26 | Lo prometo.
—Un cepillo de dientes.
—Es una manía, no puedo ir a dormir o comer sin cepillarme los dientes.
—¿Y dónde está lo raro?
—Que siempre es así, nunca puedo dejar de hacerlo, una persona normal toleraría una noche haberse saltado eso, pero yo no, me pongo muy ansiosa y... No lo entenderías, por eso nunca salgo sin mi cepillo, pero hoy lo olvidé por intentar llegar rápido, aun así, está solucionado.
—Puedes dejarlo aquí.
—¿Aquí?
—¿Quién dice que esta es la última vez que pasaremos el fin de semana juntos, Ferreira?
—No te hagas ideas que no son, limón, aún no somos nada.
—Tú lo has dicho, "aún".
Resoplé y le cerré la puerta del baño en la cara. Coloqué la pasta en el cepillo para empezar a cepillarme mientras observaba mi rostro ojeroso en el espejo, pero cuando me levanté después de enjuagarme me encontré con la silueta de mi madre en el reflejo, detrás de mí.
—No existes... No existes... No existes...
Cerré los ojos, volví a mojar mis párpados y regresé al espejo, viendo que desapareció. Pero, por alguna razón, tenía claro que ella iba a volver.
—No quiero hacerte pasar una mala noche.
Elián regresó a mirarme apenas me escuchó.
—¿De qué hablas?
—Eso de las pastillas no era una broma... Sí las tomo. No sufro de insomnio ni nada, es sólo que... Evitan que sueñe cosas que no quiero soñar, pero también me provocan otros problemas. El caso es que hoy no quise tomarlas porque no quiero seguir sufriendo los efectos secundarios, y tampoco seguir dependiendo de ellas...
—Bueno, eso está bien.
—No, no lo está, voy a ser vulnerable a mis sueños... Más bien son pesadillas y...
—Y no puedes volver a dormir después de tener una, ¿no?
Al menos lo recordaba.
—Deja de tomarlas, es lo más saludable.
—Si no las tomo tendré pesadillas, si las tomo mis nervios podrían hacerte pasar un mal rato. Ninguna de las dos partes es saludable, Elián.
—No puedes enfrentarte a una mezcla de sustancias químicas que suministras a tu organismo, pero sí puedes enfrentarte a lo que este crea, las pesadillas son un ejemplo.
—Es imposible controlar lo que sueño.
—No dije "controlar", hablo de "enfrentar".
—Eso es más difícil.
—No lo lograrás a la primera, por supuesto, y está bien, lo seguirás intentando.
—Pero tú...
—Yo he dormido durante toda la tarde, estaré despierto por mucho tiempo.
Abrió la cama y se recostó, señalándome mi lugar a lado de él.
—¿Y si te asusto?
—Si no hui al primer día de convivir contigo, ¿crees que lo haré ahora? Por favor.
—Se te hace fácil hablar porque todo el trabajo lo tendré yo, y no es justo.
—No todo el trabajo lo tienes tú. Te cuidaré aquí afuera, pero allá dentro —señaló mi cabeza—, deberás hacerlo tú misma. Es un trabajo compartido.
Suspiré y me recosté junto a él, dejando que vuelva a rodearme con ambos brazos. No pasó mucho tiempo hasta que sus caricias consiguieron dormirme.
Sabía que mis sueños no tardarían en aparecer. Esperaba ver a mi madre, esperaba ver a alguna otra persona que haya sido el motivo de mis pesadillas anteriormente, pero no esperaba verla a ella.
Continué mirándola en silencio durante unos segundos hasta que sentí la necesidad de decirlo.
—Te extraño.
Hillary no contestó, siguió mirando fijamente el acantilado en donde las cenizas de mamá fueron tiradas y, de un segundo a otro, ella también se lanzó.
—No, no, no, no...
—Estela...
—No puedo.
Me paré de la cama para ir hasta el baño con el fin de volver a enjuagar mi rostro.
Salí y miré la hora en mi teléfono. No habían pasado ni siquiera quince minutos.
—Estela...
—Deberías buscar a alguien más... A una persona normal como tú, que al menos pueda hacer algo tan simple como dormir tranquila.
Las lágrimas empañaron mis ojos, pero él no las notaba debido a que volví a acostarme dándole la espalda, siendo testigo de que otro fracaso se sumaba a la lista.
—No soy buena, Elián.
—Claro que eres buena —me consoló—, eres demasiado buena para este limón.
