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El Mar de los Monstruos:


Aquella tarde fue una de las más felices que había pasado en el campamento, lo cual quizá sirva para demostrar que nunca puedes saber cuándo todo tu mundo se va a desmoronar a pedazos.

Grover anunció que pasaría el resto del verano con nosotros antes de reanudar la búsqueda de Pan. Tan impresionados tenía a sus jefes del Consejo de los Sabios Ungulados, por no haberse dejado matar y por haber allanado el camino de los futuros buscadores, que le concedieron un permiso de dos meses y un juego nuevo de flautas de junco.

Me dijo que, ahora que estábamos frente a frente, podía disolver la conexión por empatía que había establecido entre nosotros, pero yo le contesté que, por mí, podía mantenerla. Él dejó su flauta y me miró a los ojos.

—¡Si me meto otra vez en problemas correrás peligro, Percy! ¡Podrías morir!

—Si te metes en problemas otra vez, prefiero saberlo. Y saldré de nuevo en tu ayuda, hombre cabra. No podría hacer otra cosa.

Al final, accedió a no romper el vínculo, y eso me sirvió más delante, su silenciosa pero existente presencia en mi mente me ayudó a no sentirme completamente sólo, pero ya llegaremos a eso.







Más tarde, durante la clase de tiro con arco, Quirón me llevó aparte y sacó de su carcaj un teléfono móvil y me lo dio.

—Es hora de que llames a tu madre.

—Oh, mierda...

Lo peor fue el principio: "Percy Jackson... En qué estabas pensando... ¿Te haces una idea de lo preocupada...? Una misión peligrosísima... Aquí muerta de miedo..." Toda esa parte.

Pero finalmente hizo una pausa para tomar aliento y dijo:

—¡Oh, Percy, cómo me alegro de que estés a salvo!

Esa es mi madre, señoras y señores, no consigue estar enojada mucho tiempo; lo intenta, pero es evidente que no lo lleva en la sangre.

—Lo siento, mamá—le dije—. No volveré a darte más sustos.

—No se te ocurra prometérmelo, Percy. Sabes bien que esto no ha hecho más que empezar.

Hizo lo posible por decirlo en plan informal, pero me di cuenta de que estaba asustada. Me habría gustado decirle algo para que se sintiera mejor, pero sabía que ella tenía razón. Siendo un mestizo, no pararía de darle sustos a cada cosa que hiciera. Y a medida que creciese, los peligros serían todavía mayores.

—Iré a casa en unos días—le propuse.

—No, no. Quédate en el campamento. Entrénate. Haz lo que tengas que hacer. Pero ¿vendrás a casa para el próximo curso?

—No... no estoy seguro—murmuré—. Con lo feas que se están poniendo las cosas... quizá deba quedarme por aquí... al menos hasta navidad.

—Sí... lo entiendo—murmuró—. Tú sólo... asegúrate de avisarme cuando tomes la decisión.

—Claro, lo prometo.







En cuanto a Tyson, los campistas lo trataban como a un héroe. A mí me habría encantado tenerlo siempre como compañero de cabaña, pero aquella tarde, cuando nos sentamos en una duna desde la que se dominaba Long Island Sound, me dijo algo que me tomó desprevenido:

—Papá me envió un sueño anoche. Quiere que vaya a verlo.

Por un segundo pensé que bromeaba, pero Tyson hablaba enserio.

—¿Poseidón te envío un mensaje en sueños?

Él asintió.

—¿Quiere que pase el resto del verano en el fondo del océano, que aprenda a trabajar en las fraguas de los cíclopes. Él lo llama un inter... un inter...

—¿Un internado?

—Eso.

Necesité un momento para asimilarlo. Reconozco que me sentí un poco celoso; a mí Poseidón nunca me había invitado al mundo submarino. Pero luego pensé: ¿Tyson se va? ¿Así como así?

—¿Cuánto de vas?—le pregunté.

—Ahora.

—¿Ahora-ahora?

—Ahora.

Miré las olas de Long Island Sound. El agua se teñía de rojo con la luz del crepúsculo.

—Me alegro por ti, grandullón—conseguí decir—. En serio.

—Es duró dejar a mi hermano.—La voz le temblaba—. Pero quiero hacer cosas, armas para el campamento; las necesitarás.

Por desgracia, tenía razón. El Vellocino de Oro no había solventado todos los problemas del campamento. Luke seguía por ahí, reuniendo un ejército a bordo del Princesa Andromeda, y Kronus continuaba regenerándose en su ataúd de oro. Al final tendríamos que combatir con ellos.

—Harás las mejores armas del mundo—le dije, mostrando orgulloso mi reloj—. Y apuesto a que darán la hora exacta, además.

Tyson se sorbió la nariz.

—Quería darte esto, como regalo de despedida...

Me entregó un anillo de color azul marino, con un pequeño tridente plateado en él.

—Es genial, Tyson, es...

Accidente froté el pequeño tridente, y el anillo creció y se expandió hasta convertirse en el tridente de Poseidón, el Poseidón malo, quiero decir.

Ósea, malvado no era, pero... saben que, da igual.

—¿Cómo...?

—Tome tu tridente anoche, lo siento—se disculpó Tyson.

—No lo sientas, hermano. ¡Es asombroso!

Con sólo pensarlo, el tridente se reconvirtió en un anillo y me lo coloqué en un dedo.

Tyson me dio unas palmaditas en la espalda con tanta fuerza que por poco eché a rodar por la pendiente; y luego se secó una lagrima de la mejilla y se puso en pie.

—Usa el escudo.

—Así lo haré, grandullón.

—Algún día te salvará la vida.

Su modo de decirlo, como un hecho incuestionable, hizo que me preguntara si el ojo de un cíclope tendría la capacidad de ver el futuro.

Se dirigió hacia la playa y dio un silbido. Rainbow, el hipocampo, surgió entre las olas y enseguida los vi alejarse hacia el reino de Poseidón.

Ojalá esa hubiese sido la única despedida de ese día.

Una vez a solas, miré otra vez mi nuevo reloj. Pulsé el botón y el escudo se desplegó en espiral hasta adquirir su tamaño completo. Sobre la superficie de bronce había dibujos grabados al antiguo estilo griego, con escenas de nuestras aventuras de aquel verano: Annabeth, matando a uno de los lestrigones que jugaban al balón prisionero; yo, luchando con los toros de bronce en la colina Mestiza; Tyson, cabalgando con Rainbow hacia el Princesa Andrómeda. También aparecía el CSS Birmingham disparando sus cañones a Caribdis. Deslicé la mano por un dibujo de Tyson en el que aparecía combatiendo con la hidra mientras sostenía una caja de Donuts Monstruo.

No pude evitar la tristeza. Tyson iba a pasárselo en grande bajo el océano, pero yo lo echaría de menos por un montón de razones, como la fascinación que sentía por los caballos, o su destreza para arreglar carros y moldear el metal con las manos desnudas, o su habilidad para agarrar a un par de malvados y hacer un nudo con ellos. Incluso echaría de menos sus ronquidos, que eran como tener un terremoto en la litera de al lado.

—Eh, Percy.

Me volví.

Annabeth y Grover aparecieron en lo alto de la duna.

—Tyson... ha tenido que...—murmuré.

—Ya lo sabemos—dijo Annabeth en voz baja—. Nos lo ha dicho Quirón.

—Las fraguas de los cíclopes.—Grover se estremeció—. ¡Me han dicho que la comida de la cafetería es horrible! ¡No hay enchiladas, por ejemplo!

Annabeth me tendió la mano.

—Venga, sesos de alga. Es hora de cenar.

Regresamos hacia el pabellón del comedor, los tres juntos, como en los viejos tiempos.







Aquella noche se desató una tormenta tremenda, aunque dio un rodeo en torno al Campamento Mestizo, como siempre hacían las tormentas.

Los relámpagos rasgaban el horizonte y las olas arreciaban en la playa, pero no cayó una sola gota de agua en todo el valle. Estábamos otra vez protegidos gracias al Vellocino de Oro; aislados dentro de nuestras fronteras mágicas.

Aún así, mis sueños fueron agitados.

Estaba sentado sobre la azotea de un edificio en medio de la oscura ciudad de Londres.

Hércules combatía ferozmente en las calles, su marca crecía más y más a cada segundo que pasaba, y su cuerpo se volvía más canino conforme la lucha se hacía más encarnizada. Le faltaba casi todo el brazo izquierdo.

Su oponente, el hombre de mis pesadillas, alto, delgado, con un poblado bigote y ropas manchadas de sangre.

—Vamos...—decía Hércules, con una gran sonrisa—. Solo intenta cambiar mi color.

El hombre cubierto de sangre rió mientras levantaba su mano enguantada, manchada con líquido carmesí.

—Pero por supuesto—aceptó el reto—. Juntos... ¡Lleguemos hasta el gran final!

Todo me era claro, Hércules estaba usando su último trabajo, Cerbero, el Sabueso de Hades.

Y su oponente, era el mismísimo rostro del mal, Jack el Destripador.

Y su batalla estaba a punto de terminar. Yo sólo era un silencioso espectador que había llegado tarde a la fiesta.

Jack miraba a su oponente, con el rostro manchado de sangre en la forma de una retorcida sonrisa sangrienta.

El cuerpo de Hércules echaba humo, protuberancias óseas salían de su carne, y en su rostro, una mirada de determinación.

Hércules avanzó y Jack respondió de la misma manera, tomando del suelo una larga pieza de madera, perteneciente a un marco de ventana roto, el cual usaría como arma, y sujetó una puerta desde el pomo, convirtiéndola en su escudo.

Incluso sin haber visto el resto de la batalla, me era claro que ese era el primer choque cuerpo a cuerpo que tendrían.

Llegaron a rango del otro y empezó el gran final.

Hércules levantó su puño, Jack maniobró sus armas.

La punta del palo de Jack se destrozó al impactar contra el puño de Hércules, pero eso no lo detuvo, golpe a golpe, ataque a ataque, a cada segundo el ambiente era más frenético.

Jack trazó un arco descendente que Hércules esquivó, al tiempo que se preparaba para lanzar un nuevo puñetazo.

Jack alzó su escudo, pero éste fue obliterado por el puño del dios.

El asesino en serie más temido de la humanidad soltó su defensa, y balanceó su arma restante.

Incluso con Hércules habiendo perdido un brazo, ambos habían llegado a un equilibro.

Sin embargo, ni siquiera Jack el Destripador era rival para la increíble destreza en combate del héroe más grande de Grecia.

Hércules impactó a Jack en el estómago y lo mandó a volar mientras el asesino escupía sangre.

Jack quedó tendido en el suelo, en medio de un cráter de destrozos, el final se acercaba más y más.

El asesino se puso de pie trabajosamente y aún vomitando sangre.

La marca de Hércules, ahora negra y humeante como el petróleo, crecía más y más, él dolor era notorio en su rostro.

La voz de Ares resonó por la arena en un grito desesperado:

—¡Ya no hay tiempo! ¡¡Derrotarlo ahora, Hércules!!

Él tenía razón, era cuestión de minutos, sino es que segundos para que la marca de Hércules lo consumiera por completo.

Hércules se lanzó de frente con un golpe devastador, pero Jack lo evitó con un salto hacia su izquierda. Hércules volvió a golpear, y Jack lo volvió a evitar con otro salto.

Pero el asesino estaba muy herido, había perdido mucha sangre y en breves morirá si no hacía algo.

Hércules seguía atacando con su único brazo, un golpe frontal, un gancho ascendente, una carga con el puño.

Jack era muy veloz y hábil, evitaba los golpes con sutiles movimientos, deslices y saltos, evitando cada embate por pocos centímetros.

Entonces lo noté, Jack se había colocado en un ángulo perfecto, había encontrado el punto ciego de Hércules.

Estiró su brazo derecho, revelando que bajo su manga ocultaba una vara de metal con una puntiaguda punta afilada, su arma era parte de una reja de acero, y ahora se disponía a lanzar el golpe final.

Pero Hércules seguía siendo Hércules, y guiado por su instinto movió su cabeza hacia la izquierda y lanzó un puñetazo a ciegas.

La vara de Jack se enterró en el rostro del dios, agujerando su mejilla derecha muy cerca del ojo, pero sin ser ni siquiera un golpe medianamente letal.

El golpe de Hércules, por su lado, impactó en el lado derecho de la cabeza de Jack, y trazando un devastador arco lateral con su brazo, mandó al asesino a volar por las calles de Londres.

Un golpe directo, el plan de Jack había fallado, ese debería ser el fin.

El humano quedó rendido en el suelo, con su elegante sombrero habiendo caído lejos de él.

Era el fin, no había forma de que Jack hubiera sobrevivido, o eso parecía hasta que el asesino empezó a cantar su dulcemente macabra versión de la conocida canción infantil:

"London Bridge is Falling Down... Falling Down... Falling Down... London Bridge is Falling Down..."

Usando su vara de metal como bastón, Jack se puso trabajosamente en pie, usando sus últimas fuerzas y sosteniéndose a duras penas sobre su arma.

Yo era ajeno a todo lo demás, al público en el estadio alrededor la ciudad, a las palabras del comentarista, a todo. Estaba completamente centrado en los dos luchadores en la arena.

Jack extendió ambos brazos mientras miraba a la luna llena en el cielo.

—My Fair Lady...—seguía cantando.

Jack empezó a caminar torpemente, arrastrando su barra de metal y con los ojos cerrados, como si de un muerto viviente caminando.

Sus labios seguían esbozando aquella melodía.

"London Bridge is Falling Down..."

El asesino logró abrir los ojos, levantar la cabeza y apuntar la barra como si de un estoque se tratase.

Hércules lo miró a los ojos, ya casi completamente consumido por la marca, y sonrió:

—Eres fuerte...

Jack seguía caminando desorientado mientras balanceaba su arma torpemente.

"London Bridge is Falling Down... Falling Down... Falling Down..."

El hombre llegó hasta quedar frente a Hércules, el dios lo miró desde arriba. El asesino estaba a su merced, débil, herido, encorvado y con la cabeza gacha.

Finalmente se haría justicia, Hércules vengaría las muertes de aquellas personas que Jack asesinó.

El Destripador apuntó su arma.

El Héroe alzó su puño.

Y a una sorprendente velocidad, atacaron.

Hércules esquivó el golpe de Jack, el cual pasó sobre su hombro izquierdo sin dañarlo en lo más mínimo.

Hércules conectó un golpe seco en la coronilla de Jack.

Los ojos del asesino se apagaban, su arma se le resbaló de las manos y cayó estrepitosamente al suelo.

Jack finalmente cayó hacia el frente, completamente derrotado.

Se había acabado la batalla, Hércules había ganado, todos lo sabían.

Todos excepto yo, yo sabía exactamente lo que sucedería ahora, y no quería aceptarlo.

Grité, llamé a Hércules a todo pulmón, trataba de advertirle lo que seguía, de decirle que no se confiara, que rematara al asesino más rápido, pero no me escuchó, no podía hacerlo.

Yo no podía hacer nada más que mirar.

Finalmente Hércules alzó su brazo en alto por sobre su cabeza, dispuesto a darle fin a la Cuarta Ronda del Ragnarok.

—Descansa—le dijo a Jack.

Pero el Destripador tenía otros planes.

Plantó los pies firmemente sobre el suelo, balanceó su cuerpo hacia delante y alzó la mirada, mirando a Hércules a los ojos.

Las manos de aquel hombre estaban cubiertas de sangre, de su sangre y entonces sucedió...

Hércules y Jack respiraban trabajosamente, el asesino había atravesado de extremo a extremo al héroe con ambas manos.

—Dear God...—dijo Jack débilmente—. Ese es el nombre que le di a éste golpe. Se lo dedicaré a usted.

