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Parte I

Thomas:

El jueves por la noche, acostado leyendo las noticias en el periódico, escuché por primera vez a mi madre lloriquear además de vociferar palabras que no lograba diferenciar con exactitud. Me levanté del sofá de un salto, me encaminé sin apuro alguno a la cocina donde había dejado a mi progenitora haciendo la cena; allí estaba ella, con lagrimas circulando por sus mejillas rojizas.

Mi madre nunca ha sido cariñosa con nosotros y cuando digo <<nosotros>> me refiero a mi padre y a mí. Pero como todo ser humano, a veces necesitamos una muestra de afecto puro para sentirnos no solo queridos sino también apoyados a pesar de no saber que decir exactamente.

Abracé a mi madre como nunca antes lo había hecho, no importaba si desconocía por completo la razón por la que estuviese triste, quería que supiera que pase lo que pase, estaré ahí para ella. Trancó la llamada, se dio media vuelta y me correspondió el abrazo, posando su cabeza en mi hombro y sollozando con una intensidad que jamás había visto antes en ella.

—La abuela no está bien, los doctores dicen que puede que no salga de coma—Confesó con la voz quebrantada. La miré directo a los ojos, esbocé una sonrisa cargada de suficiencia y sosteniendo sus mejillas con ambas manos, besé delicadamente su frente.

—Tienes que ser fuerte. No será fácil afrontarlo pero debemos estar a su lado cuando...Se vaya—Aunque no era tan unido a mis abuelos, teniendo en cuenta que no los veo desde mi cumpleaños número cinco, por primera vez sentí que un pequeño pedazo de mí se había desplomado. No estaba al nivel de mi madre en cuanto al sentimentalismo, el dolor era leve, pero contaba al estar presente.

—Le diré a mi padre que mañana viajaremos para allá. Ve a tu habitación, prepara tu equipaje, saldremos mañana lo más temprano posible—La voz de mi madre ya no sonaba rota, al contrario, se oyó firme esa vez. No esperé a que lo dijera de nuevo, así que fui entre zancadas a mi alcoba, saqué una valija que acosté encima de la alfombra y empecé a empacar, no tanta ropa ya que tenía el presentimiento de que no nos quedaríamos por muchos días (como máximo cuatro) y lo indispensable como cepillo de dientes, libros que me otorgó alguna vez mi padre, brújula y una libreta en el que anoto pensamientos, prosas o alguna anécdota.

Teniendo todo guardado al igual que listo, me dispuse a apagar la luz de mi cuarto, cerré la puerta y finalmente me fui a dormir, mañana seria un día largo y posiblemente agotador, no pretendía tener altas expectativas, solo pensar en llegar bien a mi destino era más que suficiente.

***

A la mañana siguiente, los rayos del sol introduciéndose por mi ventana fueron los causantes de que despertara. Unos golpes nada tenues en mi puerta me forzaron a ponerme de pie para abrirla, vi a mi madre sonriendo como niña mostrando su inigualable dentadura.

—Buenos días— Saludó mi madre, teniendo en sus manos una bandeja con comida. Abrí de par en par la puerta, tomé la bandeja y le agradecí el gesto. Antes de irse de mi habitación besó mi mejilla izquierda para luego inclinarse a besar mi frente con dulzura, no dije nada al respecto pero me pareció extraño. <<Debe estar de buen humor>> pensé.

Al culminar mi desayuno, baje las escaleras con la valija que pesaba como pluma. Al pisar el último escalón escuche una voz adicional a la de mi madre, solo que esta era masculina.

—¡Thomas!—Exclamó Adam muy sonriente al verme. Él es el sujeto que simula quererme cuando la realidad es que no tiene ni la remota idea de quién soy realmente, más allá de ser hijo de la mujer con la que tiene una "Inocente" aventura o como sea que le llamen a lo que tienen—Cada vez estás más alto.

—Sí— Alegué mientras me acercaba a él para darle un <<amistoso>> apretón de manos, aunque era tangible mi desprecio a él—También estoy un poco más fuerte.

—Ya sé en qué hospital tienen a la abuela— Informó mi madre antes de entregarle un trozo de papel a Adam con lo que supongo es en donde está escrita la dirección del hospital—Thomas encárgate de cerrar todas las puertas, yo iré con Adam a subir las valijas al auto.

—Como usted mande.

Al tener las llaves de mi madre en manos me dirigí primero a la cocina, cerré con doble llave la puerta que da al patio trasero, seguidamente a la puerta que da hacía el jardín y para finalizar la de la entrada.

