Desde muy joven había tenido que aprender a lidiar con ellos, y a pesar de que había temporadas en las que lograba mantenerlos tranquilos, también eran muchos los momentos en los que estos tomaban posesión de su vida y lo manejaban a su antojo. Y por mucho tiempo que pasara, le era imposible acostumbrarse. 

Los Terrores eran creaturas terribles, seres que podían adoptar cualquier forma, y cuyo único objetivo era hacerle la vida imposible. Desde los que llenaban su mente con visiones fatales sobre el presente, pasado y futuro propios y ajenos, hasta los que se manifestaban de forma casi tangible y deambulaban por su habitación y sus alrededores asechándolo, los terrores estaban siempre ahí. Escapar era imposible.

En esas fechas en especial, los terrores estaban especialmente fortalecidos. Molestándolo de día, y siendo en extremo agresivos durante las noches. Él estaba llegando su límite. Su cuerpo y su mente no podrían aguantar mucho más.  Y aunque su cara de póker era suficiente para que sus familiares y amigos no notaran que algo andaba mal, él necesitaba ayuda. Así se sentía. Y seguro de que la ayuda nunca llegaría por parte de las personas a su alrededor, se vio orillado a encontrarla en otros lugares.