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Capítulo 25: Dos Hermanos Que No Se Querían

Capítulo dedicado a: cerezitarwar, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Ya entramos a los capítulos finales, falta poco para llegar al final.

Advertencia: se tratará con suavidad un trastorno mental. Puedes saltarte esta parte si quieres (aunque sí es importante). No se planea romantizar.

—No puedo esconderte nada, ¿verdad? —Amane se resignó a no saber qué más decir, al haber soltado esa tontería sin escrúpulos de sus labios. Kou apretó sus labios con firmeza, sabiendo que lo que hacía no estaba del todo bien, era casi como si forzara al chico a hablar, y eso no le gustaba: quizás debió de ser un poco más suave en su forma de pedir una explicación. Necesitaba mejorar su actitud y no ser tan testarudo.

—No, creo que no. —Fue lo único que dijo al principio, al captar con sus grandes ojos azules como el fantasma sonreía, con varias emociones mezcladas. Tristeza, alegría, melancolía, rabia, enojo, todo... todo lo que alguna vez sintió hacia su hermano menor, hacia su hermano gemelo: honestamente, Tsukasa podía irse a la mierda y pudrirse solo, lo odiaba.

—Él lo odia, lo odia con todo su ser —afirmó el chico sin una pizca de vergüenza, colocando una de sus heladas manos en su propia mejilla y la acarició en el sitio donde estaba oculto su sello. Kou escuchó esas palabras y se quedó seco al instante.

—¿Quién? —Se atrevió a preguntar, nuevamente, sin una pizca de poder medir sus palabras. Amane amplió su sonrisa que le mataba el odio y continuó con sus palabras.

—El protagonista de mi historia no recuerda mucho de su vida pasada, pero sí sabe que odia al quien lo intento matar, es obvio, ¿no? —Sonrió, ahora de una forma un poco más pesada. Parecía querer soltar algo que ya tenía atorado en su garganta desde hace mucho tiempo.

—Amane, yo no quería que-...

—No te preocupes, niño tonto, me hará bien sacarlo todo. Eso creo —confirmó el menor, dando tranquilidad deseada al chico. El menor de los Minamoto guardó silencio, no sabiendo qué decir exactamente cuando algo lo golpeó internamente y la seguridad volvió a llegar hasta su vista. Yugi se acercó a él sin mucho esfuerzo, con una suave sonrisa delineada en sus facciones infantiles y con la decisión en sus ojos que no podía ser quitada a partir de ese momento, no importaba qué hiciera—. Creo que tienes razón, debo de confiar en alguien más para no terminar cayendo en el vacío y estar solo... sólo que, te lo contaré a mi manera. Por favor, no hagas preguntas, por favor no me cuestiones nada, ya que, yo no lo recuerdo bien —pidió con un susurro lleno de dolor, girando completamente su cuerpo hasta donde estaba Kou. El rubio guardó silencio, no pudiendo simplemente apartarse o hacer otra cosa distinta, no teniendo en cuenta de que estaba frente a alguien completamente roto, alguien destruido que no se rendía en ningún momento y buscaba desesperadamente aferrarse a la vida.

—Amane, todo estará bien —mintió Kou de forma casual, queriendo transmitirle esa seguridad que claramente le faltaba. Posó sus dos brazos alrededor de los hombros del espectro, y dedicó una de sus más bellas curvas hacia arriba cuando la fusión del azul y el ámbar chocaron—. Te sacaré de cualquier Infierno en el que hayas entrado, te lo prometo.

—Niño... —dijo Amane, con un tono de voz claramente cautivado. Suavizó sus facciones y respiró profundo, antes de soltar una rara historia, una historia ajena a él. Una que nunca le perteneció a él, más bien a Hanako, ya que había decidido entregarle todos sus demonios al falso fantasma del baño para poder seguir adelante, para limpiar el nombre de Amane—. Él odiaba a su hermano gemelo. Al principio sólo era una simple envidia, había escuchado de su madre y padre que él era alguien muy bueno en casi todo lo que hacía: era atractivo, alegre, carismático, popular, un buen deportista y muy inteligente. Todo lo que alguien esperaba de un ser perfecto. No tenía ningún defecto, o al menos así lo aparentaba desde un principio. —Hizo una pausa a propósito, al creer que realmente no podría continuar con el peso que estaba cargando. ¿Debía de seguir? Sí, después de todo, no le había pasado eso a él, le había pasado a Hanako, ¡Hanako ya no era él! ¡Era Amane! ¡Él era Amane, ¿no?! Sólo se mentía así mismo, pero no importaba, no importaba nada, así se sacaría el pecado que cargaba—. Él sólo tenía un defecto, uno conocido como Síndrome de Capgras. Lo tenía desde una edad temprana, no era la primera vez que le ocurría algo así, cuando tenía cinco años, el gemelo menor había presentado esos síntomas hacia un tío, pensando que un doble lo había remplazado. Pero nunca llegó a mayores, y tras varias terapias, pareció progresar mucho y no volvió a mostrar muchos inconvenientes. O eso lo sabían los padres de ambos, pero no el chico que envidiaba inconscientemente a su hermano menor... porque el monstruo que se iba deformando dentro del gemelo menor iba creciendo, y creciendo y creciendo: creía que su hermano era un robot. —Respaldó sin saberlo las palabras que Tsukasa le había dicho. Minamoto mordió su labio con ligereza, aflojando un poco el agarre que mantenía que su pareja, soltando poco a poco lo que los había unido. Amane temblaba como nunca, sus pupilas estabas perdidas mientras hablaba, posiblemente enfrascándose en su historia él mismo. Volviendo a vivir lo mismo una y otra vez—. Él no recuerda qué pasó exactamente, tampoco sabe por qué el monstruo llegó a tomar esa rara decisión de querer asesinarlo. El monstruo lo esperó un día después de clases, cuando él llegó a su hogar. Los padres estaban trabajando, y el monstruo se había quedado en casa por fingir un resfriado, pero todo era mentira... era mentira. El monstruo tenía un cuchillo, fue lo primero que vio al llegar a casa, miraba con furia, enojo y rabia, todo encerrado en sus grandes ojos, y una sonrisa cínica llegaba en sus labios... el monstruo había tomado una decisión: iba a matar a la débil presa impostora. Quería abrir su cabeza, quería comprobar que él estuviera vivo...

