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3. Él está aquí


Las campanas tronaron con fuerza, la suficiente para sobresaltar a los ansiosos jóvenes que, afuera de la parroquia de Villa Degron, ubicada frente al parque principal, caminaban de un lado a otro en debate. Aun cuando los rayos de luz matutinos les generaban seguridad, mirar hacia el parque y, sobre todo, al pozo y los columpios, era como revivir su más oscura pesadilla.

—No estoy seguro de esto —murmuró Matías, moviendo sus manos con ansiedad; sus ojeras profundas y la desesperación en su mirada eran tan preocupantes como las de Nathaniel.

—Es ahora o nunca. Todos saben que cada día el padre Nicodemo sale desde temprano a casa del señor Degron.

—No es eso, Nath, es solo que... —El frío viento movió por un segundo su cabello en forma de libro—, no entro a una iglesia desde que... ya sabes, tú y yo. No necesitamos que alguien nos lo diga para saber que no somos bienvenidos en este lugar.

Nathaniel bajó su mirada y suspiró por lo bajo, su cabello oscuro y semiondulado caía sobre su frente. Se acercó a Matías y lo tomó de las manos.

—Llevamos noches sin salir de nuestras casas por temor a que se nos vuelva a aparecer, las madrugadas se hacen eternas porque no podemos cerrar nuestros ojos por miedo a que nos atormente también en nuestros sueños... necesitamos esto, Nath. —Suspiró con frustración—. Necesitamos superarlo juntos y seguir adelante. Nadie más nos cree. Si hay alguien en este pueblo que nos puede ayudar a quitarnos este peso de encima, a olvidar a... esa maldita niña, de seguro es él, solo él.

Matías tomó una bocanada de aire y asintió. Entonces, juntos se abrieron paso a la iglesia. Un eco susurrante parecía extenderse por las paredes como castigo perpetuo, pudieron reconocer también al menos a tres personas distantes arrodilladas en las primeras bancas.

El padre Nicodemo justo se acercaba a la salida.

—Matías, Nathaniel, Dios los bendiga. —Acompañó sus palabras haciendo para ellos la señal de la cruz—. Qué grata sorpresa. ¿Qué los trae por aquí?

Ambos jóvenes se miraron con nerviosismo, Nathaniel asintió.

—Tenemos algo muy importante que confesarle —anunció Matías.

La seriedad en las palabras del joven lo asombró. Con sus manos, el sacerdote señaló hacia las bancas.

—Claro, cómo no. Por favor, siéntense.

Nathaniel fue el primero en tomar asiento, cuando al fin estuvieron frente a frente con Nicodemo, el joven frotó sus manos contra las piernas.

—Cuando estén listos —comentó Nicodemo, paciente, mientras entrelazaba sus manos—. Tómense el tiempo que necesiten.

—Padre... ¿usted cree que el diablo esté aquí para castigarnos? —preguntó Nathaniel—. Por... lo que somos, ¿por las decisiones que tomamos?

Nicodemo analizó el semblante del joven, percibía un profundo temor en cada palabra, también una horrible sensación de culpa que parecía rasgarle el alma y derribarlo poco a poco por dentro, algo que comenzaba a notársele por fuera.

—No lo creo, hijo mío, él no puede castigarnos, no tiene la autoridad divina para hacerlo. Además... —Le sonrió en un intento de brindarle un poco de calma—, cuando hay nobleza y bondad en tu interior, no hay nada de malo con seguir la voluntad de tu corazón.

—Entonces... ¿cuál es el propósito de él? ¿Por qué está aquí? —preguntó Matías.

—Su misión en este mundo es tentarnos. Está en todas partes, él y sus demonios, nos acechan, siempre buscando la manera de hacernos caer y alejarnos de los planes de Dios. ¿Es eso lo que les preocupa tanto?

—No ha entendido lo que trato de decir, padre. Él está aquí. Él y sus demonios —respondió Matías, su mirada se apoderaba de pavor—. Están en Villa Degron.

La mirada de Nicodemo cambió. Ya no reflejaba serenidad, algo se había apoderado de él, era temor, un temor que supo disfrazar de extrañeza.

—¿A qué te refieres con que están aquí?

—Matías y yo hemos visto uno hace unas noches... justo en el parque. —Un escalofrío lo recorrió al recordarlo—. Lucía como una niña, pero estoy seguro de que eso no era una.

—La vi directo a los ojos, esa... cosa no era humana. —La voz de Matías comenzó a entrecortarse—. Parecía susurrar una canción, intentaba acercarse a nosotros, pero corrimos, y luego entró al pozo y desapareció.

—Pero no se ha ido del todo... —confesó Nathaniel—. En las noches, cuando intento dormir, aparece en mis pesadillas, y canta... solo hace eso... canta mientras se columpia entre la oscuridad.

Nicodemo se acercó, estrechaba su mirada con preocupación.

—¿Y recuerdas qué cantaba?

—Padre, me está pidiendo demasiado. Solo intentar recordarlo me hace temblar. — Nathaniel liberó un largo suspiro.

—Por favor, hijo, haz un intento.

—Entonces... ¿eso significa que nos cree, padre? —Una mirada de esperanza se asomó en Matías.

—La experiencia me ha enseñado que el mal no es un juego, tampoco algo para tomar a la ligera. —Su rostro se mantenía tensado. Los jóvenes nunca antes habían visto así a Nicodemo—. Además, no creo que ustedes tengan razones para mentirme. ¿Puedes recordarlo? —preguntó hacia Nathaniel.

El joven asintió y bajó la cabeza para concentrarse.

—Su canción es sobre una niña en un pozo... dice, dice que un amigo la ayudó, pero eso no es lo más inquietante. —Sus vellos se erizaron, cruzó sus brazos ante la sensación gélida—. Ella... ella dice que gobernará Villa Degron.

Nicodemo pasó saliva. Segundos de silencio se instauraron entre ellos, hasta que Nicodemo se levantó.

—Gracias por su confesión —dijo el sacerdote—. Por prevención, organizaré una misa en el parque para purificarlo, también bendeciré el pozo y sus alrededores. Oraré por ustedes, pero también espero que ustedes lo hagan, por ustedes, por mí, y por nuestro pueblo. —La pareja asintió, tensa—. No tienen de qué preocuparse —intentó calmarlos—. Todo estará bien. Dios siempre está con nosotros. Ahora, si me disculpan, el señor Degron me espera.

Sofelle conducía por la carretera de regreso a casa. La noche anterior había recibido una llamada y, desde muy temprano, una nueva misión la llevó camino a Vallecroix para examinar una aparente infección en los caballos de una hacienda a las entradas del poblado. El trabajo fue más rápido de lo que creyó; al llegar, no tardó en darse cuenta de que el problema estaba en el agua. Algo había contaminado el río que conectaba a Vallecroix con Villa Degron, una sustancia extraña, pero no lo suficiente fuerte para propagarse por todas las aguas.

La mañana pintaba opaca, la brisa era helada y, como era usual, la niebla cubría gran parte del camino. «Total Eclipse of the Heart» sonaba en la radio y Sofelle tarareaba la canción, con su vista concentrada en la carretera, cuando un repentino altibajo en la radio distorsionó la señal. Sofelle se inclinó un momento para volver a sintonizar, pero, tan pronto como puso su vista de nuevo en frente, una figura encorvada se atravesó en medio. En una rápida maniobra, logró girar el volante y pisó fuerte el freno, justo a tiempo antes de descarrilarse. Aunque se sostuvo con firmeza, la potencia de lo que pudo haber sido un choque la estremeció por completo y todo su cabello se vino hacia adelante.

Sofelle se tomó unos segundos para respirar y bajó del auto, sintiendo un mareo agitar su mundo entero. Cuando dirigió su mirada al sitio del susto, encontró un aterrorizado y sucio golden retriever que gemía echado en el pavimento.

—Ay, pobrecito, ¿estás bien?

Se aproximó poco a poco. Cuando estuvo lo suficiente cerca, se puso en cuclillas y fue acercando su mano, esperando ser aceptada por el perro. El momento en el que su mano hice contacto con la cabeza del animal, el golden retriever entristeció su mirada y emitió un gemido más agudo.

Sofelle lo examinó de inmediato, una de sus patas traseras estaba lastimada.

«¿Acaso...?», se cuestionó con terror.

—No —desechó la idea al instante.

No podía ser cosa de ella. Estaba segura. De haber sido así lo hubiera sentido. Prefería lastimarse ella misma antes de lastimar a otros. Cuando giró el volante hizo todo lo posible para evitar herir a quien sea que se hubiera atravesado.

—¿De dónde saliste? —preguntó mientras miraba alrededor. La carretera estaba lóbrega—. Tampoco tienes collar, debes estar perdido quién sabe Dios desde hace cuánto —concluyó al revisarlo.

Se levantó y quedó pensativa por un momento, con sus manos apoyadas en la cintura. Miró una vez más a cada lado de la carretera, no había ni un alma.

—No estoy segura de qué dirá mi padre sobre esto... pero no te dejaré aquí solo. A ver, ven aquí, buen chico.

Sofelle se inclinó de nuevo y acarició al perro una vez más. Él correspondió lamiéndole el brazo. Con toda su fuerza, lo cargó y lo llevó a la parte trasera de su camioneta. Bajó la compuesta y lo descargó allí. El perro refunfuñó y dio una vuelta antes de echarse. Ella lo vio con una amplia sonrisa.

—Te llamaré Eclipse, porque eclipsaste mi camino justamente cuando escuchaba esa canción. —Le dio una última mirada antes de regresar al auto—. Bienvenido a la familia.

—¿Cuándo fue la última vez que la vio?

—El domingo pasado, en la iglesia.

Behe Motovieh llevó las manos a su cinturón de cuero, donde colgaba su insignia de alguacil, mientras caminaba alrededor de Jair Degron. El hombre estaba sentado sobre una de las sillas del comedor, con su espalda encorvada, las manos extendidas sobre sus piernas y la mirada clavada en la pared, impasible en lo absoluto.

—¿Y cuál es su relación con Leia Constantine?

—Ninguna. Solo es la hija de un viejo conocido.

—Nadie en este pueblo es solo un viejo conocido para usted, señor Degron. —Behe Motovieh apoyó sus manos sobre la mesa mientras se inclinaba frente a frente con Jair. Estrechó su mirada para detallarlo mejor. Le estudiaba las facciones, pero el hombre era indescifrable—. Todos aquí, especialmente los lugareños más antiguos, tienen un pasado con usted. Todos lo respetan, señor Degron, pero detrás de ese respeto hay algo más... le temen. Puedo verlo. Es casi... siniestro, ¿sabe? La gente le huye, a usted y a su casa. Sé que detrás de ese temor hay una historia y, aunque se esfuerce en ocultarla, le puedo jurar que durante mi guardia no descansaré ni un día hasta lograrlo.

Jair Degron le sostuvo la mirada al aguacil. Lo analizó así como hacía con él. Rondaba los treinta años, al igual que su hija, y llevaba una pulcra barba. Era un hombre de ley oriundo de Colombia que había sido trasladado a Villa Degron hacía apenas un mes. Motovieh tenía un alma valiente y un claro sentido de la justicia. En su opinión hacía un buen trabajo vigilando el pueblo, pero era Villa Degron. Vivían en tranquilidad perpetua desde aquella tragedia del 85 y no iba a permitir que Motovieh, en su afán de heroísmo, pusiera en tela de juicio su nombre. Ya tenía suficiente con tener que cargar día a día con la cruz de los errores de su pasado. Jair no le permitió ver a través de sus ojos ni el mínimo atisbo de emoción, solo tomó su muleta y con dificultad se levantó.

—Escúcheme bien, hijo. Puede que usted sea nuevo por aquí, pero este es mi pueblo. —El señor Degron se plantó firme. Su altura y corpulencia igualaba a la del nuevo aguacil—. Yo lo fundé, y de ninguna manera permitiré que venga a mi casa a amenazarme, mucho menos a acusarme. No se aproveche de la situación de los Constantine para convertir esta visita protocolaria en un interrogatorio. Yo más que nadie sé lo que duele perder a una hija.

Un pequeño gesto de victoria se asomó por el rostro de Behe Motovieh.

—Así que Sofelle no es su única hija.

El aguacil notó cómo las cejas del señor Degron se fruncían con molestia.

—Es suficiente. Largo. Fuera de mi propiedad. —Señaló hacia la puerta.

—Esta no será la última conversación que tengamos, señor Degron, téngalo por seguro.

Behe Motovieh caminó hacia la salida, cuando una camioneta todoterreno se estacionó junto a su patrulla. Desde el interior del auto, Sofelle observaba con un tinte de curiosidad y preocupación que muchos de los vecinos estaban afuera de sus casas, todos atentos a lo que sucedía dentro de la suya, seguramente especulando, pensó. Cuando vio salir al alguacil y al padre Nicodemo parado afuera, los latidos de su corazón aumentaron, y bajó del auto tan pronto como pudo.

—Padre Nicodemo, ¿qué está pasando aquí? —preguntó, acercándose apresurada.

—Dios sea contigo, hija. —La bendijo—. ¿No te enteraste? La hija menor de los Constantine está desaparecida desde anoche. La están buscando por todo el pueblo.

—¿Y eso explica que el aguacil esté dentro de mi casa?

—No tienes de qué preocuparte, princesa —declaró Motovieh, guiñándole el ojo—. He ido casa por casa, solo estoy recolectando tanta información como pueda que me lleve al paradero de Leia Constantine.

—No me llames princesa —respondió con un deje de fastidio, dándole la espalda para encarar al sacerdote—. ¿Papá está bien? Sabes que no le agradan las visitas y que prefiere estar tranquilo en casa. Hubiera preferido que estuvieras con él durante la charla con el aguacil.

—Insistí, pero el aguacil Motovieh fue claro en que necesitaban hablar en privado —respondió Nicodemo—. Llegó aquí justo cuando venía por la sesión diaria.

—Es el procedimiento —comentó Motovieh.

—Muy bien, oficial, ya terminó, puede continuar con su procedimiento en otra parte —aseveró Sofelle, cruzándose de brazos.

La agresividad con la que Sofelle defendía a su padre le parecía interesante. Desde su llegada a Villa Degron se había mostrado particularmente interesado en conocer la historia del poblado, en especial, de su familia fundadora. Pero todo alrededor de los Degron era un misterio, uno de los más grandes que alguna vez Motovieh había investigado. Y no solo ellos, en Villa Degron la gente parecía apreciar la privacidad. En todas las oportunidades de acercarse a Sofelle, la mujer era un cofre cerrado, lo que marcó un mal primer paso en su relación. Aquello le suponía un reto, la adrenalina que necesitaba para mantenerse entretenido en un lugar donde todo aparentaba estar en paz, pero si algo había aprendido, era que la calma siempre era la antesala a la más terrible de las tempestades.

—Por supuesto, princesa —respondió mientras se alejaba, haciendo un ademán de despedida—. Lo mantendré informado si encuentro alguna pista, padre. Por favor infórmeles al señor y a la señora Constantine que seguiré en pie de lucha.

—Suerte encontrándola, hijo. Rogamos a Dios padre porque Leia esté pronto en casa y compartiendo con su familia y con la comunidad —contestó Nicodemo.

Motovieh caminó hacia la patrulla. Se detuvo un momento para observar al golden retriever, pero Eclipse le ladró tan pronto se le acercó.

—Asegúrate de que tenga puestas todas las vacunas, no queremos más problemas en Villa Degron —dijo antes de subir al auto.

—Es un cretino —susurró Sofelle.

—Solo hace su trabajo —contestó Nicodemo—. Ven, hija, entremos a ver cómo está tu padre.



¡Bienvenidos de vuelta a Villa Degron! ¿Cómo estááaan? :)

Extrañé leerlos como no tienen idea. A ustedes que siguen por aquí, siempre fieles y que me han pedido en más de una ocasión que continúe esta historia, sé que les debo una explicación. Es un poco larga, pero sepan que les estoy abriendo un pedacito de mi alma al contarles.

La razón de la pausa indefenida que tuvo EFDVD es porque he pasado los últimos meses con un horrible bloqueo respecto a este universo de terror. Y no es un bloqueo creativo o de escritor a lo que me refiero, ha sido más bien un poco de decepción con una mezcla de tristeza. Me cuesta escribir esto, pero a El Caso de Luis Galiano no le ha ido tan bien como me gustaría a pesar de mis muchos intentos de promocionarlo por mi cuenta. Y sí, sé que es responsabilidad de la editorial, que no se le ha dado el tratamiento que se merece y que tienen muchas cosas por mejorar (como, por ejemplo, la distribución), pero esto me ha tenido bajoneado mucho tiempo sobre lo que significa para mí como autor que mi mayor logro (publicar un libro), sea también un fracaso. 

Por esto, y las vicisitudes del día a día, preferí enfocarme en otros proyectos literarios que no fueran Expediente Paranormal y me mantuvieran distraído de esta realidad. Pero la temporada de Wattys, las oportunidades que día a día Wattpad tiene para nosotros y, especialmente, releer sus comentarios en esta historia, ha sido como una recarga de energía, lo que tanto necesitaba para continuar y, hace poco, simplemente comencé a escribir de nuevo esta historia.

Con esto no pretendo dar lástima. Para nada. Mucho menos que salgan de aquí corriendo a comprarlo, pero siento que ustedes más que nadie necesitaban una explicación, y ahora que lo saben, he soltado esta carga que he llevado conmigo todo este tiempo. No me preocupan los números, ya tampoco las ventas, solo continuaré haciendo lo que más me gusta y de lo que tanto tiempo me he alejado para escudarme: la escritura.

Esperen pronto muchas más actualizaciones, muchos sustos, misterios y pistas por resolver. El Fantasma de Villa Degron se viene con todaaa. Yo siempre amo leer sus comentarios, así que estaré respondiéndolos con calma y estaré compartiendo algunos en mis historias de Insta con algunas reacciones que se me han ocurrido para hacer esto más interactivo.

Gracias por estar aquí. Significa mucho para mí.

Un abrazo y nos leemos en el próximo capítulo,


Su mago favorito,

Ron.

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