08 | Condenado.
—Yo... Yo...
—Casi dos semanas sin saber de ti, Estela, llegué a pensar que dejaste de ver a mi hermana.
—No, yo... Tuve contratiempos.
—¿De esos que te hacen bloquearme de todas las redes sociales, incluyendo mensajería y llamadas?
—Parecido.
Él esbozó una sonrisa y ladeó la cabeza, invitándome a pasar.
—Aquí estoy bien.
—Está garuando, vas a mojarte.
—Me gusta mojarme.
—Vamos a ver... —volvió a quedar frente a mí—. ¿Qué es lo que pasa?
—Eso es lo que yo quiero saber.
Sus ojos se abrieron mostrando más sus iris verdosos llenos de sorpresa.
—Entonces, me dejas plantado en las carreras, desapareces, te niegas en hablar conmigo, me haces entrenar una lechuza en vano, ¿y vienes a pedir explicaciones?
—No, yo... Espera, ¿lechuza?
Su diversión volvió a aparecer y entendí que sólo intentaba distraerme.
—Oí algo de ti.
No pareció sorprenderse.
—Pasa, hablemos dentro.
—No voy a pasar.
—Si de algo te sirve, Agustín está en su habitación, puedes gritar y él podrá ayudarte.
—Una piedra sería de más ayuda.
Apretó los labios, como si quisiera volver a sonreír, pero se contuvo. Me hizo una señal con la mano y no tuve más remedio que entrar.
Nos sentamos sobre uno de los muebles, él delante y yo, por supuesto, cerca de la puerta.
—¿Qué oíste de mí?
Dudé, pero estaba dispuesta a dejar los rodeos de lado.
—Es sobre esa chica.
—Creo estar seguro de haber conocido a muchas chicas en mi vida.
—La chica a la que...
—¿A la qué?
—A la que Zander, tu amigo, violó.
Su rostro empezó a palidecer, al minuto escuchamos un auto llegar.
—Maldición.
—¿Tus padres?
—Sí.
No me preocupé, después de todo, no habíamos salido y no estábamos completamente solos.
—¿Qué haces?
—No deben verte aquí.
—¿Por qué?
—Después te explico.
Llegó hasta la puerta de su habitación y me metió dentro.
—Quédate, y quieta, ¿oíste? Inmóvil.
Apenas salió, me convertí en un rayo que revisó hasta los rincones llenos de telarañas, intentando encontrar algún indicio alarmante, pero sólo me topé con un montón de cajas llenas de fotografías en las que sólo estaban él y Hillary.
—Si mi hijo dice que no lo sabía, pues no lo sabía, yo le creo. —oí la voz de su madre.
—¡Él llevó a esa chica en su auto! —encaró el padre.
—¡Por amabilidad! ¡Maldita sea! ¿Cómo voy a adivinar lo que pasó, papá? ¡Jamás me lo dijo!
—Mi hijo ya ha pasado por mucho, Abraham, él es inocente.
—Claro que es inocente, a los ojos de una madre todos los hijos son inocentes.
—No perderé el tiempo con esto otra vez, lo que sea que pase, me da exactamente igual. —escupió Elián.
—¡Eso! Deslígate de las responsabilidades, ¡muy bien, hombre!
—Me desligo de ti, papá. Lo que digo es verdad, yo no le hice nada, yo no sabía lo que le pasó, sólo la llevé a su casa, pero ella nunca me dijo lo que le habían hecho. Y si no quieres creerme, está bien, no hay nada más que yo pueda hacer.
—¿Sabes qué? Yo también quisiera desligarme de ti. ¡Pero no! Aquí me tienes, dando la cara por tus marranadas.
—Abraham...
—¡No te voy a seguir defendiendo, Elián! ¡¿Oíste?! Olvida esto, el proyecto, la universidad, la vida que tenías. ¡No lo mereces! ¡Nunca lo has merecido! ¡Y mañana mismo te quiero fuera de esta casa!
—¡ABRAHAM!
—¡No lo volveré a repetir!
—¡Auch!
Mi cabeza rebotó con la madera de la puerta apenas fue abierta. Él ya había llegado a la habitación, ignorando a su padre.
