El ladrón del rayo:
Primero que nada, una disculpa por la demora, como notaran el capítulo es un tanto largo, y yo he estado algo corto de tiempo.
Pero más vale tarde que nunca, ¿no?
...
Habíamos sido los primeros héroes en regresar vivos a la colina Mestiza desde Luke, así que todo el mundo nos trataba como si hubiéramos ganado algún reality show. Según la tradición del campamento, nos ceñimos coronas de laurel en el gran festival organizado en nuestro honor, y después dirigimos una procesión hasta la hoguera, donde debíamos quemar los sudarios que nuestras cabañas habían confeccionado en nuestra ausencia.
La mortaja de Annabeth era tan bonita—seda gris con lechuzas de plata bordadas—, que le comenté que era una pena no enterrarla con ella. Me dio un puñetazo y me dijo que cerrara la boca.
Como era hijo de Poseidón, no había nadie en mi cabaña, así que la de Ares se había ofrecido voluntaria para hacer la mía. Nada demasiado elaborado, pero sin duda lo agradecía: un trozo de tela verde con un tridente azul en el centro.
Mientras la cabaña de Apolo dirigía el coto y nos pasábamos sándwiches de galleta, malvaviscos y chocolate, me senté rodeado de mis antiguos compañeros de la cabaña de Hermes, los amigos de Annabeth de la cabaña de Atenea y los colegas sátiros de Grover, que estaban admirando la recién expedida licencia de buscador que le había concedido el Consejo de los Sabios Ungulados. El consejo había definido la actuación de Grover en la misión como: "Valiente hasta la indigestión. Nada que hayamos visto hasta ahora le llega a la base de las pezuñas"
Los únicos que no tenían ganas de fiesta eran Clarisse y sus hermanos, quienes me derribaron unas siete veces para dejarle claro una cosa: aunque vencí a su padre en una pelea armada, la lucha libre aun era su terreno.
Por mi bien, no lo sería por mucho.
Ni siquiera el discurso de bienvenida de Dioniso iba a amargarme el ánimo.
—Sí, sí, de acuerdo, así que el mocoso no ha acabado matándose, y ahora se lo tendrá aún más creído. Bien, pues hurra. Más anuncios: este sábado no habrá regatas de canoas...
Regresé a la cabaña 3, pero ya no me sentía tan solo. Tenía amigos con los que entrenar por el día. De noche, me quedaba despierto y escuchaba el mar, consciente de que mi padre estaba ahí afuera. A lo mejor aún no estaba muy seguro de mí, o de verdad prefería que no hubiese nacido, pero vigilaba. Y hasta el momento, se sentía orgulloso de lo que había hecho.
Eso no era todo. Tan pronto como caía dormido y me sumergía en las profundidades de mi mente, comenzaba un agotador y salvaje entrenamiento en donde Hércules me instruía en la lucha y en el manejo de sus habilidades, no sólo en el éxodo. También me explicó las diferencias que había apreciado entre su realidad y la mía, además de contarme la historia de su mundo. Aunque aún se guardaba los detalles de cómo había muerto.
En otro orden de cosas, gracias a uno o dos testimonios de Quirón/el señor Brunner a la policía, y otros dos o tres testimonios de mi parte, mi nombre quedó limpio.
Es curioso como la mente de los mortales se ajusta a la realidad.
En resumen, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía.
El secuestrador (alias Ares) era el mismo hombre que nos había raptado a mí y otros dos adolescentes en Nueva York y nos había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días.
Después de todo, el pobrecito Percy Jackson no era un criminal internacional. Había causado un buen revuelo en el autobús Greyhound de Nueva Jersey al intentar escapar de su captor (a posteriori hubo testigos que aseguraron haber visto al hombre vestido de cuero en el autobús: "¿Por qué no lo recordé antes?"). El psicópata había provocado la explosión en el arco de San Luis; ningún chaval habría podido hacer algo así. Una camarera de Denver había visto al hombre amenazar a sus secuestrados delante de su restaurante, había pedido a un amigo que tomara una foto y lo había notificado a la policía. Al final, el valiente Percy Jackson (empezaba a gustarme aquel chaval) se había hecho con un arma de su captor en Los Ángeles y se había enfrentado a él en la playa. La policía había llegado a tiempo. Pero en la espectacular explosión cinco coches de policía habían resultado destruidos y tanto el secuestrador como los secuestrados habían huido en direcciones distintas. No había habido bajas.
Al final, Percy Jackson y sus dos compañeros se habían encontrado con un ex-maestro, el señor Brunner, quien los había ayudado a volver sanos y salvos a Manhattan.
Y lo mejor del asunto, la policía y la prensa se inventaron toda la historia y yo solamente tuve que asentir con la cabeza mientras Quirón ayudaba manipulando un poco la niebla aquí y allá.
Sobre mi madre, la cosa es bastante... entretenida.
Una noche como cualquier otra entre a mi cabaña, serré la puerta y cuando le di la vuelta casi me da un infarto cuando el Rey de Helheim se apareció enfrente de mi.
—¡Oh, dioses!—retrocedí, tropecé, me di de cabeza contra la puerta, me levanté y no supe exactamente qué hacer—. Lord Hades... ¿qué... lo trae por aquí?
El rey del inframundo miró tranquilamente por la ventana.
—Quería agradecerte, sobrino—murmuró al cabo de un rato—. Lo que dijiste ese día en mi palacio, sobre que todos pensaban que yo era el ladrón, todos a excepción de ti. ¿Por qué? ¿No era yo la opción más lógica?
Hice una mueca, no podía revelar que creía en su inocencia basándome en el Hades que veía en los recuerdos de la realidad de Hércules, así que decidí irme por una verdad a medias.
—Supongo... que ya tenía una imagen mental de usted—le dije—. Y dentro de esa imagen no daba cabida al robo y la conspiración contra sus hermanos.
Hades se quedó pensativo, mirando la fina línea que separaba el cielo del mar por la ventana.
—¿Una imagen mental, dices?—murmuró—. ¿Exactamente qué era lo que pensabas de mí?
Pensé por un momento en mi respuesta.
—Bueno, siempre creí que como el mayor de sus hermanos, sería más sabio que Zeus y Poseidón. Alguien que protegería o vengaría a sus hermanos de ser necesario. Perspicaz y con sentido del honor, capaz de mostrar respeto a quienes se lo merezcan. Pero al mismo tiempo siendo imponente y diciendo todo lo que piensa sin filtros, pero con cierta elegancia que muestra superioridad. Un rey, pero también un hermano, en resumen.
La capa negra de Hades se movió por el suelo, las almas atrapadas en la tela se retorcieron en su eterna agonía.
—Suena... bien...—murmuró Hades—. Incluso suena... a alguien a quien no querrías lejos de ti, aunque no te atreverías a molestarlo.
Comprendí lo que Hades estaba diciendo, no estaba hablando conmigo, sino consigo mismo. Vaya, que incluso el poderoso rey del inframundo se sentía mal de que su familia lo hubiera mandado lejos y se negara a verlo. Era algo bastante triste, la verdad. Pero claramente no podía simplemente cambiar su actitud para encajar con el resto, no sólo porque así no era él, sino que también tenía un reputación que mantener como rey.
—Debo decir que, siendo sincero, físicamente no se parece en lo absoluto a como me lo imaginaba—rebelé.
Hades alzó una ceja.
—¿Y cómo era que imaginabas mi aspecto, sobrino?
Una visión se proyectó en mi mente con claridad.
—Siempre lo imaginé como un hombre joven, alto y delgado, con cabello medianamente largo de un color gris casi blanco, con un detallado parche en su ojo derecho el cual cubriría parte de su cara, además de tener un tatuaje en forma de ramos de olivo en la frente y a lo largo del brazo izquierdo. Una gargantilla con pequeñas púas detrás de la cabeza, y tres piercings y un pendiente en su oreja izquierda—describí—. Vestía con un elegante y extravagante atuendo, el cual consistiría en una larga gabardina blanca, la cual estaría adornada con varias medallas, por debajo de esta gabardina, una ajustada camisa oscura sin mangas que en sus costados tiene un diseño parecido a las escamas de un pez. Además de unos jeans de color blanco y un par de zapatos de cuero con patrones de cuadros...
Me volví y miré bastante sorprendido como Hades había cambiado su aspecto a uno prácticamente idéntico al que había descrito.
Imágenes de referencia:
El dios se miró las manos y se reacomodó la gabardina blanca.
—Elegante—murmuró—. Me agrada.
Se dio la vuelta y me miró.
—Te lo agradezco, Perseus Jackson—dijo—. Vive bien, sobrino. Me temo que el destino ha reservado un futuro oscuro para ti, espero que seas capaz de manejar lo que se avecina.
El dios del inframundo se fundió con las sombras y desapareció, dejando caer unas notas de periódico al suelo.
Me acerqué y recogí las notas, admito que no sabía si estar eufórico o horrorizado por lo que leí en estas:
En resumidas cuentas, mi madre finalmente se había animado a echar a Gabe. Y cuando éste la había amenazado, ella le llamó a la policía para reportar el abuso doméstico. El bruto de Gabe decidió huir de la ley, pero su cuerpo fue encontrado a los dos días. Una cámara de seguridad había grabado como tres hombres lo asaltaban, le quitaban todas las cosas de valor y lo asesinaban antes de meterlo a un bote de basura y dejarlo allí.
La cosa aquí es que, junto al periódico, Hades había dejado una foto en la cual se veían los tres hombres que asaltaron a Gabe, con el detalle de que no eran hombres, sino las tres furias, claramente deseosas de seguir con la tortura en el inframundo.
Después de eso, me puse en contacto con mi madre por medio de cartas. Sabía que incluso si Gabe era un ser terrible, ella se sentiría mal por el asunto, así que de inmediato le expliqué que había sido Hades quien había enviado a las furias a por el.
A mi madre no es que le importara la vida del sujeto, pero sí le preocupaba el que hubiera muerto directamente por su culpa, independientemente de si se lo merecía o no.
Pero bueno, pasando a otro tema más alegre. Hades me hizo un último favor:
No conozco los detalles del asunto, mi madre sólo me lo contó en una carta. Pero al parecer la propia reina Perséfone había visitado a mi madre y le ofreció comprarle la cabeza de Medusa para ya no tener que comprar estatuas para su jardín y así hacerlas ella misma.
Mi madre aceptó y con el dinero obtenido había pagado la fianza para un nuevo piso y la matrícula del primer semestre en la Universidad de Nueva York.
Al final de la carta, incluía un posdata: "Percy, he encontrado una buena escuela privada en la ciudad. He dejado un depósito, por si quieres matricularte en séptimo curso. Podrías vivir en casa. Pero si prefieres quedarte interno en la Colina Mestiza, lo entenderé"
Doblé la carta con cuidado y la dejé en mi mesita de noche. Todas las noches antes de dormirme volvía a leerla e intentaba decidir cómo responderle.
El 4 de julio, todo el campamento se reunió junto a la playa para asistir a unos fuegos artificiales organizados por la cabaña 9. Dado que eran los hijos de Hefesto, no se conformarían con unas cutres explosiones rojas, blancas y azules.
Habían anclado una barcaza lejos de la orilla y la habían cargado con cohetes tamaño misil. Según Annabeth, a quien había visto antes del espectáculo, los disparos eran tan seguidos que parecerían fotogramas de una animación. Al final aparecería una pareja de guerreros espartanos de treinta metros de altura que cobrarían vida encima del mar, lucharían y estallarían en mil colores.
Mientras Annabeth y yo extendíamos la manta de picnic, apareció Grover para despedirse. Vestía sus vaqueros habituales, una camisa y zapatillas, pero en las últimas semanas tenía un aspecto mayor, casi como si fuera al instituto. La perilla de chico se le había vuelto más espesa. Había ganado peso y los cuernos le habían crecido tres centímetros, así que ahora tenía que llevar la gorra rasta todo el tiempo para pasar por humano.
—Me voy—dijo—. Sólo he venido para decir... Bueno, ya saben.
Intenté alegrarme por él. Al fin y al cabo, no todos los días un sátiro era autorizado a partir en busca del gran dios Pan. Pero costaba decir adiós. Sólo conocía a Grover desde hacía un año, pero era mi amigo más antiguo.
Annabeth le dio un abrazo y le recordó que no se quitara los pies falsos.
Yo le pregunté donde buscaría primero.
—Es... ya sabes, un secreto—me contestó—. Ojalá pudierais venir conmigo, chicos, pero los humanos y Pan...
—Lo entendemos—le aseguró Annabeth—. ¿Llevas suficientes latas para el camino?
—Sí.
—¿Y te acuerdas de las melodías para la flauta?
—Jo, Annabeth—protestó—. Pareces tan controladora como mamá cabra.
Agarró su cayado y se colgó una mochila del hombro.
Tenía el aspecto de cualquier autoestopista de los que se ven por las carreteras: no quedaba nada del pequeño sietemesino al que yo defendía de los matones en la academia Yancy.
—Bueno—dijo—, deséenme suerte. Y Percy, no te sobre esfuerces con el éxodo y esas cosas.
Abrazó otra vez a Annabeth. Me dio una palmada en el hombro y se alejó entre las dunas.
Los fuegos artificiales surgieron entre explosiones en cielo, y con excepción de la última, todas me evocaban recuerdos y visiones: Hércules matando al león de Nemea, Artemis tras un jabalí, George Washington (hijo de Atenea, por cierto) cruzando el río Delaware.
—¡Eh, Grover!—le grité. Se volvió en la linde del bosque—. Dondequiera que vayas, espero que hagan buenas enchiladas.
Él sonrió y al punto desapareció entre los árboles.
—Volveremos a verlo—dijo Annabeth.
Intenté creerlo. El hecho de que ningún buscador hubiera regresado antes tras dos mil años... En fin, decidí que prefería no pensar en aquello. Grover sería el primero. Sí, tenía que serlo.
Transcurrió julio.
Pasé los días concibiendo nuevas estrategias para capturar la bandera, y en las noches entronaba arduamente y aprendía de la historia del éxodo, aprendiendo poco a poco a manejar mejor el ardiente dolor en mi cuerpo.
De vez en cuando pasaba junto a la Casa Brande, miraba las ventanas del desván y pensaba en el Oráculo. Intentaba convencerme de que su profecía se había cumplido.
"Emisario de la Justicia, iras al oeste. Te enfrentarás al dios que se ha revelado." Yo era el emisario de la justicia, el heredero del Éxodo de Hércules, y fui al oeste para enfrentarme a Ares.
"Encontrarás lo robado y lo devolverás." Hecho. Marchando una de rayo maestro. Marchando otra de yelmo de oscuridad.
"Serás traicionado por quien dice ser tu amigo." Este vaticinio seguía preocupándome. Lo lógico sería pensar que se refería a Ares, al mostrase como un "aliado" para luego traicionarnos. Pero la verdad no me cuadraba.
"Al final no conseguirás salvar lo más importante." Había fracasado al salvar a mi madre, pero sólo porque había dejado que ella se salvara a sí misma, y sabía que eso era lo correcto.
La última noche del curso estival llegó demasiado rápido.
Los campistas cenamos juntos por última vez. Quemamos parte de nuestra cena para los dioses. Junto a la hoguera, los consejeros mayores concedían las cuentas de "fin de verano"
Yo obtuve mi propio collar de cuero, y cuando vi la cuenta de mi primer verano, me alegré de que el resplandor del fuego enmascarara mi sonrojo. Era completamente negra, con un tridente verde mar brillando en el centro.
—La elección fue unánime—anunció Luke—. Esta cuenta conmemora al primer hijo del dios Del Mar en este campamento, ¡y la misión que llevó a cabo hasta la parte más oscura del inframundo para evitar una guerra!
El campamento entero se puso en pie y me vitoreó. La cabaña de Atenea empujó a Annabeth hacia delante para que compartiese el aplauso.
No estoy seguro de que vuelva a sentirme tan contento o triste como en aquel momento. Por fin había encontrado una familia, gente que se preocupaba por mí y que pensaba que había hecho algo bien. Pero, por la mañana, la mayoría se marcharían a pasar el año fuera.
A la mañana siguiente encontré una carta formal en mi mesilla de noche p.
Sabía que la había escrito Dioniso, porque se empeñaba en escribir mi nombre mal:
Apreciado Peter Johnson:
Si tienes intención de quedarte en el Campamento Mestizo todo el año, debes notificarlo a la Casa Grande antes de mediodía de hoy. Si no anuncias tus intenciones, asumiremos que has dejado libre la cabaña o has muerto víctima de un final horrible. Las arpías de la limpieza empezarán a trabajar al atardecer. Tienen permiso para comerse a cualquier campista no autorizado. Todos los artículos personales que olvidéis serán incinerados en el foso de lava.
¡Que tengas un buen día!
Sr. D (Dioniso)
Director del Campamento nº12 del Consejo Olímpico
Ése es otro de los problemas del THDA. Las fechas límite no son reales para mí hasta ir las tengo encima. El verano había terminado y yo seguía sin informar a mi madre, o al campamento, sobre si me quedaría o no. Y ahora sólo tenía unas horas para decidirlo.
La decisión debería haber sido fácil. Quiero decir que se trataba de escoger entre nueve meses entrenando para ser un héroe o nueve meses sentado en una clase... En fin.
Supongo que debía tener en cuenta a mi madre. Por primera vez tenía la oportunidad de vivir con ella un año sin la molesta presencia de Gabe. Podría sentirme cómodo en casa y pasear por la ciudad en mi tiempo libre. Además, no dejaría de entrenar en ningún momento, ya que seguía manteniendo el contacto con Hércules.
Pensé en el destino de Thalia, hija de Zeus. Me preguntaba cuantos monstruos me atacarían si abandonaba la colina Mestiza. Si me quedaba en casa todo el año a académico, sin Quirón o mis otros amigos para ayudarme, ¿llegaríamos mi madre y yo vivos al siguiente verano? Eso suponiendo que los exámenes de deletrear y las redacciones de cinco párrafos no acabarán conmigo.
Decidí bajar al estadio y practicar un poco con la espada. Quizá eso me aclararía las ideas.
Las instalaciones del campamento, casi desiertas, refulgían al calor de agosto. Los campistas estaban en sus cabañas recogiendo, o de aquí para allá com escobas y mopas, preparándose para la inspección final. Argos ayudaba a algunas chicas de Afrodita con sus maletas de Gucci y juegos de maquillaje colina arriba, donde el miniautobús del campamento esperaba para llevarlas al aeropuerto.
"Aún no pienses en marcharte"—me dije—. "Sólo entrena"
Me acerqué al estadio de los luchadores de espada y descubrí que Luke había tenido la misma idea. Su bolsa de deporte estaba al borde de la tarima. Trabajaba solo, entrenando contra maniquíes con una espada que nunca le había visto. Estaba rebanándoles las cabezas a los maniquíes y abriéndoles las tripas de paja. Tenía la camiseta naranja de campamento empapada de sudor. Su expresión era tan intensa que su vida bien habría podido estar en peligro. Lo observé mientras destripaba la fila entera de maniquíes, les cercenaba las extremidades y los reducía a una pila de paja y armazón.
Sólo eran maniquíes, pero aún así no pude evitar quedar fascinado con la habilidad de Luke. El sujeto era un guerrero increíble. Una vez más me pregunté cómo podía haber fallado en su misión.
Al final me vio y se detuvo a medio lance.
—Percy.
—Oh... perdona. Yo solo...
—No pasa nada—dijo bajando la espada—. Sólo estoy haciendo unas prácticas de última hora.
—Esos maniquíes no molestarán a nadie más.
Luke se encogió de hombros.
—Los reponemos cada verano.
Entonces vi en su espada algo que me resultó extraño. La hoja estaba confeccionada con dos tipos de metal: bronce y acero. Luke se dio cuenta de que estaba mirándola.
—¿Ah, esto? Un nuevo juguete. Ésta es Backbiter.
—Vaya.
Luke giró la hoja la hoja a la luz de modo que brillara.
—Bronce celestial y acero templado—explicó—. Funciona tanto en mortales como en inmortales.
Pensé en lo que Quirón me había dicho al empezar mi misión: que un héroe jamás debía dañar a los mortales a menos que fuera absolutamente necesario.
—No sabía que se podían hacer armas como ésa.
—Probablemente no se puede—coincidió Luke—. Es única.—Me dedicó una sonrisita y envainó la espada—. Oye, iba a buscarte. ¿Qué dices de una última incursión en el bosque, a ver si encontramos algo para luchar?
No sé por qué vacilé. Debería haberme alegrado que Luke se mostrara tan amable. Desde mi regreso se había comportado algo distante. Temía que me guardara rencor por la atención que estaba recibiendo.
—¿Crees que es buena idea?—repuse—. Quiero decir...
—Oh, vamos.—Rebuscó en su bolsa de deporte y sacó un paquete de seis latas de Coca-Cola—. Las bebidas corren de mi cuenta.
Miré las latas, preguntándome de dónde demonios las habría sacado. No había refrescos mortales normales en la tienda del campamento, y tampoco era posible meterlos de contrabando, salvo quizá con la ayuda de un sátiro. Por supuesto, las copas mágicas de la cena se llenaban con lo que querías, pero no sabía exactamente igual que la Coca-Cola.
Azúcar y cafeína. Mi fuerza de voluntad se desplomó.
—Claro—decidí—. ¿Por qué no?
Bajamos hasta el bosque y dimos una buena caminata buscando algún monstruo, pero hacia demasiado calor. Todos los monstruos con algo de cerebro estarían haciendo la siesta en sus fresquitas cuevas. Encontramos un lugar en sombra junto al arroyo donde había roto la lanza a Clarisse durante mi primera partida de capturar la bandera. Nos sentamos en una roca grande, bebimos las latas de Coca-Cola y observamos el paisaje.
Al cabo de un rato, Luke preguntó:
—¿Echas de menos ir de misión?
—¿Con monstruos atacándome a cada paso? ¿Estás bromeando?—Luke arqueó una ceja—. De acuerdo, lo extraño—admití—. ¿Y tú?
Su rostro se ensombreció.
—Llevo viviendo en la colina Mestiza desde que tenía catorce años—dijo—. Desde que Thalia... Bueno, ya sabes... He entrenado y entrenado y entrenado. Jamás conseguí ser un adolescente normal en el mundo real. Después me asignaron una misión, pero cuando volví fue como si me dijeran: "Hala, ya se ha terminado la diversión. Que tengas una buena vida"
Arrugó su lata y la arrojó al arroyo, lo cual me dejó alucinado de verdad. Una de las primeras cosas que aprendes en el Campamento Mestizo es a no ensuciar. De lo contrario, las ninfas y las náyades te lo hacen pagar.
—A la porra con las coronas de laurel—dijo Luke—. No voy a terminar como esos trofeos polvorientos en el desván de la Casa Grande.
—¿Piensas marcharte?
Luke sonrió maliciosamente.
—Pues claro que sí, Percy. Te he traído aquí abajo para despedirme de ti.
Chasqueó los dedos y al punto un pequeño fuego abrió un agujero en el suelo a mis pies. Del interior salió reptando algo negro y brillante, del tamaño de mi mano. Un escorpión.
Hice ademán de agarrar mi bolígrafo.
—Yo no lo haría—me advirtió Luke—. Los escorpiones del abismo saltan hasta cinco metros. El aguijón perfora la ropa. Estarás muerto en sesenta segundos.
—Pero ¿qué...?
Entonces lo comprendí. "Serás traicionado por quien dice ser tu amigo"
—Tú...—musité.
La marca de Hércules empezó a doler aún más que de costumbre mientras mi ira aumentaba.
Luke se puso de pie tranquilamente y se sacudió los vaqueros.
El escorpión no le prestó atención. Tenía sus ojos negros fijos en mí, mientras reptaba hacia mi zapato con el aguijón enhiesto.
—He visto mucho en el mundo de ahí fuera, Percy—dijo Luke—. ¿Tú no? La oscuridad se congrega, los monstruos son cada vez más fuertes. ¿No te das cuenta de lo inútil que es todo esto? Los héroes son peones de los dioses. Tendrían que haber sido derrocados hace miles de años, pero han aguantado gracias a nosotros, los mestizos.
No podía creer que aquello estuviera pasando.
—Luke... estás hablando de nuestros padres—dije.
Soltó una carcajada y luego agregó:
—¿Y sólo por eso tengo que quererlos? Su preciosa civilización occidental es una enfermedad, Percy. Está matando al mundo. La única manera de detenerla es quemarla de arriba a abajo y empezar de cero con algo más honesto.
—Estás loco—gruñí—. Ares, él...
—Ares es un insensato. Jamás se dio cuenta de quién era su auténtico amo. Si tuviese tiempo, Percy, te lo explicaría, pero me temo que no vivirás tanto.
El escorpión empezó a trepar por la pernera de mi pantalón. Tenía que haber una salida de aquella situación. Necesitaba tiempo.
—Kronus—dije—. Ése es tu amo.
El aire se volvió repentinamente frió.
—Deberías tener cuidado con los nombres que pronuncias—me advirtió Luke.
—Kronus hizo que robaras el rayo y el yelmo. Te hablaba en sueños.
Percibí un leve tic en unos de sus ojos.
—También te habló a ti, Percy. Tendrías que haberlo escuchado.
—Te está lavando el cerebro, Luke.
—Te equivocas. Me mostró que mi talento está desperdiciado. ¿Sabes qué misión me encomendaron hace dos años, Percy? Mi padre, Hermes, quería que robara una manzana dorada del Jardín de las Hespérides y la devolviera al Olimpo. Después de todo el entrenamiento al que me he sometido, eso fue lo mejor que se le ocurrió.
—No es una misión fácil—dije—. Lo hizo Hércules.
—Exacto. Pero ¿dónde está la gloria en repetir lo que otros ya han echo? Lo único que saben hacer los dioses es repetir su pasado. No puse mi corazón en ello. El dragón del jardín me regaló esto.—Contrariado, señaló la cicatriz—. Y cuando regresé sólo obtuve lástima. Ya entonces quise derrumbar el Olimpo piedra a piedra, pero aguardé el momento oportuno. Empecé a soñar con Kronus, que me convenció de que robara algo valioso, algo que ningún héroe habría tenido el valor de llevarse. Cuando nos fuimos de excursión durante el solsticio de invierno, mientras los demás campistas dormían, entré en la sala del trono y me llevé el rayo de debajo de su silla. También el yelmo de la oscuridad de Hades. No imaginas lo fácil que fue. Qué arrogantes son los Olímpicos; ni siquiera concebían que alguien pudiese robarles. Tienen un sistema de seguridad lamentable. Ya estaba a mitad de Nueva Jersey cuando oí los truenos y supe que habían descubierto mi robo.
El escorpión estaba ahora en mi rodilla, mirándome con ojos brillantes. Intenté mantener firme mi voz.
—¿Y por qué no le llevaste esos objetos a Kronus?
La sonrisa de Luke desapareció.
—Me... me confié en exceso. Zeus envió a sus hijos e hijas a buscar el rayo robado: Artemisa, Apolo, mi padre Hermes. Pero fue Ares quien me encontró. Habría podido derrotarlo, pero no me atreví. Me desarmó, se hizo con el rayo y el yelmo y me amenazó com volver al Olimpo y quemarme vivo. Entonces la voz de Kronus vino a mi y me indicó que decir. Persuadí a Ares de la conveniencia de una gran guerra entre los dioses. Le dije que sólo tenía que esconder los objetos robados durante un tiempo y luego regocijarse viendo cómo los demás peleaban entre sí. A Ares le brillaron los ojos con maldad. Supe que lo había engañado. Me dejó ir, y yo regresé al Olimpo antes de que notaran mi ausencia.—Luke desenvainó su nueva espada y pasó el pulgar por el canto, como hipnotizado por su belleza—. Después, el señor de los titanes... m-me castigó con pesadillas. Juré no volver a fracasar. De vuelta en el Campamento Mestizo, en mis sueños me dijo que llegaría un segundo héroe, alguien a quien podría engañarse para llevar el rayo y el yelmo al Tártaro.
—Tü invocaste al perro del infierno aquella noche.
—Teníamos que hacer creer a Quirón que el campamento no era seguro para ti, así te iniciaría en tu misión. Teníamos que confirmar sus miedos de que Hades iba tras de ti. Y funcionó.
—Las zapatillas voladoras estaban malditas—dije—. Se suponía que tenían que arrastrarme a mi y a la mochila al Tártaro.
—Y lo habrían hecho si las hubieses llevado puestas. Pero se las diste al sátiro, cosa que no formaba parte del plan. Grover estropea todo lo que toca. Hasta confundió la maldición.—Luke miró al escorpión, que ya estaba en mi muslo—. Deberías haber muerto en el Tártaro, Percy. Pero no te preocupes, te dejo con mi amigo para que arregle ese error.
—Thalia dio su vida para salvarte—dije, y me rechinaban los dientes—. ¿Así es como le pagas?
—¡No hables de Thalia!—gritó—. ¡Los dioses la dejaron morir! Ésa es una de las muchas cosas por las que pagarán.
—Te están utilizando, Luke. Tanto a ti como a Ares. No escuches a Kronus.
—¿Qué me están utilizando?—Su voz se tornó aguda—. Mírate a ti mismo. ¿Qué ha hecho tu padre por ti? Kronus se alzará. Sólo has retrasado sus planes. Arrojará a los Olímpicos al Tártaro y devolverá a la humanidad a sus cuevas. A todos salvo a los más fuertes: los que le sirven.
—Quítame a ese bicho—dije—. Si tan fuerte eres, pelea conmigo.
Luke sonrió.
—Buen intento, Percy, pero yo no soy Ares. A mí no vas a engatusarme. Mi señor me espera, y tiene misiones de sobra que darme.
—Luke...
—Adiós, Percy. Se avecina una nueva Edad de Oro, pero tú no formarás parte de ella.
Trazó un arco con la espada y desapareció en una onda de oscuridad.
El escorpión atacó.
Lo aparté de un manotazo y destapé mi espada. El bichejo me saltó encima y lo corté en dos en el aire. Iba a felicitarme por mi rápida reacción cuando me miré la mano: tenía un verdugón rojo que supuraba una sustancia amarilla y desprendía humo. Después de todo, el bichejo me había picado.
Me latían los oídos y se me nubló la visión. No era dolor lo que sentía, eso habría podido manejarlo, simplemente me estaba debilitando hasta el punto en que moriría sin más. "Sesenta segundos", me había dicho Luke. Tenía que regresar al campamento. Si me derrumbaba allí, mi cuerpo serviría de cena para algún monstruo. Nadie sabría jamás qué había ocurrido.
Sentí las piernas como plomo. Me ardía la frente. Avancé a tropezones hacía el campamento, y las ninfas se revolvieron en los árboles.
—Ayuda...—gemí—. Por favor...
Dos de ellas me agarraron de los brazos y me arrastraron. Recuerdo haber llegado al claro, un consejero pidiendo ayuda, un centauro haciendo sonar una caracola.
Después todo se volvió negro.
Hércules se palmeó la cara con exasperación.
—¿Cómo es que no lo vi venir?
—Siempre esperas lo mejor de las personas—respondí—. Nadie podría haberlo sabido.
El dios de la fortaleza hizo una mueca.
—Ahora sí estás bastante cerca de morir—me dijo.
Suspire.
—Bueno, ¿vas a visitar tu mundo o no? No voy a estar inconsciente por mucho tiempo.
El se encogió de hombros, aunque estaba claramente nervioso por mi situación.
—Sí, claro.
Me encontraba en un jardín en el Valhalla, el gran estadio de batallas se alzaba no muy lejos. En medio de la hierba verde había un solitario y gigantesco hombre rubio que intentaba contener sin éxito sus lágrimas de profunda tristeza.
—Nunca creí que me extrañarías tanto, hermano—dije, o mejor dicho, dijo Hércules, con tono burlón.
Ares levantó la vista y miró a todos lados con esperanza, pero la desilusión se hizo presente en sus ojos cuando no encontró nada.
—Genial, ahora alucino.
—No exactamente—respondí—. Solamente no nos encontramos en el mismo plano de la realidad.
Una sonrisa tiró de sus labios.
—Siempre encuentras la forma de sorprender, ¿no Hércules?—murmuró mirando al suelo.
—Está vez se lo debo un poco al destino.
El dios de la guerra bufó.
—¿Y qué es lo que el destino te mandó a hacer?
—Entreno a un sucesor, me preparo para una futura gran amenaza en su plano. Tú entiendes, ¿no?
—No, realmente—respondió Ares—. Pero sí entiendo que estás bien.
—Ehm, al menos por ahora, ¿qué hay de ustedes?
—Papá no se lo tomó bien—murmuró—. Al igual que Loki... aunque no entiendo muy bien porque.
—Loki es todo un caso, ¿no?
—Sí... supongo...
Hubo un minuto de silencio.
—¿Y este sucesor tuyo? ¿Es humano?
—Algo así, es complicado—expliqué.
—¿Y es fuerte?
—Podría vencerte si quisiera, ya me lo ha demostrado.
Ares se puso de pie y empezó a andar hacia el gran estadio.
—Bien, cuídate, hermano, en dondequiera que estés.
—Digo lo mismo, Ares, cuídate.
Me desperté con una pajita en la boca. Sorbía algo que sabía a galletas de chocolate. Néctar.
Abrí los ojos.
Estaba en una cama de la enfermería de la Casa Grande, con la mano derecha vendada como si fuera un mazo. Argos montaba guardia en una esquina. Annabeth, sentada a mi lado, sostenía mi vaso de néctar y me pasaba un paño húmedo por la frente.
—Aquí estamos otra vez—dije.
—Idiota—dijo Annabeth, lo que me indicó lo contenta que estaba de verme consciente—. Estabas verde y volviéndote gris cuando de encontramos. De no ser por los cuidados de Quirón...
—Bueno, bueno—intervino la voz de Quirón—. La constitución de Percy tiene parte del mérito.
Estaba sentado junto a los pies de la cama en forma humana, motivo por el que aún no había reparado en él. Su parte inferior estaba comprimida mágicamente en la silla de ruedas; la superior, vestida con chaqueta y corbata. Sonrió, pero se le veía pálido y cansado, como cuando pasaba despierto toda la noche corrigiendo los exámenes de latín.
—¿Cómo te encuentras?—preguntó.
—Como si me hubieran congelado las entrañas y después las hubieran calentado en el microondas.
—Bien, teniendo en cuenta que eso era veneno de escorpión del abismo. Ahora tienes que contarme, si puedes, que ocurrió exactamente.
Entre sorbos de néctar, les conté la historia.
Cuando finalicé, hubo un largo silencio.
—No puedo creer que Luke...—A Annabeth le falló la voz. Su expresión se tornó de tristeza y enfado—. Sí, sí puedo creerlo. Que los dioses lo maldigan... Nunca fue el mismo tras su misión.
—Hay que avisar al Olimpo—murmuró Quirón—. Iré inmediatamente.
—Luke aún está ahí fuera—dije—. Tengo que ir tras él.
Quirón meneó la cabeza.
—No, Percy. Los dioses...
—No harán nada—espeté—. ¡Zeus ha dicho que el asunto estaba cerrado!
—Percy, sé que es duro, pero ahora no puedes correr en busca de venganza. Primero tienes que reponerte, y después someterte a un duro entrenamiento.
No me gustaba, pero Quirón tenía razón. Eché un vistazo a mi mano y supe que tardaría en volver a usar la espada.
—Quirón, tu profecía del Oráculo era sobre Kronus, ¿no? ¿Aparecía yo en ella? ¿Y Annabeth?
Quirón se revolvió con inquietud.
—Percy, no me corresponde...
—Te han ordenado que no me lo cuentes, ¿verdad?
Sus ojos eran comprensivos pero tristes.
—Serás un gran héroe, niño. Haré todo lo que pueda para prepararte. Pero si tengo razón sobre el camino que se abre ante ti...—Un súbito trueno retumbó haciendo vibrar las ventanas—. ¡Bien!—exclamó Quirón—. ¡De acuerdo!—Exhaló un suspiro de frustración y añadió—: Los dioses tienen sus motivos, Percy. Saber demasiado del futuro de uno mismo nunca es bueno.
