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Capítulo 26: El Mundo Regresó A La Normalidad

Capítulo dedicado a: Hinata_Uchiha_uwu, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

—¿Te puedo pedir un favor? —interrogó el azabache al salir de la azotea, cerrando la puerta de la misma tras de sí, olvidando con un candado permanente que lo que pasó ahí, no volvería a ser tocado, fingiría que podía lidiar con eso, ¿o no? Así era Amane, era su arte aprender a fingir las cosas que le dolían, se rompía por momentos, era reconstruido por su fuerza de voluntad y el apoyo sincero de Kou y sabía superarlas—. No vuelvas a hacer preguntas de ese tema, porque no lo recuerdo todo, y siento que lloraré si alguien me destapa de golpe, quiero ir poco a poco.

—Amane, no creo que ésa sea la mejor opción —susurró Kou, bajando las escalares a la par del mencionado. El mayor de los Yugi lo observó a los ojos, con un poco de vergüenza y pena bien disimulada que rozaba contra toda una culpabilidad justificada.

—No lo intérpretes de forma errónea, niño tonto. No quiero desaparecer lo que nunca ha pasado, supongo que soy un asesino y no merezco el perdón de Dios, ni de nadie. Pero por alguna razón, quiero vivir... no quiero vivir por ti, ni por nadie, quiero vivir sin Tsukasa, porque él es un monstruo, es lo peor que me pudo haber pasado. Estoy seguro de que era feliz antes de que apareciera él: mi amistad contigo, sé que te conocía desde mucho antes, porque estaba con tu hermano, todo fue arruinado por él —declaró el menor, moviendo sus pies, chocando contra el frío piso que era atrapado con las suelas de sus zapatos. Kou escuchó todo atentamente, tratando de fingir que no le molestó un poco lo último que dijo el chico, simplemente quedándose quieto—. Soy una horrible persona, joven.

—No lo eres.

—Sí lo soy. —Declinó la balanza en su contra, acercándose lentamente hasta el chico, mientras una sonrisa divertida que iba irradiada de saberlo todo se congeló en sus labios. Y de pronto, el mundo de ambos se detuvo, cuando Amane se quedó frente a Kou, a unos escasos centímetros de tocarse. El chico más bajo no perdió el tiempo, estirando sus manos justo a la altura del rostro de su interés romántico, y le apretó sus mejillas con un suave amor rencoroso—. Me prometiste que me llevarías a ver las estrellas, y yo no he podido proponerte nada, porque siento que en cualquier momento fallaré. Dime ya de una vez, yo te tuve confianza y te conté la razón de mi muerte, ahora te toca a ti, ¿qué es lo que te ha estado preocupando desde hace un rato? —Amane se mostró completamente decidido a la hora de interrogar sus pesares, sabiendo que estaba listo para oír lo que fuera. Kou tragó grueso, todo su cuerpo rodó entre un potente sudor y no supo cómo escapar de ésa. La voz se le secó, tuvo el increíble impulso de mirar a otro lado, estrellando su vista por el pasillo vacío donde ambos estaban.

—Amane, yo-...

—Kou... —Lo llamó, interrumpiendo lo que estaba a punto de decir. Los dos volvieron a cruzar miradas, y el mencionado sintió como todo su mundo se volvía patas arriba gracias a él: no era para nada justo. No lo era.

—Tsukasa... —comentó entre dientes, tratando de exhalar poco a poco lo que lo estaba matando por dentro. Tal y como el rubio lo creyó, apenas esas palabras salieron de su boca, el fuerte agarre que estaba manteniendo el espectro se aflojó de forma considerable, destruyendo la falsa seguridad que había creado y el miedo en sus pupilas se iba arraigando entre el hermoso color ámbar—. ¿Amane? No te preocupes, por favor... —Intentó tranquilizar al menor, doliendo hasta el alma cuando el susodicho sacudió su cabeza rápidamente en modo de despertar de un trance. Más tarde, prosiguió a bajar lentamente su rostro, apartando la mirada de los orbes celestes que lo estaban tranquilizando, sus manos bajaron también lentamente, deshaciéndose del agarre en su piel y chocando contra la camisa del uniforme del mayor. Recargó su frente contra el pecho del chico, se aferró a él como si todo dependiera de ello, y se comió un sollozo de una forma tan silenciosa que casi pasó desapercibida por el menor de los Minamoto.

—Me dijiste que me llevarías a ver las estrellas, pero yo no... yo no puedo verlas —respondió el chico, sonriendo con torpeza entre su tristeza y queriendo amueblar una genuina curiosidad en el ambiente. Minamoto tembló, tratando de creer por unos breves instantes que Hanako quería volver a emerger, que nuevamente iba a ocultar entre las máscaras de su rostro y su perfecta actuación a Amane. Por eso alzó sus brazos con tanta velocidad, deseando más que nada del mundo detenerlo, que no volviera a esconderse del mundo. 

