Capítulo 24: Yo Haría Cualquier Cosa Por Ti
Capítulo dedicado a: Minamoto_Tiara, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Teru apartó las manos de Akane de sus mejillas con un impulso. Sus pupilas estaban perdidas, no pudiendo despegar el miedo que sintió ante la idea de poder creer que lo que estaba diciendo su actual «pareja» no era una broma de mal gusto o algo por el estilo. Teru sabía leer muy bien las expresiones de Aoi, aunque fueran cambiantes, nunca tuvo ningún problema para entenderlo. Por eso el mayor de los Minamoto se logró dar cuenta de los sentimientos del chico que sólo era un año menor que él, por eso no opuso resistencia aquella vez que Akane lo besó, dos días después de la muerte de Amane. Nunca lo apartó, porque se sentía demasiado bien el rozar de sus bocas, porque se sintió vivo por unos momentos, porque necesitaba algo que lo mantuviera de pie durante la gran pérdida que había sufrido.
—¿Estás... mintiendo, Akane? —susurró Teru, volviendo a su antigua compostura al tragar grueso y acomodarse mejor en la cama. Por favor, que sea una broma, realmente quería escuchar en algún momento como Akane soltaba una carcajada vacía y decía con una voz poderosa que todo había sido una broma. Nunca ocurrió, en su lugar, Akane Aoi ensanchó todavía más su sonrisa y caminó hasta donde estaba su camisa escolar que había salido volando durante la actividad sexual, y, con el sumo cuidado que no lo caracterizaba, sacó de uno de los bolsillos un reloj de mano. Teru a su vez se revolvió en un ambiente tenue, colocó una de sus manos sobre su cara y empezó a temblar—. N-no puede ser...
—Estabas triste, así que se lo pedí de favor. Quería que volvieras a sonreír como lo hacías antes. —Contempló de forma un poco triste el reloj, miró las agujas moviéndose con velocidad, arrugó su nariz y sintió que algo lo mataba por dentro—. Tú eras el más cercano a Amane, era obvio que serías el primero en recordar todo. Ni siquiera sus padres se daban cuenta de que sufría, porque, aunque eran buenas personas, no sabían cómo tratar a alguien como Amane. Porque él siempre ha sido bueno ocultando lo que siente —confirmó sus pesares, haciendo añicos la plática cuando escuchó un pequeño quejido plañidero de Teru. Aoi se giró hasta él, y no tardó en delinear una pequeña sonrisa vacía llena de romance.
—¿Yo estaba triste? —preguntó, con un hilo de voz el mayor, apretando sus labios con grosor, llorando internamente.
—Sí, era obvio. Después de que te acostaras con Tsukasa por accidente te sentiste culpable, distanciando un poco tus interacciones con Amane. —Llegó a la conclusión el chico, logrando captar la sorpresa contenida de Teru porque su acompañante sabía algo que nunca le contó a nadie—. Te alejaste tanto que nunca llegaste a notar lo mucho que sufría tu pareja, pero eso no importó, tu hermano menor estaba para él —declaró el joven, ahora sí girando completamente su cuerpo hasta Teru y caminó hasta él, con una infantil sonrisa en sus labios. Teru guardó silencio, y se dejó manipular una vez más por Akane, al momento en que su mano nívea llegó hasta sus hebras rubias, las acarició—. No pareces muy feliz, Teru.
—No lo estoy —coincidió el susodicho, logrando envolver sus manos a través de la desnuda cintura del menor y recargó su rostro en su pecho.
—¿Por qué? Traje de regreso a Amane, sólo que ahora está más ligado a la persona que siempre lo apoyó en vida, antes que de ti, Teru. Lo siento. —Lo consoló de una forma vana y vacía, posicionando sus manos sobre sus hebras y tratando de dar un consuelo. No lo logró, sólo lograba herir a Teru todavía más: era horrible lo que decía Akane, ¿por qué se seguía aferrando a su cuerpo? Porque lo necesitaba, necesitaba cada milímetro de él, necesitaba sentirse querido por alguien de forma romántica. De verdad, lo necesitaba con todo su ser, aunque lo terminara rompiendo, no se rompería por completo, ¿verdad? Akane sostendría sus partes rotas con el flujo del tiempo—. Si no estás feliz con esto, puedo retirar la segunda oportunidad que se le dio a Amane. Si tú no estás feliz no hace falta que lo haga, idiota presidente. Los muertos deben permanecer muertos. —Por alguna razón, esas palabras las odió Teru.
—¡No! No lo hagas, no sé cómo lo hagas, pero no lo hagas —pidió, dando una vil súplica y se aferró más a Akane. El menor lo observó, viendo como éste trataba de ocultar su rostro entre su piel, queriendo no llorar.
—Yo haría cualquier cosa por ti, ambos haríamos cualquier cosa por ti. —Condenó sus propias palabras, deseando tener una personalidad propia, algo que lo hiciera sonreír, tener pasatiempos como las demás personas, aficiones, disgustos, gustos, no que todo su mundo girara alrededor de Teru, porque le hacía daño. Su relación no era sana, incluso se había unido al Consejo Estudiantil sólo por él—. Soy tu esclavo. —Él no quería ser un esclavo, pero así había sido diseñado. Quería una personalidad, y Lucifer lo sabía.
—No eres mi esclavo, Akane —replicó entre una risa cortada el mayor, separándose lentamente de su pareja para mirarlo a los ojos. Aoi sonrió vagamente y negó.
—Yo haría cualquier cosa por ti.
—No me gusta cuando dices eso.
—Pero me necesitas.
—Lo sé, te necesito para poder vivir —concordó el rubio, con una mirada de clara tristeza. Akane sonrió con torpeza, sus ojos se pusieron acuosos y las lágrimas rodaron por sus mejillas. No era justo.
—Eres idiota, presidente.
—¿Akane? —preguntó el mayor, confundido por verlo llorar por primera vez. Incluso para Akane, ésa era la primera vez en su vida que lloraba.
—Eres un egoísta terrible, presidente Teru. Te querías proteger de la culpa y dejaste a Amane solo, querías fingir que no eras egoísta, pero sí lo eres, incluso cuando te encontré a punto de besar a ese niño esta mañana, incluso ahora con mis palabras crueles hacia ti, te sigo amando —afirmó, con una sonrisa que carecía de alegría—. Lo siento, siempre te hago daño, te hice dependiente de mí, estamos girando en lo tóxico, no quiero hacerte daño, porque te amo, pero no puedo evitarlo. ¿Has conocido a alguien que sólo ve en su mundo a alguien más porque así lo hicieron? Lo siento mucho, Teru, te seguiré lastimando hasta que el juego de Amane termine. Te seguiré lastimando hasta que pueda conseguir la personalidad propia que Lucifer me prometió.
Kou tenía unas ojeras visibles en sus ojos al día siguiente, y aunque no había sido un secreto que sí había podido dormir después de todo lo ocurrido en la noche anterior, aún estaba indeciso, sin saber exactamente por qué todos los miedos que antes tenía surgían detrás de él. Había cabeceado un par de veces durante las clases, siendo despertado en más de una ocasión por algún profesor en modo de regaño, y él tenía que volver a disculparse de nuevo. Pero, incluso aunque el mayor prometiera poner atención, no lo hacía, se perdía en lo que había visto hace poco, todo se tensaba dentro de él: ya conocía a Amane desde antes, era la pareja de Teru, y tenía problemas con su familia. Qué difícil era todo, ¿por qué no podía recordar nada? ¿Le habían lavado el cerebro o algo así? Así pasaba muchas veces en las películas de terror que su hermano mayor disfrutaba de ver.
—Oye, niño, ¿quieres una dona? —interrogó el espectro en la hora del descanso, pegando la dona llena de azúcar en la mejilla del contrario en un intento desesperado de que éste le hiciera caso. Kou apartó su vista de sus pensamientos, y no dudó nada en dedicarle una mirada que buscaba disculparse por estar tan perdido.
Kou dio un largo suspiro pesado, recargando su cabeza de la reja de la azotea donde ambos estaban y tomó la dona que Amane le había comprado, irónicamente, con su propio dinero. Luego, lo logró captar a él, con sus enormes ojos ámbar llenos de curiosidad sobre él. Los dos se miraron, y el alivio llegó hasta su ser cuando Amane le sonrió de forma real y se acercó todavía más, acortando los pocos centímetros que los distanciaban al estar sentados en el suelo. Ahí Kou notó que el fantasma no se había comprado nada para él.
—¿No vas a comer?
—No, mamá Kou, soy un fantasma y no necesito comer —cantó el de hebras negras, con una alegría notable y un tanto mentirosa. El mencionado arqueó una de sus cejas, notando nuevamente esa máscara de mentiras que le gustaba utilizar cuando no sabía qué hacer; pero, actualmente era diferente, no se mostraba triste ni tampoco ocultaba su felicidad: era más bien una actitud exagerada para llamar la atención—. Los fantasmas no necesitan comer —afirmó el más bajo, ahora siendo más atrevido y logrando recargar su cuerpo en el de Kou, buscando atención especial.
Minamoto dejó de funcionar correctamente cuando sintió ese tacto que era muy usual en las parejas. ¡¿Por qué el de pupilas en forma de luna menguante había hecho eso?! ¡Es muy vergonzoso! Podía sentir el peso (Amane no pesaba mucho) de Amane sobre él, podía sentir su frío cuerpo chocando contra su brazo. Su corazón empezó a latir bastante rápido, las mariposas volaron por todo su estómago y sus manos empezaron a temblar, por poco haciendo caer su dona al suelo.
—Amane, ¡Amane!, te me estás pe-pegando mucho, ¡te me estás pegando mucho! —gritó Kou de pronto, con una enorme sonrisa nerviosa en sus labios que temblaba. El mayor de los hermanos Yugi atisbó su comportamiento extraño, por lo que no fue raro que mostrara total incredulidad ante su actitud: no tenía contemplada la idea de que Kou era tan tierno enamorado. Sonrió sin querer, internamente, sabiendo que no podía negar lo mucho que le divertía eso—. Amane, Amane, creo que estás muy cerca de mí. —Sí, en efecto, Kou había cambiado su actitud con él al estar enamorado. Antes lo evadía de una forma un tanto hostil y molesta, queriendo conservar su espacio personal, ahora, sus palabras decían ligeras insinuaciones, pero no rechazaban el tacto.
—¿Qué te pasa, Kou? Estás temblando, ¿tienes frío? —Atiborró inocentemente el fantasma, al notar el movimiento rápido de la dona. No tardó en sonreír todavía más en su interior y logró meter su mano entre el agarre de su actual «pareja» y sostuvo suavemente la mano de Minamoto. En efecto, y como Amane ya lo esperaba, Kou empezó a mostrarse más perdido—. Si tienes frío puedes decírmelo... —aconsejó el de menor estatura, atrapando con la única mano que le quedaba libre la mejilla ajena y lo obligó a mirarlo. Kou enrojeció de forma notable cuando sus frentes chocaron y los divertidos ojos del chico que amaba fueron combinados con más libertinaje.
El menor de los Minamoto se quedó sin habla.
—¿Qué haces, Amane? —Fue lo único que pudo decir, perdiendo la voz poco a poco, a la par que Amane Yugi ensanchaba su sonrisa socarrona y se iba acercando todavía más a él. El agarre suave que mantuvo con su mano sobre la mejilla se vio inundada por un cosquilleo intenso, y no pudo evadir el hecho de que se tentó al ver el gesto inexperto de Kou teñido de rojo, y el impulso pasajero de un adolescente que rodó junto con su mano en el rostro de la persona que lo intentaba salvar desesperadamente y llegó hasta los delgados labios del rubio. Kou se tensó, pero no se apartó, dejándose recorrer de un extremo a otro de su labio por el dedo de Amane, sintiendo escalofríos a su vez.
Amane llegó a su punto de partida nuevamente tras recorrer ese sitio desconocido de Kou que le gustaría probar. Alejó el dedo que hizo tal acción de la boca de su pareja, y prosiguió a colocarlo en sus propios labios. Ahí el rubio de ojos azules se alteró.
—¡Ése fue un beso indirecto! —Se alteró Kou al ver las acciones de su acompañante, y la dona resbaló de sus manos hasta caer sobre sus pantalones. Los dos se miraron, uno completamente agitado y sorprendido, y el otro lleno de juguetería divertida y libertinaje.
—Tenías frío, así que déjame calentar tu cuerpo —afirmó el chico, enderezando un poco más su cuerpo para poder acercarse a él. Soltó por fin la mano del rubio y colocó ambas palmas heladas sobre las cálidas mejillas rojizas de Kou.
Kou exclamó miles de emociones internamente, llorando y gritando en más de un sentido de felicidad, pero no pudiendo sacarlos del todo bien al no saber cómo expresarse. Por eso no fue extraño que se alejara de forma inconsciente de Amane, cuando éste trató de unir sus labios con los suyos. Nuevamente, no supo cómo expresarse y dijo lo primero que se le ocurrió.
—¡Ahora ya no podré casarme! —repitió lo que siempre decía, mientras se acomodaba nuevamente en su lugar y tapaba con sus manos su rostro sonrojado por la cercanía. Amane suspiró de forma pesada, al verlo completamente nervioso por lo que pasaba: arqueó sus cejas, un poco molesto porque no pudo besarlo y a la vez se puso feliz como un acto involuntario, al menos ya no se veía tan perdido y preocupado.
—¿No te gustaría casarte conmigo? —Invitó el de hebras negras, señalándose a sí mismo y sonriendo de par en par. Kou escuchó atentamente esas palabras, y se atrevió a mirar disimuladamente al chico que le había propuesto matrimonio en modo de broma; sin embargo, el rubio de carácter testarudo era inocente, tan inocente que se lo creyó todo.
Kou dio una risa nerviosa, bajó sus manos de su cara y dirigió una de ella sobre sus cabellos y los comenzó a rascar en modo de vergüenza. Amane lo miró con sus redondos ojos, no creyendo (y a la vez sí) que ese joven se lo haya tomado tan a pecho y no cruzó por su mente en ningún momento que sólo era una broma para animarlo.
—Ve-verás, todavía no puedo hacerlo. No podemos hacerlo... —confesó el más alto, dando un puchero nervioso y mostrando una vez más que era bastante detallista en algunas cosas. El de cabellos negruzcos recargó su mejilla sobre su mano, sonriendo con suavidad al ver adónde se dirigía el asunto—. Primero tenemos que terminar la preparatoria, luego, tengo que buscar un trabajo y quizás una casa. También debería de...
—Niño... —Contempló el chico con sorpresa agigantada por la enorme inocencia que portaba el chico. Abrió un poco sus labios, sabiendo de sobra que sus mejillas se habían pintado de carmesí por todo lo que estaba pensando Kou.
Nuevamente, sintió cómo su corazón daba un vuelco. Su corazón helado, su corazón inexistente, incluso si sólo había sido por unos segundos, se había sentido vivo. Sintió un cosquilleo por su cuerpo, siendo un impulso completo que quisiera atrapar con su mano la de Kou, lográndolo sin mucho esfuerzo su cometido. El mayor dejó de hablar con rapidez, deshaciendo una palabra en su boca lentamente, mirando con sus enormes ojos al chico. Amane le sonrió con suavidad, Kou guardó silencio completamente.
—¿Amane?
—Lo siento, yo estaba bro-...
—¡No!, yo lo siento, creo que no es bueno que me digas que me debo casar contigo, si ni siquiera hemos dado el siguiente paso —reafirmó Kou lo que Amane quería destruir excusándose que había sido una broma, pero no le iba a ser muy fácil, tomando en cuenta que Minamoto ya se había embalsamado con esas palabras, e incluso había olvidado un poco sus inseguridades—. Primero te debo de ayudar a que vuelvas a ser humano. Y también, ni siquiera somos pareja oficialmente...
—¿No lo somos? —cuestionó Amane Yugi, un poco confundido por esa acción. Soltó la mano de Kou y se cruzó de brazos, prosiguiendo a arquear sus cejas y buscar una respuesta concisa—. En mi mente hasta ya tenemos tres hijos adoptados, vivimos en una casa feliz, con un gato y tres perros —bromeó con una sonrisa inocente. Kou volvió a tomar la broma como literal.
Sin embargo, en vez de que Kou explotara en rojo o reclamara por tan estúpida fantasía, se quedó en silencio. Yugi lo observó en silencio, un tanto preocupado por verlo tomar un gesto serio ante algo tan simple como un poco de burla. Pero, esa preocupación no duró mucho, ya que sólo fue cuestión de segundos para que una pequeña sonrisa compasiva y llena de cariño se adueñara del rostro atractivo del humano, sonriendo cada vez con más amplitud, como todo un enamorado.
—Ahora que ya estás pensando en el futuro, estoy más seguro que nunca de que debes volver a ser humano —confirmó el chico, diciendo esas palabras con total seguridad. Esa cualidad iba arraigada con su tono de voz y sus irises azules que estaba decididas en la misión—. Te salvaré, Amane, aunque sea lo último que haga. Así que, ¿me gustaría saber cómo fue que moriste? Quizás podamos hallar algo entendiendo eso. —Sin rodeos y sin vacilar esa vez, ahora fue directo. Tsukasa no le había contado bien la muerte entre ellos, ni cómo ocurrió, por qué había fallado, como si lo hubiera hecho a propósito. Podía estar equivocado, pero nada faltaba intentando buscar excavar en los profundos sentimientos enterrados de Amane.
—Me ahogué comiendo chorizo —afirmó el azabache, con una sonrisa mentirosa.
Kou lo supo, Amane mentía.
—Mientes.
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