04 | La lista.
Decidí saltarme las dos primeras clases de esa nueva mañana para esconderme en los patios traseros del colegio y analizar más a detalle la lista de esos asuntos.
—En ella enumero todas las cosas peligrosas que debía hacer antes de morir. La idea era tachar lo que logré.
—Pero no has tachado nada.
—Porque no hice nada, inteligente.
—¡Dios mío! ¿Querías saltar en paracaídas? ¡¿Estás loca?!
—No me juzgues, la adrenalina es muy satisfactoria.
—Entonces, ¿esto es lo que debía encontrar? ¿tengo que cumplir todo?
—Esos son mis asuntos pendientes, sólo así te dejaré tranquila. Supongo.
Tragué saliva y volví a leer la lista, enfocándome en el primer asunto:
1. Saltar en paracaídas.
—¡Qué tenemos aquí!
Vi la hoja ser arranchada de mis manos por el amigo del mismo muchacho al que golpeé defendiendo a Hillary hace varios meses.
—¿Cartas de tus admiradores, Ferreira?
—¡Dámela!
Fui contra él, pero aprovechó su altura para hacer imposible mi tarea de quitársela.
—¿Quién fue el ciego que te la dio?
—¡DÁMELA!
—¿Quieres ver lo que hago?
—¡NO! —lo detuve antes de que la rompiera—. Por favor...
—Oh, eso es nuevo —mofó ignorando mi rostro preocupado—, Estela Ferreira pidiéndome «por favor».
—Mis problemas no son contigo.
—Hiciste que expulsaran a mi amigo, por tu culpa se llevó la paliza de su padre y resultó con el brazo roto, eso sin contar que la nariz se la rompiste tú.
—Es completamente ilógico que te inmiscuyas en esto, yo sólo me defendí.
El grandulón volvió a sonreír con despreocupación.
—¿La quieres? —me preguntó divertido moviendo el cuaderno de un lado a otro.
—¡Basta!
—Dime, ¿La quieres? ¿Quieres que te la dé?
—¿Interrumpo?
Todos giramos ante la voz gruesa.
—¡Elián Montero! —lo saludó el tipo—. Para nada, hombre, ven con nosotros. ¿Quieres hablar de matemáticas?
—En realidad, me gustaría hablar sobre la solicitud que presentaste para evitar repetir el año por tercera vez.
Fue entonces que el rostro del gigantón pasó de ser divertido a estar avergonzado.
—Esta es la ficha que debes llenar —continuó Elián ocultando la satisfacción en sus ojos—, necesitaba una de tus firmas para validarla, así que me tomé la molestia de llegar a ti y pedírtela personalmente.
El indeseable estiró una de sus manos, queriendo tomar el documento, y cuando estuvo a punto de hacerlo, el hermano de Hillary lo retiró de repente.
—¿Lo quieres?
—No te atrevas.
—¿No es lo mismo que tú estabas haciendo hace un minuto?
—Ferreira y yo sólo estábamos jugando. —aseguró. Regresó a mirarme y con una sonrisa fingida, pidió ayuda—. ¿No es así, Estela?
—Mientes. —articulé sin piedad.
Y luego de decirlo, un suspiro ahogado se me escapó al verlo arrojar el diario sobre un charco de lodo.
Sólo se trataba de un cuaderno, pero eso fue lo único que bastó para que cada una de mis extremidades se congelara hasta doler.
—Ve por tus cosas y retírate —ordenó Elián mientras la rabia se le desprendía por los ojos—. Estás suspendido.
—¡¿QUÉ?!
—Lo que escuchaste, te suspendí. Fuera de mi vista.
—¿Cómo te atreves? ¿Quién te crees para...?
—Soy el hermano de la muchacha a la que le perteneció el cuaderno que acabas de tirar —le contestó él tomándolo por el cuello de la camisa—, y si vuelves a cruzarte en mi camino, recibirás algo mucho peor que una suspensión.
—¡Ustedes! —nos sobresaltó el prefecto—. ¿Qué están haciendo?
—El alumno tropezó —aseguró Elián—. Intentaba ayudarlo —regresó a él intimidándolo con la mirada—. ¿Cierto?
—Sí... Yo... Fue una casualidad.
—No deberían estar en estas áreas, vayan a clase, y usted, Montero, venga conmigo, necesitamos hablar.
El hermano de mi amiga soltó a su rival, recogió el diario y en menos de treinta segundos él con el prefecto desaparecieron.
La necesidad de tener de regreso lo que me fue arrebatado provocó que mis articulaciones despertaran y siguiera al joven de traje junto al sujeto que se lo había llevado.
—Tú no lo comprendes, no puedo hacerlo.
—Ya lo hemos hablado, muchacho, somos una institución respetable, nuestra imagen es fundamental para seguir siéndolo.
—Se trata de una corbata, una simple corbata.
—Elián —El hombre colocó una de sus manos sobre el hombro del hermano de mi amiga—. Sé que es difícil, pero lo que acabas de decir es lo que tú deberías entender. Sólo es una corbata.
Era yo quien no entendía, sobre todo porque los problemas en mi vida jamás faltaban y uno nuevo se había sumado: Recuperar la lista dentro de ese diario.
Derrotada, caminé de regreso a mi salón de clases.
—No puede ser tan difícil.
—No lo sería para ti, sólo tienes que atravesar las paredes, llegar hasta la oficina de tu hermano y sacar el cuaderno.
—Yo no soy un fantasma, no puedo hacer eso.
—Pues qué estafa.
—Podemos pedírselo a Agustín.
Iba a contestar, pero los tres pares de ojos sobre mí me detuvieron.
Las tres chicas se me quedaron viendo ciertamente asustadas, y ese sería el inicio de todas las miradas que recibiría juzgándome de loca.
—Debo cerrar tus asuntos, pero a la de ya.
—Al diablo con la gente, tú no estás loca.
—No necesito consejos, gracias. Lo que necesito es que me des una idea concisa para quitarle el cuaderno al engreído, amargado y presumido de tu hermano.
—No tengo ideas para eso, puedes sólo pedírselo.
—Con la cara de perro rabioso que se trae no es tan simple. Apenas me mira y siento que me insultó cinco veces.
—¿Tan poquitas?
Por la impresión, mi cuerpo cayó sobre el pavimento.
—Debería quejarme por la cantidad de insultos que me has dirigido, Estela, pero prefiero preguntar, ¿por qué tenías el diario de mi hermana?
—Ella me...
—No, ella no te lo dio, un día antes de que entraras a su habitación yo lo vi dentro de un lugar escondido, así que no me mientas.
—Lo puedo explicar.
—Explícalo.
—Pero necesito que me lo des.
—¿Y apenas lo tengas saldrás corriendo? No, te lo daré después de escucharte.
—¿Por quién me tomas, Elián? No tengo cuatro años, por supuesto que no saldré corriendo.
—Promételo.
—Lo prometo.
—Bien.
Me estiró el cuaderno, lo tomé y quise correr, pero él fue más rápido.
—Muy lista. —articuló, mientras me arrastraba hasta un salón vacío—. Me quedaré con esto —volvió a arrancharme el diario y aseguró la puerta—, y ahora esperaré la explicación.
—Es difícil.
—¿De entender o de explicar?
—Ambos. Tu hermana... Ella... Ella tal vez no fue a su dimensión.
—¿Qué dimensión?
—La de los muertos, genio, es a donde ellos van. Y ella... Hace días se acercó a ti, te abrazó y movió tu camisa, eso significa que está aquí, no sólo en mi cabeza, lo cual me consuela, tal vez no estoy tan desequilibrada. El caso es que si sigue aquí es porque no puede descansar en paz y está esperando a que yo cierre sus asuntos, los mismos que, curiosamente, están dentro de ese diario, así que debes dármelo, por el bien de ella y por el mío.
Se quedó en silencio un momento, su media sonrisa desapareció y volvió a enfocarme con sus ojos verdes.
—Yo pagaré la terapia, puedes empezar la semana que viene.
Resoplé y lo evadí dirigiéndome a la puerta, no sin antes quitarle el diario que, por alguna razón, ya no insistió en proteger.
