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Mensajero de los dioses:


De verdad le debía una muy grande a Annabeth.

La versión oficial de los hechos, proporcionada por ella, fue que yo había usado el poder heredado de Poseidón para crear tormentas. Y usé un huracán para derribar a las aves del Estínfalo.

Claro que, según Tántalo, los pájaros estaban en el bosque ocupadas en sus propios asuntos y no nos habrían atacado si Annabeth, Tyson y yo no los hubiéramos molestado con nuestra forma de conducir carros. Por lo que, desde su punto de vista, no habíamos hecho más que solucionar el desastre que nosotros mismos causamos.

Probablemente hubiera objetado y lo hubiera insultado de estar consciente, pero fui llevado a la enfermería en cuando caí desmayado. Así que sí, horas después, me estaba perdiendo la comida, que incluía aves de Estínfalo fritos a la paisana, que se celebraba en honor a la victoria de Clarisse en la carrera.

Al menos Annabeth se había quedado conmigo, supongo que el casi matarme usando técnicas mortales es una forma de que se le pase el enojo a la gente.

Incluso pareció empezar a creerme sobre mis sueños una vez le volví a contar lo que había visto.

—Si realmente lo ha encontrado—murmuró—, y si pudiéramos recuperarlo.

—Espera un momento—dije—. Actúas como si eso que Grover ha encontrado, sea lo que sea, fuera la única cosa del mundo capaz de salvar al campamento. ¿Qué es exactamente?

—Te voy a dar una pista. ¿Qué es lo que consigues cuando despellejas un carnero?

—Un... un vellón...—comprendí—. El Vellocino de Oro. ¿Hablas en serio?

Annabeth asintió seriamente con la cabeza. Quise levantarme de la camilla de enfermería, pero ella me lo impidió, supongo que menos mal, aún no podía mantenerme de pie, me dolía el cuerpo intensamente y la verdad estaba bastante seguro de que tendría que dormir en el lago esa noche para aguantar la agonía.

—Percy, ¿te acuerdas de las Hermanas Grises? Dijeron que conocían la posición de lo que andabas buscando, y mencionaron a Jason. También a él le explicaron hace tres mil años cómo encontrar el Vellocino de Oro. Conoces la historia de Jason y los Argonautas, supongo.

—¡Si!—dije—. Esa vieja película con los esqueletos de arcilla.

Annabeth puso los ojos en blanco.

—¡Oh, dioses, Percy! Eres imposible.

Me reí adolorido.

—Ya, ya... lo sé. Mi hermano, la cabra mágica voladora, salvo a Frixo y Hele y los llevó a la Cólquide para salvarlos de convertirse en sacrificios humanos... aunque Hele se cayó. En fin, gajes del oficio.

Annabeth asintió una vez más.

—De hecho sí, Percy. Y cuando Frixo llegó a Cólquide, ofreció a los dioses el carnero de oro y colgó el vellocino en un árbol a mitad del reino. El vellocino llevó la prosperidad a aquellas tierras; los animales dejaron de enfermar, las plantas crecían con más fuerza y los campesinos obtenían cosechas abundantes. Las plagas desaparecieron, y por eso Jason quería el vellocino, porque logra revitalizar la tierra donde se halla. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica...

—Podría curar el árbol de Thalia.

—Sí. Y reforzar las fronteras del campamento. Incluso podría curar tú...

La detuve.

—Annabeth, la marca no es una maldición o una enfermedad.

Ella frunció el ceño con enfado.

—Percy, ¡esa cosa te está matando!—replicó—. ¡Vives en constante dolor por llevar esa marca sobre la piel!

Hice una mueca.

—Gracias por preocuparte—le dije—, de verdad. Pero yo acepté cargar con la marca, es mi deber sagrado portar el legado del Éxodo de Hércules y usarlo para la justicia.

—¿Y desde cuando es justicia usarlo para espantar pájaros?

—Ellos estaban...

