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Tiempo muerto:


El dios de la guerra nos esperaba en el estacionamiento del restaurante.

—Bueno, bueno—dijo—. No los han matado.

—Seriamente, pudiste haber evitado la trampa sin problemas—dije—. No sé aún para qué nos querías.

Ares sonrió maliciosamente.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió cuando no vio nadie en la tele. Aunque arruinaron el espectáculo.

—No hubiera sido justo quedar atrapados en una trampa que no iba dirigida a nosotros, ¿o sí, dios del valor?

Le entregué su escudo, él lo agarró y lo hizo girar en e, aire como una masa de pizza. Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo colocó por la espalda.

—¿Ves ese camión ahí?—Señaló un trailer de dieciocho ruedas estacionado en la calle junto al restaurante—. Es su vehículo. Los conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas.

El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que pude leer sólo porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la dislexia: "AMABILIDAD INTERNACIONAL: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS, PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS"

—¿Estas bromeando?—pregunte.

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Boleto gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo.

Sacó una mochila de nailon azul y me la lanzó. Contenía ropa limpia para todos, veinte dólares en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una caja de galletas Oreo con relleno doble.

—Gracias—le dije, echándome la mochila al hombro. Aún quería darle un puñetazo en el rostro a ese cretino, pero me dije a mi mismo que sólo era su aura afectándome.

Miré al restaurante, que ahora tenía sólo un par de clientes. La camarera que nos había servido la cena nos miraba nerviosa por la ventana, como si temiera que Ares fuera a hacernos daño. Sacó al cocinero de la cocina para que también mirase. Le dijo algo. Él asintió, levantó una cámara y nos sacó una foto.

"Genial"—pensé—. "Mañana otra vez en los periódicos"

Ya me imaginaba el titular: "Delincuente juvenil asalta a motorista indefenso"

—Me debes algo más—le dije a Ares—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás?—Arrancó la moto—. No está muerta.

Todo me dio vueltas.

—¿Cómo...? ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamorfosis. No muerte. Alguien la tiene.

La esperanza brotó en mi interior, no sabía dónde estaba mi madre, pero al menos estaba en algún lugar. No en la nada, no en Nifhel.

—La tienen... ¿Quién...?

—¿Tú quien crees?—se burló Ares—. Si el aliento de muerto no la tiene, nadie más lo hace.

Miré al dios fijamente.

—No ha parado de inculpar a Lord Hades—le dije—. Hay algo aquí que no esta diciendo, no actúa como se supone debería, algo no está bien con usted.

Tras sus gafas de sol. Sentí un viento cálido en el cabello.

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que pelees, no descuides tu espalda.

Aceleró la Harley y salió con un rugido por la calle Delancy.

—¿De qué demonios estabas hablando, Percy?—preguntó Annabeth—. ¿Cómo es eso de que Ares "no actúa como debería"?

Fruncí el ceño, las palabras brotaron de mi boca sin que yo lo pensara realmente:

—Conozco a Ares mejor de lo que crees.

Annabeth quiso preguntar más, pero Grover se le adelantó:

—Eh, chicos—nos llamó—. Detesto interrumpirlos, pero...

Señaló al comedor. En la caja registradora, los dos últimos clientes pagaban la cuenta, dos hombres vestidos con idénticos monos negros, con un logo blanco en la espalda que coincidía con el del camión: "AMABILIDAD INTERNACIONAL"

—Si vamos a tomar el expreso del zoo—prosiguió Grover—, debemos darnos prisa.

No me gustaba, tenía un mal presentimiento, pero no teníamos opción. Además, ya había tenido suficiente de Denver. Cruzamos la calle corriendo, subimos a la parte trasera del camión y cerramos las puertas.







Lo primero que me llamó la atención fue el olor. Parecía la caja para gatos más grande del mundo.

El interior del camión estaba oscuro hasta que destapé a Anaklusmos. La espada arrojó una débil luz broncínea sobre una escena muy triste. En una fila de jaulas asquerosas había tres de los animales de zoo más patéticos que había visto jamás: una cebra, un león albino y una especie de antílope raro.

Alguien le había tirado al león un saco de nabos que claramente no quería comerse. La cebra y el antílope tenían una bandeja de carne picada. Las crines de la cebra tenían chicles pegados, como si alguien se hubiera dedicado a escupírselos. Por su parte, el antílope tenía atado a uno de los cuernos un estupido globo de cumpleaños plateado que ponía: "¡Al otro lado de la colina!"

Al parecer, nadie había querido acercarse lo suficiente al león, y el pobre bicho se removía inquieto sobre unas mantas raídas y sucias, en un espacio demasiado pequeño, entre jadeos provocados por el calor que hacia en el camión. Tenía moscas zumbando alrededor de los ojos enrojecidos, y los huesos se le marcaban.

—¿Esto es amabilidad?—exclamó Grover—. ¿Transporte zoológico humano?

Seguro que habría salido otra vez a sacudir a los camineros con su flauta de juncos, y desde luego yo lo habría ayudado, pero Justo entonces el camión arrancó y el tráiler empezó a sacudirse, así que nos vimos obligados a sentarnos o caer al suelo.

Nos apiñamos en una esquina junto a unos sacos de comida mohosos, intentando hacer caso omiso al hedor, el calor y las moscas. Grover intentó hablar con los animales mediante una serie de balidos, pero se lo quedaron mirando con tristeza. Annabeth estaba a favor de abrir las jaulas y liberarlos al instante, pero yo señalé que no serviría de nada hasta que el camión parara. Además, me daba la sensación de que teníamos mucho mejor aspecto para el león que aquellos nabos.

