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Un encuentro del pasado:


Me volví a dejar caer sobre la nieve, suspirando derrotado y sintiendo un fuerte dolor de cabeza.

Grover, en cuanto estuvo fuera de peligro, ahogó un gritó, se arrodilló en la nieve y empezó a gimotear:

—¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan... tan... ¡Uau!

—¡Levanta, niño cabra!—le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de que preocuparnos. ¡Annabeth ha desaparecido!

—¡Alto!—dijo Bianca—. Momentito. Tiempo muerto.

Todo el mundo se la quedó mirando. Ella nos fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las piezas de un rompecabezas.

—¿Quién... quiénes son todos ustedes?

La expresión de Artemis se ablandó un poco.

—Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quienes son tus padres?

Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemis.

—Nuestros padres murieron—dijo Bianca—. O eso creía hasta que... hasta que él dijo que nuestro padre lo había enviado.

Me señaló, yo todos se volvieron a mirarme.

Me logré sentar sobre la nieve, dejando un rastro rojo con mi pie agujerado.

—Es verdad—dije—. La noche anterior recibí un mensaje en sueños de... de su padre. Él me pidió que no revelara quien es aún, quiere ser él quien se los diga.

Zoë me miró con desconfianza y cierta repulsión.

—¿Y deberíamos creer eso por...?

—Porque lo juro por el Estigio, le prometí al padre de Bianca y Nico que los sacaríamos a salvo de Westover Hall, y también que no revelaría su identidad.

Un trueno resonó a la distancia.

—Dice la verdad—decidió Artemis.

Bianca me miró a los ojos.

—Entonces... ¿de verdad sabes quien es nuestro padre?

—Así es, y aunque no puedo decir su nombre, sí puedo decirte que es un dios.

—¡Genial!—exclamó Nico.

—¡Ni hablar!—terció Bianca con voz temblorosa—. ¡No lo encuentro para nada genial!

Nico se había puesto a dar saltos.

—¿Es verdad que Zeus tiene rayos con una potencia destructiva de seiscientos? ¿Y que gana puntos extra por...?

—¡Cállate, Nico!—Bianca se pasó las manos por la cara—. Esto no es tu estupido juego de Mitomagia, ¿sabes? ¡Los dioses no existen!

Aunque en ese momento me dominaba la angustia por Annabeth, la curiosidad por Artemis, y un agujero de bala en el pie, no podía dejar de sentir lástima por los Di Angelo. Me acordaba de lo que había significado para mi descubrir que era un semidiós.

Thalia debió de sentir algo parecido, porque la furia que brillaba en sus ojos pareció atenuarse un poco.

—Ya sé que cuesta creerlo—le dijo—, pero los dioses siguen existiendo. Créeme, Bianca. Son inmortales. Y cuando tienen hijos con humanos, chicos como nosotros, bueno... la cosa se complica. Nuestras vidas peligran.

—¿Como la de la chica que se ha caído?—dijo Bianca.

Thalia se dio la vuelta. Incluso Artemis parecía afligida.

—No desesperen—dijo la diosa—. Era una chica muy valiente. Si es posible encontrarla, yo la encontraré.

Creía que de verdad nos ayudaría a encontrarla, pero eso evitaba en lo más mínimo que me sintiera desesperado y angustiado. La impotencia de no poder hacer nada es con frecuencia peor que el intentar algo y fallar.

—¿Y el doctor Espino?—intervino Nico, levantando la mano—. Ha sido impresiónate cómo lo acribillaron. ¿Está muerto?

—Era una Mantícora—dijo Artemis—. Espero que haya quedado destruída por el momento. Pero los monstruos nunca mueren del todo. Se vuelven a formar una y otra vez, y hay que cazarlos siempre que reaparecen.

—O ellos nos cazan a nosotros—observó Thalia.

Bianca se estremeció.

—Lo cual explica... ¿Te acuerdas, Nico, de los tipos que intentaron asaltarnos el verano pasado en un callejón de Washington?

—Y aquel conductor de autobús—recordó Nico—. El de los cuernos de carnero. Te lo dije. Era real.

—Por eso los ha estado vigilando Grover—les expliqué—. Para mantenerlos a salvo si resultaban ser mestizos.

—¿Grover?—Bianca se quedó mirándolo—. ¿Tú eres un semidiós?

—Un sátiro, en realidad.—Se quitó los zapatos y le mostró sus pesuñas de cabra. Creí que Bianca se desmayaría allí mismo.

—Grover, ponte los zapatos—dijo Thalia—. Estás asustándola.

—¡Eh, tengo las pesuñas limpias!

—Bianca—tercie—, hemos venido a ayudarlos. Tienen que aprender a sobrevivir. El doctor Espino no va a ser el último monstruo con el que se encuentren. Tienen que venir al campamento.

—¿Qué campamento?

