- ¿Qué demonios? - se preguntó a sí mismo, al aire en la habitación.

La situación era irreal. ¿Un bloqueo? ¿Enserio? ¿Cómo era eso posible? Desde que ingresó por primera vez al mundo de la escritura sus terrores nocturnos le habían proporcionado de infinidad de historias que luego él podía plasmar en el papel. Cada una de sus travesuras, cada noche de insomnio que se ganaba gracias a ellos, cada vez que lo hacían pasar por un infierno, él adquiría una nueva historia que escribir. ¿Qué estaba pasando?

Su desconcierto no tardó en convertirse en ira. ¿Acaso todo lo que había sufrido no servía de nada? Los terrores no solo habían arruinado su vida, sino que ahora todo lo que había aguantado no era suficiente inspiración para seguir escribiendo. Para hacer la única actividad que le traía una mínima pisca de felicidad. Esos malditos terrores, ¿no tenían suficiente con atormentarlo todas las noches?

"¿Todas?"

Se detuvo un segundo. Los terrores. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo que lidiar con uno? No podía recordar. Por segunda vez, sus ojos se llenaron de pánico. Su recién descubierta felicidad, sus seguidores, los mensajes de apoyo, su situación actual había alejado a los terrores. Y sin terrores no podía escribir. No tenía más historias que contar.

Se tumbó en el piso. Boca arriba. En su estado actual era imposible agradecer a los anónimos que lo apoyaron. Es más, ya no podía realizar ningún tipo de obra. Ya no podía escribir. Su carrera de falso escritor había terminado. La felicidad la mató.

FIN