—No tienes idea de quién soy. Yo soy mala.
—Bien. Yo no soy Elián, soy un extraterrestre que vino a la tierra para reemplazar al verdadero Elián, pero se enamoró y se quedó.
—No es gracioso.
—Estamos diciendo mentiras, ¿no?
Di media vuelta y quedé frente a él.
—No es una mentira.
—Entiende que de eso se trata. Enamorarte de las imperfecciones, no sólo de las virtudes.
—Tú no estás enamorado de mí.
—¿Por qué estás tan segura?
Me quedé en silencio, y en esa ocasión fui yo quien escondió el rostro debajo del suyo, permitiendo que me abrazara.
—Tengo muchas preguntas ahora mismo.
—¿Sobre qué? —me preguntó él acariciando mi espalda.
—Sobre nosotros. Sobre ti.
Y debido a que sabía que no podría decírselo mirándolo a los ojos, cerré los míos.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo?
Tuvo razón después de todo, no lo logré durante la primera noche, pero a la tercera no soñé nada más, y no fue gran cosa, sabía que no estaba "curada"; sin embargo, a la mañana siguiente él ya estaba celebrando.
Me estiró el plato esperando ver mi reacción al leer lo que había escrito con kétchup y mayonesa.
—Nadie había estado tan feliz porque yo haya podido dormir.
—Yo lo estoy, te llevaría de fiesta incluso, pero sigo débil.
Volví a mirar el plato.
—¿Me das otro? —pedí—. Es que los dibujos están muy bonitos y no quiero arruinarlos. Guardaré esto hasta que se pudra.
Él empezó a reír y después de media hora acabamos de desayunar.
Ese fin de semana fue largo, muy largo, pero significativo, al menos para mí.
Perdí miedo. Perdí inseguridad. Pero sabía que, lentamente, también iba perdiendo a Hillary.
—Ferreira.
—¿Sí?
—Olvidé pedirte que firmes estos documentos.
He de admitir que Elián Montero tiene potencial como actor.
—Ve a mi oficina y entrégamelos cuando termines, son urgentes.
Asentí y él salió de mi salón, llevándose las miradas de todos los que estaban dentro.
—Si alguien en el colegio se llega a enterar de que hay algo entre tú y yo, habrá problemas, serios problemas.
—¿Por qué se tendrían que enterar?
—Porque no creo que podamos disimularlo muy bien.
Me equivoqué, al menos él sí podía disimular muy bien, pero los rumores seguían existiendo.
"No encontré otra forma, y dado el caso de que ya no hay motivo para que te acerques a mi oficina durante las siguientes cuatro semanas, me tomé el tiempo de emplear esta, que me pareció la más... ¿Normal?
No me juzgues.
¿Qué quieres hacer esta noche?
-Películas.
-Comida.
-Comida y películas.
-Películas y comida.
-Otra opción: (lo que tú quieras)".
Fue demasiado difícil no sonreír mientras leía todo lo que ese limón había escrito.
Estela. 12:45 am.
Ya te habías tardado.
Elián. 12:50 am.
No quiero ser empalagoso.
Estela. 12:51 am.
Un limón es agrio, no empalagoso.
El timbre indicó la salida y todos empezaron a guardar sus cosas.
Elián. 1:00 pm.
Te llevaré a casa.
Estela. 1:05 pm.
Van a vernos.
Elián. 1:05 pm.
Bien, te esperaré a tres cuadras.
Estela. 1:06 pm.
No te rindes nunca, ¿cierto?
Elián. 1:06 pm.
¿Cuándo has visto a un hombre enamorado rendirse?
Sonreí, detuve mi paso frente a la puerta de su oficina y deslicé el folder por debajo de la puerta.
Estela. 1:08 pm.
Acabo de hacerte llegar los "urgentísimos" documentos que olvidaste hacerme firmar, ¿los ves?
Elián. 1:09 pm.
No he recibido nada.
Mi corazón se paralizó.
Elián. 1:10 pm.
Estoy bromeando, sí me llegaron, y he de admitir que no esperaba esa respuesta, pero es una oferta que no puedo rechazar.
Estela. 1:13 pm.
Te esperaré a tres cuadras, limón, no llegues tarde.
Elián. 1:16 pm.
Ya estoy aquí.
Elián. 1:25 pm.
¿Estela?
—Sean todos bienvenidos —habló Sergey, un hombre robusto y lleno de canas, observándome tanto a mí como a mi hermano.