Encontré una jarra de agua y les llené los cuencos, después usé la espada para sacar la comida equivocada de sus jaulas. Le di la carne al león y los nabos a la cebra y el antílope.

Grover calmó al antílope, mientras Annabeth le cortaba el globo del cuerno con su cuchillo. Quería también cortarles los chicles a la cebra, pero decidimos que sería demasiado arriesgado con los tumbos que daba el camión. Le dijimos a Grover que les prometiera a los animales que seguiríamos ayudándolos por la mañana, después nos preparamos para pasar la noche.

Grover se acurrucó junto a un sacó de nabos; Annabeth abrió un paquete de nuestras Oreos con relleno doble y mordisqueó una sin ganas; yo intenté alegrarme pensando que ya estábamos a medio camino de Los Ángeles. A medio camino de nuestro destino. Sólo estábamos a 14 de junio. El solsticio no era hasta el 21. Teníamos tiempo de sobra.

Por otro lado, no tenía idea de qué debía esperar. Tenía la sensación... no, la certeza de que mi misión era observada. Yo no era más que una fuente de diversión para los dioses.

—Oye—me dijo Annabeth—, ¿qué querías decir con eso de que conoces a Ares?

Pensé en mi respuesta por un tiempo, no estaba muy seguro de que debía decir:

—Ya te lo dije antes...—murmuré—. Tengo estas... visiones. Las he tenido desde que recuerdo, antes solo eran flashes, imágenes e información... pero desde hace no mucho empecé a... a sumergirme más y más en ella. A ver, oír, oler y sentir lo que sucedía en ellas. Me quedo soñando despierto, y veo imágenes de una vida que no es la mía.

Annabeth frunció el ceño. Si alguna vez creyó que bromeaba con lo de mis visiones, eso había quedado atrás.

—¿Qué clase de visiones?

—Sólo escenas, normalmente que se relacionen de alguna manera con lo que estoy viviendo en el presente.

—Tal vez...—murmuró—. Tal vez eres un alma reencarnada. Los muertos en el inframundo pueden beber del río Lete para olvidarse de sus vidas pasadas y reencarnar. Tal vez eres un alma que reencarnó pero algo salió mal con el río del olvido.

Hice una mueca, supongo que la teoría tenía sentido, pero sabía que la cosa no era así.

—No lo sé... es complicado...—murmuré—. He visto... cosas que parecen suceder en tiempo real, como si una parte de mi visitara aquella otra vida. Siento... y veo cosas que son muy diferentes en mis visiones y en la realidad, la apariencia y actitud de Ares, por ejemplo.

Annabeth suspiró derrotada.

—No sé cómo ayudarte—admitió—. No sé de que se pueda tratar... pero seguramente se relaciona con tu marca.

Miré las líneas anaranjadas que cruzaban mi piel, asomando las puntillas por la manga corta de mi camiseta.

—Estoy seguro de que sí—reconocí—. No siempre, pero en ocasiones, cuando tengo una visión, la marca empieza a doler terriblemente... es decir, más que de costumbre.

Eso llamó la atención de Annabeth y Grover inmediatamente.

—¿"Más que de costumbre"?—repitió Grover.

—No, ósea sí, pero...

—Percy—Annabeth me miró fijamente, sentía como sus ojos grises me atravesaban el alma—. ¿Esa marca te causa dolor constante?

Me quedé congelado en mi sitio por un minuto antes de asentir lentamente.

—¿Y no se te ocurrió decírnoslo antes?—dijo Annabeth, ahora más molesta—. ¡Podríamos haberte ayudado! ¡Podríamos...!

—Annabeth—la detuve—. Me duele, está bien, no quiero que me traten como si tuviera una enfermedad mortal o algo así.

Grover baló.

—Antes dijiste que tu marca no solía ser tan grande—recordó—. Si esa cosa sigue creciendo... ¿qué sucederá cuando cubra todo tu cuerpo?

Negué con la cabeza.

—N-no... no lo sé... creo que...

La respuesta brotó en mi cabeza, una vez más. No fue sólo una teoría o suposición, era una realidad, un hecho absoluto e innegable que revelé a mis amigos con total certeza:

—Nifhel...—murmuré sombríamente—. La nada, deshacerse en el caos del universo, convertirse en polvo en el aire. No volver al ciclo de reencarnación, no ir al inframundo, simplemente la nada absoluta.

Ambos se me quedaron viendo fijamente, con preocupación en sus miradas.

—¿Cómo sabes eso?—inquirió Annabeth.

Me dolía el cuerpo, sentía que me atravesaban de extremo a extremo, tenía la terrible sensación de que me faltaba un brazo y la marca me ardía como el infierno. Sentía un par de frías y perversas manos que se habrían paso por mi cuerpo, creando un agujero en mi interior.

—Sólo lo sé y ya—dije—. No sé nada más sobre la marca y las visiones, pero eso es algo que puedo asegurar, si esta cosa me cubre por completo... se acabó.







Seguimos viajando un par de horas más en silencio, Annabeth no paraba de mirarme como si temiera que de un segundo para otro mi marca creciera y me envolviera por completo.

Claramente me quería hacer más preguntas, pero debió notar que yo no quería abordar el tema, así que preguntó algo diferente:

—En el mensaje iris... ¿de verdad Luke No dijo nada?

