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18 | Sexto asunto.

—Sabes que esto no es necesario, limón...

—No me diste tiempo de conseguir un pastel decente, Ferreira, y aprovechando el sexto asunto, lo reemplacé con algo mejor.

—¿Con un pescado?

—Lo que cuenta es la intención.

Volví a observarlo sosteniendo el pescado que había capturado minutos antes mientras estábamos en el bote, cumpliendo el sexto asunto:

6. Pescar.

—No puedo creer que estés haciendo esto —me burlé al ver que el pescado tenía un fósforo dentro.

—Sopla la "vela".

Amarré mi cabello y me acerqué hasta el fósforo para apagarlo.

—¡A comer!

—A comer. —dijo él, sin saber que coincidió con su hermana—. Estoy jugando, primero tenemos que cocinarlo.

—¿Quién dijo que era un juego?

Volví a reír mientras llegábamos hasta la orilla.

Él fue con uno de los cocineros y le entregó el pescado, luego regresó a mí para tomar asiento en un tronco caído.

—Eso es lo más raro que he hecho en mi vida —comenté.

—¿Pescar?

—Tener un pescado como pastel de cumpleaños.

—Agradécele a mi ingenio.

Negué con la cabeza y volví a mirar el lago.

—Es mi cumpleaños, mamá.

—¿Quién querría celebrar el hecho de que estés aquí?

—Yo.

Y eso había cambiado.

Incluso yo ya no quería seguir ahí, no desde el último cumpleaños que celebré, el mismo día en el que ella intentó suicidarse.

—¿Estás bien?

—Sí.

—No es cierto, tus ojos están llorosos, tu tono de voz cambió, y lo más importante... Estás callada.

—No me gustan los cumpleaños.

—¿Por qué?

—¿Por qué celebraría haber estado aquí un año más?

—Porque es un regalo que le das a todos los que te rodean. Tenerte.

—No me hagas sentir como si fuera especial, limón. Sólo soy una persona, o lo que queda de ella.

—¿Por qué no intentamos reconstruirte?

—Estamos hablando de una niña que tuvo desgracias apenas nació. Además... ¿Intentamos? Nadie más que yo puede hacerlo, y ese es el problema, no quiero hacerlo.

—Pero no puedes seguir viviendo así.

—Sólo es dolor, Elián, te acostumbras a él, incluso formas anticuerpos para sobrellevarlo.

—¿Y qué pasará cuando un día él te domine? —me cuestionó con seriedad—. Cuando no puedas huir de él o cuando tus anticuerpos se acaben. ¿Qué harás?

—Esperaré que me recuerden. Y me esforzaré en dejar una lista.

—Estás tan mal, Estela. —dijo molesto—. Tus pensamientos, tu resignación, tu ceguera. Todo eso lastima a las personas que te quieren, pero no es suficiente motivo para incentivarte a sanar, ¿cierto? Ningún motivo será suficiente para ti.

Se puso de pie y caminó hasta el cocinero, dejándome sola.

Feliz cumpleaños, Estela.

Limpié mis párpados al recordar todos los cumpleaños solitarios que pasé, y me dispuse a ver el mensaje de Sergio, más bien la fotografía de él junto a todo nuestro grupo de amigos reunidos en mi nombre.

—Perdón por haberme ido.

—Está bien, lo entiendo, tú no pudiste elegir.

—Pero tú sí puedes hacerlo. Puedes elegir quedarte.

—El mundo no se detendrá si me quedo o me voy, Hill, mi existencia es insignificante, igual a la de todos. Sin embargo, no tienes que preocuparte, desde hace mucho decidí quedarme, por Sergio, por mí.

—¿Y por qué le dijiste eso a mi hermano?

—Porque me está colocando en un pedestal de "guerrera" que no me pertenece. No es así, yo voy a arruinarlo, a él y a todo el que se me acerque.

—Escúchate, hablas igual que tu mamá. Ella estaba loca, Estela, no sabía nada de ti, ni siquiera te conocía. Tú sí te conoces, sabes de lo que eres capaz, jamás arruinarías a nadie, ni siquiera a Elián.

Tragué saliva.

—¿Y qué pasa si él me arruina a mí?

Ella ya no contestó.

Él volvió hasta mí y me estiró uno de los dos platos con la mitad del pescado cocinado. Buscamos una mesa a lo lejos, viendo que todas estaban ocupadas por turistas como nosotros.

—¡Oigan! —ofreció una muchacha alzando la mano—. ¡Aquí hay espacio!

Elián me observó esperando que fuera yo quien decidiera qué hacer. Me encogí de hombros y continué caminando, simulando no haber escuchado a la chica.

Llegué hasta un nuevo tronco y empecé a comer en completo silencio a pesar de que no tenía hambre.