—El Campamento Mestizo. El lugar donde los semidioses aprenden a sobrevivir. Pueden venir con nosotros y quedarse todo el año, si quieren.

—¡Qué bien! ¡Vamos!—exclamó Nico.

—Espera.—Bianca meneó la cabeza—. Yo no...

—Hay otra opción—intervino Zoë.

—No, no la hay—dijo Thalia.

Las dos se miraron furibundas. Yo no sabía de qué hablaban, pero estaba claro que entre ellas había alguna cuenta pendiente. Por algún motivo, se odiaban de verdad.

—Ya hemos abrumado bastante a estos niños—zanjó Artemis—. Zoë, descansaremos aquí unas horas. Levanten las tiendas. Curen a los heridos. Recojan en la escuela las pertenencias de nuestros invitados.

—Sí, mi señora.

—Y tú, Bianca, acompáñame. Quiero hablar contigo.

—¿Y yo?—preguntó Nico.

Artemisa lo examinó un instante.

—Tú podrías enseñarle a Grover cómo se juega ese juego de cromos que tanto te gusta. Grover se presentará com gusto a entretenerte un rato... como favor especial hacia mí.

Grover estuvo a punto de trastabillar.

—¡Por supuesto! ¡Vamos, Nico!

Los dos se alejaron hacia el bosque, hablando de energía vital, nivel de armadura y cosas así. Artemis echó a caminar por el borde del acantilado con Bianca, que parecía muy confusa. Las cazadoras empezaron a vaciar sus petates y montar el campamento.

Zoë le lanzó una nueva miríada furibunda a Thalia y se fue a supervisarlo todo.

En cuanto se hubo alejado, Thalia pateó el suelo con rabia.

—¡Qué caraduras, estas cazadoras! Se creen que son tan... ¡Aggg!

Yo me quedé mirando en dirección a Artemis un momento más, sentía el cerbero muy revuelto y quería entender por qué.

Me miré la mano izquierda, aún cubierta de aquel pegoste azul, mi cuerpo ya había adquirido inmunidad a la neurotoxina, por lo que no me preocupaba, pero quería quitármelo de encima antes de terminar tocando por error a alguien.

—¡¿En qué estabas pensando en el gimnasio?!—arremetió Thalia, ahora contra mi—. ¿Creías que ibas a poder tú sólo con Espino? ¡Pues claramente no! ¡Pero alguien quería su duelo singular!

—Eso no es...

—Si hubiéramos permanecido juntos habríamos acabado con él sin que intervinieran las cazadoras. Y Annabeth tal vez seguiría aquí. ¿No lo has pensado?

—Tu enfado no está dirigido a mi—dije con calma—. Así que por favor, no te desahogues conmigo.

—Ah, eso es lo que crees, ¿no? ¡Pues te equivocas!

Me sujeto del cuello de la camisa y me levantó del suelo, toqué su mano con dos dedos de mi mano izquierda y de inmediato me soltó. Su brazo empezó a temblar incontrolablemente antes de quedar totalmente paralizado.

—¿Qué Hades...?

Le mostré mi mano manchada de pegoste.

—Eso es una neurotoxina alterada mágicamente, fue diseñada específicamente para lidiar conmigo—le dije—. Todo estaba cuidadosamente planeado, si hubiéramos ido todos desde un inicio, Espino habría matado a los di Angelo. Si no hubiese ido nadie, se los pudo haber llevado sin resistencia o dejar rastro. ¿Acaso pensaste en eso? Tú hubieras hecho lo mismo en mi lugar.

Ella apretó los dientes, estaba a punto de decir algo, pero entonces bajó la vista y reparó en una cosa azul tirada en la nieve. La gorra de béisbol de los Yankees. La gorra de Annabeth.

Thalia ya no dijo nada. Se secó una lagrima y se alejó sin más, con su brazo derecho aún paralizado, dejándome solo con la gorra mojada y pisoteada.







Las cazadoras montaron el campamento en unos pocos minutos. Siete grandes tiendas, todas de seda plateada, dispuestas en medialuna alrededor de la hoguera. Una de las chicas sopló un silbato plateado. De inmediato, del bosque surgieron unos lobos blancos que empezaron a rondar en círculo alrededor del campamento, como un equipo de perros guardianes. Las cazadoras se movían entre ellos y les daban golosinas sin ningún miedo, pero yo decidí no alejarme de las tiendas.

Había halcones observándonos desde los árboles com los ojos centelleantes por el resplandor de la hoguera, ellos también estaban de guardia. Incluso el clima se doblegaba a la voluntad de la diosa. El aire seguía frío, pero el viento se había calmado y ya no nevaba, con lo que resultaba casi agradable permanecer junto al fuego.

Casi... salvo por la bala en el pie y la culpa que me abrumaba. Incluso después de lo que le había dicho a Thalia, tenía una terrible sensación de culpabilidad. Si tan sólo hubiese esquivado o desviado esa espina en lugar de atraparla...