Miré estando frente al auto de Adam como este le besaba el cuello a mi madre mientras ella reía. Asqueado por ver aquello, decidí interrumpir su preciado momento al carraspear, llamando la atención del imbécil al igual que la de mi madre.

Adam tenía una camioneta Ford F100 año 1970, adelante podrían estar como muchas cuatro personas, así que me tocaría estar entre estos dos. Adam antes de encender el auto observa con disgusto como subo a su chatarra para quedar a su lado mientras que mi madre irá en la ventana un poco alejada de él.

—¿Ya están listos?— Pregunta Adam teniendo su pie a punto de pisar el acelerador, mi madre emocionada contesta un gran "Sí". Yo en cambio me mantengo en silencio y sintiéndome apático por tener que estar al lado del idiota con el que estuvo mi madre acostándose antes de que se divorciara de mi padre.

La distancia entre Lettwood y Frenchmont no era mucha, el viaje solo duraría tres horas aproximadamente. Nunca comprendí porque a mi madre no le gustaba ir a casa de los abuelos, el traslado es relativamente corto, se lleva bien con ellos, hablan por teléfono cada noche, el lugar en donde viven según mi madre no está nada mal. Así que ¿Por qué no pasar tiempo de calidad con ellos?

Durante el rato que pasamos en carretera preferí quedarme dormido para no intervenir en la plática entre Adam y mi madre en base a sus planes a futuro, dejé de prestar cuidado a lo que decían en cuanto mencionaron la palabra <<Mudanza>>.

—¡Hey! ¡Thomas!—Abrí los ojos de golpe al escuchar mi nombre, Adam posó su mano sobre mi hombro y me entregó una goma de mascar teniendo esa sonrisa petulante formada en sus labios. Fruncí el ceño al ver que sus ojos ya no estaban en mi dirección sino hacia la ventana, el sabiondo paró de sonreír y me dio una bofetada en cuanto mi madre ya no estaba—Escucha inepto, tu y yo no somos amigos, ni espero ser una figura paterna para ti, aun cuando esté saliendo con tu madre. Solo compórtate y estaremos bien.

—Tampoco espero que lo seas, eres un mezquino— La expresión de descontento en la cara de Adam le hacía competencia a la mía, al dejarle en claro mi punto le escupí un ojo y salí velozmente del auto—Gracias por el aventón, tarado.

—Hijo de...—Dejé de escuchar los insultos que tenía Adam preparados para mí, estaba un tanto lejos ya como para continuar discutiendo con él. Apresuré el paso para alcanzar mi madre que estando dentro del hospital veía como se alejaba cada vez más en el pasillo.

—¿A dónde cree que va, joven?—Un guardia alto, robusto y con un mal carácter me impide seguir mi camino al estancarse en todo el medio.

—Voy a ver a mi abuela—Le respondí al guardia—Su nombre es Madison Morton.

Ruedo los ojos en cuanto veo que el sujeto se quita de en medio al cabo de un par de segundos. En cuanto doy un paso, oigo las indicaciones que da el guardia hacia donde debería cruzar y en que habitación estaba mi abuela.

Al final del largo pasillo cruzo hacía el lado derecho, camino por otro pasillo aun más largo que el anterior. A mitad de camino me detengo en la habitación en la que está tallada el número "6", toco tenuemente la puerta y esta es abierta por una señora mayor de cabello castaño con unas cuantas canas, arrugas por todas partes en su cara, ojos pequeños y de color avellana, tez morena clara, nariz respingada y flácida.

—Thomas, que gusto verte—Miré detenidamente a la señora tratando de recordar su rostro, esta se aproximó a mí con los brazos extendidos para abrazar, al principio dudaba pero luego permití que siguiera con la muestra de cariño.

—Ella es la tu tía abuela Cristina—Dijo mi madre al concluir el abrazo. Por segunda vez miré el rostro de mi tía abuela, aun seguía sin poder reconocerla—La última vez que te vio fue cuando tenías dos años, por eso quizás no la recuerdes.

—Sí, seguro es por eso.

Mire a mi alrededor, habían dos personas en la habitación a quienes tampoco reconocía, entre tanto, por mi lado derecho estaba mi abuelo Jeff, un niño y tendida en la cama estaba mi abuela, atada a un respirador.

—Nosotros debemos irnos. Debo asistir a una reunión de negocios, vamos Tony—Avisó una de las mujeres a las que no alcancé a recordar. Antes de despedirse de todos, besó la frente de mi abuela y a punto de romper a llorar sujetó la mano del niño que estaba a corta distancia de mí, abrió la puerta de la habitación y terminó por abandonarla.

Poco a poco fueron vaciando la habitación los demás, mi tía Cristina se había ido con mi abuelo a tomar café, el señor que estaba también con nosotros se despidió diez minutos después de que la madre junto a su hijo se marcharan. Quedamos solamente mi madre y yo, aunque no por mucho rato ya que ella quería despedirse de Adam quien la esperaba como el propio Don Juan en la entrada del hospital con una "Sorpresa".

Para estar más cerca de mí abuela, empujé la silla unos cuantos centímetros a la cama. Examiné cada facción de su cara y al tomarle la mano no sé porque pero comencé a llorar, mi mente en esos minutos hizo un viaje al pasado, haciendo memoria al único recuerdo que tengo con ella es en mi quinto cumpleaños. Su cara irradiaba felicidad al verme, la abracé con fuerza aquella vez que terminé aplastando el regalo que me había traído.

Al mirarme directo a los ojos me preguntó si está bien, pues mi nariz estaba rojas, mis mejillas coloradas y el cuello de mi camisa mojada por haberme secado las lagrimas con ella. Mi madre no me permitió contestar su pregunta, no quería que mi abuela pensara que mi padre era un irresponsable por al faltar a otra celebración esencial de mi vida como lo era mi cumpleaños.

—El tiempo para las visitas ha culminado—Dijo una voz a mis espaldas. No iba a irme de allí sin antes despedirme adecuadamente, mi mano continuaba entrelazada con la de ella, la besé afablemente y le susurré al oído...

—El cielo estará feliz de recibir a un alma tan sublime como la tuya—Le di un ósculo en la frente antes de comenzar a dar pasos hacia atrás sin despegar la vista de ella. Choque con la puerta y me plante justo en el marco de esta mientras veía como mi abuelo sollozando se despedía de ella.

—Es hora de irnos—Comunicó el abuelo tratando de calmarse, conteniendo aun las lagrimas. Solo asentí con la cabeza, no quería ni siquiera hablar, necesitaba irme de ahí.

Subí al auto de mi abuelo junto con él, mi madre y la tía Cristina. En todo el tiempo en el que pasamos en el carro ninguno dijo nada, un silencio incomodo se apoderó del entorno y para ser franco, detestaba ese tipo de silencio.

—Antes de ir a casa debo pasar primero por el supermercado, así que deberán acompañarme— Avisó el abuelo, aunque solamente yo le preste atención. Mi madre se había quedado dormida al igual que mi tía Cristina—Al parecer seremos tu y yo, compañero.

En pocos minutos ya estábamos en el supermercado, mi abuelo al estacionar el auto en uno de los pocos puestos que quedaban disponibles me pidió que lo ayudara con las compras mientras que el carro que se quedarían mi madre y mi tía quienes seguían dormidas.

En el tiempo en el que estuvimos dentro del supermercado, pasando por cada uno de los pasillos mi abuelo y yo no parábamos de hablar, me contó gran parte de lo que fue su niñez, de su juventud, sus aspiraciones, sueños, los cambios que había enfrentado en la vida. Me llegó a preguntar por la escuela, si tenía algún pasatiempo, que me gustaba y que no.

Empezaba a conocer mejor a mi abuelo y la idea me agradaba, no sabía absolutamente nada sobre él hasta el día de hoy; más que el hecho de ser el padre de la mujer que me dio la vida. Le eché una mano al sacar la comida del carrito mientras que el del bolsillo de su pantalón sacaba su billetera y de esta su tarjeta de crédito. 

Vi como de su billetera caía una fotografía la cual me encargué de recoger. La imagen estaba doblada por la mitad, al desdoblarla, en ella se reflejaba una familia impresionantemente feliz al estar tomados de las manos al mismo tiempo que las alzaban al cielo y sus rostros transmitían prosperidad.

—No me di cuenta de que se había caído—Dijo el abuelo al ver que sostenía en mis manos su fotografía familiar—¿Me la devuelves?

Ciertamente, en ese santiamén mi mente quedó en blanco. En la fotografía estaba el abuelo junto con mi madre, a un lado mi abuela y en la otra esquina ¿la hermana de mi madre?

—¿Quién es ella?— Cuestioné al señalar con mi dedo índice la chica que estaba a un lado de mi abuela que tenía cierto parecido con mi madre.

—Hummm... Ella era Olivia. La hermana de tu madre—Respondió mi abuelo en un tono abatido, hizo una breve pausa para bajar la mirada. Con las bolsas ya en manos, advirtió que ya era tiempo de irnos a casa, dejándome fuertemente desconcertado, mil y un dudas pasaban por mi cabeza.


¿Cómo es que mi madre nunca tuvo la decencia de decirme que no era hija única? Y sobre todo ¿Por qué nunca mencionó que estaba muerta?

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