Mordisqué una galleta oreo y pensé en cómo responder. La conversación del arcoíris me había tenido preocupado toda la tarde.

—Luke me dijo que él y tú se conocen desde hace mucho. También dijo que Grover no fallaría esta vez. Que nadie se convertiría en pino.

Al débil resplandor de la espada era difícil leer sus expresiones.

Grover baló lastimeramente.

—Debería haberte contado la verdad desde el principio—le tembló la voz—. Pensaba que si sabias lo idiota que era, no me querrías a tu lado.

—Eras el sátiro que intentó rescatar a Thalia, la hija de Zeus.

Asintió con tristeza.

—Y los otros dos mestizos de los que se hizo amiga Thalia, los que llegaron sanos y salvos al campamento...—Miré a Annabeth—. Fueron tú y Luke, ¿verdad?

Annabeth dejó su Oreo sin comer.

—Una mestiza de siete años no habría llegado muy lejos sola. Atenea me guió hacia la ayuda. Thalia tenía doce; Luke catorce. Los dos habían huido de casa como yo. Les pareció bien llevarme. Eran... unos luchadores increíbles contra los monstruos, incluso sin entrenamiento. Viajamos hacia el norte desde Virginia, sin ningún plan real, evitando monstruos hasta que Grover nos encontró.

—Se suponía que tenía que escoltar a Thalia al campamento—dijo Grover entre sollozos—. Sólo a Thalia. Tenía órdenes estrictas de Quirón: "no hagas nada que realientice el rescate". Verás, sabíamos que Hades le iba detrás, pero no podíamos dejar a Luke y Annabeth solos. Pensé... que podría llevarlos a los tres sanos y salvos. Fue culpa mía que nos alcanzaran las Benévolas. Me quedé en el sitio. Me asusté de vuelta al campamento y me equivoqué de camino. Si hubiese sido un poquito más rápido...

—Ya basta—lo interrumpió Annabeth—. Nadie te echa la culpa. Thalia tampoco te culpaba.

—Se sacrificó para salvarnos. Murió por mi culpa. Así lo dijo el Consejo de Sabios Ungulados.

—¿Por qué no pensabas dejar a otros dos mestizos atrás?—gruñí—. Eso no es justo.

—Percy tiene razón—convino Annabeth—. Yo no estaría aquí hoy de no ser por ti, Grover. Ni Luke. No nos importa lo que diga el consejo.

Grover siguió sollozando en la oscuridad.

—¡Menuda suerte tengo! Soy el sátiro más torpe de todos los tiempos y voy a dar con los dos mestizos más poderosos del siglo, Thalia y Percy.

—No eres torpe—insistió Annabeth—. Y eres más valiente que cualquier otro sátiro que haya conocido. Nómbrame alguno que se atreva a ir al inframundo. Seguro que Percy también se alegra de que estés aquí.

Movió la pierna para darme una fugaz patada, pero se detuvo en el último segundo, como si temiese empeorar la situación con mi marca, cosa que era lo contrario a lo que yo quería, hubiera preferido que me pateara a que me viera como a un enfermo.

—Sí—dije, como si no me hubiera dado cuenta de las acciones de Annabeth—. No fue la suerte lo que hizo que nos encontraras a Thalia y a mí, Grover. Eres el sátiro con más buen corazón del mundo. Eres un buscador nato. Por eso serás el que encuentre a Pan.

Oí un hondo suspiró de satisfacción. Esperé a que Grover dijera algo, pero sólo volvió más pesada su respiración. Cuando empezó a roncar, me di cuente de que se había quedado dormido.

—¿Cómo lo hará?—me asombré.

—No lo sé—repuso Annabeth—. Pero fue muy bonito eso que le dijiste.

—Hablaba en serio.

Guardamos silencio varios kilómetros, zarandeados contra los sacos de comida. La cebra comía nabos. El león lamia lo que quedaba de carne picada y me miraba esperanzado.

Annabeth se frotó el collar como si estuviera concentrada pensando.

—Esa cuenta del pino—le pregunté—, ¿es del primer año?

Miró el collar. No se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.

—Sí—contestó—. Cada año, los consejeros eligen el evento más importante del verano y lo pintan en las cuentas de ese año. Tengo el pino de Thalia, un trirreme griego en llamas, un centauro con traje de graduación... Bueno, ése si que fue un verano raro...

—¿Y el anillo universitario de tu padre?

—Eso no es asunto...—Se detuvo—. Sí. Sí que lo es.

—No tienes que contármelo.

—No... no pasa nada—Inspiró con dificultad—. Mi padre me lo envió metido en una carta, hace dos veranos. El anillo era... En fin, su mayor recuerdo de Atenea. No habría superado su doctorado en Harvard sin ella... Bueno, es una larga historia. En cualquier caso, dijo que quería que lo tuviera. Se disculpó por haber sido un estúpido, dijo que me quería y me extrañaba. Quería que volviera a casa y viviera con él.

—Eso no suena tan mal.

—Sí, bueno... El problema es que me lo creí. Intenté volver a casa aquel año académico, pero mi madrastra seguía como siempre. No quería que sus hijos corrieran peligro por vivir con un bicho raro. Los monstruos atacaban. Peleábamos. Los monstruos atacaban. Peleábamos. No llegué a las vacaciones de Navidad. Llamé a Quirón y volví directamente al Campamento Mestizo.

