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Capítulo 09: Miedo

Después de cenar, Hanako se había pasado la mayor parte del tiempo «jugando» con la hermana menor de los Minamoto (o al menos sólo lo hacía para que la menor no le hiciera un berrinche). No le gustó eso, y fue todo un alivio que Kou fuera bastante puntual en los horarios, que llamó la atención de ambos y los obligó a subir cada quien a sus respectivas habitaciones.

—No quiero dormir. —Se quejó, mientras saltaba sobre la cama de panza y rebotaba en el mullido colchón. Kou se cabreó.

—¡No hagas eso, acabas de cenar!

—Pero, mamá, soy un fantasma, además... fue hace una semana —chilló, burlándose de él. El rubio arqueó sus cejas al oír tales palabras, expresando su descontento casi al instante.

—¡No soy tu mamá!

—Pero parece, ni siquiera parece que eres mi novio —soltó sin tacto, dando un puchero. Kou volvió a enloquecer.

—¡Tampoco soy tu novio, tonto! —replicó, un poco molesto, mientras acomodaba en un gancho su uniforme muy bien acomodado y planchado, para después colocarlo en un perchero que estaba en la pared. Más tarde, miró a Hanako—. Tampoco parezco una madre. ¿Quieres que acomode tu uniforme? —preguntó, tomando las prendas al recibir respuesta afirmativa del fantasma.

—Te estás contradiciendo solo, niño. —Recalcó lo obvio, pero Kou no lo notó a pesar de eso.

—Cómo sea, ya deberías de dormir —advirtió, acomodando todo en otro gancho. Hanako deshizo su sonrisa divertida y miró a otro lado, dubitativo.

—No quiero hacerlo —susurró, bajando su vista hacia abajo. Eso desconcertó al de orbes azules: ¿por qué no quería dormir?—. No lo necesito, soy un fantasma.

—Ayer estabas muy feliz por dormir.

—Si lo hago, él me atrapará —habló en voz baja. Inaudible a oídos de su compañero de cuarto. El menor de los Minamoto se preocupó más, tan sólo había notado el movimiento de sus labios y sus ojos llenos de miedo y tristeza. Otra vez, Hanako ponía un gesto humano, de un chico simple y triste.

—¿Qué pasa? ¿Le tienes miedo a algo? —Quiso dejar de lado las burlas y lo mucho que le irritaba que el azabache fuera así con él; sin embargo, el de orbes ámbar simplemente negó y observó hacia el techo. Por primera vez, sonrió.

—No tengo idea de a qué le tengo miedo, joven. No lo sé —susurró, Kou abrió sus ojos y se acercó a él, sentándose en una orilla de su cama para poder apoyarlo en lo que pueda. Aunque no tenía idea de cómo hacerlo. Hanako hizo una pausa antes de continuar, prosiguiendo cuando Kou se acomodó en su lugar—. Tengo la impresión de que hablé contigo en la mañana de algo, de una pesadilla que tuve, pero no la recuerdo. —Sintió la necesidad de hablar, sonriendo con torpeza y buscando una esperanza de que el otro recordara todo. Para su suerte, Kou sonrió.

—Sí, hablabas de... una pesadilla —contó por lo bajo. Hanako sonrió, aliviado. Acarició sus propios cabellos con total tranquilidad y un miedo lo inundó—. ¿Hanako?

—Niño tonto, no me lo cuentes —pidió, temblando con más fuerza. Sus pupilas empezaron a temblar, tenía miedo. Kou también lo tuvo: no tenía idea de qué hacer a continuación—. Tendré miedo de dormir si lo haces. Prefiero no recordarlo —susurró por lo bajo, empujando a que un pequeño respingo se le escapara, al sorprenderse con las terribles ganas de llorar que lo asolaban.

—¿Estás bien, Hanako? —preguntó, tomándolo del hombro y lo sacudió con suavidad. Sus ojos también ya habían empezado a temblar, y un nudo en la garganta se apoderó de él: ¿qué hacer cuando un fantasma se sentía débil?

—Sí, no pasa nada —comentó, apartando su vista hacia otro lado para no tener que mirar a los ojos a su amigo. Se seguía sintiendo pésimo, y sus labios se abrieron con suavidad. Quería hablar, e iba a hablar. Sus labios temblaron, y no pudo hacerlo. No hasta que posó una de sus manos sobre sus propios labios —. Sólo sé que perdí muchos de mis recuerdos al ser fantasma. Eso me dijo Dios, eso me dijo... quizás también los sueños son parte de eso —comentó, arqueando sus cejas y tragándose por primera vez sus lágrimas. Kou lo escuchó atentamente, y le molestó de sobremanera que el azabache lo mirara y le sonriera, de la forma más falsa que había vista. Quizás esa sonrisa habría funcionado antes, cuando no conocía la verdadera sonrisa que Hanako le mostró en la azotea—. ¡No te preocupes, tonto! ¡Es algo normal!

Minamoto no aguantó más ese comportamiento, y terminó por darle un buen golpe en la mejilla a Hanako. El menor se sorprendió, quedando en shock al instante, mientras el rubio de mayor estatura ardía en rojo por el enojo. No, no estaba molesto porque Hanako tenía problemas, simplemente era por otra cosa.

—Niño... —comentó, dolido. Hanako giró su rostro con suavidad hasta él, con la sorpresa acumulada en sus ojos en forma de luna menguante. Kou seguía molesto, y no temía para nada en reclamarlo, por lo que ya no fue extraño que lo volviera a tomar de los hombros con total descuido y lo acercara a él.

Hanako mostró sorpresa genuina y real de nuevo, tras notar que la cercanía entre ambos se había acortado a unos cuantos centímetros. El de cabellos negruzcos sonrió un poco, al notar el nerviosismo del mayor tras hacer esa acción.

—¿Qué haces? ¿Sabes qué tú eres el que ahora está invadiendo el e-espacio person-...? —Calló de golpe, cuando el rubio mordió sus labios y todavía se acercó más. Sus narices rozaron, y eso ya hizo temer a Hanako de su virginidad de labios, y por un momento sus preocupaciones se hundieron en el enorme océano azulado de los ojos de su pareja—. ¿K-kou-...?

—Por favor, Hanako, no seas idiota. Deja de ocultar tus sentimientos, no estás feliz, tampoco quieres hacer bromas ahora —dijo de pronto, sacando un gesto de sobresalto al espectro. Kou apretó sus labios, al ver que volvía a fingir otra sonrisa, pero era falsa: ¡sus ojos le pedían ayuda!

—Deberíamos de besarnos ahora qu-...

—¡No, no quiero un beso tuyo! —Sacudió, sacando un ligero gesto de desaprobación de Hanako. El menor miró hacia abajo, sintiendo sus mejillas arder, al notar la vergüenza que estaba sintiendo: ardía mucho su pecho ahora. Por el momento, sus ojos querían sacar lágrimas, muchas, bastantes, hasta que se sequen sus ojos—. Quieres llorar, ¿verdad? Hazlo, Hanako, hazlo —pidió, al notar como las bromas sucias se desaparecían de los labios ajenos. En su lugar, llegaron unos sonidos similares a los sollozos... ¡demonios, eran sollozos! Cuando menos se dio cuenta, sintió un líquido rodando por sus mejillas, saliendo directamente de sus ojos. Los sollozos se hicieron presentes.

Dolía, dolía mucho.

Se sintió desprotegido de golpe, cuando Kou alejó sus manos de sus hombros y tomó una pequeña distancia mientras él lloraba. El rubio suspiró, notando como Hanako se deshacía de las lágrimas que quería dejar escapar desde hace mucho. Deseó con todas sus fuerzas que nadie de su familia los interrumpiera por el escándalo, no al menos, por ahora. Hanako tragó seco, sintió como el aire se le escapaba y como regresaba sin aviso de nuevo. Tragó en seco, y sintió su garganta secarse y los escalofríos aumentaban cada vez más.

—¡Tengo miedo, joven! ¡Tengo miedo! —Lloró, dando ligeros alaridos que presionaba contra su boca. Kou lo notó, viendo que por fin era sincero aunque sea sólo un poco, y se arrepintió al instante de seguir a su instinto que pedía a gritos consolarlo. Con pasos cansinos, hizo lo que pudo para rodear con sus brazos al más bajo.

Hanako sintió por primera vez como sus pupilas se dilataban: estaba sorprendido de esa acción. Dejó que sus ojos se abrieran como platos, y las lágrimas bajaran con menos rapidez, notando el calor de un humano vivo. Se quedó quieto, callado de ahí en adelante, simplemente sintiendo el tacto tan suave con el que Kou acarició sus cabellos.

—Te protegeré, no tengas miedo. Te lo prometo —susurró, acariciando sus cabellos, sacando un último suspiro pesado a Hanako. Un pequeño latido a su corazón. Suave, el pequeño golpe le llegó al mayor. Kou lo escuchó claramente, pero pareció que fue simplemente su imaginación, ya que no lo volvió a oír de nuevo.

Cabellos azabaches en un corte perfecto de hongo, sus pupilas eran juguetonas, haciendo una perfecta combinación con el color ámbar que lo inundaban. Sus largos colmillos se hicieron presentes, al momento de sonreír y acercarse a un embalsamado Kou ante su vista. El joven portaba un traje japonés tradicional, de color grisáceo y café oscuro. El chico reía, mientras el rubio estaba de pie, observando al chico que no encajaba en el enorme campo de flores rojizas.

—¿Hanako? —preguntó, un poco confundido, al notar que el Hanako de su sueño tenía el sello de un color negruzco en la otra mejilla.

No se pudo mover, aún cuando quiso hacerlo, al verlo acercarse de nuevo hasta él. Las pupilas en forma de luna menguante se iban vaciando poco a poco, dejando en un negro profundo a las mismas: estaban carentes de vida, y la sonrisa que se dibujaba en los pálidos labios del chico no era para nada amable. El escenario poco a poco se oscurecía, y la sonrisa del mayor se iba acrecentando, mientras parecía que un hoyo negro tragaba las galaxias en sus ojos. El menor de los Minamoto quiso correr. No pudo hacerlo, a pesar de sentir la molestia en los ojos del rubio.

El de ojos azules tragó en seco, cuando tuvo al menor frente a él. Palideció y tembló, cuando Hanako lo tomó del mentón y lo acercó con suavidad a él. El rostro del fantasma se deshizo en sonrisas y una carcajada burlona: ahora lo miraba con superioridad.

Así que eres el remplazo de tu hermano... ya veo —dijo el azabache, soltando su mano de golpe y ensanchando su sonrisa, más tranquilo.

Kou abrió sus ojos como platos, sintiendo el sudor apoderarse de todo su cuerpo. Respiró profundamente y miró al fantasma: lo observó de arriba a abajo, feliz y satisfecho de que sólo había sido un sueño. Hanako no tenía su sello, ya que había desaparecido al camuflarse con los humanos. Sólo era un sueño, el verdadero Hanako estaba a su lado, durmiendo como un bebé, abrazando su almohada mientras sus dientes la mordían simulando comer, posiblemente una dona. Suspiró y sonrió: sólo había sido un sueño.

Había tenido una pesadilla con Hanako por lo que pasó antes de dormir. No pasaba nada, sí era Hanako... ¿verdad?

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