—Estela —me llamó él. Alcé los ojos en su dirección y no pude mantenerle la mirada—. Lo siento.

—Está bien.

—No, no lo está, yo no debí hablarte así. Pero, aunque sé que no era la manera, en el fondo es verdad. Sólo quisiera que lo entiendas.

—La gente sufre por mi incapacidad de no dejar atrás mis traumas. Lo entiendo.

—No quise darte a entender eso, intento ayudarte.

—¿Y por qué querrías ayudarme?

—Porque tú lo hiciste conmigo y porque...

—No tienes que devolverme el favor, estoy bien.

—No sólo es el favor. Tú eres... Eres... Grandiosa.

Mi entrecejo se fue frunciendo poco a poco.

—Quiero que lo notes —continuó.

—Notarlo o no, ¿eso en qué ayudaría?

—Te permitiría entender que... —cortó su oración—. Que tú me estás empezando a g...

—Oigan... —lo interrumpió la misma joven que nos había llamado—. Hay espacio en nuestra mesa, pueden venir con nosotros si quieren.

—No queremos molestar —le contesté, ansiosa porque se fuera y él me quitara la intriga.

—Por favor, no es molestia.

—¿Sabes? Eres muy amable, gracias.

Elián se puso de pie y comenzó a seguirla, haciéndome una señal con la cabeza para que hiciera lo mismo.

No entendí, así que no tuve más remedio que llegar hasta la mesa circular en donde había cuatro muchachos.

Todos se presentaron. Pablo, un castaño de ojos marrones explícitamente claros, Rebecca, su novia recién llegada del extranjero, Amy, hermana menor de Rebecca y quien era la buena samaritana que se nos acercó, y Dorian, primo de Pablo.

Elián también se tomó la libertad de presentarse tanto a él como a mí.

—¿Están de visita o viven aquí?

—De visita —contestó Elián con rapidez, confundiéndome aún más debido a la comodidad fingida que se esforzó en mostrar.

—¿Cuánto tiempo se quedarán?

—Un par de días más.

—¿Y qué planean hacer durante ese par de días?

—Muchas cosas.

—¿Y para esta noche? —inquirió Pablo—. ¿Tienen planes?

—Bueno... No del todo.

—Hay un festival de música con entrada libre, tal vez quieran acompañarnos.

Elián regresó a mirarme, pero yo tenía los ojos enfocados en mi plato intacto.

—Claro, lo conversaremos y les avisaremos.

Todos asintieron y continuaron hablando.

—¿Cuál dijiste que era tu nombre? —me preguntó Dorian en voz baja, ya que estaba a mi lado.

—Estela.

—Estela. Es un bonito nombre.

—Tengo novio y un hijo que me está esperando en casa, ni siquiera lo intentes —me adelanté al ver su media sonrisita coqueta.

—¿Él es el novio? —se refirió a Elián, quien seguía conversando con los demás.

—No.

—¿Y por qué has venido aquí con él si se supone que tienes novio, picarona?

—¿Está mal?

—No dije eso. —se defendió. Bebió un trago de su limonada y siguió—. Simplemente no parecen sólo amigos, al menos no cuando se miran.

Me petrifiqué.

—Pues lo somos.

—De acuerdo, lo son.

Estuvo en silencio, pero, para mi desgracia, duró poco.

—Imagino que Elián no es del total agrado de tu novio. ¿No es así?

—¿Por qué no lo sería?

—Simple. Yo en su lugar no estaría muy cómodo si otro hombre mirara a mi novia como si fuera lo único que existe en su universo.

Hillary se había mantenido a mi par y su sonrisa fue borrándose gradualmente.

Me vi en la necesidad de tomar tragos enormes de agua para intentar despejar mi pecho de lo que fuera lo que empezó a sentir.

—No me digas que no has notado cómo te mira Elián —volvió a decir.

—No.

—¡Ja! Y después dicen que los hombres somos los distraídos.

—Te estás confundiendo, él y yo somos amigos, y nuestras miradas... Siempre son así. Normales.

—Él te gusta —me interrumpió—, y tú le gustas a él.

—No, no es cierto.

Mi amiga dejó de observarme y empezó a mirar a su hermano.

—Él y yo somos amigos —repetí no para aclarárselo al tipo sino a ella.

Pero de nada sirvió, pareció quedarse estática, y, de un segundo a otro, fue esfumándose.

No es cierto. Él no me gusta. Yo no le gusto.

Terminé de comer y me alejé del grupo.

—Hill —la llamé, pero no se presentó—. Él se equivocó, vio mal, tu hermano... Es mi amigo, siempre será mi amigo, sólo eso.

Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas y su ausencia comenzó a hacerme sentir miserable.

—Te lo prometo.

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