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Capítulo 15: Promesa

Advertencia: Se empezará a tomar un tema un tanto delicado, pero no se busca romantizar ni mucho menos mostrarse de forma explícita. Me he puesto a buscar bastante entre las reglas de Wattpad, y estoy haciendo lo necesario para que esta historia no se salga de lo permitido, así que no se preocupen.

Si esto les incómoda, pueden saltarse esta parte, aunque es fundamental para la historia.

Dios creó el mundo en una semana, una semana de varios miles de años que han pasado, en la creación, es obvio que todo sería aburrido. Siempre es lo mismo, siempre hay que observar todo: guerras, destrucciones, alegrías, injusticias, amarguras, y los casos más desgarradores ya no soy tan terribles, porque ya te acostumbraste.

¿Realmente eres Dios?

No, ¿por qué lo sería? Un Dios no hace juegos de vida o muerte, un Dios no puede y no tiene permitido regresar a alguien a la vida, no importa que tan injusta haya sido la vida de esa persona, ha acabado. ¿Quién es entonces? No lo sabe, Amane no lo sabe, sólo se hizo llamar «Dios», que lo recibió en el purgatorio apenas entró.

Paredes blancas, el joven sentado frente a una silla a mitad de la habitación, no había nadie a su lado, pero la respiración potente de algo chocaba contra su cuerpo. El chico que se hacía llamar Amane estaba temblando, apretando las prendas de su uniforme de la academia Kamome, sus manos estaban empapadas de sangre y sus pupilas dilatadas: no podía creerlo, no podía creerlo, lo había hecho, lo había hecho, había matado a alguien. Soltó una bocanada de aire caliente, sintiendo como su cuerpo se helaba y apretaba su cuerpo contra su corazón que no latía, ya no latía.

—¿Por qué no me mandas al Infierno? —interrogó de pronto, al ver que la persona que lo estaba asustando no actuaba—. Ya estoy muerto, ¿no? Me merezco cualquier castigo...

—Porque el Infierno tiene sobrepoblación —respondió la voz rasposa, con una pequeña carcajada silenciosa. Las palabras cayeron sobre sus oídos, entrando y saliendo, clavándose en su espalda, persiguiéndolo: lo sabía, sabía que él era un monstruo.

«Tú no eres real, Amane», la voz de su hermano menor cayó sobre su cuerpo, sintió las manos de su hermano sobre su piel, tocando su espalda, luego su pecho... y su cordura bajando, bajando. Gritó y se tapó los oídos, sacudió su cabeza y casi cayó al suelo, se empezó a sacudir en su silla, queriendo olvidar la asquerosa situación.

—Teru, Teru, Teru... —Lloró con desconsuelo, mordiendo sus labios y tratando de calmar a su corazón. Sus manos frías se separaron de su rostro, y se sintió a punto de morir.

—Pobrecito, es triste, ¿no? —La voz jugueteó con sus sentidos, sintiendo lástima del infantil niño con una muerte insegura. Él estaba destinado a ir a parar al Infierno, ya estaba decidido, por culpa de alguien que fue su hermano, alguien que había estallado en rabia porque los dos eran gemelos—. ¿Quieres olvidar? —preguntó, llamando la atención de Amane. El menor levantó su cabeza de golpe, con la sorpresa y curiosidad acumulada en sus labios. La voz parecía estar complacida por la actitud del joven—. Haremos algo: olvidarás todo, tus recuerdos, a la gente que alguna vez conociste, y ellos también te olvidarán a ti...

—¿P-por qué? —La mirada asustada de Amane estaba perdida, sus ojos ámbar en forma de luna menguante iban perdiendo el poco brillo que le quedaba—. ¿Cómo?

—Juguemos: tú encuentras algo que valga la pena en la Tierra, a cambio, si lo logras, yo te regresaré a la vida. ¡Te daré una segunda oportunidad para que vivas sin la basura que es tu hermano! —indicó. La voz utilizó un aire suave, tentador. Parecía alegre y eufórica de que otra alma cayera en su juego: obviamente cumpliría su palabra, él nunca rompería una promesa, pero pocas personas lograban hacerlo, y aprovecharse del deseo de Amane lo hizo sonreír—. Tendrás beneficios: borraré de ti cualquier recuerdo doloroso que te hizo pasar tu hermano, restauraré tu cuerpo para que nunca quede marca de lo que pasó. Te lo prometo...

—¿Pero? —Amane arqueó una de sus cejas, un poco más interesado en el trato. La voz rasposa volvió a reír, con un aire que no parecía la de un Dios, o no de uno bueno.

—Pero, como ya dije, olvidarás recuerdos y a gente que conociste. Sin embargo, no puedo borrar la razón por la que estás aquí y las consecuencias que llevaron a este horrible acto de hermanos. Ya sabes: sín-dro-me-de-Cap-gras —cantó, con la intención de provocarlo. El chico de cabellos en corte de hongo tragó grueso. Todo empezó a retumbar dentro de él y se mareó. La voz misteriosa hizo un ruido raro, que se alzó hasta convertirse en una carcajada cínica—. ¡Sí lo recuerdas! ¡Qué alegría! ¿De casualidad recuerdas algo como: «tú no eres real, Amane», o-...?

—¡Ya basta, ya basta!, ¡por favor, detente! —Lloró, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Amane gritó, apretando sus manos contra sus oídos, dejando que los temblores lo inundaran. Protegió su cuerpo al alzar sus pies, haciéndose similar a una bola y encerrándose en su círculo seguro. Sollozó en voz baja, tratando de ser más fuerte: no era fuerte. Él sí es real—. Teru... —Le pidió ayuda al chico que por obvias razones no estaba ahí, tragándose sus lágrimas y dejando que el nudo en su garganta se hiciera más fuerte.

—No tengo todo el día, mocoso. ¿Cuál es tu respuesta? —respondió la aburrida voz al único chico del cuarto, atravesando sus manos, entrando en sus oídos con total facilidad. Amane se quedó quieto, dejando que sus pupilas se abrieran de par en par y una última lágrima cayó sobre su piel blanca, rodando. No tie-...

—Acepto.

—Pero...

—¡Acepto, maldita sea! —Estalló en rabia. Mordió sus labios y gruñó con enojo, ¡ya estaba harto, si tenía la posibilidad de olvidar iba a hacerlo!

—Está bien, mocoso... —susurró la voz, con un gesto lleno de felicidad malévola—. Sólo hay algo que olvidé mencionar, es una carrera contra el tiempo. El monstruo asqueroso de Tsukasa no te hará nada en el mundo real, pero en los sueños... ya es otra cosa. Será inofensivo, claro, siempre y cuando no te tardes tanto. Se alimentará del miedo, y en algún punto escapara... así que deberás darte prisa. —Se carcajeó. La voz parecía complacida, porque había encontrado un nuevo juguete.

Amane temió.

—¿Quién eres realmente?

—Soy Lucifer, número siete. Lástima que no lo recordarás...

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