Trampas y engaños:
Salto de tiempo: aproximadamente seis meses en el futuro
Desde Nueva York hasta Bar Harbor, en Maine, había un trayecto de ocho horas en auto. El aguanieve caía sobre la carretera. Hacía meses que no había visto a mis amigas, Annabeth y Thalia, o a mi madre.
Había estado seis meses en el Campamento Mestizo, entrenando sin descanso, adaptando mi cuerpo, y estudiando, estudié más historia de lo que jamás había estudiado para algo, más específicamente, estudié los veintiséis nombres de la lista del Ragnarok.
Y en todo ese tiempo, rara vez me había dado el tiempo para ponerme contacto con el exterior. Pero entre aquella ventisca y lo que nos esperaba, nadie estaba de ánimos de decir gran cosa. Salvo mi madre, claro. Ella, si está nerviosa, habla todavía más.
Cuando llegamos finalmente al internado de Westover Hall estaba oscureciendo y mi madre ya había contado las anécdotas más vergonzosas de mi historia infantil, sin dejarse una sola.
Thalia limpió los cristales empañados del coche y escudriñó el panorama con los ojos entornados.
—Esto promete ser divertido.
Westover Hall parecía un castillo maldito: todo de piedra negra, con torres, troneras y puertas de madera imponentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente.
Recordaba claramente las palabras que me había dicho Hades la noche anterior: "Está misión es de especial importancia para mi, confío, sobrino, en que puedas manejarla sin demasiados problemas"
Me había preparado lo mejor que había podido, pero incluso sin un ojo, era imposible no ver que los problemas me seguirían a donde quiera que fuera.
Aún así, me había prometido a mi mismo que no decepcionaría al Rey del Inframundo, y yo soy alguien que cumple sus promesas.
—¿Seguro que no quieres que los espere?—preguntó mi madre.
—No, gracias. No sé cuánto tiempo nos vaya a llevar esto. Pero no te preocupes por nosotros.
—Claro que me preocupo, Percy. ¿Y cómo piensan volver?
—Nos las arreglaremos, mamá, confía en mí.
Ella aún tenía sus dudas, casi le había dado un infarto cuando me vio llegar a casa sin un ojo y con una cicatriz gigantesca en el brazo izquierdo, entendía perfectamente su preocupación.
—Todo irá bien, Sally—terció Annabeth con una sonrisa, que llevaba el cabello rubio recogido bajo una gorra. Sus ojos brillaban con el mismo tono gris del mar revuelto—. Nosotras nos encargaremos de mantenerlo a salvo.
Mi madre pareció calmarse un poco. Annabeth es para ella la semidiosa más sensata que ha llegado jamás a octavo curso. Está convencida de que, si no me han matado aún, más de una vez fue gracias a Annabeth. Lo cual es completamente cierto.
—Muy bien, queridos—dijo mi madre—. ¿Tienen todo lo que necesitan?
—Sí, señora Jackson—respondió Thalia—. Y gracias por el viaje.
—¿Jerséis suficientes? ¿Mi número de teléfono?
—Mamá...
—¿Néctar y ambrosía, Percy? ¿Un dracma de oro por si tienen que contactar al campamento?
—Mamá—le puse una mano sobre el hombro—. Estaremos bien, ¿de acuerdo?
Baje del auto, Annabeth y Thalia me siguieron. El viento me atravesaba el abrigo con sus dagas heladas.
—Tu madre es increíble, Percy—dijo Thalia en cuanto el auto se perdió de vista.
—Definitivamente...—murmuré, después de meses de no ver a mi madre, incluso sabiendo que lo más seguro para ella era irse, verla alejarse me seguía entristeciendo—. ¿Que me dices de ti? ¿Estás en contacto con tú madre?
Supe de inmediato que había tocado una fibra sensible. Me lanzó una mirada fulminante.
—Eso no es asunto tuyo, Percy...
—Será mejor que entremos ya—la interrumpió Annabeth—. Grover debe de estar esperándonos.