Amane sonrió torpemente, reforzando más la fuerza que estaba ejerciendo para sostenerse a él e intentó desesperadamente pedirle que se alejara de él: porque mientras él existiera y estuviera cerca de él, Tsukasa rondaría a su lado, y Kou no se merecía eso. Kou no merecía ser tragado por monstruos que ya estaban muertos, por eso debía dejar que se alejara, porque no quería lastimarlo: podía vivir sin ver de nuevo las estrellas, podía vivir para siempre encerrado en el baño, podría vivir incluso si la sombra de su gemelo le espantara los sueños, simplemente podía «vivir». Amane no podía mostrarle las estrellas a Kou, no era justo. ¿Por qué ese rubio idiota siempre quería estar a su lado? ¿Por qué lo había ayudado en todas sus crisis de identidad cuando se sentía solo? ¿Y él qué le dio? Puros problemas, problemas y más problemas.

A pesar de todo, quería estar a su lado, aferrarse a él. Su felicidad siempre era arrebatada de una u otra forma, y era como si el destino jugara en su contra, ¿en algún momento algo brillaría sólo para él sin que haya una consecuencia negativa? Posiblemente no, por eso ya no se le hizo extraño que la respiración le empezara a faltar, que su vista se empezara a tornar borrosa, que todo dentro de él comenzara a girar y la sensación de ser más ligero que antes se idealizó ante sus narices.

Akane rompió el mundo, junto con un reloj de arena en la sala del Consejo Estudiantil apenas salió del baño. Y Amane desapareció frente a los ojos de Kou, sin que éste pudiera abrazarlo.

—Amane...

Cuando nadie soñaba, el mundo se volvía negro, se volvía sin vida y no había ningún escenario que podría atribuirse a Tsukasa. El menor nunca miraba a ningún lado en esos casos, sólo se quedaba inmóvil todo el día, observando el paisaje negro. Sus pupilas de color ámbar estaban vacías, llenas de miedo arremolinado en su cuerpo y todo dentro de él parecía haberse congelado. No respiraba porque no tenía la necesidad, no dormía, no comía, no soñaba, no deseaba nada porque estaba en el mundo de la nada. Estaba en los sueños, en esas proyecciones de mente tan patéticas que lograban destruir todo a su paso. Así de simple, así de fácil. Y él ya estaba aburrido, todo lo que hacía, ¿para qué lo hacía? Kou no era humano, por eso se la había pasado la mayoría del tiempo apoyando a Amane cuando éste estaba vivo, ¿los robots se aman entre ellos? ¿Eso era posible? No importaba, simplemente ya no, ¿qué era tan necesario como para que él se alterara? Simplemente ya se había cansado, se rendía, dejaría de jugar porque si lograba derrotar a Amane no se ganaría a nadie más que a un robot rubio de ojos azules, y él no quería eso.

—¿Qué haces aquí, Satanás? —Incriminó el chico, sin apartar su mirada del espacio negro y sus músculos se tensaron como un acto involuntario. La risa nerviosa de Akane se escuchó por todos lados, rozando suavemente hasta convertirse en una llena de burla morbosa—. ¿Por qué te presentas ante mí con alguien que nunca he visto? —Encaró, dando un respiro pesado al notar por el rabillo del ojo el apenas visible rostro de Akane Aoi en la penumbra. El otro hombre soltó una carcajada, le dio una palmada en la espalda y trató de hacerlo entrar en su propio trance divertido.

—Sabes que no tengo forma propia, y Akane es un tipo atractivo. No tiene nada de malo que usé uno de los moldes defectuosos de su cuerpo que no quedaron bien cuando lo creé, me quiero sentir bonito. —Tsukasa no lo observó, pero pudo apostar lo que fuera que el demonio se mostró vanidoso y pasó una de sus manos por «sus» cabellos naranjas. Tsukasa, a pesar de todo, no se mostró en ningún momento sorprendido o con intenciones de continuar, ya simplemente no le importaba.

—¿A qué has venido? —Muy al contrario, sintió que sólo preguntaba por curiosidad.

—¿Sabes por qué para ti soy Satanás y para tu hermano soy Lucifer? —Remató la pregunta del menor con otra pregunta, muy cerca de la oreja del chico. Por primera vez, el azabache sintió un escalofrío que se estrelló contra esa parte de su cuerpo, y un completo rubor llegó hasta su rostro por lo que había pasado. Sin embargo, algo que fue de admirar del menor de los Yugi, fue lo rápido que pudo recobrar la compostura.

—Porque yo ya no tengo salvación, ¿no? —Refutó su teoría, dando un suspiro y ya teniendo una clara idea de lo que le pasaría a su alma: ¡ya era hora! La risa cínica y viril de Aoi —Satanás— se escuchó por la nada manchada de negro, siendo un sonido extrañamente molesto que rebotó por todas partes y chocó contra los oídos del más bajo.

—El mundo está roto actualmente, todo gracias a Akane. Tú ya no eres necesario, ¿sabes qué significa eso? ¿Reencarnar o caer en la nada? —susurró esa voz gruesa cerca de su oído de nuevo. Tsukasa ensanchó una sonrisa sin reparos ante la afirmación del ser inalcanzable. De alguna forma, no quería aferrarse a la vida, no quería hacerlo, ya no importaba nada: Kou lo había traicionado, y si tenía que volver a ver al idiota de Amane, preferiría no volver a existir.

—Supongo que me iré al vacío.

—Así es —respondió a su afirmación la amarga voz, sonando eternamente complacido porque Tsukasa había aceptado su destino sin muchas vueltas—. Éste es el adiós, monstruo.

Y, como si una vida no fuera importante, el alma de Tsukasa desapareció.

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