21 | Sabotaje.
—¡Estelita!
—Hola.
—¿Me trajiste el caracol?
De uno de los bolsillos saqué la pequeña pieza y se la estiré a Agustín.
—¡GRACIAS!
—Sí. No me toques.
—¿Por qué no te quedaste a cenar cuando tú y mi primo volvieron? Mi tía se esforzó mucho en cocinar lo que, según dijo Elián, te gusta.
—¿Qué? ¿Yo? Elián... Elián no me gusta, ¿de qué hablas?
—Hablaba de la comida.
Dejé a un lado el almuerzo y me concentré en Agustín.
—¿Puedes dejarme sola?
—No estás bien, ¿cierto?
—No mientras sigas aquí.
—¿Pasó algo en el viaje? —inquirió entrecerrando los ojos.
—No.
—¿Segura?
—Segura.
—Entonces, ¿qué sucede?
Jamás se lo contaría, estaba decidido, pero al ver a Elián aparecer en medio de la cafetería del colegio no tuve más remedio que solicitar la ayuda del mocoso.
—Esto indica que sí pasó algo.
—Sí, pero no te lo contaré ahora, no dejes que me vea, y tú nunca me viste, ¿escuchaste?
—Nunca te vi.
Él siguió empujando el contenedor de basura que me ayudó a ocultarme hasta que logré salir por la puerta trasera, encontrándome con el mismo muchacho que intentó romper la lista de Hillary, este sólo me miró con odio, no hice caso y empecé a correr, aunque era de suponer que no llegaría tan lejos.
—No soy un acosador, Estela, no quieres hablar conmigo, y lo respeto, pero arrastrarte por el suelo solo para no verme... es un poco exagerado, ¿no crees?
—¿Me llamaste a tu oficina para reclamarme?
—No te estoy reclamando. Únicamente quiero hacerte saber que puedes caminar con tranquilidad cuando yo esté cerca.
—Bueno, gracias.
—¿Hice algo malo?
—No.
—¿Es porque nos besamos?
—¡SHHH! —le tapé los labios, presionándolo contra la pared—. Tu hermana desapareció y yo olvidé que estaba muerta, todo a raíz de eso.
—Buscaremos soluciones.
—No quiero soluciones, yo... No quiero más obligaciones de las que ya he tenido a lo largo de mi vida. Estoy exhausta. Y esto... No debió pasar.
—Intento no agobiarte...
—Pues lo haces. Lo hiciste cuando me dijiste que te gustaba y cuando continuaste el beso... Y también es mi culpa por corresponderte.
—¿Te arrepientes?
—¡No! Quiero decir... —empecé a enrojecerme—. Yo nunca me arrepiento de nada, por muy malo que haya sido.
—¿Eso fue malo?
—Fue un error.
Él siguió observándome, desilusionado. Se acomodó la camisa junto con el saco, me rodeó y caminó hasta la puerta para abrirla.
—Perdón por hacerle perder el tiempo con mis errores, señorita Ferreira, no volverá a pasar.
Tal vez mis leyes sobre el arrepentimiento cambiaron y esa fue la primera vez que me arrepentí de haber dicho una mentira. Salí de su oficina y me encaminé hacia la salida del colegio, con una sensación que me quitaba cualquier rastro de tranquilidad.
Julio no se había aparecido, y, aunque quisiera hacerlo, Alejo se encargaba de regular su cercanía conmigo, así que imaginaba que era un problema menos.
Hillary no se manifestaba, y por más que la llamaba y pedía hablar con ella, no hacía caso. Quería saber qué era lo que ella pensaba respecto a Elián y yo, asimismo, quería saber qué era lo que yo pensaba sobre eso, pero estaba consciente de que se había arruinado, ambos lo habíamos arruinado.
—¿Qué supiste?
—Esto no te va a gustar.
Era un nuevo día, el rostro de Mia mostraba su nerviosismo, y la imagen de mi hermano se me vino a la mente.
Él solía hacer cosas malas, lo creía capaz de todo, pero nunca terminaba de bajarlo del pedestal protector/angelical en el que lo había colocado.
—Sergio estuvo en el taller un día antes de la competencia, en ese mismo taller estaba el auto de Alfredo... Quizá... Quizá pudo ser simple coincidencia.
—Las coincidencias no existen, Mia. Él... Él saboteó a Alfredo... Hizo trampa, ganó con trampa. Alfredo casi muere por su culpa...
—Dejando de lado eso, hay otro factor en común aquí.
—¿Cuál?
—El auto de tu hermano, el que Fermín perdió, resultó a manos de alguien.
—Si es Alfredo, me doy un tiro.
—No, no es Alfredo.
—¿Entonces?
—Es Julio quien lo tiene y lo usará para el trato.
—¿Trato? ¿Qué trato?
—Mandó a retar a Sergio en una carrera, si él gana, se acaba todo, su deuda con Sergey se cancela automáticamente, pero sino... Habrá problemas.
—Dios mío...
—¿Señoritas?
Ambas giramos al oír la voz de Sergio, quien cerró la puerta del apartamento y llegó a nosotras.
—¿Estás bien? —me preguntó extrañado.
Tardé en contestar, hasta que Mia me dio un pequeño empujón con el codo.
—Debo... Debo irme. —me excusé.
Tomé mi mochila y salí sin despedirme.
Caminé hacia el colegio lista para iniciar con las pruebas respecto a la beca, pero sin dejar de pensar en lo que había pasado.
Todo tenía cierto sentido, durante mi cercanía con los Montero supe que el hijo mayor sufrió un accidente, pero no supe que fue en una carrera, y tampoco supe que fue contra mi hermano. Después de eso, Alfredo se fue de la casa dedicándose a administrar las tantas compañías que su padre tenía, hasta que decidió cortar todo tipo de comunicación cuando formó una nueva organización y dejó todas las que estaban en su cargo a los hombros de Elián.
No estaba segura de qué pensar respecto a Sergio, además de eso, no sabía si él aceptaría competir debido a que no me había mencionado el tema.
Aunque quedaban dos asuntos más por resolver, quise detener todo hasta que Hillary volviera, al fin de cuentas, los que quedaban eran muy simples, salvo el último.
—Ahí tienes tres razones para levantarte temprano y llegar al colegio —le dijo una alumna que estaba detrás de mí a otra—, Abraham Montero, Alfredo Montero y Elián Montero.
Ambas empezaron a reír mientras veían a los tres adentrarse en su propia oficina.
Tanto ellas como yo y varios estudiantes más estábamos fuera de los tres despachos, esperando ser entrevistados.
Alfredo había vuelto por alguna razón y se había incorporado en el tema de las becas, probablemente para vengarse de mi hermano por medio de mí, haciendo una mala jugada e influyendo para que yo perdiera cualquier oportunidad de ganar.
—Estela Ferreira —me llamó una de las asistentes.
—Soy yo.
—Tu entrevistador será Elián Montero, ve a su oficina, por favor.
Caminé hasta ella y empecé a susurrar.
—¿Hay la posibilidad de que pueda cambiar de...?
—Imposible. Date prisa.
Negué con la cabeza, me llené de valor y no tuve más remedio que encaminarme hasta esa oficina para enfrentar mis miedos, siendo recibida por él.
—Señorita Ferreira —me saludó.
Quise contestar, pero mi garganta pareció haberse cerrado. Señaló el asiento que estaba frente a él y lo tomé, viéndolo revisar mi expediente.
—¿Por qué quiere la beca?
—Porque no tengo dinero para estudiar por mi cuenta.
—En el caso de obtenerla, ¿se compromete a laborar en el país durante tres años después de culminar su carrera?
—Sí.
—Listo. Es todo, puede irse.
—Pero... Tardaste casi media hora en entrevistar a los demás estudiantes.
—Esas son las preguntas básicas, y ya me las contestó, a menos que quiera perder su tiempo conmigo, lo cual no se lo recomiendo.
Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta con intenciones de abrirla.
—Lo siento.
—No tiene que disculparse.
—No por esto. Por lo que dije, el beso no fue un error, y entiendo que estés enojado, yo también lo estaría, es sólo que... Tengo miedo. No puedo dejarte entrar y darte la libertad de dañarme, así como no quiero dañarte yo, y es difícil, nosotros... ¿No vas a contestar? —cuestioné viendo que su teléfono vibraba y vibraba.
—No es importante.
—¿Cómo puedes saber que no lo es si no has contestado?
—Es de mala educación atender llamadas cuando...
—Contesta, ¿quieres?
Él me dio una mirada seria y atendió el teléfono.
Era su madre, no supe de qué hablaron, pero él sonrió cuando ella se despidió.
—Es una costumbre que ella tiene —me explicó—. Se despide y nunca corta la llamada, creyendo que, con sólo decir "adiós", la otra persona ya no la seguirá oyendo.