—Sé lo que hacían, pero también podríamos haberlos vencido de otra forma—aseguró ella—. Ruidos fuertes y terribles, ¿recuerdas? Campanas de latón o los discos musicales de Quirón, o lo que sea. No tenías que dar otro paso hacia la no existencia...

Se le atragantaron las palabras, me di cuenta de lo mucho que se preocupaba por mi y me estado. Ella me dio la espalda, supongo que porque no quería que viera las lágrimas que se le escaparon.

—Yo... lo siento—me disculpé—. Debí escucharte. Prometo... juro que no volveré a usar el éxodo a menos que de verdad sea necesario.

Ella respiró profundamente y pareció tranquilizarse.

—Está bien... como decía. El Vellocino de Oro lleva siglos perdido. Pero si de verdad Grover lo ha encontrado...

—¡Podríamos salvarlo a él y a todo el campamento al mismo tiempo!—dije—. ¡Es perfecto!

Ella vaciló.

—Quizá un poquito demasiado perfecto, ¿no crees? ¿Y si es una trampa?

—Annabeth, siempre es una trampa. De todas formas, ¿qué opción tenemos?—le dije—. ¿Vas a ayudarme a rescatar a Grover, sí o no?

Ella me miró nerviosamente, como si fuese a decir algo que no me gustaría,

—Percy—dijo seriamente—, tendremos que luchar con Polifemo, el peor cíclope, y él también es...

—Hijo de Poseidón, sí—exhalé—. Mi padre tiene un serio problema: cíclopes, gigantes hechos de orina, hombres pez, caballos, caballos voladores, carneros voladores, chicos hiperactivos con impulsos suicidas... es mucho peor que Zeus en ese sentido.

—¿Y no tienes problemas con eso?

Me encogí de hombros.

—Si te refieres a Tyson, es diferente, ¿está bien? Confío en él, eso no significa que confiaré en Polifemo o algo así. Y si te refieres a lo de mis bizarros hermanos, Annabeth, literalmente eres la hermana de un pañuelo de mocos.

Ella me miró inexpresivamente.

—Como sea... Sólo hay un sitio en donde puede estar la isla de Polifemo: el Mar de los Monstruos.

—¿Y eso dónde queda?

Me miró como si creyese que me hacía el tonto.

—El Mar de los Monstruos. El mismo mar por el que navegó Ulises, y Jason, y Eneas, y todos los demás.

—¿El Mediterráneo?

—¡No! Bueno, sí... pero no.

—Otra respuesta directa, muchas gracias.

—Mira, Percy, el Mar de los Monstruos es el mar que cruzan todos los héroes en sus aventuras. Estaba en el Mediterráneo, sí, pero como todo lo demás, ha cambiado de posición a medida que el centro de poder occidental se desplaza.

—Pero un mar entero de monstruos... ¿Cómo puede ocultarse algo así? ¿No verían los mortales que pasan cosas raras, quiero decir, barcos tragados por las aguas y demás...? Oh...

—Oh... en efecto—asintió ella.

—¿El Triángulo de las Bermudas?

—Exacto.

La verdad es que no tardé mucho en asimilarlo, después de que aprendes de las realidades alternativas y paralelas, pocas cosas te sorprenden.

—De acuerdo... Al menos sabemos dónde buscar.

—Es un área enorme, Percy. Buscar una pequeña isla en unas aguas infestadas de monstruos...

—Soy hijo del soberano de los mares. Ése es mi territorio natural. ¿No crees?

Annabeth frunció el ceño.

—Tendremos que hablar con Tántalo y obtener su autorización para emprender la búsqueda; aunque nos dirá que no.

—No si se lo decimos esta noche, al calor de la higuera, delante de todo el mundo. El campamento entero lo oirá, lo presionarán entre todos y no será capaz de negarse. Y si falla, solamente le diremos "¿es que no hay huevos?"