—Te ayudaré a salir por la ventana.
—¡¿QUÉ?!
—Y baja la voz, si te encuentran aquí tal vez llamen a la policía acusándome de secuestro.
—¿Sí participaste en lo de esa chica?
—No quiero hablar de esto ahora, ¿vas a salir o no?
Me acerqué a la ventana evaluando la situación.
—Le temo a las alturas. —mentí. Honestamente no quería irme, no cuando sabía que, si lo hacía, quizá nunca más me atrevería a volver.
Él cerró los ojos y suspiró.
—Entonces espera a que todos se duerman.
Me dio la espalda y se metió en el baño, del cual regresó con una remera diferente.
—¿Qué pasó?
—Eso no te importa.
—No, pero a tu hermana sí, ella es la que me obligó a venir y sacarte toda la información posible, porque, según, no quiere tener falsas ideas sobre ti.
—Es inútil, a quien quiero escuchar es a ella, no a ti.
—Eso dolió más que el golpe en la cabeza.
Volvió a sonreír levemente, dejando que me sentara sobre la cama junto a él, sin tener idea de cómo iniciar la conversación.
—¿Sí lo hiciste?
Esperé que se enojara otra vez, pero no lo hizo a pesar de seguir enfadado por la discusión anterior.
—¿Cómo se te ocurre? De haberlo hecho yo mismo me habría entregado.
—¿Y por qué te involucran?
Suspiró y dirigió los ojos a la ventana para después enfocarlos en mí.
—No debes decírselo a nadie, ¿entendiste?
Asentí, lista para escucharlo.
—Fue hace tres años, cuando yo tenía dieciséis. Era diciembre, el año estaba por terminar y mi primer año de universidad también, todos en la facultad nos organizamos para hacer un campamento. Zander y yo éramos amigos desde hace varios años atrás, solía verlo como mi hermano, ya sabes, una persona confiable, así que no me alarmé cuando me dijo que le gustaba una muchacha. Ya en la casa en donde íbamos a quedarnos, todos nos distribuimos en habitaciones, yo dormí solo, no me gustaba la idea de tener que compartir lugar con alguien más y las habitaciones sobraban, así que no había problema. Una noche antes de irnos hicieron una fiesta en la piscina de la casa, no me emborraché si es lo que estás empezando a suponer, no soy muy amigo del alcohol. Durante un rato todo estuvo bien, Zander y la chica estaban juntos, así como había otras parejas, todas subían a los cuartos de vez en cuando para tener más privacidad, eso hicieron ellos, pero yo nunca noté ninguna señal sobre sus intenciones, además de que una llamada me distrajo, hasta que me aburrí y decidí regresar a mi habitación, pero antes de entrar pude escuchar golpes en la madera; sin embargo, no identifiqué de qué cuarto provenían, así que creí que ese tipo de cosas son bruscas, o simplemente algo se cayó. Entonces me encerré y dormí.
Se tomó un tiempo para respirar, sin despegar sus ojos del piso.
—Desperté y la mayoría ya estaban listos para irse, incluso muchos ya se habían ido, incluyendo Zander. Yo fui el único que se quedó hasta el final, me tomé el tiempo de revisar los cuartos, asegurándome de que nadie hubiera olvidado nada, y ahí la encontré, sobre la cama, llorando —tragó saliva—. No me miraba, me pedía que la deje sola, pero la convencí de ir conmigo porque, irónicamente, pensé que si la dejaba algo malo le podía pasar.
Sonrió, como si quisiera matarse a sí mismo.
—Subimos a mi auto y la dejé en su casa, durante todo el camino intenté saber qué era lo que pasaba y porqué estaba tan afectada, como excusa me dijo que Zander había cortado con ella, y, no te sorprendas, pero sí le creí, no era raro de él. No insistí, así que nos despedimos y ella entró. Dos meses después, un abogado contratado por el padre de Zander llegó a mi casa, diciéndome que todo estaba arreglado y un montón de tonterías que yo no entendía. No fue cuatro meses después que supe lo que pasó. Él la había violado y nadie, ni siquiera yo, había podido ayudarla. Ella gritó mucho, y no la escuchamos. El golpe que oí, estoy seguro de que fue de esa habitación.