—¿Crees que podrás vivir con tu padre otra vez?

No me miraba a los ojos.

—Por favor. Paso de autoinflingirme daño.

—No deberías desistir, recuerda lo que mencioné antes en el tren...—le dije—. Deberías escribirle una carta o algo así.

—Gracias por el consejo—me dijo fríamente—, pero mi padre ha escogido con quién quiere vivir.

Guardamos silencio durante unos cuantos kilómetros.

—Así que sí los dioses pelean—dije al cabo—, ¿se alinearán del mismo modo que en la guerra de Troya? ¿Irá Atenea contra Poseidón?

Annabeth apoyó la cabeza en la mochila que Ares nos había dado y cerró los ojos.

—No sé qué hará mi madre. Sólo sé que yo lucharé en tu bando.

—¿Por qué?

—Porque eres mi amigo, sesos de alga. ¿Alguna otra pregunta idiota?

No se me ocurría que decir. Afortunadamente no tuve que hacerlo. Annabeth se había dormido.

Yo tuve problemas para seguir su ejemplo, con Grover roncando y un león albino mirándome hambriento, pero al final cerré los ojos.







La pesadilla se inició como algo que había soñado antes un millón de veces: me obligaban a realizar un examen oficial metido en una camisa de fuerza. Los demás chicos estaban saliendo al patio, como sonido ambiental estaba esa canción de Motörhead: Jack the Ripper. Y el profesor no paraba de decir: "Venga, Percy. No eres tonto, ¿verdad? Agarra el lápiz"

Y entonces el sueño se desvió de su camino habitual.

Miraba hacia el pupitre de al lado y veía a una chica sentada allí, también con camisa de fuerza. Tenía mi edad, el cabello negro y revuelto, peinado a lo punk, los ojos azules y tormentosos pintados con lápiz oscuro, y pecas en la nariz. De algún modo, sabía quién era: Thalia, hija de Zeus.

Ella forcejeaba con la camisa de fuerza, me lanzaba una airada mirada de frustración y me espetaba:

—Bueno, sesos de alga. Uno de los dos tendrá que salir de aquí.

"Tiene razón"—pensaba yo en el sueño—. "Voy a volver a esa cueva. Voy a darle a Hades mi opinión"

La camisa de fuerza se desvanecía. Caía a través del suelo de la clase. La voz del maestro se volvía fría y malvada, resonando desde las profundidades de un gran abismo.

—...Percy Jackson—decía—. Sí, veo que el intercambio ha funcionado.

Estaba otra vez en la caverna oscura, los espíritus de los muertos vagaban alrededor. Oculta en el foso, la cosa monstruosa hablaba, pero esta vez no se dirigía a mí. El poder entumecedor de su voz parecía dirigido hacia otro lugar,

—¿Y no sospecha nada?—preguntaba.

Otra voz, una que me resultaba conocida, respondía a mi espalda:

—Nada, mi señor. Está totalmente en la inopia.

Yo miraba, pero no había nadie. El que hablaba era invisible.

—Un engañó tras otro—musitaba la cosa del foso—. Excelente.

—En serio, mi señor—decía la voz a mi lado—, hacen bien en llamaros el Retorcido, pero ¿era esto realmente necesario? Podría haberos traído lo que robé directamente...

—¿Tú?—se burlaba el monstruo—. Has mostrado tus límites con creces. Me habrías fallado por completo de no haber intervenido yo.

—Pero, mi señor...

—Hay paz, pequeño sirviente. Estos seis meses nos han rendido mucho. La ira de Zeus ha aumentado. Poseidón ha jugado su carta más desesperada. Ahora la usaremos contra él. Pronto obtendrás la recompensa que deseas, y tu venganza. En cuanto ambos objetos ,e sean entregados... Pero espera. Está aquí.

—¿Qué?—El sirviente invisible de repente parecía tensarse—. ¿Lo habéis convocado, mi señor?

—No.—El monstruo centraba toda la fuerza de su atención en mí, dejándome inmóvil en el sitio—. Maldita sea la sangre de su padre: es demasiado voluble, demasiado impredecible. El chico a venido solo.

—¡Imposible!—gritaba el sirviente.

—¡Para un débil como tú, puede!—rugía la voz. Entonces su frío poder se volvía hacia mí—. Así que... ¿quieres soñar sobre con tu misión, joven mestizo? Pues te lo concederé.

La escena cambiaba.

Estaba de pie en un enorme salón del trono con paredes de mármol negro y suelos de bronce. El trono, vacío y horrendo, estaba hecho de huesos humanos soldados. De pie, junto al pedestal, estaba mi madre, helada en una luz dorada reluciente, con los brazos extendidos.

Intentaba acercarme a ella, pero las piernas no me respondían. Estiraba los brazos para alcanzarla, pero sólo para comprobar que me estaban secando hasta los huesos. Esqueletos sonrientes con armaduras griegas se cernían sobre mí, me envolvían en una túnica de seda y me coronaban con laureles que olían como el veneno de Quimera y me quemaba la piel.

La voz malvada de echaba a reír.

—¡Salve, héroe conquistador!







Desperté con un sobresalto.

Grover me ascidia por el hombro.

—El camión ha parado—dijo—. Creemos que vendrán a ver a los animales.

—¡Escóndanse!—susurró Annabeth.