Una vieja e infalible estrategia, que probó su utilidad cuando Brunhild convenció a todos, repito, TODOS, los dioses del mundo para que aceptaran el Ragnarok en la realidad de Hércules.

—En realidad... eso podría funcionar.







Para la hora de la fogata yo ya estaba al menos en condiciones de ponerme en pie y andar apoyado en alguien más. Así que prácticamente esclavicé a Annabeth convirtiéndola en mi muleta personal, lo siento.

Mientras todos cantaban las canciones clásicas del campamento, observé como la hoguera encantada apenas alcanzaba a él metro de altura y tenía un color ceniciento que desprendía muy poco calor. La hoguera brillaba, calentaba, crecía y cambiaba de color en función del volumen de los cantos y el estado de ánimo. En una buena noche podía abrazar los malvaviscos de toda la primera fila mientras el fuego se alzaba a seis metros de altura de un color púrpura deslumbrante. Pero aquella no era esa clase de noche.

Dioniso se retiró temprano. Tras aguantar unas cuantas canciones, farfullo que hasta las partidas de pinacle con Quirón eran más divertidas, le lanzó una mirada desagradable a Tántalo y se encaminó a la Casa Grande,

Cuando hubo sonado la última canción, Tántalo exclamó:

—¡Bueno, Bueno! ¡Ha sido precioso!

Echó ,anó de un malvavisco asado ensartado en un palo y se dispuso a hincarle el diente en plan informal, pero antes de que pudiese tocar,o, el malvavisco salió volando. Tántalo intentó atraparlo a la desesperada, pero el malvavisco se quitó la vida arrojándose a las llamas.

Él se volvió hacia nosotros con una fría sonrisa.

—Y ahora, veamos los horarios de mañana.

—Señor—dije.

Le entró una especie de tic en el ojo.

—¿Nuestro enfermo imaginario tiene algo que decir?

Me puse de pie con ayuda de Annabeth, sin dejarnos intimidar por el sujeto.

—Tenemos una idea para salvar el campamento—dije.

Silencio sepulcral. Había co seguido despertar el interés de todo el mundo, y las llamas de la hoguera adquirieron un tono amarillo brillante.

—Sí, claro—dijo Tántalo en tono insulso—. Bueno, si tienen algo que ver con carros...

—El Vellocino de Oro—dije—. Sabemos dónde está.

Las llamas se volvieron anaranjadas. Antes de que Tántalo pudiese responder, conté de un tirón mi sueño con Grover y la isla de Polifemo. Annabeth intervino para recordar los efectos que producía el Vellocino de Oro; sonaba más convincente viniendo de ella.

—El vellocino puede salvar el campamento—concluyó—. Estoy completamente segura.

—Tonterías—dijo Tántalo—. No necesitamos ninguna salvación.

Todo el mundo lo miró fijamente hasta que empezó a sentirse incómodo.

—Además—añadió—, ¿el Mar de los Monstruos? No parece una pista muy exacta que digamos; no sabríais ni por dónde empezar a buscar.

—Sí, sí, lo sé—dije.

Annabeth se inclinó hacia mí y me susurró:

—¿De veras lo sabes?

Asentí. Ella me había refrescado la memoria al recordarme el viaje en taxi con las Hermanas Grises. En aquel momento, la información que me dieron no tenía sentido. Pero ahora...

—Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce—dije.

—Muy bien—dijo Tántalo—. Gracias por compartir con nosotros esas cifras inútiles...

—Son coordenadas de navegación—aclaré—. Hazle caso al hijo del dios del mar.

Incluso Annabeth parecía impresionada.

—Treinta grados, treinta y un minutos norte; setenta y cinco grados, doce minutos oeste. ¡Tienes razón! Las Hermanas Grises nos dieron las coordenadas. Debe de caer en algún punto del Atlántico frente a las costas de Florida; el mar de los monstruos. ¡Hemos de emprender una operación de búsqueda!

—Un momento—dijo Tántalo.

Pero todos los campistas se pusieron a corear:

—¡Búsqueda! ¡Búsqueda!

Las llamas se alzaron aún más.

—No hace falta—insistió Tántalo.

—¡¡Búsqueda!! ¡¡Búsqueda!!

—¿Qué pasa, Tántalo?—dije—. ¿Es que no hay huevos?

—¡Está bien!—gritó Tántalo, los ojos llameantes de furia—. ¡¿Queréis que autorice una operación de búsqueda, mocosos?!

—¡¡Sí!!

—Muy bien—asintió—. Daré mi autorización para que un paladín emprenda esa peligrosa travesía, recupere el Vellocino de Oro y lo traiga al campamento, o para que muera en el intento.

El corazón me henchía de emoción. No iba a permitir que Tántalo me asustara. Aquello era lo que tenía que hacer: salvaría a Grover y al campamento; nada me detendría.

—Permitiré que nuestro paladín consulte al Oráculo—anunció Tántalo—. Y que elija dos compañeros de viaje. Creo que la elección es obvia.

Tántalo nos miró a Annabeth y a mí como si quisiera desollarnos vivos.

—Ese paladín tiene que ser alguien que se haya ganado el respeto de todos, que haya demostrado sus recursos en las carreras de carros y su valentía en la defensa del campamento. ¡Tú dirimirás la búsqueda... Clarisse!

El fuego chisporroteó con un millar de colores diferentes. La cabaña de Ares estalló en vítores:ñ

—¡¡Clarisse!! ¡¡Clarisse!!

Ella se puso en pie, atónita. Tragó saliva y su pecho se hinchó de orgullo.

—¡Acepto la misión!

Luego, se me quedó mirando, como cuando desafiaba a que atacara, a sabiendas que poco o nada iba a poder hacer.

—¿Vas a venir o no, Jackson?—me preguntó.

—¿Alguna vez lo dudaste?

Esto claramente se salía de los planes de Tántalo, porque desfiguró el rostro mientras reprimía un gruñido animal. Pero ya había dicho que la misión era de Clarisse, y si ella quería llevarme, Tántalo no podía negarse.

Clarisse miró a Annabeth.

—Sabes que no me agradas.

—Es mutuo.

—Pero ambas sabemos que vas a venir, ¿verdad?

Annabeth suspiró.

—Sí, eso creo.

Tántalo se esforzó por controlar su expresión de furia.

—Entonces... ya que están decididos los... héroes... que partirán a lo desconocido. Clarisse, querida, es momento de que consultes al Oráculo.

Clarisse se removió nerviosa, hizo una torpe reverencia y se encaminó a la Casa Grande.







—¿Qué decía la profecía?—preguntó Annabeth en cuanto Clarisse salió de la Casa Grande—. Todo, con detalles.

Incluso la hija de Ares se veía muy afectada por la visita al Oráculo.

—Dijo...

—Dilo al pie de la letra—añadió Annabeth.

—¿Me dejas hablar? Gracias—le espetó Clarisse—. Como decía. Sus palabras exactas fueron:


Navegarás en el buque de hierro con guerreros de hueso, acabarás hallando lo que buscas y lo harás tuyo, pero habrás de temer por tu vida sepultada entre rocas, y sin amigos fracasarás y no podrás volar a casa sola.

Dos grupos se separan y se vuelven a hacer uno. Parte un día y zarpa al siguiente. El camino del justiciero transcurre en paralelo. La prueba final del tirano llega en forma de un viejo conocido, lucha con uñas y dientes, témele a su tridente asesino.


Los tres, Annabeth, Clarisse y yo, nos quedamos en silencio un rato.

—Eso... no suena nada bien—dijo Annabeth finalmente.

—Gracias por decir lo obvio, oh, hija de la diosa de la sabiduría—replicó Clarisse.

—Concentremos en no matarnos, ¿quieren?—les pedí—. Los dos grupos y el camino del justiciero se refiere a mí. Creo que significa qué hay que separarnos, yo saldré un día antes, y eventualmente nos reencontramos.

Clarisse se cruzó de brazos.

—¿Y cómo sabes que tú eres el justiciero?

—El verano pasado, el Oráculo se refirió a mí en mi profecía como "Emisario de la Justicia"

Clarisse parpadeo dos veces.

—Oh... comprendo.

—Para variar—dijo Annabeth.

Nuevamente, tuve que intervenir para evitar que esas dos se mataran entre sí.

—¡Escuchen!—les pedí—. Se supone que ustedes son hijas de los dos más grandes dioses de la guerra, así que compórtense como tal y tracen un plan de batalla.

Annabeth suspiró, sobándose las cienes.

—De acuerdo, Percy, nosotros nos prepararemos para salir antes que Clarisse. Pero entonces... ¿de dónde sacamos los bracos?

Clarisse se cruzó de brazos.

—Yo me encargo de eso, nos conseguiré una nave y tripulación—dijo, pero sin especificar a qué se refería. Se negó a dar más detalles.

Suspiré.

—De acuerdo. Lo mejor será seguir discutiendo por la mañana, el éx... explotar mi cuerpo haciendo tormentas me dejó casi muerto. Necesito dormir.

Annabeth y Clarisse estuvieron de acuerdo y cada uno se fue por su lado hacia su cabaña.




Esa noche no pude dormir, me removía inquieto en mi litera y comí tanta ambrosía que empecé a tener fiebre, y eso no era normal, considerando que mi cuerpo procesaba la ambrosía mejor que el de cualquier otro semidiós.

Aún así, el dolor no se detenía. No entendía bien por qué. Quizá fuera por el nulo contacto con el agua al momento de usar el trabajo, a diferencia de las dos veces anteriores. Quizá simplemente fuera un castigo extra por usar aquella técnica en un momento que no lo ameritaba.

De cualquier modo me sentía fatal, me vestí como pude, salí a hurtadillas de la cabaña, casi arrastrándome por el suelo, y me las arreglé para llegar a la playa y meter la cabeza en el agua. El alivio fue casi instantáneo, el dolor cesó y sentí que pensaba con claridad por primera vez en mucho tiempo.

Miré al cielo, despejado y lleno de Estrellas. Estaba repasando las constelaciones que Annabeth me había enseñado—Sagitario, Hércules, la Corona Boreal— cuando alguien dijo:

—Hermoso, ¿verdad?

Casi pegué un brinco del susto, casi.

De pie a mi lado, había un tipo con ropa deportiva. Delgado y en buena forma. Su espectro me resultaba familiar, aunque no sabía por qué.

Mi primer pensamiento fue que el tipo había salido a correr por la playa y había cruzado sin darse cuenta las fronteras del campamento. Pero se suponía que eso no era posible. Quizá la debilidad cada vez mayor del árbol de Thalia le había permitido colarse dentro, pero... ¿en mitad de la noche? Además, en los alrededores no había nada, salvo campos le labranza y terrenos rústicos. ¿De dónde había salido aquel tipo?

—¿Puedo sentarme contigo?—preguntó—. Hace una eternidad que no me siento.

Sí, ya lo sé: un extraño en mitad de la noche. El sentido común dice que tendría que haber salido corriendo pidiendo ayuda, etcétera; pero el tipo actuaba con tanta calma que me resultaba difícil sentir miedo.

—Eh, sí, claro—dije.

Él sonrió y se sentó en la arena.

—Tu hospitalidad te honra. Por cierto, increíble tatuaje el que tienes, ¿dónde te lo...?

Un teléfono móvil sonó en su bolsillo.

Suspiró. Sacó el teléfono y yo abrí los ojos de par en par, porque emitía un resplandor azulado. Cuando extendió la antena, dos criaturas empezaron a retorcerse en torno a ella: dos serpientes verdes, pequeñas como lombrices.