No supe qué decir, por lo tanto, estuvimos en silencio varios minutos en los que él era consolado por su hermana, pero tampoco podía sentirla.
—¿Tus padres lo saben?
—Sí.
—Pero tu papá...
—Es inútil convencerlo. Escuchó la versión de los testigos, así que desde hace mucho tiempo dejé de ser su hijo.
—¿Cuál es la versión de los testigos?
—Que todos lo planeamos en conjunto, que sabíamos lo que iba a pasar y por eso nadie fue a ayudarla, y, como a mí fue al último que vieron con ella, creen que yo también lo hice.
—Pero ella puede desmentirlo, puede decir que tú no le hiciste nada.
—No voy a exponerla a eso sólo por descargarme cierta responsabilidad, la merezco después de todo, yo no la ayudé.
—Tú no lo sabías, Elián, no es justo que te responsabilices por no haberlo sabido.
—Ella era mi amiga, confiaba en mí, yo debía cuidarla y no lo hice, dejé que la lastimaran.
No encontré forma de consolarlo.
—Siento mucho que todo haya pasado así.
Él sólo me observó en silencio.
—¿Por eso desapareciste? ¿Tú también creíste que yo lo hice? —me preguntó.
—Si lo hubiera creído por completo no estaría aquí, ¿no te parece?
—¿Cómo te enteraste? ¿Quién te lo dijo?
—Fue aquel día, en la pista de carreras, oí algunas conversaciones y luego... Te vi con aquellos muchachos.
—Entonces, ¿nunca me dejaste plantado? ¿sí fuiste?
Me encogí de hombros, asintiendo.
—No estaba con ellos porque yo quisiera —me respondió—, apenas llegué iba a llamarte, pero Zander apareció junto a los demás y se las arreglaron para acorralarme entre todos y encararme el hecho de que me haya alejado de ellos. No son buenas personas, Estela, todo lo que pasó sólo les pareció una broma, lo correcto era alejarme, pero al mismo tiempo también hubo personas que decidieron no creerme y alejarse de mí.
Un sentimiento de tristeza se me incrustó en el corazón, saber que aún tres años después de lo que pasó Elián seguía atormentado me hizo sentir peor conmigo misma debido a la cantidad de veces en las que lo juzgué a causa de su mal humor.
—Mis encuentros con Zander siempre terminan con uno de los dos sangrando, aunque también soy enemigo de la violencia, pero eso no aplica con él. Ese día creí que tú llegarías y no quería más peleas, no frente a ti. Iba a retirarme, hasta que llegaron otros tipos y todo se desató, empezaron a golpearse y esparcir sangre por el sitio, yo di media vuelta y busqué otro lugar en donde esperarte, pero nunca llegaste, es decir, nunca te acercaste.
—Lo siento...
—Está bien, estabas en todo tu derecho.
—Entonces tú no eres culpable. —afirmé.
—Yo no cometí el delito directamente, así que no. Ante la justicia no soy culpable, pero ante mis principios he recibido una cadena perpetua que es difícil perdonar.
—¿La has vuelto a ver?
—No. Sólo tengo su nueva dirección, vive en un pueblito, a media hora de aquí, pero jamás tendría la valentía suficiente para ir con ella.
—Pero eso no significa que no quieras ir.
—Claro que quiero ir.
—Entonces vamos.
—¡¿QUÉ?!
—Yo puedo acompañarte, no puede ser tan malo.
—¿Pero tú estás loca? ¿Tienes idea de lo que me haría su familia si me ve? ¡No regresaría vivo!
—Se nos ocurrirá algo.
—No, no y no. Tal vez cuando me vea se le remuevan los recuerdos y termine arruinando todo otra vez.
—Pero pedirás perdón, Elián, lo necesitas.
—Yo necesito salir de esta casa.
—No voy a meterme en eso, si quieres irte, hazlo, pero no puedes continuar cargando una culpa que no va a dejarte vivir.
—No puedo aparecer de la nada, creerá que le haré daño o algo por el estilo.
—¿Y por qué supones que iré yo? No pienso aventarte a la boca del lobo y mirar de lejos, puedo ser de mucha ayuda cuando me lo propongo. Tú me estás ayudando, te ayudaré también.