Fue el jefe de este último durante mucho tiempo. Considerado uno de los hombres más peligrosos de la ciudad, pero él también tenía un jefe, uno a quien no conocía y a quien todos temían por alguna razón.
—Es un honor contar con la presencia de nuestro campeón —palmeó la espalda de Sergio, quien se había mantenido delante de mí, como si quisiera ocultarme de todas las personas que habían asistido—, y su hermana —añadió tomándome de la muñeca con fuerza para jalarme hasta quedar a su par—. Estelita...
Me soltó, caminó ante de todos sus acompañantes y volvió a mirarnos.
—Hace tres años éramos un equipo, ahora somos rivales, ¿por qué nos haces esto, Ferreira? —se dirigió a mi hermano—. Pudimos haber logrado grandes cosas juntos. ¡Pudimos haberlo tenido todo!
Sergio permaneció en silencio, mirándolo con el mismo desafío que recibía.
—Esta es la última vez que te lo pregunto —añadió el viejo—. ¿Aceptas la carrera?
En mi interior, esperaba que él se negara, que pidiera perdón y dejara de aceptar la culpa por algo que yo hice, pero no estaba dispuesto.
—La acepto.
Agaché la cabeza sintiendo una punzada en la parte izquierda de mi pecho y deseos de vomitar.
Sergey hizo una mueca de tristeza que desapareció después de medio segundo. Agarró por el hombro a Julio y también lo acercó.
—Míralo bien —le pidió a mi hermano—, él era tu amigo, ambos eran amigos, no tienen que hacer esto.
—Acepto la carrera, y cuando gane mi deuda quedará cerrada —interrumpió Sergio—, esa es mi última palabra, mi última competencia y mi última conversación con todos ustedes.
Me tomó de la mano; sin embargo, me soltó para regresar y quedar frente al canoso.
—Casi lo olvido —dijo con bastante tranquilidad, pero sin previo aviso le rompió la nariz con un solo puñete—, no vuelvas a acercarte a mi hermana.
Mi corazón comenzó a latir con vehemencia al creer que toda esa gente nos acabaría en un par de segundos, no obstante, nadie dio un paso, sólo se dedicaron a ver al hombre quejarse de dolor.
Mi hermano sujetó mi muñeca otra vez y abrió la puerta.
—La próxima vez que alguien respire siquiera a cien metros alrededor de nosotros no sólo resultará con la nariz rota. —volvió a amenazar.
Me empujó a las afueras de ese lugar y cuando estuvimos lo suficientemente lejos como para que su valentía no flaqueara, empezamos a correr.
Las reglas que establecieron eran claras, no sólo ellos dos competirían, también lo harían otros tres desconocidos; el premio era una fortuna y nadie podía echarse para atrás, sobre todo Sergio, quien si no iba a esa carrera tendría que trabajar para Sergey por tiempo indefinido.
Entramos a casa, él sostuvo los extremos de mi rostro y vio las heridas que sufrí por haberme resistido a que uno de los hombres del canoso me adentrara en su auto durante la salida del colegio.
—Lo siento... —me pegó a él, abrazándome—. Lo siento, Estela. Lo siento mucho.
—Está bien, estoy bien.
—No, no lo estás, estás sangrando.
—Es una herida muy pequeña, estoy bien, de verdad.
—Después de la carrera me iré, yo no debí haber vuelto.
—¿Vas a dejarme sola otra vez? —encaré sintiéndome abrumada—. ¿Eres capaz?
—No hay cosa que yo no haría por ti.
Las lágrimas dieron vueltas por mis ojos al escucharlo repetir lo que yo dije.
Temía estar sola, temía que él esté solo, temía perder a la única familia que me quedaba en todo el miserable mundo.
—No te vayas. —articulé débilmente—. Nadie puede con nosotros cuando estamos juntos. Por favor.
Él no contestó, me respondió el abrazo y nos mantuvimos en silencio.
—Si algo me pasa, ya sabes qué hacer, ¿no? —me preguntó volviendo a quedar frente a mí.
—Sergio...
—Dime que sabes lo que harás —me interrumpió—, y prométeme que lo harás.
—Pero yo...
—Por favor. —insistió con más preocupación.
Tragué saliva y un recuento de todos los momentos duros que ambos atravesamos se cruzó por mi cabeza.
—Si algo te pasa haré lo que me pediste hacer —afirmé con un sabor metálico en el paladar—, lo prometo.
¡Hola! Me gustaría saber cuál es su personaje favorito hasta este punto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro