03 | El diario.
—¿Hacer qué? —me cuestionó Elián.
—Debo ir a su habitación.
—¿A la habitación de Hillary? ¿Por qué?
No podía decirle lo que vi en su camisa, después de todo, no estaba segura de que eso haya sido causado por ella.
—Quiero... Quiero despedirme de ella.
—¿Quieres ir a la habitación de mi hermana para despedirte de ella?
—Siento que sólo así dejaré de verla y no necesitaré ir a terapia.
—Mentirosa, mentirosa, mentirosa.
—En casos como este todos necesitan terapia, Estela, ella era tu mejor amiga, es una pérdida significativa...
—Sólo así continuaré con el proceso de admisión para la beca. —aseguré dejándolo mudo.
—¿Qué dijiste?
—Que tienes razón, no puedo renunciar a lo único real que me queda.
Él entrecerró los ojos, como si supiera que sólo usaba eso como una forma de convencerlo para que me dejara hacer lo que quería hacer.
—¿Estás segura?
No.
—Sí.
—No te veo tan convencida.
—Lo estaré más si me ayudas con lo que te pido.
Un suspiro se le escapó.
—Si eso es lo que quieres, imagino que puedes hacerlo.
—¿De verdad?
—Sí, ve esta tarde.
—Gracias.
Elián asintió y salí de su oficina.
Al término de las clases regresé al pequeño apartamento, me bañé, me cambié y volví a salir en dirección a la casa en donde mi amiga solía vivir.
Apenas llegué supe que sus padres no estaban, Alfredo, el hermano mayor, vivía en el extranjero desde hace varios años, así que tampoco estaba, pero Agustín, el primo de trece años que intentaba ligarme desde que me conoció, sí.
—Estela, Estelita, cuando te veo mis días se iluminan.
—¿Cuántas horas te tomó crear ese piropo?
—¿Eso qué importa? Es una buena forma de conquista, no me lo vas a negar.
—Te lo niego. Con permiso.
Me adentré en la habitación y cerré la puerta.
—A estas alturas, lo mínimo que espero que hagas es dibujar un círculo con una estrella dentro, poner velas a los alrededores y repetir mi nombre tres veces.
—Qué graciosa.
Busqué en cada rincón hasta que finalmente encontré el diario en el que estaba escrita la lista de asuntos pendientes de los que ella me habló el día anterior.
Guardé el diario en mi mochila y me dediqué a observar el ambiente por casi una hora, el cual se había mantenido intacto desde que ella murió, aunque sólo había pasado un mes.
—Si tienes asuntos pendientes, voy a liberarte de ellos. —articulé hablándole a una de sus fotografías.
—Tu nivel de esquizofrenia empieza a alarmarme. Estoy detrás de ti.
—¿Terminaste?
Mi cuerpo dio un brinco al oír la voz de Elián.
—Sí, terminé. Debo irme.
—Puedes quedarte a cenar si quieres, mis padres no tardan en llegar.
—Te lo agradezco, pero ya va a oscurecer y tengo cosas que hacer.
—De acuerdo, te buscaré mañana para reanudar los trámites de admisión en la universidad.
No tuve respuesta para eso, así que sólo me limité a asentir. Ambos caminamos hasta la puerta y cuando di un paso fuera de la casa, regresé a verlo.
—Gracias por esto.
—No es nada, sólo espero que de verdad te ayude, y si no es así, ya sabes, siempre puedo llevarte con la terapeuta.
—¿Acabas de llamar loca a mi Estela? —interrumpió Agustín con aires de ofendido.
—Mentira no es. —aseguró la desesperante y fantasmal mujercita.
—Yo mejor me voy —me despedí—. Adiós.
—Adiós.
—Adiós, Estela, Estelita, cuando te vas pierdo mi alegría.
Revolví los ojos y terminé de alejarme.
Ya en casa, me dediqué a analizar el diario de mi amiga, la cubierta externa era de un color azul noche y las hojas amarillas, al abrirlo me encontré con las palabras de la primera página:
Soy Hillary Montero, tengo ocho años y hay una intrusa en mi cuerpo llamada leucemia.
—Lo escribí apenas supe que yo no era como los demás.
—¿Cuando supiste que tenías cáncer?
—Sí.
—¿Y moriste antes de terminarlo? Aún tiene hojas en blanco.
—Dejé de escribirlo cuando te conocí.
—¿Yo me convertí en tu diario?
—Sí, un poco... —bromeó.
—¿Puedo leerlo?
—De igual manera lo leerás sin importar mi respuesta.
Volví a sonreír y seguí metida entre las páginas hasta que anocheció.
—¡Ya llegué!
Sergio asomó la cabeza.
—¿Cómo te fue? —lo saludé.