Recordé mi última conversación con Annabeth, hace sólo unos días. Justo después de que Grover nos contactará para pedir ayuda, ella y yo nos llamamos para organizarnos, y después tuvimos una conversación más casual:

—Y, dime, ¿has diseñado algún edificio interesante últimamente?—le pregunté.

Sus ojos se iluminaron, como siempre que tocaba hablar de arquitectura.

—¡Uy, no sabes, Percy! En mi nueva escuela tengo Diseño Tridimensional como asignatura optativa, y hay un programa informático que es increíble...

Empezó a explicarme que había diseñado un monumento colosal que le gustaría construir en la Zona Cero de Manhattan. Hablaba de resistencia estructural. De fachadas y demás, y yo trataba de seguirla, pero yo apenas entendía lo que me estaba diciendo.

—Suena increíble—le dije—. ¿O sea que vas a seguir allí el resto del curso? ¿O volverás al campamento?

Su rostro se ensombreció.

—Bueno, quizá me quede aquí. Si es que no...

Parecía tener problemas para decirlo.

—¿Qué sucede? ¿Algún problema con la escuela?

—No es eso. Es mi padre.

—Oh... Creía que las cosas habían mejorado entre ustedes. ¿O se trata de tu madrastra?

Ella soltó un suspiro.

—Papá decidió mudarse. Justo ahora, cuando ya había empezado a acostumbrarme a Nueva York, él ha aceptado un absurdo trabajo de investigación para un libro sobre la Primera Guerra Mundial... ¡En San Francisco!

Lo dijo en el mismo tono que si hubiera dicho en los Campos de Castigo del Hades.

—¿Y quiere que vayas con él?—pregunté.

—A la otra punta del país—respondió desconsolada—. Y un mestizo no puede vivir en San Francisco. Él debería saberlo.

—¿Por qué no?

Ella puso los ojos en blanco. Quizá creía que bromeaba.

—Ya lo sabes. Porque está ahí mismo...

—Ah—dije. No entendía de qué hablaba—. Entonces... ¿volverás al campamento?

—Es mucho más grave que eso, Percy. Yo... Supongo que debería contarte una cosa.

En ese mismo momento, el mensaje Iris empezó a desvanecerse.

Ella se revisó los bolsillos.

—No tengo más dracmas.

—Yo tampoco.

Ella meneó la cabeza.

—No pasa nada, te lo contaré después, nos vemos en unos días.

—Sí, hasta pronto....

El mensaje se disolvió, y yo me quedé con la duda.

¿Qué era lo que iba a contarme Annabeth en el gimnasio? Parecía algo muy grave. Quizá nunca llegaría a saberlo.

Miré a Thalia, que se paseaba inquieta entre los lobos, en apariencia sin ningún temor. De pronto se detuvo y se volvió hacia Westover Hall, que ahora, sumido en una completa oscuridad, asomaba sobre la ladera que quedaba más allá del bosque. Me preguntaba en qué estaba pensando.

Se quedó tan inmóvil que por un momento temí que le neurotoxina la hubiese paralizado por completo, pero la verdad era que Thalia solía hacer eso, quedarse tan quieta como un árbol.

Al cabo de un rato, Grover y Nico regresaron de su paseo. Una de las cazadoras me trajo mi mochila y Grover me ayudó a curarme el pie.

—Es increíble—comentó Nico, entusiasmado.

—No te muevas—me ordenó Grover—. Toma, come un poco de ambrosía mientras te limpio la herida.

Siempre me sorprendía lo efectiva que era la medicina divina, incluso los primeros auxilios básicos eran capaces de dejar como nuevo un pie que para un humano normal hubiese quedado pulverizado e inútil de por vida, considerando la zona de impacto específica de mi herida.

Nico se puso a hurgar en su propia mochila, que por lo visto las cazadoras habían llenado con todas sus cosas. Sacó un montón de figuritas y las dejó sobre la nieve. Era réplicas miniatura de los dioses y héroes griegos, entre ellos Zeus con su rayo en la mano, Ares con su lanza, y Apolo con el carro del sol.

—Buena colección—le dije.

Nico sonrió de oreja a oreja.

—Casi los tengo todos, además de sus cromos holográficos. Sólo me faltan unos muy ratos.

—¿Llevas mucho tiempo jugando a este juego?

—Sólo este año. Antes...—Frunció el ceño.

—¿Qué?—le pregunté.

—No lo recuerdo. Es extraño.—Parecía incómodo, pero no le duró mucho—. Oye, ¿me enseñas esa espada que has usado antes?

Saqué a Contracorriente y le expliqué cómo pasaba de ser un bolígrafo a una espada cuando le quitabas el capuchón.

—¡Increíble! ¿Nunca se le acaba la tinta?

—Bueno, en realidad no lo uso para escribir.

—¿De verdad eres hijo de Poseidón?