Ella lo tenía fácil. Se puso su gorra de invisibilidad y desapareció. Grover y yo tuvimos que escondernos detrás de unos sacos de comida y confiar en parecer nabos.

Las puertas traseras chirriaron al abrirse. La luz del sol y el calor se colaron adentro.

—¡Qué asco!—rezongó uno de los camioneros mientras sacudía la mano por delante de su fea nariz—. Ojalá transportáramos electrodomésticos.—Subió y echó agua de una jarra en los platos de los animales—. ¿Tienes calor, chaval?—le preguntó al león, y le vació el resto del cubo directamente en la cara.

Apreté los puños, tratando de contener las ganas de salir y atacar.

El león rugió indignado.

—Vale, vale, tranquilo—dijo el hombre.

A mi lado, bajo los sacos de nabos, Grover se puso tenso. Para ser un herbívoro amante de la paz, parecía bastante mortífero, la verdad.

El camionero lanzó al antílope una bolsa de Happy Meal aplastada. Le dedicó una sonrisita malévola a la cebra.

—¿Qué tal te va, Rayas? Al menos de ti nos deshacemos en esta parada. ¿Te gustan los espectáculos de magia? Éste te va a encantar. ¡Van a serrarte por la mitad!

La cebra, aterrorizada y con los ojos como platos, me miró fijamente.

No emitió sonido alguno, pero la oí decir con nitidez: "Por favor, señor, liberadme." Me quedé demasiado conmocionado para reaccionar.

Se oyeron unos fuertes golpes a un lado del camión.

El camionero gritó:

—¿Qué quieres, Eddie?

Una voz desde fuera—sería la de Eddie—, gritó:

—¿Maurice? ¿Qué dices?

—¿Para que das golpes?

Toc, toc, toc

Desde fuera, Eddie gritó:

—¿Qué golpes?

Nuestro tipo, Maurice, puso los ojos en blanco y volvió fuera, maldiciendo a Eddie por ser tan imbécil.

Un segundo más tarde, Annabeth apareció a mi lado. Debía de haber dado los golpes para sacar a Maurice del camión.

—Este negocio de transporte no puede ser legal—dijo.

—No me digas—contestó Grover. Se detuvo, como si estuviera escuchando—. ¡El león dice que estos tipos son contrabandistas de animales!

"Es verdad", me dijo la voz de la cebra en mi mente.

—¡Tenemos que liberarlos!—urgió Grover, y tanto él como Annabeth se quedaron mirándome, esperando que los dirigiera.

Sumando A + B supuse que, como Poseidón había creado a los caballos, y las cebras se parecían bastante a estos, podía entenderla cuando hablaba. Más tarde, en el campamento, tendría que corroborar esa teoría con los pegasos de allí.

Volviendo al tema, sin siquiera dudarlo, empuñé la espada y destroce el cerrojo de la jaula de la cebra. El pobre animal salió corriendo. Se volvió y me hizo una reverencia con la cabeza. "Gracias, señor"

Grover levantó las manos y le dijo algo a la cebra en idioma cabra, una especie de bendición.

El animal estaba a punto de abandonar el camión, pero lo detuve por un momento:

—¡Espera!—le pedí.

Cuando se volvió hacia mí, actué en automático, empecé a tener flashes en mi cabeza, pero como mis visiones, esto era algo diferente, algo que sabía que había vivido en carne propia, pero no recordaba cuando, sólo sabía que yo era muy pequeño cuando sucedió aquello.

Oía una voz, una niña, esta me hablaba con un tono y claridad poco comunes en alguien de seis años, no entendía que estaba pasando, el recuerdo estaba borroso e... intervenido, de algún modo.

Aún así, hubo una frase que conseguí entender a medias: "Si alguna vez necesitas de mi ayuda, en algo en lo que pueda intervenir, te escucharé"

"No se quien eres"—pensé mientras tocaba la frente de la cebra—. "No recuerdo quién o que eras, pero sí sé que esto es algo en lo que puedes y querrás ayudar. No sé cómo lo sé, pero sí sé que es verdad..."

Juraría que por un segundo vi como las rayas de la cebra destelleaban con un brillo plateado, pero como el fulgor se extinguió tan rápido, no supe si fue real o solo mi imaginación. En especial porque ni Annabeth ni Grover parecieron verlo.

Justo cuando Maurice volvía a meter la cabeza de tiro para ver que era aquel ruido, la cebra saltó por encima de él y salió a la calle. Se oyeron gritos y bocinas. Nos abalanzamos sobre las puertas del camión a tiempo de ver a la cebra galopar por un ancho bulevar lleno de hoteles, casinos y letreros de neón a cada lado. Acabábamos de soltar a una cebra en Las Vegas.

Maurice y Eddie corrieron detrás de ella, y a su vez unos cuantos policías detrás de ellos que gritaban:

—¡Eh, para eso necesitan un permiso!

—Este sería un buen momento para marcharnos—dijo Annabeth.

—Los otros animales primero—dijimos Grover y yo a la vez.

Rompí los cerrojos con mi espada. Grover levantó las manos y les dedicó la misma bendición caprina que a la cebra. Y sin saber aún porque, toqué la frente de ambos animales, otra vez juraría haber visto un par de destellos plateados, pero otra ves ni Annabeth ni Grover los notaron.

—Buena suerte—les dije a los animales. El antílope y el león salieron de sus jaulas con ganas y se lanzaron juntos a la calle.