Thalia echó un vistazo al castillo y se estremeció.
—Tienes razón. Me pregunto que habrá encontrado aquí para verse obligado a pedir ayuda.
Alcé la mirada hacia las negras torres de Westover Hall.
"No qué"—pensé—. "Quienes"
Las puertas de roble se abrieron con un siniestro chirrido y entramos en el vestíbulo entre un remolino de nieve.
Analicé rápidamente el entorno: era un lugar inmenso, en los muros se alineaban estandartes y colecciones de armas, con trabucos, hachas y demás.
Rocé con los dedos el anillo en mi mano derecha. Percibía algo extraño en aquel lugar. Algo peligroso. Thalia se había puesto a frotar su pulsera de plata, su objeto mágico favorito. Los dos estábamos pensando lo mismo: se avecinaba una pelea.
—Me preguntó dónde...—empezó Annabeth.
Las puertas se cerraron con estruendo a nuestras espaldas.
—Manténganse alerta—dije—. Hay algo en éste lugar que no está bien.
Me llegaban los ecos de una música de baile desde el otro extremo del vestíbulo. Parecía música de baile.
Escondimos nuestras bolsas tras una columna y empezamos a cruzar la estancia. No habíamos llegado muy lejos cuando oí pasos en el suelo de piedra, un hombre y una mujer surgieron de las sombras.
Los dos llevaban el cabello gris muy corto y uniformes negros de estilo militar con ribetes rojos. La mujer tenía un ralo bigote, mientras que el hombre iba perfectamente rasurado, lo cual resultaba desconcertante. Avanzaban muy rígidos y firmes hacia nosotros.
—¿Y bien?—preguntó la mujer—. ¿Qué hacen aquí?
He de admitirlo, eso me tomó desprevenido. Había estado tan concentrado en reunirme con Grover y cumplir satisfactoriamente el encargo de Hades, que había olvidado considerar que tres chicos colándose en un internado podría despertar sospechas.
—Sólo estamos...
—¡Ja!—soltó el hombre, interrumpiéndome—. ¡No se admiten visitantes en el baile! ¡Seréis expulsados!
Hablaba con acento francés. Decía "seguéis" en lugar de "seréis". Era muy alto y de aspecto duro. Y tenía los ojos de dos colores: uno castaño y otro azul, como un gato callejero.
Supuse que nos iba arrojar a la nieve sin contemplaciones, pero entonces Thalia dio un paso al frente.
Chasqueó los dedos y salió un sonido agudo y muy alto, una ráfaga de viento salió de su mano y cruzó el vestíbulo, haciendo ondear los estandartes de la pared.
—Es que nosotros no somos visitantes, señor—dijo—. Nosotros estudiamos aquí. Acuérdese. Yo soy Thalia, y ellos Annabeth y Percy. Cursamos octavo.
"La Niebla"—comprendí al instante—. "Está manipulando la Niebla"
El profesor entornó sus ojos anómalos, parecía indeciso.
Miró a su colega.
—Señorita Latiza, ¿conoce usted a estos alumnos?
La mujer pestañeó, como si acabara de despertar de un trance.
—Sí... creo que sí, señor—dijo arrugando el ceño—. Annabeth. Thalia. Percy. ¿Cómo es que no están en el gimnasio?
Antes de que pudiésemos responder, oí más pasos y apareció Grover jadeando.
—¡Vinieron...!—se detuvo en seco al ver a los profesores—. Ah, señorita Latiza. ¡Doctor Espino! Yo...
—¿Qué ocurre, señor Underwood?—dijo el profesor. Era evidente que Grover le desagradaba—. ¿Y qué significa eso de que "vinieron"? Estos alumnos viven aquí.
Grover tragó saliva.
—Claro, doctor Espino. Iba a decirles que vinieron... de maravilla sus consejos para hacer el ponche. ¡La receta es suya!
Espino nos observó atentamente. Llegué a la conclusión de que uno de sus ojos tenía que ser postizo, y el pareció notar que yo prestaba especial atención a sus ojos.