—Pues sí.

—¿Por eso tienes un parche en el ojo como un pirata?

Me toqué la venda.

—No... no realmente. Los piratas usaban parches para adaptar uno de sus ojos a la oscuridad. Yo uso una venda porque me arrancaron el ojo.

—¿Y cómo lo perdiste?

—Una pelea de espadas, también perdí el brazo.

—¿Es un brazo biónico mágico?

—No, es mi brazo de siempre. Me lo volvieron a pegar.

—¿Eso se puede?

—Aparentemente sí.

—¿Y qué hay de los tatuajes?

—Son... marcas de nacimiento.

—¿Existen marcas de nacimiento así de grandes?

—Te sorprenderías...

Miré a Grover, que hacía esfuerzos por contener la riza.

Nico siguió haciendo preguntas. ¿Me peleaba mucho con Thalia, dado a que ella era hija de Zeus? (Ésa no la respondí). Si la madre de Annabeth era Atenea, diosa de la sabiduría, ¿cómo no se le había ocurrido nada mejor que tirarse por el acantilado? (Tuve que contenerme para no estrangularlo) ¿Annabeth era mi novia? (A esas alturas ya estaba a punto de meterlo en un saco y arrojárselo a los lobos).

Supuse que iba a preguntarme cuántos puntos extra tenía, como si yo fuera un personaje de su juego, pero entonces se nos acercó Zoë Belladona.

—Percy Jackson.

Zoë tenía ojos de un tono castaño oscuro y una nariz algo respingosa. Con su diadema de plata y su expresión altanera, parecía un miembro de la realeza y yo casi hube de reprimir el impulso de ponerme firme y decir: "Sí, mi señora". Ella me observó con desagrado, como si fuese una bolsa de ropa sucia que le habían mandado a recoger.

—Acompañadme—me dijo—. La señora Artemisa desea hablar con voz.







Me guió hasta la última tienda, que no parecía diferente de las otras, y me hizo pasar. Bianca estaba sentada junto a Artemis.

El interior de la tienda era cálido y confortable. El suelo estaba cubierto de alfombras de seda y almohadones. En el centro, un brasero dorado parecía arder solo, sin combustible ni humo. Detrás de la diosa, en un soporte de roble, reposaba su enorme arco de plata, que estaba trabajado de tal manera que recordaba los cuernos de una gacela. De las paredes colgaban pieles de animales como un oso negro, un tigre y otros que no supe identificar.

Pensé que un activista de los derechos de los animales habría sufrido un ataque al ver aquello. Pero como Artemisa era la diosa de la caza, quizá tenía el poder de reemplazar a cada animal que abatía. Me pareció que había otra piel tendida a su lado y, de repente, advertí que era un animal vivo: un ciervo de pelaje reluciente y cuernos plateados, que apoyaba la cabeza confiadamente en su regazo.

Todo era muy impresionante y tal, pero mis prioridades eran otras:

—¿Qué sucedió aquella noche, Artemis?—pregunté de inmediato, sin siquiera entender porque me dirigía a ella de forma tan casual—. Necesito saber.

Zoë se adelantó como si fuese a abofetearme.

—No—la detuvo Artemis, cortante—. Tiene razón al preguntar.

Zoë la miró.

—¿De qué se está hablando, mi señora?

Artemis se puso de pie tranquilamente y empezó a caminar hacia mi. Di un paso y retrocedí, estaba nervioso.

Ella levantó una mano y me dio un toquecito en la frente con dos dedos, y al instante salí despedido años al pasado, me adentré en mi mente mientras mis recuerdos reprimidos eran desbloqueados y salían todos de golpe.







Yo tenía cinco años.

En el jardín de niños se había organizado una salida para acampar en el bosque (obviamente con los padres), dos días enteros en la naturaleza y lejos del Apestoso Gabe, mi mamá y yo ni siquiera lo dudamos.

Hubieron algunas complicaciones de camino, se reventó un neumático del autobús y perdimos un buen tiempo en eso, pero nada realmente grave.

Llegamos a la zona de campamento mucho más tarde de lo previsto, por lo que ya estaba anocheciendo cuando finalmente empezaron a montar las tienda de campaña.

La cosa es que yo era aún muy pequeño como para ayudar a mi madre a armar la tienda, y como las personas de ciudad que éramos todos, nadie era especialmente versado en el arte de acampar.

Así que allí me tenían, un pequeño e hiperactivo mocoso de cinco años con déficit de atención el cual estaba aburrido mientras esperaba a que los adultos, demasiado ocupados como para poder fijarse en él, terminarán de armar las tiendas.

Sumen mi característica suerte y tienen la receta perfecta para el desastre.

Antes ni siquiera haberme dado cuenta, ya estaba perdido a la mitad del bosque.

Obviamente estaba asustado, me sentía sólo y perdido, y la oscuridad a mi alrededor era asfixiante.