Algunos turistas gritaron. La mayoría sólo se apartaron y sacaron fotos, probablemente convencidos de que era algún espectáculo publicitario de los casinos.

—¿Estarán bien los animales?—preguntó Annabeth—. Quiero decir, con el desierto y eso...

—No te preocupes—contestó Grover—. Les he puesto un santuario de sátiro.

Lo miré.

—¿Qué significa?

—Significa que llegarán a la espesura a salvo—dijo—. Encontraran agua, comida, sombra, todo lo que necesiten hasta hallar un lugar donde vivir a salvo. Además...—olisqueó el aire.

—¿Además...?—pregunté.

—Nada, sólo... juraría que por un momento sentí una presencia...

Annabeth lo miró.

—¿Qué presencia? ¿Pan?

Grover negó con la cabeza, tratando de concentrase en su olfato.

—No... más bien...—negó con la cabeza otra vez—. En fin no es importante, salgamos de este camión asqueroso.

Pero yo no estaba dispuesto a dejar el tema así como así, creía tener una respuesta a la pregunta, pero quería corroborarla con Grover.

Salimos a trompicones a la tarde en el desierto. Debía de haber cuarenta y cinco grados, así que seguramente parecíamos vagabundos refritos, pero todo el mundo estaba demasiado interesado en los animales salvajes para prestarnos atención.

Mientras pasábamos junto al Monte Carlo, me acerqué a Grover y le susurré:

—Dime, ¿qué presencia fue la que creíste sentir?

El pareció dudarlo unos segundos.

—La diosa Artemisa—respondió finalmente—, pero, ya lo sé, no tiene sentido.

Yo no le respondí, me metí en mi cabeza tratando de sacar los recuerdos perdidos que tenía. Sabía que yo había pedido el favor a la diosa, estaba seguro de ello, pero no entendía por qué, y mucho menos sabía por qué ella me había escuchado.

La respuesta estaba enterrada en mis recuerdos, pero algo la había bloqueado, algo que se remontaba a cuando yo tenía unos seis años... seguramente en ese viaje de campamento en el que me separé de mi madre.

¿Tal vez tenía algún trauma que había bloqueado ese episodio de mi memoria? Lo dudaba bastante. Sólo sabía que quería respuestas, y que no las conseguiría pronto.

Ni siquiera estaba prestando atención a lo que sucedía a mi alrededor hasta que de repente una voz llamó mi atención.

—Ey, chicos—dijo el portero de un casino—. Parecen cansados. ¿Quieren entrar y sentarse?

Durante la última semana había aprendido a sospechar que cualquiera podría ser un dios o un monstruo, pero puedo asegurar que ese tipo era normal. Además, estaba tan aliviado al apitutado a alguien que parecía comprensivo que asentí y le dije que nos encantaría entrar.

Nada más entrar, echamos un vistazo y Grover exclamó:

—¡Uau!

El lugar se llamaba Hotel Casino Loto, y era increíble:

El recibidor entero era una sala de juegos gigante. Y no me refiero a los cutres PAC-man o a las maquinas tragaperras.

Había un tobogán de agua que rodeaba el ascensor de cristal como una serpiente, de una altura de por lo menos cuarenta plantas. Había un muro de escalar a un lado del edificio, así como una plataforma desde el que hacer puenting. Y cientos de videojuegos, cada uno del tamaño de una televisión gigante. Básicamente, tenía todo lo que se te pueda ocurrir. Vi a otros chicos jugando, pero no muchos. No había que esperar para ningún juego. Por todas partes se veían camareras y bares que servían todo tipo de comida.

—¡Eh!—dijo un botones. Por lo menos eso me pareció. Llevaba una camisa hawaiana blanca y amarilla con dibujos de lotos, pantalones cortos y chanclas—. Bienvenidos al Casino Loto. Aquí tienen la llave de su habitación.

—Esto, pero...—mascullé.

—No, no—dijo sonriendo—. La cuenta está pagada. No tienen que pagar ni dar propinas. Sencillamente suban a la última planta, habitación cuatro mil uno. Si necesitan algo, como más burbujas para la bañera caliente, o platos en el campo de tiro, lo que sea, llamen a recepción. Aquí tienen sus tarjetas LotusCash. Funcionan en los restaurantes y en todos los juegos y atracciones.

Nos entregó a cada uno una tarjeta de debito verde.

Sabía que tenía que tratarse de un error. Evidentemente pensaba que éramos los hijos de algún millonario. Pero acepté la tarjeta y pregunté:

—¿Cuánto hay aquí?

—¿Qué quiere decir?—inquirió con ceño.

—Quiero decir que... ¿cuánto se puede gastar aquí?

Se rió.

—Ah, estaba bromeando. Bueno, eso es genial. Disfruten de su estancia.

Subimos al ascensor y buscamos nuestra habitación. Era una suite con tres dormitorios separados y un bar lleno de caramelos, refrescos y patatas. Línea directa con el servicio de habitaciones. Toallas mullidas, camas de agua y almohadas de plumas. Una gran pantalla de televisión por satélite e internet de alta velocidad. En el balcón había otra bañera de agua caliente y, como había dicho el botones, una máquina para disparar platos y una escopeta, así que se podían lanzar palomas de arcilla por encima del horizonte de Las Vegas y llenarlas de plomo. No sonaba muy legal... pero sin duda era genial. La vista de la Franja, la calle principal de la ciudad, y el desierto era alucinante, aunque dudaba que tuviera tiempo para admirar la vista com una habitación como aquélla.