—¿Por qué tienes esa venda en tu cara?—preguntó con sospecha.
Me toqué la banda de tela negra que me atravesaba el rostro, era del mismo color de mi cabello para no resaltar demasiado, pero a diferencia de la Marca de Hércules, no era algo que la Niebla ocultara de forma natural.
Me levanté la prenda, mostrando la terrible cicatriz que me había dejado la espada de Luke hacia seis meses, junto con mi cuenca ocular ahora vacía.
—Accidente automovilístico—dije—. Un trozo de la carrocería me cayó en el rostro y... pasó lo qué pasó.
Sus ojos dicromáticos se clavaron en mi.
—Por eso es importante usar el cinturón, ¿no lo cree, señor Jackson?
Se hizo un silencio en el salón, nadie hizo un sólo movimiento, yo no le había dicho mi apellido, y él era consciente de ello.
Él era un monstruo, y sabía quien era yo.
—Sí, señor—dije finalmente.
—Vuelvan al gimnasio—dijo—. Y no vuelvan a salir de allí.
Grover nos arrastró hacia el extremo del vestíbulo donde sonaba la música. Notaba los ojos del profesor clavados en mi espalda, me acerqué a mis amigos y les dije en voz baja:
—Como habrán notado, Espino es un monstruo.
Grover asintió enérgicamente.
—El subdirector, sí—confirmó—. Pero... ¿cómo es que él te...?
—Me falta un ojo, Grover—dije—. Ese es un rasgo muy distintivo. Tiene que ser uno de los monstruos de Luke, de otro modo no me explico como me conoce.
—Entonces tendremos que actuar de prisa—dijo Thalia.
Me volví hacia ella.
—Eso que hiciste con la Niebla... ¿dónde aprendiste eso?
—¿Qué? ¿Quirón no te lo ha enseñado?
—No... estaba algo ocupado enseñándome a luchar con un sólo ojo.
Grover nos consigo deprisa hasta una muerta que tenía tres letras en el vidrio:GIM. Incluso un disléxico como yo podía leerlo.
Annabeth y Thalia lo abrazaron. Yo le choqué esos cinco.
Me alegraba de verlo después de tantos meses. Estaba más alto y le habían salido unos cuantos pelos más en la barbita, pero, aparte de eso, tenía el aspecto de siempre.
—Bueno, ¿y qué era esa cosa tan urgente?—preguntó Thalia.
Grover respiró hondo.
—He encontrado dos.
—¿Dos mestizos?—dijo Thalia, sorprendida—. ¿Aquí?
Grover asintió.
Encontrar un sólo mestizo ya era bastante raro, y pasábamos por tiempos desesperados. Estábamos perdiendo campistas y necesitábamos a todos los nuevos guerreros que pudiésemos encontrar. El problema es que tampoco había por ahí tantos semidioses suelto, por lo que Quirón había mandado a los sátiros a hacer horas extras por todo el país.
Habíamos acudido lo más rápido posible al llamado de Grover, pero la verdad era que yo estaba allí por encargo de alguien más.
La noche antes de que Grover nos llamase recibí una visión de Hades, ésta misión era especialmente importante para él debido a que, los dos mestizos que había encontrado Grover, eran precisamente sus hijos.
—Dos hermanos: un chico y una chica—estaba diciendo Grover—. De diez y doce años. Desconozco su ascendencia, pero son muy poderosos. Además, se nos acaba el tiempo. Necesito ayuda.
Hades había sido muy específico en que no podía contarle a nadie sobre quién era el padre de esos dos mestizos, pero incluso sin compartir esa información, me seguía siendo útil.
Saber que dos hijos del Rey del Inframundo estaban allí significaba que emitían en conjunto un aura abrumadoramente poderosa, lo que también significaba que fuera el tipo de monstruo que fuese, Espino era muy poderoso.
—¿Hay más monstruos a demás del subdirector?—pregunté.