Entonces llegué a un pequeño claro, iluminado por la luna llena. La luz me hizo sentir más seguro, así que decidí quedarme allí hasta que la ayuda llegase, pero en su lugar, un jabalí de proporciones monstruosas salió de los árboles, olisqueando el aire, había captado mi aroma a semidiós, incluso si debía ser casi nulo era imposible ocultarlo a esa distancia.

Obviamente yo no sabía que era un semidiós, y en ese momento se iniciaron las visiones.

Aún no había conectado con Hércules en esas épocas, por lo que sus memorias se colaban entre las mías en momentos poco oportunos, desconectándome de la realidad. Vi la caza del joven Alcides en compañía a varios hombres más de un jabalí monstruoso, y luego a Hércules atrapando al aún más monstruoso jabalí de Erimanto.

Y cuando finalmente volví a la realidad, el monstruo ya estaba sobre mi, apuntó de aplastarme con su titánico cuerpo.

Ni siquiera pude gritar, tres proyectiles plateados cruzaron el aire a velocidad de vértigo, clavándose en el cuerpo del jabalí y ahuyentándolo entre los árboles.

Me volví en la dirección de donde habían venido los disparos, y allí estaba ella, se veía igual que lo hacía en la actualidad, con cabello castaño rojizo, ojos amarillo plateado y una edad de doce o trece años.

Ella me vio, claramente no se esperaba encontrarse con un niño de cinco años a mitad del bosque. Cambió de forma hasta adaptar una apariencia de seis o siete años y se me acercó con cautela.

—¿Estas bien?—me preguntó.

Yo estaba temblando, muy sorprendido y alucinado por lo que acababa de pasar, tanto por las visiones como el jabalí que casi me aplastaba.

—S-sí...—murmuré.

Aunque en ese entonces no lo sabía, Artemis era la diosa protectora de los niños, y como tal, se preocupó al encontrarme allí sólo en el bosque.

—¿Cómo te llamas?—me preguntó tranquilamente mientras se acercaba hacia mi—. ¿Dónde están tus padres?

—P-Percy...—murmuré—. Me llamó Percy. Y mi mamá no... no sé dónde está, o... más bien no sé dónde estoy.

Ella frunció el ceño.

—¿Vives sólo con tu madre?

—Y el Apestoso.

—¿El Apestoso?

—Mi... padrastro.

Me analizó de arriba abajo, logrando ver a través del hedor dejado en mi por Gabe y notando mi verdadera naturaleza semidivina.

—Un mestizo...—murmuró.

—¿Q-qué...?

Ella negó con la cabeza, sabiendo que yo era aún muy joven como para comprenderlo todo.

—No es nada, no te preocupes—me dijo—. ¿Cómo fue que llegaste aquí?

—Ibamos a acampar y... me perdí.

Una pequeña sonrisa tiró de sus labios.

—¿Déficit de atención?

Asentí con algo de vergüenza.

—S-sí...

Ella notó la duda en mi voz.

—No te sientas avergonzado de ello, Percy—me dijo—. Muchas de mis... amigas tienen también déficit de atención, y más que un problema, puede ser un don, sólo tienes que saber cómo usarlo.

Tragué saliva y asentí con la cabeza lentamente, sin entender porque, ella tenía un aura poderosa y antigua, pero que me resultaba ciertamente tranquilizante y me daba seguridad.

—¿Quién eres...?—pregunté, y esa pregunta desencadenó mi infantil curiosidad.

Ella notó el brillo en mis ojos, estaba acostumbrada a lidiar con toda clase de curiosas preguntas infantiles.

—Me llamo Artemisa—respondió finalmente.

—¿Cómo la diosa griega?

Su pequeña sonrisa se ensanchó.

—Sí, como la diosa griega.

—¿Qué haces en el bosque? ¿También te perdiste?

Soltó una risilla entre dientes.

—No. Soy cazadora, vivo en el bosque.

—Oh... y para eso es el arco.

—Exactamente.

El pequeño yo estaba alucinado, había conocido a aquella súper genial chica cazadora que me había salvado de un jabalí gigante, era toda una experiencia. Ni siquiera me planteé lo raro que era escuchar de alguien que aparentaba más o menos mi edad que vivía en el bosque como cazadora.

—Lo mejor será que te lleve con tu madre—me dijo—. Debe de estar preocupada.

Abrí mucho los ojos, me quedé tenso y asentí enérgicamente con la cabeza.

—Oh, la última vez que me perdí... se preocupó mucho.

Artemis me tomó de la mano y me empezó a guiar por el bosque. Normalmente no confiaría en un extraño de esa manera, ni aunque aparentará ser sólo un poco mayor que yo. Pero había algo en su aura, en su presencia y su voz que me invitaba a confiar en ella.

—¿Te pierdes muy a menudo, Percy?—me preguntó.