—Pero no podemos quedarnos aquí sentados sin hacer nada—insistí.
—No vamos a quedarnos sentados—prometió Quirón—. Pero debes tener cuidado. Kronus quiere que te deshilaches, que tu vida se trunque, que tus pensamientos se nublen de miedo e ira. No lo complazcas, no le des lo que desea. Entrena con paciencia. Llegará tu momento.
—Suponiendo que viva tanto tiempo.
Quirón me puso una mano en el tobillo.
—Debes confiar en mí, Percy. Pero primero tienes que decidir tu camino para el próximo año. Yo no puedo indicarte la elección correcta...—Me dijo la impresión de que tenía una opinión bastante formada, pero que prefería no aconsejarme—. Tienes que decidir si te quedas en el Campamento Mestizo todo el año, o regresas al mundo mortal para hacer séptimo curso y luego volver como campista de verano. Piensa en ello. Cuando regrese del Olimpo, debes comunicarme tu decisión.
Quería hacerle más preguntas, pero su expresión me indicó que la discusión estaba zanjada; ya había dicho todo cuanto podía.
—Regresaré en cuanto pueda—prometió—. Argos te vigilará.—Miró a Annabeth—. Oh, y querida... cuando estés lista, ya están aquí.
—¿Quiénes están aquí?
Nadie me respondió.
Quirón salió de la habitación. Oí su silla de ruedas alejarse por el pasillo y después bajar cuidadosamente los escalones.
Annabeth estudió el hielo de mi bebida.
—¿Qué pasa?—le pregunté.
—Nada.—Dejó el vaso encima de la mesa—. He seguido tu consejo sobre algo. Tú... ¿necesitas algo?
—Sí, ayúdame a incorporarme. Quiero salir fuera.
—Percy, no es buena idea.
Saqué las piernas de la cama. Annabeth me sujetó antes de que me derrumbara al suelo. Tuve nauseas.
—Te lo dije—refunfuñó Annabeth.
—Estoy bien—insistí.
No quería quedarme tumbado en la cama como un inválido mientras Luke rondaba por ahí planeando destruir el mundo occidental. Conseguí dar un paso. Después otro, aún apoyando casi todo mi peso en Annabeth. Argos nos siguió a prudente distancia.
Cuando llegamos al porche, tenía el rostro perlado de sudor y el estómago hecho un manojo de nervios. Eso sin contar el siempre presente terrible dolor del éxodo. Pero había conseguido llegar a la balaustrada.
Estaba oscureciendo. El campamento parecía abandonado. Las cabañas estaban a oscuras y las canchas de voleibol en silencio. Ninguna canoa surcaba el lago. Más allá de los bosques y los campos de fresas, el canal Long Island Sound reflejaba la última luz del sol.
—¿Qué vas a hacer?—me preguntó Annabeth.
—No lo sé. Creo que Quirón quiere que me quede todo el año para seguir con mi entrenamiento personalizado, pero no estoy seguro. ¿Y tú?
Annabeth apretó los labios y luego susurró:
—Me marchó a casa a pasar el año, Percy.
—¿Quieres decir con tu padre?—pregunté, mirándola a los ojos.
Señaló la cima de la colina Mestiza. Junto al pino de Thalia, justo al borde de los límites mágicos del campamento, se recortaba la silueta de una familia: dos niños pequeños, una mujer y un hombre alto de cabello rubio. Parecían estar esperando. El hombre sostenía una mochila que se parecía a la que Annabeth había sacado del Waterland de Denver.
—Le escribí una carta cuando volvimos—me contó Annabeth—, como tú habías dicho. Le dije que lo sentía. Que volvería a casa durante el año si aún me quería. Me contestó enseguida. Así que hemos decidido darnos otra oportunidad.
—Eso habrá requerido valor.
Apretó los labios.
—¿Verdad que no vas a intentar ninguna tontería durante el año académico? O al menos no sin antes enviarme un mensaje iris.
Sonreí,
—No voy a buscarme problemas. Normalmente no hace falta.
—Cuando vuelva el próximo verano—me dijo—, iremos tras Luke. Pediremos una misión, pero, si no nos la co ceden, nos escaparemos y lo haremos igualmente. ¿De acuerdo?
—Parece un plan digno de Atenea.
Chocamos las manos.
—Cuídate, sesos de alga—me dijo—. Mantén los ojos abiertos.
—Tú también, listilla.
La vi marcharse colina arriba y unirse a su familia. Abrazó a su padre y miró el valle por última vez. Tocó el pino de Thalia y dejó que la condujeran más allá de la colina, hacia el mundo mortal.
Por primera vez me sentí realmente solo en el campamento. Miré el Long Island Sound y recordé las palabras de mi padre: "Al mar no le gusta que lo contengan"
Tomé una decisión.
Me pregunté si Poseidón la aprobaría.
—Volveré el verano que viene—le prometo contemplando el cielo—. Sobreviviría hasta entonces. Después de todo, soy tu hijo.
Le pedí a Argos que me acompañara hasta la cabaña 3, y mientras reproducía el Silbido de Poseidón para darme fuerzas, me dirigí allí para preparar mis bolsas y marcharme a casa.
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