El no pareció advertirlo. Miró la pantalla y soltó una maldición.

—Tengo que atender esta llamada. Un seg...—Habló al teléfono—. ¿Hola?

Mientras él escuchaba, las miniserpientes siguieron retorciéndose por la antena a unos centímetros de su oreja.

—Sí—dijo—. Oiga, ya sé, pero... me tiene sin cuidado que esté encadenado a una roca y con buitres mordiéndole el hígado. Si no tiene el número de envío, no podemos localizar el paquete... Un regalo para la humanidad, fantástico... ¿Sabe cuántos regalos entregamos? No importa. Oiga, dígale que pregunte por Eris en atención al cliente. Ahora tengo que dejarle.

Colgó.

—Perdón. El negocio de envíos nocturnos va viento en popa. Bueno, cómo iba diciendo...

—Tiene serpientes en el teléfono.

—¿Qué? Ah, no muerden. Digan hola, George y Martha.

"Hola, George y Martha", fijó una voz ronca en mi cabeza.

"No seas sarcástico", repuso una voz femenina.

"¿Por qué no?"—preguntó George—. "Soy yo quien hace todo el trabajo"

—¡Oh, no volvamos a discutir eso!—El hombre se metió otra vez el teléfono en el bolsillo—. Bien, ¿dónde estábamos...? Ah, sí. Genial ese tatuaje que tienes.

—Eh, gracias—le dije—. Ha estado allí desde que tengo memoria.

Eso desconcertó a aquel sujeto. Parpadeó dos veces y me miró de arriba a abajo.

—Bueno, admito que eso no me lo esperaba. Que... peculiar.

Cruzó las piernas y levantó la vista hacia las estrellas.

—Hace muchísimo que no tenía un rato para relajarme. Desde que apareció el telégrafo, ha sido un no parar. ¿Tienes una constelación favorita, Percy?

Todavía estaba pensando en las pequeñas serpientes verdes que se le habían metido en el no,silo del pantalón, pero contesté:

—Hummm... me gusta Hércules.

—¿Por qué?

—Bueno... hay varias razones. Una de ellas, porque tenía una suerte fatal, incluso peor que la mía; lo cual me hace que me sienta mejor.

El tipo río entre dientes.

—¿No porque fuera fuerte y famoso y demás?

—No. La verdad creo que los mitos... dioses y héroes, pueden representar más de lo que de verdad son. Es decir, el significado de seres que abarcan tantos aspectos de la naturaleza debe de ser muy ambiguo e inespecífico, pudiendo abarcar varias cosas o representar algo diferente según de dónde y quien lo vea. Incluso si esa visión contrasta con lo que se ve a plena vista.

—Eres un joven interesante. Y entonces... ¿cuál es la visión que tienes de mí?

El sujeto ni siquiera me había dicho quien era, pero yo ya sabía que responder:

—Hasta hace no mucho (unos cinco minutos) me imaginaba a un hombre elegante e intelectual sumamente pérsicas, normalmente carismático, educado y tranquilo, pero capaz de dar bastante miedo cuando se lo propone y de imponer a pesar de no ser muy grande o voluminoso. ¿Qué te parece, Hermes?

El dios de los mensajeros sonrió.

—Así que ya me reconociste, ¿eh?—dijo—. Suena interesante, aunque eso de "elegante, educado y tranquilo" no me suena muy convincente.

Antes de que pudiera responderle, la voz amortiguada de Martha la serpiente se escuchó desde su bolsillo:

"Tengo a Deméter en la línea dos"

—Ahora no—dijo Hermes—. Dile que te deje el mensaje.

"No le va a gustar; la última vez que lo hiciste se marchitaron todas las flores de la sección de envíos florales"

—¡Pues dile que estoy en una reunión!—Puso los ojos en blanco—. Perdona de nuevo, Percy. Esperaba poder entregarte esto...