—Existir debería considerarse un trabajo.
—¿Pudiste conseguirme un nuevo colegio?
Se recostó a mi lado y dejó escapar un suspiro de cansancio.
—El año escolar apenas ha empezado, todos piden pagos extras para admitirte. —se quejó.
Alcé los hombros en señal de resignación, pero en realidad sentía arrepentimiento por haberle prometido a Elián algo que, sabía, no estaba dispuesta a cumplir.
—Seguiré intentando, trabajaré más para reunir el dinero. —prometió.
—No, está bien, puedo esperar hasta que el año acabe.
—¿Lo soportarás?
—Sí, Estela, ¿Me soportarás?
—Claro que sí.
—No intentes "sacrificarte" o algo por el estilo, puedo ayudarte con eso.
—Alguien alguna vez me dijo que no solucionaba nada huyendo, Sergio. Estaré bien.
—Ahora resulta que me llamo «Alguien».
—Debo enfrentar esto. —agregué.
Su rostro se vio feliz luego de abrazarme, dejándome recordar el día en el que volvió después de abandonarme durante todo un año:
—Shhh...
—¡NO! ¡DÉJAME!
El encapuchado cayó al piso gracias a mi golpe, lo que me permitió correr hacia la puerta; sin embargo, mis manos temblaban tanto que no podía quitar la cerradura.
—Soy yo —murmuró con dolor—. Estela...
Eso no me persuadió, logré abrirla y salí corriendo en medio de todo el edificio hasta que me detuve por un dolor en el pie, el cual sangraba debido al corte que sufrió por unos cristales rotos.
—¡ESTELA!
Cerré los ojos y me quedé quieta, petrificada.
—Oye...
—No me lastimes.
Lo escuché resoplar para después quitarse la capucha.
—Soy yo.
Ver su rostro fue como percibir el efecto de un analgésico sobre un dolor insoportable.
—Sergio...
Éramos medio hermanos y podía notarse. Físicamente no teníamos mucho parecido, él tenía los ojos azules, yo los tenía negros, su piel era blanca y la mía un poco más trigueña, quizás el único rasgo físico que compartíamos era el cabello negro. Todo eso porque, tal vez, nos criamos en el mismo vientre, pero no compartíamos el mismo padre, no obstante, por alguna razón llevábamos el mismo apellido.
A sus veinte años, Sergio intentaba recuperarse de sus adicciones, aquellas que lo hicieron huir para, según él, mantenerme a salvo, y las que compartía con nuestra madre.
Nunca más pudimos verla después de esa noche, hace más de seis años:
—Hola, linda, soy la doctora Katherine, te acompañaré hoy.
—Si es doctora, ¿por qué está vestida de policía?
—No... Esto sólo es un suéter que me prestaron, hace mucho frío allá afuera.
—¿A dónde llevarán a mi mamá?
—A curarla.
—¿Yo puedo ir con ella?
—No, cielo, no se podrá, pero...
—¿Volverán a encerrarla?
La mujer se quedó en silencio.
Yo tenía diez años en ese entonces, suficiente edad para saber su respuesta. Suficiente edad para asimilar lo que volvería a pasar.
—Mujer de treinta años, pulso débil, presenta signos de sobredosis y cortes alrededor de las muñecas.
A mi padre nunca lo conocí, no teníamos más familia, así que era de esperarse lo que sucedería después.
Katherine se encargó de cuidarme hasta que cumplí doce años y decidí abandonar el orfanato para vivir sola, ella me vigilaba constantemente, pero meses atrás tuvo que irse de la ciudad por motivos de trabajo, entonces volví sobrevivir por mi cuenta, después de todo, ella sabía que yo podía hacerlo, y lo hice, o eso intenté.
—¿Ya vas a llorar?
—Cállate.
—Nunca me contaste tu historia completa, y no es justo, Estela, yo siempre te conté las mías, cada viernes mi «Te contaré una historia» nunca faltaba.
—Se supone que los fantasmas lo saben todo.
—Yo no soy un fantasma.
—De acuerdo.
Dejé el diario a un lado, me acomodé en medio de la cama y la vi posicionarse frente a mí.
—Te contaré una historia...
Podría admitir que mi vida no ha sido fácil, aunque tengo la fiel creencia de que ninguna vida es fácil.
A pesar de la cercanía entre Hillary y yo durante más de cuatro años, nunca quise hablarle sobre mi vida ni mucho menos sobre mi familia, tanto así que incluso ella murió sin saber que yo tenía un hermano.
Durante toda esa noche Hill terminó de conocerme por completo, y, contradiciendo a mi miedo de verla alejarse, permaneció junto a mí, dispuesta a saber más sobre mi guerra con el pasado.
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