Me encaminé por los pasillos en dirección a mi salón, recibiendo unas cuantas miradas más.
—Pero es mi hermano, él debe saber, yo quiero que sepa.
—Pues tu hermano es un inepto, ¿viste cómo me miraba? Parecía querer encerrarme en un psiquiátrico.
—Hablar con tu amiga muerta no es muy normal que digamos.
—Ni siquiera sé por qué espero palabras de aliento de tu parte.
—Estela...
—Atrás, Montero, odio que me sigan.
—Lo que dijiste es...
—¿Es?
—Puede ser posible.
Detuve mi paso.
—¿Quieres decir que me crees?
Abrió los labios y mi cuerpo comenzó a temblar.
—¡UN TERREMOTO! —gritó un muchacho, activando la desesperación de todos.
No fui la única que cayó de rodillas, mi acompañante se sostuvo de las paredes y llegó hasta mí, ayudándome a alcanzar las zonas aparentemente "seguras".
Quienes estaban en el segundo y tercer piso empezaron a aglomerarse en las escaleras, provocando que el pase se obstruya y los barandales colapsen.
Después de siete minutos, todo se quedó estático, Elián me hablaba, pero yo no podía oírlo, mi atención estaba enfocada en el cuerpo tirado de Hillary, quien estaba bajo un montón de escombros.
Salí de mi escondite y empecé a caminar hacia ella.
—Hill... —la llamé. Y cuando quise tocarla, se esfumó, dejándome con un terrible sentimiento que desapareció segundos después, al inicio de una nueva réplica.
Las manos del hermano de mi amiga me tomaron y apenas pudo hacerme a un lado cuando uno de los bloques de iluminación cayó.
—Estela...
—Hillary... Ella estaba... Estaba aquí...
—No.
—Sí, estaba... Aquí... La vi... Yo... —mi voz se quebró y rompí a llorar, recibiendo un abrazo proveniente de él—. Yo la vi.
Toda la ciudad se quedó en silencio, destruida. Los profesores guiaron a los estudiantes hasta el campo deportivo, en donde estaríamos las siguientes horas antes de que pudiéramos regresar a casa mientras verificaban que estuviéramos completos y bien.
—¡Elián! ¡Estás...! ¿Por qué abrazas a mi Estela?
—¿Acaba de haber un terremoto y lo primero que preguntas es eso?
Agustín no tuvo respuesta, simplemente tomó asiento al lado de su primo.
Limpié mis lágrimas, sin ganas de hablar y asegurándome de que el diario de Hillary siguiera en mis bolsillos.
—¡Atención! —anunció una de las profesoras—. Sólo podrán irse cuando sus apoderados vengan por ustedes, ya hemos llamado a todos así que no se desesperen, afortunadamente sólo ha habido pérdidas materiales en este colegio, pueden estar tranquilos.
Pensé en Katherine, legalmente ella era mi apoderada, pero estaba en otra ciudad y nadie más podría ir por mí, salvo Sergio.
¡SERGIO!
Apenas pensé en él, recibí su llamada.
—¡Estela! —se exaltó—. Llevo mucho rato llamándote, ¿estás bien? Por favor, dime que estás bien.
—Estoy bien, ¿tú lo estás?
—Sí. Ahora sí.
—¿Puedes...? ¿Puedes venir por mí? Estoy... En el colegio.
—No te muevas de ahí, no me tardo.
Quise contestar, pero la voz se me ausentó antes de que colgara y antes de que yo volviera a encontrarme con el rostro de Elián.
—Lo haremos. —dijo este último luego de un larguísimo silencio.
—¿Qué cosa?
—La lista, la cumpliremos.
—¡¿QUÉ?!
—Estuviste a punto de morir hace varios minutos por ella. La viste.
Me encogí de hombros, apenada.
—Cumpliremos lo que hay en esa lista y cerraremos sus asuntos pendientes. Pero al mismo tiempo irás a terapia, quiero decir, iremos.
—No tienes que hacer esto.
—¿Y quieres que deje al fantasma de mi hermana vagar por la eternidad en este mundo?
Tragué saliva.
Él parecía hablar en serio.
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