré mi nueva personalidad, ¿eh? —preguntó, un tanto roto por lo que acababa de asimilar—. Pero, Teru estará feliz, ya que no será el único que recordará la muerte de su pareja.
—¿Estás triste? —Akane en ningún momento mostró una emoción de compasión en sus ojos al momento de preguntar a Teru si estaba bien. No se le hizo extraño que el mayor lo mirara, con sus potentes ojos azules que sobresalían más de la cuenta por las enormes ojeras que tenía marcadas en su cara. El mayor afirmó con la cabeza a regañadientes, dejó las hojas en su escritorio y trató de ponerse de pie para retirarse a su casa. No pudo hacerlo, ya que apenas intentó hacer flexión con sus piernas para impulsarse, fue regresado de un empujón a su asiento.
—¿Akane? Tengo que ir a casa... el ciclo escolar ya terminó, y tengo que preparar desde ahora mi informe para recibir la presidencia. —¡Vaya excusa más elaborada! ¿Eso explicaría el llanto en sus ojos?
—No estás bien, idiota. —Esas palabras sin rodeos del de hebras naranjas fueron suficiente para que los ojos acuosos del nuevo presidente llegaran por todo su rostro en forma de lágrimas. Teru soltó un sollozo lleno de dolor y volvió a negar una y otra vez. Él. Estaba. Bien. Negó mucho más rápido: Amane se había ido, no regresaría por más que lo deseara. ¿Por qué nunca le prestó tanta atención? Sabía que Amane era un experto mentiroso, y que sus padres nunca se dieron cuenta de su comportamiento, y él, cuando lo encontraba débil al abrazarlo, nunca hacía nada.
—E-estoy bien, Akane, estoy bien. —Encaró, con un hilo de voz roto. Se dejó abrazar por el menor, y él no pudo hacer más que enterrar su rostro en el pecho del chico, mientras sus manos buscaban desesperadamente atrapar su camisa, para que no lo soltara.
«Oye, Teru, creo que ya no quiero ir a ningún lado. Así que ahora llámame Hanako. Ya sabes, tú que eres Otaku, amarías llamarme con el nombre de un fantasma japonés», ¿por qué no le prestó atención a eso? Pensó que sólo iba a ser una broma de mal gusto, así lo hubiera creído, de no ser por la terrible noticia que se llevó al día siguiente: Amane se había suicidado, después de haber matado a su hermano menor.
Akane lo escuchó sollozar, aferrarse contra su cuerpo y no pudo evitar sonreír, de una forma que trataba de mostrar que entendía su situación, cómo si pudiera entenderla. Él no tenía personalidad.
—Oye, ¿te gustaría volver a verlo? —cuestionó de pronto, con total seriedad, mientras su mano era pasado por los cabellos rubios de su interés amoroso. Teru levantó la vista, completamente sorprendido por la afirmación tan valiente que había logrado sacar el nuevo vicepresidente—. ¿Qué dices, Teru? ¿O te gustaría olvidarlo? —coqueteó de forma vacía, aferrando su andar hasta el chico que se había perdido en la última frase. Los dos se miraron y sus labios rozaron, empezando por un beso suave y casto que iba subiendo de nivel con cada estocada de excitación: Teru había encontrado una nueva droga, y no tardaría en volverse adicto a Akane. ¿Lo malo? Las drogas destruyen por unos minutos en el paraíso, y Teru se vio indefenso ante el diablo disfrazado de ángel que yacía en Akane, y lo incentivó a tocarlo, a saborearlo—. Yo puedo ser tu refugio cuando te acuerdes de él, yo te haré olvidarlo. Haré que me necesites, y lo traeré de vuelta.
Esa tarde, los dos lo hicieron en la sala del Consejo.
Akane movió sus piernas un poco, dando un respiro pesado y sintiendo algo en su garganta. El presidente ya se había tardado y no llegaba a realizar su trabajo, ¿qué estará haciendo?
—Kou, ¿qué haces aquí? —Teru golpeó con ligereza al chico en su cabeza, con la carpeta que utilizaba para realizar su trabajo como presidente. El menor apartó la vista de la nada, mirando con sus ojos abiertos como platos a su querido hermano mayor.
—Teru-nii, ¿qué pasa? —interrogó el más bajo, sintiendo miles de escalofríos rodando por su cuerpo, sin saber la procedencia de los mismos.
—Eso te pregunto a ti, las clases están a punto de iniciar y tú no estás en tu aula, ¿acaso planeas entrar a tu fase rebelde? —regañó, con un claro gesto apacible que parecía intranquilo a la vez. Más tarde, alzó su vista hacia los lados, buscando al azabache de ojos ámbar que no dejaba de pegarse a su hermano menor como un chicle—. ¿Y Yugi-san?
El mayor observó a los ojos a su hermano, tratando de esperar que éste no lo estuviera cubriendo para que se saltara las clases; muy al contrario, Kou mostró completa duda ante su afirmación y ladeó un poco su cabeza.
—¿Te sientes bien, Teru-nii? No deberías de jugar con eso, ya sabes, Amane está... —Dejó la frase a medio camino, bajando la vista apenado y tratando de mostrar que ese acontecimiento que ya había pasado hace tiempo no le dolía.
El rubio cenizo parpadeó, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Sus pupilas azules sintieron que todo se movió, y pensó que le estaban jugando una broma, aunque Kou nunca antes le había jugado una.
—Más bien, ¿tú te sientes bien?
—Sí, Nii-san, hace poco sentí una pequeña comezón en mi mejilla, pero sólo eso. —Encaró el de hebras rubias, guardándose para sí mismo que sentía un extraño nudo en su garganta desde hace un rato—. ¿Seguro que tú estás bien?
El menor de los Minamoto trató de pasar una de sus manos por la frente de su hermano para saber su estado, pero sólo se llevó la indiferencia del mayor al apartarse.
—Sí, estoy bien. Me equivoqué un poco, sólo tengo sueño, regresa a tu aula.
—Sí —respondió todavía un poco perdido y sacado de sus casillas el rubio menor, mientras se despedía de su hermano con una sonrisa al caminar hasta donde su salón se encontraba.
Teru mostró una fachada de príncipe encantador, llena de confianza y gestos apacibles, hasta que su pequeño hermano giró por un pasillo y bajó las escaleras. Ahí él tembló, sus pupilas trataron de calmarse entre tanta agitación y la respiración se volvió pesada.
«¿Qué hiciste ahora, Akane?», se preguntó en su mente.
No perdió el tiempo para girar por sus talones y correr por el pasillo, buscando llegar a la sala del Consejo Estudiantil. Sabía que no debía correr por los pasillos, pero eso no le importaba por el momento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro