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Capítulo 23: Había Una Vez...

Capítulo dedicado a: CamilaVeraMartinez, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Kou Minamoto destruyó sus pesares a una velocidad impresionante, tragando grueso y fingiendo que realmente no le importaba lo que le pasara. O no del todo, todo giraba dentro de él, sentía la boca seca, la respiración cortada y el sudor bajando por su piel, rodando suavemente y poniendo sus nervios de punta. Pasó una de sus manos sobre sus propios cabellos y los apartó de su frente, buscando que éstos no se pegaran. Atiborró sus pesares, y los mismos bajaron cuando chocó miradas con el tranquilo Amane que dormía a su lado, completamente tranquilo y sereno, dando ligeros ronquidos. Kou se quedó quieto, olvidando por unos breves instantes lo que Tsukasa le había mostrado, y se permitió simplemente a callar sus temores, al pasar una de sus manos por los azabaches cabellos del menor, acariciando de arriba a abajo un pequeño mechón que colgaba, observando como Amane, el fantasma, podía mostrar gestos humanos y tranquilos. Eso le sacó una sonrisa raída sin querer, y se ensimismó tanto en sus placeres, que no pudo evitar dar un sobresalto al verlo despertarse. Amane abrió suavemente uno de sus ojos ámbar, chocando con simpleza con la agitada y curiosa mirada de Kou. El menor soltó un resoplido y un bostezo, para proseguir a tallar con sus manos sus ojos, antes de despertar de forma certera.

—¿Me hiciste algo mientras dormía? —Jugueteó con sus palabras, sacando una sonrisa de oreja a oreja llena de picardía y actitud juvenil. Minamoto arqueó sus cejas sin mucho esfuerzo, mostrando un claro gesto de descontento.

—¿Por qué te haría algo? —respondió Minamoto con una pregunta un tanto ofendida, arqueando sus cejas con total simpleza y tratando de no alzar la voz y despertar a todos. El de hebras negras soltó un mohín, decepcionado porque no pudo lograr sacar un poco de ánimo al ambiente.

El mayor suspiró, un tanto intranquilo, dejando que todo volviera a su mente de golpe. Un tremendo dolor lo inundó de pies a cabeza, y todos sus miedos se colaron en forma de escalofríos. El mayor de los hermanos Yugi dejó de fingir indiferencia ante lo que pasaba, costando todavía un poco de trabajo no esconder sus verdaderos sentimientos, pero al final lograron salir sin ningún pudor, tras estirar tímidamente su mano y buscar la temblorosa de Kou. El tacto al rozarse entre ambos fue de las cosas más dulces posibles, el calor y la frialdad se mezclaron, llegando hasta el corazón de Kou con un respingo y total sorpresa.

—Amane... —susurró, correspondiendo el agarre y mirando a los ojos al mencionado. Las pupilas de Amane temblaron, pero no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa y pronto contagiar a Kou en la tranquilidad—. Amane, yo-...

—Sólo fue un sueño, no fue real, niño —afirmó con decisión el joven, diciendo eso de forma decidida para calmar al rubio. Minamoto se aguantó las ganas de contradecirlo, mordiendo su labio inferior y queriendo decir algo que no pudo decir, o al menos no en ese mismo instante, lo diría en el lugar apropiado y en el tiempo correcto.

Lo peor, era que las palabras de Amane no estaban del todo en lo correcto. Lo que había visto era el pasado que en algún momento había olvidado de él, y no sabía la razón exacta del por qué. ¿Por qué lo había olvidado? ¿Por qué había olvidado a la persona de la cual estaba enamorado? ¿Por qué Teru había olvidado a su pareja? ¿Por qué Tsukasa le reveló todo eso? Su cabeza empezó a dar vueltas, y los mareos llegaron hasta su corazón. Se estaba hundiendo, no sabía qué hacer, no sabía qué buscar, no sabía cómo salvar a Amane. Buscar algo que lo regresara a la vida, ¿qué era tan importante? ¿Una razón para vivir?

Sus pensamientos fueron estropeados de golpe, amortiguados y guardándose en un círculo de cariño, al momento en que el fantasma acortó las distancias entre ambos, y se recargó con fuerza sobre su pecho, aferrando el agarre de manos y queriendo calmarlo.

—¿Qué haces? —cuestionó el de hebras rubias y orbes azules, enrojeciendo de golpe al sentir su pecho latir con fuerza tras el tacto.

—Me recargo, ¿no es obvio, niño? —soltó un puchero, tomando con su única mano libre para aferrar al pecho del chico y aferrarse a la playera amarilla que usaba para dormir—. Quiero estar cerca tuyo, quiero salvarte, así que me aferraré a ti y esperaré el tiempo necesario para que me digas a qué le tienes miedo —confirmó el chico sus palabras con decisión, un tanto agitado y mostrando decisión nuevamente. El menor de los Minamoto guardó silencio, pero no dudó nada en sonreír un poco, dolido.

—Gracias, Amane.

Había una vez una existencia vacía que no podía sentir emociones, tenía forma y apariencia física, siendo encarnada y portada por un bello joven de hebras naranjas. Completamente serio, completamente vacío de emociones. Desde pequeño era una máquina, nunca tuvo amigos, nunca fue muy sociable, y eso no podía importarle menos, ya que en sí no era nada, sólo era una vacía marioneta, un molde vacío encargado de vigilar el tiempo. Akane Aoi era el guardián del tiempo, una masa vacía que fue creada por Lucifer y Dios para poder controlar en un pequeño espacio temporal asignado. Así como Akane tenía una misión específica, había más como él, y a cada uno, se les ofreció algo que llenara su existencia. Los siete misterios que residían en la academia Kamome eran más habituales de lo que parecían: espejos, vida, tiempo, y un millón de cosas más. A Lucifer le gustó Teru Minamoto, se «enamoró» de él, aunque no podía sentir amor, porque nunca estuvo enamorado de él, simplemente quiso sentir una emoción, pero no podía, así que eligió entre miles de hombres y mujeres al azar... Teru Minamoto fue el afortunado, y él más cercano a él fue Akane. Así que llenó de forma enfermiza de sentimientos amorosos al de cabellos naranjas, y los hizo interactuar más cuando Amane Yugi murió. ¿Por qué? Porque el destino así lo quiso, el tiempo estaba a su favor, y el amor poco a poco florecería.

Akane Aoi sólo vivía y moría por Teru Minamoto. Teru Minamoto debía de corresponder porque así es el destino, ¿los hilos rojos se pueden romper? No, no, no se puede. No importa que se hiciera, tú ya estás unido a esa persona, y cuando no hay más sentimientos alrededor, todo terminara enredado, y, sin importar otros lazos o enamoramientos efímeros pasados, simplemente ya no podrás salir. El destino los ha unido.

—Siento que no estoy haciendo lo correcto —susurró Teru a su pareja, después de terminar de vestirse y abrochar su camisa escolar. Soltó un largo suspiro, pasando sus manos sobre sus cabellos, y sintiendo sus temblores colarse. Akane sonrió con suavidad y negó con la cabeza, acercándose a él, con pocas prendas de ropa, dejando escapar una sonrisa socarrona en sus labios. Aoi no dijo nada al principio, simplemente sonrió con suavidad y pasó una de sus manos por los cabellos rubios del chico, acariciándolos, hasta parar en las suaves mejillas del presidente—. Siento que me aprovecho de tus sentimientos, Akane.

—¿A quién le importa? Yo sólo fui creado para ti —confesó el chico de hebras naranjas, sonriendo con simpleza y pasando su lengua por sus propios labios, permitiendo acercarse más—. Yo sólo vivo para ti, Teru. Puedes usar y desechar a este ser, tonto, puedes hacer lo que quieras conmigo y yo no me quejaría —continuó, mientras el agarre entre sus manos se iba acrecentando más y un beso en la comisura se hizo presente.

Teru tragó en seco, cegado por esas palabras, sabiendo de sobra que lo que ambos tenían no era real, no era algo bueno: él dependía de Akane, y Akane parecía tener una obsesión enfermiza por su persona. No se podía quejar, era horrible, estaba en un círculo vicioso donde la palabra «tóxico» giraba y giraba. Aoi parecía otra persona cuando ambos estaban solos, al contrario de estar rodeado de mucha gente, siempre con un tono hostil. Cuando los dos estaban juntos, Akane era dulce con él, le inyectaba la fruta de la obsesión con cada nueva punzada, y esa terrible sonrisa lo hacía temblar, lo hacía sentirse seguro y a la vez descansado.

Lo necesitaba, lo necesitaba. Incluso si eso significaba caer en una profunda zanja de tristeza, no importaba: ¡lo necesitaba!

—Oye, ¿quieres saber por qué Amane Yugi está en el mundo de los vivos? —preguntó con simpleza Akane de pronto, aferrando sus manos a las mejillas del mayor de los Minamoto y una sonrisa compasiva apareció en sus labios.

—¿Por qué? —soltó Teru de una forma un tanto indecisa, no sabiendo si realmente quería saberlo o no.

—Porque yo se lo pedí a Lucifer.

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