—No—dijo Grover—. Sólo Espino, ya sospechaba algo, pero no estaba seguro de que fueran semidioses, pero ahora que ustedes llegaron...
—Sus sospechas se confirman.
—¡Exacto! ¡Quizá sea nuestra última oportunidad! Cada vez que trato de acercarme a ellos, el se pone en medio, cerrándome el paso. ¡Ya no sé que hacer!
Grover miró a Thalia, ansioso. Procuré no ofenderme. Él recurría a mí normalmente, pero Thalia era más veterana y eso le daba ciertas prerrogativas. No sólo por ser hija de Zeus, sino que también tenía más tiempo de experiencia a la hora de combatir monstruos que nadie.
—Muy bien—dijo ella—. ¿Esos presuntos mestizos están en el baile?
Grover asintió.
—Pues a bailar—dijo Thalia.
Empezamos a deambular por el caos del gimnasio, las escuelas militares tienen eso, tantas reglas y tantas restricciones sólo consiguen que en el primer momento de libertad que se tiene, los estudiantes explotan.
Mientras tratábamos de ser desapercibidos, Grover señaló con la barbilla a dos jóvenes que discutían en las gradas.
—Allí están. Bianca y Nico di Angelo.
Me quedé paralizado por un segundo cuando los vi.
—Yo los conozco...—ya los había visto antes, en el Casino Loto hacía más o menos un año y medio. Sabía que eran hijos de Hades, pero no conocía nada más de ellos, lo que hizo una sorpresa descubrir que sin duda ya los conocía.
—¿Qué? ¿De verdad?—preguntó Annabeth.
—Sí... los había visto antes... fue muy fugaz, pero sin duda son ellos.
La chica llevaba una gorra verde tan holgada que parecía querer taparse la cara. El chico era obviamente su hermano. Ambos tenían el cabello oscuro y sedoso y una tez olivácea, y gesticulaban aparatosamente al hablar. Él barajaba unas tarjetas; ella parecía regañarlo por algún motivo, pero no paraba de mirar alrededor con inquietud.
—¿Ellos ya...? O sea, ¿se los has dicho?—preguntó Annabeth.
Grover negó con la cabeza.
—Ya sabes lo que sucede. Correrían más peligro. En cuanto sepan quiénes son, el olor se volverá más fuerte.
Me miró. Yo asentí, era bien sabido que mientras más poderoso es un mestizo, más notorio y apetitoso se vuelve para los monstruos.
—Vamos por ellos y saquémoslos de aquí—dije.
Thalia negó con la cabeza y señaló hacia una puerta aledaña a las gradas, por la cual el doctor Espino acababa de deslizarse, plantándose muy cerca de los hermanos Di Angelo. Movía la cabeza hacia nosotros, y su ojo azul parecía resplandecer.
—Él sabe por que estamos aquí—dije—. Ser discretos es inútil, hay que actuar ahora.
—¿Y qué vas a hacer, eh?—preguntó Thalia—. ¿Irás allí y te pondrás a pelear con un monstruo en medio de un salón lleno de mortales?
La fulminé con la mirada.
—A diferencia de ti, yo sí sé ser razonable.
Me alejé de mis amigos, pero no me dirigí hacía los Di Angelo, sino hacia el propio doctor Espino.
Me recargué casualmente en la pared a su lado y evité por completo el contacto físico. Él no hizo ningún ademán de atacar, ni siquiera se mostró amenazante.
—Ambos sabemos cómo va a terminar esto—le dije—. Así que quisiera ahorrarme el tener que pelear poniendo en peligro las vidas de otros...
Saqué mi bolígrafo y lo coloqué frente a su garganta, un movimiento de dedo y mi espada se extendería, cortándole el cuello.
Eso me dijo exactamente el tipo de monstruo que era, porque sentí la puntiaguda punta de un aguijón a centímetros de mi cuello.
—¿Mantícora?
—Mantícora.
Levanté mi brazo izquierdo, sujetando su aguijón con fuerza e inmovilizándolo.
