Su segunda tanda de escritos fue mejor. Al menos un poco más. Más trabajados. Ya no escribía a ciegas. Aprendió de sus errores. Pensaba mejor antes de tocar el teclado. Antes de empezar a escribir. Sus trabajos dejaron de ser un simple manojo de palabras escupidas al azar sin ambición, una masa sin forma, y ahora, al menos, tenían un orden, un desarrollo y un leve intento de belleza (tanta belleza como puede tener un terror). Se esforzó para que así fuera. 

Sus recién adquiridos esfuerzos dieron sus frutos. No al inicio. El número de vistas no fue la gran cosa en los primeros días, tal vez solo un poco mejor que los desastres que publicó antes. Sin embargo, al cabo de unos meses sus palabras empezaron a difundirse a través de la aplicación y a llegar a más y más personas. Un suceso hasta cierto punto inesperado, pero que sin lugar a dudas respondía a sus deseos iniciales.