Sacó su teléfono de su bolsillo, que creció y se transformó en el clásico caduceo de madera con alas y dos serpientes enroscadas.

Los ojos de Hermes centellearon.

—Martha, ¿me pasas el primer paquete, por favor?

Martha abrió la boca... y la siguió abriendo hasta que se volvió tan ancha como mi brazo. Eructó un bote de acero reluciente. Era un termo anticuado con tapa de plástico; tenía los lados esmaltados con antiguas escenas griegas en rojo y amarillo: un héroe matando a un león; un héroe levantando por los aires a Cerbero, el perro de tres cabezas.

—Es Hércules— dije—. ¿Pero cómo...?

—A caballo dado no se le ve el colmillo—me reprendió Hermes.

—Caballo dado seguro es robado—repuse,

Él se río.

—Esa es buena—dijo—. El punto es que ésta es una pieza de coleccionista, de Hércules Rompe Cráneos. De la primera temporada.

—¿Hércules Rompe Cráneos?

—Una serie fantástica—suspiró Hermes—. Antes de que la televisión de Hefesto se llenara de reality shows. Desde luego, ese termo sería mucho más valioso si hubiese conseguido la canastilla del almuerzo completa...

"O si no hubiera pasado por la boca de Martha"—añadió George.

"Ésta me la vas a pagar".

Martha empezó a perseguirlo en torno al caduceo.

—Un momento...— dije—. ¿Es un regalo?

—Uno de los dos que te he traído—dijo Hermes—. Venga, míralo bien.

Poco me faltó para que se me cayera, porque por un lado estaba helado y por el otro quemaba. Lo raro era que, cuando le daba la vuelta, el lado que miraba al océano, hacia el norte, era siempre el congelado.

—¡Es una brújula!

Hermes pareció sorprendido.

—¡Qué listo! No lo había pensado, pero el uso para el que está diseñado es algo más espectacular. Afloja la tapa y desatarás los cuatro vientos para que te impulsen en tu camino. ¡Ahora no! Y por favor, cuando llegue el momento, desenrosca sólo un poquito la tapa, los vientos son un poco como yo... siempre incansables. Si los cuatro se escaparan al mismo tiempo... Pero bueno, estoy seguro de que andarás con cuidado. Y ahora, mi segundo regalo. ¿George?

"Ella me está tocando"—se quejó George mientras él y Martha seguían deslizándose alrededor de la vara.

—Ella siempre te está tocando—replicó Hermes—. Estáis entrelazados. ¡Y si no paráis ahora mismo, os haré un nudo otra vez!

Las serpientes dejaron de pelearse en el acto.

George abrió la mandíbula casi hasta dislocarla y escupió un bote de plástico lleno de vitaminas masticables.

—Está de broma—dije—¿Esas de ahí no tienen forma de Minotauro?

Hermes tomó la botellita y la agitó.

—Las de limón, sí; las de uva son Furias, me parece. ¿O eran Hidras? En todo caso, son muy fuertes; no tomes una a menos que de verdad la necesites.

—¿Cómo voy a saber si de verdad la necesito?

—Lo sabrás, créeme. Nueve vitaminas esenciales, minerales, aminoácidos... Todo lo que necesitas para sentirte bien.

Me lanzó la botellita.

—Bueno, gracias—dije—. Pero... ¿por qué me ayuda, señor Hermes?

Me sonrió melancólico.

—Quizá porque espero que puedas salvar a mucha gente en esta misión, Percy no sólo a tu amigo Grover.

Lo miré fijamente.

—¿No querrá decir... a Luke?

Hermes no respondió.

—Mire, señor Hermes, o sea, muchas gracias y tal, pero quizá sea mejor que se quede con los regalos. No es posible salvar a Luke, incluso si lo encontrara... Me dijo que quería demoler hasta la última piedra del Olimpo y ha traicionado a todos los que lo conocían. Y a usted lo odia especialmente.