—No puedes vencerme—le advertí.
—Oh, pero sí que puedo—respondió tranquilamente—. El señor Crono ha sido muy generoso con la información sobre ti que nos brindó a sus seguidores más poderosos. Así que cuando identifiqué al señor Underwood, no dudé en que usted se aparecería por aquí tarde o temprano.
—Debiste huir mientras podías.
—Hice algo mejor que eso—respondió—. Mi veneno no es letal, pero sí que hace daño, y eso, sumado a varios días de duro trabajo, significa que el sistema contra incendios del gimnasio debería activarse en aproximadamente cinco minutos, bañando todo el salón con mis toxinas. Y creí que debería mencionar que... mientras yo esté en ésta sala, mi muerte desencadenará la misma lluvia tóxica.
—Pensaste en todo, ¿no es así?—dije—. ¿Cómo lograste hacer todo eso?
—Creía que sería obvio, algunos niños de Hefesto traicionaron a tu pequeño campamento a favor de mi señor.
Gruñí por lo bajo.
—Bien, ¿qué es lo que quieres, monstruo?
—Ve y adviérteles a tus amigos, que siguen allí viéndonos feo desde la distancia, necesitaremos privacidad para nuestro duelo.
Alcé una ceja.
—¿Quieres retarme a un combate singular?
—¿Aceptarás, Mensajero de la Justicia?
Quité mi bolígrafo de frente a su cuello.
—Tú ganas.
Volví caminando hacia donde mis amigos, Thalia me miraba con enojo e impaciencia.
—¿Y bien?—preguntó.
—Logró envenenar el sistema anti incendios—dije—. Y el sistema se activará en cinco minutos.
—Y asumo qué hay que detenerlo.
—Quiere un duelo singular—respondí—. Los quiere a ustedes lejos para poder enfrentarme uno a uno.
—Es obviamente una trampa—dijo Thalia.
—¿Crees que no lo sé? Necesito que ustedes vayan a desactivar el veneno mientras yo lidio con él, en cuanto terminen pueden venir a ayudarme y lo terminaremos entre todos.
Thalia me sostuvo la mirada.
—Nadie te puso a cargo aquí, Jackson.
—A ti tampoco—respondí—. Thalia, no tengo nada en tu contra, eres una persona genial y no tienes la culpa de ser la hija de Zeus y acaparar toda la atención, pero aún así, no necesito correr tras de ti para resolver cada problema.
—Escúchame bien, éste no es momento para...
Señalé la puerta al lado de las gradas, ni espino ni los di Angelo estaban allí.
—Estamos perdiendo tiempo muy valioso, si llegara a venir alguien a demás de mi podría matar a los Di Angelo, y eso es algo que no voy a permitir.
—Bien—bufó Thalia—. Annabeth, Grover, encarguémonos de ese veneno. Ya nos encargaremos de salvarle el trasero a Percy más tarde.
Ellos echaron a correr por un lado, yo fui por el otro, tenía un asunto pendiente que tratar.
La puerta daba a un pasillo sumido en la oscuridad. Oí ruidos de forcejeó hacia el fondo y también un gemido. Destapé a Contracorriente.
Crucé a toda velocidad el pasillo, pero en el otro extremo no había nadie. Mis instintos estaban al máximo, me detuve y empecé a avanzar con la guardia en alto.
—Saludos nuevamente, Jackson—resonó la voz de la Mantícora desde todas partes a la vez.
Me pegué al muro para evitarme un golpe por la espalda y alcé mi arma.
—Muéstrate—ordené.
Justo enfrente de mí, atravesando la pared de un salón, la cola de escorpión del monstruo emergió frente a mis narices.
Arqueé la espalda, evitando que me cortara la cabeza por centímetros y vi como la cola volvía a meterse por el muro, luego oí veloces saltos y pasos, y después silencio.