—No lo sé...
—Relájate esta noche, mañana podrás pensarlo mejor.
—¿Tú crees?
—Estoy segura.
Asintió, me puse de pie y le estiré la mano.
—Nos vemos mañana.
—En realidad, es muy tarde para...
La puerta se abrió, interrumpiéndolo y empujando mi cuerpo detrás de la madera, obligándome a permanecer quieta.
—Elián...
—Ma-mamá.
Elián me dirigió una mirada tensa con la que me indicó no moverme.
—¿Qué haces?
—Temía que hayas empezado a empacar.
—No... Yo... Lo haré mañana.
El rostro de la señora se tornó serio.
—Tu padre sólo estaba enojado, jamás querría que estuvieras lejos de nosotros.
—No, tranquila, esta es una buena oportunidad para independizarme.
—¿Y dejarme sola?
—No estarás sola, Agustín puede acompañarte.
—No es lo mismo. Yo... No quiero que te vayas, tu hermana no está y yo... Ella era mi niña, la que me acompañaría cuando tú y Alfredo se fueran, y la que haría lo mismo cuando tuviera edad, pero... Ella se fue para siempre, y me siento tan sola...
—Mamá...
—No quiero quitarte tus deseos de independizarte, eres un hombre muy inteligente, podrías seguir adelante solo si quisieras, pero, pronto vas a cumplir veinte, regálame un año más de ti.
—Tú tienes toda mi vida, no tienes que pedírmelo.
La señora besó su cabeza y lo abrazó.
—Gracias, gracias, te amo, muchísimo. Tú no eres nada de lo que otros dicen ¿de acuerdo? No lo sabías, no fue tu culpa.
Él asintió sin contestar con ninguna palabra. La señora siguió acariciando su cabeza hasta que se puso de pie, volvió a abrazarlo y se fue, permitiéndome respirar.
—Así que el hombre independiente ya no será independiente.
—Todo lo que tus ojos ven me lo he comprado yo solo, así que no te burles.
No hice caso y di media vuelta.
—¿A dónde vas?
—A un hipódromo que está muy cerca... ¡Pues a mi casa! ¿A dónde más?
—¿Ya viste la hora, Ferreira? Una de la madrugada. Tú no vas a ir a ningún lado.
—¿Cómo que no?
—Te quedarás aquí hasta que amanezca y sea seguro.
—¡¿Estás demente?!
—Lo estaría si te dejara salir.
—No, no, no, van a matarme...
—Dame el teléfono de tus padres, yo hablo con ellos.
—De mis... ¡No! Yo estaré bien.
—Ya cometí este tipo de error una vez, Estela. No vuelvas a condenarme.
Se me formó un nudo en la garganta.
—Bien, llamaré para avisar.
Caminé hacia el baño y me encerré. Respiré, marqué el número y oí la voz de mi hermano.
—Vaya, hasta que la señorita se acuerda de que tiene un hogar a donde llamar y un hermano a quien despreocupar.
—Perdón...
—¿En dónde estás?
—Me quedaré en la casa de una amiga, te veré mañana.
—¡¿QUÉ?!
—Eso, me quedaré en casa de una amiga.
—Oh, claro, no hay problema, aquí te esperaré, sentado... ¡TE QUIERO AQUÍ EN DIEZ MINUTOS!
—No lo entiendes, no puedo salir, si sus padres se enteran de que estoy aquí van a matarnos a las dos.
—Dime la verdad, Estela, ¿dónde estás y qué estás haciendo?
—No me creas si no quieres, pero es la verdad.
—Dame la dirección.
—¿Para que mandes a tus amigos por mí? No, ya he pasado suficiente vergüenza.
Lo escuché respirar, buscando calmarse.
—Si mañana al amanecer no estás aquí, vas a lamentar haber despertado a Sergio Ferreira de hace tres años, Estela, te lo advierto.
—Mañana al anochecer, entendido.
—¡AMANECER!
—Adiós, Sergio Ferreira.
—¡VOY A SACARTE LOS SESOS!
Corté y me miré al espejo.
¿En qué me he metido?
—En el baño de mi hermano y pronto en su cama.