—¡Madre mía!—exclamó Annabeth—. Este sitio es...

—Genial—concluyó Grover—. Absolutamente genial.

Había ropa en el armario, de mi talla. Eso se me hizo extraño.

Me di una ducha, que me cayó increíble tras una semana de viaje mugriento. Me cambié de ropa, comí una bolsa de papas, bebí tres latas de Coca-cola y acabé sintiéndome mejor que en mucho tiempo. En el fondo de mi mente, algún problemilla seguía incordiándome. Había tenido un sueño o algo... tenía que hablar con mis amigos. Pero estaba seguro de que podía esperar.

Salí de la habitación y descubrí que Annabeth y Grover también se habían duchado y cambiado de ropa. Grover comía patatas con función, mientras Annabeth encendía el canal de National Geographic.

—Me siento bien—comentó Grover—. Me encanta este sitio.

Sin que reparara siquiera en ello, las alas de sus zapatillas se desplegaron y por un momento lo elevaron a treinta centímetros del suelo.

—¿Y ahora qué?—preguntó Annabeth—. ¿Dormimos?

Annabeth sonrió y levantó su tarjeta de plástico verde LotusClash.

—Hora de jugar—dijo.

Yo le encogí de hombros.

—Ustedes hagan lo que quieran—les dije—. Yo definitivamente necesito dormir, los veo luego.

Al final, Annabeth si fue con Grover a jugar.

Yo me quedé solo en la habitación, y aproveché la privacidad total para derrumbarme en el suelo y soltar un grito de dolor que había estado conteniendo por horas. La marca del cuerpo me dolía como el infierno, pero el hablar de ella en el camión lo había echo peor.

Podía lidiar con esa terrible sensación normalmente, pero quise aprovechar ese tiempo a solas para liberarme un poco de la carga.

Volví al baño, encendí el agua caliente, y me volví a meter allí, de cabeza en la espumosa tina, sin preocuparme por ahogarme o que se mojara la ropa. Solamente cerré los ojos y caí dormido mientras el dolor se calmaba por el contacto con el agua.







Había una chica que aparentaba entre 15 o 16 años andando por un largo pasillo, poniendo una cara de determinación.

Era de baja estatura y tenía el cabello lila hasta el hombro, en el cual llevaba una pequeña horquilla con forma de ala.

—¡Aquí está!—dijo ella mientas habría las puertas marcadas con el letrero de "enfermería"—. Necesito algunas vendas para la hermana Hilde... ¿huh?

El pasillo estaba totalmente vacío, con las puertas de las distintas habitaciones marcadas con letreros de "ocupado"

Ella empezó a caminar mirando a sus alrededores.

—¿Dónde podría encontrar algunas...?

—Geir—la llamé.

Ella se volvió de golpe, pero no pareció verme.

—Geir, escúcheme—volví a hablar, con una voz que no era la mía.

Ella miró hacia todos lados, sin poder verme.

—¿He... hermano Hércules?—preguntó—. ¿Estás aquí?

Me reí entre dientes y le sacudí el cabello, ella se volvió para verme una vez más, frustrándose cuando no logró percibirme con sus ojos.

—¿Dónde... dónde estás? No puedo verte.

—No puedes verme, pero me escuchas y me sientes, eso es lo que importa ahora—le aseguré—. Quería que supieras que estoy bien.

Ella empezó a temblar, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Pero... la hermana Hilde dijo... dijo que ya no había nada después de esto...—sollozó—. Dijo que sólo quedaba Nifhel...

Sonreí con tristeza y le limpié las lágrimas.

—Sí, así debería de ser, hermanita—confirmé—. Pero... el destino tenía algunos planes para mí. Estoy... lejos, preparando a mi heredero... antes de poder descansar en paz finalmente.

Ella se abrazó a si misma, y yo la rodeé protectoramente con mis brazos.

—Está bien, Geir—le dije—. Tienes que ser fuerte, la supervivencia de toda la humanidad depende de eso.

Ella asintió entre lágrimas.

—Te extraño...

—Lo sé, y yo te extraño a ti y a tus hermanas, pero la vida sigue. Y... si lo ves... a él... dile que yo lo he perdonado, y espero que él se perdone a sí mismo.

—Es un monstruo...

—No, Geir—negué—. Lo juzgué mal, todos lo hicimos, espero puedas verlo. Y espero nos volvamos a ver.

—¿No puedes quedarte un poco más...?—preguntó ella con un poco de esperanza.

—Lo siento mucho—me disculpé mientras la abrazaba una última vez y me separaba de ella delicadamente—. Pero sólo estos segundos ya me consumieron cinco días, debo irme antes de que sea muy tarde.

—¿Tarde para qué...?

—No te preocupes por eso, mi... mi elegido se encargará.

Ella asintió con la cabeza, se limpió las lágrimas y se paró firme.

—Gracias... por estar conmigo, hermano.

Le revolví el cabello una última vez antes de que el pasillo se desvaneciera a mi alrededor. Lo último que logré oír antes de irme fue... bueno, me dejó bastante confundido.

Una voz rigió con ira y dolor: "¡OUCH! ¡¡BUDA HIJO DE PUTA!!