«Oye, Amane, ¿lo sabías? La mayoría del cuerpo está hecho de agua». Amane tembló con fuerza, al recordar las palabras que el monstruo le dijo aquella vez.

«A-m-a-n-e, A-m-a-n-e», su nombre deletreado una y otra vez por esa horrible voz seca. Una y otra vez, otra vez más, de nuevo, ¿lo quería ver muerto? ¿Por qué? Él siempre lo envidió, ¿qué tenía que envidiarle Tsukasa a alguien como él? Los papeles estaban invertidos, siempre fue una molestia, quiso llevarse bien con él, no recuerda qué pasó, y su cuerpo fue limpiado perfectamente cuando Dios le dio otra oportunidad. Le dio otra oportunidad.

—Monstruo, él era un monstruo, ¡él sólo le quitó el cuchillo! ¡Hanako logró forcejear con el monstruo! ¡Amane logró quitarle el cuchillo al monstruo! Yo... lo maté, Kou —declaró el menor, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Amane por fin levantó su mirada hasta las pupilas preocupadas de Kou, siendo empañada su vista por sus lágrimas que se arremolinaban por sus mejillas y rodaban por sus ojos. El menor soltó un pequeño sollozo plañidero, se ahogó con sus lágrimas y buscó protección entre los brazos de Kou. El mayor correspondió el abrazo torpemente, sintiéndolo tan torpe, tan frío, tan indefenso, tan destruido. Así que él era el verdadero Amane—. Kou, ayuda. Lo odio, lo odio de todo corazón. ¡No puedo ser salvado!

—Amane, tranquilo, Amane. —No sabía qué decir, estaba en blanco. Él no tenía el conocimiento para tratar con esos temas, no podía ser el soporte completo de Amane de forma deliberada, no todo. No sabía qué hacer: ¿podría salvarlo él solo? Quizás sólo debía de empujarlo a la salvación.

Kou ya no sabía qué hacer.

Akane caminó por los pasillos de la academia, con la frente en alto y el rostro inexpresivo. Cuando Teru no estaba a su lado, se sentía vacío, no tenía nada, sólo caminaba porque sentía que tenía que hacerlo, sólo por eso. Apretó sus labios con suavidad, y buscó entre sus prendas el reloj que le había regalado Lucifer. Tomó entre sus manos el pequeño aparato, hecho de cristal y un material no humano que reforzaba su dureza e impedía que se rompiera.

Aoi frotó una de sus manos sobre su nariz, dando un sorbo pesado y suspirando sin muchos reparos. Apuró el paso para poder llegar hasta un lugar alejado donde no pudiera ser visto por nadie, siendo su mejor opción los baños de segundo grado al meterse en un cubículo y encerrarse.

Había escuchado la conversación de Amane no hace mucho, la conversación que había tenido con el hermano menor de su interés romántico, y quería apresurar las cosas, quería tener su personalidad, quería liberar a Amane para eso... pero más importante, quería liberar a Teru de su tristeza. Porque sí, Teru no se había recuperado del shock de ver a su antiguo amor vivo, y quería ayudarlo, quería hacer desaparecer todo ese miedo que lo arremolinaba, mientras fingía estar bien, y es justo lo que haría.

—Oye, Lucifer, el idiota del presidente no está feliz. No lo está porque está cargando con un peso poderoso: al parecer él es el único que recuerda completamente todo lo que pasó —afirmó el chico a su reloj. La contestación no se oyó en el ambiente, pero fue muy bien captada por Akane al escuchar un susurro silencioso en modo de comunicación. Al oír la respuesta de Lucifer, Aoi sonrió sin muchos reparos, satisfecho por lo que había logrado—. ¿Qué «qué quiero hacer»? Quiero romper el mundo, para que todos recuerden la muerte que quedó varada en el tiempo, así Teru no se sentirá solo y ya no estará triste.

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