—Desaparece, ¿quieres?
—No es en el mal sentido, lo conozco, él te ofrecerá dormir en su cama, pero no te puedo asegurar que sea junto a él.
Apreté los puños, abrí la puerta y lo comprobé.
—Dormirás en mi cama.
—¿Y tú?
—Tengo un saco de dormir aparte.
—Pero dormir en el piso no es muy cómodo... ¿Sabes? Mi casa no está muy lejos.
—Pierdes el tiempo insistiendo, Estela, ahora acuéstate y duérmete.
—Odio que me den órdenes.
—Y yo odio que no obedezcan mis órdenes. Buenas noches.
Se metió en la bolsa azul y deslizó el cierre, convirtiéndose en algo muy parecido a una momia.
Me saqué la chaqueta, descubrí la cama y me recosté, empezando a sonrojarme por estar viviendo una situación que sólo había visto en películas o en uno que otro libro, en los que todo parecía muy lindo, pero en realidad... ¡No lo es! Es incómodo y vergonzoso usar la cama de un chico a quien no conoces del todo y pasar toda la noche cerca de él, con el miedo de emitir sonidos raros que pueda usar en tu contra a la mañana siguiente.
Me costó dormirme, y cuando lo logré, no fue por mucho, ya que su alarma me espantó, provocando que vuelva a golpear mi cabeza.
—Buenos días.
—¿Despiertas antes de que esa tontería suene o lo has hecho para impresionarme?
Alzó una ceja y pareció querer reír.
—Suelo hacerlo antes de que suene, la segunda opción es ridícula, tú no te impresionarías con algo así, y, lo más importante, ¿por qué querría impresionarte?
—Estela Estelita cayendo en sus propias trampas versión 249.
—Preparé el desayuno, te espero abajo.
Asentí, salí de la cama, volví a acomodarla, me puse los zapatos y bajé hasta la cocina, siendo recibida por los ojos marrones de Agustín, quien dejó caer su pan cuando me vio.
—¿Ustedes durmieron juntos? —inquirió.
—Sí.
Los labios se le abrieron más.
—¡VOY A MATARTE! —fue contra su primo.
—Oye, oye, oye... Relájate, no es lo que piensas, y aunque así fuera, no te importa, ¿qué no estabas saliendo con una bella muchacha?
—Ah, así que por eso lo hiciste, querías desquitarte, ya decía yo, las bonitas son las más vengativas.
Elián sonrió sin hacer caso a nuestra pelea, me estiró una taza de café que bebí en menos de un parpadeo y proseguí a despedirme.
—Llevaré el recuerdo de tu traición en mi corazón siempre, Estela Ferreira. Pudimos haber sido una bonita pareja, pero sé perder ¿sabes? Si eres feliz con el insípido de mi primo, lo acepto.
—Hay tanto drama que creo que voy a vomitar. Adiós.
Agustín siguió con su seriedad, yo terminé de agradecer y me alejé, aprovechando que los padres no estaban.
Llegué al apartamento, subí en silencio, abrí la puerta, y antes de cruzarla, un dardo se incrustó en el marco, muy cerca de mí.
—Hermanita.
—Creo que tenías razón, tu versión de hace tres años ha regresado, volveré cuando se haya ido.
Quise cerrar la puerta de nuevo, pero él parecía haber sido criado por ninjas, tanto así que de un sólo movimiento me adentró en la casa y cerró con llave.
—¿Cuál es su nombre?
—¿Qué?
—Del hombre con el que pasaste la noche y cuyo olor se te pegó en la ropa. ¿Cómo se llama?
—¿Hombre? ¿Qué hombre?
—¿Sabes que odio que me mientan?
—No, pero es un dato muy interesante para empezar la mañana. Que tengas buen día.
—¿Te cuidaste al menos?
—¿Por qué piensas que yo...? ¡No! Sí pasé la noche con un hombre, pero no sucedió nada que cruzara la línea de amistad, aunque ni siquiera sé si somos amigos.
—¿Me dirás cómo se llama?
—No es importante.
—Si no me lo dices voy a averiguarlo por mi cuenta.
—Hazlo.
Él sonrió y tomó sus llaves.
—Como quieras.
Oh, no.
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