—Ugh... es tu sangre, ¿verdad?—comprendió Hércules, con su rostro inundado de dolor—. Pensé que simplemente intentabas cubrir tu herida... pero fue para cubrir tus guantes con sangre... y tu sangre... la convertiste en un arma en ese momento... fuiste formidable... aún hasta el final...

Hércules sonrió débilmente y miró a su oponente.

—¿Cómo luce mi color?—preguntó—. ¿Has podido cambiarlo?

Jack parecía maravillado.

—No. Me... venciste...

Hércules seguía sonriendo.

—Yo... nunca cambiaré...—el dios levantó su brazo una última vez, Jack abrió mucho los ojos en sorpresa, temiéndose un golpe final por parte de su oponente—. Nunca lo olviden. Yo... siempre... AMARÉ... A LOS HUMANOS.

Jack sonrió conmovido.

—Oh dios... cuan obstinado eres...

Hércules abrazó a su rival mientras se convertía en polvo, perdonándolo por sus crímenes mientras levantaba la vista al cielo una última vez,

—Ha sido una buena pelea... lo siento por gritarte antes... Brunhild... ¿Estás viendo esto? Te dejo el resto... aunque pueden ser tontos, aún les tengo cariño... sálvalos por favor.

Y con esas últimas palabras y una gran sonrisa, el Mensajero de la Justicia, Monumento de la Virtud y luz de esperanza para dioses y hombres, desapareció entre polvo estelar.







Me quedé sólo entre la confusa oscuridad de mi mente, tratando de procesar todo lo que acababa de ver.

Mi mente se había expandido como nunca antes, mis recuerdos habían sido abarrotados con multitud de nuevas experiencias.

Cada detalle de la vida y memoria de Hércules ahora estaba en mi cabeza, tenía acceso a todos sus recuerdos sin restricciones o límites, acababa de obtener el cerebro y mente de un dios.

—Y no sólo eso...—murmuró Hércules sombríamente—. También tienes acceso a toda mi fuerza y resistencia. Podrás usar más trabajos antes de alcanzar tu límite, soportar más dolor y tendrás una fuerza divina. Aunque claro, estará sujeta a tu cuerpo y maza, así que te recomendaría ejercitarte aún más.

Yo aún estaba temblando por lo que acababa de ver.

—¿P-por qué me muestras todo esto?

Hércules se sentó a mi lado y miró a la nada, entonces, la oscuridad a mi alrededor se transformó en un hermoso campo verde en la Grecia antigua.

—Ya te lo dije el verano pasado, hermanito—dijo Hércules tranquilamente—. Yo sólo me quedaría aquí hasta que aprendieras a usar bien los Doce Desastres y Pecados y demás poderes, y luego me iría.

—Pero... Nifhel...

—Es mi destino, Percy—me interrumpió él—. Ya lo evadí por mucho tiempo, dejé a un heredero digno de mi, a alguien a quien confiarle ser el Mensajero de la Justicia. Dejo sobre tus hombros esa responsabilidad, ser la nueva luz de la esperanza para dioses y humanos.

—Pero...—balbuceé—. ¿Y lo que dijo Luke? Lo de... que ansió desatar mi furia sobre mis enemigos... eso, eso no se oye digno de ti...

—Todos tenemos nuestros propios demonios—dijo con calma—. El tullo es uno lleno de ira, pero si alguien puede donarlo y usarlo a favor de la justicia, ese eres tú.

—No estoy listo...

—Lo estás—aseguró él—. Te enfrentaste a Ares, derrotaste a Poseidón, Tirano de los Mares, y...

—Y Luke me dio una paliza.

—Estabas herido.

—Y él no luchó en serio.

Hércules bufó.

—Me estás haciendo el trabajo de animarte y aconsejarte muy difícil, ¿sabes?

—Ya, lo siento...

Hércules miró al cielo.

—Quirón te lo dijo, no estás sólo en tu batalla. Tienes a tus amigos contigo, tienes a un sabio maestro y ellos te tienen a ti.

—No quiero decepcionarte, hermano...

—No lo harás.

—¿Cómo puedes saberlo?

—He estado viviendo en tu cabeza por casi catorce años—respondió—. Si alguien lo sabe, soy yo.

Sin poder contenerme lo abracé con todas mis fuerzas.

—Voy a extrañarte.

Él me respondió el gesto.

—Y yo a ti, hermanito. Pero sé que dejó mi legado en buenas manos. Y sé que detendrás a Kronus, que vencerás a Luke, y bueno, quizá perdiste un ojo, pero la justicia es ciega, ¿no crees?

Me toqué la cara, donde ahora mi cuenca ocular vacía estaba cubierta por una venda.

—Supongo que tienes razón...

Alcé la cabeza, pero Hércules ya no estaba allí. En su lugar, solamente caía polvo de estrellas.

Admito que finalmente me quebré y rompí a llorar, después de perder Tyson y Hércules el mismo día, a mis dos hermanos, necesitaba desahogarme.

Pero alguien no tenía planes de dejarme sufrir en paz:

Las rizas de Kronus resonaron desde las profundidades del Tártaro, y su voz antigua se coló en mi mente a través del espacio vacío que había dejado la partida de Hércules.

"¿Así que tu diosecillo acompañante se ha ido, pequeño héroe?"—se burlaba—. "Veamos... que fue lo que dejó por aquí..."

Podía sentirlo tomando mis recuerdos, sondeando mis memorias.

Mi sorpresa y tristeza me hicieron tardar en reaccionar, y cuando bloqueé mi me moría ya era muy tarde.

Podía sentirlo, sabía exactamente qué recuerdos había visto Kronus: el Ragnarok, los Doce Desastres y Pecados, y algunos de mis entrenamientos con el dios.

"Así que Hércules... ¿eh?"—reía el titán—. "Me has proporcionado una información muy importante de cara a tu muerte, me has postrado la fuente de tu poder, y pronto... muy pronto conocerás las consecuencias de tus actos, Mensajero de la Justicia"

Entre más risas y burlas, fui lanzado fuera del reino de Morfeo, despertando con un sobresalto en mi cama, aún con los ojos llorosos.

Oí un golpe en la puerta y Grover entró sin esperar respuesta.

—¡Percy!—balbuceó—. Annabeth... en la colina...

La expresión de sus ojos me decía que algo iba espantosamente mal. Aquella noche Annabeth tenía turno de guardia para proteger el vellocino. Si había ocurrido algo...

Aparté la colcha de golpe. La sangre se me había helado en las venas. Me puse algo de ropa encima mientras Grover intentaba pronunciar una frase completa. Pero estaba demasiado estupefacto y no conseguía recuperar el aliento.

—Está allí tendida... tendida...

Salí de la cabaña corriendo y crucé el patio central seguido de Grover. Acababa de romper el alba, pero el campamento entero parecía en movimiento. Estaba corriendo la voz; tenía que haber sucedido algo tremendo. Algunos campistas se dirigían hacia la colina, en un desfile de sátiros, ninfas y héroes que formaban una extraña combinación de armaduras y pijamas.

Oí un ruido de cascos y apareció Quirón al galope, con una expresión lúgubre pintada en la cara.

—¿Es cierto?—le preguntó a Grover.

Él se limitó a asentir con aire aturdido.

Iba a preguntar qué ocurría, pero Quirón me tomó del brazo y sin esfuerzo aparente me izó del suelo y me depositó en su lomo. Galopamos hacia la cima de la colina, donde ya se había reunido una pequeña multitud.

Esperaba descubrir que el vellocino había desaparecido del árbol, pero no: se veía desde lejos, refulgiendo con las primeras luces del alba. La tormenta había amainado y el cielo estaba rojo.

—Maldito sea el señor de los titanes—dijo Quirón—. Nos ha engañado otra vez y se ha brindado a sí mismo otra oportunidad de controlar la profecía.

—¿Qué quieres decir?—pregunté.