Entre al salón desde donde me había atacado el monstruo, siendo recibido por una avalancha de mesas, sillas y muebles. Corté cuantos pude con mi espada, y justo cuando partí en dos el escritorio del profesor, el monstruo hizo acto de presencia, con las garras y cola extendidas, abalanzándose hacia mí a través de los escombros de su anterior ataque.
Logré bloquear su aguijón con mi espada, pero caí al suelo, con su pata izquierda haciendo presión sobre mi pecho y si aguijón forcejeando contra mi espada.
Levantó su pata derecha y lanzó un golpe tratando de aplastar mi craneo, moví la cabeza a tiempo para evitar el ataque y usando mi fuerza hercúlea pateé con ambas piernas desde abajo.
La Mantícora chocó contra la pared, rompiéndola, y desapareció por el pasillo.
Me reincorporé lentamente y con cautela antes de volver al pasillo y seguir avanzando la guardia en alto.
Abrí una puerta más y me encontré de nuevo en el vestíbulo principal. Me quedé pasmado. No veía a Espino por ninguna parte, pero sí a los hermanos Di Angelo, que permanecían al fondo, paralizados de terror.
Avancé poco a poco, bajando la espada.
—Tranquilos. No voy a hacerles daño.
Ellos no respondieron. Tenían los ojos desorbitados por el pánico. ¿Qué les pasaba! ¿Dónde se había metido Espino?
—Me llamó Percy—dije, tratando de mostrarme sereno—. Los sacaré de aquí, fui enviado por su padre.
Eso pareció hacer reaccionar a Bianca, quien abrió mucho los ojos en respuesta y discretamente señaló con su mano hacia mi espalda.
Escuché un silbido, me giré en redondo en ese mismo instante y lancé un mandoble.
Desvíe dos espinas que volaban a toda velocidad hacia mi con mi espada, y atrapé una tercera con mi mano libre.
Lancé la espina al aire antes de volver a tomarla en manos.
—¿Eso es todo? Un ataque de razonamiento simple para alguien con un doctorado.
Lancé la espina despreocupadamente hacia atrás.
Espino balanceó su cola y la golpeó contra el suelo, atravesando el concreto y mirándome con sus ojos anómalos.
—Y ese es un razonamiento predecible de alguien simple como tú, Perseus Jackson—respondió—. Realmente me encantaría destruirte, pero mis órdenes son otras.
Me di un par de golpecitos en la cabeza con los dedos.
—¿Y qué tan bueno es tu "vasto intelecto" si lo usas para seguir las órdenes de un loco?
—Tus burlas no tienen sentido—respondió Espino, sus ojos relucieron con maldad—. Ya has perdido y ni siquiera lo has notado.
—Ajá, ¿y dime cómo exactamente?
—Mira tu mano.
Tuve una terrible sensación, miré mi mano izquierda, cubierta con alguna clase de pegoste azul, al voltearme, noté que la espina que había atrapado estaba embadurnada de la misma sustancia.
—Una neurotoxina que creé yo mismo usando Tetraetilamonio como base—dijo Espino muy orgulloso—. Inhibe los canales de Potasio, deteniendo a los nervios motores y anulando la contracción muscular. ¿Puedes sentirlo, Mensajero de la Justicia? Como tus músculos se atrofian...
Vaya que podía sentirlo, no sabía que rayos tenía esa toxina ni como demonios la había hecho, pero claramente funcionaba, estaba hecha específicamente para lidiar conmigo y el poder de Hércules en mis músculos.
Caí al suelo sin poder dejar de temblar e incapaz de moverme.
—Los tres vendrán conmigo—dijo Espino—. Obedientes y en silencio. Si hacen un sólo ruido, si gritan pidiendo auxilio, o intentan resistirse, les haré una demostración de puntería.
...
En vista de que la historia de Moon Knight y Crónicas de los Kane será mucho más larga de lo que tenía previsto, decidí que, al igual que lo hizo "The Emperor" se actualizará los sábados, pero con capítulos dobles.
Así que, el Éxodo de Hércules vuelve después de sus vacaciones de ni siquiera un día.
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