—No demasiado—dije—. Pero cuando pasa... mi mamá se asusta.

Artemis suspiró con nostalgia.

—Las madres hacen más cosas por nosotros, Percy, de las que te podrías dar cuenta—me dijo—. Muchas veces uno no sé da cuanta de los sacrificios que hacen hasta que ha pasado mucho tiempo. Es normal que se asuste tanto cuando desapareces.

—Creo... creo que lo entiendo—murmuré—. ¿Tú también te perdías y tu mamá se asustaba?

Ella volvió a reír y me revolvió el cabello.

—No exactamente—respondió—. Pero me he metido en muchos problemas a lo largo de mi vida, y ella siempre se preocupa cuando se entera, pero... bueno, no la he visto en mucho tiempo.

Ladeé la cabeza.

—¿Por qué?

—Bueno, muchas veces así pasa, el crecer y dejar de verte con tu familia... Ella... bueno, vive en su casa de retiro, en Florida, pero no la he ido a visitar desde hace mucho.

—Hum... ¿quizá deberías hacerlo?

—Sí, creo que tienes razón.

Sabía que íbamos por buen camino. Reconocí algunos árboles y demás puntos de referencia que había visto mientras me alejaba de la zona de campamento. Pero me sorprendía que Artemisa supiera exactamente hacia donde debía ir.

—¿Cómo es que te alejaste tanto siendo tan pequeño?—murmuró sorprendida en voz baja.

Ni siquiera yo lo sabía, solamente había caminado perdido en mis pensamientos, sin noción real del tiempo. Lo que se reflejaba en que ya llevábamos más de diez minutos caminando y aún nos faltaba más de la mitad de camino.

Ahora, supongo que Artemis nos pudo haber teletransportado o algo así, pero claramente sabía que caminar sería menos chocante para un niño de cinco años que los destellos divinos.

Ella seguía haciéndome preguntas para mantener la conversación y que yo evitara darle demasiadas vueltas al hecho de que me había perdido en el bosque y me asustara.

—Y dime, Percy, ¿tienes muchos amigos?

Bajé la cabeza y negué tristemente, era un tema algo sensible.

—No... no realmente—dije—. Los otros niños dicen que soy raro, que conmigo pasan cosas raras.

—Los niños pueden ser crueles por naturaleza—me dijo Artemis—. Pero lo que diferencia a los humanos de los otros animales es su capacidad de ir más allá de sus instintos y comportamientos salvajes, eso es lo que significa civilización. Con el tiempo, cuando crezcas y todos a tu alrededor también, lo entenderán, y con suerte harás más amigos.

—Eso espero... no me gusta estar sólo todo el tiempo.

Artemis hizo una mueca de aflicción, ella podía notar y empatizar con mi angustia.

—Algún día conocerás a más gente como tú—prometió—. No estarás solo nunca más. Sólo tienes que ser paciente y no meterte en demasiados problemas.

—Los problemas me buscan a mí...

—¿El bosque mágicamente te absorbió dejándote a mitad de él?

—Está bien, ese es un mal ejemplo.

Ella se rió.

—No te preocupes, sé bastante bien lo que es que te busquen los problemas.

Finalmente nos acercamos lo suficiente a la zona de campamento para escuchar la gritos, los adultos me llamaban y buscaban con linternas entre los árboles.

Artemis se volvió para mirarme y me tomó por los hombros, haciéndome verla a los ojos.

—Voy a dejarte ahora—me dijo—. Ya estás a salvo, sólo intenta no volver a perderte.

—Entendido.

—Creo que nos volveremos a ver en el futuro—me dijo—. Estoy bastante segura de ello.

Ladeé la cabeza, me emocionaba la idea de volver a ver a la genial chica cazadora que vivía en el bosque.

—¿Y podremos ser amigos?—le pregunté en mi infantil inocencia.

La pregunta pareció desconcertarla por momentos, antes de reaccionar y volverme a revolver el cabello.

—En el caso de que sigas siendo como lo eres ahora, y no te hallas vuelto un cerdo como otros hombres, sí, con gusto seré tu amiga.

La idea me entusiasmó.

—Seré bueno—prometí—. Yo siempre... siempre estaré del lado de la justicia.

Ella me sonrió una última vez.

—Hasta entonces. Si alguna vez necesitas mi ayuda, en algo en lo que pueda intervenir, te escucharé.

No entendía como podría hacer eso, o a que se refería, pero antes de poder preguntar, ella tocó delicadamente mi frente con dos dedos, y caí inconsciente.

Artemis bloqueó mis recuerdos, pero ella no contaba con la presencia de Hércules en mi mente, que incluso sin haber despertado, bastó para evitar que algunos flashes, como el jabalí y las flechas, fueran completamente sellados.

Al final, cuando me encontró mi madre, lo único que los adultos creyeron fue que me había quedado dormido detrás de un árbol, y yo sin recuerdos de lo ocurrido, no tenía motivos para no creerlo también.