—El Vellocino de Oro ha funcionado demasiado bien—dijo.

Seguimos galopando. Todos se apartaban a nuestro paso. Allí, al pie del árbol, yacía una chica inconsciente; arrodillada junto a ella, había otra chica con una armadura griega.

La sangre me retumbaba en los oídos. No lograba pensar con coherencia. ¿Habían atacado a Annabeth? ¿Y cómo es que seguía allí el vellocino?

El árbol estaba en perfectas condiciones, intacto y saludable, embebido de la esencia del Vellocino de Oro.

—Ha curado al árbol—dijo Quirón, con la voz quebrada—. Y no sólo le ha hecho expulsar el veneno.

Entonces me di cuenta de que no era Annabeth la que estaba tendida en el suelo. Ella era la que llevaba la armadura, la que se había arrodillado junto a la chica. En cuanto nos vio, Annabeth corrió hacia Quirón.

—Es ella... de repente...

Tenía los ojos anegados en lágrimas, pero yo aún no comprendía nada. Estaba demasiado alucinado para comprender el sentido de todo aquello. Salté del lomo de Quirón y corrí hacia la chica desmayada.

—¡Espera, Percy!—gritó Quirón.

Me arrodillé a su lado. Tenía el pelo corto y oscuro, y pecas por toda la nariz; era de complexión ágil y fuerte, como una corredora de fondo, y llevaba una ropa a medio camino entre el punk y el estilo gótico: camiseta negra, vaqueros negros andrajosos y una chaqueta de cuero con chapas de grupos musicales de los que no había oído hablar en mi vida.

No era una campista, no la identificaba con ninguna de las cabañas. Y sin embargo, tenía la extraña sensación de haberla visto antes.

Entonces mi nueva memoria divina hizo clic, sabía donde la había visto, al menos dos veces en el pasado.

—Es cierto—dijo Grover, jadeando un por la carrera colina arriba—. No puedo creer.

Nadie más se acercaba a la chica.

Le puse una mano en la frente. Tenía la piel fría, pero la punta de los dedos me hormigueaban como si me estuviesen quemando.

Me volví hacia la multitud y les grité.

—¡Nos ocuparemos luego de la maldita profecía! ¡¿Van a dejarla morir o que?!

Eso pareció reactivar las neuronas de los campistas, los chicos de Apolo corrieron a la Casa Grande para preparar la enfermería mientras Annabeth venía para ayudarme a levantar a la chica.

Sin embargo y por sorpresa inclusive para mí, pude levántala en brazos con una facilidad que fue brevemente desconcertante.

"La fuerza de Hércules..."—pensé, cosa que sólo sirvió para entristecerme y deprimirme más. Pero ese no era momento de lamentos.

Mientras corríamos hacia la Casa Grande, la chica tomó aire con una especie de temblor. Luego tosió y abrió los ojos.

Tenía el iris de un azul asombroso: azul eléctrico.

Me miró desconcertada. Tiritaba y tenía una expresión enloquecida.

—¿Quién...?

—Me llamó Percy—dije—. Estás a salvo.

—El sueño más extraño...

—Todo va bien.

—Morir.

—No—le aseguré—. Estás bien. ¿Cómo te llamas?

Yo ya conocía la respuesta, pero quería oírla de ella. Aún albergaba la minúscula esperanza de equivocarme, que el envenenamiento del árbol, la búsqueda del vellocino y todo lo demás no hubiesen sido parte del plan de Kronus para llegar a éste momento.

Pero en cuanto ella pronunció sus siguientes palabras, aquella mínima esperanza se esfumó en el aire:

—Me llamó Thalia—dijo—. Hija de Zeus.

...

Lo prometido es deuda, así que aquí les va:

Voy a tomar un breve descanso del "Éxodo de Hércules" para subir la historia sobre Moon Knight.

Aún no se me ocurre un nombre, así que por favor apóyenme con eso. 

Y bueno, sé que esta segunda parte de la historia fue la más lenta y con menos cambios, pero créanme, las cosas se ponen bastante intensas a partir de aquí.

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