Hermes levantó la vista y miró las estrellas.

—Mi joven y querido primo, si hay una cosa que he aprendido en el curso de los eones es que no puedes renunciar a tu familia ni dejarla por imposible, por tentador que a veces pueda resultar. No importa que te odien, que te pongan en ridículo o que, sencillamente, sean incapaces de apreciar el genio que has demostrado inventando el Internet.

—¿Usted inventó el Internet?

"Fue idea mía"—dijo Martha.

"Las ratas son deliciosas"—dijo George.

—¡Fue idea mía!—Dijo Hermes—. Me refiero al Internet, no a las ratas. Pero ésa no es la cuestión ahora. Percy ¿entiendes lo que te digo sobre la familia?

—N-no estoy seguro.

—Algún día lo estarás.—Se incorporó y se sacudió la arena de las piernas—. Entretanto, he de continuar.

"Tienes que devolver sesenta llamadas"—dijo Martha.

"Y mil treinta y siete e-mails"— añadió George—. "Sin contar las ofertas de descuento online en los pedidos de ambrosía"

—Y tú, Percy—dijo Hermes—, tienes un plazo más corto de lo que crees para completar tu búsqueda. Tus amigos deben estar a punto de venir... ahora.

Oí la voz de Annabeth llamándome entre las dunas. Y también a Tyson y Clarisse, que gritaban desde un poco más lejos.

—Espero haberte hecho bien el equipaje—dijo Hermes—. Tengo cierta experiencia en cuestión de viajes.

Chasqueó los dedos y aparecieron a mis pies tres petates amarillos.

—Son impermeables, claro. Y si se lo pides con amabilidad, creo que tu padre podría ayudarte a alcanzar el barco.

—¿Qué barco?

Hermes señaló con el dedo. En efecto, un gran crucero estaba atravesando el estuario de Long Island Sound. Sus luces blancas y doradas resplandecían sobre las aguas oscuras.

—Espere—dije—. No entiendo nada. ¡Se supone que me voy hasta dentro de...!

—Yo en tu lugar partiría en los próximos cinco minutos—me aconsejó Hermes—.

La hija de Ares puede alcanzarlos después; y ahora, buenas noches, primo. Y... ¿me atreveré a decirlo? Que los dioses te acompañen.

Abrió la mano y el caduceo voló hacia ella.

"Buena suerte"—me dijo Martha.

"Tráeme una rata cuando vuelvas"— dijo George.

El caduceo se convirtió otra vez en teléfono móvil y Hermes se lo metió en el bolsillo. Echó a correr por la playa. Veinte pasos más allá, resplandeció un segundo y se desvaneció, dejándome solo con un termo un bote de vitaminas tres petates y cinco minutos escasos para partir a una misión a la que aún no estaba listo.


...


De verdad, perdón por tardar tanto en actualizar, tuve una semana muy pesada y sólo tuve tiempo para subir capítulos más cortos en mi historia de "el rey de los fantasmas".

Quisiera aprovechar para dar un par de avisos, porque como ya prácticamente estamos a vuelta de la esquina de las vacaciones de Semana Santa voy a tener una semana de tiempo libre para escribir.

En esos días me comprometo a subir la historia que les prometí de Percy (de los libros) en el mundo de las asquerosamente repulsivas películas de Percy Jackson, en donde me cagaré en todo lo cagable.

Y esa misma semana no voy a subir nada de "el Rey de los fantasmas" porque... bueno, no se ustedes, pero subir una historia sobre demonios y el infierno en Semana Santa no es precisamente de mi agrado, espero me entiendan.

También les recuerdo que Jason-Phantom ha iniciado una historia llamada "divine anormaly" en la que se sigue la historia del Percy de mi historia de "una nueva frontera" y lo importante aquí es que habrá Pertemis, lo es es importante en cualquier trabajo que pueda derivarse de alguno de los míos Xd.


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