Abrí los ojos, temblando.

—G-gracias...—logré pronunciar—. Yo... gracias.

—No tienes nada que agradecer, Percy.

—Pero... tú estuviste realmente allí—murmuré—. En Las Vegas...

—Ayudar a esos animales no contaba como intervención directa, sino como parte de mis dominios, y gustosamente hice mi parte por mantenerlos a salvo, en realidad... bueno, ya verás más tarde.

—¿Y esa noche en la academia Yancy?

—Me encontraba por la zona, no sabía que estarías allí, simplemente me hice invisible a tus ojos al notar que, a diferencia de los mortales, tú podías verme—explicó—. Te reconocí a la distancia, sí, pero te veías... distinto.

—Ah... eso.

—¿Qué fue lo que te sucedió?

Me tomé la venda de mi rostro, como hacía instintivamente cada vez que recordaba mi lucha con Luke el verano pasado.

—Perdí el ojo hace seis meses—revelé—, luchando contra Luke...

—Ya veo—murmuró—. ¿Y qué me dices de esos tatuajes?

Su voz tenía un toque de desconfianza mezclada con curiosidad, no me sorprendía, no era natural ver a alguien tan joven lleno de marcas.

—No es un tatuaje—dije finalmente—. Es... una marca, no... no puedo dar muchos detalles.

—¿Una marca?—repitió Artemis.

—Sí, eso mismo.

Ella se acercó aún más a mí y analizo detenidamente la marca.

—Es sorprendente...—murmuró—. Esto no está pintado o marcado en tu piel, es más bien... como si así hubiese sido tu cuerpo desde siempre, pero eso es imposible...

—No... no me gusta hablar de la marca—dije, retrocediendo algunos pasos—. ¿Qué necesita de mi, señora?

Me sentía inseguro, de forma radicalmente distinta a la confianza que tenía de niño frente a Artemis. Ahora era un chico y oficialmente estaba fuera de su protección.

—Siéntate, por favor.

Hice lo que me pidió, sentándome con Artemis delante.

Ella seguía estudiándome, cosa que no dejaba de incomodarme. Su mirada era antigua, tenía unos ojos tan arcaicos que desentonaban con su apariencia tan joven.

—¿Te sorprende mi edad?—preguntó.

—N-no mucho...—murmuré—. Es sólo que... bueno... no sé...

¿Qué demonios me pasaba? Nunca había estado tan nervioso antes. Debía de reaccionar, era el heredero de Hércules, el Mensajero de la Justicia, el nuevo faro de esperanza para dioses y hombres.

Pero no podía, los nervios me traicionaban como nunca antes.

—Puedo aparecer como una mujer adulta, o como un fuego llameante, o como desee—me dijo Artemis—. Pero esta apariencia es la que prefiero. Viene a ser la de mis cazadoras y de todas las jóvenes doncellas que continúan bajo mi protección, hasta que se echan a perder.

—¿A qué se...?

—Hasta que crecen. Hasta que enloquecen por los chicos, y se vuelven tontas e inseguras u se olvidan de sí mismas.

—Ah.

Zoë se había sentado a su derecha y me miraba de un modo furibundo, como si yo fuese el culpable de todos los males que Artemis había descrito. Como si la mera noción de ser un chico la hubiese inventado yo.

—Has de perdonar a mis cazadoras si no se muestran muy amables contigo—dijo Artemis—. Es muy raro que entren chicos al campamento. Normalmente les está prohibido el menor contacto con las cazadoras. El último que pisó el campamento...—Miró a Zoë—. ¿Cuál fue?

—Ese chico de Colorado. Lo transformasteis en un jackalope, mi señora.

—Ah, sí—asintió Artemis, satisfecha—. Me gusta hacer jackalopes, ya sabes, ese críptido, mezcla de liebre y antílope. En todo caso, te he llamado para que me hables un poco más de la Mantícora. Bianca me ha cintado algunas de las cosas inquietantes que el monstruo dijo. Pero quizá ella no las aya entendido bien. Quiero oírlas de tus labios.

Se lo conté todo, de principio a fin, desde mi conversación con Espino en el gimnasio hasta la llegada de las cazadoras, pasando por mi duelo con la Mantícora y la neurotoxina que había preparado para mi.

Cuando terminé, Artemis puso una mano en el arco, pensativa.

—Ya me temía que tendría que usarlo.

Zoë se echó hacia delante.

—¿Lo decís por el rastro, mi señora?

—Sí.

—¿Qué rastro?—pregunté.

—Están apareciendo criaturas que yo no había casado en milenios—murmuró Artemisa—. Presas tan antiguas que casi las había olvidado.—Me miró fijamente—. Vinimos aquí ayer en la noche porque detectamos la presencia de la Mantícora. Pero ése no era el monstruo que buscaba. Vuelve a repetirme lo que dijo el doctor Espino exactamente.