Yo también sonreí, pero volví a mi seriedad, más bien, melancolía, o confusión, o lo que fuera que estuviera sintiendo. Ese hombre me causaba muchas cosas.
—Para mí tampoco es fácil, Estela, y no tienes que explicármelo, lo entiendo.
—Pero estás molesto...
—¿Por qué piensas que lo estoy?
—Me has evitado.
—Dijiste que estabas exhausta. Quería darte un descanso de mí.
—No me refería a nosotros, me refería a lo que me ha desgastado antes de conocerte, todo lo que es contrario a ti. Tú jamás podrías cansarme.
—¿Y por qué piensas que tú a mí sí?
—Porque somos diferentes.
—No veo ningún problema en eso.
—Tal vez no ahora, pero lo verás, y quizá sea tarde cuando lo hagas... ¿Por qué sonríes?
—Imagino el momento en el que te demuestre todo lo contrario.
Me crucé de brazos manteniendo mi seriedad.
—¿Ya no estás molesto?
—Nunca estuve molesto.
—Pero me hablas con formalidad, haciéndome sentir extraña.
—Así es como debo tratar a los estudiantes.
—No me gusta.
—No me digas —inquirió acercándose a mí para acorralarme contra su escritorio—, entonces, ¿qué es lo que te gusta?
—Tú. —contesté apenas quedamos frente a frente—. Me gustas tú.
—Eso no es políticamente correcto si nos regimos por los códigos que hay en este colegio —argumentó pegándose más—, pero tú también me gustas.
Sus brazos envolvieron mi cintura para levantar mi cuerpo y hacerme sentar sobre el escritorio. Por mi parte, tomé los extremos de su rostro y tiré de él para besar sus labios.
—Te dejo trabajar. —manifesté, aunque no me aparté.
—De hecho, las entrevistas están calculadas para que duren exactamente treinta minutos. Nos quedan veinticinco minutos ahora mismo.
—¿Y pensabas echarme a los diez minutos de entrevista, Elián Montero?
—Si de esa manera conseguía que no estuvieras nerviosa por mi presencia, sí.
—¿Y qué planeabas hacer los veinte minutos restantes?
—Buscar una excusa para hacerte regresar.
Empecé a reír.
—¿Qué es lo que hace tu hermano aquí?
—Es complicado.
—¿Debo preocuparme?
—No, por ahora.
Asentí.
—Ahora dime, aún no me desbloqueas de las llamadas, ¿debo seguir entrenando lechuzas?
Finalmente, mi cuerpo tomó centímetros de distancia del suyo al bajar del escritorio.
—Esto no está bien, Elián.
—¿Está mal querer estar con alguien que te hace ser mejor?
—Hay muchas cosas que están en contra de nosotros, incluso no sabemos qué tan real sea, me gustaba ser tu amiga, pero si todo acaba mal ni siquiera llegaremos a ser conocidos.
—Acabará mal si dejamos que acabe mal.
—Pero los demás...
—Los demás sólo son adornos, Estela, no tienen poder sobre ti ni sobre mí.
—¿Y tu hermana?
—Mi hermana volverá, la esperaremos, hablarás con ella y sabrás que tu preocupación no tiene que seguir.
Volví a asentir, él me dio otro beso y me vi en la obligación de no ocultar más cosas.
—Hay algo que no sabes —dije sintiéndome terrible al recordar a Sergio—, es sobre mi hermano y sobre Alfredo.
—¿Ellos se conocen?
—Sí, y no se llevan muy bien.
—No es raro, Alfredo puede ser un poco antipático, pero en el fondo es bueno.
—No, hay algo detrás...
—¿Qué cosa?
La puerta nos sobresaltó. Él volvió a acomodarse la camisa y se acercó a abrirla, dejando ver el rostro de Alfredo.
—¿Interrumpo? —cuestionó este entrando.
—No, yo ya estaba por irme —contesté caminando hacia la salida—. Gracias, Elián.
—Hasta más tarde, Ferreira.
Escuché la puerta ser cerrada, y, a la salida del colegio, el mensaje de Elián llegó, pidiéndome vernos en su casa durante la tarde.
Antes de poder contestar giré al escuchar unos pasos, sólo para encontrarme con las calles vacías, pero por mi experiencia al siempre ser el blanco de amenazas por culpa de Sergio, tenía claro que alguien me estaba siguiendo.
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