Me desperté de golpe en la tina caliente, el agua se había desbordado y había empezado a inundar la habitación, al parecer sólo llevaba un par de horas allí adentro, pero esas palabras de mi sueño hacían eco en mi mente: "sólo estos segundos ya me consumieron cinco días, debo irme antes de que sea muy tarde"

Me levanté de golpe, en cuando abandoné el cálido contacto del agua el dolor me abrumó, caí de cara al suelo. Me arrastre hasta un pequeño botiquín médico, con la esperanza de encontrar algo que me ayudara con el dolor.

Encontré un paquete de ambrosía, eso disparó aún más mis alarmas, pero aún así lo agradecí.

Me metí un buen trozo a la boca, mucho más de lo que alguna vez me hubiera atrevido a probar en otras circunstancias. Sentí mis huesos y sangre arder por unos segundos, pero era leve en comparación al dolor que en ese momento sentía en mi marca.

Me puse de pie, la piel me ardía, pero estaba bien fuera de eso, era como si la ambrosía se estuviera debatiendo entre sí consumirme vivo o no... al final, fue como si algo en mi interior la convenciera de que no lo hiciera.

Comí otro pedazo, aún más grande que el anterior. El dolor se redujo a casi nada, pero mi cuerpo no lo resintió, en su lugar, me sentí mejor.

No entendía por qué pasaba eso, pero no tenía tiempo para averiguarlo. Metí el paquete con la ambrosía restante en la mochila que me dio Ares y salí corriendo de la habitación.

Corrí por los pasillos, bajé por el ascensor, y salí al área de juegos, buscando desesperadamente a Annabeth y Grover.

De pasada, tomé tres hamburguesas empaquetadas para llevar que estaban en una barra y los metí en la mochila, seguramente me acababa de robar el pedido de alguien más, pero en ese momento tenía otras preocupaciones.

Era tanta mi prisa que me choque de lleno con una chica de mi edad que iba acompañada de un niño más pequeño de unos 10 años, probablemente su hermano, a juzgar por el parecido físico.

—Lo siento—me disculpé—. Fue mi culpa.

—No pasa nada, nosotros tampoco vimos por donde íbamos—respondió la chica mientras se ponía de pie—. ¿Verdad, Nico?

Su hermano asintió.

—Sí, lo siento.

Aún no entendía por qué, pero los ojos oscuros del par de hermanos quedaron grabados a fuego en mi memoria.

Seguí corriendo hasta que encontré a Annabeth en un extraño simulador en el que estaba construyendo una ciudad holográfica.

—¡Annabeth!—la llamé—. Nos vamos.

No hubo respuesta. La sacudí por los hombros.

—¿Annabeth?—Pareció molestarse.

—¿Qué?

—Tenemos que irnos.

—¿Irnos? ¿De qué estás hablando? Si acabo de destruir las torres...

Le di un puñetazo a la máquina, está echó chispas y se apagó.

—¡¿Qué te sucede?!

—Este sitio es una trampa, te inscribes y jamás te vas.

—¿Y qué?—replicó—. ¿Te imaginas un lugar mejor?

La tomé con fuerza y la obligué a mirarme.

—Zeus, Rayo, Tercera Guerra Mundial, ¿te suena de algo?

Ella estaba tan pedida que solamente me entendió algo sobre Rusia y Ucrania o ¿qué sé yo?

—¡¡Annabeth!!—le volví a gritar—. ¡Hay que salir de aquí antes de que sea demasiado tarde!

Cómo ella no me hacía caso, recurrí al plan B.

La levante y la llevé al hombro como si fuera un costal de papas.

Mientras ella se quejaba y pataleaba, y se preguntaba de donde rayos había sacado yo tanta fuerza, (yo también me lo preguntaba) encontré a Grover, jugando al cazador cazado virtual.

Ni siquiera me molesté en intentar razonar con él, lo desconecté de su videojuego y lo levanté sobre el otro hombro.

—¡No! ¡Acabo de pasar a otro nivel! ¡No!—se quejó.

Me abrí paso hacia la salida, y a medida que me acercaba más, el olor a comida, y los sonidos de los videojuegos parecían más atractivos, empleados se me acercaban para ofrecerme servicios y demás cosas, yo los ignoré y apreté el paso.

Nuevamente, el constante dolor me era útil para centrarme en mi objetivo.

Salí a toda prisa del Casino Loto y corrí por la acera. Era por la tarde, aproximadamente la misma hora del día que habíamos entrado en el casino, pero algo no cuadraba. El clima había cambiado por completo. Había tormenta y el desierto rielaban por el calor.

Fui al quiosco más cercano, miré la fecha de un periódico. Gracias a los dioses seguía siendo el mismo año en el que habíamos entrado.

—¡¿Percy?!—me gritó Annabeth, aún en mi hombro—. ¡¿Qué está pasando?!

—Es 20 de junio—expliqué—. Estuvimos cinco días en el Casino Loto.

Sentí el cuerpo tanto de Annabeth como Grover tensarse en mis hombros.

—Bájanos—ordenó Annabeth con un tono duro como el acero.

Hice lo que me pidió.

Ella me miró a los ojos

—Menos mal que nos sacaste... pero ahora...

—Sólo nos queda un día para terminar la misión—concluí.

...

Perdón por tardar tanto en actualizar, había estado algo corto de tiempo, y como notarán, el capítulo es bastante largo.

También los invito a que le echen un ojo a la historia de Adán vs Shiva que está en mi perfil, la verdad mientras la escribía me di cuenta de que hubiera sido algo más interesante de ver incluso que el Adán vs Zeus, al menos en mi opinión. 

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