—Dijo que alguien llamado el General me lo iba a explicar todo.

Zoë palideció. Se volvió hacia Artemisa y empezó a decirle algo, pero la diosa alzó una mano.

—Continúa, Percy.

—Bueno, entonces se refirió a "El Gran Despertar" Y dijo: "Pronto tendremos al monstruo más importante de todos. El que provocará la caída del Olimpo"

La diosa permanecía tan inmóvil como una estatua.

—Quizá mentía—sugerí.

Artemis meneó la cabeza.

—No, no mentía. He sido demasiado lenta en percibir los signos. Tengo que cazar a ese monstruo.

Haciendo esfuerzos por no parecer asustada, Zoë asintió.

—Saldremos de inmediato, mi señora.

—No, Zoë. Esto he de hacerlo sola.

—Pero Artem...

—Es una tarea demasiado peligrosa, incluso para las cazadoras. Tú ya sabes dónde debo empezar la búsqueda, y no puedes acompañarme allí.

—Como... como deseéis, mi señora.

—Hallaré a esa criatura—prometió Artemis—. Y la traeré de vuelta al Olimpo para el solsticio de invierno. Será la prueba que necesito para convencer a la Asamblea de Dioses del peligro que corremos.

—¿Y usted, señora, sabe de qué monstruo se trata?—pregunté.

Artemis agarró su arco con fuerza.

—Recemos para que esté equivocada.

—¿Una diosa puede rezar?—inquirí, porque era una idea que nunca se me había ocurrido.

La sombra de una sonrisa aleteó por sus labios.

—Antes de irme, Percy Jackson, tengo una tarea para ti.

—¿Incluye acabar convertido en un jackalope de esos?

—Lamentablemente, no. Quiero que escoltes a las cazadoras hasta el Campamento Mestizo. Allí permanecerán a salvo hasta mi regreso.

—¿Qué?—soltó Zoë—. ¡Pero Artemisa! Nosotras aborrecemos ese lugar. La última vez...

—Ya lo sé—respondió la diosa—. Pero estoy segura de que Dioniso no nos guardará rencor por un pequeño, eh... malentendido. Tienen derecho a usar la cabaña número ocho siempre que la necesiten. Además, tengo entendido que han reconstruido las cabañas que ustedes incendiaron.

Zoë masculló algo sobre estúpidos campistas...

—Y ya sólo queda una decisión que tomar.—Artemis se volvió hacia Bianca—. ¿Te has decidido ya, niña?

Bianca vaciló.

—Aún me lo estoy pensando.

—Un momento—dije—. ¿Pensarse qué?

—Me han propuesto... que me una a las cazadoras.

Alcé una ceja.

—¿Y abandonar a tu hermano?

—Podrás verlo de vez en cuando—le aseguró Artemis a Bianca—. Pero ya no tendrás ninguna responsabilidad sobre él. Los instructores del campamento se harán cargo de su educación. Y tú tendrás una nueva familia. Nosotras.

—Una nueva familia—repitió Bianca con aire de ensoñación—. Sin ninguna responsabilidad...

Suspiré.

Hades había estado intentando cambiar un poco su forma de ser, quería convertirse en el hermano mayor de los dioses como lo era su contraparte en el mundo de Hércules y el Ragnarok. Pero mientras que el cambiaba, sus hijos... bueno.

—Lo correcto para un hermano mayor es cuidarles las espaldas a sus hermanos—dije. Y antes de que Bianca o alguien más pudiera decir nada, continué—. Y es por eso que te prometo, como favor a tu padre, que cuidaré de Nico como si fuese mi propio hermano. Lo mismo se extiende a ti, pero creo que tendrás bastantes nuevas hermanas que vean por ti.

Bianca me miró muy sorprendida.

—¿Lo dices en serio?

—Creo que unirte a las cazadoras es una gran oportunidad para ti—dije finalmente—. Tu padre estará feliz de saber que te harás una doncella eterna, pero quizá deberías hablarlo antes con Nico.

Me puse de pie.

—¿Necesita algo más de mi, señora?

Artemis me estudiaba nuevamente, ahora con aire menos crítico y más tranquilo.

—No, Percy Jackson—dijo finalmente—. Se acerca el amanecer. Pediré a mi hermano que los lleve a ustedes y a las cazadoras al campamento.

—Entiendo.

Cuando estaba a punto de salir de la tienda, la diosa me detuvo una última vez.

—Percy—me llamó.

Me volví para verla.

—Lo que te dije ya hace años, era en serio—aseguró—. Demuéstrame que no eres como los demás chicos.

Asentí con la cabeza y abandone la tienda. Con mi mente un poco más tranquila y mi cuerpo recuperado, podía volver a concentrarme en los verdaderos problemas que enfrentaba.

Y el más próximo de ellos respondía al nombre de Apolo.

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